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Lo jurídico como categoría del espíritu.: . Ensayo sobre el pensamiento de Nicolás Gómez Dávila. Serie Teoría Juridica y Filosofía del Derecho N. 99
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Lo jurídico como categoría del espíritu.: . Ensayo sobre el pensamiento de Nicolás Gómez Dávila. Serie Teoría Juridica y Filosofía del Derecho N. 99
Libro electrónico245 páginas3 horas

Lo jurídico como categoría del espíritu.: . Ensayo sobre el pensamiento de Nicolás Gómez Dávila. Serie Teoría Juridica y Filosofía del Derecho N. 99

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En el estudio de Luigi Garofalo se reconstruye y analiza a fondo el pensamiento, en particular jurídico, de Nicolás Gómez Dávila, que, al concepto de derecho, a la noción de justicia y a la institución del Estado dedico un denso y penetrante trabajo, titulado De iure (redactado en torno a 1970 y
publicado en 1988 en Bogotá), junto a tantas de sus breves y agudas reflexiones recogidas sobre todo en los Cinco volúmenes de Escolios (editados también en Bogotá entre 1977 y 1992), los cuales han despertado gran interés por parte de varios filósofos europeos, especialmente alemanes e italianos, comenzando por Franco Volpi.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 dic 2020
ISBN9789587905717
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    Lo jurídico como categoría del espíritu. - Luigi Garofalo

    Garofalo, Luigi

    Lo jurídico como categoría del espíritu : ensayo sobre el pensamiento de Nicolás Gómez Dávila / Luigi Garofalo ; traductor Francisco Cuena Boy. -- Bogotá : Universidad Externado de Colombia. 2020.

    244 páginas ; 16,5 cm. (Teoría Jurídica y Filosofía del Derecho ; 99)

    Nota bibliográfica

    ISBN: 9789587904925

    1. Gómez Dávila, Nicolás, 1913-1994 -- Crítica e interpretación 2. Gómez Dávila, Nicolás, 1913-1994 -- Pensamiento filosófico 3. Estado 4. Derecho natural I. Cuena Boy, Francisco, 1959- , traductor II. Universidad Externado de Colombia III. Título IV. Serie

    340.092                    SCDD 15

    Catalogación en la fuente -- Universidad Externado de Colombia. Biblioteca. EAP.

    diciembre de 2020

    Edición original: Luigi Garofalo, Il giuridico come categoria dello spirito. Saggio sul pensiero di Nicolás Gómez Dávila, en Nicolás Gómez Dávila, De iure, Luigi Garofalo (ed.), Milán, La nave di Teseo, Krisis. Serie dirigida por Massimo Cacciari y Natalino Irti, 1, 2019, pp. 9-234

    ISBN 978-958-790-492-5

    ©    2020, LUIGI GAROFALO

    ©    2020, FRANCISCO CUENA BOY (TRAD.)

    ©    2020, UNIVERSIDAD EXTERNADO DE COLOMBIA

           Calle 12 n.º 1-17 este, Bogotá

           Tel. (57-1) 342 0288

    publicaciones@uexternado.edu.co

    www.uexternado.edu.co

    Primera edición: diciembre de 2020

    Imagen de cubierta: Mesa con los libros, por Vincent van Gogh (1853-1890)

    óleo, 73.5 x 53 cm., 1887

    Diseño de cubierta: Amanda Botero Neme

    Corrección de estilo: Santiago Perea Latorre

    Composición: Precolombi EU, David Reyes

    Impresión y encuadernación:

    Tiraje de 1 a 1.000 ejemplares

    Prohibida la reproducción o cita impresa o electrónica total o parcial de esta obra, sin autorización expresa y por escrito del Departamento de Publicaciones de la Universidad Externado de Colombia. Las opiniones expresadas en esta obra son responsabilidad del autor.

    Diseño epub:

    Hipertexto – Netizen Digital Solutions

    CONTENIDO

    I. F RANCO V OLPI Y EL N IETZSCHE COLOMBIANO

    II. L OS E SCOLIOS Y UN ANTECEDENTE

    III. L AS LECTURAS DE UN ESCRITOR POR NECESIDAD Y POR PLACER

    IV. U NA VIDA DISCRETA

    V. L OS OTROS ESCRITOS DE N ICOLÁS G ÓMEZ D ÁVILA

    VI. E L D E IURE

    VII. L OS MOVEDIZOS CONFINES DEL DERECHO

    VIII. L A DIFÍCIL DEFINICIÓN DE LA JUSTICIA

    IX. L A INCIERTA NATURALEZA DEL E STADO

    X. L A CATEGORÍA DE LO JURÍDICO

    XI. E L DERECHO COMO REGLA DE CONDUCTA ACORDADA

    XII. L A JUSTICIA COMO OBSERVANCIA DE LA REGLA DE DERECHO

    XIII. E L E STADO COMO TRIBUNAL Y JUEZ

    XIV. E L DERECHO Y LA LENGUA EN EL ESPACIO Y EN EL TIEMPO

    XV. L O JURÍDICO Y SUS ARTICULACIONES EN LOS E SCOLIOS

    XVI. L AS ARTICULACIONES DE LO JURÍDICO EN N OTAS Y EN T EXTOS

    XVII. R EFLEXIONES EN TORNO A LA PROPIEDAD

    XVIII. L A TRADICIÓN

    XIX. L A HISTORIA

    XX. L OS JURISTAS

    XXI. C OLOFÓN

    NOTAS AL PIE

    I. FRANCO VOLPI Y EL NIETZSCHE COLOMBIANO

    Si Nicolás Gómez Dávila no es ya el ilustre desconocido del que hablaba todavía en 1991 el peruano José Miguel Oviedo al final de su Breve historia del ensayo hispanoamericano –una de las pocas obras que señalaban a este insólito intelectual mientras aún vivía¹–, gran parte del mérito es de Franco Volpi.

    Hacia fines del siglo pasado, percatándose de la producción de aquel que, por las frases cortantes que constelan tantísimas de sus páginas, le evocaba la imagen de un Nietzsche colombiano², el inolvidable filósofo del Ateneo de Padua, prematuramente desaparecido en abril de 2009, se había afanado no poco en difundir el conocimiento de su obra principal: cinco volúmenes que llevan en los títulos la palabra Escolios, editados casi a escondidas en Bogotá en el arco de poco más de quince años. Además de ocuparse de ellos con intervenciones en prestigiosos diarios europeos³ y con contribuciones destinadas a la literatura especializada⁴, Volpi había promovido, en efecto, tanto su reedición por el editor Villegas de Bogotá, que vio la luz en 2005⁵, once años después de la muerte del autor, como la traducción al italiano para la editorial milanesa Adelphi, realizada, si bien solo en parte, entre 2001 y 2007⁶.

    Y así los Escolios a un texto implícito de Gómez Dávila, que se remontan a 1977 y se subdividen en dos tomos, al igual que sus Nuevos escolios a un texto implícito, que, distribuidos también en dos libros, datan inicialmente de 1986, y que los más recientes Sucesivos escolios a un texto implícito, publicados ya en 1992, han llegado a ser familiares para un público, si no extenso, sin duda ya no exiguo. Un público que ha crecido con el tiempo y que con seguridad seguirá ampliándose en virtud de las traducciones a lenguas distintas de la nuestra italiana⁷ –a la que recientemente han sido nuevamente vertidos los dos tomos de 1977⁸– y de las compilaciones antológicas (no solo del original español) de que han sido objeto⁹; y gracias también a la ulterior reedición de todos los Escolios debida al empeño de Jacobo Siruela, de Ediciones Atalanta de Girona, el cual los ha reunido en 2009 en un único volumen bajo el título de Escolios a un texto implícito, anteponiendo un denso ensayo de Volpi, El solitario de Dios, que, aparecido primeramente en Bogotá en 2005¹⁰, introduce magistralmente en la vida y los escritos de Gómez Dávila.

    Por qué caminos se haya encontrado con él, descubriendo así esa que definirá como la gema más luminosa y escandalosamente descuidada por el continente latinoamericano¹¹, Volpi, por otro lado, no lo declara. Pero se puede suponer que descubriera al talento de ultramar frecuentando, como era su costumbre, el mundo de lengua alemana. Ahí es, en efecto, donde habían comenzado a circular, antes que en cualquier otro ámbito y casi en sordina, traducciones –patrocinadas por la editorial conservadora vienesa Karolinger– de extractos y luego de tomos enteros de los Escolios, como anota el mismo Volpi¹². Y es allí donde hombres de cultura como Dietrich von Hildebrand, Botho Strauß, Martin Mosebach, Ernst Jünger y otros más mencionados por Giovanni Cantoni¹³, exhibiendo un dominio pleno y directo de la obra más importante de Gómez Dávila, habían evidenciado de forma pionera su altura, también por medio de artículos publicados en periódicos de gran difusión¹⁴.

