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Democracia y socialismo en Chile
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Libro electrónico383 páginas6 horas

Democracia y socialismo en Chile

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En este conjunto de ensayos, Tomás Moulian reflexiona sobre la izquierda chilena y los rasgos específicos de su conformación como bloque o tendencia histórica por las grandes transformaciones de nuestra sociedad. A partir de una evaluación crítica de la democracia chilena durante el siglo XX y del período de la Unidad Popular, el reconocido sociólogo propone una serie de coordenadas conceptuales para la habilitación o reposición de desarrollos políticos y teóricos que hagan posible un socialismo del siglo XXI. Lo hace como pensando en voz alta, y disponiendo como primer sustrato la propia experiencia vivida en su condición de intelectual militante, lo que le da al libro un notable rasgo de apertura en su autorreflexividad.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento1 nov 2018
ISBN9789560011237
Democracia y socialismo en Chile

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    Democracia y socialismo en Chile - Tomás Moulian

    masas.

    Primera parte: Historia

    Lucha política y clases sociales en el periodo 1970-1973*

    * Este artículo fue escrito entre octubre y noviembre de 1973. Para ser publicado como Documento de Trabajo de FLACSO en 1976 se corrigió la redacción de la versión original. Para incorporarlo en este volumen se eliminó la primera parte y se volvió a retocar el estilo.

    Las contradicciones de la línea de la Unidad Popular y los problemas generales de dirección

    1. La importancia de la dirección política

    Inicialmente la Unidad Popular tenía, más allá de diferencias de perspectiva y de línea político-coyuntural, un discurso común, resumible en la tesis de que con el «gobierno popular» se creaba la oportunidad de la conquista del poder desde dentro del Estado. Esta idea (donde se expresa una concepción del marxismo sobre la relación poder-Estado y transición al socialismo, bastante común desde el XX Congreso), contiene un supuesto estratégico, sin cuya realización sería imposible la meta fijada. Ese supuesto era que el ejercicio del poder obtenido permitiría la acumulación de fuerzas necesaria para la transformación cualitativa del proceso, como un tránsito desde una situación en que se controla una parte del aparato estatal hasta el control del Estado en su conjunto. La perspectiva estratégica fijada y las condiciones en que debería desarrollarse la acción del gobierno planteaban como requisito esencial la adecuada dirección política.

    Durante el período de la Unidad Popular esta variable acrecentó su importancia, puesto que las contradicciones generales del desarrollo capitalista chileno (entre ellas los desajustes entre sistema político y sistema económico) se amplificaban por los efectos de un proceso de cambios a todos los niveles y por los consiguientes movimientos de desarticulación-rearticulación. Además, ese proceso de cambios, que pretendía modificar la estructura del sistema, intentaba realizarse manteniendo intacto el carácter del Estado, cuyas instituciones fundamentales no podían ser cambiadas. Así el sistema político permaneció como sistema abierto, sin que operara ninguna restricción política efectiva, ni aún respecto de las organizaciones declaradamente golpistas. Esto obligaba al gobierno a actuar dentro de un campo complejo de fuerzas, debiendo subordinar el ritmo y las características del proceso de cambios tanto a las limitaciones institucionales, emanadas de las normas preestablecidas respecto a los procedimientos de cambio, como a las limitaciones de la correlación de fuerzas. Cualquier medida debía ser evaluada no sólo en función de sus efectos sobre el rendimiento del sistema y del proceso de cambios previstos (efectos técnicos), sino, sobre todo, en sus efectos de clases. En las condiciones de un proceso de cambios acelerados y profundos, como el que se pretendía, esas limitaciones no tienen parangón histórico. Incluso los procesos como la industrialización temprana en los países europeos, prolongados además a través de las décadas, requirieron y se hicieron bajo condiciones políticas mucho más favorables, como lo recuerda cualquier análisis histórico sobre los orígenes sociales de la democracia¹.

    Por lo tanto, los intentos por parte de la Unidad Popular de provocar un cambio radical enfrentaron desde el comienzo a un conjunto de obstáculos estructurales. Algunos eran de naturaleza semejante a aquellos que habían bloqueado el desarrollo capitalista en los períodos anteriores, contradicciones típicas de una economía dependiente con un desarrollo desigual entre sus estructuras. Esas contradicciones «viejas» se aceleraron durante el período, por la acción de la lucha de clases, y se combinaron con contradicciones originadas por la situación nueva, que tendía a producir efectos de desarticulación.

    En este marco el factor dirección del proceso llega a ser un elemento predominante. Los mecanismos de reproducción del sistema anterior, que garantizaban una cierta perpetuación por inercia, funcionan mal o no se desea que funcionen. Una situación de cambio tan compleja, realizada en condiciones de poder institucional tan precarias y con una agudización tan intensa del conflicto social, exigía intensificar los esfuerzos de control político racional.

    Por eso, casi la totalidad de los problemas, vacíos o fallas detectadas en un análisis retrospectivo de los tres años, remiten en último término a la adecuación o inadecuación de la dirección política. Pero ¿cuál es el significado preciso de ese concepto? Asignarle tanta importancia, ¿no significaría alinearse en las posiciones historicistas o voluntaristas del cambio social, que privilegian los factores subjetivos: proyecto, conciencia, heroísmo o lucidez? En realidad se cae en esa tentación si se concibe la dirección política como la imposición sobre la realidad de una idea a priori sobre su devenir y no como una operación de lectura, especialmente de la estructura de clases y de las relaciones de poder entre ellos; como la lectura que debe indicar lo necesario y lo posible en cada momento.

    Durante los tres años de la Unidad Popular nunca se resolvió concretamente el problema de la dirección. Sin embargo, señalar esa carencia pasó a ser un lugar común, reconocido por todos, aunque no siempre hubo la misma coincidencia para explicar el proceso que producía el fenómeno y ni siquiera para describir sus características. Muchos insistieron, desde la reunión de El Arrayán para adelante, o incluso desde el comienzo, en la necesidad de una dirección única y centralizada; muchos señalaron los efectos perniciosos que esa ausencia provocaba, pero el problema se arrastró durante los tres años sin solución². Incluso no es fácil recordar un diagnóstico completo y en profundidad sobre los factores que producían esas fallas de dirección. La ausencia de un discurso explicativo convincente está directamente relacionada con la naturaleza del fenómeno que hubiera debido explicar.

    2. La inconsistencia de las dos líneas

    Los problemas de dirección del frente estaban relacionados con una crisis política en la Unidad Popular, la cual era, en alguna medida, originaria pero fue sobre todo progresiva. Esa crisis tuvo dos aspectos principales: 1) la existencia de una dualidad de línea estratégica que, a partir de un momento, se empieza a reflejar en el análisis de cada coyuntura, y 2) La incapacidad de cada una de las tendencias de establecer su predominio o su hegemonía. A través de este artículo se tratará de demostrar que el segundo aspecto fue tan importante como el primero, adquiriendo incluso, en algunos momentos, un papel

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