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No hay mañana sin ayer: Batallas por la memoria histórica en el Cono Sur
No hay mañana sin ayer: Batallas por la memoria histórica en el Cono Sur
No hay mañana sin ayer: Batallas por la memoria histórica en el Cono Sur
Libro electrónico680 páginas10 horas

No hay mañana sin ayer: Batallas por la memoria histórica en el Cono Sur

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Para el año 2000, las dictaduras que gobernaron los países del Cono Sur de América Latina -Argentina, Uruguay y Chile- en las décadas de 1970 y 1980 ya habían desaparecido. La democracia parecía consolidada, aunque aún hubiera de pasar por duras pruebas en la siguiente década. Este libro se centra en la memoria histórica, uno de los problemas más complejos que los países que sufrieron la violencia política en la región enfrentaron en el proceso de consolidar la democracia y construir una cultura política pro derechos humanos. Para ello, resume los progresos realizados en los diversos aspectos de su tratamiento desde que surgiera como tópico en las décadas de 1980 y 1990, pero centrándose en el siglo xxi, periodo en que se han llevado a cabo los mayores avances. El objetivo es evaluar cómo esos avances han contribuido a la construcción de una cultura política pro derechos humanos que pueda asegurar el futuro democrático del "Nunca más". No hay mañana sin ayer, como las batallas por la memoria misma, se trata de las luchas en el presente sobre el pasado para dar forma y configurar el futuro.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento1 jun 2017
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    No hay mañana sin ayer - Peter Winn

    Peter Winn (Editor)

    Steve J. Stern

    Federico Lorenz

    Aldo Marchesi

    Traducción de Yolanda Westphalen Rodríguez

    No hay mañana sin ayer

    Batallas por la memoria histórica en el Cono Sur

    LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

    © LOM Ediciones

    Primera edición, 2014

    ISBN Impreso: 978-956-00-0506-9

    Fotografía de portada: Conmemoración de los cuarenta años del golpe militar

    en el Estadio Nacional, centro de detención y tortura (Paulo Slachevsky).

    Diseño, Composición y Diagramación

    LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Fono: (56-2) 2 860 68 00

    www.lom.cl

    lom@lom.cl

    Agradecimientos

    Un proyecto de tanto tiempo y de tan larga gestación es inevitable que incurra en más deudas personales de las que yo puedo reconocer aquí y que incluyen a las numerosas personas que abrieron sus puertas para hablar con mis coautores o conmigo. A muchos de ellos se las he reconocido en las notas a pie de página de nuestros capítulos. Pero hay algunas personas que no solo nos abrieron sus propias puertas, sino que nos ayudaron a abrir otras. Con ellas tenemos una doble deuda de gratitud que quiero reconocer aquí: Marcelo Brodsky, Patricia Funes y Patricia Valdez en Argentina; Alicia Casas, Gerardo Caetano, Cecilia Robilotti y Patricia Vargas en Uruguay; y Sergio Bitar, Mario Garcés, Juan Carlos Jobet y Cath Collins en Chile. Les estoy sumamente agradecido por su generosa ayuda.

    Asimismo, quiero agradecer a Cristóbal Bize y Cecilia Robilotti por su asistencia dedicada a la investigación, a Yolanda Westphalen Rodríguez por la calidad de su traducción y a Aldo Marchesi por su cuidadosa corrección, tanto de la traducción como de las pruebas de página.

    Por último, quiero agradecer a los diversos artistas, arquitectos y fotógrafos que permitieron que sus imágenes se reproduzcan en este libro. En primer lugar, a Marcelo Brodsky y Helen Zout en Argentina, y a Martha Cohen y Philippe Ruault en Uruguay. Así mismo, y también en Argentina, a Carlos Alonso, Norberto Gómez, Juan Carlos Romero, Margarita Paksa, José Garofolo, León Ferrari y a los miembros del Grupo de Arte Callejera. Varias instituciones fueron muy generosas al dejarme reproducir imágenes de sus archivos, en particular Memoria Abierta (por lo que agradezco en especial a Valeria Barbuto y a Alejandra Oberti) y el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos en Santiago (por lo que agradezco, en especial, a María Luisa Ortiz).

    Años antes de que se iniciara este proyecto, Eric Hershberg, Paul Drake y Anne Perotin-Dumon me impulsaron a comprometerme con la memoria histórica colectiva del pasado traumático reciente en América del Sur y han seguido siendo desde entonces importantes interlocutores. Elizabeth Jelin compartió su conocimiento y su aguda percepción acerca de los estudios de la memoria, los que me enseñaron mucho, incluso antes de que hubiera comenzado a estudiarlos.

    Estoy agradecido de la Fundación Ford por su generoso respaldo financiero a este proyecto, especialmente a Alexander Wilde, Martín Abregú y Felipe Agüero por contar con su apoyo personal. Tengo una deuda impagable con Carlos Iván Degregori, mi coautor original y codirector de este proyecto, quien lo conceptualizó conmigo, ayudó a asegurar su financiamiento e hizo los arreglos para que su institución de origen, el Instituto de Estudios Peruanos (IEP), lo acogiera. En Lima, Marcos Cueto y Roxana Barrantes, directores sucesivos del IEP —antes y luego de la prematura muerte de Carlos Iván— proporcionaron un apoyo decisivo y una acogida generosa al proyecto, así como también lo hizo el director de Investigación de la misma institución, Ricardo Cuenca.

    He sido también afortunado con mis editores, que hicieron posible una compleja coedición que se extendía a lo largo de las barreras y fronteras de cuatro países, una tarea difícil incluso bajo las mejores circunstancias. En el Perú, Ramón Pajuelo y Odín del Pozo, del departamento de Publicaciones del IEP, aportaron flexibilidad editorial y apoyo profesional. En Chile, Silvia Aguilera y Paulo y Estelí Slachevsky, de la editorial LOM, no solo fueron editores sino colaboradores en un proyecto conjunto. Tengo, además, una deuda especial con Paulo y Estelí por su ayuda en la selección y la integración de imágenes y textos. También mis agradecimientos a todo el equipo de LOM ediciones, por la dedicación y esmero que han puesto en cada etapa del trabajo editorial. En Uruguay, Alcides Abella y Heber Raviolo de Banda Oriental prestaron su experiencia política y editorial a un proyecto que trataba como historia la historia que ellos mismos habían vivido. Estoy personalmente agradecido a todos mis editores por publicar este libro en su propio país y cooperar con las coediciones en las naciones vecinas.

