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Carrizal: Las armas del PCCh, un recodo en el camino
Carrizal: Las armas del PCCh, un recodo en el camino
Carrizal: Las armas del PCCh, un recodo en el camino
Libro electrónico475 páginas8 horas

Carrizal: Las armas del PCCh, un recodo en el camino

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Entre diciembre de 1984 y agosto de 1986 se realizó una operación clandestina que buscaba poner a disposición de la lucha contra la dictadura militar un poder de fuego que permitiera desestabilizar definitivamente al régimen, en el marco de la Política de Rebelión Popular de Masas del Partido Comunista. El plan consistía en ingresar desde aguas internacionales un poderoso arsenal que sería distribuido a lo largo del país. Una vez descubierta y frustrada la operación por los organismos de seguridad, la prensa oficialista reiteró titulares como "¡Gigantesco arsenal ruso!". Así, el nombre de una aislada caleta del Norte Chico pasó a ser, para muchos, sinónimo de subversión y terrorismo, pero para otros tantos, un acto de reivindicación de la resistencia popular ante la tiranía. El historiador Luis Rojas Núñez, a través de una investigación rigurosa, devela el olvido y aclara los mitos, y nos entrega este texto sorprendente sobre uno de los capítulos memorables de nuestra historia política reciente.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento1 jul 2018
ISBN9789560010476
Carrizal: Las armas del PCCh, un recodo en el camino

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    Carrizal - Luis Rojas Núñez

    Chile

    Agradecimientos

    A los numerosos miembros de esta operación que me dieron sus testimonios en extensas jornadas de trabajo.

    A Iván Barrera, Juan Carlos Barrera, Carla Pellegrin, Víctor Aldunate, Alberto Reyes Reyes, Paz Díaz, Juan Luis Vázquez y Claudio Salinas, quienes materialmente posibilitaron que pudiera dedicarme durante años a esta investigación.

    A Pedro, Juan Carlos Barrera, Alexis Texier, Víctor Fernández, Gonzalo Rivera, Vilma Olivares, José Moya Toro y Pablo Flores, protagonistas de esta historia, por sus aportes y correcciones para lograr la mayor veracidad en esta reconstrucción de memoria.

    A Dayana Murguia, por sus acertados comentarios y correcciones de estilo. A José Martínez, por su precisa colaboración. A quienes, de forma anónima, me hicieron llegar documentos. A Chichy y a los colaboradores que me ayudaron de diversas maneras y no quisieron aparecer en esta relación.

    Introducción

    El desembarco de ochenta toneladas de armas y explosivos por las desérticas costas del norte chileno en los meses de mayo y julio de 1986, organizado por el Partido Comunista de Chile (PCCh), es la operación clandestina de mayor envergadura de las realizadas contra la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990). Su impacto es comparable únicamente con el fallido atentado contra el propio dictador. Considerando su especificidad como operación logística, en América del Sur no existe parangón a lo largo de todo el período de luchas antidictatoriales desarrolladas en la segunda mitad del siglo XX.

    Durante más de un año y medio, desde el 5 de diciembre de 1984 hasta el 6 de agosto de 1986, se planificó, organizó y realizó esta operación donde participaron alrededor de ciento cincuenta hombres y mujeres dentro y fuera del territorio nacional. En aguas internacionales, y en diferentes momentos, goletas pesqueras cargaron armamento y explosivos desde las bodegas de un barco cubano; de regreso, navegaron más de doscientas millas hasta una diminuta y pedregosa ensenada en el litoral del desierto chileno. Empresas legalmente creadas en la costa cobijaron a hombres, lanchas, botes y múltiples vituallas necesarias para el desembarco; camiones, camionetas y vehículos livianos cargados con armamento recorrieron casi la mitad del país; numerosas minas, hosterías, parcelas, bodegas soterradas, negocios menores y casas de vivienda enmascararon la operación de ingreso, distribución y custodia del armamento. Para tal despliegue, los gastos económicos fueron cuantiosos. Todo ocurrió en un país bajo el más absoluto control del Gobierno de las Fuerzas Armadas, en esos años tan cruciales para los destinos políticos de Chile, tiempos en que −al decir del dictador− «no se movía ni una hoja» sin que él se enterara.

    El desembarco e internación de armas en términos más generales es resultado de la Política de Rebelión Popular de Masas (PRPM), línea política del PCCh diseñada para enfrentar a la dictadura, enunciada recién en septiembre de 1980, después de un complejo, dilatado y contradictorio proceso de sobrevivencia y búsqueda durante los primeros siete años posteriores al golpe militar de 1973. En términos específicos, el desembarco de las armas es consecuencia de necesidades materiales de todo tipo, emanadas del enfrentamiento que «pondría término» a la dictadura. Se trató del proyecto de la Sublevación Nacional, elaborado al finalizar el verano de 1985, posterior a dos años de intensas jornadas de protestas y enfrentamientos populares en casi todo el país. No obstante, y como veremos, la internación de armas, por el tipo de medios y por la conducción desde el PCCh, no es coherente ni responde con exactitud al proyecto de Sublevación Nacional, y este a su vez tiene diversas lecturas dentro del propio Partido. Este proyecto de la Sublevación recoge las experiencias objetivas de estos enfrentamientos, y sin ser explícito, se asemeja a otras experiencias de carácter insurreccional urbano, donde las masas populares organizadas coparían de forma permanente los centros neurálgicos de las principales ciudades hasta lograr la desestabilización del régimen. El proyecto jamás se planteó la derrota de las Fuerzas Armadas ni la creación de fuerzas combativas paralelas. Las estructuras armadas se concebían como un apoyo al enfrentamiento popular de masas, donde se emplearían todas las formas de lucha, incluso la violencia aguda, como rezan definiciones principales de esta PRPM.