    Enrico Berti, maestro de Volpi, no excluye, no obstante, que este haya tenido conocimiento de los Escolios con ocasión de uno de sus viajes a América Latina, quedando rápidamente seducido por ellos. El discípulo, añade Berti¹⁵, mostraba una intensa admiración hacia su autor, semejante a la manifestada por otros filósofos de derecha¹⁶, como Jünger, Schmitt, el mismo Heidegger, aun siendo él seguramente hombre de izquierda. Elocuente, a este respecto, es lo que escribe Volpi al final del texto que hubiera debido servirle de guía para una comunicación prevista para octubre de 2007 en Santiago de Chile, en el ámbito de un congreso de fenomenología y hermenéutica, más tarde sacrificado en beneficio de otro¹⁷ y enviado finalmente a una revista mexicana de filosofía. No pensamos en la metafísica, así es como se expresa, ni de manera continental ni de manera analítica: la pensamos de otra manera. Pensamos que la metafísica, como todos los verdaderos problemas filosóficos, no tiene solución, sino sólo historia. Se trata de reconocerla salvaguardando el sentido de la problematización radical del que surge y en el que revierte la filosofía en tanto que es ‘un interrogarlo todo, que es todo un interrogar’¹⁸. Ahora bien, si en estas últimas palabras, como subraya Berti¹⁹, se reconoce la enseñanza de Marino Gentile, el maestro del propio Berti al que Volpi había tenido la posibilidad de frecuentar durante algunos años, en la referencia anterior a todos los verdaderos problemas filosóficos, que no tienen solución, sino solo historia, se advierte al Gómez Dávila de los Escolios, como confirmarán las páginas siguientes.

    II. LOS ESCOLIOS Y UN ANTECEDENTE

    Lo que encuentra el lector en los Escolios, la gran obra continua, según la definición de Cantoni²⁰, a la que dio vida Gómez Dávila, es un número impresionante –se han recontado más de diez mil²¹– de anotaciones sintéticas y sentenciosas²², dispuestas en secuencia libre, sobre argumentos diversos, entre los cuales, principalmente, los que recuerda el propio Cantoni²³, a saber, la filosofía, la religión, la historia, la política, el arte, la literatura, la costumbre corriente y también, se debe añadir, la ética y el derecho²⁴. Muchas de ellas, como observa Volpi²⁵, se refieren en particular a "Dios y el mundo, el tiempo y la eternidad, el hombre y su destino, la Iglesia y el Estado, pensamiento y poesía, razón y fe, eros y thanatos. De cualquier modo, todas son de fulgurante profundidad y precisamente por ello invitan y casi obligan a la reflexión –comenzando por aquella, repentina, instintivamente tendente al juicio sumario de aprobación o de disenso–, dando al mismo tiempo, gracias a su forma refinadísima, una insólita satisfacción estética. De manera que no sorprende en absoluto lo que confiesa el mismo Volpi²⁶ justo después de haber recordado la aspiración de Gómez Dávila a ser reconocido como una voz inconfundible y pura: de vez en cuando, en noches insomnes, hemos abierto sus páginas. Hemos escuchado su voz inconfundible y pura. Seguido su solitaria meditación. Desde entonces sus Escolios se han convertido en nuestro livre de chevet".

    Recorriéndolos simplemente, se tiene la sensación de que encierran una especie de inmenso aparato de comentario crítico, entretejido de proposiciones rápidas que se siguen apremiantes e incesantes sin respetar ningún orden preestablecido²⁷, al entero corpus cultural de Occidente, de Homero a los contemporáneos²⁸.

    En esto precisamente, según una hipótesis que suscita un amplio consenso entre los intérpretes²⁹, podría descubrirse entonces el misterioso texto implícito recurrente en los títulos, genéricos y desnudos³⁰, queridos por Gómez Dávila para las tres compilaciones de glosas. A no ser que lo identifiquemos, adhiriéndonos a una propuesta de Volpi³¹, en el texto acabado que se prefigura sobre la base de las anotaciones del autor, concebidas por consiguiente como anuncios de una totalidad invisible, pero esbozada de todos modos por medio de ellos³². Como sugeriría, en efecto, la cita de Shakespeare puesta como exergo del primer volumen de los Escolios: una mano, un pie, una pierna, una cabeza dejan el conjunto a la imaginación³³.

