Silencio, trauma y esperanza: Novelas chilenas de la dictadura 1977-2010
Por Mario Lillo
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Numerosas voces de crítica y la academia nacional coincidieron en sostener, con freudiana melancolía, que el relato exhaustivo de la dictadura era una asignatura pendiente de la narrativa chilena.
Este ensayo propone la lectura de algunas novelas que abordan ese período tomando en consideración las distintas intensidades con que se ha elaborado literariamente lo que sucedió.
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Silencio, trauma y esperanza - Mario Lillo
EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE
Vicerrectoría de Comunicaciones y Educación Continua
Alameda 390, Santiago, Chile
editorialedicionesuc@uc.cl
www.ediciones.uc.cl
SILENCIO, TRAUMA Y ESPERANZA.
Novelas chilenas de la dictadura 1977- 2010
Las intensidades de la memoria.
Mario Lillo Cabezas
© Inscripción Nº 225.346
Derechos reservados
2013
ISBN Nº 978-956-14-1336-8
eISBN Nº 978-956-14-1434-1
CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile
Lillo Cabezas, Mario, 1952- .
Silencio, trauma y esperanza: novelas chilenas de la dictadura 1977-2010: las
intensidades de la memoria / Prof. Mario Lillo C.
Incluye bibliografía.
1. Novela chilena - 1977-2010 - Historia y crítica
2. Política en la literatura.
3. Chile - Historia - Golpe de Estado, 1973.
I. t.
II. Novelas chilenas de la dictadura 1977-2010
2013 Ch863.09+DDC22 RCAA2
Índice
INTRODUCCIÓN
CONTEXTOS
¿Novela total, memoria total?
Novela e historia
Consideraciones generales sobre la novela post-dictadura
Breve panorama generacional, crítico y temático de la novela chilena post-1973
Las ilusiones perdidas
Nueva narrativa: entre generaciones y solipsismos
Mal de muchos...
La voz de la mujer
Nueva narrativa: algunos años después
Novela, mercancía y espectáculo: le mal du siècle
Narrativa del nuevo siglo
Primera Parte
ELIPSIS NARRATIVA DE LA MEMORIA
Alegorías refundacionales de la nación: Dónde estás, Constanza
Un país comme il faut
Recepción crítica de la novela
El discurso y la historia
Alegorías de la victoria
Alegorías fundacionales
¿Dónde estás, Constanza?
Imaginarios del poder
Los mundos fuera del mundo en El nadador, de Gonzalo Contreras
Mientras la ciudad arde...
Aspectos conceptuales
Redomas para la antimemoria
Un mundo feliz
Memoria ingrávida y libertad creativa
Segunda Parte
MEMORIA TANGENCIAL DE LA DICTADURA, O EL DISCRETO
ENCANTO DEL ORDEN FAMILIAR
La Beatriz Ovalle, de Jorge Marchant Lazcano: Presentación
Las preciosas ridículas
Recepción crítica de la novela
Análisis del discurso y de la historia
Comentario final
Jorge Edwards: Los convidados de piedra
Crónica desde el jardín
Discurso e historia: el marco de la dictadura
Escritura en los bordes
Tercera Parte
MEMORIAS TRAUMÁTICAS DE LA DICTADURA
Cartas en/desde Berlín: Morir en Berlín, de Carlos Cerda,
y El desierto, de Carlos Franz
Introducción
Muerte en la nieve, muerte en la arena
En busca del espacio perdido
Perdón y culpa
Otras intertextualidades
Texto y vida: narrar la historia, vivir la historia
Modalidades discursivas y punto de vista
Una muerte kafkiana
Ana María del Río: Tiempo que ladra
Una mirada desde abajo
El discurso y la historia
Persistencia de la memoria
Mauricio Electorat: La burla del tiempo
De idealistas y pragmáticos
Análisis del discurso y de la historia
Comentario final
Arturo Fontaine: La vida doble, o el alma bella y la bella sin alma
La bella y las bestias
Culpa
Memoria
Punto de vista: el alma bella
Comentario final
NOVELA Y DICTADURA
BIBLIOGRAFÍA
Introducción
Frente a la complejidad de dar cuenta discursivamente de las tragedias y destinos individuales o colectivos generados por los sucesos del 11 de septiembre de 1973, la narrativa, especialmente la novela chilena escrita y publicada en el país a partir de esta fecha, al momento de abordar la dictadura y sus consecuencias ha optado, en términos generales, por tres posibilidades. Un determinado tipo de novela postula que la memoria de la dictadura debe ser exhaustiva y con un compromiso manifiesto con la verdad de las víctimas, de los derrotados, de los humillados y ofendidos en sus diversos grados.
