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Las cartas sobre la mesa
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Las cartas sobre la mesa

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Las cartas sobre la mesa es un libro que reúne los discursos que apuntan a la mitad vacía del vaso, a la desnudez del emperador, a la precariedad de nuestras democracias, a la intemperie del pensamiento y a la crisis de la izquierda, entre otros temas. En estas páginas hay una selección del trabajo realizado por Faride en la Revista Rocinante, que por siete años –hasta su cierre en octubre del 2005– dio cuenta de los principales debates políticos, sociales, artísticos y culturales de la transición chilena, de América Latina y de Europa. Hay aquí cuarenta entrevistas a hombres y mujeres, chilenos y extranjeros. En muchas de ellas las interrogantes sobre la memoria, el pasado, la historia, son recurrentes. Como también la lectura de este tiempo carente de relatos, o el diagnóstico de la transición chilena con sus vacíos y frustraciones.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento30 jul 2015
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    Las cartas sobre la mesa - Faride Zerán Chelech

    lom@lom.cl

    Prólogo

    La entrevista como género periodístico debe dejar huellas en el lector. Me refiero a aquella que se elabora en torno a un personaje, su visión de mundo, su vida o su obra, y no la que surge del reporteo que a través de la interpelación a una o a varias fuentes obtiene la materia prima que dará vida a la noticia o a otros géneros.

    Porque, sin duda, la entrevista en su estructura primaria es el instrumento base desde donde se desarrolla el periodismo. Sin entrevista no hay reporteo. A través de ella se indaga y se confrontan versiones, se construye y deconstruye la base en la que descansa el periodismo: la búsqueda de la información, el despliegue y la corroboración de las fuentes.

    Por ello la entrevista va desde la pregunta al dueño del kiosco de diarios que presenció el choque de la esquina, a la cuña sacada a un ministro al término de la reunión de gabinete. Es lo que en la jerga periodística se denomina reporteo.

    Pero no solo eso, también es la base del periodismo de investigación, la materia prima de los libros de non fiction, que con el impulso del nuevo periodismo o periodismo narrativo ha incorporado a entusiastas cultores del género, que desde la biografía al libro de reportajes, aquel que se escribe con el rigor del periodismo pero que se lee con la pasión de la novela, se instala como el nuevo fenómeno editorial de este siglo.

    ¿Cuántas horas de entrevistas acumuló a lo largo de cinco años de investigación Truman Capote para escribir A Sangre Fría? ¿Cuántas requirió García Márquez para dar vida a Noticias de un Secuestro, o Tomás Eloy Martínez para Santa Evita?

    Sin embargo, el objetivo de esta reflexión no se centra en ese tipo de entrevistas cuyo fin no es otro que conseguir información. El objeto de estas páginas es más bien hablar de la entrevista como género en sí misma, donde la mera indagación da paso a la reflexión en torno al entrevistado, su vida o su obra. Es decir, donde el personaje no es el medio sino el fin.

    No voy a remontarme a la polémica sobre cuándo y dónde nace la entrevista como género periodístico. Algunos textos referidos al diálogo preguntas-respuestas sitúan su origen en 1859, en EE.UU., atribuyéndoles tal privilegio a Horace Greeley, editor del New York Tribune, y a James Gordon Bennet, dueño del New York Herald.

    Sin embargo, para otros la invención del género estaría en Europa, en la pluma del escritor James Boswell, muerto en 1795, quien habría entrevistado a figuras como Jean Jacques Rousseau, Hume o Voltaire.

    De cualquier forma, como señalan autores que han profundizado de manera más sistemática en el tema, los orígenes del diálogo como género de conocimiento se remontan al Egipto de hace cuatro mil años, cuando a instancias del emperador alguien escribió un libro acerca de cómo se debe conversar, llamado Instrucciones de Phat-Hotep, o bien a los diálogos de Platón, en los cuales Sócrates inauguraba el camino de la conversación con un otro utilizando la interrogación como posibilidad de acceso al conocimiento.

    En un prólogo al libro de la semióloga Leonor Arfuch, La Entrevista, una Invención Dialógica (Paidós,1995), Beatriz Sarlo escribe que

    la entrevista escrita o audiovisual permite escuchar a alguien que habla. La posición del tercero implicado (quien escucha, por medio del entrevistador, lo que dice el entrevistado) está comprometida en la red que tejen las creencias. Así, la entrevista parece más verdadera en la medida en que el entrevistador nos representa frente al entrevistado y nos incorpora a una actividad investigativa.

    La propia Arfuch, en otro de sus textos señala que

    la revolución tecnológica, las cada vez más sofisticadas instancias de una mediatización satelital, no han acallado las conversaciones públicas, quizás solo las han distanciado, multiplicando escenarios y voces. La entrevista, en el umbral entre lo público y privado, entre el intercambio personal y la audiencia masiva, es uno de los lugares posibles de su manifestación.

    Hago este preámbulo para intentar enmarcar una reflexión en torno a mi experiencia como entrevistadora, particularmente en el campo del periodismo cultural, ejercicio iniciado hace décadas en distintos medios tanto escritos como radiales , y que hoy presento como tributo del último en los que tuve arte y parte: la Revista Rocinante, medio creado en 1998 junto al cineasta Sergio Trabucco, y a mis amigos de LOM Ediciones, Paulo Slachevsky y Silvia Aguilera, y que por siete años, hasta su cierre, en octubre del 2005, dio cuenta de los principales debates políticos, sociales, artísticos y culturales de la transición chilena, de América Latina y de Europa.

