Los grandes mitos y la historia del hombre
Por Anne da Costa y Fabián da Costa
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Los grandes mitos y la historia del hombre - Anne da Costa
Minotauro.
Primera parte
PRESENCIA Y FUERZA DE LOS MITOS
LOS MITOS:
LUCES EN EL CAMINO
DE LA HUMANIDAD
Al despertar a la conciencia, semejante a un niño que poco a poco intenta comprender el mundo que le rodea, el ser humano universal descubre una ineludible y certera verdad: desde el inicio de los tiempos hasta el fin del mundo creado, todas las personas van de la cuna a la tumba. Nada hay más banal, y tampoco nada menos esencial. Todo el mundo llega desnudo a la tierra y regresa también desnudo al seno de esta misma tierra. A lo largo de la vida, toda persona va a ver desplazarse los astros por encima de su cabeza y al mar soltar indefinidamente sus olas con el paso de las mareas, sobre arenas en constante renovación. Los días y las estaciones le habrán aportado luz u oscuridad, calor o frío. Habrá sufrido tormentas de viento y de nieve.
La naturaleza, maternal u hostil, y su propio ser le parecerán incomprensibles y, sin embargo, tan cercanos... Las dichas y las desgracias le llegarán de manos desconocidas, pero implacables. ¿Por qué los hijos de los seres humanos nacen tan vulnerables del vientre de las mujeres, y por qué, al llegar el día de tal o cual voluntad, estos mismos seres se vuelven tan rígidos y fríos como la piedra, antes de descomponerse y regresar a la nada? ¿Quién, desde lo alto de los cielos, lanza un rayo destructor, pero también portador de fuego? ¿Qué potencia oscura vierte desde las entrañas de la tierra las lavas en fusión? ¿Qué monstruo gigantesco retuerce bruscamente el suelo que se hunde bajo sus pies? ¿Hacia qué lugar secreto se retira, al llegar los fríos, una vegetación que va a renacer en primavera? Todo es un interrogante, todo está todavía virgen de principios y de razón.
Fuera del vientre materno, fuera de la gruta, de la cabaña, del refugio, de la tribu, para el ser humano no hay más que lo desconocido que va a tener que descubrir, un vacío que va a tener que llenar, un miedo que va a tener que dominar. En estos territorios sin fronteras, asentará los límites que serán sus certezas y sus puntos de referencia. En estos espacios infinitos, colocará signos reconocibles. Nombrará lo innombrable y, al hacerlo, accederá a una conciencia de sí mismo y del mundo que le rodea, cada vez más aguda, más fina.
Muy pronto en su historia, el hombre inició esta larga ruta por la que sigue caminando. Porque ¿qué más hacemos, hombres modernos e iluminados, o quienes nos jactamos de ser, más que de intentar siempre comprender el aparente desorden de la condición humana, sondear los misterios de la naturaleza y de la materia, conocer el mundo para ser capaces de vivir en él, e introducir en esto que puede parecer absurdo cierta sabiduría?
Este trabajo empezó hace muchísimo tiempo a través de las inhumaciones del Paleolítico inferior. Los hombres salían de la animalidad tan cercana al Australopitecus para avanzar hacia el Homo sapiens. Las sepulturas de los neandertales hablan ya de ritos y costumbres, de un acompañamiento de los restos hacia un destino desconocido pero presente. El cuerpo está acostado sobre un lado, con la cabeza vuelta hacia el oeste y las piernas replegadas en la actitud del que duerme. Cerca de él aparecen dispuestos fuegos simbólicos, osamentas de animales, piedras talladas, conchas... Todo lo que daba sentido a su vida en la tierra, todo lo que podía resultarle útil para vivir en estos lugares desconocidos hacia los que avanza en un sueño de eternidad, está presente a su lado.