Por otra parte, hay un segundo tipo de novelas estadísticamente mayoritario que manifiesta una opción menos radical respecto del ejercicio de la memoria en referencia al período. Para estos escritores, y por variadas razones que no es del caso pormenorizar aquí, la novela post-1973 debe hacerse cargo de la memoria de lo sucedido de manera más bien tangencial o asintótica, sea porque –especialmente en el llamado período de transición que se inició en 1990– las condiciones políticas no estaban dadas, o bien porque los novelistas ejercieron su libertad artística en la elección de temas y enfoques, sin dejarse llevar o presionar por otros actores del campo cultural que demandaban de ellos y de otros agentes culturales un papel activo y comprometido con la historia reciente.
Finalmente identificamos un tercer tipo de novelas escritas y publicadas en este mismo período post-1973 que ignoran o parecen ignorar voluntariamente la situación o el contexto en que se vivió desde entonces. No se trata de un grupo numeroso de textos, pero los que hemos detectado y seleccionado parecen seguir a primera vista la fórmula empleada por los adultos Ventura en la novela Casa de campo (1978), de José Donoso: cuando no se puede contra la realidad, cuando se desea escamotear el peligro o evitar el conflicto, lo mejor es correr un tupido velo sobre aquello que nos inquieta, nos perturba, nos saca de nuestra tranquilidad y autosatisfacción o nos quiere obligar a echar una mirada a los aspectos poco gratos o al drama de la vida, como el presente de zozobra e inseguridad o el pasado de tragedia. Por ello, este tipo de novelas omite aquella visión del presente en el cual se verifican los conflictos históricos, y escenifica su acontecer en un pasado aséptico del tipo edad de oro, o bien se sitúa en un presente con características de realidad paralela, o mundo paralelo.
Precisamente estas dos versiones de la elipsis de la memoria corresponden a las dos novelas que examinaremos en este trabajo: Dónde estás, Constanza..., de José Luis Rosasco, y El nadador, de Gonzalo Contreras. Y por otra parte, como señala el crítico Bernard Schulz-Cruz, frente a las posibilidades de la escritura post-golpe de Estado:
Luego del golpe militar, y paralelo al fenómeno novela de la dictadura y del dictador
que se da en Hispanoamérica, se producen intentos por dar cuenta de la situación en que vive la sociedad chilena. Pero estos textos, aparte de los obstáculos para publicarlos, deben enfrentarse al público y al crítico. Cuando se estudia la literatura del período dictatorial, el gran parámetro será en muchos de los casos el grado de denuncia o complicidad con el régimen que se crea percibir en el escritor (Jorge Edwards: Las novelas escritas bajo dictadura
, 246).
Más adelante nos referiremos con mayor detención a este aspecto en el cual se cruzan la necesidad histórica, el compromiso y la libertad creativa.
En el análisis de las novelas del corpus escogido se han aplicado diversos enfoques teórico-metodológicos, no obstante en todos ellos –y con diversos énfasis– se privilegia el análisis textual orientado por el modelo narratológico. Tal es el caso, específicamente, en La Beatriz Ovalle, Los convidados de piedra, Tiempo que ladra y La burla del tiempo, mientras que en novelas como Dónde estás, Constanza, El nadador y La vida doble se han adoptado procedimientos retóricos alineados por figuras tales como la alegoría, la metáfora o la metonimia. Un caso aparte es el trabajo llevado a cabo en las novelas El desierto y Morir en Berlín, cuyo hilo conductor analítico es la metatextualidad que se origina en el tipo textual carta
presente en ambas novelas. Se examina este metatexto en su fuerza perlocutiva y se revisan los problemas de la culpa –el que posteriormente será revisitado desde un enfoque similar en la novela La vida doble–, el perdón y el exilio, conflictos que, además, son objeto de una mirada narratológica intertextual centrada en el punto de vista en las cartas. Finalmente, se examinan los conceptos ricoeurianos de historia vivida e historia narrada desde la poética de la prosa.