    En tal sentido, mi trabajo como entrevistadora le puso rostro a la reflexión crítica de personajes provenientes de la academia, la cultura o del mundo intelectual, estableciendo diálogos desde el pensamiento a las obras, desde la creación a la memoria, esta última como obsesión recurrente en mi trabajo periodístico, tal vez porque soy parte de la generación de la derrota. Aquella que creyó tocar el cielo con los dedos y bajó hasta los más oscuros derroteros del infierno.

    En este quehacer me he enfrentado muchas veces a las preguntas de estudiantes de periodismo en torno a la entrevista como género, a las técnicas que utilizo, a cómo las preparo, a las horas de trabajo frente a la edición, etcétera. Debo confesar que siempre parto de la premisa, y así se lo he señalado por años a mis alumnos de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, que un periodista no deja nunca de estudiar. Que a los años de formación académica y profesional hay que sumarle innumerables horas de trabajo cotidiano que implican desde la lectura de los diarios, en todos sus soportes, a la de libros de ensayo y novelas.

    Porque en la complejidad del mundo actual, en los desafíos de esta era de la revolución tecnológica, la abundancia e instantaneidad de la información nos devuelve a la paradoja de la desinformación por exceso, en la que el ciudadano y ciudadana del siglo XXI son incapaces de percibir qué es lo más importante y por qué. Donde elementos como el contexto de la noticia, su jerarquización y marco ético, más el punto de vista del periodista juegan un rol clave en el complejo proceso de la información.

    Esto, que es atingente a todos los géneros, en el caso de la entrevista cultural cobra mayor relevancia, por cuanto el entrevistado es interpelado a través de una obra o de una visión de mundo, lo que exige una preparación a prueba de todo, especialmente del prejuicio proveniente de las ciencias sociales y de otras disciplinas que ven en nosotros los periodistas a un conjunto de imbéciles que no saben nada ni se han informado acerca de su interlocutor.

    Es cierto que esta caricatura se ve robustecida por la existencia de un periodismo que todo lo banaliza y donde la figura del notero o de los exponentes de la farándula criolla contribuyen a la pérdida de credibilidad de quienes nos dedicamos a esta profesión.

    De allí que el ejercicio del periodismo cultural, y especialmente de la entrevista, implique un desafío mayor que en cada pregunta debe vencer el cúmulo de estereotipos con que nos enfrentan gran parte de nuestros entrevistados.

    La entrevista debe dejar huellas en el lector y la pienso y la armo como un puzzle donde el personaje, algunos hitos de su biografía y particularmente el conocimiento en torno a su obra y creación pasan a ser sustantivos al momento de elaborar un temario, cuestionario o punteo.

    Esta indagación tiene varias aristas, entre otras, y antes de la existencia de Google y otros buscadores, partir hasta la Biblioteca Nacional e instalarme en Referencias Críticas, o bucear en los diarios y revistas antiguos, buscando qué se dijo, escribió o se pensó en torno al personaje en cuestión, asumiendo que en el periodismo cultural preguntarle por ejemplo a un escritor acerca del título o del tema de su obra equivale a un acto de lesa estupidez.

    En síntesis, no hago una entrevista si no me he preparado bien, y parte de esa preparación está dada por la curiosidad sustentada en un punto de vista que debo confrontar. Casi siempre me he enfrentado a mis interlocutores con una gran curiosidad, y ella es la mejor guía para conducir una conversación que habitualmente dura más de una hora y que no puede decaer.

    Sin embargo, cuando digo enfrento a mis entrevistados, no lo hago de manera literal. La entrevista cultural no es un campo de batallas ni un confesionario y menos un duelo o un gesto de relaciones públicas.

    El objetivo es que el personaje se sienta cómodo para hablar, para reflexionar en voz alta, para aportar ese algo más que siempre buscamos. Para ello destierro la agresividad como instrumento, la evito, lo que no implica ser inquisitiva, a veces hasta despertar, sin quererlo, los demonios dormidos de algunos, pero sin perder de vista que el objetivo final es la publicación de un trabajo que ilumine y atrape al lector.

    Asumo la entrevista cultural también como un género literario, sin acudir a la ficción sino relevando la realidad desde distintos ángulos.

    Estar con un otro escudriñando en sus pensamientos, observando sus reacciones, atendiendo a sus palabras y también a sus gestos, resulta, al menos para mí, una experiencia apasionante. Sobre todo cuando sentada frente al computador emprendo el largo trabajo de editar, intentando, como mandato ético, nunca sacar de contexto una idea o respuesta.

    Plasmar en el papel la recreación de ese diálogo, los encuentros y desencuentros, poner en limpio lo que a veces resulta indescifrable, contar el ambiente, transmitir el pulso del momento resulta un ejercicio tan fascinante como trabajoso.

    Con esto no quiero decir que siempre he logrado trabajos impecables. La frustración es un sentimiento inherente al quehacer periodístico, aunque algunos tengamos poca tolerancia para asumirlo.

    En estas páginas hay una selección –por razones de espacio– de parte de este trabajo efectuado en la Revista Rocinante. Son 40 entrevistas a hombres y mujeres chilenos y extranjeros. En muchas de ellas las interrogantes sobre la memoria, el pasado, la historia, son recurrentes. Como también la lectura de este tiempo carente de relatos, o el diagnóstico de la transición chilena con sus vacíos y frustraciones.

