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Detrás de la noticia, nada
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Libro electrónico332 páginas5 horas

Detrás de la noticia, nada

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¿Cómo se produce la noticia? ¿Cómo se forma nuestra conciencia del mundo a través de las historias de los periódicos y la televisión? Un libro para desmontar los mecanismos de la información y comprender lo que hay dentro del acto de informar.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento16 ene 2024
ISBN9789560017635
Detrás de la noticia, nada

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    Vista previa del libro

    Detrás de la noticia, nada - Claudio Fracassi

    © LOM ediciones

    Primera edición, julio 2023

    Impreso en 1000 ejemplares

    ISBN: 978-956-00-1724-6

    Todas las publicaciones del área de

    Ciencias Sociales y Humanas de LOM ediciones

    han sido sometidas a referato externo.

    Edición, diseño y diagramación

    LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Teléfono: (56-2) 2860 6800

    lom@lom.cl | www.lom.cl

    Diseño de Colección Estudio Navaja

    Tipografía: Karmina

    Registro n°: 106.023

    Impreso en los talleres de gráfica LOM

    Miguel de Atero 2888, Quinta Normal

    Santiago de Chile

    Índice

    Introducción «Detrás de la noticia, nada»

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Bibliografía general

    Apéndice

    Introducción

    «Detrás de la noticia, nada»

    Sotto la notizia niente es el título en italiano del ensayo que tienen en este momento en sus manos. Su argumento es más actual que nunca.

    Salió a la venta en noviembre del año 1994 como anexo de Avvenimenti (en español «Acontecimientos»), la revista semanal dirigida por el mismo autor, el periodista italiano Claudio Fracassi.

    Alcanzó las cien mil copias vendidas; sin embargo, en los años sucesivos, se volvió difícil de encontrar y finalmente desapareció de las librerías. Aquella copia que compré recién salido, se mantuvo siempre en mi biblioteca y viajó de Italia a Chile en el 2006.

    Su traducción, a cuatro manos con Alejandro Orellana, es un fruto más de la pandemia y coincide con el recobrado interés por el texto en Italia, en donde se volvió a publicar hace algunos meses.

    Para introducir el ensayo, deseo dedicar algunas líneas al semanal y contextualizar la época en la cual se escribió.

    Durante los años noventa, Avvenimenti era reconocido como uno de los medios críticos del sistema. La bajada del título era «La revista de la otra Italia», y proponía una lectura de los hechos por «detrás». Entre sus columnistas se encontraban firmas prestigiosas como la de Dario Fo¹.

    Desde Chile es aún más interesante relevar que cuando se funda en el año 1989, el nombre de la revista debía ser «No». Por cierto, en su contexto, esa intención tenía el afán de ponerla en contraste aún más frontal con la política y los acontecimientos de la Italia de su época. Sin embargo, no podemos dejar de relevar la coincidencia histórica que aquel título hubiera tenido hoy para Chile, aquel «NO» que, de simple opción de voto, se convirtió en icono del plebiscito que puso fin a la dictadura de Augusto Pinochet.

    Ni tampoco se puede olvidar la coincidencia en la lucha democrática de Salvador Allende y del político italiano Aldo Moro², dos grandes líderes que perdieron su vidas por haberse opuesto a los «poderes fácticos» de su época en sus respectivos países. El primero muere sumergido en un torbellino de mentiras, financiadas, apoyadas y amplificadas por la prensa, en un montaje brutal que intentó destruir su imagen y legado. El segundo en la omertá de la oficialidad política y de gobierno de ese entonces, al punto que tuvieron que pasar 40 años para llegar a una conclusión, más o menos satisfactoria, de las investigaciones llevadas a cabo por la Comisión de Justicia³ encargada de las investigaciones, sin lograr tampoco resolver todos los misterios.

    Si la prensa no es libre ni informa cabalmente sobre los hechos, buscar fuentes de información alternativas debería ser considerado un derecho del cual todos deberíamos gozar, para poder construir una mirada lo más amplia posible sobre cualquier acontecimiento que nos afecte o sea de nuestro interés.

    Este legítimo derecho está consagrado por el articulo 19 sobre la libertad de opinión y de expresión de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y establece el derecho de «investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión».