    En particular, agradezco a mis coautores —Federico Lorenz, Aldo Marchesi y Steve Stern—, quienes compartieron sus investigaciones, contactos, conocimientos y textos conmigo y con nuestros lectores. Ellos deben ser considerados los autores principales de los capítulos de los que son coautores. Tengo una deuda especial de gratitud con Steve Stern, quien no solo coescribió y coeditó el capítulo de Chile del que somos coautores, sino que leyó y comentó generosamente mi prefacio y conclusiones. Yo soy, sin embargo, el único autor del prefacio y las conclusiones comparativas que dan inicio y finalizan este libro, y soy el único responsable de sus errores y debilidades.

    Por último, pero no por ello menos importante, quiero agradecer a Sue Gronewold, mi compañera en la vida y en el trabajo, por su paciencia frente a mis múltiples ausencias en esta investigación y por su apoyo a lo largo de los numerosos años que tomó completar el proyecto. Mi esperanza es que los resultados de este justifiquen los costos que ha supuesto para nuestra vida juntos.

    P. W

    Prefacio

    La batalla por la memoria histórica

    Para el año 2000, las dictaduras que gobernaron, en las décadas de 1970 y 1980, los países del Cono Sur de América Latina —Argentina, Uruguay y Chile— ya habían desaparecido. La democracia parecía consolidada en los tres países, aunque aún hubiera de enfrentar duras pruebas en la siguiente década, debido tanto a la crisis socioeconómica como a la victoria en las elecciones presidenciales de grupos políticos cuyos desafíos al poder estatal habían estado en el origen de la intervención militar y del establecimiento de dictaduras represivas durante la década de 1970. Además, el proyecto de crear una cultura política pro derechos humanos que pudiera asegurar un futuro democrático no había concluido aún a inicios del nuevo milenio. De hecho, avanzó a distintos ritmos en los diferentes países y fue cuestionado por sectores sociales y políticos significativos.

    Este libro se centra en la memoria histórica, uno de los problemas más complejos que los países que sufrieron la violencia política en la región —conflictos armados internos o abusos masivos de los derechos humanos— enfrentaron en el proceso de consolidar la democracia y construir una cultura política pro derechos humanos. La violencia política en los países del Cono Sur puede haberse acabado hace décadas, pero las batallas por la memoria colectiva continúan siendo relevantes en el siglo

    xxi

    .

    Durante la última década del siglo

    xx

    y la de inicios del siglo

    xxi

    , la oficina de la Fundación Ford para el Área Andina y el Cono Sur y los funcionarios del programa del área de Derechos Humanos —Alexander Wilde, Martín Abregú y Felipe Agüero— reconocieron la importancia de la memoria histórica en el proceso de consolidación de la democracia y el desarrollo de una cultura política pro derechos humanos que pudiera contribuir a un futuro del «Nunca más». La fundación destinó recursos para promover avances en el trabajo de varios ámbitos de la memoria histórica: archivos, comisiones de la verdad, juicios y transmisión de la memoria intergeneracional, así como para la construcción del crítico campo de los estudios de la memoria. La fundación también financió este proyecto que propone una evaluación de los progresos hechos en el tema de la memoria histórica en la región andina y el Cono Sur.

    Este libro resumirá los progresos realizados en los diversos aspectos del tratamiento de la memoria histórica en el Cono Sur desde que surgiera como tópico en las décadas de 1980 y 1990, pero se centrará particularmente en el siglo

    xxi

    , periodo en que se han llevado a cabo los mayores avances. Las cronologías de dichos avances difieren en cada país: en Argentina, se inicia con el colapso económico de los años 2001 y 2002 y la elección presidencial de Néstor Kirchner en 2003; en Uruguay, con la elección de Jorge Batlle el año 2000, pero sobre todo con la elección de Tabaré Vázquez y el Frente Amplio en el año 2005; y en Chile, con el arresto de Augusto Pinochet en Londres en 1998 y hasta las elecciones de los socialistas Ricardo Lagos (2000) y Michelle Bachelet (2006).

    Nuestro objetivo es explorar las distintas dimensiones de la memoria histórica y relacionarlas entre sí, señalando, en el proceso, algunas nuevas áreas de progreso, como los monumentos conmemorativos, y contribuir así al debate al interior de las regiones, así como en relación con los estudios sobre ellas. En conclusión, se trata de evaluar cómo esos avances en la memoria histórica han contribuido a la construcción de una cultura política pro derechos humanos que pueda asegurar un futuro democrático del «Nunca más». Así mismo, nuestra narrativa y análisis forma una historia de la memoria en el Cono Sur —o, al menos, un breve bosquejo de la historia—, un recuento de la batalla por la memoria histórica colectiva en la región.

    El estudio moderno de la memoria histórica colectiva debe mucho a dos académicos franceses que poseen enfoques y preocupaciones muy diferentes. El historiador Pierre Nora es el más reciente de ambos, pero sus nociones de la memoria colectiva están asociadas a los proyectos de reafirmación de la identidad nacional francesa de finales del siglo

    xix

    , actualizadas para incluir, así mismo, los debates sobre la Revolución francesa de finales del siglo

    xx

    y las ansiedades de un poder colonial en declive que intenta lidiar con la globalización, la Unión Europea y una población francesa¹ cada vez más diversa racial, religiosa y culturalmente, a inicios del siglo

    xxi

    . Sin embargo, desde la perspectiva de este libro, lo que es importante en el trabajo de Nora sobre la memoria es su noción de lieu de mémoire —lugar de memoria—, que él define como «cualquier entidad significativa, sea de naturaleza material o no material que, a fuerza de voluntad humana o del paso del tiempo se ha convertido en un elemento simbólico de la herencia conmemorativa de una comunidad»². Al principio, Nora se centró en las obras físicas que materializaban la memoria histórica: monumentos a los muertos como el Panteón o construcciones como la torre Eiffel. Con el paso del tiempo, amplió su noción de lieu de mémoire para incluir fronteras, regiones, figuras históricas, lenguaje, cocina e, incluso, nociones tan abstractas como dinastías³.

    Lo que enlaza las fases de su proyecto de múltiples tomos y múltiples años con sus nociones cambiantes de lieux de mémoire es su búsqueda de una identidad nacional francesa mediante lieux de mémoire que condensen la esencia de Francia. Al centro de la visión de Nora de los lieux de mémoire francés está su nostalgia por la «Francia profunda» que está desapareciendo rápidamente a medida que las granjas de familia se convierten en lugares de vacaciones para las familias urbanas. Su noción de lieux de mémoire a fines del siglo

    xx

    en Francia es, por lo tanto, pesimista, además de nostálgica. Los lieux de mémoire son importantes porque los más directos y poderosos milieux de mémoire —como la aldea campesina— ya no existen. Al igual que el aroma de las magdalenas de Marcel Proust, los lieux de mémoire evocan recuerdos de un pasado perdido.

