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Conversaciones con Manuel Rojas
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Libro electrónico221 páginas2 horas

Conversaciones con Manuel Rojas

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En este libro, se recoge gran cantidda de entrevistas que se le hicieron a Manuel Rojas en diversos mediod impresos en Chile, Argentina, México y Cuba. En ellas Rojas se refiere tanto a su vida como a su obra. Sus respuestas nos muestran la trayectoria creativa de un gran artista y la sorprendente biografñia de un hombre que logró mantener su libertad e identidad por sobre todas las dificultades que encontró al haber nacido y crecido en un hogar sin recursos.
IdiomaEspañol
EditorialZig-Zag
Fecha de lanzamiento11 nov 2015
ISBN9789561226395
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    Conversaciones con Manuel Rojas - Daniel Fuenzalida

    E-I.B.N.: 978-956-12-2639-5.

    1ª edición: enero de 2014.

    Dirección editorial: José Manuel Zañartu.

    Dirección de arte: Juan Manuel Neira.

    Dirección de producción: Franco Giordano.

    Diseño de portada: Juan Manuel Neira.

    © de la compilación por Daniel Fuenzalida Villarroel.

    Registro Nº 178.886. Santiago de Chile.

    © 2012 de la edición por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

    Registro Nº 220.180 Santiago de Chile.

    Derechos de edición reservados para todos los países.

    Editado por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

    Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.

    Teléfono 56 2 28107400. Fax 56 2 28107455.

    E-mail: zigzag@zigzag.cl / www.zigzag.cl

    Santiago de Chile.

    El presente libro no puede ser reproducido ni en

    todo ni en parte, ni archivado ni transmitido por

    ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación,

    CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma de

    reproducción, sin la autorización de su editor.

    ÍNDICE

    INTRODUCCIÓN

    PRÓLOGO

    ENTREVISTAS

    15 MINUTOS CON MANUEL ROJAS.;

    CON HIJO DE LADRÓN, MANUEL ROJAS SE ROBA

    LA ACTUALIDAD LITERARIA.

    ENTREVISTA A MANUEL ROJAS.

    DICE MANUEL ROJAS.

    LA NOVELA DE CHILE NO HA SIDO ESCRITA AÚN,

    AFIRMA M. ROJAS.

    DE MENSAJERO A PREMIO NACIONAL.

    EX ANARQUISTA, LANCHERO, PINTOR DE BROCHA GORDA,

    PEÓN DE CAMPO, CONSUETA Y ARRIERO, RECIBIÓ

    EL PREMIO NACIONAL DE LITERATURA.

    ASÍ ES EL PREMIO NACIONAL DE LITERATURA 1957,

    DE CARGADOR PORTUARIO A CATEDRáTICO.

    DICE MANUEL ROJAS.

    MANUEL ROJAS ENTREGA EN SU OBRA

    LA ÁSPERA Y GOZOSA EXPERIENCIA DE SUS DÍAS.

    MANUEL ROJAS SE ESCANDALIZÓ EN EE.UU.

    UN PERSONAJE AL TRASLUZ.

    EL TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE CONCEPCIóN

    PRESENTARÁ EN SANTIAGO POBLACIÓN ESPERANZA.

    MANUEL ROJAS.

    HIJOS Y LITERATURA.

    MANUEL ROJAS Y PUNTA DE RIELES.

    TRES PREGUNTAS.

    ROJAS: NOVELA Y REALIDAD.

    CON EL TRADUCTOR DE HIJO DE LADRÓN.

    EL REGRESO DE UN GIGANTE.

    CONVERSACIÓN CON MANUEL ROJAS.

    TODO UN PERSONAJE: MANUEL ROJAS.

    MANUEL ROJAS VUELVE A UNA CUBA IGUAL Y DISTINTA.

    AL VIEJO ROBLE DE MANUEL ROJAS LE CARGA

    QUE LE PREGUNTEN LA EDAD.

    DIEZ PREGUNTAS A MANUEL ROJAS.

    ENTREVISTA CON MANUEL ROJAS.

    EL ESCRITOR CHILENO MANUEL ROJAS.

    INFANCIA EN EL BARRIO DE LAS RANAS.

