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La prensa chilena en la encrucijada: Entre la voz monocorde y la revolución digital
La prensa chilena en la encrucijada: Entre la voz monocorde y la revolución digital
La prensa chilena en la encrucijada: Entre la voz monocorde y la revolución digital
Libro electrónico217 páginas2 horas

La prensa chilena en la encrucijada: Entre la voz monocorde y la revolución digital

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La encrucijada que vive la prensa escrita es sentirse asfixiada por la uniformidad del mensaje que presentan diarios y revistas versus la mayor diversidad de enfoques y facilidades para expresarse que ofrece la pantalla digital. La prensa de papel no siempre fue así. No lo era en la antigua democracia y hay estudios que señalan que su mayor equilibrio, con puntos de vista diversos o incluso antagónicos, ocurrió bajo el gobierno de la Unidad Popular. ¿Cómo se fueron cerrando las opiniones hasta llegar a las voces monocordes que hoy tenemos en los medios?
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento11 mar 2017
ISBN9789560003546
La prensa chilena en la encrucijada: Entre la voz monocorde y la revolución digital

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    La prensa chilena en la encrucijada - Lidia Baltra

    Lidia Baltra M.

    La prensa chilena

    en la encrucijada

    Entre la voz monocorde y la revolución digital

    LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

    © LOM Ediciones

    Primera edición, 2012

    ISBN: 978-956-00-0354-6

    ISBN Digital: 978-956-00-0699-8

    Diseño, Composición y Diagramación

    LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Fono: (56-2) 688 52 73 • Fax: (56-2) 696 63 88

    www.lom.cl

    lom@lom.cl

    Introducción

    Nubes grises parecen amenazar el horizonte del diarismo impreso. La mayoría de los grandes diarios de Estados Unidos y Europa arrastran una mala situación económica desde la crisis económica de 2008 y la aparición de los diarios digitales. Algunos han pedido ayuda a sus gobiernos para fortalecerse y subsistir. Los menos conocidos y de localidades más regionales, se han resignado a cerrar. En los últimos años, en Estados Unidos se han extinguido más de un centenar de diarios y muchos otros están en quiebra.

    Como consecuencia de ello, observamos la transubstanciación de grandes medios clásicos desde el papel a la virtualidad de las ondas electromagnéticas. En 2007 la revista norteamericana Life, que medio siglo atrás había sorprendido al mundo apostando a que la fotografía reemplazaba al texto, decidió clausurar su edición impresa y valerse solo de páginas virtuales. En 2009 el histórico The Christian Science Monitor cerró sus páginas y anunció que solo funcionaría con las virtuales en su sitio digital. En América Latina, el Jornal do Brasil dejó de aparecer en papel en 2010 y, al igual que los otros, solo subsiste en su sitio web. En Chile, el nonagenario diario La Nación, en 2010 siguió el mismo camino. Cuatro diarios tradicionales se han subsumido en el ciberespacio.

    La invasión de los diarios digitales ha comenzando a probar su fuerza. A través de ellos se puede acceder –en la mayoría de los casos, todavía gratuitamente– a un mundo de ideas e informaciones provenientes de los más variados puntos del planeta, idiomas o ideologías, y mediante nuevos instrumentos de la tecnología como los blogs, Facebook o Twitter, es fácil que cada persona pueda tener el propio o estampar allí sus ideas.

    Pero entre la disminuida masa de lectores, todavía son muchos los que prefieren el diario de papel para informarse: son más fáciles de leer que en una pantalla, se pueden llevar y leer en cualquier lugar, y sobre todo, están más al alcance del bolsillo del lector común.

    El problema del diarismo impreso es otro: son muy pocos los que emiten su mensaje para tantos que lo reciben. Y esos pocos emisores transmiten en una misma frecuencia. Su mayor carencia, en Chile y en el mundo, es la diversidad de puntos de vista. La uniformidad invade. Hay una pauta prefijada de qué podemos conocer y bajo la misma óptica.

    Pero ¿siempre fue así…?

    Resulta interesante revisar qué medios de comunicación escritos existían en el último medio siglo en Chile para informar del devenir del país, lapso en el cual ocurrieron importantes y profundos cambios sociales. Y aunque no es el propósito de este texto analizar en detalle cómo los reflejaron o interpretaron los diarios y revistas de este período, sí pretendemos establecer desde qué miradas se escribió esa historia del hoy. Más aún, si pensamos que la prensa crea opinión pública, estos medios pueden haber dejado una huella importante en nuestra sociedad. Si los chilenos de hoy somos producto de esas transformaciones sociales, también lo somos de lo que la prensa de entonces pudo haber influido en nosotros.