    Por otro lado, Maurice Halbwachs fue un sociólogo y psicólogo social, pionero, muy activo en el periodo de entreguerras y particularmente interesado en la construcción de la memoria dentro de grupos subnacionales. Para nuestro propósito, la mayor contribución de Halbwachs a los estudios de la memoria fue su aguda comprensión de que ella es siempre socialmente construida, delimitada e interpretada por grupos subnacionales —sean grupos familiares, religiosos o de clase—, hecho que supone la existencia de una multiplicidad de memorias colectivas en una sociedad⁴.

    Para Halbwachs, los seres humanos son animales sociales, y sus memorias históricas son constructos sociales, adquiridos y situados dentro de un grupo, recordados a través de rituales sociales y conmemoraciones, y compuestos por interpretaciones de grupo. Incluso, las memorias autobiográficas son tan solo recordadas dentro del contexto de un grupo y se desvanecerán a menos que el grupo se reúna y las recuerde. La posición implícita en Halbwachs es que la performance grupal de la memoria en las conmemoraciones es la que da la vida a esos recuerdos y los mantiene. No obstante, la razón por la que los grupos recuerdan el pasado está enraizada en el presente, y lo que recuerdan está matizado por las preocupaciones del presente.

    Desafortunadamente, la carrera de Halbwachs fue corta y los estudios modernos de la memoria fueron transformados por los mismos eventos históricos que a él le costaron la vida —el Holocausto y la Segunda Guerra Mundial—. El Holocausto y la memoria de su trauma representan un punto de viraje tanto en la historia como en la memoria misma. Tal como Dominick LaCapra ha argumentado, fue una trasgresión moral tan extrema que la historia y la memoria de sus eventos, antes y después de ellos, no pudo ser vista nunca más del mismo modo⁵. Después del Holocausto, la memoria histórica y los estudios de la memoria quedaron inextricablemente ligados al imperativo ético de «¡nunca olvidar!» y al proyecto político de «¡Nunca más!».

    La memoria del trauma y el proyecto de superar el olvido deliberado, creando una cultura pro derechos humanos, influyó en la lucha de las víctimas de los crímenes cometidos por las dictaduras del Cono Sur en las décadas de 1970 y 1980, así como en los activistas de derechos humanos. Para estos sudamericanos, el genocidio nazi y el rechazo internacional de posguerra que produjo se convirtió en una metáfora y un modelo: era una metáfora del terror estatal extremo y de la atrocidad arbitraria, y un modelo de un lenguaje legitimado con el cual hacer campaña por la verdad, la justicia, la memoria y por una cultura de «Nunca más».

    Los analistas sudamericanos de los sucesos traumáticos experimentados en sus sociedades también encontraron útil la lectura de los académicos del Holocausto; los ayudaron a interpretar las experiencias «límites» y la problemática de sociedades e individuos marcados por el recuerdo del trauma. Los estudios críticos de la memoria histórica colectiva de períodos traumáticos —las dictaduras de las décadas de 1970 y 1980 en el Cono Sur, con sus flagrantes violaciones de los derechos humanos en escala nunca antes vista en la región— deben mucho a dichos estudios.

    Diversos académicos de distintas disciplinas adaptaron los estudios europeos de la memoria a la experiencia sudamericana y los usaron luego como punto de partida de nuevos avances en los análisis, en los que ya se reflejaba la especificidad de los casos sudamericanos de violencia política. En este contexto, le tocó un papel crucial a la socióloga argentina Elizabeth Jelin, cuyo pionero libro de 2002, Los trabajos de la memoria⁶, sintetizó su pensamiento sobre cómo analizar las memorias de la violencia política en la región. A lo largo de un libro poco voluminoso, pero de una gran perspicacia —en temas tan variados como memoria de los emprendedores, memoria de género y transmisión intergeneracional de la memoria—, Jelin subraya la subjetividad de las memorias y la necesidad de decodificar sus «marcas simbólicas y materiales»⁷. Enfatizó, también, otros dos aspectos que son esenciales en el libro. El primero es que las memorias —y las contramemorias— están frecuentemente en conflicto y en disputa entre ellas, creando así lo que llamamos una «batalla» por la memoria histórica. El segundo es que las memorias deben ser «historizadas», dado que su significado cambia de acuerdo con el tiempo y el lugar, y son parte de luchas sociales y políticas más amplias. Yo iría aún más lejos y afirmaría que las guerras de la memoria corresponden más al tiempo en el que ocurren que a la época sobre la que batallan ostensiblemente. En el fondo, los estudios sobre la memoria constituyen una historiografía crítica de la historia reciente.

    Además de sus escritos, Elizabeth Jelin ha contribuido de otras maneras importantes a los estudios del Cono Sur. Durante el periodo de 1999-2001, codirigió un programa especial para entrenar a jóvenes académicos de la región, especializados en la memoria colectiva, el que contó con el auspicio del Social Science Research Council (SSRC) y fue financiado por la Fundación Ford. Dos de los coautores de este libro —Federico Lorenz y Aldo Marchesi— son graduados de ese programa, y un tercero, Steven Stern, fue miembro de su cuerpo docente. Jelin también creó importantes espacios institucionales para los estudios de la memoria en el Cono Sur: estableció un programa de posgrado en Buenos Aires en el Instituto de Desarrollo de Estudios Sociales (IDES), donde muchos de los graduados del programa del SSRC (incluyendo a Lorenz) han estudiado para obtener grados superiores; y creó, asimismo, un núcleo interdisciplinario de la memoria en el IDES, donde muchos académicos y profesionales de distintas disciplinas y países se reúnen periódicamente para discutir sus respectivos trabajos.