    El desembarco del armamento desde sus orígenes estuvo en peligro de fracasar. Siete patrones de barcos pesqueros se negarían a participar cuando, en términos generales, les propusieron «una misión o tarea partidaria cuyo éxito influiría directamente en el fin de la dictadura». El alcanzar el total de personas necesarias estables e idóneas para cada una de las tareas se transformaría en el principal y más peligroso obstáculo para los organizadores. Considerando las tripulaciones y naves que cumplieron la misión, los cuadros de dirección y jefes intermedios, numerosos mineros, un grupo de seguridad, especialistas en comunicación y navegación, profesionales y «operarios» de las empresas de fachada, personas y familias para viviendas, almacenes y parcelas, constructores de bodegas soterradas, buzos, chóferes, mecánicos y hasta personal médico, son cerca de setenta personas. Todos, con escasas excepciones, militantes del PCCh o de su juventud, dedicados en su gran mayoría exclusivamente a esta misión, que exigía una clandestinidad total.

    La cifra aumentaría con decenas de «cargadores» ocasionales convocados únicamente para las noches del desembarco. Los hombres y mujeres de las bases en el exterior, principalmente en Argentina, Perú, Bolivia, Nicaragua y Cuba, la mayoría de ellos sin saberlo, participaban en el ir y venir de recursos económicos, comunicaciones, y algunos viajeros, en apoyo a la operación. Son «los hombres y mujeres de Carrizal», nombre que con el pasar de los años ha quedado para señalar a todos sus participantes. Carrizal, otrora puerto minero y a pocos kilómetros del lugar del desembarco, hoy es un desordenado y apacible caserío costero en los linderos australes del desierto, a 70 kilómetros al oeste de la ciudad de Vallenar.

    Este libro consta de tres partes. La Primera Parte, que narra la operación y su puesta en práctica en sucesivas etapas, esta organizada en tres capítulos: la marítima, la costera y, finalmente, la realizada tierra adentro. De todas maneras, y como es frecuente en narraciones como esta, son los incidentes riesgosos e insospechados que van ocurriendo a todo lo largo de la historia, tal cual una aventura, los que atraparán a los protagonistas y al que investiga; esto obliga a desentrañar y contar con apego a la verdad hechos ocurridos hace poco más de treinta años y, al mismo tiempo, intentar descubrir la naturaleza de las causas que animaron a sus actores a someter sus vidas a tal riesgo. Para ayudar en este propósito, aparecerán de forma intercalada únicamente pasajes determinantes de largas entrevistas realizadas a la mayoría de los personajes principales de esta historia. No pocas veces un mismo suceso tiene múltiples miradas; en casos excepcionales, aunque parezca insólito, algunos hechos puntuales son contados de forma totalmente antagónica entre dos o más participantes. La memoria es frágil y el paso de los años le instala trampas. Cuando ha ocurrido así, hurgamos en lo profundo de la memoria oral y/o escrita; si no hemos encontrado coincidencia, simplemente lo expreso en toda su diversidad. En las entrevistas de casi todos los participantes indago en su pasado buscando señales y motivaciones que hagan comprensibles sus decisiones. Son tan distintas estas historias personales como diversos los lugares donde se desarrollan a todo lo largo de la geografía chilena. Sin embargo, es un propósito encontrar en ese pasado puntos de unión y convergencia entre todas ellas. En algunos casos, hay participantes de Carrizal con largos períodos vividos fuera del país.

    La Segunda Parte nos retrotrae a los orígenes de esta operación, a su esencia política. En ella tratamos de conocer y comprender de qué manera el Partido Comunista logra adquirir tal capacidad operativa. Para esto indago en el nacimiento y desarrollo de la logística como estructura creada para dotar de armas, explosivos y de diversos recursos materiales a las fuerzas combativas que van naciendo y organizándose posterior a la PRPM de septiembre de 1980. Más de cuatro años de ensayo y error, plagados tanto de éxitos como de fracasos, además de muertes a manos de las fuerzas de seguridad, debieron experimentarse antes de Carrizal. Es la historia de militantes en operaciones no combativas, desconocidas dentro de la lucha antidictatorial. Ninguna de las operaciones logísticas previas a Carrizal tuvo la magnitud de este desembarco.

