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El golpe en la Legua: (2a. Edición)
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Libro electrónico212 páginas3 horas

El golpe en la Legua: (2a. Edición)

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Es un estudio monográfico que reconstruye los acontecimientos que el día 11 de septiembre se verificaron en esta emblemática población de Santiago y las industrias vecinas, Indumet y Sumar.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento1 mar 2018
El golpe en la Legua: (2a. Edición)

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    El golpe en la Legua - Mario Garcés

    Mario Garcés y Sebastián Leiva

    El Golpe en La Legua

    Los caminos de la historia y la memoria

    LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

    © LOM Ediciones

    Primera edición, 2005

    Segunda edición 2014

    ISBN: 978-956-00-0333-1

    Motivo de la Portada: Fotografía archivos COPESA

    Diseño, Composición y Diagramación

    LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Fono: (56-2) 2 860 6800

    www.lom.cl

    lom@lom.cl

    Introducción

    Este es un estudio monográfico sobre el día del golpe en La Legua, una de las poblaciones más emblemáticas de Santiago, habida cuenta de sus ricas tradiciones de lucha social y política. Allí, la sobrevivencia amenazada y las diversas estrategias para enfrentarla así como el recurso a la organización social, como política popular, han hecho escuela y también historia desde su fundación en los años treinta. En La Legua, dirán algunos sociólogos, hay de todo, héroes y villanos, pobres y clase media popular, comunistas y cristianos, delincuentes, narcos y militantes, poetas de pueblo y jóvenes desempleados parados en las esquinas. Es verdad, en La Legua, la diversidad siempre florece y ello no le ha impedido hacer de la acción colectiva una seña de su identidad popular.

    A una legua del centro de la ciudad, esta población ubicada en el sector de Santa Rosa y San Joaquín, detrás de los grandes depósitos de la Coca Cola, fue escenario de uno de los mayores combates del 11 de septiembre. No fue solo La Moneda en que ese día los uniformados chilenos encontraron resistencia a su acción golpista, que puso en movimiento la máquina del terror inundando de ofensas a toda la comunidad nacional. También en La Legua, un poco fortuitamente, pero también sugestivamente, se encontraron militantes de la izquierda, que previamente la mañana del 11, se reunieron en la industria Indumet (a escasas cuadras de la población) para coordinar la resistencia. Fueron descubiertos, cercados por Carabineros, lo que los obligó a replegarse hacia La Legua desde donde buscaron coordinar acciones con los trabajadores de la industria textil Sumar, ubicada en el sector, en el barrio.

    Este libro da cuenta de estos sucesos, que la memoria popular se encargó de preservar en el tiempo y proteger del olvido, afirmando una sentencia muy sencilla: en La Legua el pueblo resistió. Es verdad, así lo hemos podido probar luego de una larga investigación, en La Legua confluyeron el día 11 militantes, pobladores y sindicalistas y sus calles fueron testigos de más de un enfrentamiento armado. Indagar en estos hechos nos enfrentó como historiadores a los mayores desafíos de la disciplina, ya que son muy escasos los documentos escritos, la prensa informó tardía y distorsionadamente, y en consecuencia, nuestra puerta de entrada a la historia de La Legua debía ser necesariamente, la memoria de sus habitantes y la de los sobrevivientes.

    La historia oral, como llamamos en la disciplina de la historia, a los caminos o los métodos para ocuparnos del testimonio, ha debido hacer un largo camino para validarse tanto entre los profesionales de la historia como entre el público en general. La memoria, se nos dice, es subjetiva, cambiante, poco fiable; ¿cómo hacer historia a partir de fuentes tan débiles? Tal vez todo esto sea verdad, la memoria es un campo complejo, como toda experiencia humana, pero nadie puede asegurar que los documentos escritos –a los cuales rinde culto la historia tradicional– no hayan sido manipulados, escritos ex profeso, o no den cuenta de la subjetividad de sus autores. En dictadura, particularmente, la prensa engañó muchas veces a la población informando, por ejemplo, de falsos enfrentamientos, o documentos oficiales distorsionaron la realidad reiteradamente, para justificar lo injustificable, las masivas y sistemáticas violaciones de los Derechos Humanos. En realidad, más bien, el mayor desafío del historiador es aprender de cada una de sus fuentes, reconociendo su naturaleza, su carácter, sus alcances y sus límites. En este trabajo hemos recurrido a todas las fuentes disponibles, como comprobará el lector a lo largo de sus páginas.

