Congreso Internacional del Mundo del Libro (7-10 de sept. de 2009-Cd. de México): Memoria
Por Varios autores
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Varios autores
<p>Aleksandr Pávlovich Ivanov (1876-1940) fue asesor científico del Museo Ruso de San Petersburgo y profesor del Instituto Superior de Bellas Artes de la Universidad de esa misma ciudad. <em>El estereoscopio</em> (1909) es el único texto suyo que se conoce, pero es al mismo tiempo uno de los clásicos del género.</p> <p>Ignati Nikoláievich Potápenko (1856-1929) fue amigo de Chéjov y al parecer éste se inspiró en él y sus amores para el personaje de Trijorin de <em>La gaviota</em>. Fue un escritor muy prolífico, y ya muy famoso desde 1890, fecha de la publicación de su novela <em>El auténtico servicio</em>. <p>Aleksandr Aleksándrovich Bogdánov (1873-1928) fue médico y autor de dos novelas utópicas, <is>La estrella roja</is> (1910) y <is>El ingeniero Menni</is> (1912). Creía que por medio de sucesivas transfusiones de sangre el organismo podía rejuvenecerse gradualmente; tuvo ocasión de poner en práctica esta idea, con el visto bueno de Stalin, al frente del llamado Instituto de Supervivencia, fundado en Moscú en 1926.</p> <p>Vivian Azárievich Itin (1894-1938) fue, además de escritor, un decidido activista político de origen judío. Funcionario del gobierno revolucionario, fue finalmente fusilado por Stalin, acusado de espiar para los japoneses.</p> <p>Alekséi Matviéievich ( o Mijaíl Vasílievich) Vólkov (?-?): de él apenas se sabe que murió en el frente ruso, en la Segunda Guerra Mundial. Sus relatos se publicaron en revistas y recrean peripecias de ovnis y extraterrestres.</p>
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Congreso Internacional del Mundo del Libro (7-10 de sept. de 2009-Cd. de México) - Varios autores
Congreso Internacional
del Mundo del Libro
(2009 Sept. 7-10 Cd. de México)
Fondo de Cultura Económica
Primera edición, 2009
Primera edición electrónica, 2010
D. R. © 2009, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
Empresa certificada ISO 9001:2008
Comentarios:
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Tel. (55) 5227-4672
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.
ISBN 978-607-16-0290-9
Hecho en México - Made in Mexico
Mesa VI
Presentación
Discurso inagural. El FCE, el aleph en la cultura mexicana / Alonso Lujambio
Conferencia magistral. Las bibliotecas y el futuro digital / Robert Darnton
Mesa I. Letras vivas o letra muerta: políticas públicas sobre el libro y la lectura
Una mirada hacia el futuro de la edición / Emiliano Martínez
Educación y cultura: el binomio alrededor del libro / Laura Emilia Pacheco
Algunos cimientos para las políticas públicas / Fernando Zapata López
Mesa II. Publicar y perecer: la edición de libros a comienzos del siglo XXI
Sin catastrofismo ni optimismo fácil / Fernando Escalante Gonzalbo
Ideas prácticas / Enrique Krauze
Lectores creativos, ciudadanos plenos: las enseñanzas de La Cartonera / Doris Sommer
Mesa III. Los nativos digitales también leen: nuevas generaciones de lectores
La alfabetización y el mundo digital / Emilia Ferreiro
Puertas que se abren hacia un solo lado / Isol
Nuevas formas de lectura: nuevas formas de escritura / Antonio Rodríguez de las Heras
Conferencia magistral. Perspectivas del libro ante la tecnología digital: las lecciones de la prensa / Franklin Martins
Mesa IV. La bendición de Babel: las mil y una lenguas
Después de Babel: traducir / Manuel Borrás
Amistad y traducción / Eric Nepomuceno
La imprescindible traducción / Javier Pradera
Mesa V. Cómo y dónde leemos hoy: los nuevos modos y espacios de la lectura
El futuro papel del papel / Roger Bartra