    LAS CARTAS BOCA ARRIBA

    CRONOLOGÍA DE MANUEL ROJAS

    BIBLIOGRAFÍA

    BIBLIOGRAFÍA DE ENTREVISTAS (ORDEN ALFABÉTICO)

    BIBLIOGRAFÍA DE ENTREVISTAS (ORDEN DE APARICIÓN)

    Introducción

    Conocer a Manuel Rojas es escudriñar en ese mundo que vive en el silencio de la pobreza digna. Los tiempos en que vivió Manuel Rojas eran los tiempos en que se nacía pobre y se moría pobre, pero solidario.

    Rojas nació en Buenos Aires por azar, ya que sus padres, cruzaron la cordillera de los Andes buscando un mejor futuro y se instalaron en la capital Argentina. Pocos años después volverían sobre sus pasos hasta Santiago de Chile. En este lugar fallece el padre; entonces, retorna Manuel con su madre a la Argentina.

    Por un lado, la anciana dueña de la pensión en que vivían, aficionada a las novelas y, por el otro, el gusto del niño Manuel por los duraznos fueron claves para el encuentro de Rojas con el mundo de las letras. Él leía novelas a la dama y ella le pagaba el servicio con frutos. Fue la tapa de un libro con aventuras de Sandokan, que vio en una vitrina, la que le abrió la ventana de la imaginación. Ahorró parte del dinero que usaba para golosinas y cigarrillos con el fin de hacerse del atractivo libro.

    La necesidad económica facilitó el paso de la lectura a la escritura. Un concurso de cuentos, organizado por el diario La Montaña de Buenos Aires en 1922, fue el santo y el cuento Laguna, el milagro. El resultado: un segundo lugar y un premio equivalente al sueldo de un profesor. Vino otro concurso ese mismo año, esta vez de la revista argentina Caras y Caretas, donde envió El hombre de los ojos azules y otra vez obtuvo un segundo lugar.

    Rojas plasmó en sus escritos su propio mundo y el mundo relatado por su madre que le contaba historias para entretenerlo, en esa vida mísera de quien no tiene más que sus manos para salir adelante. Ahora tenía en esas manos no la picota ni el serrucho, tenía el lápiz y miles de hojas que formaban los borradores de sus escritos. Escribía y corregía sin parar. Guardaba las historias que escuchaba de parte de sus amigos: No le cuentes nada a Manuel, que luego todo lo escribe, decían.

    Su escritura era una mezcla de ficción y vivencias propias; de otras tomaba solo una parte y creaba el resto. Cualquier anécdota le servía para inventar una historia sin recovecos complicados ni metáforas enredadas. Escribía simple, con la palabra necesaria, nada de ambages ni flores que ocultaran de la vista una realidad siempre cruda.

    Cuando alguien por primera vez lee a Manuel Rojas, siente el olor a pobre, a indigencia; huele el olor de la taza vacía y del pan duro, el hedor de ropas raídas por el tiempo y el trabajo, pero también huele las flores verdaderas, huele el aire de la montaña y su inmenso escenario, que nos hace ver realmente lo que somos, personas libres que necesitamos que cada cierto tiempo nos lo recuerden.

    Anárquico acérrimo, supo luchar con sus pocas armas, denunciando en sus escritos el abuso cometido contra los oprimidos del mundo. El papel fue su voz y voto. Lanzó proclamas en revistas, novelas y cuentos; gritó al viento que el hombre debía vivir la vida dignamente. Se trenzó a golpes con adversarios, debió huir, volver una y otra vez, hasta descubrir la técnica literaria, los idiomas, la docencia, el amor que renace una y otra vez no en sus escritos, sino en su propia vida. Recorrió el mundo entero gracias a su obra. Conoció a grandes personalidades de la literatura y la política. En 1957 fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura y a su muerte, en 1973, el Presidente del pueblo le hizo un reconocimiento personal sumado al del Congreso Nacional.

    Al comenzar con la investigación que diera fruto a este libro, ocurrió un hecho coincidente, que habría de clavar aún más la punta de lanza de ver plasmadas las opiniones que el propio Manuel Rojas obsequiara a diversos medios periodísticos de Chile y del mundo.

    Cierto día, en la Biblioteca Nacional de Chile, me encuentro cara a cara con Julianne Clark, la última esposa que tuvo Manuel.

