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Leer a contraluz: Estudios sobre narrativa de Blest Gana a Bolaño
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Libro electrónico425 páginas6 horas

Leer a contraluz: Estudios sobre narrativa de Blest Gana a Bolaño

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Cuando Jaime Concha estudia la narrativa chilena compone acordes complejos en los que resuenan simultáneamente varios estratos culturales. Su escritura tersa, ajustada y erudita es por cierto uno de los más lúcidos trabajos de interpretación literaria que se han escrito en Chile, pero también debiéramos leerla en su hondura, porque ella misma es un producto sobredeterminado cuyas capas de sentido vamos penetrando solo paulatinamente. Su trabajo resume y contiene una posición meditada sobre la historia latinoamericana y sobre la literatura y las ideas de occidente, e introduce la presencia opinante, políticamente localizada del sujeto histórico. Es difícil que una literatura no siga, para bien y para mal, el destino del universo que la produce. El siglo y medio de ficciones que estudia Leer a contraluz es una selección de triunfos frágiles, es decir, una antología de las pocas batallas que la letra ha ganado en una guerra en la que, a la larga, siempre termina imponiéndose la historia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 nov 2019
ISBN9789568421526
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    Leer a contraluz - Jaime Concha

    libro.

    I

    ALBERTO BLEST GANA

    MARTÍN RIVAS

    o la formación del burgués

    1

    La gran literatura latinoamericana del siglo XIX es de índole marcadamente burguesa. Desde las guerras de Independencia de 1810-1825 hasta la lucha de Cuba por su liberación, a fines del siglo, en que ya asoma una nueva coyuntura imperialista, un desarrollo general se diseña en los pueblos del continente que resulta determinante para todas sus manifestaciones culturales. Con rasgos nacionales específcos, por supuesto; con orientaciones y tonos diferentes; con modalidades genéricas que van desde el ensayo hasta la poesía civil, desde el panfeto político hasta la lírica intimista; con la singularidad de sus temperamentos, los principales autores de esa centuria se hallan vinculados a las transformaciones que, con mayor o menor solidez, se producen en los distintos países de América Latina. Aun los escritores que alcanzan a entrever las luchas del futuro, las del presente siglo, como es el caso de Martí, siguen ligados esencialmente en lo estético, en lo cultural e incluso en lo político a formas del pensamiento burgués¹. Este pone la base y el marco general a la cultura de la época. Por lo tanto, habría que utilizar de manera sostenida, como criterio de periodización histórico-sistemático, esta correspondencia de la literatura hispanoamericana del siglo pasado con la instalación de las condiciones económicas del capitalismo, con la lucha entre liberales y conservadores (aparente en muchos casos, pero nunca exenta por completo de repercusión para el afanzamiento político de la burguesía) y con el despliegue de una ideología también liberal, que se hará dominante en el nivel de la cultura y en las regiones del arte y de la producción literaria.

    En el cuadro de los representantes intelectuales de la burguesía, Alberto Blest Gana ocupa un puesto signifcativo. Junto a Domingo F. Sarmiento y a los demás liberales argentinos (Echeverría, Alberdi, etc.); junto al peruano Ricardo Palma; a Juan Montalvo, en el Ecuador; a Jorge Isaacs, en Colombia; a José María de Hostos, en Puerto Rico; y a José Martí, en Cuba, integra una galería decisiva en el panorama cultural del siglo anterior. Naturalmente, entre las limitaciones ideológicas e incluso incoherencia de fondo de un Montalvo², por ejemplo, y el carácter avanzado, francamente revolucionario de Martí por otro lado, Blest Gana parece situarse en un punto intermedio, en un lugar equidistante de ambos extremos. Y en esa situación parecen radicar tanto el mérito como la faqueza del escritor, su seguro equilibrio de narrador por una parte y su tibieza, a veces decidida chatura de su personalidad intelectual. Entre la serenidad y la indiferencia como actitud de un novelista hay una frontera indiscernible, ante la cual los únicos guías parecen ser un tacto y un gusto adecuados a cada obra en particular³.

