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El deseo de otro Chile
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El deseo de otro Chile

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¿De qué modo es posible pensar un Chile deseable y que aún no existe? En este texto, Tomás Moulian realiza la formulación de un proyecto de país. Y para evitar el riesgo de que este propósito se convierta en una operación utópica e idealizada sino que tenga un real sentido político, se plantea la necesidad de pensar el país posible tomando en consideración la experiencia histórica y sus líneas matrices desde donde articular un discurso sobre este futuro. Esta revisión del pasado requiere señalar ciertas ideas erróneas con respecto a la imagen que hemos construido de nuestro país, mostrando las tensiones y contradicciones que han sido sistemáticamente eludidas en el relato mítico de su tradición democrática. Moulian articula aquí algunas condiciones indispensables a considerar en esta elaboración de un nuevo proyecto de sociedad, en el entendido de que su realización requerirá el perfeccionamiento constante de su democracia.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento30 jul 2015
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    El deseo de otro Chile - Tomás Moulian

    2009).

    I. ¿Cómo pensar el futuro?

    [1]

    El desafío de este texto es formular un proyecto de país. En verdad, se trata de un ejercicio plagado de dificultades, pues implica pensar lo inactual de una sociedad. En este caso el proyecto es pensar un país que no existe pero que se puede avizorar como deseable.

    ¿Cómo evitar que el esfuerzo dé lugar a un parto de los montes y el resultado sea simplemente un capricho, una utopía, en el sentido peyorativo que el término adquirió desde que Marx calificó a los socialistas utópicos como pensadores de lo imaginario? Para salvarse de naufragar en la invención de un sueño, la operación exige pensar el futuro considerando la densidad de un país con existencia e historia, no de una sociedad que se despliega como un croquis realizado en un tablero de dibujo o como un deber ser que se elabora a partir de ideales abstractos.

    Para que el ejercicio de pensar el futuro tenga un sentido político debe ser abordado tomando en consideración dos parámetros: la actualidad y el pasado. O dicho de otro modo, el futuro no es pensable sino en relación con alguna forma de existencia histórica que determina las condiciones del proyecto. Si se le piensa de otra manera es fácil derivar en el sueño o en la poesía.

    Pensar de manera política el futuro requiere, pues, encontrar en el pasado y en el presente de esta sociedad llamada Chile ciertas líneas matrices de su experiencia que se puedan usar como basamentos de la construcción discursiva sobre el futuro.

    Pero aunque se insista en la voluntad de conexión con lo real, formular un proyecto de país será siempre plantear un deseo, o sea producir una apuesta respecto al futuro, pues por mucho que se piense desde la densidad de lo que existió y de lo existente, el ejercicio no será nunca la elección de un porvenir que está inscrito de forma indiscutible en la experiencia histórica. Siempre representará la opción por un camino posible y no por una trayectoria necesaria.

    Adoptar de manera radical ese punto de vista implica separarse de la idea clásica de que el socialismo correspondería a una necesidad que viene inscrita en el propio capitalismo, que esa sociedad debería inevitablemente perecer y también alejarse de cualquier otra representación naturalista de nuestro desarrollo histórico; por ejemplo, a la idea de una especie de comunión trans-histórica entre Chile y la democracia o la gobernabilidad.

    [1]  El presente texto forma parte como capítulo final del libro de Tomás Moulian: Contradicciones del desarrollo político chileno. 1920-1990. Publicado por LOM Ediciones el año 2009.

    II. La dualidad de Chile

    En especial durante la década de los sesenta, periodo de efectiva expansión de la vida democrática, en Chile se reforzó la imagen de su excepcionalidad cívica, de sus diferencias esenciales respecto a un continente bárbaro o excéntrico, asolado por la irracionalidad política. Un continente que había sido y seguía siendo tierra de dictadores, fueran estos los viejos caudillos retratados por Asturias, Carpentier o Vargas Llosa, o los militares que estaban descubriendo las potencialidades del poder ejercido en forma institucional. De los caudillos quedaban en 1960 algunos especímenes que sobrevivieron largo tiempo, como Somoza y Stroessner, y otro, Trujillo, que ya tenía la marca de la muerte. Los militares de los golpes institucionales recién aparecieron en 1964 con el golpe brasilero.

    El Chile de los sesenta se sentía a salvo de esos flagelos. Además, también miraba desde las alturas de la razón los experimentos populistas, el principal de los cuales había engendrado la figura de Evita, cuyo culto les parecía a los pseudorracionales políticos chilenos una vulgar superstición, tan absurda como la influencia política que seguía ejerciendo Perón desde sus largos exilios en España.

    La representación predominante de Chile, fortalecida en esa época pero existente desde antes, era la visión optimista de un país en el cual la

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