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Veinte años después, Neoliberalismo con rostro humano
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Veinte años después, Neoliberalismo con rostro humano
Libro electrónico429 páginas7 horas

Veinte años después, Neoliberalismo con rostro humano

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Información de este libro electrónico

Una de las consecuencias más notorias del gobierno que en 2013 se acerca a su fin es que ha producido un marcado desplazamiento de la discusión pública hacia la izquierda. Este libro busca analizar la posibilidad y las características de un proyecto político de izquierda. Y pretende discutirlo eludiendo la dicotomía familiar entre aquellos a quienes la prensa en su momento denominó «flagelantes», que sostienen que la Concertación traicionó sus ideales y «se vendió» al neoliberalismo, y los llamados «complacientes», que creen que el país que la Concertación entregó es uno que, pese a requerir todavía correcciones, corresponde en lo fundamental a un proyecto político de izquierda, al menos en la forma que este puede adoptar en nuestro tiempo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 jun 2015
ISBN9789563241723
Veinte años después, Neoliberalismo con rostro humano

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    Veinte años después, Neoliberalismo con rostro humano - Fernando Atria

    Veinte años después

    NEOLIBERALISMO CON ROSTRO HUMANO

    FERNANDO ATRIA 

    ATRIA LEMAITRE, FERNANDO

    Veinte años después NEOLIBERALISMO CON ROSTRO HUMANO / Fernando Atria Lemaitre

    Santiago de Chile, Catalonia, 2017

    ISBN: 978-956-324-172-3

    ISBN Digital: 978-956-324-205-8

    CIENCIAS POLÍTICAS

    CH320

    Diseño y diagramación: Sebastián Valdebenito M.

    Diseño de portada: Guarulo & Aloms

    Fotografía de portada: Foto tomada el 30 de junio de 2011 en protestas estudiantiles, Santiago de Chile, flickr.com/photos/simenon

    Dirección ediorial: Arturo Infante Reñasco

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo o en parte, ni registrada o transmitida por sistema alguno de recuperación de información, en ninguna forma o medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo, por escrito, de la editorial.

    Primera edicion: junio 2013

    ISBN: 978-956-324-172-3

    ISBN Digital: 978-956-324-205-8

    Registro de propiedad intelectual Nº 229.310

    © Fernando Atria Lemaitre, 2017

    © Catalonia Ltda., 2017

    Santa Isabel 1235, Providencia

    Santiago de Chile

    www.catalonia.cl – @catalonialibros

    Índice de contenido

    Portada

    Créditos

    Índice

    NEOLIBERALISMO CON ROSTRO HUMANO

    Introducción: La administración y neutralización de la neutralización

    La neutralización, su administración y su neutralización

    Dar cuenta de la Concertación

    La idea de representación

    La unidad política y social del pueblo

    La concertación y la izquierda

    1 DE IDEAS Y ESLÓGANES

    2 NEOLIBERALISMO CON ROSTRO HUMANO

    Neoliberalismo

    Neoliberalismo descarnado

    El rostro humano

    Instituciones neoliberales

    El financiamiento compartido de la educación particular subvencionada por el Estado

    La «Constitución de 2005»

    Las reformas laborales

    El plan AUGE y el Fondo de Compensación Solidaria

    3 LA ACCIÓN POLÍTICA Y SUS CIRCUNSTANCIAS

    La improbabilidad de la acción política transformadora

    Las circunstancias de la política chilena en los 90

    4 DEL SENTIDO DE UNA VISIÓN POLÍTICA, Y PRIMERAMENTE DEL NEOLIBERALISMO

    Entre moralismo y utopía. El ‘principio portaliano’

    Liberalismo y neoliberalismo

    Individualismo político

    Contrato social y estado de naturaleza

    Sustitución de antónimos

    Neoliberalismo y conservadurismo

    5 LA CONCERTACIÓN COMO CONVERGENCIA DE TRADICIONES

    ¿Importa la Concertación?

    Movimientos sociales y partidos políticos

    Un partido es un proyecto y un proyecto es un partido

    La Concertación como convergencia de tradiciones

    La Democracia Cristiana y la tradición socialcristiana

    El Partido Socialista y la vía chilena al socialismo

    La «vía chilena al socialismo»

    La oposición a la idea socialdemócrata

    6 SOCIALISMO

    Proudhon a Marx

    Socialismo

    El socialismo no puede ser una forma institucional

    La igualdad como el régimen de la libertad

    La idea de realización recíproca

    La revolución y el principio portaliano

    El camino de Proudhon, hoy

    La teoría de la institución contra la institución

    Socialismo y mercado: las dos dimensiones del mercado

    Mercado y descomodificación

    Socialismo y democracia. La democracia «participativa»

    Democracia y mediación institucional

    La politización de las relaciones sociales

    Despolitización «por abajo» y «por arriba»

    Las cuestiones «transversales». La «agenda valórica»

    La pedagogía lenta de la ley

    Para el contractualismo, la justicia no tiene historia

    Universalismo y particularismo

    ¿Es la idea de pedagogía lenta utópica?