    Pese a ser considerado comúnmente como un maestro del aforismo³⁴, Gómez Dávila excluye expresamente que sus breves frases pertenezcan a ese género; y precisa a la vez que son "toques cromáticos de una composición pointilliste"³⁵, tanto más adecuada a quien, como él –y pronto volveremos sobre el tema–, se incluye entre los reaccionarios de la actualidad, si es cierto que estos, según se desprende de los Escolios, son los impresionistas del siglo XX³⁶. Deducir de esto una suerte de idiosincrasia o, peor, un sentimiento de pronunciada aversión del colombiano hacia el aforismo sería sin embargo excesivo: más bien se extrae la confirmación de que por debajo de su escritura concisa y discontinua hay un pensamiento que mira al todo³⁷, rara vez presente –conviene subrayarlo– en quien privilegia la forma literaria lapidaria y contundente. Por lo demás, toda duda al respecto es descartada por la benevolencia con que Gómez Dávila contempla el aforismo en líneas dispersas dentro de los Escolios: como aquellas en las que sostiene que la ventaja del aforismo sobre el sistema es la facilidad con que se demuestra su insuficiencia³⁸; o aquellas otras donde afirma que acusar el aforismo de no expresar sino parte de la verdad equivale a suponer que el discurso prolijo puede expresarla toda³⁹.

    A expresarse del modo apuntado le induce una idea firme, reverbero de su predilección por un modelo de vida colocado bajo la enseña de la humildad, la reserva y la modestia⁴⁰: que a la literatura, para la cual es letal que todos escriban y no que no escriba ninguno⁴¹, es necesario acercarse con reverencia, ejercitando al máximo en ella un papel sobrio como es el del escoliasta⁴², ajustado a las capacidades personales y a la provisionalidad de los resultados alcanzados en la soledad de la ponderación de cada cual⁴³.

    Sintomático al respecto es cuanto escribe Gómez Dávila en Notas, un trabajo aparecido en Ciudad de México en 1954⁴⁴ –por voluntad de su hermano Ignacio, también hombre culto, en una edición no venal destinada a los amigos⁴⁵– y publicado de nuevo en Bogotá en 2003⁴⁶, traducido no hace mucho al italiano⁴⁷, donde se recogen observaciones, máximas y valoraciones más tarde reelaboradas y transfundidas por último en los Escolios, y que para nosotros es de gran interés puesto que, como observa Volpi⁴⁸, nos permite entrar al laboratorio del escritor, recoger sus movimientos creativos desde su nacimiento, entender el espíritu, intuir la genialidad y degustar el estilo, inconfundiblemente construido ya sobre fulminantes cortocircuitos lingüísticos y mentales. Pues bien, Gómez Dávila confía a aquel volumen estas reveladoras consideraciones: la exposición didáctica, el tratado, el libro, sólo convienen a quien ha llegado a conclusiones que le satisfacen. Un pensamiento vacilante, henchido de contradicciones, que viaja sin comodidad en el vagón de una dialéctica desorientada, tolera apenas la nota, para que le sirva de punto de apoyo transitorio. Mis frases, forjadas con austeridad y simplicidad, las proclamo de nula importancia, y, por eso, son notas, glosas, escolios; es decir, la expresión verbal más discreta y más vecina al silencio. Por otro lado, prescindiendo de todo lo que se encuentra inmanente en la observación de que la totalidad del universo existe tanto en el universo entero como en cada uno de sus fragmentos⁴⁹, el diario, la nota, el apunte, que traicionan a todo gran espíritu que de ellos usa, pues, al exigirle poco, no le dejan manifestar ni sus dotes, ni sus raras virtudes, ayudan al contrario, como astutos cómplices, al mediocre que los emplea. Le ayudan, porque sugieren una prolongación ideal, una obra ficticia que no los acompaña⁵⁰. He ahí, según Volpi⁵¹, una indicación preciosa para convencernos de que el texto implícito es el límite al que remiten y en el cual se prolongan las proposiciones de Gómez Dávila. De todos modos, confiesa todavía el sudamericano, no es una obra lo que quisiera dejar. Las únicas que me interesan se hallan a una distancia infinita de mis manos. Pero un pequeño volumen que, de cuando en cuando, alguien abra. Una tenue sombra que seduzca a unos pocos⁵².

    Y sin embargo, el deseo de dejar precisamente una obra, en el sentido –ciertamente reductivo– de algo compactamente orgánico, sí le había tentado. La ambición de sistematizar mis ideas me seduce intermitentemente, testimonia un pasaje de Notas, que explica después el reparo del autor: pero la evidente arbitrariedad de toda voluntad sistemática me impide sucumbir a una tentación en que no hallo sino la violación de la frágil verdad que he percibido⁵³. Por otra parte, leemos más adelante, las ideas nacidas bajo la urgencia de la meditación o de la escritura no presentan ningún orden necesario o, para decirlo mejor, presentan un desorden necesario, que cambia de individuo a individuo, según la peculiar estructura sistemática de la personalidad⁵⁴.