Como se observa, se ha optado por no aplicar un modelo ni una estructura estandarizados en el análisis del corpus, y el resultado de esta opción es una variedad de miradas y enfoques al problema común que convoca a estas novelas; e intensidades variables en cuanto al recurso al aparato conceptual bibliográfico, intensidades que fluctúan entre el artículo rigurosamente científico y el texto de carácter ensayístico. Son intensidades metodológicas
que, hipotéticamente, pudieran estar en consonancia con las intensidades de la memoria mencionadas en el subtítulo de este trabajo.
En cuanto a la selección de los textos, esta abarca desde 1977, año de publicación de La Beatriz Ovalle, hasta 2010, en que fue publicada La vida doble, de Arturo Fontaine. Se trata de un período extenso, y creemos que la selección ilustra los distintos momentos e intensidades que experimentó el género, en acto o en potencia, sobre la dictadura. Dicho sea de paso, cabe recordar que es difícil encontrar novelas chilenas publicadas o incluso vendidas en Chile en los años inmediatamente posteriores a 1973 –las de Marchant y Edwards son excepciones a esta regla–, y que en contraste se produjo una verdadera efusión entre 1989 y 1995. Aunque no fue la intención original, esta selección ocasionó una simetría que se refleja en el hecho de que tres de las novelas aparecieron durante la dictadura: La Beatriz Ovalle, Los convidados de piedra y Dónde estás, Constanza; tres en el período que podemos denominar de la transición inicial
hacia la democracia: Morir en Berlín, Tiempo que ladra y El nadador, y tres novelas que corresponden a un período de transición tardía
o postransición
: La burla del tiempo, El desierto y La vida doble.
Por otra parte, y respecto de los tipos o géneros involucrados en la selección, se puede observar que por su ejecución, siete de las nueve novelas obedecen a una factura bastante ortodoxa dentro del paradigma de la novela hispanoamericana del superrealismo, iniciada por María Luisa Bombal en los años 30 del siglo XX, mientras que las dos restantes, La Beatriz Ovalle y Dónde estás, Constanza, responden a otras lógicas narrativas: en el primer caso, a la novela infrarrealista y posmoderna que emplea la pluridiscursividad, el pastiche y la parodia como recursos privilegiados; en el segundo caso, a la novela juvenil rosa, particularmente a una versión bastante próxima a aquello que Rodrigo Cánovas denomina la imaginación folletinesca, aspecto que también comparte La Beatriz Ovalle, pero esta desde la imaginación paródica. Adicionalmente cabe señalar que Dónde estás, Constanza ha sido una de las novelas más leídas por al menos dos generaciones de chilenos, no obstante lo cual ha sido escasamente comentada y más bien soslayada o francamente menospreciada por la crítica en virtud de considerársela como objeto cultural y no necesariamente como alta literatura.
Del mismo modo, el texto que presentamos intenta recoger una cierta tradición de la literatura chilena que Roberto Bolaño habría desordenado a finales de la década de los 90. Se trata de una tradición que arraiga genealógicamente en José Donoso, y que este libro busca rescatar para la discusión política e histórica. Dicha tradición está representada aquí en los escritores Gonzalo Contreras, Jorge Marchant Lazcano, Carlos Franz y Arturo Fontaine, algunos de los así llamados donositos
por Bolaño en sus incursiones de guerrilla en Chile. Además, todas las obras seleccionadas conocieron en su momento algún grado de éxito, ya sea de crítica, de ventas, de resonancia mediática o a través de premios otorgados, aun cuando estos factores no constituyeron el criterio central para la elección del corpus.
