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Nacionales y gremialistas: El "parto" de la nueva derecha política chilena, 1964-1973
Nacionales y gremialistas: El "parto" de la nueva derecha política chilena, 1964-1973
Nacionales y gremialistas: El "parto" de la nueva derecha política chilena, 1964-1973
Libro electrónico719 páginas23 horas

Nacionales y gremialistas: El "parto" de la nueva derecha política chilena, 1964-1973

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Esta obra analiza la resurrección de la derecha partidaria a mediados de los años sesenta, período en que se produjo la muerte de la derecha histórica y la emergencia de dos nuevos referentes en e Partido Nacional y el Movimiento Gremial de la Universidad Católica. El libro rebate la hipótesis generalmente aceptada de que aquella era una derecha asustada del reformismo democratacristiano y de la amenaza socialista, afirmando, por el contrario, que se trataba de una derecha a la ofensiva, la cual revalorizó la importancia del campo político como el espacio real de disputa del poder, colapsando definitivamente las tendencias históricas a la cooptación. El libro afirma que en esa etapa nació una derecha moderna, la cual se nutría de varios proyectos alternativos a los existentes, provenientes del nacionalismo, el neoliberalismo, el alessandrismo u el corporativismo, aunque ninguno de ellos logró en ese momento la hegemonía al interior del sector, los que pugnaban por imponerse. Tanto el Partido Nacional como el Movimiento Gremial anidaban a todas las fuerzas derechistas en fermento; no obstante fue el gremialismo el que logró consensos sustantivos en materia proyectual y el diseño de un nuevo estilo político, condiciones que le permitirían sobrevivir a la hecatombe de 1973 y posicionarse como la derecha con más futuro.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento1 may 2018
Nacionales y gremialistas: El "parto" de la nueva derecha política chilena, 1964-1973

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    Nacionales y gremialistas - Verónica Valdivia

    LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

    © LOM Ediciones

    Primera edición, 2008

    ISBN: 978-956-00-0029-3

    Diseño, Composición y Diagramación

    LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Fono: (56-2) 2 860 68 00

    www.lom.cl

    lom@lom.cl

    Verónica Valdivia Ortiz de Zárate

    Nacionales y gremialistas

    El parto de la nueva derecha política chilena

    1964 - 1973

    Para Jorge Francisco, mi genio loco.

    Agradecimientos

    La temática y el período que aborda este libro, como podrá apreciar el lector, supuso un trabajo largo y acucioso, considerando las variables intervinientes y la variedad de fuentes de información. Es, lo que podríamos llamar, un libro de conocimiento acumulado, el cual se ha nutrido de múltiples investigaciones anteriores, no solo respecto de otras expresiones derechistas –políticas e ideológicas–, sino también de incursiones en historia de los trabajadores y de períodos y procesos muy anteriores al objeto de este estudio. Tales experiencias hicieron posible el abordaje de la derecha política de los años de la revolución chilena, sin una mirada exclusivista y sesgada, sino integral, inserta en el gran cataclismo que fueron los años de la Revolución en Libertad y de la Vía Chilena al Socialismo. Ello explica la gran deuda que a lo largo de su realización contrajo la autora con numerosas personas e instituciones.

    En primer lugar, me parece pertinente agradecer al Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Chile, donde me formé, especialmente al Programa de Magíster, cuya especialización en historia social y económica me obligó a mirar a actores y procesos ajenos a mis intereses específicos. Ese bagaje resultó crucial para establecer relaciones entre fenómenos aparentemente inconexos, ofreciendo una perspectiva amplia, la cual posibilitó en importante medida un análisis que estudiara a la derecha en interdependencia con la izquierda, óptica poco habitual. Tal proceso fue favorecido, además, por el hecho de que este libro constituyó originalmente la Tesis Doctoral en Historia que desarrollé bajo el alero de ese mismo Departamento y del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de esa universidad. Por ello, agradezco en forma muy especial a la doctora en Historia, señora Olga Ulianova, quien ofició como directora de Tesis e hizo posible que esto llegara a buen término. Asimismo, agradezco a la doctora Eugenia Fediakova y los doctores Alfredo Riquelme y Augusto Samaniego por el apoyo brindado.

    En segundo lugar, quisiera mencionar al equipo que me acompañó en lo que fue el Proyecto Fondecyt, sobre izquierdas y derechas, dentro del cual se desarrolló esta investigación. Éste estuvo integrado por los historiadores Rolando Álvarez, Julio Pinto y Sebastián Leiva, así como por la exponente de la nueva generación, Karen Donoso. A lo largo de tres años analizamos la díada de izquierdas y derechas entre la década del sesenta y finales de los años ochenta, constituyéndose las reuniones periódicas y el trabajo cotidiano en un espacio de aprendizaje y de reflexión de primer orden. Es absolutamente seguro que ello fue un elemento clave en la concreción de este texto, a pesar de mi total responsabilidad en lo aquí planteado. Las distintas voces y perspectivas facilitaron mi comprensión de la interdependencia entre estos dos sectores políticos en cada contexto específico. Para ellos, como grupo, no tengo sino palabras de agradecimiento, admiración y cariño.

    A Rolando quisiera agradecerle una vez más su colaboración y su independencia como historiador, que lo mantienen como un espíritu crítico, insobornable. Alguna de la información utilizada en este libro fue recogida por él hace algunos años, cuando todavía se desenvolvía como mi ayudante de investigación, convirtiéndose en un conocedor profundo de la Biblioteca Nacional, donde encontró más de alguna fuente poco conocida. Pero, sin duda, ello solo expresa la amistad y la camaradería que nos han reunido.

    Sebastián confirmó en estos años de trabajo no solo su autonomía intelectual, como su capacidad de disentir y debatir en un marco de respeto, ayudándome a entender actores y situaciones a veces complejas para mí, sino tan o más importante, todo ello envuelto en una gran calidad humana. Su presencia en el equipo ha sido un gran regalo.

    Mención especial debo a Karen Donoso, quien trabajó directamente conmigo a lo largo del proyecto, convirtiéndose en una colaboradora como pocas, cuya dedicación y eficiencia fueron vitales para el éxito de este estudio. A pesar de no haber tenido en un comienzo una preparación acabada en historia política, se sumergió en la temática, alcanzando rápidamente una notable comprensión del objeto de estudio. Su mirada culturalista ha sido sin duda un aporte al resultado final. Su apoyo también se ha traducido en su rol de ayudante de cátedra en dos universidades, lo que me permitió dedicarle más tiempo a este libro. Su confianza, cariño y amistad han completado una relación que traspasa el ámbito estrictamente académico.

    De igual modo, debo un reconocimiento a la historiadora María Angélica Illanes, quien como directora de la Escuela de Historia y Ciencias Sociales de la Univeridad ARCIS, en los años en que me encontraba en plena redacción me respaldó en mi decisión de escribir este libro, haciendo posible extender mi permanencia en esa Casa de Estudios. Angélica facilitó mi trabajo docente, de modo que pudiera dedicarle más tiempo a este trabajo, creando las condiciones para desenvolverme en las dos tareas académicas a que me hallaba abocada, en medio de un ambiente grato. El historiador Pablo Artaza coadyuvó a ese esfuerzo, creando el clima necesario para hacer de mi último año allí un tiempo de feliz recuerdo. A Pablo le debo, además, su amistad y la de Estela.