    En la primera parte de este trabajo narramos cómo se fue cerrando el círculo de la diversidad de opiniones en la prensa hasta llegar a lo que hoy tenemos: voces monocordes que nos hablan desde distintos periódicos, los cuales están en manos de unos pocos grupos de poder. Comenzamos revisando la prensa escrita a partir de la segunda mitad de los años 50 porque está más cerca de nuestras vivencias, y porque desde sus inicios y hasta 1956 ya lo investigaron y registraron Raúl Silva Castro y otros autores posteriormente. En cambio, desde esta última fecha en adelante, no hay un texto que recoja de modo general el nacimiento o desarrollo de nuevos impresos. Y vale la pena intentarlo: el país vivió cambios revolucionarios en el período que nos ocupa. Primero con el auge de las ideologías de izquierda y luego con la reacción de las de derecha para ponerles freno.

    En la segunda parte relatamos cómo se frustraron las esperanzas de multiplicar esas voces y ampliar el abanico de ideas en un diálogo nacional horizontal. Democratizar las comunicaciones es todavía un anhelo y un desafío y pocos saben que la carrera hacia esa meta se inició en la década de los 80, con las luchas que el Colegio de Periodistas de Chile lideró en pos de la libertad de expresión sofocada por la dictadura. Logramos unir fuerzas con profesionales de la comunicación que perseguían igual objetivo en sus ONG y poco a poco, como era un problema de toda la sociedad, sumamos organizaciones estudiantiles, campesinas, indígenas, políticas y a otros colegios profesionales, que también buscaban democratizar el país. Con su ayuda elaboramos una propuesta de diseño de las comunicaciones para la nueva democracia. Fuimos testigos presenciales y activos de cómo se acabó con ese sueño y lo narramos aquí.

    Por último, en la tercera parte nos explayamos acerca de los beneficios y desventajas de los diarios que circulan por la supercarretera de la información, Internet, inicialmente un espacio de mayor libertad. Si en la prensa escrita unos pocos difunden mensajes uniformes hacia la mayoría, en el ciberespacio parece más posible que muchos emitan sus propios mensajes también a miles, millones de internautas. Pero también pueden acallarlos, como se ha visto mucho últimamente en el mundo.

    A comienzos del tercer milenio, en foros convocados por las Naciones Unidas a través de la Unión Internacional de Telecomunicaciones –como fue la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información y la Comunicación– se han hecho esfuerzos para que los países poderosos contribuyan a subsidiar el costo del acceso a la Gran Red a las personas de los países en desarrollo. Todavía se espera un resultado positivo. Una vez más se impone el concepto de que el producto noticioso –la información, la noticia– en el ciberespacio también debe financiarse y rendir utilidades, en contraposición con aquél de que la información y la comunicación son un derecho que los gobiernos deben proveer como un servicio básico.

    Son los temas que planteamos en este texto, que acompañamos en un anexo final con una bitácora o registro inédito de los más importantes diarios, periódicos y revistas que han circulado en el último medio siglo y más en nuestro país, con su tendencia, directores, objetivos, características y años de existencia.

    I Parte.

    Breve historia reciente

    (de mediados del siglo XX hasta inicios

    del tercer milenio)

    I.1. Los diarios impresos

    En 1957 gobernaba el país el general (R) Carlos Ibáñez del Campo, en el último año de su sexenio democrático, cuando desconocidos destruyeron las prensas de la Imprenta Horizonte, vinculada al Partido Comunista, que imprimía allí su diario El Siglo. Poco después se encontraron máquinas de escribir en casa de un jefe de la policía de Investigaciones. Faltaba un año para que se aboliera la Ley de Defensa Permanente de la Democracia (legada por su antecesor, Gabriel González Videla, legislación que proscribió a ese partido durante diez años) y dieciséis para que la prensa sufriera similares y peores atropellos bajo la dictadura de Augusto Pinochet.

    Al general Ibáñez sucedió en la Presidencia de la República El Paleta (modismo chileno que significaba simpático, buena persona), apodo que nada tenía que ver con la personalidad parca y severa del Presidente Jorge Alessandri Rodríguez (1958-1964). Al triunfante candidato independiente de la derecha se lo recuerda por su reforma agraria de macetero (dada la poca cantidad de tierras que afectó) y por dos hábitos personales: su austeridad, que lo mantuvo en el mismo domicilio particular, un antiguo departamento de calle Phillips a un costado de la Plaza de Armas de Santiago; y por caminar tranquilamente, sin escoltas, desde allí las siete cuadras hasta el Palacio de La Moneda. Esto conquistó la simpatía de todos, incluso de sus adversarios políticos, y alimentó una falsa imagen del Chile de aquellos años, la de una tranquila democracia alejada de las turbulencias que se vivirían en los últimos años del siglo XX.

    No era exactamente así. Aquella antigua democracia vivió también períodos turbulentos. La libre circulación de las ideas no siempre fue tan apacible ni tan equitativa.

