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Frente amplio en el momento cero
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Libro electrónico291 páginas2 horas

Frente amplio en el momento cero

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El acontecimiento que marca el ciclo sociopolítico actual se produjo en 2011. Fue el instante de disrupción en el orden de la transición y la primera crisis relevante de la elite asociada a ese orden. Los movimientos sociales y sobre todo el movimiento estudiantil desencadenaron una inercia y configuraron una nueva escenografía, bosquejando la aparición incluso de otros actores. Desde entonces el viejo orden habita en la crisis y las respuestas políticas han sido dos. La primera, el cierre formal, mas no sustancial, de la Concertación y la creación de la Nueva Mayoría. Respuesta que fracasó a tal punto que entregó el gobierno a los líderes políticos impugnados en 2011. Este fracaso terminó dando una nueva oportunidad a ese viejo orden. La segunda respuesta es la formación del Frente Amplio como coalición. Tímidamente al principio –la respuesta tardó seis años– pero en 2017 emergió una articulación que, en menos de doce meses, estuvo a dos puntos de pasar a segunda vuelta y eligió una nutrida bancada parlamentaria Comprender qué es el Frente Amplio, su origen, desarrollo, identidad, estructuras de poder, es vital para comprender el actual momento político de Chile y su posible evolución. Esta obra es el primer esfuerzo relevante por comprender fundadamente el fenómeno del Frente Amplio, a través de un ensayo que desarrollan dos de sus principales investigadores.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 ene 2018
ISBN9789563245721
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    Frente amplio en el momento cero - Andrés Cabrera

    1

    Del acontecimiento al momento cero

    El cambio del ciclo político se da dos veces: primero socialmente, después políticamente; primero por inundación, luego por competencia. Al primero aquí lo llamaremos acontecimiento; al segundo momento cero. El primero es desborde, el segundo es irrupción. El primer instante desestabilizará la geología de los procesos políticos y sociales, el segundo los reestructurará. El primer momento lo identificamos con los movimientos sociales —especialmente el de educación— en 2011, el segundo lo identificamos con la elección nacional del 19 de noviembre de 2017.

    El cambio de ciclo político hoy tiene un nombre: Frente Amplio, que es simplemente la tercera fuerza política del país que producirá una nueva estructuración del ser oposición, que dibujará una nueva relación con el modelo de sociedad y que es la respuesta política vigente al ciclo político de crisis. Pues aun cuando su tercer lugar lo llevará (al Frente Amplio) a ser un actor sin capacidad de gobierno y sin capacidad suficiente para imponer su fuerza parlamentaria, no es menos cierto que hoy ya es y será —probablemente cada vez más— el actor con mayor capacidad para adaptarse a la necesidad de cambio de repertorio político, que ha impuesto el malestar social con el mercado y el descrédito de la política. Nadie puede dudar hoy que el Frente Amplio surfea la ola correcta o, al menos, una ola que existe.

    A toda crisis social de alto impacto suele acompañarla una respuesta política. No es poco frecuente que la primera respuesta falle, entonces se abre la opción de que, más tarde o más temprano, surja una segunda respuesta política. Es normal que la primera respuesta sea menos lejana al viejo orden que la segunda, es decir, si la crisis social fue de gran tamaño y politizó el escenario hasta exigir una respuesta, la primera suele ser una ruptura solo parcial con el viejo orden, es decir, una ruptura que tiene bastante de ritual y no tanto de real. Pero cuando esa no funciona, suelen surgir respuestas más radicales y audaces. Las sociedades son sumamente conservadoras. Solo un gran malestar y el fracaso incesante de los cambios parciales conducen a la búsqueda de más transformaciones. Las sociedades ensayan toda clase de conservaciones antes de apostar por una transformación y, cuando aceptan el cambio, suelen morigerarlo en el camino. Por eso las ciencias sociales deben poner particular atención cuando la tendencia a la inercia de una sociedad no se cumple. Y es que muchos piensan que un escrito sobre el Frente Amplio es simplemente la presentación de un nuevo actor; sin embargo, lo que es necesario comprender es que se trata de un hecho excéntrico que solo puede explicarse por una condición social específica y robusta en su significación. La irrupción del Frente Amplio y su —relativo— éxito electoral el 19 de noviembre no es un hecho meramente electoral, no deriva de las virtudes tácticas o estratégicas de la coalición naciente, o al menos no es solo eso. Es ante todo un acontecimiento (de segundo orden, en tanto momento cero), una fisura en el orden político, una transformación en el sentido común. Es un hecho social que solo puede explicarse por otros hechos sociales. No es el tiempo de la anécdota situacional, sino de comprender la historia.

