Manuel Rodríguez. Aún tenemos patria
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Manuel Rodríguez. Aún tenemos patria - Soledad Reyes del Villar
© 2018, Soledad Reyes del Villar
© De esta edición:
2018, Empresa El Mercurio S.A.P.
Avda. Santa María 5542, Vitacura,
Santiago de Chile.
ISBN Edición Impresa: 978-956-9986-13-0
ISBN Edición Digital: 978-956-9986-14-7
Inscripción Nº A289.196
Primera edición: abril 2018
Edición general: Consuelo Montoya
Diseño y producción: Paula Montero
Ilustración portada: Francisco Javier Olea
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
info@ebookspatagonia.com
Todos los derechos reservados.
Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de Empresa El Mercurio S.A.P.
A mis hijas, testigos obligadas,
pero muy entusiastas de esta historia.
Índice
Prólogo
Introducción
Sus primeros años
De la borla a la espada
1810
José Miguel Carrera
El desastre de Rancagua
La huida
Comienza la leyenda
«No soltaré ni la pluma ni la espada»
Los fallidos planes de Carrera
Un «bicho insoportable»
Los Húsares de la Muerte
La batalla decisiva
Un trágico final
En Tiltil lo mataron
Dudas y contradicciones
El héroe Manuel con su gloria vive
Un final inconcluso
Bibliografía
Prólogo
La figura de Manuel Rodríguez se encuentra inconfundiblemente ligada a su astucia y talento durante la guerra de independencia, y tal vez más nítidamente con los oscuros eventos en torno a su asesinato. En efecto, su muerte a los 33 años exacerba el impacto de esta, constituyéndose en una imagen con la que inmediatamente asociamos al prócer.
No obstante, sin eludir ni menos aún descuidar estos ejes centrales que nos evoca la vida de Rodríguez, en las páginas que siguen, Soledad Reyes narra sucesos decisivos en la vida del personaje. Es así que a lo largo del texto Reyes va sistemáticamente hilvanando diversos episodios de la vida de Manuel Rodríguez, que se encuentran descritos en trabajos de autores tanto clásicos como contemporáneos de nuestra historiografía.
Si bien, como todo libro que relata la vida de Rodríguez deja cierto gusto amargo derivado de su trágico final, quedan ahora en evidencia los complejos y a veces oscuros acontecimientos de la independencia del país. En efecto, Reyes consigue con extraordinaria claridad mostrar esa tensión permanente entre proyectos y personalidades diferentes que se entrecruzan en el período, y que terminan en el desenlace final con la muerte de Rodríguez.
Ahora, si algo deja en evidencia el relato de la biografía y acontecimientos en torno a ella, es una tensión profunda en la historia de Chile, que se expresa entre la afirmación de la voluntad de ser y orden. En buenas cuentas, la primera refleja el inevitable estímulo que dio lugar al proyecto independentista, es decir, la necesidad de cristalizar en una identidad autónoma y libre los destinos de una comunidad, y por otra, la necesidad de que este proceso de afirmación siguiera ciertos causes y que concluyera en un arreglo que expresara con nitidez las relaciones y jerarquías necesarias para su estabilidad.
En este sentido, Rodríguez, podría decirse, refleja esa permanente afirmación de una voluntad que desconfía del orden. No es casualidad entonces que creyera que «los gobiernos republicanos deben cambiarse cada seis meses o cada año a lo más». Pero ello contrastaba con la necesidad de establecer un orden que diera estabilidad a la nueva república, aún comprometida con el proceso independentista sudamericano, específicamente con el Perú.
El trabajo de Soledad Reyes nos pone al día de viejas polémicas que en cierto modo siguen vivas en la sociedad chilena. Nos permite, en definitiva reflexionar cómo nuestra historia, y en particular la de Manuel Rodríguez, cristaliza la mayoría —sino todos— los conceptos básicos que explican la política. En ese sentido, revisitar la vida de Rodríguez y el período en que vivió nos da la oportunidad de reflexionar sobre la política contemporánea.
Eugenio Guzmán A.
Decano Facultad de Gobierno y Humanidades
Universidad del Desarrollo
Que toda la ciudad humilde tras de su huella camine.