Algunas preguntas fundamentales / Roger Chartier
Los fondos hispánicos de la Biblioteca del Congreso en el siglo XXI / Georgette M. Dorn
La metamorfosis de la escritura / Román Gubern
Entrevista videograbada
Mesa VI. Todos son hijos del diablo: la delicada relación entre escritores y editores
Respeto reverencial y puntualidad germánica / Daniel Divinisky
Alegrías y percances de la política de autor
/ Jorge Herralde
Memoria de la lectura: sobre el FCE y el lugar de la crítica / Julio Ortega
Mesa VII. Mercados, territorios y lenguas: los límites de la explotación editorial
Los grandes escenarios del mercado editorial / José Luis Caballero Leal
La función actual del agente literario / Antonia Kerrigan
Nuevos mercados en tiempos difíciles / Eduardo Rabasa
Mesa VIII. El pensamiento binario: nuevas tecnologías, nuevas inteligencias
Cuatro miradas (de rata) a la nueva tecnología / Claudio Lomnitz
Google Libros: millones de libros a un clic de distancia / Marco Marinucci
El futuro del libro y el libro del futuro / Bob Stein
Mesa IX. Un débil grillete: los eslabones de la cadena del libro
Necesidad y utilidad de las ferias de libros / Raúl Padilla López
¿Por qué se venden los libros que se venden? / Antonio Ramírez
La necesidad de los límites / Jaume Vallcorba
Conferencia magistral. Agonía y resurrección del libro / Fernando Savater
Participantes
Presentación
Entre 1934, año en que se fundó el Fondo de Cultura Económica, y 2009, cuando festejamos sus tres cuartos de siglo, el modo de hacer libros cambió más que en los 500 años posteriores a la invención de la imprenta de tipos móviles. Adelantos técnicos y comerciales de toda índole —la fotocomposición, el auge de los libros de bolsillo, el imperio de los fugaces best sellers, los sistemas de edición digital, el nacimiento de los libros electrónicos— sentaron las bases para que el moroso oficio editorial deviniera en una colosal industria. Y si bien los hacedores de libros han sabido sortear las amenazas planteadas, entre otros medios, por la televisión, hoy nos sentimos en el ojo del huracán digital: todo a nuestro alrededor se mueve a gran velocidad y aún no nos queda claro qué se mantendrá en pie.
En ese mismo lapso, México y el resto de Latinoamérica se han transformado de manera radical. No sólo la tasa del analfabetismo se ha abatido en nuestro país, sino que la oferta de libros dejó de ser el páramo al que se enfrentó Daniel Cosío Villegas en su afán por enseñar economía a los estudiantes de la Universidad Nacional. Hoy contamos en México con casas editoras de todo tamaño, nacionales y extranjeras, unas especializadas, otras con un amplio arco de intereses, pero aún sigue siendo necesaria la intervención del Estado en ciertas formas de publicación de libros. Con lentitud casi siempre desesperante, la industria editorial mexicana se esfuerza por alcanzar con sus productos todo el orbe hispanoamericano y por adoptar las mejores prácticas que imperan en otras regiones.
Para suscitar la reflexión sobre el presente y los futuros de la edición, y no sólo para levantar las copas en un brindis por sus siete décadas y media de existencia, el Fondo de Cultura Económica organizó en septiembre de 2009 el Congreso Internacional del Mundo del Libro, en el que participaron algunos de los más notorios actores de la escena libresca. En cuatro días de discusión, casi 30 ponentes y una decena de moderadores y presentadores —escritores, editores, traductores, bibliotecarios, libreros, agentes, abogados, profesores, historiadores, desarrolladores de tecnología, críticos literarios— se reunieron en la ciudad de México para disertar sobre los dilemas que hoy enfrenta la cultura del libro sobre papel.