    Sin embargo, en los últimos años, la consultación de fuentes alternativas de información ha sido prácticamente criminalizada, al punto que el buscar una perspectiva diferente de los argumentos que se instalan en los medios como mainstream, es rayana en lo despreciable. El éxito rotundo de esta operación está demostrado en que, no obstante en el público exista claramente un genérico sentimiento de duda respecto a lo que la prensa oficial entrega, frente a este legítimo deseo de objetividad, a la más simple manifestación de duda, se yergan escudos que abundan en definiciones negativas; entre ellas, la de complotista, a la cual se asocia la supuesta falsedad de la «contrainformación», la cual en parte –lamentablemente– es falsa.

    El resolver estas evidentes contradicciones y el reconocer el verdadero del falso son preguntas recurrentes; y deberíamos preguntarnos también por qué nos negamos a escuchar la «otra campana», más aún sabiendo que, históricamente, el control de las masas es una preocupación muy antigua.

    El ensayo de Fracassi, no pretende responder a estas preguntas, sin embargo tiene el valor de proponer muchas reflexiones sobre el argumento.

    Sotto la notizia niente, hacía un guiño al título de una película italiana⁴ de 1985, un retrato del peculiar ambiente milanés de la moda de aquellos años. El imaginario de los cuerpos de las modelos, retratadas como íconos de la belleza sin profundidad, asociado a un estilo de vida que otorgaba a la ciudad de Milán el carácter de símbolo de la frivolidad. Era la época de la Milano da bere (algo como «Milán para bebérsela»), como rezaba la publicidad de un famoso licor, el Amaro Ramazzotti.

    Milán, teatro de una sociedad llena de aperitivos y fiestas, una ciudad para gozar y entretenerse. Sin embargo, mientras el mundo se entretenía en el «edén» de la vanidad, en la Milán «real», la de la Bolsa de Valores, la economía se fue centrando siempre más en la alta finanza y paulatinamente trasladó la producción de bienes a otros países, primero asiáticos y luego a países del Este europeo recién salidos de la ex-URSS, menos «complicados» desde el punto de vista de la gestión del trabajo y los trabajadores.

    El ensayo de Fracassi, a veces testigo de inimaginables crueldades al «servicio de la información oficial» y no haciendo concesiones a la entretención, tiene momentos sin duda apasionantes. Delata además la pasión del autor por el periodismo, su pasión por explicarlo y, también, su deseo de desnudarlo para proteger a sus lectores.

    El texto recorre la historia del acto básico del informar; narra cómo nace, se desarrolla y muere una noticia; explica «técnicamente» cómo se puede manipular al lector a través de ella, algo que en Chile resuena en la frase: «El Mercurio miente», parte de la memoria histórica del país. Y explica también cómo, un hito científicamente planificado con el news management, se camufla de noticia gracias a la cual se inunda la prensa, para no dar espacio a preguntas que no se desea responder u ocultar otras que no se quiere que se investiguen.

    Hoy en día los periodistas que se dedican a la investigación, aquellos que persiguen ese «algo que está detrás de la noticia», no son bien vistos o incluso llegan a ser criminalizados; son a veces mártires contemporáneos.

    A pesar de las dificultades, en Chile existe aún buen periodismo de investigación. El reciente caso chileno que determinó la suspensión de las transmisiones de la emisora televisiva «La Red», poco antes del plebiscito de salida para la Nueva Constitución, habla por sí mismo de las dificultades que encuentra quien busca detrás de las apariencias.

    Pues este aspecto contemporáneo no podía faltar, «Bajo la noticia» nos recuerda el resabido ejemplo del periodista y activista australiano Julian Assange, quien se encuentra detenido en una cárcel inglesa y olvidado por la mayoría de los medios de comunicación, incriminado por habernos informado sobre crímenes que los aparatos mundiales del poder militar, económico y político desean y necesitan esconder.

    De estos acontecimientos se ocupa el apéndice de autoría de Franco Fracassi, hijo del autor, que sigue las huellas paternas.

    Franco agrega en esta edición elementos que llenan el espacio cronológico desde la publicación del libro en 1994 hasta la actualidad, desde luego incluyendo los acontecimientos relacionados con Assange y otros periodistas que tuvieron el coraje de denunciar.

    Para concluir esta introducción, es obligación el citar la frase final del ensayo que incita a: «Por último, desconfiar: dar de usted a la imagen, cuando ella pretende tutearte».

    Es decir, desde lo que nos convoca y sin pretender analizar el despreciable e inmenso mundo del "fake", tratemos de diversificar y aumentar el numero de nuestras fuentes y de mantener una distancia sana y prudente de la información (y de las imágenes), en la tentativa de no perder detalles fundamentales para su comprensión y su análisis crítico.