    Ella estaba de paso en Chile y la estrella de la fortuna hizo que nos encontráramos. Luego de contarle mi proyecto, le pregunté si estaba de acuerdo con esta publicación; asintió con entusiasmo y contribuyó con varias entrevistas que mantenía en su archivo de vida. Eran de los años 60 en Cuba y México, países donde fueron varias veces invitados a congresos o simplemente por placer.

    Y nunca te he de olvidar, publicado en Santiago de Chile el año 2008, es el título del libro en que ella misma narra sus ocho años con Manuel Rojas, quien dijera más de una vez que ese tiempo fue el más feliz que alguien haya vivido jamás.

    Las entrevistas incluidas en este volumen fueron hechas el siglo pasado, desde 1928 hasta 1972. Cruzan vidas mínimas y otras no tanto. Hablan de dignidad, lucha y esperanza. Hablan de literatura y son el complemento perfecto para entender un poco más la vida y mayormente la obra de Manuel Rojas.

    Daniel Fuenzalida Villarroel

    Prólogo

    Manuel Rojas o la nueva mirada

    Hacia 1950 una nueva mirada recorre Latinoamérica.

    El ojo acostumbrado a los espacios ilimitados de la pampa, del desierto, de la cordillera o la llanura; el ojo que se multiplica en la selva y en los suburbios de las ciudades, que mira a sus semejantes en su naturaleza puramente instintiva, se concentra de súbito e intercepta otra mirada, descubriendo en ella un extraño brillo detrás de su animalidad: es el espíritu insondable, perenne y universal del hombre.

    Una de esas primeras miradas y, desde entonces, de las más profundas, persistentes y afinadas es la del escritor chileno Manuel Rojas, como se verá en este prólogo en un conjunto de entrevistas, cada una de las cuales percibe un diferente perfil de este notable escritor.

    Este hombre, no demasiado alto, pero de aspecto gigantesco por su cabeza prominente, rostro de un tinte dorado semejante al cobre o a las hojas secas de los plátanos orientales, de andar lento, largos brazos, manos grandes, toscas y serenas, nació en Buenos Aires en 1896 de familia proletaria. Allí vivió hasta su adolescencia y luego en Rosario, un largo tiempo, donde comenzó a comprar y a leer toda clase de libros con esa curiosidad y avidez de los que, salvo la inteligencia, sensibilidad e imaginación, carecen de casi todo.

    El primer libro en despertar su interés lo descubrió en la vitrina de una librería camino al colegio. Se llamaba Devastaciones de los piratas. No pudo comprarlo, pues costaba veinte centavos. Tuvo que juntar los dos centavos que le daban al día y entró en la librería. Al abrirlo en la calle se dio cuenta que era la segunda parte de una novela titulada Los náufragos del Liguria de Emilio Salgari: Leí el libro y empecé a juntar dinero para comprar el primer tomo. Y con eso me metí dentro del árbol, en donde continúo ¹.

    ¿Sería mera coincidencia que se fijara en una tapa con la imagen de un salvaje semidesnudo que era alcanzado en plena carrera por una flecha, como recuerda? Pensamos que no. A esa altura la vida no habían sido para Manuel Rojas sino aventura, pobreza, hombres desarrapados, solitarios y hasta dementes (entre ellos un indio yagán de los canales, en un barrio de Santiago), obreros que de madrugada cargaban medio vacuno o grandes sacos en Buenos Aires y en Santiago de Chile, y vivían en un ir y venir en busca de una nueva morada, de barrio en barrio y de casa en casa.

    La aventura, el movimiento, el desarraigo, la intemperie lo acompañó hasta el final de su vida, en que se enamoró de una mujer cuarenta años menor que él, perdió a muchos amigos y tuvo que comenzar una nueva vida al filo de los setenta años.

    Fue definitivamente Chile, su territorio, su paisaje, sus hombres hallados en continuas caminatas y viajes, su preocupación permanente. Había entrado a Chile desde Argentina, por Los Andes, en compañía de un personaje del cual se despide en la Alameda y que no vuelve a ver nunca más: es el llamado Laguna, que luego aparece en un cuento del mismo nombre.

    Era un día de 1912. Había recién cumplido los dieciséis años.

    Pero nunca olvidó a quienes conoció durante sus años de obrero trashumante: zapateros, cerrajeros, bandoleros, remendones de paraguas, ladrones, pintores de brocha gorda, peluqueros, carpinteros, la mayoría alucinados monjes del anarquismo.