    Para el periodista Abraham Santibáñez solo puedo tener palabras de gratitud, por lo mucho que me ha ayudado y por su permanente disposición para escuchar mis innumerables preguntas, sostener conversaciones sobre periodismo e historia, para facilitarme material de época y hacer más de alguna inteligente sugerencia. Su apoyo ha sido invaluable.

    El historiador y politólogo Juan Carlos Gómez no podría estar ausente en estos agradecimientos, siempre atento y dispuesto a conversar, debatir, facilitarme textos y aclararme más de algún concepto. Su amistad en las últimas dos décadas ha sido muy importante en mi carrera, aunque muchas veces discrepemos teórica y metodológicamente. Más importante ha sido su cariño, ahora que solo quedamos dos.

    Este libro no habría sido posible sin el apoyo de un verdadero mini ejército de ayudantes de cátedra, quienes fueron imprescindibles. Quiero recordar y agradecer infinitamente a Eduardo López, de la Universidad de Santiago de Chile, quien una vez más me salvó en un momento crítico; a la entonces estudiante de Periodismo de la Universidad Diego Portales, Sandra Lodos, llena de entusiasmo y lealtad; a Boris Cofré, de la Universidad ARCIS, quien asumió una parte importantísima de la evaluación de las lecturas en las cátedras respectivas. Especial mención para el estudiante de esa misma Casa de Estudios, Marco García, quien cooperó desinteresadamente con la autora de este texto y que, desgraciadamente, ya no se encuentra entre nosotros. Para todos ellos, mil gracias.

    Igualmente, tengo una deuda de gratitud con el periodista Ramón Gómez, quien me facilitó gentilmente material recopilado por él, especialmente folletos y libros. Su cariño y amistad son, sin duda, un soporte invaluable.

    El período y la temática que cubre este libro fue abordado, de modo preliminar, en un Seminario de Chile en el siglo XX que la autora dictó en la Universidad de Santiago de Chile en el año 2003 Izquierdas y derechas entre 1965 y 1973. Ahora que el texto está terminado, no podría dejar de mencionar a las(os) estudiantes que fueron parte de ese curso y a quienes recuerdo con especial cariño. Algunos de los documentos utilizados en esta investigación fueron encontrados por participantes del seminario, facilitándomelos. Aunque no puedo nombrarlas(os) a todas(os), saben que los recuerdo a cada una(o). De la misma forma quisiera mencionar a las(os) alumnas(os) de esa misma universidad que fueron parte de los seminarios sobre el régimen militar chileno entre 1973 y 1980 y el Estado Burocrático Autoritario en el Cono Sur de América Latina, con quienes reflexionamos sobre esos temas y sus anexos, en un marco de respeto y afecto. Igualmente un recuerdo para Catalina, Myrza, Natalia y Daniela.

    Como ha ocurrido en otras ocasiones, agradezco a todo el personal de la Biblioteca Nacional por su disposición a colaborar con el trabajo de esta investigadora, haciendo de ese recinto un lugar insustituible, grato y amable. Especial referencia quiero hacer a Liliana Montecinos y Jaime Román, del Salón de Investigadores; a don Fernando Castro, entonces jefe de la hemeroteca; a la señora Elda Opazo, entonces jefa de la sección Periódicos, quienes han tenido la gentileza de facilitarme el acceso a fuentes. No podría dejar de mencionar a algunos de los funcionarios por su apoyo: a Juan José, Danilo y Fabián.

    Como mencioné, este trabajo no habría sido posible sin el respaldo de la Comisión Chilena para la Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT), la que a través de su programa FONDECYT financió esta investigación: el proyecto No.1040003, titulado Izquierdas y derechas: una historia inversa, 1965-1988, dirigido por la autora.

    Aunque lo he recordado en otras ocasiones, ésta no podría ser una excepción. Un recuerdo para mi entrañable amigo Luis Moulian, quien aún vivía cuando comencé mi estudio de una fracción de las derechas. De hecho, este libro comenzó a escribirse con motivo del Encuentro de Historiografía que cada año se realiza y conmemora su muerte, en el tercero de los cuales expuse la relación entre política, derecha e historiografía. La compañía de Lucho en el entonces Salón Fundadores de la Biblioteca Nacional constituyó una época inolvidable, que despierta mis nostalgias constantemente.

    No podría dejar de mencionar a quienes están permanentemente a mi lado, apoyándome y soportando los largos períodos que vivo en otro tiempo. A mis padres, María Elena y Ernesto; a mi hermana María Elena, a Macarena, quien además aportó sus conocimientos computacionales, y Jorge. Sin su cariño, esto no sería posible. Igualmente, quisiera mencionar a Manuel y Camila Pinto por su paciencia y cariño.

    Un agradecimiento muy especial para la señora Gabriela Zamora, por todo el apoyo que me ha regalado a lo largo de dieciocho años. Igualmente a la señora Carmen González y a don Guillermo Cano, que hacen mi vida cotidiana más fácil, facilitando mi dedicación a este trabajo.

    Como siempre, mis palabras finales para Julio Pinto, quien comparte mis días, mis triunfos y mis fracasos. Demás está decir que fue el primer lector de este libro, un agudo crítico y mi mayor apoyo. Creo que pocas personas comprenden como él lo importante que era este libro en mi vida.

    Introducción

    El Partido Unión Demócrata Independiente (UDI) ha sido la colectividad partidaria que ha registrado el mayor crecimiento electoral en Chile en los últimos años, convirtiéndose no solo en el principal partido de la derecha política, sino el de mayor fuerza del país. Este proceso mostró sus primeros logros en las parlamentarias de 1997, ocasión en la cual logró un 14,5% de la votación, manteniendo dicha tendencia en las municipales del año 2000, cuando consiguió un 16%. En las elecciones parlamentarias del 2001 obtuvo la más alta votación entre los distintos partidos en competencia con un 25,2% de los votos para diputados y, aunque esta tónica se detuvo en las municipales del 2004, alcanzando solo un 19% entre los alcaldes y 21,99% entre los consejales, seguía siendo la segunda colectividad más importante después de la Democracia Cristiana. A pesar de haber perdido la elección presidencial por cuarta vez consecutiva, en las parlamentarias del 2005 la UDI se confirmó como el partido electoralmente más importante¹. Dicha expansión se ha relacionado con el hecho de que la UDI ha diseñado una estrategia de copamiento electoral, captando el voto femenino, pero también logrando penetrar en sectores sociales que hasta entonces eran reducto de la izquierda y el centro político, ampliando su universo electoral. Ha obtenido una importante representación en algunas de las comunas más pobres de la Región Metropolitana, como en algunas provincias históricamente no cercanas a la derecha política. En efecto, durante las elecciones municipales del año 2000, la UDI ganó las alcaldías de las comunas de Renca, Estación Central y Peñalolén. En materia parlamentaria, alcanzó primera o segunda mayoría en Iquique, Valparaíso, Punta Arenas y Cautín². En esta última elección municipal, si bien perdió Maipú, Conchalí, Peñalolén y San Bernardo, obtuvo alta votación en Puente Alto y retuvo comunas como Renca, confirmando su presencia en áreas populares; como también la ciudad de Concepción. En otras palabras, este auge revela grados de competitividad nunca antes exhibidos por la derecha oligárquica y el despliegue de un estilo particular.