    Es también un objetivo de la Segunda Parte conocer por qué y para qué el PCCh se propone y realiza la operación. Para esto es imprescindible revisar los contenidos y las esencias de la línea política de Rebelión Popular. ¿En esta política está implícita la decisión sobre las armas? ¿Por qué el PCCh, después de siete años de sucedido golpe militar y con un arraigado y atávico rechazo a las formas armadas de lucha, llega a tomar esta decisión? ¿Existe unidad política y operativa en la concepción, organización, conducción, realización y control de toda la operación? ¿Cuál fue el papel de la máxima dirección del PCCh en ella? ¿En qué se sustenta y cuáles eran los objetivos de la internación de armas? Al intentar responder a estas interrogantes, no encontramos respuestas estructuradas, simples y diáfanas; por el contrario, lo que descubrimos son múltiples contradicciones internas, resultado de las diferentes interpretaciones de los enunciados generales de esta política, especialmente en el terreno político-militar. La PRPM se va construyendo y conformando durante su propia puesta en escena. Por otro lado, y con el mismo fin, las preguntas necesariamente obligan a revisar, aunque de manera somera, la historia reciente y pasada del Partido Comunista en relación a la lucha armada, buscando comprender cómo la historia y la tradición embebida por sus direcciones y militantes comunes influyeron en todo lo concerniente a la política militar, y por lógica, en cada una de las etapas de Carrizal.

    La Segunda Parte también intentará desentrañar el papel jugado por Cuba, principalmente por Fidel Castro. El objetivo principal es demostrar las razones políticas e históricas que animaron a Cuba a participar en tan riesgosa operación de internación de armas. Una mirada a los orígenes de la Revolución Cubana, a su carácter antiimperialista, latinoamericanista e internacionalista; a las condiciones históricas concretas de la Revolución en sus primeras décadas y, principalmente, al vínculo de Cuba con los partidos políticos de la izquierda chilena, sobre todo con Salvador Allende y el Gobierno de la Unidad Popular, nos aproximarán a encontrar las razones de la solidaridad de Cuba con las luchas contra la dictadura.

    Quedará demostrado en toda la extensión de este trabajo que la Comisión Militar del PCCh crea la Logística Central como órgano único e independiente de toda otra estructura militar o política, con la misión de garantizar los medios materiales emanados del Proyecto y Plan de la Sublevación Nacional. Esta Comisión Militar –con sus significativas singularidades– es una más de las que conforman la tradicional estructura del PCCh, comisiones de trabajo que se subordinan a su máxima autoridad entre congresos: la Comisión Política, con su Secretario General como primera figura. Por tanto, independientemente del grado de dirección y control, es el PCCh el que realiza y responde políticamente por todo lo concerniente a esta «magna» operación logística de Carrizal. Es la Comisión Militar, con su máximo jefe y la jefatura de esta Logística Central, la que concibe, planifica y realiza la operación. No existe un nítido itinerario de esta estructura logística; en ella ocurre igual que en todo lo relacionado con la Política Militar del PCCh: se crea y perfecciona en la misma medida de las exigencias y premuras de esos «años urgentes» de la lucha contra la dictadura.

    El adjudicarle al Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) la operación de Carrizal obedece, por una parte, al empleo de la simbología del Frente por estructuras y miembros de esta Logística Central, tal cual ocurrió con otras estructuras del aparato militar del PC, como fueron el Trabajo Militar de Masas (TMM) y las Milicias Rodriguistas. El impacto y prestigio en amplios sectores del país del FPMR, ganado a partir de fines de 1983, también subordinado a la Comisión Militar del PC, colaboró en esta generalización del empleo de sus símbolos. Por otro lado, el secreto de esta estructura militar del PC, cuya estructura central es la Comisión Militar, subordinada a su Comisión Política, contribuyó a que, para muchos, incluso o principalmente dentro del propio PC «civil», todo lo militar «era lo mismo», era el FPMR. Una de las principales razones de la errónea adjudicación de Carrizal al FPMR, hasta hoy y para la memoria histórica, está en el propio PC y en la crisis vivida a fines de 1986 y a lo largo de 1987. Uno de los problemas esenciales de la crisis habría sido todo lo obrado en el plano militar. Se afirma que fueron desviaciones políticas «militaristas y ajenas a la lucha de masas», deformaciones causantes de los errores y fracasos ocurridos en el último tercio de 1986. Por otra parte, esta equivocada adjudicación obedece a una construcción intencionada o a un garrafal error por desconocimiento. Luis Corvalán, secretario general del PCCh de ese entonces, afirma en sus Memorias: «Carrizal fue una obra del FPMR» (páginas 298 y 299).