    De regreso de uno de sus últimos viajes a Estados Unidos o a Europa, tal vez a la antigua Unión Soviética, pasó por Buenos Aires y en unos de sus suburbios visitó a un viejo ácrata conocido hacía cerca de cincuenta años. Recordaba al dedillo los tiempos en que se conocieron. Manuel Rojas era un lento, sabio y humorístico contador de historias, y se reía sin reticencias de sus propias observaciones, que caían como bolitas de arvejas intermitentemente sobre las situaciones o los personajes a quienes se referían.

    Sin embargo, esta nueva mirada que aparece en Hijo de ladrón, su primera gran novela, se hallaba ya latente y sumergida en cada uno de sus cuentos y relatos cortos anteriores. Bastaba sacar de allí, de pequeñas joyas como El vaso de leche, o la novela breve Lanchas en la bahía, los elementos de profunda psicología, humor y materia formal, no suficientemente pulimentados ni enriquecidos por las asiduas lecturas posteriores de Faulkner, Mann y Proust, para que surgiera, casi en forma espontánea y como respirada, la serie de novelas que culminarían con La oscura vida radiante, la última de la tetralogía del personaje Aniceto Hevia.

    Pertenecía a esa generación que se formó en la doctrina y el mito del anarquismo: Kropotkin, Bakunin, Malatesta y otros teóricos, algunos catalanes, como Ferrer, y el zapatero chileno Augusto Pinto, poblaron la imaginación de estos obreros y artesanos, soñadores, inconformistas e introvertidos; grandes lectores de la época, como lo fueron igualmente sus amigos José Santos González Vera, José Domingo Gómez Rojas y el peluquero Arturo Zúñiga Quilodrán². Todos estos anarco-sindicalistas, como se llamaban, tenían una concepción individualista de la existencia, donde era preponderante la idea de que nadie más que el propio individuo es el constructor de su destino.

    Afortunadamente esta estrategia vital a él le dio

    espléndidos resultados, lo que trajo como consecuencia su limpio humor, la serenidad y el gran humanismo de su obra. No cabe duda que fue su niñez, su pobre, solitaria, peligrosa pero afortunada niñez (aunque conoció el hambre en compañía de su madre), la que introdujo en su espíritu esa objetividad y comprensión para entender a los hombres, que caracteriza su obra libre de cualquier juicio moral.

    Luego, en su adolescencia, volvió a pasar hambre, pero ya había sacado sus conclusiones, en las que nunca faltaba el humor.

    En un mundo en que un ser humano puede morir de hambre, robar de hambre no es ni pecado venial. Por suerte, cuando en mi adolescencia pasé dos o tres días sin comer, no se me ocurrió llorar; habría sido tan ineficaz como rezar o cantar en alemán –no sé, además, alemán– y me aguanté y a veces robé pequeñas materias de ladrón ocasional. Con esos pequeños robos tranquilizábamos nuestros estómagos por unas horas...³.

    Basta el contenido del soneto de uno de sus primeros libros de poemas: La tonada del transeúnte (título que, además, lo define ampliamente, ya que Manuel Rojas concibió la vida como aventura espacial y espiritual), para definir lo que consideramos mejor que nada la filosofía de su vida:

    Lo mismo que un gusano que hilara su capullo

    hila en la rueda tuya tu sentir interior,

    he pensado que el hombre debe crear lo suyo

    como la mariposa sus alas de color.

    Teje serenamente, sin soberbia ni orgullo,

    tus ansias y tu vida, tu verso y tu dolor.

    Será mejor la seda que hizo el trabajo tuyo,

    porque en ella pusiste tu paciencia y tu amor.

    Yo, como tú, en mi rueca hilo la vida mía,

    y cada nueva hebra me trae la alegría

    de saber que entretejo mi amor y mi sentir.

    Después, cuando mi muerte se pare ante mi senda,

    con mis sedas más blancas levantaré una tienda

    y a su sombra, desnudo, me tenderé a dormir.

    Este poema de su juventud, con algunas notas modernistas y una clara influencia de la ética de Antonio Machado, podemos considerarlo como su arte poético y representa en forma perfectamente simétrica lo que fue su vida y su espíritu, además de credo de la ideología anarquista a la que invita a participar al lector: "Yo,

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