    Este crecimiento es sorprendente dadas las tradicionales coordenadas geográfico-electorales del politizado Chile del siglo XX, cuando en general la izquierda dominaba las comunas más pobres y las provincias más industrializadas del país, y la derecha era fuerte en los sectores más pudientes y en las áreas agrícolas de dominio terrateniente. Los profundos cambios ocurridos en la sociedad chilena desde los años setenta con la implementación del modelo neoliberal y la desaparición del latifundio, la modernización de las relaciones laborales en el agro, como la emergencia de una economía y una sociedad urbana de nuevo cuño han estado revelando su impacto en el plano electoral. La pobreza ya no es sinónimo de identificación con la izquierda, necesariamente. En los últimos años pareciera que la derecha UDI ya no crece solamente a expensas de la Democracia Cristiana, sino que ha empezado a hacerlo también a cuenta de la izquierda.

    ¿Cómo podemos explicarnos el fenómeno político de la UDI? Se trata de un partido que nació bajo el alero del régimen militar encabezado por el general Augusto Pinochet, convirtiéndose en el heredero del proyecto de modernización puesto en vigencia bajo su égida y cuyos ideólogos y gestores fueron, precisamente, quienes dieron vida en 1983 a la UDI. Fue, por tanto, una colectividad plenamente identificada con la destrucción del Estado benefactor existente hasta 1973, como de las organizaciones sociales y sindicales de origen popular, asociado a la fuerte represión que los militares ejercieron sobre pobladores y marginados. Refiriéndose a la derecha chilena, el cientista político Carlos Huneeus ha sostenido que a pesar de que los electores ubican a la UDI bien a la derecha, de todos modos votan por ella. Desde su perspectiva, ello se debe a que la UDI es el único partido que tiene reales características de tal en el Chile de hoy, pues cuenta con una estrategia de poder, un grado de cohesión inexistente entre sus adversarios, y un desarrollado sentido del tiempo y del poder³. Sus exponentes, especialmente uno de sus ex presidentes, Pablo Longueira, serían políticos modernos, agresivos, pragmáticos e imbuidos de una fuerte convicción.

    El trabajo que ahora presentamos parte de esa constatación, un fin de siglo XX que nos revela una reversión de la historia, la cual se caracterizó por una izquierda en auge, con la iniciativa política en sus manos, de fuerte arraigo social, con un movimiento popular activado y dispuesto a cambiar el orden capitalista por uno socialista; y una derecha a la defensiva, sin proyecto que ofrecer al conjunto social y carente de una perspectiva nacional. Estos rasgos, según la gran mayoría de los estudios, se habrían acentuado durante los años sesenta y la experiencia de la Unidad Popular, estando acorralada y asustada frente al embate expropiador de la izquierda, la cual amenazó el derecho de propiedad en su conjunto y el sistema de dominación, socavando las bases en que ella se sostenía. Desde nuestro punto de vista, aquella debilidad de la derecha era solo aparente, pues en realidad se encontraba en pleno proceso de rearticulación, lo que quedó enmascarado por la aguda lucha política de los años sesenta y de la Unidad Popular. De acuerdo a lo que plantea esta investigación, los años sesenta fueron el parto de la nueva derecha política chilena y como tal fue un proceso tenso, conflictivo y doloroso, el que enfrentó a distintas tendencias y grupos, pero que concluyó en 1973, junto con el golpe militar de septiembre.

    En concreto, este libro analiza el ocaso de la derecha histórica identificada con los conservadores y los liberales y la emergencia de dos nuevos exponentes de ella: el Partido Nacional y el Movimiento Gremial de la Universidad Católica. Se ha escogido la derecha política y no la económica o mediática (El Mercurio) –aunque no la ignora–, toda vez que desde los sesenta la política recobró su importancia central para la derecha, como el espacio real del poder, relativizándose las tendencias cooptativas. Asimismo, porque la derecha que actualmente representa un desafío analítico y político es la materializada en los partidos, la UDI, capaz de penetrar con su estilo y sus propuestas a sectores impensables cuarenta años atrás. Esta investigación reconstruye la primera fase de la historia de esa derecha. No es su pre-historia, perspectiva con la cual la abordan la mayoría de los estudios, sino su nacimiento con todo lo que ello involucra. Se ha elegido al Partido Nacional porque él fue la primera respuesta a los afanes de cambio que cruzaban al sector después de la desaparición de su antecesora histórica y quien lideró la confrontación con la Democracia Cristiana, la izquierda en los sesenta y la Unidad Popular. El Partido Nacional fue una derecha clave, en tanto no fue una mera alianza de conservadores y liberales, sino representó un intento de renovación política e ideológica, tratando de dar respuesta a las inquietudes de los grupos sociales que pretendía representar, mediante una mixtura entre corporativismo y liberalismo. Al tiempo que rechazaba el mundo surgido de la Revolución Francesa y adhería a posiciones organicistas, funcionaba en la institucionalidad liberal y reivindicaba el capitalismo, argumentos con los cuales dio batalla contra la experiencia socialista. Su disolución después de 1973 y la diáspora de sus miembros lo convirtieron en jarpismo y no representativo de la nueva derecha. A su vez, hemos escogido al Movimiento Gremial de la Universidad Católica porque representó un giro drástico respecto de la derecha histórica, en cuanto abandonaba explícita y activamente el liberalismo y reivindicaba el capitalismo y un corporativismo antiestatal, de raíz tradicionalista católica. Por tratarse de una nueva generación, testigo del ocaso de su antecesora, el gremialismo contenía las fuerzas para dar la lucha política y articular un proyecto, constituyéndose en el referente del futuro. Este estudio tiene como finalidad recrear el nacimiento de ambos exponentes derechistas y de los avatares del proceso, evaluando los cambios programáticos y de estilo político, determinando la importancia que en ese proceso tuvieron las experiencias democratacristiana y socialista.

    A pesar de la importancia que este sector político ha tenido en los últimos treinta años en los destinos del país, no ha sido un objeto de estudio que haya atraído la atención de los historiadores. Dos de las escuelas historiográficas chilenas más importantes confirman esta tendencia. En efecto, la historiografía de izquierda se ha concentrado en su propia historia o en los actores sociales que aspira a representar: desde mediados del siglo XX, cuando nació la Escuela Marxista, los únicos trabajos acerca de esas colectividades remitían a la historia del Partido Comunista o del Socialista y la mayoría de las veces solo a sus Congresos. Asimismo, esta Escuela se abocó a los estudios del movimiento obrero chileno, rescatando de la oscuridad a obreros salitreros, organizaciones socio-laborales populares como mutuales y mancomunales, y denunciando las matanzas obreras de comienzos del siglo XX⁴. Esta tendencia fue reafirmada a partir de la década de los ochenta, cuando la Nueva Historia Social sacó los estudios históricos referidos al mundo popular del marasmo en que los sumió el golpe militar de 1973. Con aires renovados, esta nueva escuela se concentró en el denominado bajo pueblo, esto es, los marginales, peones, prostitutas, niños y jóvenes pobres⁵. En otras palabras, el otro , el actor no popular, no aparecía entre sus intereses. Esto, por cierto, tiene sus propias raíces historiográficas, toda vez que durante gran parte del siglo XX la historiografía era fundamentalmente político-institucional, referida preferentemente al período colonial o a las primeras décadas del siglo XIX, especialmente el llamado período portaliano. La Escuela Marxista, y posteriormente la Nueva Historia Social, han intentado hablar de otro Chile, de aquel constituido por el bajo pueblo.