En esta memoria sólo reproducimos las ponencias de quienes dieron vida a cada una de las mesas. Un documento que diera fe de las preguntas del público y de las respuestas habría sido mucho más extenso y necesariamente menos elocuente que éste que el lector tiene en las manos. Ese lector tampoco hallará aquí las intervenciones de los moderadores y presentadores, que hicieron mucho más que garantizar la continuidad de las exposiciones y los debates —algunos incluso prepararon textos de valía, que con pesar debimos dejar fuera para no desequilibrar el formato con que se presentan todas las mesas—. El Fondo agradece el compromiso y la generosidad de Antonio Saborit, José Woldenberg, Juliana González Valenzuela, Miriam Martínez, Adolfo Castañón, Jesús Silva-Herzog Márquez, Christopher Domínguez Michael, Héctor Aguilar Camín, Sealtiel Alatriste, Cecilia Soto y Luis Alberto Ayala Blanco, a quienes, en el mejor de los sentidos, consideramos de casa.
También queremos decir gracias a la Secretaría de Educación Pública y al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, por contribuir a que este encuentro se llevara a cabo, y a la Universidad Nacional Autónoma de México, El Colegio de México y la Universidad Iberoamericana por su colaboración. La muy manida noción de sinergia se revitaliza cuando instituciones de esta talla coordinan sus esfuerzos en pro de la difusión de las ideas.
Estamos muy satisfechos de que el Congreso haya sido muy concurrido. A las poco más de 1 800 personas que se reunieron en la Unidad de Seminarios Jesús Silva Herzog durante los cuatro días de actividades, hay que sumar la cifra de los asistentes en línea: casi 17 mil personas se asomaron al sitio electrónico que el FCE habilitó ex profeso (en el momento de mayor confluencia llegó a haber 4 336 conexiones simultáneas), provenientes de 17 países además del nuestro: Colombia y España, por ejemplo, tuvieron más de 1 000 visitas cada uno; Chile, los Estados Unidos y Argentina sumaron más de 400 cada cual (y también hubo agradables sorpresas, como los nexos establecidos por internautas de Suecia y Polonia). Una selección de las intervenciones sigue disponible en el sitio electrónico del Fondo y en ese caótico anaquel de imágenes en movimiento que es YouTube.
Puede ser que, vistas en la quietud del papel, las palabras de los ponentes tengan menos viveza, menos pasión, que cuando las pronunciaron, pero un documento como éste garantiza su permanencia y extiende su alcance a un tercer círculo concéntrico, el de quienes prefieren la letra de molde para aprehender el mundo. Agradecemos a los autores su autorización para reproducir sus textos en el formato que mejor conocemos en el FCE: como un libro impreso. En cada ponencia habremos de libar alguna idea, recomendación o advertencia para definir las rutas por las que una institución como el Fondo habrá de caminar durante sus próximos 75 años.
El FCE, el aleph
en la cultura mexicana
Discurso inaugural
Alonso Lujambio
Licenciada Consuelo Sáizar, presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y ex directora general del Fondo de Cultura Económica; Joaquín Díez-Canedo Flores, director general del Fondo de Cultura Económica; amigas y amigos de la Universidad Nacional Autónoma de México, de la Universidad Iberoamericana y de El Colegio de México, casas de estudios muy cercanas a la vida del Fondo y copatrocinadoras del Congreso Internacional del Mundo del Libro, que hoy nos convoca; distinguidas y distinguidos participantes en este congreso; apreciables personalidades del mundo del libro; apreciables autores de esta casa editorial; amigas y amigos del Fondo de Cultura Económica; amigas y amigos todos:
Agradezco la alta distinción y el honor de compartir hoy con ustedes en el inicio de este trascendental congreso, en el marco los primeros 75 años del Fondo de Cultura Económica, que festeja así 15 lustros de intensa labor a favor de la educación y de la expansión del conocimiento y la cultura universales entre los mexicanos, así como de la difusión del pensamiento y creatividad de México y América Latina hacia el mundo.
Saludo con admiración y aprecio a las mujeres y hombres de México y de los países que nos visitan: escritores, editores, tecnólogos, filósofos, historiadores, politólogos, científicos, traductores, bibliotecarios, libreros, agentes y abogados, quienes se han dado cita esta semana para dialogar y reflexionar acerca del mundo del libro y todo lo que ello significa en la sociedad global y altamente tecnificada de hoy.