    Esta ubicación de Blest Gana dentro de la gama de su tiempo, se muestra mejor si se la compara, a modo de contraste, con la posición de Palma o de Isaacs. Las Tradiciones peruanas (1872-1883) del primero miran hacia atrás, pues van dirigidas a burlarse y a ironizar un orden colonial todavía imperante en el Perú en la segunda mitad del siglo XIX. Críticas y todo, y a pesar de que representan un primer momento en la expresión literaria del liberalismo peruano, son y siguen siendo ‘tradiciones’⁴. En cambio, el proyecto novelesco de Blest Gana, su concepción hacia 1860 de un ambicioso ciclo histórico, se vuelca a captar las condiciones presentes de la vida chilena, desde la gesta de la Independencia hasta la decadencia de las grandes familias en el París de la Belle Époque; desde las ilusiones heroicas y populares de Durante la Reconquista hasta la agonía, reales postrimerías, del credo liberal en Los trasplantados.

    Y es que, en el fondo, la estatura artística, el alcance y la estela de estas obras están en correlación con el desarrollo nacional de los países respectivos. El carácter regional y provinciano del liberalismo de Isaacs, por lo menos de 1865 adelante, no solo se expresa en el idilio que es María (1867), sino en la lucha dirigida contra el esclavismo todavía subsistente en los valles colombianos. El hecho mismo de que la vida de Isaacs termine miserablemente, hacia el fin del siglo, buscando riquezas petrolíferas en la costa atlántica, revela su condición de tardío pionero en un país signado por un considerable atraso de desenvolvimiento capitalista. A tal país, tal liberal, podría decirse, no enfatizando inexistentes condiciones de un ser nacional, sino efectivos y determinados grados en su desarrollo histórico.

    En su patria misma, Blest Gana convive con otros representantes destacados del movimiento liberal. Desde luego, el principal sigue siendo José Victorino Lastarria, que ya en 1842 encabeza un proceso de renovación intelectual cuyo efecto necesario será la agitación política de los próximos decenios. Por su obra como pensador y por su acción como tribuno (sobre todo la que realiza hasta 1851), Lastarria debe ser considerado como uno de los fundadores del pensamiento democrático chileno. Pero lo mismo que ocurrirá con los mejores liberales europeos y americanos, también él, en la etapa final de su vida, su etapa parlamentaria y diplomática, dará paso a una creciente involución, a un retroceso ideológico que lo lleva a armonizar grotescamente el pensamiento comtiano con las condiciones de la sociedad chilena. El que comenzó siendo un epígono dinámico de la Ilustración y que pudo ser uno de los demócratas más combativos hacia la mitad del siglo (véase, si no, su Diario Político de esos años), termina convertido en un ecléctico componedor del positivismo. Sus Recuerdos literarios (1878) muestran bien este proceso de acomodamiento, de acumulada obsecuencia. En ellos no tienen cabida las revoluciones liberales de 1851 y de 1859: es que Lastarria quiere olvidar a toda costa su juventud jacobina.

    Los equivalentes del romanticismo de Echeverría son, en Chile, Francisco Bilbao y Santiago Arcos. Ambos participan activamente en el levantamiento liberal de 1851; ambos dan cabida igualmente en sus escritos y proclamas a elementos de una nueva ideología: al socialcristianismo de Lamennais, el primero; a aspectos del socialismo utópico, el segundo (y aún hay quienes piensan que, por el análisis clasista contenido en su Carta desde la cárcel, en 1852, Arcos debía conocer el Manifesto Comunista, de Marx-Engels)⁵. En todo caso, los dos ideólogos han sido reivindicados por la clase obrera de Chile como precursores de sus luchas sociales.

    Otra fgura interesantísima y muy poderosa es Vicente Pérez Rosales, exponente ante todo de un liberalismo plebeyo. Es como si, a falta de un real jacobinismo en la arena política del siglo XIX, se hubiera dado en Chile a través del arte memorialístico de los Recuerdos del pasado (1886) una rica visión de las energías progresistas del país, visión desde abajo, substanciosa y potente, ligada a las muchedumbres y a la población trabajadora y aventurera dentro y fuera del territorio nacional. Desde la muerte de los Carrera, que cierra una de las orientaciones más consecuentes en la revolución de la Independencia, pasando por la experiencia de las insurrecciones europeas y del fenómeno masivo de la búsqueda del oro en California, hasta la epopeya cosmopolita de la colonización del sur de Chile, los Recuerdos del pasado despliegan una vasta gama de empuje, de tensión y de actividad colectiva. Sin el amplio y múltiple diseño de la producción narrativa de Blest Gana, esta obra la supera, sin embargo, en fuerza y vitalidad, cualidades a las que era fundamentalmente ajeno el arte de equilibrio del autor de Martín Rivas.