    Esta mirada autorreferencial de alguna manera era un reflejo de lo que simultáneamente sucedía en la izquierda partidista, quien miraba a la derecha a través del lente de la lucha política. Para los comunistas y socialistas de la década del sesenta, la derecha no podía ser sino fascista o sediciosa, golpista, incluso gorila, aludiendo a sus conexiones con oficiales conspirativos, asociándolos a los militares argentinos de la época. Dicha calificación, sin embargo, era más una terminología propia de la lucha política que un análisis racional y pomenorizado de su oponente. Llamaban a la derecha fascista y golpista, pero sin una comprensión cabal de lo que ello podía significar, al punto de que creían posible detener sus acciones conspirativo-sediciosas mediante la movilización de masas, como ocurrió a raíz del levantamiento militar de octubre de 1969, el Tacnazo encabezado por el general Roberto Viaux. Los comunistas y los dirigentes de la CUT estaban convencidos de que el pueblo podía defenderse frente a una intentona fascista-golpista con su movilización. Ni siquiera el MIR realizó un análisis menos apasionado y cruzado por los fuegos de las metas socialistas. A pesar de conocer muy bien en qué consistía el entrenamiento norteamericano a los militares latinoamericanos y chilenos, ello no se tradujo en una acción intelectual ni política ajustada al diagnóstico. Aun hoy, sectores que podrían asociarse a una posición de izquierda siguen calificando a la derecha con términos vacíos de contenido. Refiriéndose a la UDI, Rafael Gumucio ha afirmado: Quisieron, a veces, confiar en las elecciones y creer que el otro tiene derecho a existir. Pero finalmente recurren a lo único que les ha funcionado: los golpes de Estado y las intrigas palaciegas ⁶. Es decir fascista y golpista.

    En síntesis, la izquierda política e intelectual-historiográfica no conocía ni conoce a la derecha. Así como son escasos los trabajos acerca de ella en general, también lo son respecto al Partido Nacional, los gremialistas en los sesenta, como de la UDI y Renovación Nacional, aunque algo se ha avanzado.

    Si la historia es pasado y presente, pero sobre todo futuro, hay aquí un deuda pendiente.

    Por su parte, la nueva escuela historiográfica política asociada a la derecha, tampoco se ha concentrado en su propia historia. Los trabajos de Gonzalo Vial, de Patricia Arancibia Clavel o Gonzalo Rojas han fijado su atención en su oponente, la izquierda. A través de sus Fascículos de Historia de Chile en el diario La Segunda, Gonzalo Vial se autoasignó la tarea de auscultar los últimos cuarenta años de la historia de Chile, haciendo hincapié en la polarización ideológica de la izquierda en los sesenta, que explicarían los grados de lucha política a la que se llegó y la ruptura del sistema. Arancibia, por su parte, se ha especializado en la violencia política de los sesenta, haciendo referencia solo a la izquierda, para lo cual usa discursos de líderes de esa tendencia, incluyendo al propio Luis Emilio Recabarren. Gonzalo Rojas, por su parte, nos habla de las garras del oso soviético en Chile⁷. ¿Por qué este renovado interés?. Hasta unos quince años atrás, los historiadores de derecha más bien seguían apegados a la historia de instituciones, guerras o empresarios. La activación del debate político a partir de los noventa con el Informe Rettig, que daba cuenta oficial de las graves violaciones de derechos humanos en Chile durante el régimen militar, colocó a la historia en un primer lugar. La confirmación pública de que la izquierda y los sectores populares habían sido reprimidos durante ese gobierno, desconociéndoseles cualquier derecho humano, trasladó la discusión de la arena política a la historiográfica. Si ya no era posible negar dichos actos, la cuestión ahora era la responsabilidad de la crisis. La nueva escuela de historiadores de derecha busca sentar desde la historiografía aquello ya predicado desde la política: la izquierda fue la culpable.

    El resultado de estos enfoques historiográficos es que ambas escuelas miran hacia la izquierda. La derecha, por el contrario, sigue siendo un objeto medianamente desconocido.

    No obstante lo anterior, no ha estado abandonada del todo, aunque su análisis ha sido insuficiente. Rompiendo la regla, durante los años ochenta Tomás Moulian, sociólogo, abordó esta temática, planteando las primeras hipótesis. El debate se ha centrado en torno al papel de la derecha en la política chilena durante el siglo XX, para lo cual se ha analizado su naturaleza como su carácter programático. De acuerdo a Tomás Moulian, la derecha chilena que actuó entre 1938 y 1964 (Partidos Conservador y Liberal) tenía una naturaleza aristocratizante, pues veía a la sociedad como esencialmente jerárquica y a los sectores populares como eminentemente peligrosos. Esta visión negativa del conjunto social impedía a la derecha articular un proyecto nacional, pues predominaban en ella los intereses corporativos y de clase. Esto derivaba en la carencia de un proyecto de modernización, siendo obligada a ir a la zaga de los verdaderos portadores de él –la centro-izquierda: el Frente Popular y luego la Democracia Cristiana–. Para Moulian, por ende, la derecha históricamente adoleció de una debilidad hegemónica –la ausencia de proyecto modernizador– por lo cual desarrolló estrategias defensivas u ofensivas, dependiendo de la peligrosidad de la amenaza reformista, para mantener sus privilegios. Esta visión de Moulian se apoya en una derecha liberal –identificada con el partido de ese nombre–, que no era la expresión de una burguesía con capacidad de emprender un proceso de transformaciones profundas que demolieran los resabios de la sociedad señorial, pues en realidad se trataba de un liberalismo que en su momento había sido progresista en lo cultural (secularizador) y en su concepción del Estado (rechazo al autoritarismo), pero que nunca cuestionó la estructura económico-social existente. Por eso, conservadores y liberales serían igualmente conservadores. Desde ese punto de vista, la derecha es vista como un sector reaccionario, reacio al cambio económico y social, y antidemocrático, pues dicho régimen político amenazaba sus bases de poder, intentando mantener los avances en ese terreno dentro de un plano restringido. Aún cuando Moulian acepta que en el discurso de la derecha había una valoración de la democracia como sistema de gobierno, lo atribuye más bien a una racionalidad estratégica enfocada a la defensa del statu quo, lo cual en el fondo demostraría su carencia de una concepción pluralista y verdaderamente democrática. Tal interpretación explicaría sus tendencias autoritarias y la búsqueda de exponentes alejados de la política convencional, como su inspiración en el pensamiento conservador⁸. Esta tesis ha sido reforzada por análisis que han rastreado dicho pensamiento en Chile, señalándolo como uno de los pilares de la derecha y reafirmando con ello su carácter retardatario y contrario a los cambios, como también la centralidad que la derecha le asignaría al nacimiento para la membresía política. Por otra parte, desde la óptica del derecho de propiedad se ha escudriñado a las clases dirigentes, avalando la tesis de Moulian de un sector contrario a las transformaciones estructurales y de su tensa relación con la democracia. Según esta interpretación, la naturaleza reaccionaria de los sectores sociales que se identificaban con la derecha histórica se hace absolutamente transparente en su total rechazo a cualquier intento de reformular dicho derecho, convirtiéndose la propiedad en el siglo XX en la frontera de la democracia ⁹.

