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No hay seguridad sin libertad: La quiebra de las políticas antiterroristas
No hay seguridad sin libertad: La quiebra de las políticas antiterroristas
No hay seguridad sin libertad: La quiebra de las políticas antiterroristas
Libro electrónico219 páginas2 horas

No hay seguridad sin libertad: La quiebra de las políticas antiterroristas

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A finales del siglo pasado, tras dos décadas de globalización neoliberal, criminólogos, sociólogos y penalistas comenzaron a darse cuenta de un fenómeno extraño: los delitos disminuían y, sin embargo, la población reclusa aumentaba. ¿Por qué? La razón es que las políticas basadas en la seguridad, el populismo penal, eran menos costosas que las políticas sociales y obtenían mayor beneficio electoral. Después vino el 11-S, la seguridad se convirtió en el primer si no en el único roblema de los gobiernos occidentales, y el populismo penal se transformó en populismo político.
Este libro muestra cómo las políticas de la seguridad generan siempre mayor inseguridad y cómo la "guerra contra el terror" ha producido muchos más muertos y devastaciones que el mismo terrorismo que pretendía combatir.
IdiomaEspañol
EditorialTrotta
Fecha de lanzamiento3 feb 2020
ISBN9788498798326
No hay seguridad sin libertad: La quiebra de las políticas antiterroristas

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    No hay seguridad sin libertad - Mauro Barberis

    constitucional.

    I

    LA LIBERTAD EN LA HISTORIA DE LA SEGURIDAD

    «Hablar y escribir sobre la seguridad nunca es inocente».

    J. Huysmans

    Que la seguridad sea un bien o un valor, puede que incluso el principal, aquel del que dependen todos los demás, hoy parece bastante obvio: sin embargo, esto no ha sido siempre así. En otras épocas, la seguridad era percibida como un bien demasiado vil para algunos y demasiado pobre para otros como para poder ser considerado un valor. Aquí veremos como el ideal de la securitas no surge hasta la Roma imperial, oponiéndose y entrelazándose con diversos ideales de libertad. Solo más adelante (cf. IV.1)* distinguiremos mejor los significados de la palabra «seguridad».

    De esta historia milenaria, aquí someramente resumida, hay que subrayar, de entrada, que el concepto de seguridad se opone y entrelaza con el concepto de libertad. Securitas y libertas, contrapuestas en el latín clásico, presentan en las lenguas modernas relaciones internas, conceptuales. La libertad de los modernos, individual y negativa, implica seguridad: no se da libertad sin seguridad. Pero también es válido lo contrario: sin las garantías jurídicas y políticas hoy resumidas en «libertad», no se da tampoco seguridad.

    1.Libertas y securitas

    Como se ha indicado recientemente¹, la seguridad es un ideal típicamente moderno. Las civilizaciones clásicas, griega y romana, sobre las que se ha formado la compuesta identidad occidental, conocían naturalmente esta noción: sin embargo, por razones importantes, no podían atribuirle el valor que los modernos le atribuirán. Entre las distintas condiciones de la forma de vida antigua, propia de las poleis griegas y de la respublica romana, hay una por lo menos que lo explica mejor que las demás: la normalidad de la guerra.

    En ocasiones, elogiando a la Unión Europea, se recuerda que los últimos setenta años de paz son una excepción histórica²: con anterioridad la regla era el conflicto. Tras dos guerras mundiales, el equilibrio del terror atómico y el consiguiente tabú pacifista, hoy resquebrajado por las reacciones al 11-S (cf. III.1), ya es hora de recordar que la guerra siempre ha sido el telón de fondo de la existencia de nuestra especie. Un dios de la guerra aparece en todos los panteones paganos, el mismísimo dios bíblico era el señor de los ejércitos³.

    En la forma de vida antigua —que tras la Revolución francesa Benjamin Constant definirá como «anterior, por así decirlo, a la nuestra»⁴—, la ética republicana, vigente en las poleis griegas y en la respublica romana, implicaba la obligación de derramar sangre por la patria. Y que de esta obligación se exonerase a mujeres, hijos, siervos y esclavos, expuestos a los caprichos de maridos-padres-dueños, hace aún más obvio cómo la securitas no podía ser un valor, todo lo más, una aspiración propia de esclavos.

    La situación cambia con las guerras civiles, que marcan la caída de la República y la transición al Principado y al Imperio. El ideal republicano de la libertas —entendido como participación en el gobierno, libertad positiva o autonomía, pero también como no-dominio y no-sujeción a un dueño⁵— es reemplazado por el ideal de la pax o securitas Augusti. Así pues, hace su aparición la idea, destinada a prevalecer bajo el Imperio y las monarquías modernas, de que la securitas vendría antes de la libertas.

    Pensando en los desenlaces modernos de este proceso, surge la tentación de concebir la securitas como una especie de libertad negativa que sustituye a la libertas (positiva): como una mera se-curitas, exoneración de un cuidado de la vida pública, primero delegado en el princeps y después en el imperator, para evitar las discordias civiles⁶. No obstante, habrá emperadores que procuren conjugar ambos ideales: como Trajano, a propósito del cual se ha dicho que «libertas y securitas proceden ahora juntas, asociadas como en

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