    Esta investigación sobre el golpe en La Legua recorrió al menos dos grandes etapas: un proyecto de investigación-acción durante el año 2000, realizado desde ECO, Educación y Comunicaciones, en convenio con la RED de Organizaciones Sociales de La Legua y con el apoyo de la Fundación Ford¹; un segundo proyecto de investigación, durante al año 2003, realizado con el apoyo de la Vicerrectoría de Investigación, Publicaciones y Extensión de la Universidad Arcis² . Cada etapa nos permitió realizar diversos aprendizajes, que de alguna manera influyeron en la estructura de este libro. En el primer capítulo, reflexionamos en torno a las relaciones entre la historia y la memoria, reconociendo sus vínculos y sus diferencias así como sus efectos en los debates interpretativos sobre el pasado reciente que aun divide a los chilenos; en el segundo capítulo, a la manera tradicional de la historia, reconstruimos los sucesos acaecidos el día 11 en Indumet, La Legua y Sumar; en el tercer capítulo, volvemos sobre la experiencia, pero esta vez siguiendo solamente los derroteros y los núcleos más significativos de la memoria de los legüinos. Finalmente, en el cuarto capítulo, a modo en realidad de epílogo, nos planteamos los problemas no resueltos por la izquierda chilena y que la mostraron impotente el día del golpe, frente a unos desafíos que por cierto la superaron.

    Nuestros agradecimientos son por cierto infinitos y admitiendo que no podemos nombrar a todos, los hacemos extensivos y explícitos a la Red de Organizaciones Sociales de La Legua y al equipo de investigadores locales con los que indagamos en la memoria el año 2000: Julio Ayala, Luz Bustos, María Borbarán, Fresia Calderón, Graciela Fredes, Carmen Labbé y Rafael Silva. A los jóvenes que se sumaron al proyecto, Paulo Álvarez, Eduardo López, Blanca Saldías y Fabián Rojas. Agradecemos también a la historiadora Alejandra López, que en esta etapa formó parte del Equipo de Investigación y coordinó indagaciones especialmente con los jóvenes de La Legua. Finalmente, esta primera fase de indagación no hubiera sido posible sin el apoyo de Julio Pinto, director en esos años del Departamento de Historia de la Universidad de Santiago y de Alexander Wilde, representante de la Oficina de la Fundación Ford en Santiago de Chile, quien confió en nuestros planes y alentó nuestro interés por el testimonio y la memoria.

    En la fase de indagación más específica sobre el día del golpe en La Legua, nuestros entrevistados, que en muchos casos visitamos más de una vez, fueron claves en el esclarecimiento de los hechos. Agradecemos a quienes nos compartieron sus recuerdos, reviviendo muchas veces experiencias dolorosas, en especial a Margarita Durán sin cuyos aportes hubiese sido casi imposible reconstruir la secuencia y la magnitud de los sucesos en La Legua; a don Enrique Molina y don Luis Durán, también antiguos dirigentes de la población; a Rigoberto Quezada, Victoria Barrientos, Guillermo Vega, Luis Mora y Juan Rodríguez, que nos compartieron su experiencia en torno a la industria Sumar; a Rafael Ruiz Moscatelli y Manuel Cabieses y a los historiadores Patricio Quiroga y Augusto Samaniego.

    Agradecemos también a la historiadora Myriam Olguín, la que formó parte al menos temporalmente, de nuestro proyecto de investigación desde la Universidad Arcis; a Verónica Huerta que conoció y aprobó nuestros informes parciales; a María Paz Vergara, que nos facilitó el acceso a los archivos de la Fundación Vicaría de la Solidaridad; a Carolina Gutiérrez, de ECO, Educación y Comunicaciones, que nos facilitó el desempeño administrativo en todas las fases de la investigación; a la historiadora Anne Perotin, que no solo valoró este tipo de investigación, sino que nos acompañó en terreno para fijar el mapa de los acontecimientos; a la historiadora Jody Pavilack, que nos apoyó en las primeras fases de la investigación, y a LOM Ediciones, que acogió la publicación de este trabajo y que anima desde una posición independiente el desarrollo de la investigación social y de la cultura en Chile.