    La crisis social que marca el acontecimiento central en los albores del Chile del siglo XXI, el momento en que lo social inunda lo político luego de un distanciamiento sostenido que tornó impertinente lo social para los códigos de la política; se produjo en 2011 y tuvo como principal actor —pero indudablemente no el único— al movimiento estudiantil o, mejor dicho, el movimiento por la educación gratuita y de calidad, cuyo centro político estaba en las orgánicas del mundo universitario y, particularmente, de la CONFECH. La incapacidad de respuesta ante la crisis en ese instante, por parte del gobierno de Sebastián Piñera, no se tradujo en una oportunidad para su oposición política: la Concertación. Más bien al contrario, tanto la coalición de gobierno como la coalición de oposición bajaron simultáneamente en las encuestas su aprobación y fueron vistos, crecientemente, como un grupo homogéneo, como una elite que era, toda ella, incapaz de dar respuestas. Esto condujo a la necesidad de cerrar el proyecto histórico más exitoso electoralmente jamás conocido en Chile: la Concertación, para fundar una nueva coalición que —al incorporar a líderes importantes del movimiento por la educación— pudiera articular una respuesta. Esa apuesta fue electoralmente exitosa, y la existencia de una figura no contaminada por la crisis como Michelle Bachelet, cuyos excelentes rendimientos en confianza eran completamente excéntricos en comparación con el sistema político, permitieron así que la Nueva Mayoría (la coalición naciente que va desde la Democracia Cristiana hasta el Partido Comunista) fuera la primera respuesta a la crisis.

    El fracaso de dicha respuesta invitó a todos quienes consideraban que en 2011 no había ocurrido un cambio geológico a pensar que, dado el fracaso del gobierno de Bachelet (cuya aprobación alcanzó el 15%), entonces la derecha sería la que crecería hasta ganar fácilmente la elección de 2017, incluso con la opción de transformar la segunda vuelta en un mero trámite. Sin embargo, el fracaso de la primera respuesta política supone la necesidad de una segunda respuesta política, y esta es el Frente Amplio. Si la primera fue una combinación de actores principales del viejo orden con incrustaciones nuevas, la segunda se articula claramente desde fuera del viejo orden, al menos desde fuera del orden político.

    Muchos enfatizan, y hasta la presidenta Bachelet señaló en el Frente Amplio están literalmente los hijos de la Concertación, revelando un mero recambio generacional¹. Aunque no es falsa la existencia de frecuentes vínculos familiares con la anterior política, cuestión nada extraña en la historia de Chile y por lo demás bastante normal sociológicamente (los que apuestan a la política suelen conocer el código de la política con más facilidad y saben jugar el juego), es evidentemente claro que la respuesta del Frente Amplio no es una respuesta orgánica del viejo orden para adaptarse a lo nuevo. Esto no lo hace revolucionario. Ni siquiera lo convierte (al Frente Amplio) en una estructura política radicalmente disidente. Pero sí es la primera respuesta política a la crisis social que, efectivamente, se sitúa fuera del orden transicional.

    Hace casi un siglo, un biólogo ruso dijo que el origen de la vida se dio en una sopa primigenia², un caldo hecho de carbono cuyas evoluciones fueron desencadenando la emergencia de microorganismos que luego habrían de evolucionar. La noble, perfecta y arrogante vida nacía de un líquido parecido que, más que un lago cristalino, asemejaba a un pantano o un basural. La historia suele ser así. En todo origen histórico de una época gloriosa nos imaginamos a los grandes guerreros cruzando las montañas en sus corceles briosos, pero en realidad solo hay cansancio, agobio y —como motor de la historia — alguna causa personal deshonrosa, cobarde o sencillamente condenable. Así es el origen de la vida, de la riqueza, del poder, de las religiones. Lo demás lo ejecuta el triunfo, que adorna el pasado con el precioso oropel de la dignidad. Esta no suele llevar al triunfo. Es la victoria la que, luego del origen, construirá su propia dignidad.