Los dioses y sus historias han crecido con los seres humanos; con ellos se han cargado de atributos, de familias, de poderes, de aventuras cada vez más complejas, más ejemplares en el bien o en el mal. Cada cultura ha querido desarrollar una mitología que se adapta a su carácter propio, a su personalidad profunda. Los primeros mitos, sumerios en su mayoría, se transmitieron primero de manera oral, puesto que existían antes del nacimiento de la escritura. Fue entre el Tigris y el Éufrates, dos ríos cuyos nombres ya hacen soñar, donde generaciones de agricultores y de pastores elaboraron sus visiones de la creación del mundo y del ser humano. En la época en que la práctica de la escritura extendía el conocimiento y hacía compartir el saber, los mitos se diversificaron en la superficie del mundo habitado. Tradiciones europeas de mitos griegos, celtas, nórdicos, de Oriente Medio, de Asia central y meridional..., todos diferentes y, sin embargo, parecidos en sus temas esenciales: creación del mundo por un dios que hace nacer el orden a partir del caos, Diluvio destructor que salva a una pareja de hombres de los que surgirá una nueva humanidad, lugares de delicias y descanso en que las personas justas descansarán por toda la eternidad... Porque si la naturaleza humana es múltiple en función de los continentes, es un conjunto en sus grandes aspiraciones, comparte las mismas esperanzas y los mismos temores.
Para explicar los primeros relatos fundadores de las culturas y de las civilizaciones, algunos, de una manera algo condescendiente, han hablado del «espíritu de la infancia» de una humanidad en los albores de su historia. Esto se justifica siempre que se considere a la vez la inocencia del niño y su sorprendente capacidad para pasar de las apariencias a lo real, con el objetivo de crecer hacia lo trascendente, de descubrir como por azar verdades esenciales e intemporales. Si no fuera así, los hombres de hoy, gentes razonadoras, apasionadas por las ciencias y la racionalidad, no mostrarían tanto ardor por los grandes relatos mitológicos, y los más eminentes psicoanalistas no habrían hallado una materia esencial para la comprensión de la psique humana.
No es objeto de este libro hablar de las tres grandes religiones consideradas como reveladas, ni tampoco situarlas en la misma categoría que los mitos que se evocarán aquí. Sin embargo, aparecerán cuando algunos mitos afecten a los grandes relatos o a las grandes imágenes aportados por ellas.
UN VIAJE AL CORAZÓN DE LA PSIQUE
Si bien no ha sido el único especialista en ciencias del alma que ha comprendido la importancia de la historia y de las grandes historias de la humanidad para cada ser humano, el médico psiquiatra Carl Gustav Jung ha sido, sin duda, el descubridor más eminente de este inmenso continente que es el inconsciente colectivo. Su palabra, sus descubrimientos resultan mucho más candentes e impactantes porque experimentó en su propia vida, en su alma y en su cuerpo, la fuerza y la presencia de los grandes mitos, de sus protagonistas, de los sentimientos complejos que los acompañaban. Jung no fue sólo un hombre de hipótesis y de reflexiones intelectuales. Experimentó en sí mismo, y a veces por su cuenta y riesgo, la verdad de lo que proponía a los hombres de nuestro tiempo para responder a la eterna pregunta: ¿quién soy y cuál es la finalidad de mi existencia?
JUNG, EL GRAN DESCUBRIDOR DEL ALMA
Carl Gustav Jung nació en 1875 en la orilla suiza del lago Constancia. Su padre, heredero de un largo linaje de sacerdotes y pastor él mismo, pasó toda su vida torturado por las dudas y las angustias. Su madre, Émilie, hija de sacerdote y en cuya familia se cuentan al menos seis sacerdotes, fue una mujer joven, encantadora y divertida que se convertiría en un personaje primordial en la evolución de Jung. Ya desde muy joven, Carl Gustav habría podido sumirse en las profundidades de un inconsciente inquietante. Su padre y su madre presentaban una doble personalidad. Paul Jung era de naturaleza cariñosa y atenta en familia; moldeado a la fuerza en la picota del ritualismo protestante de la época, se reveló también inquieto, irritable y, sobre todo, corroído por las dudas sobre una fe que su cargo le exigía que inculcara a sus parroquianos.