    Finalmente, la Tercera Parte de este libro aborda el descubrimiento y caída en manos de las fuerzas represivas de prácticamente todo el enorme arsenal ya distribuido y disperso al interior del país. Al narrar estos acontecimientos tratamos de encontrar las razones, las causas humanas, políticas y técnicas del fracaso. Esta parte de la historia está plagada de situaciones, decisiones de los protagonistas que parecieran intrascendentes, detalles que se acumulan en el tiempo hasta llegar a ser significativos en el desenlace final. Sin lugar a dudas, la tortura sistemática e implacable aplicada por los aparatos represivos jugó un papel principal en la caída sucesiva del armamento, aunque trataremos de encontrar las equivocaciones de dirección y de combatientes, ocurridas previamente y en los precisos momentos del fatal desenlace. Por otro lado, también intentaremos demostrar el innegable papel que tienen en esta operación los postulados más generales, la esencia misma de la PRPM con el subsiguiente diseño de su Política Militar. Se trata de vislumbrar cómo ese diseño político y el de sus estructuras influyó de manera estratégica en la organización, en conducción, en realización y los aseguramientos de Carrizal.

    A partir de la tarde del 11 de agosto de 1986, a través de los medios de difusión de la dictadura, se asiste con dramática periodicidad a la caída «en dominó» de participantes de la operación y de los recursos desembarcados; sólo el atentado contra el dictador el 7 de septiembre del mismo año, a manos del FPMR, opacaría la enorme campaña de propaganda articulada en torno a Carrizal, para en lo sucesivo potenciarlo y, en obligada sinergia, convertir ambos acontecimientos en un hecho político único y de gran trascendencia.

    Ambos eventos, Carrizal y el Atentado, tendrían una innegable influencia en los rumbos inmediatos y posteriores de la política nacional: todos los actores políticos, tanto nacionales como extranjeros, y el pueblo en general, fueron impactados por estos dos sucesos jamás acaecidos en la historia contemporánea de Chile. En ese entonces, sobre el atentado no pocos aseguraron la participación de «mercenarios extranjeros» o hasta la posibilidad de tratarse de un complot dentro de las propias Fuerzas Armadas. Y del desembarco se reiteró en diversos medios que se trataba de «un montaje». Tal impacto obligó a todos los sectores a asumir y entregar una postura que, al pasar los años, se ha transformado en una apreciación político-histórica, determinada, en última instancia, por los conductores y el carácter del proceso de negociación que dio por resultado la continuidad −en su esencia y sin Pinochet− del sistema político, económico y social de la dictadura. Poco ha cambiado esta mirada del pasado donde democratacristianos y socialistas renovados fueron protagonistas principales de tal proceso y nos imponen su propia lectura de los hechos. Mucho menos podemos esperar objetividad sobre Carrizal en politólogos y adherentes a la dictadura, que independientemente de las apabullantes pruebas sobre sus crímenes, aún justifican el golpe de Estado y «el heroísmo de los defensores de la patria». En esta parte final trataremos ambas operaciones como un solo hecho político, y analizaremos la manera en que estas fueron empleadas y manipuladas de acuerdo a los intereses de los bloques en pugna. Es un propósito aproximarnos al papel que tuvieron estos acontecimientos en el fin de la dictadura.

    A treinta años de Carrizal, su historia aún permanece desconocida para muchos chilenos. Existen algunos trabajos y publicaciones que por la parcialidad y tipo de fuentes empleadas, muy lejanas a los protagonistas, incurren en demasiadas tergiversaciones operativas, desconocen hechos trascendentes y confunden, ignoran o simplifican las complejidades políticas y humanas de los hombres y mujeres de Carrizal. En la web aparecen numerosos artículos con escaso rigor histórico, algunos impúdicamente inventan hechos y personajes como si se tratara de una novela policial. Lo más conocido y divulgado son tres programas de la televisión chilena, dos dedicados exclusivamente a Carrizal. El más reciente, titulado Clandestinos, dedicado principalmente al FPMR, tiene el mérito de abordar Carrizal a través de algunos de sus protagonistas, divulgando su verdadera autoría. Estos medios televisivos, por su carácter, se concentran en los impactos operativos y en determinadas historias personales, sin poder abordar una trama eminentemente política, y resultándoles imposible mostrar cada detalle de un suceso de tal complejidad.

    Los trabajos desde el PCCh están dispersos en algunos libros, memorias de sus dirigentes y en el periódico de este partido. En ellos la operación no es tratada como un todo armónico ni en profundidad, o bien partes decisivas son tergiversaciones intencionadas por razones de obligada seguridad en los momentos de ser escritos, como el libro Carrizal, de Guillermo Teillier, y un artículo de Claudio Molina en El Siglo. En todos los trabajos y comentarios salidos del PCCh, aún para sólo mencionar el asunto, se comete el mismo error conceptual: todos adjudican la operación al FPMR. Esta investigación nos acerca al complejo asunto de esclarecer y situar las responsabilidades entre quienes toman la decisión política, qué direcciones participan en ello, cuáles son las que conducen y controlan la operación, para finalmente encontrar las estructuras operativas ejecutantes.

    Carrizal es más que una operación logístico-militar. Se esté de acuerdo o no con ella y sus propósitos, trasciende a la coyuntura que le vio nacer. Es un acontecimiento político-militar donde se involucra más de un centenar de personas, en un espacio geográfico que abarca casi la mitad del país, y se realiza durante más de un año y medio, todo bajo el estado de excepción que imponía la dictadura militar. Su ejecución y posterior fracaso influyeron, cualquiera sea la interpretación, en el carácter de este prolongado período de gobiernos posdictadura. De acuerdo con estas consideraciones, es un objetivo del trabajo demostrar el trascendente papel que jugaron los hombres y mujeres de Carrizal y del atentado en la lucha contra la dictadura. Por tales razones se rescatan estas operaciones y la vida de sus participantes. Se reconstruye la memoria donde se instaló el olvido.