Y el cantar de Manuel Rodríguez, y sus frases de consuelo
Vuelvan a alentar al pueblo, como en los años difíciles.
Aquí va el guerrillero fiero, el hombre que salvó a la patria.
Cante por él Chile entero, que es el hijo de su alma.
Paya anónima, febrero 1817.
Introducción
Esta es la historia de Manuel Rodríguez y Erdoíza, una de las leyendas más intrigantes de la historia chilena. Un héroe popular y enigmático, que llegó muy lejos en su hazaña de liberar al país de la dominación española. Con su historia —y su final— logró calar hondo en el alma del pueblo chileno. Aunque no es mucho lo que se conoce sobre él, siempre ha estado rodeado de misterio. Por lo mismo resulta tan interesante conocer más acerca de la vida de Manuel Rodríguez, aunque sea solo por la curiosidad de desmitificarlo.
Manuel Rodríguez fue abogado, procurador de Santiago, diputado, secretario de guerra, ministro, capitán de ejército, Director Supremo, pero ninguno de estos cargos le dio tanta fama como el rol que cumplió en el período de la reconquista española. Con su audacia y valentía contribuyó, sin duda alguna, a preparar el camino para la decisiva victoria del Ejército Libertador, que San Martín organizaba al otro lado de la cordillera.
Como bien dice el historiador Benjamín Vicuña Mackenna, Manuel Rodríguez, durante la crisis de la independencia, «fue el Lautaro de la leyenda antigua, cuando puesto en medio de las rotas filas de los suyos, dio el primer grito de embestida y de victoria (…). Fue guerrillero, fue tribuno, fue mártir»¹.
No es fácil reconstruir la historia de Manuel Rodríguez. En ocasiones las fuentes se contradicen, y en otras se pierde su rastro por varios meses seguidos. También, hay que decirlo, el mito se confunde con la realidad. Al fin y al cabo, su propia historia se ha construido sobre eso. Y su ejecución en Tiltil, pocos días después de que Chile haya conseguido la independencia definitiva, no ha hecho más que aumentar el misterio que rodea al guerrillero.
Por lo mismo, las fuentes utilizadas al trazar estas líneas son principalmente de testigos de los hechos, al igual que las cartas enviadas entre O’Higgins, San Martín y Manuel Rodríguez. Invaluables son también los testimonios de algunos cronistas de la época, como José Zapiola, Vicente Pérez Rosales o Samuel Haigh. Con ellos se ha reconstruido esta historia.
Esta es la biografía de Manuel Rodríguez. No es un análisis de la independencia chilena. No se centra en campañas militares ni ensalza grandes proezas de aquel tiempo. Tampoco se emiten mayores juicios sobre uno u otro prócer, ni menos se detiene en el añejo debate entre o’higginistas y carreristas. En la historiografía chilena abundan las investigaciones y discusiones sobre dicho conflicto.
Esta es la historia de un hombre fascinante. Para muchos, el verdadero padre de la patria. Samuel Haigh, comerciante inglés que vivió en Chile entre 1817 y 1819, fue un válido testigo de lo sucedido en esos confusos días. Amigo de O’Higgins y de San Martín, simpatizó profundamente con la causa patriota. Conoció bien a Manuel Rodríguez, y lo describió con certeza: «Los sentimientos de Rodríguez —afirma en su libro Viaje a Chile— eran los de un ardiente y virtuoso republicano. Contribuyó con sus guerrillas a distraer y molestar a las fuerzas españolas durante la época en que se esperaba la invasión de San Martín a Chile, y fue uno de los más celosos corresponsales del general. Con marchas forzadas, emboscadas, falsas noticias, etc., desconcertó a Marcó del Pont de tal manera que la causa patriota debe a Rodríguez una profunda gratitud, pues contribuyó con sus hazañas a las victorias finales». Haigh concluye que Manuel Rodríguez «era tal vez el hombre más popular de Chile, siendo en muchos puntos de un carácter diverso al de los jefes del gobierno, que le prepararon tan triste fin»².
