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LA GUERRA FRÍA

Tras la II Guerra Mundial, gran parte del planeta –en especial, los países perdedores–se convirtió en un amasijo de cenizas con olor a carne humana quemada. Fallecieron más de 60 millones de personas, lo que incluyó entre el 10 y el 20% de la población total de la Unión Soviética, Polonia o la antigua Yugoslavia y alrededor del 5% de la de Alemania, Italia, Austria, Hungría, China o Japón; más de 60 millones de personas resultaron heridas, unos 35 millones de gravedad; alrededor de 50 millones de personas se convirtieron en vagabundos o desplazados y la devastación alcanzó límites demenciales en las edificaciones: el 20% de Francia, el 25% de Grecia, casi el 40% de las ciudades japonesas, más de la mitad de Tokio, el 70% de Viena, el 90% de Colonia, Hamburgo o Düsseldorf y la práctica totalidad de Hiroshima y Nagasaki.

EL MUNDO PARTIDO EN DOS

Sin embargo, no fue suficiente. El mundo parecía –y parece– demasiado pequeño como para compartirlo y, de no haber existido el armamento nuclear, puede que lo que hubiera acontecido con posterioridad al gran desastre mundial, habida cuenta del antagonismo ideológico de las dos potencias resultantes del conflicto, Estados Unidos y la Unión Soviética, habría sido un nuevo conflicto armado de alta intensidad y todavía más apocalíptico. Pero como ello hubiera supuesto el fin, lo que devino fue un gélido enfrentamiento –denominado por ello Guerra Fría– durante más de

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