    Steve Stern, un académico estadounidense que ha explorado los problemas de la memoria tanto en el Perú como en Chile, publicó un estudio en tres tomos, en el que hizo sus propios aportes a los estudios de la memoria histórica colectiva en América del Sur. Aborda, en él, la memoria histórica de la dictadura de Pinochet y sus masivas y profundas violaciones de los derechos humanos en lo que constituye un primer estudio integral de tal dimensión y profundidad sobre la batalla por la memoria en una nación sudamericana⁸. El primer volumen propone conclusiones analíticas sobre la memoria, derivadas de su estudio empírico de Chile. Entre sus ideas esclarecedoras está la explicación de cómo memorias individuales «sueltas» se transforman en memorias colectivas «emblemáticas» y brindan un «marco de significación» que organiza, filtra y reformula las memorias individuales⁹. Particularmente importante para este libro es la visión de Stern sobre la historia de la memoria en la región como una lucha entre memorias emblemáticas que configuran un «argumento cultural» sobre el significado del pasado, es decir, una batalla entre memorias colectivas dominantes y disidentes que compiten por la aceptación social. Junto a esta lucha se da lo que Stern denomina la «tentación del silencio», que hace que la primera lucha sea una batalla contra el olvido.

    Los dos volúmenes finales de la trilogía de Stern brindan una historia de las batallas sobre la memoria histórica en Chile desde el golpe militar en 1973 hasta la muerte de Pinochet en el año 2006 y constituyen una base del capítulo sobre Chile en este libro. Un argumento central en estos volúmenes, igualmente importante para el presente trabajo, es que la memoria histórica se forma por las relaciones dinámicas entre el Estado y los actores de la sociedad civil, quienes constituyen con frecuencia lo que nosotros denominamos «aliados» de la memoria, en el sentido de que apoyan mutuamente un proyecto de la memoria, pero no comparten una visión sobre la política en general, ni están de acuerdo en relación con otros temas políticos. Su relación, por lo tanto, tiene elementos de tensión que pudieron ser creativos en un inicio, pero se convierten con frecuencia en desconfianza mutua, y eso puede bloquear mayores adelantos en la memoria histórica. La razón de ello es que, si bien los avances en la memoria histórica en los países del Cono Sur fueron iniciados con frecuencia por actores de la sociedad civil, su realización exitosa dependió frecuentemente del apoyo de los actores estatales.

    Este libro está estructurado alrededor de tres extensos capítulos de los países estudiados y finaliza con una conclusión comparativa más breve acerca de la memoria histórica en el Cono Sur. No obstante, el diseño original de este libro era diferente. Se suponía que iba a ser un estudio comparativo, temáticamente estructurado, que incluía la región andina y analizaba varios aspectos de la memoria histórica en el siglo

    xxi

    .

    Carlos Iván Degregori, destacado antropólogo peruano que fue codirector del proyecto de la memoria del SSRC con Jelin y jugó luego un papel clave en la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) del Perú, iba a ser el coautor. Trágicamente, al mismo tiempo que recibimos la buena nueva de que nuestro proyecto iba a ser financiado por la Fundación Ford, Degregori recibió la mala noticia de que estaba sufriendo de cáncer al páncreas. A medida que la enfermedad y el tratamiento debilitador avanzaban, él decidió focalizar su limitado tiempo y sus energías en declive en el Perú, para lo que contó con el apoyo de un talentoso cuarteto de jóvenes investigadores como asistentes.

    Así, la estructura de nuestro libro se fue transformando en dos tomos de estudios de países relacionados, conmigo como editor y coautor del volumen del Cono Sur, y con tres coautores de los capítulos sobre los otros países que, aparte del Perú, serían incluidos —Federico Lorenz (Argentina), Aldo Marchesi (Uruguay) y Steve Stern (Chile)—. Después de la muerte prematura de Carlos Iván en mayo de 2011, el tomo sobre la región andina se convirtió en uno sobre el Perú y adquirió el carácter de homenaje, por lo que se decidió publicar el tomo sobre el Cono Sur de forma independiente. No obstante, este libro también está dedicado a la memoria de Carlos Iván Degregori, académico ejemplar, profesor, intelectual público y ser humano cabal.

    Aunque este tomo se ha limitado al Cono Sur, ha conservado los marcadores analíticos del proyecto original, explorando diversos ámbitos de la memoria histórica: comisiones de la verdad, archivos, juicios, monumentos conmemorativos, transmisión generacional y construcción del campo de estudio, en particular en lo referido a los cambios y continuidades en estos ámbitos durante el siglo

    xxi

    . Se ha mantenido también pendiente del objetivo último de la batalla histórica por la memoria en el Cono Sur: la creación de una cultura política democrática, pro derechos humanos, que pueda asegurar un futuro de «Nunca más».

    Cuando Degregori leyó un borrador inicial del libro, observó que se leía como una historia, lo que no es nada sorprendente dado que los cuatro coautores son todos historiadores. En el fondo, es una historia, un recuento narrativo y un análisis cronológico de cambio y continuidad en el tiempo. Pero es una historia de la memoria y de las batallas por la memoria colectiva del pasado traumático reciente en Argentina, Uruguay y Chile, guerras por la memoria que comparten rasgos comunes, pero que también presentan sus particularidades nacionales en cada uno de dichos países.

    En parte por las razones antes mencionadas, los períodos cronológicos que cubren los capítulos sobre los países difieren uno del otro. Como Uruguay y su singular historia son poco conocidos fuera de sus fronteras, Aldo Marchesi y yo prologamos ese capítulo con una breve historia analítica del país en el siglo

    xx

    . Con Argentina, el caso más conocido, Federico Lorenz y yo comenzamos nuestra historia con la restauración del gobierno civil, cuando la batalla por la memoria histórica se volvió un tema político preponderante. En el capítulo sobre Chile, donde se inició la batalla por configurar la memoria histórica tan pronto el golpe acabó, Steve Stern y yo comenzamos con un recuento del golpe militar de 1973. En los tres casos hemos continuado la historia hasta la primera década del siglo

    xxi

    inclusive, aunque actualizando selectivamente nuestros recuentos hasta el 2013, cuando el proceso de publicación los finalizó.

    Debido a que la batalla por la memoria continúa, acontecimientos relevantes continuarán ocurriendo. No hay manera de capturar un horizonte que se aleja y no tiene sentido perseguirlo. Nuestro objetivo es, más bien, dar a los lectores un marco desde el cual analizar los acontecimientos futuros y el conocimiento de lo que ocurrió en el pasado. Con suerte, los ensayos en este libro harán avanzar la comprensión de la memoria histórica del pasado reciente en el Cono Sur e inspirarán a otros tanto a unirse a la lucha por la memoria histórica en la región y reanudar el estudio de esta lucha y sus memorias donde nosotros las dejamos. Al final, este libro, como las batallas por la memoria misma, es acerca de luchas en el presente sobre el pasado para dar forma y configurar el futuro.