    Una de las facetas más valiosas entre las manifestaciones culturales de nuestro liberalismo decimonónico es, sin duda, su producción historiográfca. Historiadores como Diego Barros Arana, los hermanos Amunátegui y, más tarde José Toribio Medina, constituyen un conjunto solo equiparable a la serie de historiadores argentinos (Vicente Fidel López, Bartolomé Mitre…) o, en menor grado, a los historiadores mexicanos de la época del Porfriato. Entre todos ellos descuella, sin disputa, Benjamín Vicuña Mackenna, no solamente por su ímpetu jacobino nunca desmentido, por su sincero y activo civismo, sino también por su veracidad historiográfca, capaz de hacer justicia a los enemigos tradicionales del liberalismo. Puede decirse que, a su modo y de acuerdo a las particularidades que el arte de escribir la historia implica, su biografía de Don Diego Portales (1863) es otra expresión más y un magnífco ejemplo de eso que Engels llamó una vez el triunfo del realismo⁶. La obcecación de Lastarria en no admitir la fdelidad del retrato pintado por Vicuña revela en este punto las debilidades del maestro y la grandeza del discípulo.

    II

    El medio familiar parece dar cuenta de algunas preferencias políticas y literarias del futuro escritor. Alberto Blest Gana nace el 16 de junio de 1830, en el hogar formado por don Guillermo Cunninghan Blest y por doña María de la Luz Gana. Los padres habían contraído matrimonio unos pocos años atrás, en 1827. Él, nacido en Irlanda, había llegado a Chile a comienzos de la década de 1820, cuando la reciente Independencia del país y el gobierno de O’Higgins abrían buenas expectativas a los inmigrantes sajones. Médico de profesión, había hecho sus estudios en las Universidades de Dublín y de Edimburgo. Muy pronto, apoyado primero por el Ministro Portales y, luego, por don Andrés Bello, contribuirá a desarrollar en Chile el estudio y la enseñanza de la Medicina. Por tales conexiones, pudiera pensarse que el liberalismo de don Guillermo no era tan pronunciado y que poseía más bien un cuño inglés, al estilo de la Gloriosa Revolución de 1688. Sin embargo, otros hechos y, sobre todo, su participación en el acto de repudio organizado por algunos universitarios con ocasión de la prohibición del libro de Bilbao, Sociabilidad chilena, en 1844, tienden a mostrar que su moderación no era tan constante. Sea lo que fuere en cuanto a los sentimientos políticos suyos, es claro, sí, que en su hijo debieron tener fuerte infujo tanto su formación inglesa como su actividad médica. Las obras de Walter Scott y de Charles Dickens, por ejemplo, figuraron sin duda entre las primeras lecturas del niño Blest Gana; y aunque la crítica se haya orientado a señalar más bien las infuencias provenientes del lado francés (Balzac, Stendhal, Sue y hasta Hugo)⁷, parece evidente que, en sus primeras novelas, hay detalles técnicos y compositivos, por no decir morales, que se deben a su temprano contacto, a la delicia de Dickens. En segundo término, es muy posible que el ejercicio médico del padre haya desarrollado en el niño una actitud analítica que, si bien no se conciliaba mucho con la fase histórico-literaria que vivía Chile (aunque el hijo del médico de Rouen ya ha publicado Madame Bovary, esto nada tenía que ver con un arte de novelar que en 1860 solo comenzaba a fundarse), contribuyó seguramente a formar dotes de observación para un sereno enjuiciamiento de las cosas.

    Por el lado materno, Blest Gana procede de una familia de origen vasco, llegada a Chile a mediados del siglo XVIII. Se trata de una familia vinculada a la propiedad de la tierra y a la carrera de las armas. En efecto, algunos parientes maternos suyos participaron como ofciales en las luchas de la Independencia. Y será finalmente este aspecto de la tradición familiar el que va a predominar en la temprana formación del muchacho que, luego de entrar en el Instituto Nacional en 1841, ingresará en 1843 a la Escuela Militar.