    En otro plano, para intelectuales e interesados en Carrizal o en cualquier otro tema del PCCh, es imprescindible continuar investigando en la búsqueda de la verdad y lograr acertadas interpretaciones. No deben existir límites ni habrá nunca una última y definitiva investigación. El complejísimo y tétrico escenario donde se movieron los comunistas después del golpe del ‘73, y en este caso particular en la extraordinaria y dilatada operación de Carrizal, atiborrada de peligros día tras día durante casi un año y medio, debiera servir para aproximarnos al tema con decoro. Es preciso, en honor a su historia, excluir calificativos fáciles y rimbombantes acerca de conductas globales de los comunistas que pretendan identificarlos. «Mesiánicos», «obcecados», «voluntaristas», son abstracciones parciales nacidas desde la comodidad de los escritorios y de los libros, y décadas después de ocurridos estos hechos. No se debe desconocer la relativa paz lograda posdictadura, en alguna medida, gracias a la participación de los comunistas y todos quienes lucharon en esos años. Es más atractivo y fácil calificar que lograr el equilibrio de una crítica con sentido del momento histórico. Y nos referimos a investigadores e historiadores serios que buscan objetividad; no a los panegiristas del dictador y su dictadura, para quienes los hombres y mujeres de Carrizal son terroristas, mientras sus violadores, degolladores, asesinos y torturadores confesos son «salvadores de la patria» y las violaciones a los derechos humanos son «consignas de los comunistas».

    Como ya es habitual en este tipo de trabajos, hemos acudido a los antecedentes públicos más importantes relacionados con esta historia: libros, prensa y reconocidos programas de TV donde aparecen, sin tapujos, identidades y opiniones de un grupo de participantes. El proceso judicial −ya prescrito−, pese a sus errores conceptuales, aporta otro tanto. Un número significativo de los participantes nunca fueron juzgados −nunca habidos, según el lenguaje del proceso judicial−, pero sí reconocidos sus nombres y apellidos por delación o por ser del grupo que trabajó con sus identidades reales en las diversas «fachadas» o «mantos» legales creados para la operación. La identidad de «Pedro», el máximo jefe de Carrizal, colaborador principal en esta reconstrucción, fue develada muchos años después de cerrado el proceso judicial. Un número reducido de destacados protagonistas nunca fue reconocido ni localizado, y en el proceso sólo aparecen sus nombres de ficción. Son jefes intermedios que, entrevistados para este trabajo, exigieron mantener el anonimato cambiando algunos precisos elementos de sus historias personales que no varían las esencias de sus testimonios. La mayoría de los actores protagónicos de Carrizal fueron entrevistados; son la casi totalidad de aquellos que formaron los equipos de dirección intermedios, más algunos participantes destacados de la base. Por puras razones prácticas no podrá aparecer cada detalle de las decenas de historias grabadas en largas horas de entrevistas. Debo dejar testimonio de que fue materialmente imposible encontrarlos a todos y cada uno de los «hombres y mujeres de Carrizal», principalmente a los cargadores eventuales y a todos los miembros de la infraestructura. No obstante, sin ellos, sin los combatientes de base que hicieron el trabajo de mayor sacrificio, hubiese sido inimaginable realizar tamaña empresa.

    De catorce jefes intermedios participantes, unos pocos no participaron en la reconstrucción de este libro. Gerardo Alvear, el primer capitán y propietario del «Chompalhue», que no realizaría viaje alguno, fue inubicable. Sergio Buschmann, uno de los más singulares personajes de entre todos ellos, en los momentos en que lo contacté en Valparaíso gracias a la colaboración de un conocido sociólogo porteño, estaba recién operado, y su compañera se disculpó por no poder acceder a nuestra petición de entrevista. Buschmann, sin par protagonista de Carrizal, moriría en abril del año 2014, producto de una prolongada enfermedad. Gracias principalmente a sus compañeros de aventura, a sus testimonios para la TV y a algunos datos personales sacados de una entrevista dada a un periódico nacional, pudimos rescatar su real participación, un tanto distorsionada por una verdadera mitología popular nacida alrededor de este inolvidable actor revolucionario. El otro fue «Pato Lucas», como lo llamaban sus camaradas, y es de la única manera en que aparece en el proceso del fiscal Fernando Torres. «Pato Lucas» era el jefe de transporte carretero, y como todos, fue un hacedor de cuanto trabajo colateral surgiera. De total confianza, según «Pedro», participaba activamente en todos los intercambios de la jefatura. Enigmático y de criterios precisos donde no caben ambigüedades, simplemente no tiene ninguna confianza en la «democracia» actualmente vigente en el país. Prefiere continuar en el más estricto anonimato.