    La convicción fundamental del sistema de coaliciones en Chile es que no podía nacer, bajo ninguna circunstancia, un nuevo mundo. Que el mundo existente, las dos coaliciones transicionales (la derecha y la Concertación), administrarían eternamente a las nuevas fuerzas políticas, con mayor o menor facilidad. Se pensaba que las épocas de presiones podían ser más fuertes en un momento y menos en otro instante, pero que en cualquier caso no había alternativa, y el orden —con las variaciones naturales del afán de cada día— se conservaría incólume. Fuera de las fronteras del binominalismo, convertido ya no solo en un sistema electoral, sino en una forma de estructuración de las elites; solo existirían grupos atomizados, sin articulación suficiente para avanzar sobre la distribución del poder real.

    Esta visión no era cuestionable, porque no era una hipótesis, era una premisa. Y fuera de ese orden, naturalmente, existían personas que planteaban otros mundos, una serie de proyectos considerados populistas, absurdos o cándidos. Pero en cualquier caso esas ideas y proyectos eran irreales —y esto es importante— no solo no eran imposibles, utópicos, sin sentido de realidad; sino que también eran irreales en el sentido literal: su existencia no era histórica, sino que calificaba como anécdota. Las personas que habitaban en ese mundo fuera de la frontera eran consideras excéntricas. Sus acciones eran vistas como interesantes esfuerzos de la mera imaginación, sin racionalidad o —derechamente— como locuras premodernas. Estaban en el basurero de la historia y no resistían siquiera un tratamiento literario. Pero claro, lo que no se pensó en ese instante por parte del orden transicional es que un basurero, incluso el basurero de la historia, puede ser simplemente un lugar donde se reciben los desechos, pero también puede ser una sopa primigenia, donde la vitalidad caótica y sucia de los residuos dé lugar a la vida orgánica.

    Lo cierto es que en ese basurero histórico de la transición residían, con plena impotencia, los grupos sociales que habían sido oposición de la dictadura y que luego, en transición, no habían sido gobierno: estudiantes, sindicatos, pobladores, el ala izquierda de la Iglesia católica, el mundo intelectual de las humanidades, ecologistas, en fin. Perseguidos por la dictadura y olvidados por la transición constituían un gran basurero, y fueron también la sopa primigenia. No es este el momento de pormenorizar sus historias, habrá otro instante. Pero desde ahí comenzaron a surgir las organizaciones por la vivienda digna, en continuidad con las luchas antidictatoriales; se forjó el movimiento por la educación, en contra de las políticas neoliberales; surgió la movilización contra Hidroaysén, pero también contra Barrancones; y —sin duda— desde antes y desde ese mundo vino el retorno de los estudios sobre desigualdad social, malestar y transformación política. Pero, en cualquier caso, todo eso parecía una aberración para quienes configuraban el orden social, casi una excentricidad, a ratos simpática, a ratos de mal gusto.

    La tesis de un malestar subyacente al modelo neoliberal —que iba en crecimiento, deslegitimando la operación del orden social y la capacidad restauradora luego de las crisis— surgió con fuerza en 2011. El derrumbe del modelo (2012) fue un libro que retomó la senda que se había pormenorizado más de diez años antes en esa línea³. En esa obra se sostenía que —no obstante, el sitio específico de las principales movilizaciones era la educación— el malestar no estaba solo ubicado en ella, sino que era un proceso generalizado de deslegitimación del modelo económico y de la sociedad que de él se derivaba. Las respuestas siguen apareciendo hasta hoy (o en rigor, ayer). Las más explícitas en sus títulos son El regreso del modelo (2012) de Luis Larraín⁴, El Malestar de Chile (2012) de Oppliger y Guzmán⁵; El Otro Modelo (2013) de Atria, Larraín, Benavente, Couso y Joignant⁶, y El derrumbe del otro modelo (2017) de Ortúzar, Mansuy y otros, con el prólogo de Alejandro Fernández⁷.