Puede resultar exagerado decir que era el hombre más popular de Chile, pero sí fue uno de los más buscados. Su cabeza llegó a costar mil pesos, algo parecido a diez millones el día de hoy. Su historia ha dado mucho de qué hablar a lo largo de los años, pues nació y murió rodeado de misterio. La leyenda dice que el día de su bautizo, un fraile franciscano famoso por augurar el destino de los recién nacidos predijo que Manuel sería un caudillo, admirado por multitudes, pero que caería en un abismo profundo y oscuro. Su trágico final correspondería al primer asesinato político ocurrido en Chile, convirtiéndolo, además, en el primer detenido desaparecido del país. Es como para no creerlo: patriotas asesinaron a otro patriota, cuando ya no quedaban realistas en el país. La historia ha culpado a la Logia Lautaro, grupo secreto que dominaba en ese entonces el gobierno de O’Higgins y que ya se había encargado de liquidar a dos de los hermanos Carrera. «Tenebrosos decretos cobardemente asesinaron al ilustre chileno don Manuel Rodríguez —afirma Vicuña Mackenna—. Su muerte ha dejado de ser un misterio para ser el baldón de un club político, baldón impersonal e irresponsable, es cierto, ante la ley escrita, pero que la historia ha recogido ya en sus páginas de fuego y castigo»³. Los testimonios, documentos y confesiones que hay al respecto han tendido a confundir más el panorama, rodeando de enigmas la figura de Manuel Rodríguez.
Todavía hay mucho por descubrir sobre esta historia. Espero que las siguientes páginas sirvan justamente para eso. Para confirmar o desmitificar lo que ha escrito Joaquín Edwards Bello en su Mitópolis: «nuestro buen pueblo ha engordado la gloria de Manuel Rodríguez. En ello influye la emotividad de la muerte. Muerte violenta. Asesinato y animita. El eterno revolucionario es endiosado»⁴.
Endiosado o no, su historia es de verdad. Fue un hombre atrevido, que se enfrentó a los rigores de la montaña y del invierno, a las amenazas del gobierno español en el período de la reconquista, y logró escapar del temido ejército de los Talaveras. Desafió muchas veces la muerte, pero nunca nada lo detuvo. Estaba en todas partes, y en ninguna a la vez. Bien lo dice, una vez más, Vicuña Mackenna: «los ardides ingeniosos a que recurría le han valido un prestigio novelesco. Hombres y mujeres, pobres y ricos, celebraban en voz baja las jugarretas que hacía Rodríguez a los esbirros de un gobierno detestado»⁵.
Independiente de que diversos historiadores lo quieran o lo detesten, sí hay algo claro y unánime: la labor desplegada por Manuel Rodríguez después de la Patria Vieja contribuyó decididamente a facilitar el paso del Ejército Libertador de San Martín. Aportó con hombres, con armas y con estrategias que despistaron al ejército realista. Reafirmó tanto en la gente del campo como de las ciudades la necesidad de luchar contra la dominación española. Mucho le debe entonces el éxito de Chacabuco en enero de 1817. Eso no puede negarse, independiente de que algunos se hayan encargado de dejarlo para la posteridad como un verdadero delincuente, porfiado e inescrupuloso. O como un hombre impetuoso y turbulento, a decir de Barros Arana. Bueno para cumplir misiones, pero incorregible y poco confiable.
Y aunque es cierto que al asumir O’Higgins uno de sus primeros objetivos sería deshacerse de él porque ya se había convertido en una amenaza para el Director Supremo, todo lo que sucedió antes es extremadamente valioso para la causa independentista. Manuel Rodríguez no es una leyenda sin valor histórico, ni tampoco «un mito originado en la pereza mental de un país donde nadie quiere que le cambien ninguna idea, ningún símbolo, ninguna imagen»⁶.
Su vida y su obra son reales, y es por eso que hasta hoy en día su legado se recuerda en calles, centros deportivos, frentes políticos, escuelas y liceos, clubes sociales, compañías de bomberos, plazas y billetes, películas, canciones y poemas. «Como fue Manuel Rodríguez debiera de haber quinientos», cantaba Violeta Parra.
Rodríguez hizo mucho en muy poco tiempo. Su actuar público transcurrió entre 1810 y 1818. Una vida corta, pero intensa. Audaz y versátil como pocos, hay quienes lo han calificado como uno de los patriotas más desinteresados de