    Los hermanos del novelista confrman igualmente el abanico de preferencias existentes en la familia Blest Gana. Amén de uno que otro hijo natural, cosa corriente en esa época en Chile y dondequiera, los tres varones se dedican a tareas intelectuales o decididamente literarias. Alberto, ya se sabe; pero también su hermano mayor, Guillermo, y Joaquín, el menor. Poeta y dramaturgo histórico el primero, poeta civil e intimista a la vez, ha dejado tres volúmenes de escritos que, en gran medida, no han perdido vigencia nacional⁸. Es, casi con certeza, el más importante poeta romántico del siglo XIX chileno, lo cual, a decir verdad, no es mucho ponderar, dado el carácter debilísimo de nuestro romanticismo. En todo caso, a fines de siglo, cuando Darío visita por primera vez Valparaíso, no deja de hacer una elogiosa alusión a Guillermo Blest, que no es al parecer una pura y convencional cortesía de recién llegado⁹. Junto a su obra literaria, hay que tener en cuenta su actividad política, que lo llevó a participar en una conjuración contra el gobierno de Montt en 1858 y a servir abnegada y felmente más tarde al Presidente Balmaceda. Lo primero estuvo a punto de costarle la vida, pues la condena solo se suspendió debido a las relaciones del padre con los círculos gobernantes. Debe, sí, salir desterrado al Perú, de donde podrá volver en 1862, gracias a la amnistía decretada por el próximo Presidente.

    Joaquín, por el contrario, es una fgura menos simpática. Según todos los testimonios, parece haber sido acomodaticio y trepador. Periodista y político, siempre supo halagar a los gobernantes de turno, lo que le permitió medrar a la sombra de los ministerios y del Parlamento.

    Vemos, entonces, que en la familia misma de Blest Gana se expresan las condiciones del ‘contrato político’ de los clanes gobernantes. La burguesía profesional del padre enlaza con la propiedad oligárquica de la madre; y el liberalismo moderado, ocasionalmente exaltado del padre, se extrema en el caso de Guillermo, pero se hace romo y chato en la conducta de Joaquín. Como siempre, Alberto Blest Gana se ubica aquí de nuevo en un punto intermedio, ecuánimemente, lo que le permitirá juntar en Martín Rivas y en otras novelas ambas formas de conducta política, mostrar su contradicción, refutando la moderación con la exaltación y viceversa… Logra así sensibilizar en sus relatos lo que ocurría en la realidad social de su tiempo y en su propia familia: que, en lo que a los liberales toca, los dos extremos se frotan entre sí, se embotan mutuamente. ¿Punto de vista superior, objetividad de novelista? Más bien, creemos, arte del equilibrio, de la mesura y de las medidas prudentes. ¡Táctica de diplomático más que tacto de narrador!

    El propio novelista, pese a la grisalla diplomática en que se desenvuelve la mayor parte de su vida, tampoco estuvo ausente de importantes acontecimientos políticos que se producen en la sociedad chilena y en el mundo entero. Fue testigo directo, en efecto, de los dos episodios principales de la lucha de clases entablada en Europa: la insurrección de junio de 1848 y la Comuna de París, en mayo de 1871. Cuando estalla la primera gran revolución del proletariado francés, el joven Blest Gana, que apenas cuenta con dieciocho años, se encuentra en Versalles, becado por el gobierno de Chile para estudiar ingeniería militar. Cuando arrecia la lucha de los comuneros de París, el autor se halla en la misma capital francesa desempeñando tareas diplomáticas que tienen que ver sobre todo con la reciente guerra franco-prusiana. Esto en lo internacional. Dentro del país pudo conocer, a su regreso de Francia, los últimos estertores del alzamiento liberal de 1851. Es evidente, entonces, que la presencia del autor en acontecimientos de máxima importancia histórica en el siglo XIX no pudo ser indiferente a su obra novelística, tan nutrida, por lo mismo, de historia y de ideales libertarios. Por lo tanto, se hace difícil aceptar un juicio como el siguiente: No lo seducía la política. Los problemas sociales lo dejaban frío. Pasaron sin dejarle huella sensible los hervores de 1848…¹⁰.