Reciban un afectuoso saludo del presidente de México, Felipe Calderón, un lector apasionado y convencido de que el libro y la lectura son indispensables para el desarrollo pleno de las y los mexicanos. Pues como él ha dicho: la lectura es un punto de partida de la búsqueda de conocimiento, de realización personal, y hablando de alimentos y libros, efectivamente es literalmente alimento espiritual
. De ahí su amplio respaldo a una institución que hoy es fundamental para cimentar, desde el presente, un futuro de prosperidad para México, basado en el conocimiento y la cultura.
Hablo del Fondo de Cultura Económica, que hoy es sin duda la gran editorial del Estado mexicano. Una gran institución que, como muchas de las grandes obras de la humanidad, nació como un sueño de un mexicano de amplia visión como fue don Daniel Cosío Villegas. En aquellos años de las primeras décadas del siglo XX, de auge en los estudios económicos, los estudiantes y maestros universitarios carecían de literatura adecuada para sus cursos. Así lo evocaba don Daniel: Poco o nada podíamos hacer para que los estudiantes de la naciente Escuela de Economía de la UNAM dedicaran las horas del día a estudiar […] Había que traducir al español los libros de economía más importantes. Hablamos del asunto Miguel Palacios Macedo, Eduardo Villaseñor y yo con Manuel Gómez Morin, quien acogió la idea con verdadero interés
.
De ahí que Cosío Villegas, seguido de un grupo entusiasta de amigos intelectuales, se lanzó a la aventura de crear una casa editorial pública para ello. Una aventura que comenzó, como ha narrado Emigdio Martínez Adame, con un préstamo de 10 mil pesos del entonces Secretario de Hacienda, Marte R. Gómez, y en un pequeño cuarto que les prestó el entonces Banco Hipotecario, que dirigía Gonzalo Robles. Un cuarto con sólo una mesa y un teléfono.
Emidgio Martínez y Gonzalo Robles, al lado de Manuel Gómez Morin, Antonio Castro Leal y Jesús Silva Herzog, entre otros grandes maestros y pensadores que ha dado México, serían parte de la Junta de Gobierno del Fondo de Cultura Económica, que nació formalmente justo el 3 de septiembre de 1934, y desde entonces se perfiló como actor fundamental del quehacer cultural y literario de México e Iberoamérica, por lo que hoy es, sin duda, una de las editoriales más importantes de la región. Grandes escritores, pensadores y editores han pasado por esta gran editorial. Querer mencionarlos a todas y todos requeriría más que unos cuantos minutos.
Han pasado casi 75 años desde El dólar plata, de William Shea, traducido por Salvador Novo —quien por cierto, solidario con esta gesta editorial, cobró muy poco por ello—; desde ese primer libro y hasta los nueve mil títulos publicados en su historia, de los cuales más de cuatro mil están hoy en circulación, como parte de sus más de 100 colecciones, que abarcan todas las ramas del saber y la cultura. Destaco, por mencionar sólo tres que creo dan una idea de la amplia gama del acervo del Fondo. Me refiero a los Breviarios, idea de don Alfonso Reyes, cuya obra completa está en el Fondo, así como a Letras Mexicanas y A la Orilla del Viento. Tres colecciones que guardan el conocimiento universal y lo más selecto de la literatura para todas las edades.
Los libros del Fondo han contribuido, sin duda, a la formación de muchos de los grandes escritores, pensadores, maestros, científicos y profesionales de Iberoamérica, y han acompañado a millones de niños, jóvenes y adultos de México y Latinoamérica en su búsqueda de conocimiento y del placer de la lectura, incluido yo mismo. Por ello puedo decir con José Emilio Pacheco, cuya poesía también ha editado el Fondo, que:
Jamás sabré cómo sería el mundo
Si no existieran los libros del Fondo.
Tampoco podré medir todo lo que me han dado.