De Émilie, Jung conservaría el recuerdo de un ser delicioso y atractivo, aunque reemplazado muy pronto por el de una mujer corpulenta, a un tiempo digna esposa de pastor y madre de familia perfecta. Sin embargo, esta primera figura femenina en la vida de Jung no carecería de ambivalencias. Y es que esta madre, segura y tranquila, podía también convertirse por las noches en un personaje inquietante, incluso peligroso: por momentos tenía acceso a espacios subterráneos que fascinaban a su hijo, además de inquietarlo.
Esta infancia constantemente mecida entre la rigidez y la fantasía, entre una realidad formada por límites y leyes y un imaginario que abría una puerta a descubrimientos exaltadores, no hizo más que preparar a Jung para su vocación. Su encuentro con las primeras manifestaciones del inconsciente colectivo se llevaría a cabo a través de los sueños, cuya clave no encontraría hasta mucho más tarde. Durante tiempo dudoso y atraído por dos personalidades diferentes, la del niño tímido y acomplejado y la secreta del ser poderoso dotado de poderes excepcionales, al finalizar sus estudios se lanzaría a la carrera de medicina. Sus dones lo llevarían de forma natural hacia la psiquiatría.
Jung hizo sus primeras prácticas en la clínica psiquiátrica de Burghölzli, en Zúrich, dirigida por aquel entonces por el doctor Bleuler, y esta experiencia decepcionante haría nacer en él deseos de explorar nuevos métodos, nuevos enfoques. En 1906 entró en contacto con Freud, y durante siete años esta colaboración resultó fecunda para ambos hombres y para el avance de la psiquiatría. A pesar de las disensiones, cada vez más profundas, que pronto los distanciarían, avanzaron juntos en sus trabajos y en el descubrimiento de la psique humana. También para Freud era indudable la importancia de los grandes mitos colectivos sobre la historia personal; así lo demuestra su trabajo sobre el mito de Edipo y su famosa elaboración del complejo del mismo nombre.
Sin embargo, una escisión definitiva rompería la amistad y la colaboración entre Jung y Freud, causada principalmente por la voluntad de este último de relacionar con la sexualidad las razones principales de la represión, que quería convertir en «un dogma, un bastión inatacable». A pesar de sus diferencias, entonces insalvables, los dos psicoanalistas tenían puntos de vista comunes acerca de la presencia y la importancia de lo que más tarde se denominaría «arquetipos», mientras que los demás no llegarían más lejos de la noción de «residuos arcaicos». En colaboración con Freud, su discípulo Otto Rank, en su libro El mito del nacimiento del héroe, analiza los relatos que narran el origen de los héroes de las principales tradiciones.
Durante la segunda mitad de su vida, Jung dedicaría la mayor parte de su trabajo a demostrar cómo el espíritu humano construye su propia historia y cuánto conserva la psique de las múltiples huellas de los estadios anteriores de su evolución. Nuestra psique se forma y se alimenta del contenido de lo que Jung denomina «inconsciente colectivo», que entrega al ser humano moderno mensajes con una importancia psíquica considerable. Nuestros pensamientos y nuestros comportamientos están profundamente influenciados por ellos.
EL ENIGMA DE LA RELACIÓN CON EL SER HUMANO
Otros especialistas en mitos y religiones —Mircea Eliade, Van der Leeuw y los primeros antropólogos, como James George Frazer en su estudio sobre la «rama de oro»— empiezan a plantear interrogantes científicos sobre el estatus del mito.
El escritor Roland Barthes, atípico y ecléctico, trata en su obra Mitologías acerca de las representaciones de la ideología pequeño-burguesa, vistas como mitos modernos. El etnólogo Marcel Griaule dedicó una parte de su trabajo a dar a conocer los supuestos mitos primitivos y, en particular, los de los dogones, mitos fundadores tan importantes para estas civilizaciones como son los mitos griegos para nuestra cultura europea. El antropólogo Claude Lévi-Strauss intentó fundar una verdadera ciencia de los mitos estudiándolos por sí mismos. Se trata de saber descubrir el sentido que se oculta detrás de la apariencia de los textos, detrás de estas historias que parecen gratuitas, pero que, sin embargo, se repiten en todos los rincones de la tierra y que tanta importancia tienen