    En general, aquí dialogan distintas voces que tienen en común una mirada crítica y nada complaciente sobre la realidad, así como la claridad y solvencia intelectual para expresarla.

    Las cartas sobre la mesa es un libro que tiene que ver con esos discursos que circulan por doquier apuntando a la mitad vacía del vaso, a la desnudez del emperador, a la precariedad de nuestras democracias, a la intemperie del pensamiento y a la crisis de la izquierda, entre otros temas.

    Destaco aquí una entrevista que no tiene preguntas porque está armada sobre el relato de su protagonista. Una mujer de mi generación, presa política del régimen de Pinochet, que luego de la primera pregunta partió hablando sobre las vejaciones, aberraciones sexuales y el espanto de la tortura. Yo la escuché muda. Cualquier pregunta era banal ante el horror.

    En estas páginas está dos veces Tencha Bussi, la viuda de Salvador Allende. Su lucidez hasta hoy me encandila, al igual que la figura de Volodia Teitelboim, el muchacho del siglo XX que vivió para la política pero murió en brazos de su amante de siempre, la literatura.

    Norbert Lechner y Enzo Faletto son parte de la memoria intelectual de nuestro país. Ambos, reacios a los medios, sin embargo estuvieron abiertos al diálogo con Rocinante, el triste jamelgo que fue capaz de contener las últimas reflexiones de dos grandes intelectuales públicos que ya no están.

    La entrevista al mítico Ahmed Ben Bella, a quien creía muerto, pero que a los 80 y tantos años seguía de parranda, fue un acierto perpetrado en Venezuela. El intelectual brasileño Emir Sader era el encargado de registrar en su súper cámara digital este encuentro de la periodista con su líder de la adolescencia. El problema es que la cámara le fue sustraída al intelectual brasileño cuando regresaba a su país, y de esa entrevista solo quedan las palabras. ¡Que no es poco!

    Eric Hobsbaum fue otro desafío, pero en rigor cada uno de los entrevistados lo es, aunque a lo largo de mi ejercicio periodístico haya enfrentado más de una vez, y para distintos medios, a gente de la talla de Gonzalo Rojas o Nicanor Parra; Lemebel o Eltit; Moulian y Garretón, Skármeta o Dorfman.

    Es la gracia del periodismo cultural: no se agota en el personaje, sino en su producción y en las aristas y obsesiones que marcan las diferentes etapas de sus obras.

    Agradezco a los jóvenes académicos y periodistas de la Universidad de Chile Claudia Lagos y Cristián Cabalín. Ambos me ayudaron en esta selección de voces con la convicción de que seguirán construyendo debate.

    También a mis amigos de LOM, encabezados por Silvia Aguilera y Paulo Slachevsky. Con ellos, al igual que con muchos, tenemos la certeza de que hay que seguir cabalgando en medio de los molinos de viento, y que en estos recorridos no importa el nombre del jamelgo.

    Faride Zerán, enero 2009.

    Capítulo I

    Las voces de la transición (política y economía)

    Carlos Altamirano: La destrucción del Estado sería un crimen irreparable

    [1]

    Con la entrevista a uno de los líderes de la renovación socialista, Carlos Altamirano, abrimos el debate de este número de Rocinante acerca de la renovación traicionada o los límites de la renovación. Todo ello en el marco de una discusión que en el seno de la Concertación –y fuera de ella–, enfrenta a distintos exponentes del mundo político, social y cultural del país.

    Se trata de una polémica entre la llamada izquierda conservadora y estatista y aquellos denominados liberales progresistas o autoflagelantes v/s autocomplacientes, controversia tras la cual comienza a dibujarse el perfil de una nueva alianza transversal cuya consigna es la privatización y que, en definitiva, podría marcar el fin de la alianza de gobierno.

    –¿Cuál es su balance, al cabo de dos décadas, de la contribución política de este proceso de renovación en el que convergieron en un mismo proyecto ex mapus, ex comunistas, miristas, socialistas, etcétera?

    –Como todos los acontecimientos importantes tanto en la vida individual como en la historia, el balance tiene de luces y de sombras. De luces: contribuyó fuertemente a la derrota política de la dictadura militar; nos reencontramos con la democracia; se fueron superando viejos clichés y posiciones sobreideologizadas; y nos permitió repensar y ver el mundo sin prejuicios ni tabúes. Por último, se contribuyó a la conformación de un gobierno que, pese a sus múltiples avatares, ha significado un avance prodigioso en relación a los diecisiete años de crímenes, oscurantismo y opresiones.

    De sombras: se ha ido perdiendo el espíritu crítico esencial en todo pensamiento moderno de izquierda; muchos se han acomodado, han sido ganados por el conformismo y un difundido miedo que lleva a la autocensura y al inmovilismo. También han surgido expresiones notorias de oportunismo disfrazado de pragmatismo y de realismo. De perdurar esta situación, coloca en serio peligro al gobierno de la Concertación y sus posibilidades futuras de victoria.

    La macdonalización de Chile

    –Hoy, muchos de los exponentes de esa renovación son asimilados por parte de la opinión pública como dirigentes encapsulados tras el poder por el poder; sin principios, sin ética ¿Qué proyecto de país nos proponen, se preguntan muchos?