Por la variedad de enfoques, metodología, grado de profundización y recursos bibliográficos que presenta este estudio, creemos que apela a una diversidad de lectores que desean conocer un aspecto aún no estudiado de la narrativa chilena referida al período de la historia nacional posterior a 1973. El lector no especialista se sentirá interpelado en algunos capítulos que no necesitan de conocimientos literarios previos, y a este se dirigen los resúmenes de cada novela y la recepción crítica de algunas de ellas que incluimos; mientras que por el aparato teórico y la intertextualidad desplegadas, otros capítulos responden más bien a las demandas de especialistas en la novela o de la literatura en general. Toda selección es arbitraria, y la presente no escapa a esta realidad; no obstante, se trata de textos cuya recepción se ha situado en un espacio intermedio entre el silencio receptor y el ditirambo, acaso con la excepción de El desierto, novela que encontró una acogida favorable casi unánime entre la crítica nacional. Esperamos que, por los marcos de referencia conceptuales que propone y por la variedad del corpus elegido, este trabajo contribuya modestamente a otorgar –desde la narrativa– una perspectiva más optimista frente a la posibilidad de reencuentro genuino entre los espíritus aún divididos, conflictuados y cruzados por el pasado de tragedia, y a proporcionar un lugar de mayor visibilidad para estos textos en la historia de la novela chilena y del período posterior a los sucesos de 1973 que aún afantasman el presente nacional.
Contextos
¿Novela total, memoria total?
Prácticamente desde los inicios del período que siguió al gobierno militar, en algunos círculos académicos y críticos se sostuvo que el relato exhaustivo y/o convincente de los acontecimientos desarrollados a partir del golpe de Estado de 1973 permanecía como asignatura pendiente. Así lo afirmaban escritores como Fernando Jerez: todavía no se ha escrito la gran obra sobre la dictadura
(109), o investigadores como Horst Nitschack: Si es cierto que el público literario está aún esperando en vano la gran novela histórico-social sobre los acontecimientos políticos a partir de 1971 –es decir, sobre el gobierno de la Unidad Popular, el golpe militar y el gobierno militar seguidos por la época de la transición a partir de 1989–
(149), hasta que llegó Carlos Franz y su novela El desierto, en 2005, y el panorama crítico devino menos escéptico o pesimista en este ámbito.
No muy distinto es en 2010 el planteamiento de este problema de representatividad en Rodrigo Cánovas, al menos en el inicio de su estudio sobre el tema:
Desde el Golpe de Estado de 1973 [...] lo que ha habido es una muestra dispersa de esta experiencia, conformando estos textos un archipiélago de islas [sic] que tienden a disgregarse en el confín del mundo, con cuerpos que se deslizan en torno a un centro vacío (Lectura de El desierto (2005), de Carlos Franz. Novela de la dictadura chilena
, 226).
No obstante, ante la evidencia aportada por el texto de Franz, el crítico saluda en los siguientes términos la aparición de esta novela y le otorga un carácter, si bien no concluyente, al menos ejemplar para el logro de una perspectiva más abarcadora que responda al deseo del campo literario de contar con un relato que narre la historia total de lo sucedido:
Leo esta novela cuyos sucesos históricos que la enmarcan ya han sucedido y siento que el mundo se rearma inscribiéndolo en un espacio posible de convergencias y divergencias de sueños y frustraciones. Ha llegado la hora de la traducción simbólica de una experiencia traumática, la que es realizada desde un impecable formato grotesco, registrando en la pantalla todos los gestos familiarmente obscenos y rebuscados que constituyen nuestra humanidad y sus instituciones. Se arma un escenario para que todos los actores e instituciones irrumpan y se enfrenten, en un cuadro valórico que establece raras y siniestras combinaciones entre el bien y el mal: madres e hijas, curacas y sacerdotes católicos, militares y civiles, animan un espectáculo regido por las tensiones entre las fuerzas de lo privado y de lo público, de lo sagrado y lo profano, de la historia (ilustrada) y el rito, de la oralidad y la escritura (Cánovas, Lectura de El desierto...
, 227).