    La pedagogía, el mercado y la familia

    NOTAS, ETC.

    NOTAS

    Alienación política: el «problema constitucional»

    Deliberación política en democracias de masas: la privatización final

    «Violaciones a los derechos humanos»

    La tipología de Esping-Andersen

    Caracterización de «lo público»: educación pública

    Sobrerreacción antiportaliana: un caso conspicuo

    Socialismo hayekiano

    Hegemonía neoliberal

    La figura del «empresario» y su banalización. El «fenómeno Farkas»

    Costos de transacción

    Derechos de ejercicio obligatorio

    Sustitución de antónimos

    Resquicios legales

    Instituciones

    Libertad, igualdad, nivelación hacia abajo

    Sujeto hobbesiano,

    El pago del «sucker»

    Neodarwinismo y «altruismo»

    Liderazgo carismático

    Habermas sobre clientelización,

    AGRADECIMIENTOS

    REFERENCIAS

    NOTAS

    para Antonia

    They sentenced me to twenty years of boredom

    For trying to change the system from within

    I’m coming now, I’m coming to reward them

    First we take Manhattan, then we take Berlin

    I’m guided by a signal in the heavens

    I’m guided by this birthmark on my skin

    I’m guided by the beauty of our weapons

    First we take Manhattan, then we take Berlin

    Leonard Cohen, First, we take Manhattan (1988)

    Introducción:

    La administración y  neutralización de la neutralización

    Una de las consecuencias más notorias del gobierno que en 2013 se acerca a su fin es que ha producido un marcado desplazamiento de la discusión pública hacia la izquierda. No se trata, evidentemente, de que eso haya sido lo que el gobierno de Sebastián Piñera pretendió, pero eso solo muestra que siempre hay, y especialmente en política, una distancia entre lo que uno quiere hacer, lo que uno cree que hace, y lo que en realidad hace.

    La neutralización, su administración y su neutralización

    Lo anterior, evidentemente, no implica que de la elección presidencial de 2013 es probable que surja un gobierno cuyo programa responda a este desplazamiento a la izquierda. La capacidad del sistema político institucional chileno para ignorar o neutralizar las demandas políticas del pueblo es parte importante de nuestro predicamento actual. De hecho, la «izquierdización» mencionada no se manifestó institucionalmente (es decir: no se transformó en decisiones institucionalmente validadas), sino solo (¿solo?) en la forma de una «crisis de representatividad». 

    En un sentido bastante obvio, esto era inevitable: las instituciones chilenas fueron explícitamente diseñadas para neutralizar, no canalizar, la agencia política del pueblo chileno. Como discutiremos detalladamente en este libro, esto llevó a la Concertación, durante sus veinte años, a administrar esa neutralización. Por eso hoy la deslegitimación del sistema institucional (la demanda de nueva constitución) y la crítica a una Concertación que habría traicionado al movimiento que la llevó al poder después de la gesta del 5 de octubre, son en realidad expresión del mismo descontento.

    La función de administrar la neutralización que la Concertación de hecho desempeñó quedó en evidencia en 2011, cuando el movimiento estudiantil reemergió bajo un gobierno de derecha. A mi juicio, esta última circunstancia explica parte de la diferencia entre la magnitud política alcanzada por el movimiento estudiantil en 2006 y en 2011. En efecto, en 2006 los estudiantes fueron capaces de causar un impacto suficiente para modificar la agenda política de la presidente Bachelet, pero no el «modelo» político-institucional. En lo que impugnaba ese modelo, el movimiento de 2006 fue neutralizado en 2007, de un modo que ya se ha asegurado su ingreso a la iconografía de esos años: mediante un nuevo «amplio acuerdo», esta vez celebrado por todos los partidos políticos con las manos en alto. Este acuerdo fue en su momento considerado un ejemplo de virtud y «amistad cívica»; Bachelet dijo que él «evidencia y recuerda con mucho orgullo lo que las fuerzas políticas de nuestro país son capaces de hacer cuando ponen por delante el interés nacional». Pero esta interpretación de las manos entrelazadas no sobreviviría al movimiento estudiantil de 2011. Desde 2011, ese acuerdo es el ejemplo más perspicuo de un sistema institucional incapaz de responder a demandas reales de cambio; es el paradigma de la neutralización, de una «clase política» cerrada sobre sí misma e incapaz de ver más allá de sus narices. Esta resignificación del acuerdo de 2007 es una manera de mostrar la diferencia ente el movimiento de 2006 y el de 2011: mientras el impacto de aquel pudo ser asumido en términos de la transición (es decir, neutralizado), este fue capaz de impugnar esos términos al volverlos, por así decir, contra ellos mismos. 