    –Me inclino por hablar más bien de una característica muy propia y específica de Chile: su terrible provincianismo, que también podría llamarse encapsulamiento. No creo que alguien pudiera referirse a México como un país provinciano. O Brasil. O Argentina. Chile sí es provinciano, tremendamente localista, vivimos mirándonos el ombligo, nos alimentamos casi exclusivamente del centro, de la capital; pero la capital, en este caso, son los países europeos y EE.UU. México es un país productor de cultura, y de una riquísima y variada cultura. Incluso Bolivia posee su propia cultura ancestral. En cambio Chile carece de esta densidad cultural; es un magnífico imitador; por lo mismo, no debe extrañarnos que así como ayer asumiera las ideas conservadoras, liberales, socialistas o comunistas tal cual se habían dado en Europa, hoy aparece siendo el país más neoliberal del mundo. En realidad, el único sector de la sociedad chilena que ha logrado romper este provincianismo y elevar sus creaciones a un nivel han sido sus poetas: sus creaciones son más auténticas y genuinas y menos imitativas. En el mundo existen y se habla de dos grandes figuras de la historia nacional: Salvador Allende y Pablo Neruda. Salvador Allende, por haber intentado realizar un socialismo, como él dijera, con gusto a empanada y a vino tinto. No me cabe duda de que no existe en este momento un proyecto de país propiamente tal. En definitiva, nos encontramos en un fuerte proceso de macdonalización.

    El valor de la Concertación reside en ofrecer una propuesta auténticamente democrática. La derecha es, en esencia, una fuerza antidemocrática, autoritaria y con serios sesgos militaristas. En cierta medida estamos viviendo a espaldas de un nuevo mundo emergente, el de Seattle, el de Porto Alegre, el de Chiapas, de los cuales poco o nada se informa en Chile, y de las nuevas ideas y experiencias que nos vienen de las conferencias cumbres de El Cairo, de Beijing, las cuales afectan fundamentalmente nuestra visión anacrónica, paternalista y patriarcalista de la mujer. Sin embargo, nos encontramos por un ciclo histórico de clara impronta de derecha. Hemos perdido nuestro rol de vanguardia de la historia solo transitoriamente, porque un mundo carente de una auténtica fuerza de izquierda, vital, libertaria, emancipadora, creativa, abierta, tolerante, concluiría en un limbo desesperanzado.

    Respuestas a Schaulsohn, Allamand y Correa

    –Allamand y Schaulsohn, y su documento que, cual artefacto de Parra, nos recuerda con sorna que la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas. O, como dicen muchos, Brunner, Correa y Tironi, tres personajes en busca de un comprador… hablemos –en tanto fenómeno– de ese travestismo político que nos vuelve locos. ¿Qué nos está pasando?

    –Por cierto tiene una enorme importancia el que dos ex presidentes de partidos, uno en el gobierno y otro en la oposición, hayan suscrito un documento estableciendo una estrategia común. Pero a ellos debemos agregar diversas entrevistas realizadas por el diario El Mercurio a distintos personeros de la Concertación inscritos todos en una misma onda política de indesmentible impronta neoliberal. Sin duda, esta sincronización de opiniones constituye una verdadera campaña de la derecha destinada a crear sino una ruptura en la Concertación, por lo menos un serio debilitamiento de ella. Solo por vía de ejemplo y sin ánimo de polemizar señalaré algunas de mis diferencias con las opiniones vertidas por tres de los principales personeros que han aparecido en el diario El Mercurio defendiendo el nacimiento de lo que han llamado una nueva corriente ideológica. Por ejemplo mi estimado amigo Jorge Schaulsohn, en su entrevista del lunes 26 de marzo califica de anacrónica, la visión primitiva de que el país está divido entre trabajadores y empresarios. Si habitáramos en Alemania, en Canadá o Suecia, tal vez tendería a concordar con dicha afirmación, pero viviendo en Chile me parece un simple despropósito con un indesmentible objetivo político. Agrega Jorge Schaulsohn en otras de sus respuestas: Falta entender que los instrumentos en materia de política económica no tienen ideología. Hay buenas y malas soluciones. Esto no es debate entre derechas e izquierdas. Pienso exactamente lo contrario. Tras cualquier opinión, incluso las opiniones científicas –recordar discusión acerca de la pastilla del día después– existe una posición ideológica, y con mayor razón en las diferentes opciones económicas. Con el perdón de Jorge, ésta es una típica postura ideológica de derecha. Para ella los problemas solo admiten soluciones técnicas, vale decir apolíticas y desideologizadas, pero a su vez las opiniones de los contrarios son siempre consideradas ideologizadas y politizadas y, como tales descalificadas.