    Clara Salina

    Alejandro Orellana


    1 Fue un actor y escritor de teatro italiano ganador del Premio Nobel de Literatura de 1997.

    2 Fue un político italiano, presidente de partido Democracia Cristiana, más de una vez ministro o líder de Gobierno, asesinado en Italia en 1978 por las Brigadas Rojas.

    3 La conclusión de la encuesta ha revelado amenazas del exCanciller de Estados Unidos, Henry Kissinger, en relación a la política de Moro, que postulaba a una reinclusión del Partido Comunista italiano en las dinámicas de gobierno del país. Su cadáver fue encontrado a mitad de camino entre las sede del Partido Comunista y la de la Democracia Cristiana.

    4 Sotto il vestito niente del director Carlo Vanzina.

    Capítulo 1

    Al contrario de la guerra, la revolución en televisión sale mal

    John Kenneth Galbraith

    Timisoara

    Es difícil relatar cómo se produjo la masacre de Timisoara, la más espantosa de la segunda postguerra del siglo XX, porque en realidad esa masacre no tuvo lugar. Sin embargo, es posible dar todos los detalles de la noticia sobre la masacre de Timisoara porque ésta existió realmente; puede reconstruirse fielmente y transmitirse a las generaciones venideras con espíritu de veracidad. Cuál es la diferencia entre una –la masacre– y la otra –la noticia–, es precisamente el tema de este libro.

    Todo comenzó exactamente el domingo 17 de diciembre de 1989 con el relato de un anónimo ciudadano del mundo de nacionalidad checoslovaca, y por tanto definido como el «viajero checoslovaco». Los teletipos vinculados a la agencia de noticias húngara «MTI» emitieron ese día un despacho en el que se afirmaba que «según lo informado por un viajero checoslovaco, se produjeron disparos en Timisoara». Esa misma noche, la televisión estatal húngara, habitualmente captada en Viena, volvió a lanzar la noticia esta vez sin referirse al viajero anónimo. El locutor refirió que: «Una gran manifestación se habría celebrado en Timisoara para impedir la deportación del pastor protestante Toekes».

    Ambas informaciones eran ciertas. En la ciudad rumana de Timisoara, situada a unos cuarenta kilómetros de la frontera, hubo efectivamente una manifestación para defender al pastor protestante Laszlo Toekes, amenazado de arresto por la policía del dictador Ceausescu, en cuanto firme defensor de los derechos de la minoría húngara; de hecho se produjeron enfrentamientos entre policías y manifestantes, durante los cuales hubo disparos contra la multitud. En realidad, esto no sucedió el domingo sino el viernes 15 de diciembre. De todas maneras, esta no es la reconstrucción de los hechos, sino que de la noticia; es correcto entonces situar para el día 17 la fecha del inicio del suceso destinado a convertirse en planetario.

    Por razones absolutamente comprensibles, las redacciones de los periódicos –televisivos o impresos– trabajan poco y de mala gana en las tardes del domingo. Algunas incluso cierran porque saltan la edición del lunes. Los domingos, el flujo de noticias de las agencias disminuye y la actividad de las oficinas institucionales es casi nula; es difícil obtener confirmaciones o detalles. Predomina la información sobre accidentes del tránsito y, sobre todo, eventos deportivos. Una fuente para nada despreciable de crónicas proviene de los acontecimientos internacionales, aunque a menudo no es fácil tener a mano al especialista que sepa evaluarlos.

    A últimas horas de la tarde de aquel domingo de diciembre de 1989, sólo la radio Viena creyó oportuno hablar, con la debida cautela, sobre los incidentes en la ciudad rumana; no la televisión francesa ni la italiana; ni tampoco los informativos norteamericanos, aunque se vieran favorecidos por la diferencia horaria. Al día siguiente, el lunes, sólo dos grandes periódicos europeos escribieron sobre Timisoara: el Corriere della Sera en Italia y Le Monde en Francia; en ambos casos no hablaron de víctimas, sino de «duras cargas policiales y numerosas detenciones».

    Para el resto del mundo, el martes 19 de diciembre fue el verdadero inicio del drama relatado por los principales medios de comunicación. «Sangre en Timisoara», según el Washington Post, uno de los periódicos estadounidenses más acreditados. Cosa poco frecuente, todos dieron la noticia sin acentos específicos apreciables o tendenciosidades atribuibles a posiciones políticas. El periódico italiano más de izquierda recogía las inquietantes declaraciones de «un escritor rumano, emigrado a Yugoslavia»: los muertos en Timisoara «serían trescientos o cuatrocientos».