    Peter Winn

    Nueva York,

    diciembre de 2013

    1 Para una crítica poscolonial de Nora, véase Tai, Hue-Tam Ho, «Remembered Realms». Una versión digital de la reseña de este ensayo puede encontrarse en línea en el siguiente enlace: .

    2 Nora, Pierre, Realm of Memory, vol. I, p. xvii. La cita es del prólogo a la edición inglesa. El original en francés es Les lieux de mémoire (París: Gallimard, c. 1984). Nora también publicó un breve resumen de sus ideas sobre lieux de mémoire en «Between Memory and History», 7-24. Una selección de los escritos de Nora ha sido publicada en castellano con el título Pierre Nora en les lieux de mémoire (Santiago: LOM Ediciones, 2009).

    3 Nora, Pierre, Realms of Memory, vol. I, p. xviii. En sus más recientes libros sobre Les France, Nora enfatiza «memoria», no memoriales, y su objetivo es «una historia de Francia a través de la memoria". Aquí, el autor redefine su tarea como «el descubrimiento y la exploración de aspectos escondidos o latentes de la memoria nacional y todo su espectro de fuentes, haciendo caso omiso de su naturaleza». Aunque habla de la «construcción» de lugares de la memoria y trata de incluir la diversidad contemporánea en sus imágenes de Les France, hay todavía algo esencialista en su visión de Francia.

    4 Véase Halbwachs, Maurice, La mémoire collective. Una traducción al castellano de este volumen, la primera traducción aparecida en castellano de un libro de Halbawchs, fue publicada como La memoria colectiva (Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza/Digitalia, 2010) y puede ser comprada en una edición digital para Kindle en Amazon.com. Halbwachs puede ser leído en inglés en On Collective Memory.

    5 La Capra, Dominick History and Memory. Véase también su Writing History, Writing Trauma.

    6 Este libro fue publicado en el año 2002 como el primero de la serie de 12 volúmenes, titulada «Memoria de la represión», que Jelin publicó con sus alumnos y colegas, mucho de los cuales también publicaron ensayos en la misma serie. Una edición peruana fue publicada por el Instituto de Estudios Peruanos en el año 2012 como el primer título de su nueva serie de estudios de la memoria. El libro también ha sido publicado en inglés como State Repression and the Labors of Memory (Minneapolis: University of Minnesota Press, 2003). Los capítulos siguientes discuten el trabajo de otros académicos sudamericanos sobre la memoria histórica colectiva.

    7 Jelin, Elizabeth, Los trabajos de la memoria, p. xv.

    8 Stern, Steve J., The Memory Box.

    9 Stern, Steve J., Remembering Pinochet´s Chile, p. 107. Ha sido publicado en castellano como Recordando el Chile de Pinochet: en vísperas de Londres 1998 (Santiago: Ediciones UDP, 2009). Los otros volúmenes serían publicadas por la misma editorial, empezando con vol.2, Luchando por mentes y corazones. Las batallas de la memoria en el Chile de Pinochet (2013).

    Las memorias de la violencia política y la dictadura militar en la Argentina: un recorrido en el año del Bicentenario

    Federico Lorenz y Peter Winn

    Introducción: el 24 de marzo del Bicentenario

    El 24 de marzo de 2010 se realizaron diversas conmemoraciones por el golpe militar de 1976 en la Argentina, en el ahora Día Nacional de la Memoria, por la Verdad y la Justicia, que es feriado desde el año 2006. Las dos más importantes, sin duda, se produjeron en Buenos Aires, habitual caja de resonancia de la política nacional.

    Por la mañana, la presidenta de la nación, Cristina Fernández, encabezó el acto gubernamental en el predio de la ex Escuela Mecánica de la Armada (ESMA), actual Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos, inaugurado en el antiguo Centro de Detención Clandestino (CDC) en el año 2004, luego de que el entonces presidente Néstor Kirchner —esposo de la actual mandataria— restituyera simbólicamente el predio a la sociedad argentina. Allí, inauguró el centro cultural de la memoria Haroldo Conti¹ y entregó los premios Azucena Villaflor² a la trayectoria en la defensa de los derechos humanos, en este caso a cuatro padres de desaparecidos, uno de los cuales era fundador del importante organismo de derechos humanos Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). La acompañaban funcionarios de Estado y representantes de los organismos de derechos humanos.

    En su discurso, la presidenta apoyó explícitamente a las Abuelas de Plaza de Mayo en su reclamo para que los hijos adoptivos de Ernestina Herrera de Noble, presidenta del multimedios Clarín, el diario de mayor circulación en la Argentina, se hicieran la prueba de ADN, ya que se sospechaba que eran hijos de desaparecidos. Para Cristina Fernández, que eso sucediera era una «prueba para saber si vivimos en democracia»³ y se comprometió públicamente ante Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, a que «si no hay justicia en la Argentina» acompañaría a las Abuelas a «otros tribunales internacionales»⁴. El discurso constituyó un escalón en el enfrentamiento entre el poder ejecutivo y los principales medios de comunicación⁵. que se desarrolló con creciente virulencia verbal desde el año 2008 y usó la memoria histórica como arma de combate⁶.

    Por la tarde, en la histórica Plaza de Mayo, escenario de la Revolución de Mayo de 1810, se realizaron dos actos: uno encabezado por la Asociación Madres de Plaza de Mayo, liderada por Hebe de Bonafini; y el otro, por las Abuelas de Plaza de Mayo, junto con otros organismos de los derechos humanos. La consigna era «por un Bicentenario sin impunidad, Juicio y Castigo ya». Ambas marchas reunieron a unas cuarenta mil personas⁷, de diferentes extracciones políticas y sociales, y contaron con el apoyo logístico de la Unidad Bicentenario, un organismo estatal creado ad hoc con el fin de organizar y centralizar las actividades por el Bicentenario de la Revolución de Mayo. La consigna fundía el reclamo sectorial en el clima de fiesta nacional que desde diferentes espacios se le quería dar al aniversario y planteaba la satisfacción de la demanda de justicia como una condición para una fiesta completa.