    A todo lo largo de la reconstrucción estará la política, como sustento más general, como guía de todo lo hecho, de todo lo creado en esta historia; si bien de las tres partes que componen este libro, principalmente en la primera y en segmentos decisivos de la última parte, serán las historias humanas, la aventura con sus tragedias y comedias vividas por estos hombres y mujeres, las que se apropiarán del protagonismo de la narración. En ninguno de los protagonistas de esta operación encontramos marxistas eruditos ni doctos en teorías de la revolución que expliquen la razón de sus opciones, si bien es cierto, unos más otros menos, tienen conocimientos generales de estos asuntos. Es la historia de sus vidas, de sus familias, de sus antepasados ligados en su inmensa mayoría a las eternas luchas del pueblo chileno, lo que nos puede aproximar a comprender razonablemente todo lo obrado. En la carga histórica personal de los protagonistas de Carrizal, el lugar cimero lo ocupa todo lo acaecido antes, durante y después del Gobierno Popular de Salvador Allende.

    Durante el dilatado proceso de investigación y redacción de este trabajo fueron muriendo varios de sus protagonistas principales. El lector se podrá percatar por la cantidad de años transcurridos y las edades de estos extraordinarios y desconocidos personajes en los momentos en que se desarrollaron los combates contra la dictadura, todos con familias y amigos que los recuerdan. Estos quedarían sorprendidos al enterarse, años después, de sus «historias». «Los de Carrizal» son hombres y mujeres comunes, muy distantes de la figura del terrorista, como quieren pintarlos los aún defensores del oprobio de un tirano. Quien haya leído el hermoso testimonio de Tito Tricot, un porteño revolucionario y luchador contra la dictadura, estará hojeando las páginas de la vida de cualquiera de los protagonistas de Carrizal. Que este recuento sea un homenaje para todos los que ya no están, porque amaron, rieron y temieron, y sólo la muerte los alejó de una lucha que, independiente de sus formas por venir, perdura.

    Tal cual en el libro De la rebelión popular a la sublevación imaginada (LOM ediciones, 2011), no soy imparcial: intento rescatar para la memoria de nuestro pueblo las historias de aquellos que expusieron sus vidas sin pedir nada a cambio; únicamente alcanzar la dicha que otorga el ser consecuente y obrar con decoro.

    Primera parte

    La aventura

    Capítulo 1

    En el mar

    «Alarma de combate»

    «Eso parece un barco de guerra», afirmó Santana en un susurro para sí mismo. Víctor, el más joven de los marinos, estaba de guardia en la cubierta con un fusil M-16 colgado sobre el hombro. Momentos antes había advertido al capitán de la diminuta e inconfundible figura de una nave que parecía como dibujada sobre el horizonte. Era el amanecer del 28 de mayo de 1986 y el pesquero de madera «Chompalhue» navegaba despacio, como cansado. Llevaba en sus bodegas aproximadamente un poco más de 30 toneladas de armamento, explosivos y municiones. Todos los espacios bajo cubierta habían sido ocupados por el inusual cargamento. Santana esperó un rato, y en un movimiento reflejo sujetó con fuerza el timón y aguzó sus ojos; el buque, lejos aún, definitivamente viajaba de norte a sur. Él, con rumbo al este, hacía rato divisaba los contornos del borde costero. Miró otra vez… dudó, pero al instante supo que de mantenerse la velocidad y dirección de ambas naves, su pequeña embarcación pasaría exactamente frente a ese barco. Mientras hacía estos cálculos totalmente empíricos, iba sintiendo un extraño temor. Sabía que de producirse un encuentro con la Armada eran hombres muertos, al menos él creía eso. Y ante tal eventualidad, no se dejaría atrapar con tamaño cargamento. Aunque oficialmente estaba registrado como capitán, en realidad el verdadero jefe de la tripulación era José Astorga, su contramaestre y amigo desde los lejanos tiempos de las cooperativas pesqueras en los años del Gobierno Popular de Salvador Allende. Mirando al horizonte y ya seguro de su observación, tomó un poco de aire, y justo cuando iba a gritar a todo pulmón «¡Barco de guerra!», desde la cubierta de popa lo cortan de manera brusca cuando El Duro soltó con todas sus fuerzas un potente: «¡Alarma de combate!», y extendió el sonido de la «e» por unas fracciones de segundos, en un esfuerzo para que todos los tripulantes y combatientes lo escucharan, cuestión nada difícil. La goleta era una embarcación con apenas 19,20 metros de eslora y 3,8 metros de manga.

    La nada misma frente a la inmensa mole de hierro que se divisaba a lo lejos. El Duro, a quien en ese momento nadie conocía por ese mote, había sido despertado por Víctor, llamándolo por su «chapa», que en la actualidad ninguno recuerda. El Duro observaba con unos potentes prismáticos a otras diminutas siluetas dibujadas muy detrás de la nave de vanguardia. Rápidamente sacó la cuenta: nunca había imaginado que los festejos por el Combate Naval de Iquique del 21 de mayo se hubieran prolongado tanto. No habían previsto la participación de una verdadera Escuadra Naval en la conmemoración realizada siete días atrás. Todo indicaba que venían desde Iquique a sus bases en el centro-sur del país, mientras ellos navegaban hacia las costas al sur de Caldera. Estaba seguro: la pequeña embarcación no era su objetivo. De ser necesario no hacía falta tamaño despliegue para hacerlos pedazos.