    El acceso a la ciudad rumana, de hecho, era complejo. Las entradas al país estaban cerradas, las conexiones telefónicas eran difíciles y las emisiones de radio estaban controladas por el régimen de Ceausescu; las principales fuentes de información eran los ciudadanos extranjeros que cruzaban la frontera con Hungría. Fue así como algunos compañeros de infortunio (y de relato) del ya mencionado «viajero checoslovaco» proporcionaron al mundo datos e informes de la espantosa carnicería destinada a entrar en la historia.

    Las noticias procedían sobre todo de las agencias estatales de Europa del Este, que en esos meses vivían un especial periodo de curiosidad y libertad tras los extraordinarios acontecimientos que habían derrumbado a los regímenes comunistas de sus respectivos países. El 6 de febrero de ese mismo año, en Polonia, la Solidarnosc de Lech Walesa había impuesto la famosa «mesa redonda» al gobierno dirigido por el general Jaruzelski. El 2 de mayo, la cortina de hierro entre Austria y Hungría había caído. Entre el 18 de octubre y el 9 de noviembre la RDA se había disuelto; Honecker es derrocado y el odioso Muro de Berlín, símbolo de la Guerra Fría, desmantelado. Finalmente, entre el 17 de noviembre y el 9 de diciembre de 1989, Checoslovaquia se rebela pacíficamente y Husak es depuesto. Ahora, finalmente, la marmórea Rumanía, inmovilizada bajo el talón de hierro de Ceausescu, el último sátrapa oriental, se ponía en marcha.

    ¿Pero cómo, realmente, se estaba moviendo? Las noticias recogidas por las agencias de Europa del Este y replicadas en el circuito informativo internacional (por France Presse, por las estadounidenses Associated Press y United Press, por la británica Reuter y Radio Free Europe), se hicieron más dramáticas hora tras hora, día tras día. La represión de la tristemente célebre Securitate, la policía política de Ceausescu, era brutal: el número de muertos, aún no definitivo, era la asombrosa cifra de 250 cadáveres sólo en el hospital de Timisoara, informó la Radio Húngara; «un médico» declaró que «trescientos o cuatrocientos ciudadanos» habían sido asesinados. El mismo número, –¿recuerdan?– denunciado dramáticamente por el «escritor rumano». Surge la pregunta: ¿cuál de los dos había informado al otro?

    Las fosas comunes

    A través de los reportajes de los periódicos y los boletines de televisión (aún completamente desprovistos de imágenes), el planeta seguía con pasión la apremiante sucesión de acontecimientos. El jueves 20 de diciembre, mientras en muchas ciudades del mundo cristiano era tiempo de regalos y buenos sentimientos, la noticia de la gran masacre llegaba a las redacciones y era transmitida por la prensa y las televisiones. Dos agencias de prensa, la acreditada Tanjug, yugoslava y la Adn de la ex-Alemania comunista, lanzaron una alarma de máximo nivel sobre Timisoara, una ciudad quizá ya «completamente destruida». La crónica de la feroz represión pudo leerse en dos periódicos yugoslavos, Vecernje Novosti y Ekspres Politika: niños «aplastados por los tanques del ejército», mujeres embarazadas «atravesadas por las bayonetas», helicópteros ametrallando a la multitud. Desde los horrores de la guerra nazi, nunca se había visto en Europa similares escenas de violencia y exterminio. La agencia Adn fue la primera en dar las dimensiones de la tragedia (en Bucarest, mientras tanto, el 21 de diciembre se consumaba el fin político del dictador Ceausescu, enfrentado por el pueblo y obligado a huir); en Timisoara se contaban «4.660 muertos, 1.860 heridos, trece mil detenidos, siete mil condenados a muerte».

    Al día siguiente, las imágenes de la masacre llegaron a las pantallas de todo el mundo como un insoportable puño en el estómago. La televisión estatal dio la noticia de que se había encontrado en Timisoara la primera de las fosas comunes donde se habían enterrado apresuradamente los cadáveres: 4630 eran las víctimas amontonadas en esa fosa. Inmediatamente después, la televisión de Belgrado y luego todas las televisiones del mundo civilizado, transmitieron las escenas de los cuerpos torturados y mutilados, recién desenterrados; imágenes impactantes iluminadas por antorchas en la noche. Los muertos en las fosas comunes –según la yugoslava Tanjug, citando datos proporcionados por el Comité de Salvación Nacional– fueron 4.632.