    Recuerda Jorge Schaulsohn, en su entrevista con el vicecanciller alemán, quien explicó cómo en Alemania redujeron drásticamente los impuestos para reactivar su economía. Pero lamentablemente nada se dice de cuáles son las altísimas tasas de impuestos directos que existen en Alemania ni de la enorme proporción del gasto público en relación al producto interno (sobre el 40 por ciento) y del gasto social, también muy próximo al porcentaje indicado. En Chile, en cambio, el gasto público escasamente llega al 18 por ciento, y el gasto en educación no supera el 3 por ciento, cuando en Alemania y en Europa excede con mucho el 10 por ciento. Dado el monopolio casi absoluto de los medios de comunicación, se repiten hasta la saciedad falsas verdades, como es, por ejemplo, la notoria reducción del gasto público en los países de Europa y EE.UU. En veinte años, a pesar de toda la feroz propaganda del neoliberalismo y de los Reagans y de las Thatchers, el gasto público no se ha reducido. Algo semejante ocurre con el proteccionismo. Solo en Chile se aboga por una especie de visión integrista en estas materias. Ni los países de Europa ni EE.UU. piensan ni por un segundo desproteger sus sociedades o reducir el poderío de sus Estados. Enrique Correa, por su parte, también en una entrevista del 25 de marzo propone crear un gran acuerdo por el crecimiento. Comparto este llamado, pero con un pequeño agregado que hace la diferencia: con equidad. El crecimiento sin equidad, en mi opinión, no es un crecimiento real y esto es lo que han intentado realizar los países europeos y Canadá y en gran medida los tigres asiáticos, cuyas espectaculares tasas de crecimiento se han realizado con porcentajes de desigualdad notablemente inferiores a las de Chile. Insiste más adelante Enrique Correa en reclamar del gobierno una decidida actitud pro negocios. Tampoco discrepo de esta opinión pero, por mi parte, también sugeriría una decidida actitud por los pobres y excluidos de Chile y en defensa de la naturaleza y en pro de los mapuche. Discrepo de su opinión cuando dice que el crecimiento es el que nos va a abrir los espacios para volver a crear condiciones de equidad. Esta es una de las tantas y reiteradas promesas de la derecha chilena, por cierto no de las derechas europeas, la de que los pobres deben contentarse con esperar el chorreo. Los treinta gloriosos años de crecimiento europeo se realizaron bajo estrictos patrones de equidad y justicia social. Algo semejante ha ocurrido en los países asiáticos.

    Cuando se gana con la derecha, gana la derecha

    –Tampoco coincido con la categórica afirmación de Enrique cuando expresa: La Concertación no va a ganar las elecciones sacando al pizarrón a la derecha. Creo igualmente válida la opinión contraria. La Concertación no ganará las elecciones concediendo en todo a la derecha. Como dijera don Radomiro Tomic: Cuando se gana con la derecha, gana la derecha. De Andrés Allamand tomaré una de sus afirmaciones contenidas en la entrevista del diario El Mercurio del 2 de abril. Dice: La Concertación tiene un alma moderna partidaria de la economía social de mercado y favorable a la globalización, y tiene otra alma antigua y estatista, aterrada con la globalización. La izquierda jamás ha estado aterrada con la globalización. Fueron estas las primeras fuerzas políticas en crear organizaciones y movimientos internacionales bajo la implacable crítica de las derechas, quienes terminaron por imitarlas, y fue la URSS el primer Estado en intentar organizar una economía mundial, el COMECON, ciertamente bajo un principio equivocado cual era de la planificación global. Y fueron lúcidas mentes europeas las que iniciaron mucho antes que los neoliberales norteamericanos la creación de un mercado único europeo, pero con grandes protecciones para los países menos desarrollados de la región. No necesariamente debemos aceptar la globalización impuesta por EE.UU. Tampoco comparto el tono peyorativo de Andrés Allamand al calificar de estatista el alma del sector antiguo de la Concertación. Chile, como lo dijera Mario Góngora, fue una creación del Estado. El Estado creó la Nación. La destrucción del Estado perseguido por la actual derecha neoliberal no solo sería un error sino un crimen irreparable. Distinto es el tema de las funciones y naturaleza de este Estado. Ninguno de los más fanáticos neoliberales norteamericanos se atrevería a proponer a su país destruir o reducir su potente Estado, ni desmantelar sus muy diversas formas de proteccionismo. En todo caso, valoro enormemente el gran esfuerzo hecho por Andrés Allamand por recrear una derecha moderna, abierta y a tono con los tiempos. Por último, no creo que ayude al gobierno de la Concertación intentar consciente o inconscientemente dividirla allegando al molino de una derecha decidida a crear un clima de ingobernabilidad en el país.

    –Pero, ¿cuál es el límite de la renovación de la izquierda… si es que lo tiene?

    –Trazar límites en este gigantesco cambio civilizacional como yo lo denomino es muy difícil. Para algunos, como venimos de verlo, han desaparecido las diferencias entre derechas e izquierdas. Yo no pienso así, sobre todo tratándose de Chile, donde es plenamente hegemónico el pensamiento de un núcleo duro, aislado del mundo, terriblemente provinciano en una actitud agresiva y odiosa, antidemocrático y en esencia antimoderno, defensora incondicional de la dictadura, incluso en su aspecto más indefendible: los crímenes. En los países de Europa esta opinión puede tener cierto asidero, allí se puede hablar de una tercera vía porque allí sí hay un Estado de bienestar. En cualquiera de los temas más cruciales de la hora presente en Chile se ha ido produciendo un abismo entre las concepciones de un progresista y liberal y las de un personero de la derecha. Paradojalmente, el tema que más pareciera dividirnos, el de una economía de mercado es donde pueden lograrse mayores acuerdos, pero en el resto de los grandes temas se ha ido produciendo un abismo: derechos humanos, Constitución, medio ambiente, legislación laboral, derecho de la mujer, crecimiento económico, formas de enfrentar la globalización, educación, diversidad, derecho de las minorías, organización ética de la sociedad. La izquierda, o lo que todavía puede considerarse como tal, ha exhibido notables modificaciones, incluso algunas de ellas criticables, en cambio la derecha ha experimentado un retroceso dramático hasta el punto de existir solo una ultraderecha en el país. Se me hace difícil entender cómo se puede ser columnista del diario El Mercurio, diario vociferantemente antigobierno, antiizquierda y antisocialista, o cómo se puede ejercer de lobbista de poderosos intereses económicos y, al mismo tiempo, militar en el Partido Socialista. O cómo se puede ocupar altos cargos en la empresa privada siendo socialista, salvo que en la columna de la prensa respectiva o en el cargo ejecutivo o en la defensa de un determinado interés, realmente exista una identidad y una definición humanista, ecologizante, abierta, tolerante, y una preocupación dominante por la equidad y justicia social.