    Desde el ámbito de la historiografía, Sofía Correa se ha encargado de estudiar a este actor socio-político, cuestionando las afirmaciones de Moulian, empezando por la posibilidad de hablar singularmente de ella, apostando más bien por una mirada plural: ‘las derechas’, haciendo referencia no solo a los partidos políticos, sino también a los grupos políticos corporativos, los nacionalistas, las asociaciones empresariales y El Mercurio, como su líder mediático. A su entender, la derecha remite a posturas políticas, pero tambien tiene una dimensión económica y social al estar conformada por grupos económicos que controlan la estructura económico-social. Correa, al contrario de Moulian, cree que la derecha constituida por conservadores y liberales efectivamente desarrolló un apego a la democracia representativa en la medida que debió disputar con el centro y la izquierda el poder político y usar la institucionalidad para controlar los programas de reforma levantados por sus adversarios. Tal co-habitación por décadas habría posibilitado una derecha no reacia al cambio económico-social, sino cooptativa de él, siempre que le permitiera resguardar sus privilegios. En ese proceso, la derecha habría ido legitimando la arena parlamentaria como un espacio para dirimir los conflictos políticos, como la acción cooptativa de los radicales, las redes clientelares y la penetración empresarial en las agencias del Estado, instrumentos todos que le permitieron reforzar su poder económico, social y político, pero a la vez identificarse con el orden existente¹⁰. Esta postura ha sido compartida por aquellos que destacan el respeto de este sector por la tradición republicana y la defensa de las libertades públicas, como por su carácter antipopulista, partidista, frondista y liberal, el cual desconfió del corporativismo y del nacionalismo, siendo profundamente pragmático y no doctrinario¹¹. En estos análisis, como se puede observar, se rescata el rasgo de flexibilidad y capacidad de acomodación de la derecha histórica frente a los cambios sociales ocurridos a partir de los años veinte. Esta flexibilidad pondría en evidencia una derecha partidaria de la modernización, pero graduada y siempre que no afectara las bases de sus privilegios y posición en la sociedad, pero posibilitando el cambio.

    Para Correa, asimismo, no existía ausencia de proyecto modernizador como sostiene Moulian, pues éste emergió durante la década del cincuenta desde la derecha económica: el neoliberalismo, tendencia que hizo su aparición durante la Misión Klein-Saks (1956) y la denominada Revolución de los Gerentes (1958-1960). En efecto, Sofía Correa cree más pertinente distinguir entre derecha política y derecha económica, asociando la existencia de un proyecto modernizador con esta última, la cual comenzaría a adquirir fuerza desde mediados de la década de los cincuenta: la nominación del empresario Arturo Matte Larraín como candidato presidencial de la derecha en la elección de 1952 revelaría la preponderancia que esos grupos habían ido alcanzando dentro de ese sector político, lo cual se confirmaría con la nominación de Jorge Alessandri en 1958 y posteriormente en 1970. El proyecto de la derecha sería la modernización capitalista, el cual partía de una evaluación crítica del desarrollo económico y social implementado desde 1938, teniendo como meta liberalizar la economía restringiendo el papel del Estado¹². Compartiendo esta afirmación, otros estudios han apuntado a la necesidad de no hablar del empresariado como un todo, sino reconociendo una subdivisión entre un empresariado tradicional, es decir, nacido al alero de la Corfo, para el cual sería aplicable la tesis de Moulian, pero no para el núcleo empresarial moderno, ligado al naciente neoliberalismo de los cincuenta¹³.

    En suma, de acuerdo al análisis de Correa, el siglo XX presenció una derecha modernizadora y no reaccionaria como sostiene Moulian, concibiendo la modernización en tanto sistema electoral y liberalización de mercados. El centro de su argumentación, sin embargo, se sostiene en una caracterización del sistema político como competitivo, en circunstancias que mantenía importantes rasgos de exclusión y cuyo pequeño mercado electoral permitía el uso de redes clientelares, el cohecho y la base cautiva de los campesinos. ¿Era realmente competitivo? Asimismo, según Correa este sistema estaba constituido por una izquierda asociada al Partido Radical y no a los partidos marxistas, lo cual le permite afirmar la flexibilidad derechista y su capacidad cooptativa. No obstante, desde 1938 es claro que siendo la fisura interpartidaria el conflicto de clases¹⁴ y la dicotomía marxismo-capitalismo, la izquierda estaba formada por socialistas y comunistas y el radicalismo pasó a ser el centro. Lo que hizo posible el acercamiento con los radicales fue precisamente el hecho de que en su gran mayoría eran partidarios del capitalismo, aunque fuera con intervención estatal, más que de un socialismo marxista que programáticamente apuntaba a la propiedad colectiva. Fue esa coincidencia en el capitalismo y la propiedad la que permitió las alianzas centro-derechistas a partir del gobierno de Juan A. Ríos. En ese sentido, considerar a la izquierda como marxista, relativiza la cooptación y, por tanto, la base de la caracterización democrática de la derecha. Por otra parte, situar al radicalismo como izquierda tiene el efecto de que la verdadera izquierda desaparece como actor, en circunstancias que izquierdas y derechas son interdependientes, y su evolución refleja mucho la trayectoria de la otra. En el caso de los trabajos de Sofía Correa –especialmente notorio en su último libro–, la izquierda es una sombra, no un actor vital, de modo que el anticomunismo visceral de la derecha pierde contenido y los avances ocurridos en el desarrollo del país parecen haber sido sólo frutos de una derecha dinámica y creativa, y del radicalismo. La izquierda –partidos y movimiento obrero- parece no haber hecho el más mínimo aporte. Desde otro punto de vista, su argumentación de un consenso de toda la derecha en torno a la modernización capitalista es clave para afirmar la existencia de un proyecto y rechazar la tesis de una perspectiva de corto plazo. A nuestro entender, la autora estira los testimonios que la avalan, pero que en la práctica eran mucho más numerosos entre un grupo del gran empresariado y menor entre los medianos y pequeños, e incluso entre conservadores y liberales. Ella se refiere al empresariado como un todo, pero de igual modo señala que las asociaciones empresariales solo representaban al gran empresariado y no al mediano y pequeño. La aplicación del programa de Klein-Saks en 1956 fue rechazado por sectores significativos del empresariado, por la restricción del crédito que significaba y la competencia de productos extranjeros, estando de acuerdo, en cambio, en la disminución de la administración pública y el fin del ajuste automático de salarios, actitud que se mantuvo hasta la década del setenta e incluso en medio de la crisis de 1982-1983. Esta aceptación selectiva del programa Klein-Saks, creo, refleja claramente la relación de la derecha con lo moderno. Con las riendas del poder asocia opción por el cambio con lo moderno y la democracia, con lo cual la autora está eligiendo implícitamente una definición de derecha, pero al mismo tiempo está compartiendo el supuesto de que todo cambio mira hacia adelante, lo cual nos merece dudas. Los Junker alemanes también apoyaron cambios modernizadores en la Prusia decimonónica, pero eso no los acercaba en esencia al mundo moderno. Si bien Correa quiere ubicarse en el eje tradición y modernidad para poder entender a la derecha, enfatiza lo modernizador en desmedro del peso de la tradición y con ello no apunta a la importancia real que ese peso tenía en la forma en que la derecha ha enfrentado la modernidad, considerando que fue un gran proyecto de emancipación humana, centrado en las personas como sujetos de derechos.