Lamentaré en todo caso no haber leído más.
De igual manera que crecieron sus colecciones, el Fondo ha ampliado su presencia no sólo abriendo librerías en la República mexicana, sino impulsando la apertura de filiales en otras naciones. Así, a poco más de 10 años de su creación, nacía en Buenos Aires, en 1945, la primera filial del Fondo; luego seguirían Colombia, Chile, España, Venezuela, Perú, Estados Unidos, Brasil y Guatemala. Resalto la transformación de la librería de Bogotá, que desde enero de 2008 es ya el Centro Cultural Gabriel García Márquez. Y próximamente tendremos cinco nuevas librerías, tres más en nuestro país, una en Washington y otra en Buenos Aires.
Porque cada filial o librería del Fondo representa una apuesta por la pluralidad y diversidad del pensamiento universal para la construcción de un mundo mejor, a la que han contribuido y contribuyen, a través de sus obras —junto con el Fondo—, los escritores, científicos, artistas e investigadores más destacados de México y del mundo. Hablo de Octavio Paz, de Norberto Bobbio, de Juan Rulfo, de Rubén Bonifaz Nuño, de Erich Fromm, de Max Weber, de Carlos Fuentes, de Oscar Lewis, de Gaston Bachelard, de Ramón López Velarde y de muchos que están ahora aquí con nosotros, y de tantos y tantos más quienes han sido y son paradigma de la cultura y el pensamiento contemporáneos. Una construcción a la que han sumado su talento y compromiso editores, correctores, impresores, libreros, bibliotecarios, críticos y promotores culturales, pero fundamentalmente los actores centrales de la cultura del libro, que son y serán siempre las y los lectores del Fondo, una editorial que ha sabido estar a la altura del avance tecnológico en los procesos de edición e impresión, no sólo para asegurar su lugar actual en el mercado, sino para ofrecer las mejores opciones a sus lectores.
Muchas han sido las maneras de leer y aprender desde que se inventó la escritura: primero fue la piedra y luego la arcilla, seguidas del pergamino, el cuero, la seda y las primeras hojas de papel, hasta la forma acabada del libro impreso que hizo posible Gutenberg, con su invención del tipo móvil, y ahora también leemos en pantallas. De ahí que el Fondo hoy, además del libro impreso, trabaje ya en la digitalización de sus libros y en la actualización del equipo que se requiere para continuar siendo competitivos, además de contar con su librería virtual en línea.
Nunca como ahora se ha tenido una conciencia tan clara del papel que desempeña el libro en nuestras vidas y del vínculo tan grande que existe entre lectura, educación y desarrollo. Los libros y la lectura nos permiten acercarnos y entender el mundo, pero también hacer nuestros los valores supremos de la libertad, el diálogo y la tolerancia, porque nos muestra la infinita diversidad de lo humano. Por todo ello, felicitemos al Fondo, a sus autores y a sus lectores, y a nosotros mismos, que a través de los libros del Fondo hemos sabido hacer de ellos un servicio público, el eje de la educación, una tradición cultural y la posibilidad de comunidades de lectores que saben que después de leer un libro el mundo es más habitable.
Soy optimista: estoy convencido de que el futuro del libro está en buenas manos en México y en el mundo. El Fondo, así como otras casas editoriales, grandes, medianas y pequeñas, a lo largo de los últimos 75 años ha colocado su labor editorial en el marco de la producción industrial con resultados estupendos y alentadores. Sé, estoy seguro de ello, que en estos cuatro días se presentará aquí un conjunto de ideas y propuestas que tendrán como consecuencia un futuro promisorio para el libro como objeto central en la historia de la humanidad, lo mismo impreso que en las nuevas formas que la tecnología y la creatividad humana construyan.