    Llamó la atención en la marcha y concentración el discurso de Estela Carlotto, que leyó un documento consensuado con otros organismos de derechos humanos⁸. Sus palabras propusieron, en vísperas del Bicentenario, un relato histórico en el que «la lucha sigue siendo la misma: el pueblo organizado, comprometido y solidario, contra los poderes económicos que no dudan en utilizar cualquier método para enriquecerse con lo que no les pertenece»⁹. Pero esa caracterización de la lucha no se restringía a la conmemoración del golpe, sino que era una clave de lectura del presente como la etapa actual de un conflicto que se había desarrollado a lo largo de doscientos años de historia independiente: «Los cómplices del hambre de hoy son los mismos que hace treinta años», mantuvo leyendo, en voz alta, una larga lista de empresas argentinas y extranjeras que incluía a importantes enemigos de los Kirchner. «La dictadura se hizo entre muchos: militares y civiles al servicio del exterminio y la apropiación de niños […]. Defienden un país para pocos: ellos. Por esos intereses reprimen desde hace doscientos años», concluyó asociando a los bebes robados de los desaparecidos con los intereses económicos de los ricos y poderosos en el contexto de la conmemoración del Bicentenario¹⁰.

    No era habitual hasta ese año que los organismos de derechos humanos (con la sola excepción del Servicio de Paz y Justicia [SERPAJ] y las Madres de Plaza de Mayo, lideradas por Hebe de Bonafini) se pronunciaran tan claramente sobre temas coyunturales, asumiendo una explícita postura política alineada con el gobierno. Si bien había habido pronunciamientos parecidos, estos habían sucedido en otro tipo de circunstancias históricas y en un lugar de oposición al poder político, como ocurrió en ocasión del vigésimo aniversario del golpe, en 1996, cuando la política del peronismo menemista había sido la del cierre con el pasado violento mediante los indultos. En esa ocasión, la incorporación de consignas políticas y económicas se debió, sobre todo, a la confluencia organizativa con la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA), una escisión de la Confederación General del Trabajo (CGT), alineada con la política neoliberal de Carlos Menem. Pero a diferencia de lo sucedido en el año 2010, el Estado no solo era el gran ausente en el acto, sino que, además, era el principal antagonista de quienes se movilizaban.

    En una mirada histórica sobre las luchas por la memoria de la dictadura militar, en particular las que se desarrollan en cada aniversario, la conmemoración del golpe en el año del Bicentenario plantea una serie de novedades que son, en alguna medida, la culminación de un proceso iniciado en el año 2003, con la llegada del kirchnerismo al poder: la más importante de ellas es, a juzgar por sus consecuencias, la reinstalación del Estado en el espacio público de la memoria en relación con los años de la dictadura y la década de 1970 (término general que engloba el estudio y la memoria de las luchas políticas revolucionarias que antecedieron al golpe de 1976). Otra, asociada a la anterior, se relaciona con los cambios en las prácticas de los organismos de derechos humanos, derivada fundamentalmente de su posicionamiento en relación con el gobierno y del hecho de que algunos de sus reclamos históricos se hubiesen constituido en políticas de Estado. Asimismo, se produjo un recalentamiento de algunos tópicos de discusión no ya solamente sobre los años de la dictadura, sino sobre los procesos políticos y económicos de los años previos y posteriores. Estas revisiones públicas coincidieron con un importante desarrollo del campo de los estudios de la memoria y la historia reciente, que no escapó tampoco a diversas polémicas.

    Como tono distintivo de aquel tiempo de la memoria, el pasado reciente había reingresado por distintas vías de la mano de la reinstalación de la discusión política. Esta capacidad de ofrecer un importante espacio para ella mediante el uso del pasado parece ser uno de los atributos del kirchnerismo: efectivamente, la batalla por «el relato» (una forma de leer la historia nacional para llegar como conclusión al kirchnerismo como posibilidad de realización) es tanto aglutinante de sus partidarios como catalizador de la oposición en sus distintas vertientes. Sin embargo, las luchas por la memoria han tenido una dinámica propia, y prueba de la fuerza de algunos de sus tópicos y actores es el hecho de que constituyan los polos de conflicto por donde pasan las disputas políticas y económicas. En otras palabras, se debe pensar ese «momento» como parte de procesos de disputas simbólicas más extendidos en el tiempo, y esto, precisamente, en contra del «relato» kirchnerista que se quiere presentar como refundacional.

    Este trabajo se propone analizar el recorrido de las luchas por la memoria de la última dictadura militar argentina en el arco temporal que va desde la instauración del golpe militar en 1976 hasta el año del Bicentenario (y el trigésimo aniversario de la guerra de las Malvinas en 2012, que inició la retirada de la dictadura del poder). Pero dado que los procesos de memoria de las décadas de 1980 y 1990 han sido objeto de la atención de una gran cantidad de estudios y publicaciones, nos concentraremos fundamentalmente en los importantes cambios que se produjeron en dichas contiendas durante la primera década del nuevo milenio —años del regreso del Estado como actor principal en esas luchas, juntos con organismos de derechos humanos que entran a formar parte de este por primera vez y cuyas demandas históricas han sido tomadas por los gobiernos de los Kirchner y transformadas en políticas de Estado—.

    I. Las memorias de la dictadura desde 1983 hasta el fin del milenio

    Durante la dictadura militar, los relatos acerca de los hechos políticos de la década de 1970 y las causas del golpe de Estado fueron inscritos por el gobierno de facto en un relato en el cual los militares se habían visto forzados a tomar el poder para salvar la patria. En la proclama que difundieron el día posterior al golpe, fijaron las bases argumentales de su interpretación acerca de la historia, que en sus aspectos fundamentales se sostiene hasta el presente.

    Este texto, de características fundacionales, señala como principales causas de la crisis la ausencia de un gobierno firme, el «flagelo» de la subversión y la corrupción de las autoridades. Como contraparte, las fuerzas armadas se autopresentaron como instrumento para lograr la solución definitiva de esos problemas, la unidad nacional y el «bien común». De este modo, el golpe del 24 de marzo se describió como una instancia superadora de una situación de desorden que lo precedía y justificaba, y con la que, naturalmente, los ciudadanos argentinos se «identificarían»¹¹.

    Durante los años de la dictadura, estos argumentos se retomaron en diferentes expresiones públicas y en los aniversarios del golpe, cuya instauración como ceremonia pública¹² fue una iniciativa de memoria del gobierno militar. En el acto central, en cada aniversario de la «toma del poder», se realizaba una ceremonia castrense televisada, en la que participaban también los funcionarios civiles del gobierno y las autoridades eclesiásticas. En su desarrollo, contribuyeron a construir la realidad política: fueron un modo de propagar y mantener la versión militar de los acontecimientos, que legitimaba su permanencia en el poder. El control estatal de los actos fue total (recordemos su transmisión por la cadena oficial), hecho que posibilitó silenciar y estigmatizar a aquellos actores adversos al régimen. La prensa, mayoritariamente manipulada o alineada con el régimen, reproducía los discursos, detallaba el desarrollo de los actos y anticipaba las claves del mensaje presidencial¹³. El resultado fue la promoción de una imagen de las fuerzas armadas como protectoras del ser nacional, con vocación de servicio, y dedicadas a conducir a la nación a su destino de grandeza. Para lograrlo estaban desarrollando la «lucha contra la subversión».