    Hay una prueba inmediata del interés con que el joven novelista contempla los hechos que provocaron la caída de la Monarquía de Julio (1830-1848). Se trata de su breve relato Los desposados, publicado poco después de su vuelta a Chile, en las páginas de la Revista de Santiago¹¹. Aunque su base es un melodrama amoroso, la novela nos ofrece un cuadro relativamente vívido de los sucesos parisienses:

    El 23 de junio de 1848, París era el teatro de uno de los más encarnizados combates que hayan tenido lugar en su agitado recinto: el ruido del cañón y de la fusilería resonaba por todas partes, las calles todas se hallaban ocupadas militarmente y el terror se veía pintado en los semblantes de los raros curiosos que se atrevían a pasar el umbral de sus habitaciones. Una guerra atroz y sin cuartel, la guerra de los partidos sin freno, se había trabado en aquellos días nefastos para la gran capital. Hablábase de legitimistas y bonapartistas coaligados para derrocar el poder de la Asamblea Nacional: estos partidos, decían, explotando el licenciamiento de los obreros, habían agitado los ánimos hasta hacer estallar el terrible motín denominado después los días de junio; días de sangre y desolación, durante los cuales más de diez mil ciudadanos, entre muertos y heridos, fueron las víctimas de aquel sacrifcio estéril, aunque tenaz y valeroso¹².

    Las fguras principales del melodrama no carecen de representatividad. Alphonse Dunoye, obstáculo insuperable para la felicidad de los dos jóvenes, está caracterizado en términos socialmente definidos: "Este comerciante, miembro de la gran familia de la bourgeoisie francesa, gracias a la felicidad mercantil y al puesto de diputado de la Asamblea Nacional, se había revestido de un sello de importancia y dureza que le procuraba cierta infuencia en el ministerio y un imperio absoluto en todos los actos de la vida doméstica"¹³.

    Más adelante, insistiendo en esta impresión, califca al mismo personaje como ‘tirano doméstico’, en claro contraste con las acciones y la condición de Luis d’Orville, el enamorado de su hija, quien aparece descrito como ‘pobre estudiante, sin fortuna ni apoyo’. La máxima incorporación social que alcanza el joven héroe es llegar a ser empleado en el Ministerio de Trabajos Públicos, de donde es expulsado por infuencia del asambleísta. Se ve entonces con claridad que en Los desposados encontramos como par opuesto (Dunoyed’Orville) lo que en Martín Rivas será dúo fraguado (Dámaso-Martín), y que, además, el joven d’Orville anticipa tanto a Rafael San Luis, por su combate directo en pro de las ideas liberales, como a Martín Rivas, en un aspecto de su personalidad social: el de su oscura condición. Junto a esto, es igualmente signifcativo que el pueblo, la masa beligerante de las barricadas, aparezca como ‘turba indisciplinada y rabiosa’, adelantando también un rasgo que le será atribuido en la novela de 1862.

    III

    Los desposados (1855) pertenece a la primera etapa de producción novelística de Blest Gana. Dos años atrás el joven ha dejado el Ejército; trabaja ahora en labores administrativas. Su designio principal es llegar a ser novelista y, antes que nada, echar las bases de la literatura nacional. A través del epistolario con su amigo y camarada de viaje a Europa, José Antonio Donoso, es posible seguir, por lo menos parcialmente, el interés y tesón puestos por Blest Gana en su trabajo creador. En una de esas cartas, estimula a Donoso a echar los cimientos del edifcio literario que el país necesita¹⁴. La carta es de 1856 y corresponde a los años de pleno aprendizaje del autor.

    Desde que leyendo a Balzac…, escribirá más tarde, expresivamente, en otra carta ahora dirigida a Vicuña Mackenna¹⁵. Explica allí que, gracias al ejemplo e inspiración del maestro francés, abandonó el cultivo de la poesía lírica (restos del cual se pueden encontrar todavía en las composiciones incluidas en sus primeras novelas). Con ello Blest Gana separa definitivamente su destino del de su hermano y proclama su vocación de novelista. Sin embargo, esta prehistoria poética, pronto apagada por su autor, quedará fotando en sus relatos más tempranos, en una de sus fguras más constantes: el personaje del poeta o, a lo menos, el tipo de joven sensitivo y soñador.