Para terminar, quisiera traer mi recuerdo de aquel pasaje de El aleph
en que el personaje Jorge Luis Borges desciende tres escalones y, al volver la mirada hacia un lado, descubre una esfera tornasolada, de tres centímetros de diámetro como máximo, en la que cabe todo el universo, y el propio aleph en ella. Al reflexionar sobre esta imagen de la literatura borgiana, no puedo más que compararla con lo que significa el Fondo de Cultura Económica para la educación, para la cultura y para el futuro de las y los mexicanos. Por ello, hoy 7 de septiembre de 2009, me siento muy honrado en declarar inaugurados los trabajos del Congreso Internacional del Mundo del Libro, en el marco de los festejos del 75 Aniversario del Fondo de Cultura Económica.
Muchas felicidades, mucho éxito y, como dijera el poeta Alí Chumacero: quiero que el Fondo dure por lo menos una eternidad
.
Conferencia magistral
Las bibliotecas y el futuro digital
Robert Darnton
¿Cuál es el futuro de las bibliotecas de investigación y cómo podemos prepararnos para ese futuro? Estas preguntas no pueden ser descartadas por ser académicas —del tipo de preguntas que un profesor haría sin repercusión alguna para el común de la ciudadanía—, ya que van al corazón de lo que busca cada ciudadano diariamente: información para un conocimiento pertinente.
Cuando intento prever el futuro, veo hacia el pasado. Aquí, por ejemplo, se trata de una fantasía futurista publicada en 1171 por Louis-Sébastien Mercier en su exitoso tratado utópico L’An 2240. Mercier se queda dormido y despierta en el París que existirá siete siglos después de su nacimiento (1740), y encuentra una sociedad purgada de todos los males del Ancien Régime. En el capítulo climático del primer volumen, visita la Biblioteca Nacional, seguro de que encontrará miles de volúmenes espléndidamente formados al igual que en la Bibliothéque du Roi bajo el mandato de Luis XV. Sin embargo, para su gran asombro, sólo encuentra un cuarto modesto con cuatro pequeños libreros. ¿Qué le ocurrió a la enorme cantidad de material impreso acumulado desde el siglo XVIII, si en ese entonces ya estaba abarrotando las bibliotecas?, se pregunta. Los quemamos, responde el bibliotecario: 50 mil diccionarios, 100 mil obras de poesía, 800 mil volúmenes de leyes, 1 millón 600 mil libros de viajes y mil millones de novelas. Una comisión de virtuosos eruditos leyó todos los volúmenes, eliminó las falsedades y lo redujo todo a su esencia: unas cuantas verdades básicas y preceptos morales que cupieron fácilmente en los cuatro libreros.
Mercier era un defensor militante de la Ilustración y fervoroso creyente en la palabra impresa como agente del progreso; no favorecía la quema de libros pero su fantasía expresó un sentimiento que ahora se ha convertido en una obsesión: el sentimiento de ser abrumado por la información y la impotencia ante la necesidad de encontrar material pertinente entre una montaña de textos efímeros.
La sobrecarga de información no es algo nuevo. Ha oprimido a los lectores desde el siglo XVI, si no es que desde antes. Pero ahora plantea problemas para diseñar las bibliotecas del futuro. ¿Deberían ser electrónicas, casi sin libros y similares al cuarto de lectura imaginado por Mercier? En vez de esos libreros residuales, la biblioteca del futuro podría tener computadoras conectadas a motores de búsqueda que revisaran millones de textos en bancos de datos digitales para suministrar a los lectores exactamente lo que quieren.
¿Parece poco creíble? Pues ya existe, aunque no se llama biblioteca, se llama Google Book Search. Regresaré a ese tema en un minuto, pero primero quisiera puntualizar algo que se olvida fácilmente con todo el alboroto sobre Google, los lectores electrónicos, las Espresso Book Machines y otras innovaciones tecnológicas: que los libros impresos se sostienen bastante bien. De hecho, la producción del libro estándar tradicional se ha incrementado regularmente durante las primeras décadas de la era digital. De acuerdo con Bowkers, 700 mil nuevos títulos aparecieron por todo el mundo en 1998, 859 mil en 2003 y 976 mil en 2007. A pesar del declive económico actual, pronto se publicará un millón de libros cada año.