    ¿Cómo explicar esta diferencia? La respuesta, por supuesto, no necesita apuntar a una causa. En 2011 los estudiantes fueron capaces de articular su posición en dos demandas («fin al lucro», «gratuidad») que identificaron certeramente la hegemonía neoliberal contra la cual se alzaron; el movimiento de 2011 tuvo como punta de lanza a estudiantes universitarios, lo que le dio una conducción transversal que el movimiento de 2006, liderado por estudiantes secundarios de la educación municipal, no tuvo; y no sobra recordar que en 2011 los estudiantes tenían algo que en 2006 no tenían: la experiencia de haber sido neutralizados ya una vez.

    Pero en adición a todo lo anterior, en 2011 los estudiantes se enfrentaban a un gobierno de derecha. Y esto hizo, a mi juicio, una diferencia fundamental.

    En efecto, al atacar el «modelo» teniendo al frente a sus declarados defensores, el conflicto no podía sino transformarse en un conflicto sobre las características fundamentales de ese modelo. Solo de este modo fue posible tematizar la hegemonía neoliberal por primera vez en casi 40 años. En 2006, por contraste, el gobierno podía reclamar que las demandas estudiantiles (el «fortalecimiento» de la educación pública, por ejemplo) eran sus metas también. En eso la Concertación no podía sino cumplir una función de protección del orden institucional de Pinochet, al neutralizar la acción en su contra. La neutralizaba porque, aunque institucionalmente carecía de medios para cambiarlo (lo que hace que en este punto preciso no sea relevante preguntarse si tenía o no la voluntad de hacerlo, o si la habría tenido en circunstancias distintas), no lo defendía y, al contrario, hacía suyo el discurso en su contra. 

    Dicho de otro modo, el gobierno de Sebastián Piñera develó la función que cumplió la Concertación durante sus veinte años y, de este modo, neutralizó la neutralización.

    Ahora bien, es importante para el argumento de este libro destacar que la observación anterior no prejuzga lo que ha de decirse de la Concertación. ¿Fue lo que ella hizo durante sus veinte años, su administración de la neutralización, la manera en que en las circunstancias podía llevarse adelante un programa de (centro-) izquierda que fuera sensible al hecho de que la acción política debe dar cuenta de un mundo que ella no puede definir a voluntad? ¿O fue, al contrario, el administrador perfecto para el neoliberalismo de Pinochet y sus Chicago Boys? Constatar que la Concertación cumplió una función importante de administrar la neutralización de la agencia política del pueblo en la que el régimen institucional diseñado por Jaime Guzmán descansa, y que el gobierno de Sebastián Piñera neutralizó la neutralización, no toma partido todavía entre estas dos descripciones.

    Lo que quedó en cuestión en 2011 fue lo que se ha llamado «el modelo», y que en este libro discutiremos como neoliberalismo. Es el hecho de que la hegemonía neoliberal bajo la cual hemos vivido durante casi cuatro décadas haya sido por primera vez impugnada lo que hace que la elección presidencial de 2013 tenga una significación de la que las elecciones anteriores carecieron. Como veremos, la acción de la Concertación durante sus veinte años puede recibir cualquiera de las dos interpretaciones ya identificadas, lo que muestra que en algún sentido ambas tienen una dosis de verdad. Fue esta ambigüedad lo que le permitió desempeñar el rol de administrar la neutralización. Pero como la neutralización ha sido neutralizada, la ambigüedad no podrá sobrevivir a 2013. Todavía está por verse cuál será la interpretación de sí misma que la Concertación hará suya este año. Hoy es previsible que ella volverá al poder en 2014 y lo hará de la mano de quien fuera presidente entre 2006 y 2010. Eso configura un contexto especialmente propicio para que al interior de la Concertación, ya de vuelta en el gobierno, se imponga la posición de que nada realmente importante pasó en 2011, que la derrota de 2010 se explica solo porque el candidato no era el mejor, y que entonces es posible volver al gobierno y continuar, business as usual. Es bastante claro que si esto ocurriera la Concertación perdería su sentido.