    No es casual, por lo demás, este arranque a partir del más grande novelista europeo de la primera mitad del siglo XIX. La conexión resulta signifcativa en varios aspectos. En primer lugar, por el propósito cíclico que forja Blest Gana y del cual ya da cuenta en 1860; propósito cíclico que, a imitación de la Comedia humana y de la historia revolucionaria y postrevolucionaria de Francia (1789-1848), quiere extender Blest Gana a su patria. En segundo término, este decenio de tanteos novelescos que va desde 1850 a 1860 es muy similar —guardando naturalmente las proporciones que hay entre un coloso genial y un talentoso escritor local— a los años iniciales de Balzac, que corren desde el esbozo dramático de Cromwell, en 1819, hasta sus trabajos no frmados como folletinista. El arte de Balzac y la Comedia humana en particular nacen, como se sabe, con Les chouans, en 1829, esa joyita que narra las acciones contrarrevolucionarias de la Vendée en las provincias del Oeste francés. En tercer lugar, se da también en Blest Gana un ciclo novelesco concebido y escrito en una etapa postrevolucionaria. Lo mismo que Balzac escribe después de las jornadas de julio, entre 1830 y 1848, y que Zola igualmente concibe su gran friso sobre el Segundo Imperio luego de ocurrida la Comuna de París, también Blest Gana, de un modo menor, empezará lo más representativo de su obra una vez apagados los estallidos ‘girondinos’ de 1851 y de 1859. La novela burguesa es casi siempre —para glosar títulos de Blest Gana— un intento de reconquista de los ideales perdidos. Vitalidad y canto del cisne se dan la mano en la mejor épica burguesa, pues la historia, en todos estos casos, potencia a la novela y esta surge como un melancólico, a veces animado colofón de lo que ya, en la realidad, permanece exánime.

    Y en cuarto lugar y finalmente: ¿Balzac o Stendhal? ¿Quién es, a la postre, de entre estos dos grandes realistas el de infujo mayor y decisivo sobre Blest Gana? El problema no es aquí un problema de fuentes o de modelos literarios; porque bien pudiera resultar que lo que es flológicamente verifcable deba ser denegado en el plano, más determinante, de las orientaciones y del sentido de esta novelística. En categorías lukacsianas, parece claro que el espíritu liberal del arte de Blest Gana está en los antípodas de la intransigencia jacobina de Stendhal¹⁶. Y, sin embargo… Pero volveremos a esto muy luego, en relación con la próxima etapa narrativa del autor, cuando aludamos a la unidad de signifcado que constituyen Martín Rivas y El ideal de un calavera. Por el momento, en esta su fase inicial, lo que predomina es la resistencia por parte del escritor a aceptar la reconciliación con el mundo. En esto residen los rasgos definitorios y, paradojalmente, la limitación de sus primeras obras.

    Aparte de un aislado intento dramático (El jefe de la familia, 1858), Blest Gana escribe en este tiempo siete breves novelas, que distribuyen su ambientación así: dos son de escenario parisiense (Los desposados, 1855, que ya hemos visto; y La fascinación, 1858, enmarcada esta en el mundo elegante y la vida artística de la capital francesa); cuatro, de ambiente nacional y urbano (Una escena social, 1853; Engaños y desengaños, 1855; El primer amor, 1858, y Juan de Aria, 1859); y solamente una novela se asoma e incorpora elementos del paisaje rural (Un drama en el campo, 1859). Suicidios, muerte, locura dan el tono mayoritario de los desenlaces, al par que fjan la nota truculenta y melodramática de situaciones y episodios¹⁷.

    Eugène Sue y Dickens se juntan aquí, sin divergencias nacionales, para nutrir personajes y acciones sentimentalmente recargados y deshacer el diálogo en retórica gesticulante. El problema de fondo que afronta Blest Gana en estos relatos es la imposibilidad de conciliar sentimientos y realidad, el alma y la sociedad, el amor y el dinero. Vestigios de esta actitud persistirán en la próxima etapa, en relatos como El pago de las deudas (1861) y en Venganza y Mariluán (ambos de 1864). Es evidente que, a estas alturas de su desarrollo, Blest Gana no ha logrado dar con una fórmula adecuada para eso que él llama las ‘condiciones de la vida’ y ‘sus incidentes ordinarios’¹⁸. Su óptica es unilateralmente idealista. Para captar la substancia de la vida social no solo tendrá que trabajar en las fábulas, en la técnica del diálogo y de las descripciones, en el trazado de caracteres, sino implantando todos estos elementos en un sólido terreno material, en el territorio histórico que le ofrece el Chile de su época.

    IV

    El 7 de diciembre de 1863, en carta dirigida al corresponsal ya mencionado, escribe Blest Gana:

    ¿Necesitaré decirte que la mayor parte de las escenas y de los tipos de El ideal son tomados de la realidad? Tú sabes, o te lo diré por si lo ignoras, que desde que escribí La aritmética en el amor, es decir, desde que escribí la primera novela a la que doy el carácter de literatura chilena, he tenido por principio copiar los accidentes de la vida en cuanto el arte lo permite. Este principio lo he aplicado con particular esmero en El ideal de un calavera¹⁹.