    Mario Garcés

    Sebastián Leiva

    1 Proyecto Memorias de la violación y de la lucha por los Derechos Humanos en la Población La Legua, Santiago, 2000.

    2 Proyecto 09/02, Historia y memoria del golpe de Estado de 1973 en el pueblo: Resistencia y represión en la Población La Legua y la Industria Sumar, Concurso de Proyectos de Investigación, Creación y Producción Artística, período 2002/2003, financiado por Universidad Arcis.

    Capítulo I

    Historia y memoria

    1. El debate interpretativo en torno a la historia chilena reciente

    En el 2003, cuando se cumplían 30 años del golpe militar que derrocó a Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, los chilenos parecíamos lejos de compartir una visión relativamente elaborada en torno a nuestro pasado histórico reciente. Algunos programas de televisión, en el primer semestre del 2003 –Secretos de la historia, por ejemplo, del canal 13– anunciaban mostrar imágenes nunca vistas del golpe, entre otras, la alegría de la clase media en las calles de Providencia el día del derrocamiento de Allende y por cierto también algo de la represión a sus partidarios. Como había sido la norma del guion televisivo en los años de la transición a la democracia, se trataba siempre de mostrar un poco de un lado y un poco del otro, de tal modo que la historia chilena reciente se nos presentaba algo así como el resultado de un empate histórico y moral: todos nos equivocamos y la historia tomó entonces un curso trágico, que por cierto todos no queremos que se vuelva a repetir¹. Como corolario de este guion televisivo, el nuevo Comandante en jefe del Ejército chileno, en medio del clima de conmemoración del 2003, pronunció un nunca más y un grupo de ex vicecomandantes, todos sometidos por cierto a Pinochet mientras fueron militares activos, admitieron también que hubo algunos problemas de derechos humanos. Un gesto que buscaba sumarse a otros para favorecer la anhelada y nunca alcanzada reconciliación de los chilenos².

    La idea de un empate moral ha representado, tanto en los medios de comunicación, y por cierto más allá de ellos, variados efectos. Entre otros y tal vez el más importante sea que iguala los males acontecidos en nuestra historia, haciendo responsables a los militares (y débilmente a la derecha) por un lado, y a la izquierda, por el otro. Se trata de algo así como una versión chilena de la teoría de los dos demonios, popularizada en la Argentina, que como ha indicado Pilar Calveiro, pone la responsabilidad de lo ocurrido en dos sujetos conocidos (los militares y la izquierda) y no en la sociedad, la que liberada de estos demonios, puede seguir el curso normal de su historia³. Una impecable salida mediática, en el caso chileno, que de algún modo preserva los valores de la convivencia social, separando, y liberando a la mayoría de los ciudadanos de un pasado cruel y vergonzoso. Pero, además, esta línea interpretativa tiene un segundo efecto –que ya es decididamente una ventaja para el Chile neoliberal–: puede proyectar el país al futuro, si se considera que a pesar del horror, el país alcanzó un importante logro: el desarrollo económico. Este último argumento, muy popular por lo demás, es todavía más demoledor, ya que sostiene que si bien hubo sufrimientos y excesos, y pasaron cosas que nunca debieron pasar, el país salió adelante, si no basta con mirar a América Latina que se debate en medio de conflictos insolubles y con bajas tasas de crecimiento económico⁴. Es común escuchar en la televisión, en este último sentido, que Chile lo hizo bien en el plano económico y sus logros económicos producen admiración (si no envidia) entre sus vecinos⁵.

