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El despertar de la sociedad: Los movimientos sociales de América Latina y Chile
El despertar de la sociedad: Los movimientos sociales de América Latina y Chile
El despertar de la sociedad: Los movimientos sociales de América Latina y Chile
Libro electrónico133 páginas1 hora

El despertar de la sociedad: Los movimientos sociales de América Latina y Chile

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Algo pasó en Chile el año 2011 que puso en duda los logros proclamados por su clase política y a cuestionar los supuestos en que se basaba nuestra convivencia social. Comenzamos a vivir una especie de “rebelión del coro” a partir de las movilizaciones estudiantiles y prontamente padres, profesores y también trabajadores subcontratados y empleados públicos comenzaron a sumarse. Es en este contexto –apunta Mario Garcés– que comenzó a hablarse de la irrupción de los “movimientos sociales” y de “cambio político” en Chile. Este libro está destinado a dar cuenta de ello, de su historia en América Latina y en Chile, de sus claves de análisis en la actual teoría social y, sobre todo, a entregarnos una perspectiva que abra un debate acerca de sus posibilidades y futuro.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento30 jul 2015
ISBN9789560003133
El despertar de la sociedad: Los movimientos sociales de América Latina y Chile

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    El despertar de la sociedad - Mario Garcés

    LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

    © LOM Ediciones

    Primera edición, 2011

    ISBN: 978-956-00-0313-3

    Diseño, Composición y Diagramación

    LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Fono: (56-2) 688 52 73 • Fax: (56-2) 696 63 88

    www.lom.cl

    lom@lom.cl

    Mario Garcés

    El despertar de la sociedad

    Los movimientos sociales en América Latina y Chile

    Introducción

    Algo pasó en Chile este año 2011 que vino a poner en duda los niveles de logros proclamados por su clase política y a interrogar en muchos sentidos la convivencia de los chilenos. Chile parecía ser, hasta hace muy poco, el país donde el orden social se percibía como el más logrado y el más naturalizado de todos, tanto en relación a sus vecinos latinoamericanos, vistos siempre como inestables, como también en relación a su propia historia. Una transición exitosa a la democracia le había permitido dejar atrás un pasado de conflictos, polarización, odios y, por cierto, al igual que sus vecinos, de gran inestabilidad política. Por fin el país, en expresiones de sus dirigentes políticos, alcanzaba un estadio de desarrollo envidiable, en donde la estabilidad política convivía de manera virtuosa con el crecimiento económico. Algo así como el fin de la historia de la cual escribió Fukuyama en los años 90, economía de mercado y democracia representativa, las dos claves del éxito eran asumidas por los chilenos como propias y bien podían ser motivo de orgullo de la élite nacional.

    Pero este año 2011, parafraseando al sociólogo argentino José Nun, comenzamos a vivir algo así como una rebelión del coro, es decir, una parte significativa de la sociedad, en especial los más jóvenes –los estudiantes secundarios y universitarios– comenzaron a salir a las calles para demandar un cambio en el sistema educacional. La escena clásica del teatro con sus protagonistas principales –en nuestro caso, los líderes políticos, el presidente, sus ministros, etc.– comenzaron a ser cuestionados por actores secundarios o, más ampliamente, por el coro, es decir por quienes no estaban invitados a subir al escenario. El impacto de los jóvenes fue de tal envergadura, que pronto comenzaron a sumarse otros: sus propios padres, que encontraban justas sus demandas; sus profesores, que sabían, desde antes que los jóvenes, que el sistema educativo chileno no funcionaba bien; pero también, en algunas ocasiones se sumaron a sus marchas los trabajadores subcontratados, los empleados públicos y cuando el gobierno comenzó a poner en práctica en mayor grado la represión, en las noches comenzaron a sonar las cacerolas en los barrios de Santiago y provincias. Fue en este contexto cuando un nuevo concepto ingresó al espacio público, en la televisión, en los diarios y en expresiones de muchos dirigentes sociales y políticos: se comenzó a hablar entonces, de el movimiento social.

    Atendiendo a estos hechos, se podría indicar que la idea o el concepto de movimiento social ingresó al lenguaje público a propósito de las movilizaciones de los estudiantes, pero más que eso, a propósito del apoyo activo que los estudiantes han encontrado en la sociedad. O sea, movimiento social sería, por una parte, la acción colectiva de los estudiantes secundarios y universitarios, y por otra, los efectos que ha alcanzado en la sociedad el movimiento estudiantil, desde el apoyo que reconocen las encuestas a las demandas de los estudiantes hasta las manifestaciones activas de solidaridad (la participación en las marchas de grupos sociales que no son estudiantes; los actos en la Plaza Ñuñoa; la gran manifestación en el Parque O’Higgins en agosto; hasta los caceroleos en los barrios). En este sentido, podríamos decir que el movimiento social ha tenido dos vertientes: la de los estudiantes, que en rigor podríamos definir como un movimiento social, en sentido estricto; y, la del apoyo de la sociedad, que podríamos definir como un movimiento social en sentido amplio.

    A decir verdad, el concepto o la noción de movimiento social, desde una perspectiva histórica, es una categoría de vieja data, cuando se la identificaba, desde fines el siglo XIX, con el movimiento obrero. Pero cuando en los años sesenta del siglo XX surgieron otros sujetos colectivos, como los estudiantes de mayo del 68 en Europa o los movimientos que luchaban en contra de la guerra de Vietnam o por los derechos civiles en los Estados Unidos, se comenzó a romper esta asociación: movimiento social es igual a movimiento obrero. Más tarde, en América Latina, en medio de las dictaduras, surgieron otros actores colectivos: los movimientos de Derechos Humanos, los movimientos de mujeres, los movimientos juveniles o los ecologistas. Con mayor razón, esta asociación entre lo social y lo obrero terminó de romperse. Para facilitar la comprensión de esta nueva realidad, se empezó a distinguir en las ciencias sociales entre movimientos sociales tradicionales (obreros y campesinos) y los nuevos movimientos sociales, para nombrar todas esas formas de acción colectiva que no tenían una base clasista.