    El Duro en principio ocupaba solo el puesto de «radista». Era ingeniero en telecomunicaciones, graduado en Cuba y combatiente internacionalista en la guerra de Nicaragua. Por ser oriundo de Valparaíso e hijo de pescadores, todo lo relacionado con el mar y la navegación le era familiar. Nunca sería identificado en el proceso judicial donde encausarían a todos los participantes en la internación clandestina de armamento, explosivos y municiones. La «justicia» militar tipificaría al caso como «Arsenales», y en él aparece reconocido únicamente como El Duro. Bautizarlo para este libro con otro nombre ficticio, para todos aquellos participantes de Carrizal, habría sido desnudarlo de su propia esencia, de su espíritu.

    El barquito estaba cargado sobre el límite máximo de su capacidad, la línea de flotación desaparecía constantemente bajo las aguas. Fue el primer pensamiento de José Astorga, de «chapa» Pancho, al momento de ser despertado de sopetón con tamaña novedad. Idéntico pensamiento asaltaba a Alfredo Malbrich mientras observaba a lo lejos al buque de guerra. Nadie lo despertó. Asegura casi no haber dormido durante todo el traslado del armamento a la costa. En su entrevista siempre me aseguró que tal despliegue naviero –él lo habría investigado– obedecía a maniobras navales de la Unitas (Los ejercicios navales Unitas son realizados anualmente por la Armada de los Estados Unidos en conjunto con otras armadas latinoamericanas. Estos ejercicios surgen a partir de la Primera Conferencia Naval, sostenida en Panamá en 1959, y se realizan en el marco del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca). Pedro insiste: eran por los festejos del 21 de mayo.

    El contramaestre Astorga dormía profundamente. Estaba en las horas de descanso que alternaba con Santana, el ingeniero en pesca registrado como capitán en los permisos de navegación en el puerto de Caldera. Astorga, un viejo comunista pescador de Talcahuano, que no tenía títulos para capitanear una embarcación, fungía como contramaestre, pero en realidad era el jefe efectivo de la tripulación y aseguraba no tener rival en esos menesteres de barcos y mar. Al darse por enterado de la situación salió disparado desde el pequeño camarote, y gritaba a los tripulantes que comenzaran a tirar agua o hacer cualquier cosa sobre cubierta. Mario Vargas, uno de los tripulantes a quien todos llamaban Moroco, dice no haber escuchado nada. Observaba como todos, y por iniciativa propia empezó a sacar agua del mar y a lavar y tender algunas ropas, mientras Mario Vega, el único marino tocopillano, buscando qué hacer, movía uno de los grandes atunes, que a manera de señuelo indicarían exitosas labores de pesca con bodegas al tope. Los inmensos pescados tirados arriba de la escotilla de proa los habían regalado los cubanos en alta mar, al finalizar el trasbordo de las armas… para una situación exactamente como esa. Hoy la polémica se mantiene: unos dicen que eran atunes, y no tan grandes; otros, que eran albacoras inmensas. Lo cierto es que eran pescados grandes tirados sobre la tapa de la bodega de proa, y otros en los laterales de la nave.

    De repente, todos se movían con rapidez buscando los fusiles previstos para algún tipo de emergencia. Después de separarse del barco cubano habían armado varios fusiles M-16 de fabricación norteamericana, más algunos lanzacohetes rusos RPG-7 destinados para el combate contra blindados. «Mire, compadre, usted es el único milico aquí –le dijo Juan Ruilova al Duro–, así que organice esta cuestión –concluyó tajante, olvidándose de la preparación militar de Popeye en Cuba y de Moroco en la Armada chilena. En ese preciso momento El Duro confirmó que algo no andaba bien con la organización del mando. Era en esos instantes cuando se necesitaba un solo jefe enérgico y decidido. La embarcación tenía dos capitanes, y desde la salida del puerto –al parecer sin grandes contradicciones–, el rol de jefe militar cambiaba constantemente entre Ruilova y Alfredo Malbrich. Este último era un espigado y enérgico militante comunista que desde 1982 había formado parte de la incipiente estructura de «Logística», creada a instancias de la nueva política de Rebelión del Partido Comunista proclamada desde Moscú en septiembre de 1980. Ahora fungía como el segundo jefe de toda la operación desde sus mismos orígenes, en los primeros meses de 1985. Oficialmente, en ese instante era el jefe principal de este viaje en busca de las armas.