    A la fecha de esa carta, Blest Gana ha publicado tres de sus novelas más importantes, a saber: La aritmética en el amor (1860), Martín Rivas (1862) y El ideal de un calavera (1863). Con posterioridad a estos años, sobrevendrá un extenso hiato en su actividad literaria, debido principalmente a sus funciones administrativas como Intendente de Colchagua y, más tarde, a su trabajo diplomático desempeñado en Washington, Londres y París. Durante el período presidencial de José Manuel Balmaceda (1886-1891) renunciará a su cargo como representante del gobierno chileno, para terminar su larga vida en París, en 1920. A este último período de su existencia pertenecen algunas grandes novelas suyas: Durante la Reconquista (1897), Los trasplantados (1904) y El loco Estero (1909). Ellas contienen una problemática diferente, que desborda el propósito de este ensayo. Solo incidentalmente serán mencionadas más adelante, por vía de relación con Martín Rivas.

    Las tres novelas más destacadas de su segunda época poseen un rostro extremadamente unitario. Hay entre ellas interrelaciones que proyectan luz sobre cada obra en particular. Desde luego, en su evolución como novelista Blest Gana da un paso decisivo con Martín Rivas, que —de nuevo— guarda un puesto intermedio respecto de las otras. Con La aritmética comparte su ánimo dominante de conciliación, con El ideal de un calavera la materialización de un trasfondo histórico-social que da densidad y amplitud a la narración. Con Fortunato Esperanzano, el personaje de La aritmética en el amor, se emparenta Martín por su tropismo de encumbramiento social; y con Abelardo Manrique, el héroe de El ideal de un calavera, se hermana el deuteragonista Rafael San Luis. De este modo, la progresiva concreción de la materia histórica determina que la fgura burguesa, central en su novelística, se desdoble en dos personajes que el escritor quiere ver como complementarios, pero que se le imponen necesariamente como antitéticos. Este Jano burgués tiene dos caras, la del jacobino y la del liberal. Pero ellas son más bien el alma y el cuerpo de una historia que ha exigido la muerte de uno para el triunfo confortable y prosaico del otro. El rebelde antiportaliano de 1837 y el héroe girondino de 1851 caen vencidos en sus novelas; el burgués, a partir de esa misma fecha, sube vencedor en la escala social —vencedor salvado de las batallas, como Martín Rivas—. La parábola de este proceso es lo que veremos a continuación.

    V

    La narración de Martín Rivas transcurre entre fechas señaladas con precisión por el autor. Desde comienzos de julio de 1850 hasta fines de octubre de 1851 se despliega una peripecia novelesca que capta un momento político culminante en la historia de Chile. Son los años en que se gesta y prepara la primera revolución liberal, fenómeno colectivo de gran envergadura, que crece desde motines y sublevaciones castrenses hasta alcanzar una magnitud nacional, cuyas principales manifestaciones son la rebelión de las provincias nortinas, el levantamiento del Ejército del Sur y los sangrientos hechos protagonizados por Cambiaso en Punta Arenas.

    Hay un vínculo indisoluble entre estos episodios de la vida nacional y los acontecimientos franceses de 1848. Lo han destacado todos los historiadores que se han referido al asunto, desde Benjamín Vicuña Mackenna hasta Francisco Antonio Encina. Este incluye, entre el conjunto de factores que explicaría la génesis del movimiento, la poderosa infuencia de la revolución de 1848 y de la caída de la monarquía de Francia²⁰. Los activistas de esta propagación histórica no son otros que los llamados girondinos chilenos, esos expatriados en Francia, como Francisco Bilbao o Santiago Arcos, que, en el seno de la Sociedad de la Igualdad, pondrán un fermento de liberalismo exaltado y extremo.

    Esta gravitación del acontecimiento internacional sobre la vida interna del país la presenta claramente Blest Gana, utilizando nada menos que el procedimiento del diálogo trenzado. Con su característica frivolidad, el hijo de don Dámaso se refere a esos hechos:

    —En París hay muchos colores políticos —dijo Agustín—; los orleanistas, los de la brancha de los Borbones y los republicanos.

    —¿La brancha? —preguntó don Dámaso.

    —Es decir, la rama de los Borbones —repuso Agustín.

    —Pero en el norte todos son opositores —dijo don Dámaso, dirigiéndose otra vez a Martín.

    —Creo que es lo más general —respondió éste²¹.