El continuo poder del venerable códice impreso ilustra un principio general en la historia de la comunicación: un medio no desplaza a otro, por lo menos no a corto plazo. Mucho después de la invención de Gutenberg, la publicación de manuscritos siguió floreciendo, los periódicos no acabaron de una pasada con el libro impreso, la radio no reemplazó al periódico, la televisión no destruyó a la radio y la internet no hizo que los televidentes abandonaran sus televisores. Por tanto, ¿los cambios tecnológicos ofrecen un mensaje tranquilizador con respecto a la continuidad?
No. La invención de los modos electrónicos de comunicación es por lo menos tan revolucionaria como la invención de la imprenta de tipos móviles, y tenemos tanta dificultad para asimilarla como la tuvieron los lectores del siglo XV cuando se enfrentaron con textos impresos. Aquí, por ejemplo, hay una carta de Niccolò Perotti, un erudito clasicista italiano, a Francesco Guarnerio, escrita en 1471; menos de 20 años después de la invención de Gutenberg:
Mi querido Francesco, últimamente he alabado la época en que vivimos, por el gran don, en verdad un don divino, de un nuevo tipo de escritura llegada a nosotros recientemente desde Alemania. De hecho, vi a un solo hombre imprimir en un mes todo lo que podrían escribir a mano varios hombres en un año… Fue por esta razón que tuve esperanzas de que dentro de poco tiempo tendríamos una cantidad de libros tan grande que no habría una sola obra que no pudiera ser conseguida, ya fuera por escasez o falta de recursos… Pero —¡ay, pensamientos falsos y demasiado humanos!— veo que las cosas resultaron muy diferentes de lo que había esperado. Porque ahora que cualquiera es libre de imprimir lo que guste, usualmente no se toma en cuenta aquello que es lo mejor y en cambio se escriben, como entretenimiento simplemente, cosas que sería mejor olvidar o, peor aún, borrar de todos los libros. Y aun cuando se escriban cosas que valgan la pena, se las tuerce y corrompe hasta el punto en que sería mucho mejor deshacerse de tales libros, en vez de tener mil ejemplares esparciendo falsedades por todo el mundo.
Perotti habla como algunos de los críticos del Google Book Search, incluyéndome a mí, que lamentan las imperfecciones textuales y las inexactitudes biográficas en el nuevo tipo de escritura
que nos llega por internet. Como quiera que sea el futuro, será digital, y el presente es un tiempo de transición en el que los modos de comunicación impresos y digitales coexisten. Incluso ahora somos testigos de la desaparición de artículos familiares: las máquinas de escribir ahora están relegadas a las tiendas de antigüedades, las postales son una curiosidad, las cartas a mano están más allá de la capacidad de la mayoría de los jóvenes, que son incapaces escribir en letra cursiva; el periódico está extinto en varias ciudades; la librería local ha sido reemplazada por cadenas, mismas que están amenazadas por distribuidores por internet como Amazon. ¿Y la biblioteca?
Puede parecer la institución más arcaica, y si no se adapta a la tecnología moderna será reemplazada por Google. Al digitalizar acervos de 30 bibliotecas, según el último conteo, Google está creando una base de datos compuesta por millones de libros, tantos que pronto habrá construido una megabiblioteca digital más grande que cualquiera que hayamos imaginado, excepto en la literatura de Jorge Luis Borges.
Lo que distingue a la biblioteca de Google de las demás no es la digitalización, pues ésta existe en todos lados, sino la escala del escaneo y su propósito. Google es una empresa comercial cuyo objetivo principal es ganar dinero. Las bibliotecas existen para suministrar a los lectores libros, además de otros materiales, algunos de ellos digitalizados. La misión comercial oculta de Google surgió a plena vista el 28 de octubre de 2008, cuando anunció que había llegado a un acuerdo con un grupo de autores y editores que lo estaban demandando por una supuesta infracción de derechos de autor. El acuerdo creó un mecanismo complejo para compartir las ganancias que se generarían al vender el acceso a la base de datos de Google. Su provisión más importante desde la perspectiva de las bibliotecas de investigación es una suscripción institucional. Al pagarle una cuota anual a Google, las bibliotecas ofrecerán acceso a sus lectores para explotar toda la información en los libros que Google ha digitalizado, excepto los libros que estén protegidos por copyright y cuyos titulares elijan que esos libros no estén disponibles a través de la suscripción institucional.