    Adentro de la Argentina, su memoria salvadora fue hegemónica. Las denuncias por las violaciones de los derechos humanos, que impulsadas por los organismos de afectados desde una posición minoritaria ganaron fuerza en el exterior¹⁴, no tuvieron un espacio público interno importante hasta el final de la guerra de las Malvinas, en 1982. Los organismos de derechos humanos¹⁵, salvo el caso de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos que se fundaron antes de 1976, se constituyeron con posterioridad al golpe, organizados a partir de los familiares de los desaparecidos, fundamentalmente sus madres. Estas dieron origen a las Madres de Plaza de Mayo y a las Abuelas de Plaza de Mayo (1977).

    Sin embargo, hasta la derrota en la guerra de las Malvinas, la operación simbólica de la dictadura se erigió prácticamente como relato único. De este modo, algunos tópicos en relación con la violencia política y la militancia política y social se instalaron con mucha fuerza, notoriamente aquel que ubicaba bajo el nombre de «terrorismo y subversión» a todas las prácticas políticas desarrolladas en vísperas del golpe. Como contrapartida, quedaron reducidas a las características del rumor o a la visión de los perseguidos lo que hoy sabemos constituyeron las características esenciales de la represión ilegal: su metodología clandestina y su organización del país en zonas militares en las cuales se seguía la práctica de secuestrar, torturar y asesinar a los opositores políticos, y hacer desaparecer sus cadáveres en la abrumadora mayoría de los casos.

    A lo largo de las sucesivas conmemoraciones militares, la imagen de la situación previa al golpe fue reforzada año tras año: «Este Proceso se inició —no lo olvidemos jamás— en circunstancias dramáticas. Había que dar respuesta a un verdadero clamor nacional, que se levantaba frente a una gravísima crisis moral y material, que todos conocimos y padecimos en su momento», afirmaba Jorge Rafael Videla, primer presidente de la dictadura, en 1979¹⁶. En vísperas de abandonar la presidencia, por otra parte, respondía elípticamente a las denuncias por las violaciones de los derechos humanos que circulaban en el exterior: «El aseguramiento de la paz interior exigió la eliminación de la agresión terrorista, con todas sus secuelas»¹⁷.

    Como señalamos, las características de la metodología para asegurar la «paz interior» y las «secuelas» de ese proceso —el terrorismo de Estado— comenzaron a conocerse en detalles y públicamente como consecuencia de la derrota en la guerra de las Malvinas. El desprestigio militar alentó a la prensa, que hasta ese momento había silenciado casi por completo las violaciones de los derechos humanos, a comenzar a publicar, en forma creciente, noticias relativas a las actividades de los organismos de derechos humanos. Las Madres de Plaza de Mayo, con sus pañuelos y sus marchas circulares cada jueves, se transformaron en el emblema de la lucha contra la impunidad.

    En esta época comenzaron a tomar formas más concretas las noticias dispersas acerca del horror. En octubre de 1982 se descubrieron numerosas tumbas colectivas de «NN». La prensa exhibió macabras fotografías de pilas de huesos y cráneos exhumados por los empleados de los cementerios y, al mismo tiempo, buscó y difundió, por primera vez, las voces de las víctimas y de sus victimarios. Lo que durante años habían sido rumores en voz baja o noticias inverosímiles se materializaba en los relatos de los testigos. Aparecieron con fuerza, también, las voces de los familiares de los desaparecidos, que tras años de marginalidad y persecución, durante los que habían sostenido en solitario las denuncias y reclamos en los momentos más duros de la represión, gozaban ahora de un prestigio y legitimidad crecientes en el espacio público y en el contexto de las masivas movilizaciones que se desarrollaban tras la apertura política.

    Así, comenzó lo que posteriormente se bautizó como «el show del horror»: la presencia permanente, en el espacio público, de las víctimas y el daño que les habían infligido sus victimarios. Este hecho se vio potenciado porque la actuación pública de los distintos organismos de derechos humanos y el levantamiento de la veda política permitieron la creciente circulación de información, más allá del sensacionalismo de la prensa. En este proceso, la «cuestión de los derechos humanos» se transformó en un elemento clave de la transición democrática. Las denuncias y «revelaciones», así como la agenda de los organismos de derechos humanos, incidieron en los discursos políticos de la época, hasta el punto de constituir parte de la plataforma partidaria de la Unión Cívica Radical, cuyo candidato, Raúl Alfonsín, sería el primer presidente electo democráticamente tras la dictadura.

    Estas voces y formas fueron legitimadas durante los primeros años del gobierno democrático por dos instancias fundamentales: el Nunca más (1984), libro que publicaba el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP); y el Juicio a las Juntas (1985), que se desarrolló en la ciudad de Buenos Aires y por el que fueron procesados y condenados los miembros de las juntas de gobierno de la dictadura.

    De este modo, con un énfasis en la descripción del horror y en la historia, a principios de la década de 1980, el «qué» y el «cómo» —pero en mucha menor medida el «porqué»— de la dictadura comenzaron a cobrar forma y contenido. Las dimensiones de los crímenes expuestos, el carácter masivo que adquirieron, generaron un sentimiento de repudio e indignación que caló hondo en amplios sectores sociales. El rechazo moral a estos crímenes llevó a que se cambiaran las miradas sobre el gobierno militar y sus acciones: la «lucha contra la subversión» comenzó a llamarse «represión ilegal» y «violaciones de los derechos humanos». Sus víctimas pasaron de «subversivos» o «terroristas» a ser «inocentes», en un proceso que reducía las posibilidades de analizar políticamente la época que se buscaba dejar atrás, tanto como agrandaba las proporciones del «mal» que había «caído» sobre la Argentina. Esta operación simbólica se logró fundamentalmente mediante el procedimiento de «volver inocentes» a las víctimas, borrando su militancia política: se trataba de realzar las características criminales del Estado argentino. Si bien la simple exposición de los delitos hubiera sido suficiente, el efecto era mayor frente a hechos que aparecieron, entonces, como particularmente aberrantes¹⁸.