    Las vergüenzas de Chile

    –Hablemos de utopía, la de un hombre que ha sido protagonista de la historia política y social del Chile del siglo XX, y que en pleno ejercicio de su espíritu crítico se instala en el siglo XXI, asumiendo que tiene algo que decir…

    –El pathos moderno, en definitiva, no se ajustó a ninguna de las utopías preestablecidas ni tampoco se sometió a la imposición de ninguna vanguardia política ni se dejó gobernar por ninguna ley histórica. Hizo su propio camino. No ha muerto aún la civilización moderna ni tampoco concluye de configurarse la postmoderna. Nos encontramos en tierra de nadie. Reina la confusión y el desencanto.

    En primer lugar, me sorprende y me preocupa la feroz concentración del poder y la riqueza existente en Chile, la cual se manifiesta no solo en crueles desigualdades sino además en el predominio de un pensamiento único no muy diverso en las sobrevivientes izquierdas y derechas. Este pensamiento es absolutamente hegemónico en los poderes fácticos, en los altos mandos militares, en la jerarquía eclesiástica, en la cúpula empresarial, en los ejecutivos de los bancos, en los medios de comunicación. Solo dos grupos económicos son dueños del 80 por ciento de la prensa, de las revistas, de los canales de televisión, de las radios. Se trata de un pensamiento presuntamente técnico, apolítico, profundamente insolidario, deshumanizado, con fuertes sesgos economicistas, por supuesto muy superiores a los del criticado Marx, fundado en un crudo materialismo de matriz exitista y consumista. Para mí, lo más grave es la extrema concentración del poder comunicacional. En ningún país de la esfera occidental del mundo esta concentración ha llegado a ser tan dominante y tiránica. Pueden pensarse en numerosas medidas para evitar el carácter decididamente monopólico de la información en Chile, pero no existe el poder ni la voluntad para imponerlas.

    En segundo lugar, me angustia observar un país aprisionado en tan dramático y veloz proceso de desnacionalización, todo ello bajo el pretexto de las privatizaciones y de la globalización. Nunca llegó a disponer nuestro país de una densidad y de un espesor cultural comparable al de otros países y de aquí arranca nuestro cerrado complejo provinciano y localista. Siempre fuimos grandes imitadores de realidades ajenas. Si hemos desnacionalizado nuestras riquezas fundamentales, nuestros valores culturales, nuestros medios de comunicación, nuestros servicios públicos ¿por qué podría parecer tan anacrónico o infundado desnacionalizar las FF.AA. y acogernos al paraguas militar norteamericano que, sin duda, es más neutro y menos ideológico que todo el resto de las desnacionalizaciones?

    En tercer lugar, me espanta y me avergüenza el doble estándar y la hipocresía institucionalizadas en el país como algo perfectamente natural y normal. Si bien habitamos en un país donde rigen normas valóricas formales simplemente medievales, en la vida real ninguna o muy pocas de ellas son respetadas. Los hijos ilegítimos llegan al 48 por ciento, cifra muy semejante a la de EE.UU.; los abortos alcanzan a 150 ó 200 mil. Los canales católicos de televisión exhiben propaganda y programas abiertamente eróticos y la prensa católica publicita los numerosos sitios de masajes y moteles parejeros. Y cada día aumenta más la proporción de sacerdotes católicos que estarían violando el mandato del celibato y algunos de ellos lo realizan en forma francamente pervertida. La vida en pareja, en la juventud, constituye la costumbre más común. ¿Por qué no asumir y reglamentar, como se ha hecho en todos los países de Europa, sin excepción, estas realidades? ¿Qué importancia tiene la existencia de estas normas valóricas tan rígidas –no al divorcio, no al aborto, no a la píldora del día después, no a la vida en pareja–, si en la vida real, chilenos y chilenas se comportan de manera abiertamente liberal? Este grave desfase entre las palabras y los hechos, entre la vida privada y la pública, importa y mucho, porque la hipocresía, la ambigüedad, el doble estándar, los sepulcros blanqueados, las verdades a medias, las explicaciones inexplicables dadas por las autoridades producen un gravísimo daño psicológico y moral en las sociedades. Se acostumbra a un país a vivir en la mentira y en la irrealidad.

    –Finalmente, ¿estamos ante la crisis de la Concertación, la crisis de los partidos políticos o de una forma de hacer política?

    –Nos encontramos en una crisis mutacional, en una crisis generalizada de los valores y principios surgidos en los dos últimos siglos, incluidos la crisis de la política y de los partidos políticos. Chile no es ajeno a este proceso universal. El problema es mayor porque estamos entrando a una gravísima crisis económica mundial. Los economistas del día después han ido reduciendo progresivamente sus pronósticos optimistas. Es simplemente una tontería responsabilizar de la lenta recuperación económica del país a los proyectos de leyes laborales y tributarios.

