EL ENEMIGO EN CASA
Apesar de su espectacular avance durante el verano, Emilio Mola llegó a afirmar a finales del mes de septiembre de 1936 que no serían las cuatro columnas que marchaban sobre la capital las que la tomarían, sino una quinta. El que fuera principal cerebro de la conspiración contra la República estaba haciendo referencia con sus palabras a aquellos que, desde el corazón mismo de la ciudad, trabajaban de forma clandestina en favor de la victoria rebelde. De forma inintencionada quizás, Mola había despertado un fantasma. Pocos días después de sus palabras, la líder comunista Dolores Ibárruri “Pasionaria” alertaba en la prensa sobre la necesidad de que Madrid se defendiera de ese enemigo que actuaba en su interior: el espía, el derrotista, el bulista y, en definitiva, el emboscado fascista que conspiraba contra la República.
La experiencia de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) había demostrado, al menos, dos cosas. La primera, que las fronteras tradicionales entre frente y retaguardia habían quedado diluidoas, convirtiéndose esta última en un teatro de operaciones más, al quedar constituida como objetivo militar. La segunda, que la información se había convertido en
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