Basándonos en la lectura que hemos llevado a cabo de las novelas chilenas mayoritariamente escritas en Chile a partir de 1973, nos proponemos someter a examen una problemática que podemos formular en los siguientes términos: el desarrollo de la literatura en particular y del arte y la cultura en general en las últimas décadas del siglo XX ha tornado compleja la idea de concebir al género de la novela en términos semejantes a la noción vigente durante la década de 1960 y comienzos de los setenta, es decir, como aquel producto de la energía creadora acumulada durante siglo y medio de desarrollo del género en Hispanoamérica que llevó a escritores como Mario Vargas Llosa a definir la novela en los siguientes términos:
múltiple, admite diferentes y antagónicas lecturas y su naturaleza varía según el punto de vista que se elija para ordenar su caos. Objeto verbal que comunica la misma impresión de pluralidad que lo real, es, como la realidad, objetividad y subjetividad, acto y sueño, razón y maravilla. En esto consiste el ‘realismo total’, la suplantación de Dios (Carta de batalla por Tirant lo Blanc
, 31).
La máxima aspiración de algunos de los escritores emblemáticos de la nueva narrativa hispanoamericana de la década de 1960 era la creación y/o recreación de la realidad latinoamericana mediante lo que ellos, especialmente el ya citado Vargas Llosa, denominaron novela total, cuya misión
era dar cuenta exhaustiva de la enorme complejidad social, política, racial, cultural, etc., del subcontinente. Novelas como La región más transparente, La casa verde, Cien años de soledad, Conversación en La Catedral o la postrera La guerra del fin de mundo, estaban destinadas a reunir y resumir la múltiple y variopinta realidad latinoamericana encapsulada en un texto centrípeto y centrífugo a la vez. Centrípeto, por su capacidad de convocar las realidades narradas; centrífugo, por los signos que emitía en todas direcciones, abarcando los mundos que procuraba encarnar: la sociedad, el arte, la política, las razas, las diversas culturas coexistentes, la religión, los diferentes tiempos históricos, la ciencia, el mito, etc., en una versión propia de la sartreana littérature engagée con el hombre, con su historia y con los cambios sociales y políticos –aun cuando en la práctica esta novela fue rigurosamente intransitiva, no panfletaria. Este tipo de novela requería de un escritor flaubertiano, sacerdote y aguafiestas, un crítico atento y perspicaz respecto de las lacras de la sociedad para llevar a cabo dicho compromiso. Por ello, acaso la afirmación de los escritores e investigadores con que iniciamos esta formulación no devele sino una suerte de nostalgia por aquella época que algunos consideran como la edad de oro de la novelística hispanoamericana; o bien ese juicio y esa demanda sean la expresión de una clase de inercia literaria que no toma debidamente en consideración los desarrollos culturales de aquella posmodernidad que anunció hace ya algún tiempo la caída de los grandes relatos.
En este contexto, la novela total, proteica y omniabarcante del demiurgo o suplantador de Dios vargasllosiano, sería el gran relato de la modernidad literaria hispanoamericana. Pero el desarrollo del género a partir de la década de 1970 permite sostener que el tono mayor empleado en su momento por la novela del Boom ha adquirido otras resonancias, que se abandona la pretensión de explicar el mundo a través del género, se opta por olvidar las alegorías nacionales y prescindir de los grandes mitos para representar la historia de nuestro continente o de nuestros países a la manera como lo hicieran Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, José Donoso, Carlos Fuentes y los otros escritores de los años sesenta (cf. Liliana Trevizán, 133).
En oposición a lo que mantienen aquellos que lamentan la ausencia de un texto que narre desde una visión integral las circunstancias personales y sociales del último cuarto de siglo chileno, por nuestra parte sostenemos que el relato de los acontecimientos posteriores a 1973 se ha verificado no en una gran novela total que dé cuenta de o traduzca una imposible memoria total de la dictadura, sino a través de múltiples novelas que, de acuerdo con una concepción ya instalada de la posmodernidad y del post-Boom, plantean un descentramiento de la noción de totalidad y dan cuenta de temas, sujetos, espacios, tiempos o destinos de modo parcial, fragmentario, atomizado, desperfilado. Como afirma Donald Shaw:
[E]l posboom se asociaría con el disenso, con la multiplicidad, con la subversión de todos los grandes metadiscursos que pretenden ofrecer una explicación de la condición humana, y con el abandono de toda búsqueda de orígenes [...] mientras se quedaría satisfecho con su entorno, sin pretender llegar a la universalidad [...]. Rechazaría todo proyecto de gran envergadura, toda cosmovisión, sin sugerir una postura vital alternativa (Shaw, 367).
