Niños de la guerra, ancianos del coronavirus
aradojas del destino, los mismos niños a los que les fue robada la infancia ahora padecen con mayor intensidad que nadie la violencia extrema de una pandemia. Nacieron bajo la presión lacerante de la angustia, de modo que la mayoría optaron por diluir la memoria de la Guerra Civil en busca de un refugio emocional y hasta de una salvaguarda material para poder sobrevivir a la autarquía. El concepto de una eventual ‘paz’ se impuso al espíritu de la guerra, silenciando una posible conciencia crítica o autocrítica por parte de ambos bandos. Esta actitud silente reprimió en parte una actitud reivindicativa propia de cualquier guerra civil, que terminó por hacerse visible en el proceso de Transición democrática, al principio de manera discreta para dar paso
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