    Sólo el viernes 22 de diciembre, los periodistas occidentales pudieron ver por sí mismos la magnitud de la masacre. Las fronteras habían permanecido cerradas hasta ese día y las terribles pero incompletas noticias se recogían en los pasos fronterizos –en particular el de Hungría y el de Vrsac, con Yugoslavia– o por teléfono. Por algunos días, y precisamente por la peculiaridad y escasez de las fuentes, los informes aparecidos en todos los principales periódicos internacionales fueron muy similares. Incluso después de la apertura de las fronteras, alrededor de la Navidad e inmediatamente después, los informes de los principales observadores periodísticos –de Europa y América, de derecha e izquierda– siguieron siendo sustancialmente convergentes en el tono, en las cifras, en las descripciones, en el horror humano y en la condena apasionada. Conviene entonces seguir el acontecimiento a través de las crónicas del periódico italiano más popular, el Corriere della Sera (teniendo en cuenta que los despachos del Figaro y del New York Times no eran diferentes).

    El miércoles, el periódico titulaba con confianza: «Lo de Timisoara fue una masacre, disparaban incluso desde los helicópteros». El jueves, una nota de cautela era introducida por el corresponsal en Bonn («Los testimonios directos son pocos; lo más son indirectos y de segunda mano»). El día sucesivo, el enviado del periódico en el paso fronterizo pudo informar con más precisión de las noticias de Timisoara: «Los muertos son prácticamente robados por las autoridades, llevados en camiones de basura y probablemente enterrados en fosas comunes en la Selva Verde, el parque cercano a Timisoara».

    En una Rumanía atravesada por el momento revolucionario, mientras Ceausescu y su esposa eran perseguidos en su desesperado intento de huida, la primera correspondencia directa la hizo por teléfono el corresponsal del Corriere –tal como algunos de sus colegas que habían conseguido llegar a Timisoara– en la tarde del viernes 22 de diciembre. La nota por eso se publicó al día siguiente. Fue densa y emotiva, bajo el título «Timisoara, la ciudad mártir, exulta por su libertad – Pero 4700 víctimas de la represión yacen en las fosas comunes». Decía: «Provoca una cierta impresión ser uno de los primeros en estar en Timisoara a horas después de la caída de Ceausescu. La gente festeja en las calles, aún si en la ciudad se siente el peso de los 2.000 heridos y de los 4.700 muertos, cuyos cuerpos fueron encontrados en fosas comunes».

    Esas primeras páginas de los últimos días del año estuvieron llenas de tragedia y sangre. Mientras tanto, Estados Unidos había iniciado de hecho la operación «Causa Justa», es decir, la invasión de Panamá para capturar al «hombre fuerte» Noriega. Como la noticia del bombardeo de la ciudad centroamericana (con algunos miles de muertos, según se supo después) no había traspasado la tupida malla de la censura impuesta por el Pentágono «por razones de seguridad», el periódico se limitó a informar prudentemente, mientras tanto, de los «diecinueve soldados estadounidenses muertos» y tituló: «Panamá: EEUU en apuros envía otros 2.000 soldados». Sin embargo, más allá del horror de Timisoara y el misterio de Panamá, predominaba la revolución en pleno desarrollo en Bucarest. El día de Nochebuena, el titular a nueve columnas se refería a los sucesos de la capital rumana: «Miles de cuerpos sin vida yacen en las calles. Es probablemente la mayor masacre desde el final de la Segunda Guerra Mundial». Bucarest como Timisoara, o más terrible que Timisoara. O quizás no. En las páginas interiores, la correspondencia del enviado a la ciudad-mártir llevaba el título: «hemos sido testigos de la batalla de Timisoara», y decía: «Los muertos y heridos se están contando en estas horas… Estamos seguros de que fue la mayor batalla urbana de la posguerra».

    En la semana entre Navidad y Año Nuevo, la tragedia rumana fue la reina de los acontecimientos televisivos. Fue ésta, dos años antes del Golfo, la gran prueba planetaria de la legendaria CNN. Las cámaras mostraban, las voces fuera de campo comentaban, los corresponsales en el lugar informaban. Incluso las reuniones en Bucarest del recién instalado Comité Revolucionario se celebraron en directo por televisión desde la sede de la televisión estatal, tomada por los insurgentes incluso antes que el edificio del Comité Central. La realidad estaba a la vista de todos. Nunca se había seguido un acontecimiento planetario con tanta escrupulosa veracidad. «La historia en vivo», se dijo con justificado énfasis.