    Sin embargo, más allá del escaso valor ético de muchas de estas afirmaciones (el fin justifica los medios), ellas son expresivas de una sociedad que está lejos de alcanzar –y tal vez nunca alcance– una visión medianamente compartida acerca de su pasado histórico reciente. El problema es por cierto complejo, ya que tiene variadas aristas y efectos, tanto relativas al pasado propiamente tal como a sus actualizaciones en el presente, es decir problemas asociados tanto a la historia como a la memoria. Así por ejemplo, en el presente, está pendiente el esclarecimiento de la verdad sobre los detenidos desaparecidos (y la recuperación de sus cuerpos) y por cierto la acción de la justicia sobre quienes violaron los derechos humanos. De este modo, verdad y justicia son tareas pendientes que emergen una y otra vez activando las denuncias y movilizaciones de las agrupaciones de víctimas de la represión y de los abogados y organizaciones de DDHH, movilizaciones que cuestionan al mundo político, interrogando su vocación democrática, y al sistema judicial, que requiere reconfigurar alguna legitimidad en la sociedad, habida cuenta de su actitud obsecuente con los militares durante el período de la dictadura.

    A treinta años del golpe militar, la justicia en la medida de lo posible como propuso el primer presidente chileno de la transición, ha demostrado límites evidentes, ya que cada vez que irrumpe la memoria⁶ para llamar la atención sobre los déficit de verdad y justicia, las viejas diferencias se actualizan y la sociedad vuelve a interrogarse sobre su pasado. Sin embargo, los avances son siempre precarios e insuficientes, como resultado, entre otros, de los denominados poderes fácticos (especialmente los empresarios y las fuerzas armadas), poco permeables a revisar su pasado y romper los pactos de silencio –sobre todo entre los militares– que harían posible alcanzar mayor verdad sobre las acciones concretas de violación de los Derechos Humanos. Lo que la declaración de los vicecomandantes, en el 2003, llama problemas de derechos humanos y que por cierto es valorada por los medios políticos, en realidad, es un modo aun genérico, alusivo, que no puede nombrar lo que realmente ocurrió en el país. Tal vez, siguiendo el pensamiento de Hannah Arendt, hay que admitir que la violación a los DDHH se hacía –se ponía en acción– pero no se podía pronunciar. De este modo, ningún general u oficial de menor graduación, por muy valiente y patriota que se proclamara, podía presentarse en la televisión para decirles a sus conciudadanos, esta noche lanzamos al mar tantos cuerpos, violamos a tantas mujeres, torturamos a tantos subversivos, secuestramos a tantos niños.... Lo podían hacer y de hecho lo hicieron reiteradamente, protegidos por sus mandos, diluyendo sus responsabilidades y argumentando que libraban una guerra o salvaban a la patria, pero no podían ni les resulta cómodo hasta hoy, admitirlo pública y explícitamente ante la sociedad.

    La imposibilidad de nombrar lo acontecido y asumir responsabilidades éticas y jurídicas sobre lo obrado, es decir el silencio que conduce a la imposibilidad de la historia (como res gestae, es decir, como la cosa acontecida) es reemplazado permanentemente por una argumentación interpretativa acerca de lo ocurrido. La historia deviene entonces en una versión (u opinión) acerca de lo acontecido en el pasado. Esta es la línea que más trabaja la memoria oficial promovida por algunos dirigentes políticos y el Estado así como las memorias de consumo masivo que promueven los medios de comunicación. Digámoslo de modo más claro y directo, no es la historia la que cuenta, sino el discurso interpretativo construido acerca del pasado (una especie de post modernidad funcional al poder, que declara la imposibilidad de conocer el pasado sino a través de los discursos). Los argumentos de estas memorias de consumo masivo son más o menos conocidos, por su insistente divulgación y reiteración: la izquierda radicalizó sus discursos y posiciones, lo que llevó al país al caos, provocando la intervención de las fuerzas armadas, las que bajo una conducción autoritaria reestablecieron el orden aunque excediéndose en las acciones represivas, provocando heridas difíciles de sanar, pero necesarias de reparar para que el país recupere su unidad y enfrente con éxito los grandes desafíos del futuro.

    Otra línea interpretativa de amplia difusión sobre el pasado histórico reciente de Chile, es la que se ha hecho prácticamente dominante en diversos sectores de la clase política. La crisis chilena, se sostiene, se relaciona con la crisis

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