En otras palabras, para Shaw el posmodernismo en literatura se traduciría, entre otros variados elementos, en un rechazo a la pretensión totalizadora de la novela de los 60, aunque este concepto suponga y conlleve, paradójicamente, la noción de heterogeneidad total en el campo literario, sin presentarse ninguna tendencia dominante. Lo mismo sostiene Alfonso de Toro, para quien la posmodernidad es una consecuencia de la modernidad, una continuación o habitualización
de ella,
una actividad de recodificación iluminada, integrativa y pluralista
, que retoma y reconsidera un amplio paradigma, en especial de la cultura occidental [...], con la finalidad de repensar la tradición cultural y de esta forma finalmente abrir un nuevo paradigma, donde se termina con los metadiscursos totalizantes y excluyentes y se aboga por la paralogía
, por el disenso y la cultura del debate (Fundamentos epistemológicos de la condición contemporánea: Postmodernidad, postcolonialidad en diálogo con Latinoamérica
, 12).
La posmodernidad, continúa De Toro, supone una actividad o actitud de relectura creativa de los discursos de la tradición. En ella, los escritores proceden desde su propia subjetividad, en el sentido de no partir desde normas o categorías preestablecidas, llegándose incluso a la búsqueda de esas reglas faltantes como objetivo o materia del texto literario mismo, es decir, a la constitución de una narrativa del metadiscurso (cf. De Toro, 15).
Por otra parte, es necesario tomar en consideración que en primera instancia el concepto de posmodernidad reconoce pertenencia en el ámbito temporal, puesto que intenta establecer una marca determinada en la cronología sobre el estado de la cultura, y es por ello que su inclusión en los supuestos teóricos de este trabajo es funcional a la necesidad de sentar una plataforma-marco desde la cual se pueda examinar, por ejemplo, el problema del sentido de posibilidad y de realidad, como lo entiende Robert Musil (cf. El hombre sin atributos, I: 19-20), en la novelística del período, al poder establecer su carácter transitivo o intransitivo en relación con el acontecer político y, en esencia, humano del momento en que opera esta novelística. Sin embargo, no está dentro de los fines del trabajo que llevamos a cabo llegar a una conclusión que permita determinar si las novelas de esta época se sitúan en el paradigma moderno o posmoderno de acuerdo con tales o cuales características.
La mayoría de los relatos escritos y publicados en el país a partir de 1973, sin que esta fecha constituya un límite taxativo sino más bien discreto, corresponde a novelas cuya concepción y factura parecen transcribir una actitud de rechazo a un cierto tipo de ideología absolutista en lo filosófico, político o literario que, en diferentes versiones y con variados matices, estaba representada por la novela total de la década de 1960 en el marco del llamado Boom de la narrativa hispanoamericana. A más tardar a comienzos de la dictadura, pero en especial desde el año bisagra de 1990, la narrativa chilena del insilio experimenta un proceso de atomización en la temática y en las formas expresivas que, dadas las nuevas circunstancias, se propone el modesto objetivo de tomar a su cargo el relato del individuo y de su destino personal.
Como lo reconoce José Donoso en su ya clásico texto Historia personal del Boom, en el cual se autoasigna un espacio en una discreta y expectante segunda línea, si bien la mayor parte de la producción novelística del Boom de los 60 tuvo lugar más allá de nuestras fronteras, no cabe duda de que el intento –a veces logrado, a veces fallido– de dar cuenta de manera totalizadora de la realidad del continente hispanoamericano hubo de tener necesariamente un influjo en la escritura local, y si no sucedió así, dado que quienes pudieron o debieron
escribir la novela chilena total
estaban inmersos en el vértigo del proceso de cambios 1970-1973, y posteriormente abocados a la empresa de sobrevivir en sus distintas acepciones, al menos el influjo se percibe en aquellos críticos y académicos que con distinto tono reclaman y han reclamado la aparición de una novela total –dotada de una memoria total– que registre la historia privada y/o pública de la nación, un texto fundacional de una época que nos ha ocupado durante un cuarto de siglo y nos sigue ocupando con freudiana melancolía.
Por nuestra parte, sostenemos que la hipotética deuda histórica que lastraría a la narrativa post-1973 respecto de la memoria de la dictadura se ha saldado