El acuerdo nos pareció turbio a muchos de los que estamos a cargo de las bibliotecas. Al principio nosotros proporcionamos a Google los libros sin ningún costo y ahora nos pedían que los volviéramos a comprar, junto con los libros de nuestras bibliotecas hermanas, en formato digitalizado. Aún más importante, nos preocupaba que Google estuviera creando no sólo un monopolio, sino un tipo diferente de monopolio, potencialmente más grande que cualquiera que haya existido: un monopolio de acceso a la información.
La gente de Google encuentra desagradable la palabra que empieza con eme. Para evitar herir su sensibilidad, uno podría hablar de una empresa hegemónica, económicamente invencible, tecnológicamente inexpugnable y legalmente invulnerable, la cual podría aplastar a toda la competencia… Pero, en un lenguaje sencillo, Google Book Search es un monopolio.
Es un monopolio por tres razones. Primero: después de que Microsoft abandonara el campo, ningún competidor tenía el poder tecnológico y económico para defenderse ante Google. Segundo, porque la demanda tiene un carácter colectivo: el acuerdo cubre a todos los autores en la categoría de titulares de derechos. Por lo tanto, un rival de Google tendría que ganar el acuerdo de cada poseedor de un copyright y establecer innumerables demandas por violación de derechos de autor con tarifas que podrían variar desde los 30 mil hasta más de 100 mil dólares. (Al mismo tiempo el acuerdo convertiría a Google y los demandantes en los dueños efectivos de los libros cuyos derechos de autor no han sido reclamados; una cuestión compleja que involucra millones de obras y no simplemente los supuestos libros huérfanos
.) Tercero, el acuerdo contiene una cláusula de nación más favorecida, la cual previene que cualquier otro competidor reciba mejores términos que los acordados con Google.
Los monopolios no son necesariamente malos. En el caso de la telefonía y de los viajes en ferrocarril una sola compañía puede proporcionar un mejor servicio que una profusión de compañías compitiendo (recuérdense los casos de las Baby Bells
y del New Jersey Transit). Google podría traer su magnífica biblioteca digital dentro del rango de lectores en bibliotecas públicas y universidades pequeñas en todo el país, y tal vez algún día en todo el mundo.
¿Pero queremos que una empresa comercial tenga el control exclusivo de tanta información? Ya preocupa a las bibliotecas tener que entregar los registros de sus patrocinadores al gobierno, lo que puede ser solicitado como un acto patriótico. Google podría saber más de nosotros que la cia, el fbi y el fisco combinados. Podría saber lo que leemos, lo que compramos, a quién visitamos, de cuántos metros cuadrados es nuestro cuarto, qué mensajes intercambiamos con nuestros destinatarios y, si todos sus algoritmos son correctos, qué habremos de elegir al momento de tomar una decisión.
No hay nada satánico en las ambiciones de Google, ni es poco sincero su eslogan: Do no evil
[No hagas el mal]. El crecimiento del poder de Google simplemente será resultado del éxito de su plan de negocios. Como cualquier negocio, su primera obligación es producir ganancias para sus accionistas, sin preocuparse por el bienestar del público. Podría parecer que el público no tiene nada que temer de un monopolio de acceso a la información, porque la información está donde sea —nos ahogamos en ella—, pero consideremos el poder inherente en la función de Google como su guardián. Cualquiera que dirija los portales de la información digital puede actuar como un cobrador, obligándonos a pagar la entrada a la carretera de la información. En el caso de los libros, los ejemplares digitales en la base de datos de Google pertenecerán a Google y Google puede cobrar cualquier precio que desee