    En todos los casos, sin embargo, como veremos con más detalle en las páginas que siguen, un movimiento social es siempre una acción colectiva que se constituye desde la sociedad civil, o desde lo social, para hacer visible el malestar y diversas demandas al Estado y sus instituciones y representantes, o a un oponente en la propia sociedad civil (los patrones, por ejemplo en el caso del sindicalismo). Lo propio de los movimientos sociales es la acción colectiva de quienes buscan expresar al conjunto de la sociedad su malestar y sus proyectos de cambio social. Sin embargo, a pesar de que siempre hay motivos para el malestar, no siempre hay movimientos sociales. Este será un problema del que nos ocuparemos, al menos parcialmente, en este libro.

    El caso chileno es paradigmático en este último sentido, ya que cuando la transición a la democracia no era capaz de poner en práctica las tareas de democratización efectiva de la sociedad (o su consigna de que la alegría ya viene), el malestar se comenzó a instalar en vastos sectores sociales. Sin embargo en veinte años de gobiernos de la Concertación no se constituyeron movimientos sociales significativos, salvo el movimiento mapuche y, de manera más episódica, el movimiento de los secundarios a principios del 2000 y el movimiento pingüino[1] del 2006. Algo cambió, sin embargo, en el 2011, y los más diversos grupos sociales y políticos hoy reconocen no solo que los estudiantes están planteando problemas reales, que provienen del desastroso sistema educacional chileno creado en dictadura y prolongado en democracia, sino que además el movimiento social, en sentido amplio, obliga a pensar en cambios políticos.

    La relación entre movimientos sociales y cambio político es un problema histórico en América Latina y Chile. Por esta razón, estimulado por la coyuntura, por mis estudios relativos a los movimientos sociales, así como por los debates con los estudiantes, con mis compañeros de ECO, Educación y Comunicaciones; con mis colegas del Departamento de Historia de la USACH y el Comité Editorial de LOM surgió este libro, que se organiza en cinco capítulos. El primero propone un breve análisis del movimiento estudiantil del 2011; el segundo, se ocupa de la teoría, y busca responder a la pregunta de ¿qué es en un movimiento social? El tercero trasciende nuestras fronteras y comenta sobre los nuevos y más recientes movimientos sociales en América Latina (los Sin Tierra del Brasil, los piqueteros argentinos y los movimientos campesinos e indígenas de Bolivia). El cuarto capítulo, el más extenso, propone una mirada a los movimientos sociales en Chile, con especial énfasis en el tiempo reciente (la Unidad Popular y la dictadura). Finalmente un capítulo de cierre, pero abierto al debate, busca responder a la pregunta sobre el futuro del movimiento estudiantil y los movimientos sociales en Chile. Parte muy importante de la reflexión que se propone fueron posibles gracias al desarrollo, durante el 2010-2011, del Proyecto Fondecyt Nº 1100142 El movimiento de pobladores durante la Unidad Popular: De las tomas de sitios a la formación de poblaciones.

    [1]   Denominación popular de los estudiantes secundarios, especialmente por la forma y los colores del uniforme escolar.

    Capítulo I

    El movimiento estudiantil:

    el despertar de la sociedad

    En medio de las movilizaciones estudiantiles he sido invitado a encuentros, foros o simplemente conversaciones con jóvenes secundarios y universitarios.

    En una visita a estudiantes secundarios en toma, en el barrio Las Rejas de Santiago, les propuse que luego de una vuelta de presentaciones, ya que nos veíamos por primera vez, ellos mismos me indicaran los temas que querían discutir. Era un grupo pequeño, cuyas edades fluctuaban entre los 15 y los 17 años. Se ofreció la palabra y dos preguntas llamaron más mi atención: Queremos que nos hable del contexto histórico del movimiento estudiantil, indicó uno de ellos, y otro agregó y del despertar de la sociedad, del por qué hoy se expresan tantas demandas. Me pareció que eran preguntas y temas muy pertinentes, pero ciertamente complejos. Dos razones poderosas para ocuparse de ellos.

    Es evidente que la mayor novedad del año 2011 ha sido el impacto del movimiento estudiantil. Pero si observamos el contexto en que este emerge, descubrimos que el gobierno de Sebastián Piñera venía enfrentando, con serias dificultades, diversas situaciones que interrogaban su liderazgo y la gestión del propio gobierno. En efecto, el año 2011 se inició con una masiva protesta en la ciudad de Punta Arenas cuando se intentó subir el precio del gas por sobre lo prometido en la campaña electoral; en marzo tuvo que renunciar la Intendenta del Bío Bío por sus dichos que agraviaban la credibilidad pública; al mes siguiente, la ministra de la Vivienda, por manejos poco claros en el uso de fondos públicos en favor de empresas privadas y, además, cuando el balance de la reconstrucción –a un año del terremoto del 27 de febrero de 2010– mostraba signos negativos (solo se ha reconstruido un poco más del 20% de las viviendas dañadas). Y suma y sigue: en mayo se aprobaba el Proyecto HidroAysén, que ha sido rechazado por vastos y variados sectores ciudadanos, habida cuenta del daño al medio ambiente. Y así llegamos a mayo y junio, en que los estudiantes saltaron a la palestra.

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