    El horror de las imágenes de televisión de Timisoara era indescriptible. Así describió la escena el corresponsal del más importante diario italiano, finalmente libre, como todos sus colegas, de ver con sus propios ojos, mirar alrededor, visitar cementerios y hospitales, recoger testimonios: «La represión ha causado miles de muertos… La angustia de los voluntarios que ayer seguían cavando en el pequeño cementerio de los pobres va en aumento. Se encontró el cuerpo de una mujer embarazada con el vientre abierto y el feto a su lado. Casi todas las familias de aquí tienen un hijo o pariente entre los muertos. Varios cuerpos llevan señales de tortura, con heridas que en algunos casos van desde la barbilla hasta la pelvis». Las mismas escenas fueron descritas minuciosamente por todos los reporteros de periódicos con diferentes orientaciones políticas: en Italia, L’Unità («Cuatro mil quinientos cadáveres irreconocibles, mutilados, con las manos y los pies cortados, las uñas arrancadas») o La Stampa («Miles de cadáveres desnudos atados con alambre de púas, mujeres destripadas y niños masacrados en la masacre de Timisoara»): o en Francia, Liberation («Miles de cuerpos desnudos y mutilados en la carnicería de Timisoara»). He aquí, tenebrosa y terrible, la verdad de Timisoara. No nos liberaremos fácilmente –pensó todo pacífico ciudadano del mundo– del recuerdo de este crimen.

    El cuidador del cementerio

    En los grandes acontecimientos de la historia siempre hay alguien que consigue ver al rey desnudo (cuando todo el mundo coincide en que está magníficamente vestido). En aquellos días, estaban en Timisoara dos reporteros que habían venido de Italia mandados por un periódico de provincia: habían llegado por su cuenta a «ver la revolución». En cuanto dejaron sus maletas en el Hotel Continental, los dos –Michele Gambino y Sergio Stingo– corrieron al cementerio para ver en directo las imágenes que la televisión retransmitía obsesivamente. Más tarde refirieron: «Éramos presa de una mezcla de opresión y curiosidad; en una pequeña casa de hormigón, una de las cámaras de tortura de la Securitate, estaba el cadáver de un hombre sobre una mesa de hierro, con el vientre abierto y luego burdamente suturado. No muy lejos, en fila sobre una sábana había más cadáveres, unos veinte, desnudos. Uno de ellos parece estar sosteniendo en sus manos sus secas entrañas. Dos metros más allá, la escena más espeluznante, el pequeño cuerpo de un bebé sobre el vientre de una mujer. Sin embargo, hay algo extraño… al menos la mitad de los cadáveres están en avanzado estado de descomposición y no hace falta ser experto para establecer que la muerte se remonta a varias semanas atrás; además, la «madre» del niño tiene por lo menos sesenta años y su cadáver está peor conservado que el del supuesto hijo».

    Entonces, ¿la carnicería no es una carnicería? ¿Los muertos no están muertos? ¿La realidad no es la realidad, la verdad no es la verdad? ¿El emperador no está vestido? Los periodistas no se dirigieron al Tribunal de la Historia, sino a hablar con el cuidador del cementerio, que se presentó como el «director». Esos cuerpos, explicó el hombre, son de vagabundos: vagabundos, borrachos, marginados; éste, añadió, es el cementerio de los pobres. No hubo tortura, sino una autopsia, de ahí que los cadáveres fueron cortados desde la barbilla hasta el abdomen y luego cosidos. Los cuerpos habían sido desenterrados, iluminados, fotografiados y filmados por las cámaras. «Les dije a todos la verdad –se desesperó el sepulturero– se lo dije a los periodistas. Pero nadie me escuchó».

    El periódico provincial italiano tuvo probablemente la primicia del siglo. Pero no publicó una línea. ¿Cómo era posible que la televisión mintiera, que los periódicos mintieran? ¿Timisoara no era entonces Timisoara? Diez días más tarde, una revista nacional publicó la historia detallada de los dos reporteros, intitulada «esas cifras inventadas, esos cadáveres falsificados». Pero diez días después Rumanía ya había desaparecido, destinada a las páginas internas de los periódicos y engullida por las noticias menores de los telediarios.

    Los testigos del «no-acontecimiento» escribieron: «A nuestro regreso a Italia comparamos lo que habíamos visto con lo que habían escrito los periódicos, y tuvimos la ridícula impresión de haber estado en otro lugar». El corresponsal de una gran agencia occidental debió sentir algo parecido, incapaz de entender cómo podían haber muerto sesenta mil rumanos (esa

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