    La lectura del surgimiento del Frente Amplio como una emanación de ese proceso de malestar se bosquejó brevemente por parte del sistema político cuando la nueva coalición asomaba a fines de 2016. Luego se abandonó dicha interpretación, se perdió de vista su sentido profundamente histórico, esto es, el carácter de respuesta a una época. Se entendió, sobre todo por parte de una confiada derecha, que era la aparición de otro impugnador relativamente funcional, como había sido Marco Enríquez-Ominami en 2009, llevándose un importante caudal del electorado, pero sin articulación ideológica y sin construcción de un sector en el espacio político⁸.

    Quizás la estrategia del grupo dominante en el Frente Amplio de mantener un rostro más bien amable respecto al orden social, asumiendo una mirada escasamente conflictiva, pudo ayudar a trivializar ese surgimiento. Nadie puede saber si esa fórmula de una armada submarina, sin demostración cotidiana de fuerzas, fue parte del éxito de la elección de fines de 2017 o si ello fue la explicación de haber estado tan cerca de llegar a segunda vuelta y no haberlo logrado.

    Con todos los avatares posibles y las luchas intestinas imaginables, al final del camino (es decir, para el 19 de noviembre de 2017, primera prueba electoral del Frente Amplio como coalición estructurada) el Frente Amplio era exactamente, en términos de propuestas, el infierno de los empresarios y del viejo orden. El Frente Amplio reivindicaba el fin de las AFP, el cambio a un seguro público de salud universal, la Asamblea Constituyente, la educación gratuita universal, la condonación del Crédito con Aval del Estado, legitimaba las expropiaciones y promovía la existencia de un sistema tributario ostensiblemente menos favorable a los más ricos. Es decir, a poco de las elecciones era muy evidente que el Frente Amplio era una fuerza disidente y orientada a cambiar el modelo o, para decirlo con la palabra que a ratos resultaba prohibida, era obvio que el Frente Amplio era de izquierda. En ese instante, esto es cerca de la elección, la misma red de instituciones que operaban como cinturón de protección del orden, como encuestadoras, columnistas, analistas; señalaban que el Frente Amplio sería una nota al pie en la elección de noviembre de 2017. Esa fue la misma red de protección ideológica que señaló que en 2011 lo que estalló no fue malestar social, sino expectativas superiores por un orden social exitoso. Es decir, era un grupo que sostenía que las protestas no interpretaban el sentir de una injusticia, sino la expectativa de una mayor velocidad para un proceso altamente exitoso. Esa fue la misma red que señaló que la ciudadanía seguía alineada con el modelo de sociedad existente. Es la misma red que señaló que las reformas de Michelle Bachelet fracasaron porque la ciudadanía, sencillamente, no las quería y porque dicho gobierno se equivocó al aceptar el diagnóstico de la necesidad de cambios estructurales. Es la misma red que tiene como punto de estructuración al Centro de Estudios Públicos y toda la cadena de centros de investigación, cuya única fuente para cuestionar el malestar social es la satisfacción de las personas con su propia vida y la declaración de felicidad⁹.

    Pues bien, esa red tuvo que hacer de sus certezas disculpas y transita hoy en la confusión o en el develamiento de su operación en favor de un clima por una verdad inexistente. Por cierto, nada más que cumplir con su rol de un cinturón de protección es justamente detener los golpes al contenido fundamental de un proyecto, evitando el daño. Pero eso transita al absurdo cuando el golpe esencial a ese proyecto ya se había dado, y lo que hizo el cinturón de protección fue proteger a las víctimas de la transformación, la elite, de su propia realidad. Es el pequeño detalle de las crisis, donde los mecanismos diagnósticos capaces de conservar el orden existente a partir de una pequeña mentira a los ciudadanos, termina por destruir el basamento fundamental de la misma elite cuando sus herramientas ya no sirven para mentir a otros, sino que terminan sirviendo para mentirse a sí mismos. Simmel decía que, cuando un orden estaba por cambiar, los mismos factores que otrora le daban vida terminaban por ser la fuente de la multiplicación de su enfermedad y el camino más rápido a la agonía. Mayol había señalado en Autopsia ¿De qué se murió la elite chilena? (2016)¹⁰ el fin de la elite transicional, como corolario del Derrumbe del modelo (2012), es decir, la fractura ideológica de la impugnación a la eficacia de un modelo terminaba por quitarle la pertinencia a los representantes mismos de ese modelo. Pero esa tesis, escrita deliberadamente antes del año electoral donde surgiría el Frente Amplio, había sido radicalmente impugnada. Para el analista político Patricio Navia, ese escrito era simplemente activismo político y la operación intelectiva de dicha tesis era comparable a la creencia del fin del mundo de los pastores evangélicos¹¹.