    Si en este momento están en manifiesta recesión EE.UU. y Japón, las dos mayores economías del mundo, y esta recesión se está ya manifestando en los países de Europa, en los Estados europeos, y países como Brasil y Argentina no logran resolver sus angustiosos problemas financieros, ¿por qué el afán de la derecha de magnificar un pelo de la cola y no enfrentar la realidad global? Tal vez porque es el propio sistema neoliberal el que está entrando en una seria crisis. De paso se trata de ocultar y disfrazar el problema real, cual es, la incapacidad del empresariado nacional para entrar a competir en un mercado mundial. De aquí que se implore la venida del capital extranjero. Es necesaria la reforma del Estado, se dice, estoy de acuerdo, pero también debe reformarse y, en profundidad, el ineficiente sistema empresarial privado cuya notoria y tradicional incapacidad se revela en la falta de valor agregado en la producción de bienes, en el rápido traspaso de las empresas privatizadas a los consorcios transnacionales y en el fuerte subsidio de que goza el empresariado atendiendo a los porcentajes del gasto público y del gasto social en relación al producto, a las bajas tasas de impuestos, a las reducidas imposiciones, a las normas laborales y medio ambientales claramente insuficientes, a los derechos del consumidor prácticamente inexistentes. En todas estas materias el empresario nacional goza de ventajas y privilegios muy superiores a los de otros países, incluidos, por ejemplo, los empresarios de México y Brasil.

    También habría que agregar a estas crisis la innegable pérdida de iniciativa del gobierno de la Concertación así como de sus partidos políticos, pero este para mí no es el factor principal, ni menos el único como parecieran pretenderlo algunos de los liberales progresistas de la Concertación. Esta es una crítica desde la derecha de la Concertación al gobierno. Personalmente, echo de menos una crítica, tanto o más fundada, desde la izquierda de la Concertación.

    –La sentencia Cría cuervos… lo sigue persiguiendo. Lo culparon del radicalismo de la izquierda… hace casi tres décadas. Hoy lo señalan como uno de los responsables de la derechización. No hay tregua para Carlos Altamirano. ¿Cómo se siente?

    –No es este tipo de acusación lo que más me preocupa. Todos aquellos que han combatido por la creación de un nuevo orden social han sido tildados de radicales y extremistas. En EE.UU., aún continúa llamándose radicals a los liberales. Y mi presunta derechización ayudó decisivamente a los inicios de un proceso de renovación de la izquierda y a la conformación de una alianza con la Democracia Cristiana. Por lo demás, ni fue tan extremo mi radicalismo ni tiene ningún fundamento mi presunta derechización.

    Por qué no recordar en relación a mi persona algunas verdades positivas: Con diez años de anticipación a la caída del muro de Berlín (1979) previmos, con otros dirigentes socialistas, el colapso de la URSS; y, en el plano nacional, llamamos a conformar una gran alianza política con la Democracia Cristiana y, al mismo tiempo, a concluir definitivamente con cualquier forma de lucha armada. Y en ese predicamento condenamos sin vacilación el atentado en contra de Pinochet. Sí me preocuparía el que pudiera asociarse mis evidentes cambios políticos con situaciones de poder o con beneficios pecuniarios o haber estado involucrado aunque fuera indirectamente con crímenes y torturas.

    ¿Cómo me siento? No diré una cosa por otra, siento que se ha cometido una gravísima injusticia con mi persona, pero ello no me ha llevado a alimentar mezquinos rencores ni oscuros resentimientos en contra de nadie, sobre todo cuando albergo una clara conciencia de que la situación que a otros les tocó vivir fue mil veces más dura y cruel que la mía. Y aún mucho más injustificada.

    [1]  Rocinante, número 31, mayo de 2001.

    Jorge Arrate: No comparto las derivaciones de la actual renovación

    [1]

    Abogado y economista formado en la Universidad de Chile y en Harvard, teórico de la renovación socialista, académico, escritor y actual presidente del directorio y del consejo de Universidad Arcis, Jorge Arrate, 61 años, hace el recuento de la izquierda en estas décadas y el análisis del presente y futuro de la Concertación, a 15 años del triunfo del NO, en un balance crítico en el que reitera que la coalición debe abrirse a la sociedad y dialogar con otras fuerzas porque hoy está en crisis un modo de hacer política.

    Acaba de publicar el primero de dos tomos de la Memoria de la izquierda chilena junto a Eduardo Rojas, donde abarca desde 1850 hasta el año 2000 (Javier Vergara Editor), y luego de tres décadas de representaciones en el Partido Socialista, en el que milita desde hace cuarenta años; en el Gobierno de la Unidad Popular, en la Izquierda chilena en el exterior, y en los tres gobiernos concertacionistas en tanto ministro de Educación, del Trabajo, de la Secretaría General de Gobierno, y embajador en Argentina, hoy apuesta a volcar las fuerzas hacia la sociedad. Sin embargo, al hacer su propio recuento, recuerda que mientras ocupó cargos de gobierno nunca ocultó su pensamiento, y que siempre sus opiniones fueron respetadas por los distintos presidentes de la República, incluso en materias relativas a los derechos humanos cuando puso su cargo en juego en un par de ocasiones, episodios que guarda solo para cuando publique sus memorias.

    –En los dos tomos de la Memoria de la izquierda chilena se destaca también el legado de una fuerza política, social y cultural que hoy se percibe desdibujada y carente de proyecto. ¿Qué rescatas para el Chile actual más de un siglo de luchas de la izquierda?