    El acontecimiento nacional es contemplado por el autor con diez años de distancia. Sin embargo, hay que aclarar desde la partida que el lapso que media entre el asunto histórico y su plasmación literaria no puede ser concebido como un elemento puramente formal. De naturaleza histórica, por el contrario, determina que ese transcurso no sea algo homogéneo, sino que esté sometido y regido por los avatares políticos del momento. Esos diez años que van desde 1851 a 1862 no confguran una relación, sino una experiencia; no implican meramente una distancia temporal, sino un distanciamiento ético. Signifcan un rechazo, en definitiva. Aquí reside la explicación del discrimen temático que ha operado la novela sobre su materia histórica.

    Efectivamente: Martín Rivas omite por completo la Revolución de 1859 y recorta substancialmente los sucesos de 1851. Nada aparece en ella del magno levantamiento de las provincias, y toda su trama se centra en el motín de Urriola, el hecho capitalino por excelencia. El relato finaliza justamente en víspera de la expansión nacional de la sublevación. Es, pues, este sistema de exclusiones y preferencias lo que llena de sentido esa perspectiva decenal. Y ello implica no solo prescindir cuidadosamente de la injerencia familiar en las acciones revolucionarias (la del hermano en 1859), sino, al mismo tiempo, privilegiar un acontecimiento dentro de un vasto y ramifcado proceso político. Es esta elección fundamental la que es necesario considerar con detalle.

    Ya es signifcativo lo que ocurre en La aritmética en el amor. La crítica se ha desconcertado ante su ‘segunda parte’, menos armada, según se ha dicho, y que no logra apresar todos los aspectos del mundo que promueve. No se ha destacado, sin embargo, un rasgo principalísimo: todo ese conjunto de intrigas que transcurre en una provincia innominada es una especie de grotesca parodia de los malentendidos que por entonces marcaban la política nacional. La pugna y las enemistades, con sus entendimientos sotto voce, entre los Selgas y los Ruiplán, no son sino un remedo de las divisiones, más aparentes que reales, que se producían en la familia chilena de esos años. Intento fallido, más que seguro, a pesar del premio de la Universidad de Chile; pero las mismas fallas literarias revelan la impotencia en que ya comenzaba a encontrarse Blest Gana para dominar una materia que le repugnaba, porque esta misma situación que origina el fracaso de su novela sobre 1858 es la que retrotrae su relato siguiente a los hechos de 1851. Durante estos años se produce uno de los característicos reagrupamientos políticos e ideológicos entre los partidos de oposición al gobierno de Manuel Montt. Al comenzar este su segundo mandato, el grueso del Partido Liberal hace alianza (‘se funde’, se ha dicho) con una importante fracción del Partido Conservador, unión que responde, más que al odio a Montt como se ha pretendido, a intereses materiales comunes. Es la fusión liberalconservadora que siembra la confusión entre liberales y conservadores. Organizada por Manuel Antonio Tocornal y Domingo Santa María, especialmente, tal alianza de los enemigos de ayer no puede dejar de resentir a todo un grupo de liberales que, reivindicando los principios del antiguo pipiolismo, juzga como amalgama ideológica inaceptable la convivencia de las ideas clericales con los postulados racionalistas. Esta experiencia de 1857 —triste experiencia para muchos liberales de la época— es la que está en el centro de la crítica de Blest Gana. El oportunismo político y la apostasía ideológica de sus correligionarios son tratados por él, en su novela, con punzante comicidad, lo cual se acuerda con la descripción que nos hace un historiador contemporáneo:

    Para complacer a los pocos sobrevivientes que, con don Benjamín Vicuña Mackenna a la cabeza, hacían una grita ensordecedora, y a los futuros radicales, dueños de Copiapó y de la mayor fortuna de la época, dispuesta a emplearse en la regeneración de Chile, se concertó una farsa. Tocornal abriría la puerta al acuerdo formal, preguntando a los liberales qué opinaban sobre la situación, y le contestaría don Domingo Santa María, exigiendo como precio de la alianza la reforma de la Constitución de 1833 y la libertad de culto²².

    Como se ve, en otro plano, se trata de la misma falta de convicción que detecta Blest Gana en los burgueses de la época, de la misma ‘farsa’ política. Ciega a la historia de 1859, marginando las dimensiones nacionales del acontecimiento de 1851, la selección temática que practica Martín Rivas no es en modo alguno arbitraria. Antes bien, su justifcación profunda

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