    En este momento de emergencia ante las naves de guerra, El Duro no sabía de las incontables peripecias y conflictos vividos entre Malbrich y la tripulación durante los meses previos de organización. Juan Ruilova, El Loco Antonio, fue incorporado al viaje en el último momento como una medida de precaución ante potenciales conflictos. En toda la etapa previa Ruilova había logrado las simpatías y respeto de la tripulación. Juan tenía un carácter singular, tan afable como seguro, dinámico y extrovertido, era una extraña mezcla de culto y populachero a la vez. Con dos ingenierías y profesor universitario, desde hacía muchos años lo llamaban El Loco Juan. No recuerda quién ni cuándo le endilgó tal apodo. Al incorporarse a esta misión se rebautizó como Antonio… y tal como ha ocurrido en muchos casos en la lucha clandestina, El Loco Juan pasó a ser El Loco Antonio. Lejos de entorpecer el mando y complicar la situación, Malbrich asegura que la presencia de El Loco le dio plena confianza en el éxito de la tarea. «Siempre nos entendimos, nunca hubo disputas o conflictos en el mando de la misión», asegura convencido (entrevistas a Alfredo Malbrich realizadas en julio de 2012 y junio de 2015).

    Segundos duraron las cavilaciones de El Duro sobre el «mando único» como un principio rector dentro del arte militar. Rápidamente ordena al joven especialista en navegación, a quien todos llamaban Popeye, sacar otros lanzacohetes y municiones de la bodega y tenerlos listos para un eventual combate. El navegante, quien estaba a cargo –para ese entonces– de un moderno equipo de navegación satelital (GPS), dudó un instante antes de separarse de su preciado aparato: la ubicación en el mar era su misión principal, la cual cuidaba con extremo celo. Pensó objetar. No obstante salió y distribuyó el armamento. Él mismo se encargaría de un RPG 7; los otros los usarían el Loco Antonio y el propio Duro. Al unísono y casi a gritos, Malbrich y Antonio debatían las probables conductas de la Marina, para finalmente convenir, junto a las propuestas también gritadas de Santana y Astorga, que lo más sensato era seguir como si nada hubiese ocurrido. De todas maneras, concluyeron casi todos, era necesario estar preparado ante una probable inspección.

    Cuando todo ya estaba dispuesto, los tres lanzacoheteros y Malbrich, que portaba un M-16, se guarecieron en los reducidos espacios que dejaba el comedor. Allí también estaban el radio de comunicaciones y el navegador satelital. Astorga y Santana permanecían arriba, a la vista y como apretados en el puente diseñado para un solo timonel. Los tres marinos, Víctor, Mario el tocopillano y Moroco, actuaban en su teatro de cubierta, conscientes de que los estaban mirando. Y como para completar la mascarada, Mario el tocopillano se sube al palo mayor y saluda al barco de guerra, ahora definido a simple vista. Moroco, expectante, tiene una ametralladora M-60 camuflada, muy cerca de él. Era de fabricación norteamericana –evoca hoy–, de alimentación por cinta. Estaba preparada y lista para el combate. Moroco había estado durante más de tres años en el servicio militar en la Armada chilena. Víctor, con apenas 24 años, que lavaba los restos del atún faenado, había disparado por primera vez en su vida el día anterior, en plena alta mar, después de haberse separado del barco cubano. Javier y Burgos, ambos mecánicos, «motoristas», fueron los últimos en despertarse y esperaban en el pequeño camarote sentados y tensos, con sendos fusiles sobre sus piernas. En eso estaban cuando Astorga, ante un posible acercamiento del buque de guerra, gritaba: «¡Con todo al puente de mando!» mientras Santana, también gritando, decía que dispararan a la línea de flotación.

    «¡Paren…! ¡Paren…!» –gritó el Duro–, «nadie haga nada… todos tranquilos… hay que esperar… sólo dispararemos si vienen a inspeccionar». El comedor estaba inmediatamente debajo del puente, El Duro no podía ver a sus capitanes, que intentaban organizar el combate. «Tranquilos… tranquilos», les repitió como evitando hacerlos callar. «¡Todos esperen mi voz de mando!», dijo con potencia al instante de sacar apenas su cabeza por la ventana lateral y observar con sus prismáticos, intuyendo que ellos hacían lo mismo. Finalmente, habían terminado por ponerse de acuerdo entre Malbrich, Antonio y el resto de la tripulación: No se dejarían inspeccionar. La nave aún estaba lejos. El Duro asegura que se trataba de una fragata, una de las más modernas de la flota chilena, dotada hasta de un helicóptero. «Si no desembarcan algún bote de exploración»

    –pensaba–, «probablemente lo podían hacer con el helicóptero. Los marinos son como los pacos… –dijo en voz alta pero como para sí mismo–. Siempre quieren meter las narices en todo lo que ven… con mayor razón si están en medio del mar…».

    –Mire, compadre –replicó Malbrich–. ¡Si vienen, le damos con todo…! ¡Al «Chompalhue» no lo pueden agarrar!

    Era una escena del absurdo. Siete tripulantes habituales: los dos capitanes, dos motoristas y tres marineros, más cuatro pasajeros incorporados especialmente para esa misión. El Duro radista, Popeye navegante, Malbrich el jefe de la misión, responsable del vínculo con los cubanos, y Antonio El Loco, el otro jefe militar

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