    –El trabajo que realizamos con Eduardo Rojas es un gesto en pro de la memoria. De ese libro surge una izquierda múltiple, diversa, muchas veces enfrentada. Es la vida de los reformistas, los revolucionarios y los rebeldes chilenos. Creo que recorrer esa memoria nos permite definirnos con orgullo como gente de izquierda. Más allá de sus grandezas y miserias, somos los herederos de una lucha contra la discriminación, contra los privilegios, por la igualdad y por la libertad para todos, no solo para algunos. Para el Chile actual siguen siendo válidas las banderas fundantes de la izquierda.

    –Sin embargo, para muchos izquierdistas que están en la Concertación eso no es tan claro, ya que no solo intentan borrar ese pasado sino blanquearlo al punto que desaparecen tanto de su discurso como de su práctica política. ¿Cómo analizas ese fenómeno?

    –Es más complicado ser de izquierda en el mundo de hoy. En Chile, además, los socialistas han participado por trece años de gobiernos de coalición, cuyas acciones no siempre concuerdan con el ideario básico de la izquierda. El ejercicio del gobierno exige una mayor flexibilidad, un mayor espíritu práctico que la denuncia, el testimonio o la resistencia. Esa flexibilidad es riesgosa: de ser una exigencia específica de un momento político pasa a convertirse en elemento estructural de la conducta y el pensamiento del actor.

    La UP y el cinturón de castidad ideológico

    –El segundo tomo da cuenta de la salida, en 1977, del libro de Carlos Altamirano, Dialéctica de una derrota, donde ratifica lo que apareció en El Mercurio hace pocas semanas: el fracaso de la izquierda chilena durante la UP es fruto de la inexistencia de una política militar que defendiera las conquistas sociales. Si asumimos esa tesis, la vía chilena al socialismo, aquella democrática, por la vía electoral y de empanadas y vino tinto que pregonó Allende, era una quimera…

    –La vía chilena al socialismo no era una quimera. Era difícil, muy difícil, muy compleja y exigente, pero posible. Desatar dos nudos problemáticos pudo haberla hecho viable. Uno fue la posibilidad de conglomerar las fuerzas de Allende y Tomic, cuyos programas eran bastante coincidentes. Creo que en los primeros meses de gobierno UP hubo un desplazamiento de amplios sectores que apoyaban a la DC hacia el apoyo a Allende. Pero la izquierda de entonces no consideró esa acción estratégica, que no encajaba en el sentido común de una época que concebía a la izquierda y a la Democracia Cristiana como opciones distintas y fuertemente competitivas. Nuestra izquierda, todos nosotros, usábamos un cinturón de castidad ideológico, hacíamos una lectura canónica de la teoría, leíamos más los libros que la realidad. La fuerza de los progresistas predominaba en ese momento en la DC. Después del asesinato de Edmundo Pérez al promediar 1971, los tres diálogos con la DC fueron negociaciones políticas que el sector conservador de la DC no deseaba que prosperaran. El otro nudo era la cuestión militar. Siempre he pensado que el principal objetivo de una política militar era, para la Unidad Popular, conseguir una clara conducción democrática de las fuerzas armadas que no tuviera prejuicios contra el proyecto allendista. Me parece y me parecía menos importante la formación de militantes en destrezas militares básicas, útiles sin duda, pero sin posibilidades de jugar un rol decisivo en los momentos cruciales. El Partido Socialista, Carlos Altamirano, mi querido amigo Carlos Lazo, hoy fallecido, que estaba encargado por el PS de las relaciones con las fuerzas armadas, plantearon en diversos momentos que el Presidente hiciera uso de sus facultades constitucionales y exonerara de las filas a aquellos uniformados sin sólidas convicciones profesionales y democráticas. Allende debió equilibrar esta perspectiva con el deseo de consolidar una relación positiva con el general Prats y los altos mandos, indispensable para enfrentar un proceso político y social que tenía las características de un torbellino. Esta opción no se oponía a la que primero indiqué, pero a diferencia de ella, su vigencia no se extinguió hasta los días finales.

    El PS no dejó solo a Allende

    –En esa misma línea, y hoy cuando se hace la revisión de los años de la UP, emerge la figura de un Allende acorralado por sus aliados, y entonces los dardos que justifican el drama apuntan al Partido Socialista. A su falta de apoyo al Presidente, a sus políticas erráticas en torno a la vía armada o institucional, etcétera. ¿Compartes esa tesis? ¿Cómo evalúas el papel del PS en esos años? ¿Y el de Allende?

    –Allende jamás estuvo solo. He leído a quienes sostienen que el PS lo dejó solo. Eso es falso. Los principales colaboradores de Allende eran dirigentes del PS que apoyaban decididamente al Presidente. Recuerdo a Almeyda, Letelier, Tohá, Suárez, Calderón, Del Canto y muchos otros. Los sectores más disciplinados del PS, en los que participaba Beatriz Allende, se encargaban de la seguridad de Allende y lo proveían con información de inteligencia. La militancia socialista era decididamente allendista. Allende y Altamirano tenían una estrecha amistad y confianza, que nunca dejó de existir a pesar de que tuvieron a veces puntos de vista diversos. Es efectivo que hubo discrepancias de la dirección política con el Presidente, pero atribuir a esas discrepancias un significado decisivo es un error. La historia socialista tiene luces y sombras y también la actuación del PS durante la UP, pero eso no autoriza las afirmaciones que se han hecho contra él. Por otra parte, no hay que olvidar que el sistema presidencial chileno parece prestarse para este tipo de incidentes entre el Presidente y sus partidos. Aguirre Cerda debió vivir la renuncia de

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