Los caballos y burros yacían casi ahorcados después de muchos intentos por zafarse de sus ataduras. Las gallinas deambulaban extraviadas en todo el caserío. El maíz y el frijol estaban derramados sobre los muebles y el piso de tierra, las ventanas rotas, las puertas desechas. El silencio era perturbador. Fue el panorama que nos encontramos en los Altos y la Selva de Chiapas cuando nos internamos en la zona después de la traición de febrero de 1995, después de que el Ejército entrara a las comunidades zapatistas por órdenes de Zedillo. No había más que destrozos y muerte. Los pobladores habían huido súbitamente.
El artífice de esa violencia del 94 fue el