    Basta con revisar la historia del periodismo desde sus comienzos y la lista de diarios y revistas del período en comento¹ para observar que el periodismo chileno no nació –como nos enseñaron a las primeras promociones de periodistas universitarios– con el mero fin de prestar un servicio de información objetiva e imparcial a los ciudadanos chilenos. No. Desde los tiempos de la guerra por la Independencia y la construcción de la República, cada publicación que nació tuvo como finalidad promover, atacar o defender ideologías, función valiosa también, si consideramos el importante rol de la prensa de facilitar el debate democrático. Pero ello significa también que no existió ni existe el periodismo independiente. La verdad de los hechos que busca el periodismo siempre se escribe desde un prisma u otro.

    Los diarios que no pertenecen declaradamente a partidos políticos, movimientos sociales o tendencias, se autodenominan independientes y los que así se autodenominan generalmente se ubican en la derecha del espectro político –por ejemplo, El Imparcial (1923-1953), que tras ese título escondía esta última posición– y promueven la mantención del statu quo, es decir, del sistema capitalista, y posteriormente su variable neoliberal (libremercadismo a ultranza) implantada bajo la dictadura de Augusto Pinochet. A comienzos de su gobierno, un periodista preguntó al dictador cuándo iba a anunciar la ideología que sustentaba a su régimen, y le respondió: "¡Pero si nuestra política es la política económica!", refiriéndose al experimento neoliberal que utilizó a Chile como primer laboratorio mundial.

    Todo esto se refleja en los últimos 50 años de prensa en nuestro país, como se podrá apreciar en el presente trabajo.

    I.1.1. La antigua democracia

    La derecha clásica

    A fines de los años 50 ya era El Mercurio el diario más importante en los quioscos. El primero con este nombre fue fundado en Valparaíso en 1827 por Pedro Félix Vicuña y Recaredo Santos Tornero, con un lema que lo transparentaba: periódico mercantil, político y literario. Solo con su tercer dueño, Agustín Edwards Ross, el segundo hijo de la familia, el decano de nuestra prensa pasó a formar parte de la naciente dinastía periodística empresarial. Edwards Ross lo compró casi al borde de la quiebra en 1884,² poniéndolo de inmediato al servicio del bullente comercio de aquellos años en nuestro puerto principal. Desde entonces permanece en poder de esta familia.

    El Mercurio porteño es el diario vigente más antiguo de habla castellana,³ y estuvo ligado desde un comienzo al quehacer político del país, narrándolo según la tendencia derechista de sus sucesivos propietarios. Agustín Edwards Ross fue ministro de Hacienda del presidente Balmaceda, pero cuando éste se opuso a entregar las salitreras a empresarios privados ingleses, se pasó a la oposición, arrastrando con él al diario.

    Su hijo y heredero, Agustín Edwards McClure, segundo en la dinastía, fue diputado del Partido Nacional, ministro de Relaciones Exteriores del presidente Germán Riesco (1901-1906) y ministro de Culto y Colonización del presidente Pedro Montt (1906-1910). Bajo el primer mandato de Arturo Alessandri Palma fue nombrado delegado chileno ante la Liga de las Naciones (antecesora de las Naciones Unidas), organismo que llegó a presidir.

    Dotado aún de mayor vocación empresarial periodística que sus progenitores, en 1900, cuando el centro de gravedad de la economía nacional se estaba trasladando a Santiago, por iniciativa suya (de Edwards McClure) se publicó el diario homónimo capitalino, que con el tiempo desplazaría en importancia al porteño. Dos años después fundó además Las Últimas Noticias y las revistas Zig Zag, Sucesos, Corre-vuela y El Peneca, entre otras. Y más adelante, El Mercurio de Antofagasta, La Estrella de Valparaíso, La Prensa de Tocopilla y La Segunda de Santiago, iniciándose así la primera cadena de diarios del país.

    Las Últimas Noticias, de la empresa El Mercurio S.A.P., nació con la intención de ser una segunda edición del diario madre con noticias renovadas, pues salía a la calle al mediodía. Conservaba su misma línea editorial, en un tono más liviano, ideal para un lector que sale de la oficina a almorzar y se informa y entretiene con él en el trayecto que lo lleva a casa o al boliche céntrico donde toma su colación. Y aprovechando el conocimiento del medio, la infraestructura y equipo técnico, en 1931 Edwards MacClure saca en edición vespertina La Segunda de las Últimas Noticias, que debuta con un golpe noticioso: la caída de la dictadura de Ibáñez. El nuevo diario continuó la línea conservadora de la empresa. Su público era el que trabaja en el centro antiguo de la capital, en las oficinas públicas o privadas, y lo adquiría al finalizar la jornada, al momento de partir al descanso. No tiene más de tres horas para venderse y se especializó en asuntos políticos con grandes titulares provocadores en su portada.

    A Edwards MacClure lo sucede su único hijo, Agustín Edwards Budge, quien, a la muerte de su padre, en 1941, heredó además la naciente cadena periodística regional con:

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