    Lo cierto es que el clima político que dibujaba un debate respecto a si Sebastián Piñera ganaba o no en primera vuelta —clima que aseguraba que el radical defecto del gobierno de Michelle Bachelet era el proceso de reformas estructurales y que no cabía duda de la aceptación con el viejo orden— fue un ambiente que se vino al suelo en minutos, antes de las 19:00 horas del domingo 19 de noviembre. Ese día, el 20% de la votación presidencial de Beatriz Sánchez, los veinte Diputados y un Senador del Frente Amplio, el 34% obtenido en el distrito 10, la mayor votación individual del país lograda por Giorgio Jackson y la consolidación de Valparaíso como el bastión frenteamplista, entre otras, fueron señales suficientes para comprender que no solo se terminaba una estructura política; sino que efectivamente nacía la primera creatura colectiva y orgánica desde 1990, el primer colectivo antineoliberal, la primera renovación de las elites que interpreta —y no administra— la fractura estructural del Chile contemporáneo.

    Alan Badiou define acontecimiento como lo indescifrable, característica que redunda del hecho que todo acontecimiento inaugura un régimen de verdad, pues se presenta al mundo con él mismo como único antecedente¹². La tesis que defenderemos, en términos teóricos, radica en la necesidad de fragmentar el concepto de acontecimiento entre el momento del surgimiento de un nuevo régimen de verdad —cuya operación aparece por muchos años como mera confusión, precisamente por la falta de antecedentes— y el momento de explicitación del nuevo orden, el momento donde se dibuja en la realidad el porvenir de lo nuevo y, con ello, comienza la explicitación de su aparato normativo. Esto, teóricamente, merecerá más explicaciones, pero en términos del acontecer reciente simplemente significa que el ciclo de movilización 2010 a 2012, donde la mayor intensidad y relevancia se consigue con el movimiento estudiantil de 2011, corresponde al acontecimiento que desdibujó la pertinencia de las categorías y actores existentes¹³. Dicha disrupción fue leída como un cambio importante que requería una nueva vuelta de tuerca del viejo orden. Ello es el surgimiento de la Nueva Mayoría, reemplazando al viejo código concertacionista. Políticamente se dibuja con la incorporación de los líderes estudiantiles, Camila Vallejo y Giorgio Jackson, como ornamentos esenciales del segundo período de Michelle Bachelet o, para ser precisos, como ornamentos esenciales del proceso electoral que la llevará a su segundo mandato. La tesis de la Nueva Mayoría radicaba en la posibilidad, siempre socorrida por las fuerzas de elite, de leer el presente con las fórmulas del pasado.

    Pero lo cierto es que 2011 fue un acontecimiento que no tenía antecedente más allá de sí mismo, pues inauguraba una nueva verdad: la impertinencia del modelo de sociedad existente. Desde el mismo mundo académico, adscrito a la tesis de los movimientos sociales, fue visto como otra irrupción —más fuerte— de un mismo proceso de movilización, secuenciado en oleadas de cada cinco años aproximadamente (Mochilazo, Movimiento Pingüino, Movimiento Estudiantil). En nuestra visión, 2011 no es un hito ni un espasmo, es un acontecimiento que desdibuja las leyes operacionales de la relación entre sociedad y política en el Chile neoliberal. Pero esto ya ha sido dicho. Lo que queda por decir ahora es cuál es el rol de 2017.

    La discusión sobre el punto que se va a plantear ahora puede ser muy extensa. Ya habrá tiempo para ello. De momento bastará decir tres o cuatro cosas. Entre la desestructuración del régimen anterior y el surgimiento del nuevo hay un intersticio, es decir, el acontecimiento efectivamente inaugura un nuevo sistema de reglas, pero no son reglas conocidas por ningún actor, es simplemente la nueva estructuración de los acontecimientos probables y posibles.

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