    ¿Sería esto algo grave? Quizás la respuesta es negativa. Es decir, quizás ya nada políticamente importante se juega en la subsistencia de la Concertación. Quizás solo haría explícito algo que ya ha sido observado más de una vez: que mientras la Concertación exista, Chile se verá obligado a elegir entre «dos derechas», como lo dijo el diputado Sergio Aguiló en 2002. Este es el diagnóstico de quienes, temiendo que el movimiento estudiantil de 2011 sea neutralizado una vez más, sostienen que lo que hay que hacer hoy es desesperar de la Concertación y concentrarse en la creación de una fuerza política alternativa, que entienda que su sentido está no en administrar la neutralización sino en llevar adelante un proyecto de izquierda.

    Dar cuenta de la Concertación

    Quizás esta es nuestra situación; quizás la Concertación ya no está en condiciones de ser el agente de un proyecto de izquierda, pese a lo que creen o dicen quienes la conducen. Quizás, en otras palabras, ya no sea, en los hechos, sino una «derecha democrática», por oposición a la derecha autoritaria que existe en la coalición que llevó a Piñera a la presidencia. Pero es importante enfatizar que esta no es una conclusión a la que se pueda llegar apresuradamente. Hay al menos razones de dos tipos por las que esta distinción entre lo que importa (el proyecto) y lo que es instrumental para eso (el agente, es decir, aquí, la Concertación) es mucho menos obvia de lo que parece. Ellas serán discutidas con cierta detención más adelante (en el capítulo 5), pero ahora deben ser mencionadas para explicar el sentido en que este libro puede ser entendido como un libro sobre la concertación. La primera es que este libro no sigue la línea del crítico «izquierdista» que se limita a reclamar en contra del hecho de que la Concertación «se vendió» al neoliberalismo, porque esa crítica deja todos los problemas en pie. En particular, deja en pie la cuestión de si un proyecto político de izquierda puede tener vocación de realización o si debe optar por abuchear desde el margen. Para responder esa pregunta es necesario preguntarse si lo que el izquierdista critica no es sino la adecuación que siempre es necesario hacer para pasar de los principios abstractos a la acción política concreta, que siempre debe dar cuenta de las condiciones fácticas en las que ocurre.

    Porque de ser así, la crítica del izquierdista no daría cuenta de las condiciones de su propia crítica: si la Concertación se vendió, ¿qué razón hay para pensar que cuando les llegue el turno (si les llega) esos mismos críticos no se venderán del mismo modo? Si la explicación de que veinte años después tenemos lo que más adelante llamaremos «neoliberalismo con rostro humano» está en la «traición» de la Concertación, la única explicación disponible acerca de por qué cuando llegue el momento nosotros no cometeremos la misma traición ha de estar en nuestra virtud: a diferencia de ellos, a nosotros no nos sobornarán con trajes Armani o almuerzos en Borde Río o directorios en sociedades anónimas, etc. Pero a mi juicio la experiencia política muestra que la apelación desnuda a «nuestra» virtud contra «su» corrupción es la estrategia que mejor asegura que, cuando uno asuma las responsabilidades de quienes antes fracasaron, no haga sino repetir ese fracaso (el ejemplo más reciente de esto es el espectáculo que ha estado dando la derecha, que terminó creyéndose su propia propaganda y llegó al poder convencida de que lo que la diferenciaba de la Concertación es que ella era hábil y competente donde esta era inútil e incompetente; que los problemas del país se explicaban porque la Concertación simplemente no tenía habilidades «de gestión», por lo que bastaba que ellos llegaran al poder y trabajaran «24/7» para que todos esos problemas desaparecieran o al menos quedaran en vías de solución. Lo que ocurrió es precisamente lo contrario). 

    La primera razón, entonces, por la que una reflexión política de izquierda no puede simplemente ignorar la Concertación y tratarla como nada más que una fuerza neoliberal es que es importante explicar por qué ella terminó administrando un régimen neoliberal. Esto es crucial no para atribuir responsabilidades o para levantar el dedo acusador (aunque, si es necesario, habrá que hacer eso en su momento), sino porque así podemos responder la pregunta de por qué lo que les pasó a ellos (o lo que ellos hicieron) no nos pasará a nosotros.

    La idea de representación

    La segunda razón es que la crítica izquierdista de que la Concertación se vendió al neoliberalismo debe ser discutida teniendo especialmente presente dos patologías características de la izquierda. La primera es que, pese a toda la importancia que la dimensión colectiva de la acción política tiene para el pensamiento de izquierda, hay pocas características más notorias de la «cultura» de izquierda que la tendencia al fraccionamiento. En buena parte dicha tendencia se explica por la desconfianza de formas de acción colectiva que descansan en la representación. En la medida en que la acción política está mediada por formas de representación, se dice, ella es traicionada, porque entonces la acción se independiza de los intereses reales de los representados y pasa a ser acción orientada por el interés particular del representante.