    El debate que hemos reseñado se instala en el período anterior al que abordará este trabajo, ya que la tesis de Correa llega hasta 1964, momento en que la derecha histórica se autodisolvió y lo que nació fue una nueva derecha –el Partido Nacional y poco después, el Movimiento Gremialista de la Universidad Católica– no abordado en extenso¹⁵ por esa historiadora, pero tampoco por Moulian y que es el punto de partida de este trabajo. No obstante, ese período es clave para entender el tipo de derecha que fueron nacionales y gremialistas –trasmutados en UDI– y si constituyeron una ruptura o una continuidad respecto a sus antecesores, como las actitudes que asumirían en el período posterior a la caída de la Unidad Popular.

    El debate respecto a las nuevas derechas mantiene la tónica de lo hasta aquí señalado para la derecha histórica, es decir, su carácter o no, democrático. Desde una perspectiva marxista ortodoxa, el Partido Nacional fue visto como un fascismo, nacido para detener el avance de la izquierda en los sesenta. Aunque en un tono más mesurado, Luis Corvalán Marquéz adhiere a la idea de un partido antimarxista, de fuertes tendencias autoritarias, el cual en su lucha contra el gobierno de Salvador Allende logró interpelar a sectores sociales nuevos ¹⁶. En una línea similar, se trataría esencialmente de una fuerza conservadora, antidemocrática, antirreformista y reacia a los cambios; como también una contraofensiva ideológica y no sólo un arma defensiva de los sectores que se sentían amenazados por los programas de trasformación estructural. El Partido Nacional habría sido un importante vehículo para los grupos nacionalistas que ingresaron a él y que participaron de la renovación del ideario de la derecha y en la valorización de las fuerzas armadas como agentes de la estabilidad institucional¹⁷ . La aceptación del nacionalismo, hasta entonces ajeno a la derecha histórica, habría respondido a la decadencia que la afectaba, mutándola y dotándola de una nueva doctrina e ideología para convertirla en una alternativa viable. Su crecimiento electoral, según esta mirada, se debería a los nacionalistas¹⁸. Aun sin compartir del todo estas ideas, una exponente de las jóvenes generaciones ha insistido en el carácter fundamentalmente defensivo de la derecha representada por este partido, pues más que tener una línea doctrinaria clara, lo que lo habría caracterizado sería su rechazo del marxismo¹⁹. Desde una óptica distinta, se ha planteado que este partido fue producto de una crisis de identidad de las clases dirigentes debido a los cambios económicos y culturales de los sesenta que alteraron los patrones de conducta de los actores sociales, determinando la emergencia de nuevos exponentes que se radicalizaron ideológicamente, entrando en crisis la valoración de la democracia liberal y el antiguo rechazo al militarismo²⁰. En una postura alternativa, se ha dicho que el Partido Nacional fue renovador en más de un sentido, pues se abrió a nuevos grupos sociales, dejando de representar a los sectores oligárquicos; se renovó en materia de candidatos, siendo la mayoría personas ajenas a las antiguas colectividades y, sobre todo, no fue una mera oposición al gobierno de Frei Montalva, sino que habría buscado incorporar elementos modernos, dejando de ser una derecha temerosa y defensiva , sino decidida y capaz de tomar la iniciativa²¹. Esto se reconfirmaría si se considera su intención de modernizar todas las instituciones del país, creando un nuevo orden basado en el trabajo y en el servicio a la comunidad, siendo su rol histórico más importante la lucha contra la Unidad Popular²².

    En relación al Movimiento Gremial de la Universidad Católica, el debate se ha centrado más en su líder que en el movimiento propiamente tal, dada la alta figuración de Jaime Guzmán en la construcción de la nueva institucionalidad y la Constitución de 1980 en el régimen militar. En general se afirma que nació como un movimiento de estudiantes frente a la politización de la Universidad Católica en los años sesenta, convulsionada por el proceso de reforma universitaria encabezada por los jóvenes democratacristianos en 1967. La reforma que alteró sustantivamente a la Universidad habría sido vista como una extensión del crecimiento del poder del partido de gobierno y una excesiva ideologización, razón por la cual se levantó el principio de la autonomía de los cuerpos intermedios. Los análisis han destacado su propuesta corporativista, contraria a la democracia liberal, su tradicionalismo católico, el concepto de Estado subsidiario, sus fuentes inspiradoras en el pensamiento contrarrevolucionario y su relación ambivalente con la democracia representativa²³. Acentuando esta línea interpretativa, el gremialismo sería un movimiento refractario y reaccionario, a pesar de tener una propuesta original, pero que no logró ser hegemónica²⁴. En una mirada más benevolente, se ha propuesto que el Movimiento Gremial fue parte del contexto de la época, tensionada por la pugna política, especialmente por el auge de la izquierda y la Democracia Cristiana y la debilidad de la derecha. El Movimiento Gremial habría venido a llenar un vacío al desempeñar una función que no era ejercida por otro actor y haber desarrollado una formulación coherente del pensamiento gremial y su aplicación a la realidad de la época, revitalizando a la derecha²⁵.

    En suma, son pocos los trabajos acerca de la derecha de los sesenta y ellos se han concentrado más bien en la discusión política acerca de su relación con la democracia. Más aún, como ese ha sido el eje conductor de los análisis, tanto el Partido Nacional como el Movimiento Gremial han sido estudiados desde el ‘pensamiento’, pero sin introducirse en su acción política propiamente tal. Desde nuestro punto de vista, lo doctrinario es insuficiente para dar cuenta de la naturaleza de actores políticos de este tipo.

    Este trabajo busca historiar la resurrección de la derecha política entre 1964 y 1973. Elegimos la derecha política, es decir, la partidaria, a pesar de concordar con Sofía Correa en que la derecha alude no sólo a los partidos, sino también a las asociaciones empresariales y los medios de comunicación como El Mercurio. Coincidimos asimismo, en que hasta la década de 1950 los partidos Conservador y Liberal no eran su única expresión política, pues había un fuerte componente corporativo, desarrollado por los gremios patronales para penetrar el aparato del Estado y darle al proceso de cambio los tintes adecuados a sus intereses. La decadencia de las colectividades partidarias de derecha en los años cincuenta con las reformas electorales que acabaron con su sobrerrepresentación parlamentaria y el cierre de la capacidad de penetración estatal a partir de 1952 devolvieron la importancia a lo político. En otras palabras, a pesar de concentrarnos en la derecha política –la cual tampoco era singular, sino existía más de un movimiento–, consideraremos referencialmente a la económica, en tanto fue una de las fuerzas ideológicas de las que se nutriría la derecha política, como lo fueron el nacionalismo estanquerista y el gremialismo. Estudiaremos la primera fase de la formación de estos nuevos exponentes los años de 1964-1973 –en la cual no había una línea hegemónica–, los que se disputaban la instalación de su proyecto. Este debate no se resolvió en los años que cubre este estudio, pero sí se manifestaron los programas en pugna y aquellos que tenían una mayor proyección a futuro de instalarse como la base programática de la nueva derecha. En concreto, se analizará la muerte de la derecha histórica y la emergencia de las dos nuevas expresiones derechistas. En relación al Partido Nacional, se precisará su basamento ideológico programático, como su acción política, identificando, asimismo, los cambios que en materia socio-electoral pudieran haberse producido. Respecto del Movimiento Gremial, se busca estudiar contextualmente su constitución al interior de la Universidad Católica, relacionando su plataforma programático-ideológica con la batalla por las ideas que se vivía en aquella época. De igual forma, se establecerá su conversión a actor político, plenamente sumergido en la contingencia, y su accionar en el plano corporativo y político nacional.