    Por otro lado, también en los Escolios salen a flote, aquí y allá, las motivaciones a favor de la técnica compositiva escogida por el autor, casi superado por la maldita ambición, como la llama Volpi⁵⁵, de embutir siempre un libro entero en una página, una página entera en una frase y esta frase en una palabra. En ellos se dice, por ejemplo, que el texto breve es particularmente apreciable porque no es un pronunciamiento presuntuoso, sino un gesto que se disipa apenas esbozado⁵⁶; porque, sin el aparato usual de referencias y de citas, anhela que sus solos ademanes lo acrediten⁵⁷; porque no pretende influir y por tanto es indicio de respeto al lector⁵⁸; porque obliga a quien lo escribe a concluir antes de hastiar⁵⁹, evitándole el peligro de ser catalogado entre los escritores torrenciales o, mejor, incontinentes⁶⁰; porque entre pocas palabras es tan difícil esconderse como entre pocos árboles⁶¹; porque el impacto de un texto es proporcional a la astucia de sus reticencias⁶² y, en consecuencia, es negativo aquel texto que no es mínimamente alusivo, llevando al descubierto no una inteligencia libre, sino una sensibilidad burda⁶³.

    Ideal para una obra que no quiere ser lineal, sino concéntrica⁶⁴ –y concéntrica, precisa Volpi⁶⁵, respecto al tema de fondo de la reacción⁶⁶, enfocado de forma progresiva por Gómez Dávila⁶⁷–, el fragmento, se lee aún en los Escolios, incluye más que el sistema⁶⁸, pese a basarse o precisamente por basarse en la enunciación seca y directa de la idea⁶⁹, la cual se levanta sostenida por un armazón demostrativo oculto o visible solo en mínima parte⁷⁰, en el que puede e incluso debe tener espacio la contradicción⁷¹ (la cual, en efecto, si es lúcidamente asumida, conduce a un pensamiento vigoroso⁷²); el fragmento, además, es el medio de expresión del que aprendió que el hombre vive entre fragmentos⁷³ y una de las armas de las que dispone quien, a modo de guerrillero, quiere combatir contra el dogmatismo impertérrito del hombre contemporáneo, invencible si se siguen las tácticas de la polémica tradicional y se le oponen, por tanto, argumentaciones sistemáticas o soluciones alternativas que responden a un método⁷⁴; además, el fragmento es el vehículo del pensamiento honesto, mientras que el discurso continuo tiende a ocultar las rupturas del ser⁷⁵: de modo que en filosofía lo que no sea fragmento es estafa⁷⁶. Ello sin necesidad de decir que la historia del pensamiento no es evolución, ni proceso dialéctico, sino aparición contingente de los fragmentos de una estructura donde cada verdad halla su sitio⁷⁷. Añádase que, siempre según los Escolios, mientras el escrito continuo cae fácilmente víctima de la prolijidad, que no es un exceso de palabras, sino escasez de ideas⁷⁸ o de conocimiento⁷⁹, el escrito fragmentario incluso conquista su poesía al obligarnos a completar sus curvas mutiladas⁸⁰.

    Pero el fragmento se hace poesía, en Gómez Dávila, también porque él cuida meticulosamente el aspecto estilístico, de modo que la frase en general tenga la dureza de la piedra y el temblor de la rama⁸¹ y el enunciado filosófico en particular no se degrade de texto en simple documento⁸²; cincela sabiamente los descarnados elementos léxicos de sus afilados periodos inspirándose en el registro de la pura belleza⁸³, persuadido como está de que el autor que no ha torturado sus frases tortura al lector⁸⁴. Afirmación en la que está implícito el elogio del escritor que procede lentamente, con paciencia: precisamente a él, en efecto, llegarán las palabras un día como bandadas de palomas, afirma Gómez Dávila⁸⁵. Como si se dijera, comenta al respecto Volpi⁸⁶, que el refinado resultado de la creatividad llegará antes o después a quien sabe cultivar sin prisa la justa disciplina de la lengua.

    Y esto precisamente podrá ser saboreado por el lector, al menos por el lector dotado y bien formado. Para el sudamericano es claro, en efecto, que quien ignora lo mucho a que se alude en los Escolios encontrará banal todo cuanto en ellos se encuentra sedimentado⁸⁷; y asimismo que, siendo las frases como piedrecillas que el escritor arroja en el alma del lector, el diámetro de las olas concéntricas que forman depende de las dimensiones del estanque⁸⁸. De donde la constatación de que el volumen de aplausos no mide el valor de una idea, ya que la doctrina imperante puede ser una estupidez pomposa⁸⁹. Pero también la amarga conclusión de que "tener

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