    Este contexto transformó el relato de la dictadura construido en esos años en un catálogo de aberraciones sin una explicación histórica o política. Amplios sectores sociales pasaron del estupor a una condena en términos éticos, que —aunque imprescindible— dificultaba la revisión de la historia y la política argentinas, y, por lo tanto, la asignación de las responsabilidades de la tragedia.

    La mirada de los años de 1980: el relato del horror y las víctimas inocentes

    En el escenario público argentino, las voces de las víctimas y sus familiares desempeñan desde entonces un papel central. Fueron los testimonios de los afectados por el terrorismo de Estado los que mostraron el horror de los campos clandestinos de detención. Para amplios sectores sociales, las historias y denuncias de los padres de desaparecidos, y en menor grado las de los sobrevivientes, fueron las primeras evidencias de lo que significaban las ausencias y las tremendas historias vinculadas a la represión ilegal. Asimismo, la experiencia argentina aparece estrechamente vinculada a la demanda de justicia concentrada en actores sociales que asumieron el compromiso de hacer públicas sus historias. Se trataba de un protagonismo no exento de contradicciones y dificultades. Si bien el testimonio de los sobrevivientes fue central en el proceso de juzgamiento, no escaparon a las sospechas por su misma supervivencia, mientras que su propia existencia cuestionaba, al mismo tiempo, una de las banderas de los organismos de derechos humanos, la de «aparición con vida»¹⁹.

    En paralelo al refuerzo de la imagen de la represión, se consolidó una narrativa histórica acerca del importante proceso de movilización social y violencia política previo al golpe militar. La violencia guerrillera —una de las formas de dichas movilizaciones— fue equiparada al terrorismo de Estado en el marco de una condena general a la violencia. En ese proceso, la sociedad argentina había sido espectadora pasiva del enfrentamiento entre dos fuerzas igualmente violentas en sus procedimientos, que eran repudiables por una sociedad democrática. El modelo emblemático de esta concepción es el famoso prólogo del Nunca más que afirmaba que «durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como desde la extrema izquierda»²⁰.

    Esta explicación, conocida como «teoría de los dos demonios»²¹, cumplió dos finalidades claves para el desarrollo de la transición a la democracia argentina: ofreció, por un lado, la posibilidad de identificar responsables de la violencia y los crímenes; y, por el otro, la vía para plantear la democracia como un sistema nuevo en un terreno ajeno a ambas prácticas. De este modo, el sistema democrático no era el heredero de un proceso histórico de una violencia inaudita, sino el camino para realizar un cambio fundacional. Al señalar claramente a los dos agentes como los principales responsables de la violencia, la «teoría de los dos demonios» también constituyó un mecanismo exculpatorio para amplios sectores sociales que habían apoyado de un modo u otro los golpes de Estado o habían quedado neutrales o pasivos frente a la dictadura, y que ahora veían asombrados las consecuencias de esa acción o inacción. De un modo simple puede decirse que esa «teoría» fue eficaz porque ofrecía una explicación para un pasado presentado como aberrante y disruptivo de un devenir histórico más «civilizado», porque identificaba responsables (ajenos a la mayoría de la sociedad) y, de este modo, permitía el inicio de la etapa democrática para aquellos individuos incluidos dentro del sector de «inocentes» y «ajenos» a la violencia. El complemento necesario en esta visión condenatoria fue la construcción de una imagen de las víctimas como inocentes, libres de todo aquello que pudiera asociarlas a la violencia y «culpabilizarlas» desde la lógica represiva. Por oposición, la figura de las fuerzas armadas como la encarnación del mal se agigantaba y afianzaba.

    Para el movimiento de derechos humanos, durante la década de 1980, la prioridad fue la obtención de una efectiva y completa respuesta a sus demandas. Sin embargo, las denuncias y reclamos de justicia contradecían parcialmente la agenda política gubernamental. Pese a desarrollar una política firme en relación con el juzgamiento del pasado golpista, Alfonsín tuvo que sostener un delicado equilibrio entre la demanda de esclarecimiento y castigo a los responsables de la dictadura, y su temor a la «desestabilización» por parte de los militares, sus apoyos civiles y otros actores políticos y sociales. Las condenas en el Juicio a las Juntas (1985), las leyes de Punto Final (1986) y Obediencia Debida (1987), bajo el gobierno radical de Alfonsín²², y, finalmente, los indultos presidenciales del peronista Carlos Saúl Menem (sucesor de Alfonsín) fueron otros tantos intentos de cierre institucional a la cuestión de las violaciones de los derechos humanos. En este proceso, alzamientos militares (1987, 1988 y 1989), crisis económica e hiperinflación, así como protestas y paros obreros, debilitaron el gobierno de Alfonsín.

    En este clima, el movimiento de derechos humanos, dividido y debilitado internamente, perdió buena parte de su protagonismo y capacidad de movilización²³. El año 1990 pareció significar un límite para el movimiento de derechos humanos. En diciembre de ese año hubo un nuevo alzamiento militar, inusitadamente sangriento, al que siguió otro indulto, que esta vez incluyó a los miembros de las juntas condenados en 1985. Las marchas de protesta fueron multitudinarias, pero no lograron detener los indultos ni generar un clima de movilización social duradera. Desde el punto de vista estatal, a principios de la década de 1990, parecía haberse logrado un cierre a «la cuestión derechos humanos». La voluntad de superación del pasado en nombre de la paz y la gobernabilidad, aun a costa de una justicia inconclusa, orientó las políticas oficiales de un gobierno de corte peronista, la identificación política de la mayoría de las víctimas. Este hecho produjo un enfriamiento de la vigencia del «tema de los derechos humanos» y, como reflejo de ello, las marchas de los organismos perdieron visibilidad y poder de convocatoria entre 1990 y 1994.

    El panorama anterior obligó a cambios en las formas de expresión y objetivos por parte de los organismos. Si en las décadas de 1970 y 1980 el objetivo era averiguar el destino final de los desaparecidos y el castigo de los culpables, la nueva década agregó, con fuerza, un claro tono conmemorativo y pedagógico: un énfasis cada vez mayor en recordar lo que había sucedido. Como consecuencia, la «memoria» fue incorporándose a las consignas en forma creciente, tanto como un mandato y una posibilidad de transmisión, cuanto como una forma de mantener la legitimidad de los organismos para enunciar los relatos sobre lo que había sucedido en la Argentina a partir de 1976. En esta época, el tema iba replegándose desde el punto de vista de las iniciativas estatales, mientras que comenzaba a ganar presencia en las escuelas por acción de otros actores. Por otra parte, cada vez se construían más puentes entre el pasado

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