    Desde nuestro punto de vista, el problema de los estudios existentes, pauteados por Correa y Moulian, es que ven a los dos partidos de la derecha chilena del siglo XX como colectividades tal vez ajustadas a los parámetros de lo que eran los partidos de derecha en el mundo. A nuestro entender ello no era así. Recuérdese que la derecha europea de la época fue remodelada por la Primera Guerra Mundial, y si bien siguió identificándose con al capitalismo, éste fue reformado bajo la batuta de John Maynard Keynes –y el New Deal de Roosevelt, en el caso norteamericano–, dando lugar a un cambio no sólo social, sino cultural– democratizador que se expresó en la segunda post guerra en la sociedad salarial. Si históricamente la relación de la derecha europea con los gobiernos representativos, las democracias de masas y la propia modernidad había sido conflictiva, después de 1945 ella se identificó con la democracia liberal y el capitalismo con intervención estatal. Por otra parte, tampoco la derecha política chilena siguió la evolución de la derecha anglosajona, la cual comenzó a reactivarse en ese mismo período, ya fuera en la línea burkeana, la neoconservadora o la neoliberal²⁶. Cuando surgió el proyecto neoliberal en Chile, provenía de nucleos empresariales nuevos y de una tecnocracia ajena a los partidos existentes.

    Compartimos con Jocelyn-Holt la idea de una clase oligárquica que desde la Independencia tuvo conciencia de que el mundo que la vio nacer se estaba desmoronando irremediablemente y algún día terminaría por colapsar. Ello la indujo a cooptar parte del cambio para arribar –usando las expresiones del propio Jocelyn-Holt– a una civilización moderna y evitar la modernidad desenfrenada, es decir, la democracia plena y la destrucción del orden señorial que le permitía seguir siendo clase dominante y hegemónica²⁷. Esto significa que efectivamente aceptó cuotas de cambio, pero que no alteraron en lo sustantivo la matriz cultural y de dominación. Los testimonios de exponentes de la clase dirigente a la historiadora María Rosaria Stabili durante los años ochenta, confirman la afirmación de Sofía Correa de una elite homogénea con una misma visión de mundo, cuya diferenciación en derecha económica, política o mediática no implicaba diferencias de origen social, pues todas ellas pertenecían a la elite por nacimiento, riqueza y poder político. De allí que, a pesar de esta hetereogeneidad interna, su visión de país era la misma, correspondiente a la de la clase alta²⁸. Los avances más profundos en materia de legislación social y redistribución de la riqueza que se dieron desde los años veinte fueron impuestos a una clase dirigente que veía en esas transformaciones el socavamiento de su mundo. Por ello, la consolidación de las reformas alessandristas y militares de los años veinte y comienzos de los treinta determinó en la derecha la continuación en el siglo XX de la estrategia del siglo XIX, esto es, aceptar cuotas de cambio, siempre que ellas mantuvieran sus prerrogativas. Tal actitud es lo que ha dado lugar al debate entre quienes apuestan por una derecha modernizadora y proclive al cambio, aunque sea gradual, o una derecha reaccionaria. Desde nuestro punto de vista, lo que se constituyó como derecha política en la década de 1930 era un residuo de la oligarquía del siglo XIX y no una derecha moderna. Esto es mucho más visible si se compara a los partidos Conservador y Liberal con la izquierda de la época, socialista y comunista, y más tarde con la Democracia Cristiana, todas colectividades ideológico-programáticas, con cohesión interna, con estrategia de poder y con profesionalismo político. Sería lo que algunos estudiosos han llamado la vieja derecha, aquella que acepta el desafío de la democracia liberal en grado variable y se dispone a intervenir en el statu quo para defenderlo en el mejor contexto posible; una derecha moderada²⁹. Por lo mismo, es pragmática y gradualista.

    La historia de izquierdas y derechas en el siglo XX chileno es una historia inversa, pues mientras la derecha parecía vivir arrinconada, temerosa y defensiva, la izquierda, en el gobierno o no, imponía sus proyectos sociales –al menos los de ayuda social–, y luego de 1956 comenzó su avance hacia el poder. La derecha política no era doctrinaria –como bien sostiene Jocelyn-Holt- sino pragmática, flexible. Esto que es evaluado como un rasgo digno de destacar por este autor y Correa, de acuerdo a nuestra óptica no era sino una manifestación de su carácter residual, por lo cual interpretarla como modernizadora o no, sólo nos retrotrae a su tensa relación con la modernidad antes de plantearse seriamente el problema de su verdadero desafío: la democracia de masas. Su decadencia y muerte a comienzos de la década del sesenta –en realidad sólo de conservadores y liberales–, no fue la muerte de una derecha comparable a la izquierda chilena de la época, integrante plena de la izquierda mundial, sino de la oligarquía del siglo XIX.

    Por el contrario, las derechas nacional y gremialista/neoliberal representaban el inicio del parto de una derecha moderna en Chile.

    El término derecha, como es sabido, tiene una connotación histórica más que sociológica. Ella tiene su origen en la ubicación de los representantes a la Asamblea Nacional durante la Revolución Francesa: los diputados moderados que lo hicieron a la derecha y los jacobinos a la izquierda, siendo la dicotomía izquierda y derecha el modo de definir las ideas políticas, presentar los proyectos de sociedad e ideales distintos³⁰. Acorde con ello, la distinción se encontraría en su respaldo o rechazo a la modernidad, aunque no siempre ella sea una oposición de principios, toda vez que el conservadurismo –asociado a la derecha- nació con la modernidad, como reacción a la Revolución Francesa. En ese sentido, esta última definiría la polaridad entre izquierdas y derechas, y entre revolución y orden, pues solo cuando aparece una perspectiva de cambio radical el conservadurismo se vuelve autoconsciente para justificar lo que ya existe³¹. Una segunda conceptualización ha remarcado la diferencia entre colectivismo e individualismo, siendo la izquierda quien reivindicaría lo primero y la derecha el respeto a la libertad individual y la libre iniciativa. Sectores de izquierda aducen que la distinción estriba en la dicotomía cambio social (izquierda) versus oposición al cambio (derecha). Para el cientista político Norberto Bobbio, si bien es posible usar variados criterios para hacer la distinción, a su juicio el eje separador pasa fundamentalmente por la idea de igualdad, es decir, la izquierda, aún reconociendo que los seres humanos no son exactamente iguales, daría más importancia a aquello que convierte a las personas en iguales, luchando contra los factores de desigualdad, pues se trataría de una cuestión más bien cultural y social. La derecha, al contrario, vería en la desigualdad un dato ineliminable³².

