n noviembre de 1933, las elecciones generales, las primeras en que votaron las mujeres, abrieron un nuevo ciclo reaccionario. La fragilidad del PSOE, el desplome de la Acción Republicana de Azaña y el auge de las fuerzas de derechas, mucho más cohesionadas, se entendieron como una enmienda a la totalidad de las políticas del bienio reformista. La Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), que concurría con los monárquicos de Renovación Española y un sinfín de organizaciones regionales, fue la lista más votada y, por ende, el sostén del Partido Republicano Radical de Lerroux, que pudo formar gobierno sin incluir a ningún miembro de la CEDA en su gabinete. La formación de José María Gil-Robles era, para las izquierdas, el lobo feroz. En su ideario, república y monarquía constituían meros accidentes, conceptos vacíos que no merecían adornar su lema de «religión, patria, familia, orden, trabajo y propiedad». Su coalición era vista como una copia del partido nazi de Hitler o el Frente Patriótico de Dollfuss, por lo que Francisco AASCSCLargo Caballero, jefe de filas del PSOE, fijó las líneas rojas para alejarla del poder. Algo imposible, considerando el aval de sus doscientos escaños y la inestabilidad general de la República, que, durante 1934, asistió a un baile de gabinetes hasta que, tras la caída de Samper en octubre, Lerroux abrió la puerta a
1934 ¿REVOLUCIÓN O CASUS BELLI?
Nov 21, 2022
8 minutos
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