    En general existen dos formas de concebir a la derecha: como una ideología o como una actitud, una mentalidad. Para el marxismo, el cual ha propuesto que la ideología es la superestructura y el Estado el instrumento de las clases dominantes, la derecha es entendida como un conjunto de ideas cuya única función es reforzar la falsa conciencia de las masas y defender la propiedad privada y el Estado capitalista. Por su parte, la tradición sociológica de Robert Nisbet ha apuntado a una definición más bien esencialista, la cual reconoce una gama de ideologías de derechas, pero existiendo un núcleo común. Este estaría conformado por las ideas de comunidad, autoridad, status, lo sagrado, la alienación, anteponiendo un contrario a cada una de estas ideas. Este esquema sería la lucha entre la tradición y la modernidad o entre derechas e izquierdas. Roger Scrutton sostiene que la ideología derechista es aquella que defiende doctrinas conservadoras, rescatando valores como la obediencia, la legitimidad y la piedad más que la ley; el conservadurismo cultural, el respeto al principio hereditario y a los derechos prescriptivos, y la creencia en la propiedad privada como la única compatible con la libertad humana. Considerando estas características, la derecha es encasillada en varias tendencias: reaccionaria (que mira al pasado), moderada (pragmática/ gradualista) y contrarrevolucionaria, fascista³³.

    En la otra vereda, la derecha no puede ser asociada a una doctrina concreta sino a un haz impreciso de ideas y actitudes determinadas históricamente. En ese sentido, existirían derechistas, pero no un pensamiento de derecha; la derecha sería una forma de vida, una manera de ser, una mentalidad, una actitud ante las cosas³⁴. Marcelo A. Pollack, por su parte, cuestiona a las escuelas sociológicas por su mirada eurocéntrica y el uso de categorías estáticas. Él propone no visualizar a la derecha como una ideología sino más bien como una referencia espacial que conecta diferentes estilos de pensamiento que han surgido como respuesta a la izquierda. En ese sentido, no sería pertinente buscar una coherencia entre las distintas corrientes derechistas, pues al verlas como él propone, es posible incluir a la derecha del siglo XVIII como una respuesta a la Ilustración, así como a la derecha decimonónica y de principios del siglo XX como una reacción al ascenso del socialismo. Esta opción permitiría, a su entender, ver a la derecha no como una fuerza estática, sino dinámica y que evoluciona³⁵.

    Esta tendencia a ver a la derecha como no ideológica deriva en una interpretación que enfatiza la idea de naturaleza en contra del artificio de la izquierda. El acentuado racionalismo izquierdista sería rechazado por la derecha, pues si bien ella cree en el poder de la razón, cree igualmente que el orden natural impone límites que la razón no puede traspasar; la derecha respetaría el orden como existe. En ese sentido, se afirmaría en un es de las cosas, "lo que puede mejorar, pero no cambiar en lo sustancial³⁶.

    En el caso latinoamericano, donde la utilización del término ha sido complicada por las características particulares del desarrollo histórico del continente, se ha insistido en la inconveniencia de aplicarle las categorías creadas para Europa, proponiéndose considerar la herencia dejada por la Colonia en materia de estructura socioeconómica –de carácter señorial–, dado el peso que ella ha tenido en la derecha. El régimen de propiedad y los lazos de dependencia que sujetaban a las poblaciones indígenas y/o mestizas engendraron una estructura social determinada, que tuvo su correlato en la organización política y la cultura. José Luis Romero señala que la derecha puede ser vista como una conjunción de grupos que coinciden en una actitud política, siendo lo importante los sectores sociales que la constituyen. De allí que no parece conveniente asociar la idea de derecha con burguesía, pues ese concepto es claro e inaplicable a América Latina, como tampoco sería aconsejable asimilarla con clase dominante, debido a su comportamiento político confuso³⁷. Romero discrepa, igualmente, de los criterios políticos que asocian a la derecha con los grupos que han hecho un uso autoritario del poder, prefiriendo las dictaduras o regímenes que han negado los derechos y las libertades. El criterio socioeconómico, por su parte, identifica a este sector político con aquellos defensores de las estructuras sociales y económicas existentes y también las culturales, cuyo ordenamiento tendría sus raíces en el período colonial. Su rechazo a cualquier alteración, implicaría que la derecha se opone al cambio. Romero apunta a una combinación de criterios. Cree útil analizar los grupos sociales que integran las fuerzas políticas de derecha, tales como grupos ideológicos, psicológicamente autoritarios, clases medias conformistas y grupos populares de mentalidad paternalista. Adhiriendo más bien al criterio estructural, otros cientistas sociales han definido a la derecha latinoamericana como aquella defensora de la economía y del mercado libre, basados en la propiedad y la iniciativa privada, dentro de la estabilidad política y en asociación, ya sea con el clero, el militarismo y el imperialismo. Por último, están aquellos que insisten en asociarla con los grupos dirigentes, dueños de la tierra, como de las riquezas mineras y del empresariado en general, es decir, la clase alta. Sería este sector social el verdadero núcleo duro de la derecha, imprimiéndole su identidad, aunque establece alianzas con otros segmentos de la sociedad, pues en ellos se encuentra su base de masas³⁸.

    En el caso de Chile, hay consenso casi pleno en torno a que sólo es posible hablar de izquierda y derecha a partir de la década del treinta del siglo XX, aunque Gonzalo Vial ha planteado que la derecha ya comenzó a definirse durante la irrupción histórica de Arturo Alessandri en 1920, pues su reformismo arrinconó a todos aquellos que rechazaban su programa, haciéndolos aparecer como refractarios al cambio. La derecha, entonces, apareció como defensora de intereses oligárquicos y en una actitud de oposición al avance del ‘populacho’. Con todo, durante los años treinta izquierdas y derechas se constituyeron en tanto polos ideológico-proyectuales dentro de una institucionalidad por todos reconocida después de la crisis de 1931-1932, cuando el poder de las elites fue desafiado por primera vez con la irrupción militar y el ascenso de las corrientes socialistas, avanzándose hacia un sistema político de estructura triádica, con dos polos –izquierda/ derecha– y un centro pragmático que actuaba como vaso comunicante entre ellos al moverse como un péndulo. La dicotomía estaba en su inspiración filosófica: una izquierda marxista, para la cual el marxismo se habría constituido en el referente cultural fundamental, y una derecha liberal-capitalista³⁹.

    Compartiendo el criterio de que los conceptos de izquierda y derecha son históricos más que sociológicos, este estudio hace dos planteamientos centrales en torno al problema. Siendo más bien históricos, creemos que no es posible entender a la derecha sin saber qué está ocurriendo en la izquierda, pero también en el centro, especialmente en el caso del período que aborda este estudio, cuando el centro pasa a ocupar un lugar predominante. Esta interdependencia de izquierdas y derechas, sin embargo, no debe interpretarse necesariamente como causa-efecto, es decir, como reacción, como ha ocurrido en un alto número de los estudios, tanto a nivel mundial como en el caso del Chile de los sesenta, los cuales han tendido a evaluar las decisiones de uno u otro bando en tales términos. La interdependencia hace referencia a una realidad histórica común, en la cual las representaciones son más importantes que las cronologías⁴⁰. Discutiendo acerca de la relación fascismo-comunismo, el historiador francés Francois Furet llama la atención de Ernst Nolte acerca de la dependencia que el historiador y filósofo alemán otorga al bolchevismo para entender al fascismo, en circunstancias que este último tiene antecedentes anteriores a la revolución de Lenin en Rusia. Igual situación constata Arno Mayer para los estudios acerca de la contrarrevolución, la cual es vista como respuesta a, perspectiva que tal autor rechaza, toda vez que revolución y contrarrevolución son parte del mismo

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