    Aquí es importante diferenciar una objeción (más o menos bien fundada, según las circunstancias) a una forma realmente existente de representación que ha devenido (o siempre fue, como en el caso chileno bajo la llamada «Constitución de 1980») corrupta, contra lo cual desde luego es necesario estar siempre alerta, de la crítica a la idea misma de representación. Rechazar la idea misma de representación hace imposible la acción política. Por la importancia del tema conviene detenerse al menos brevemente aquí. «Representación» quiere decir que la acción de unos cuenta como la acción de otros. Como veremos en el capítulo 6, la acción política es siempre acción que reclama perseguir el interés de todos. Pero también veremos que siempre que se hace algo se hace el juego de alguien: aun cuando lo que se persigue es un interés general, esa acción beneficia a ciertos intereses particulares y perjudica a otros, al menos inmediatamente. Normalmente quienes resultan más afectados con algo son quienes actúan en primer lugar (como los estudiantes universitarios en 2011). En la medida en que su acción sea política (apele al interés general) y no gremial (apele al interés particular del grupo que actúa), el grupo que actúa necesita reclamar que su acción no es solo a nombre de ellos, sino a nombre de todos. Por consiguiente si la idea de representación es problemática, la acción política es problemática. No es hoy posible una acción política no mediada. La representación es la condición de posibilidad de la acción política.

    En virtud de la idea de representación es que podemos pensar en una acción que es «nuestra». Por eso tiene razón Carlos Pérez cuando sostiene que

    La medida en que estamos más cerca o más lejos de ese espíritu, del horizonte comunista, queda en evidencia cuando consideramos la generosidad (o la falta de generosidad) con que estamos dispuestos a apoyar causas que no son directamente las nuestras, pero que implican el horizonte universal que es ese espíritu.¹

    La tendencia al fraccionamiento se explica por la tendencia a ver en cada diferencia entre mi acción y lo que reclama ser «nuestra» acción una traición. La primera condición, entonces, de una política de izquierda, es la disposición a la que alude Pérez: la de entender que puedo asumir algo como «nuestra acción» aunque no es exactamente idéntico a lo que sería mi acción.

    Por supuesto, esto no implica que la idea de representación no deje espacio para la traición. Pero esto solo quiere decir que la acción política puede siempre fracasar, y por consiguiente no es un argumento en contra de la idea de representación sino una advertencia sobre su improbabilidad.

    Eso lleva a la segunda patología: es demasiado habitual observar el espectáculo de una izquierda que llega al poder y que es criticada por la que se queda afuera como «traidora». Lo reiterado de este espectáculo hace que requiera de una explicación. Esta explicación es necesaria para determinar si la objeción de hoy, de que la Concertación y el Partido Socialista devinieron neoliberales, no es sino la reformulación de la crítica del Partido Socialista y del mir a Allende.

    La unidad política y social del pueblo

    En algún sentido, la Concertación de Partidos por la Democracia fue el reconocimiento de que, como en su momento sostuvo Radomiro Tomic», «la unidad política y social del pueblo» es condición para la realización de un proyecto político de izquierda. La razón por la que en su momento esa unidad fue imposible era que el precio de ella era renunciar a un proyecto político revolucionario y transformarlo en un proyecto reformista. Es difícil negar que parte de la fuerza de la Concertación en su momento radicó precisamente en la convicción de que no haber logrado esa unidad en 1970 fue una oportunidad perdida. Otra cosa, desde luego, es si esa oportunidad estuvo efectivamente disponible: quizás las condiciones eran tales que tal unidad era imposible, o quizás era posible pero no se logró, etc. Pero el hecho es que para 1990 esa unidad no solo era posible sino que también se había logrado. Pero el resultado de los veinte años parece confirmar a quienes decían que el precio de la unidad era renunciar a un proyecto de izquierda.

    Esa es la razón profunda por la que no es posible distinguir la pregunta por el proyecto de la pregunta por el agente que ha de realizarlo. Y por eso el sentido principal de este libro es articular algo que pueda con sentido presentarse como un proyecto político de izquierda, uno que pueda apelar a las dos tradiciones que se concertaron en la Concertación. Esta es una distinción que resultará importante para el argumento de este libro, reflejada en el uso de mayúsculas o minúsculas: cuando se usa con mayúscula inicial, «Concertación» es un nombre propio, el de una específica agrupación política; con minúsculas, «la concertación» es la convergencia a la que ya hemos aludido. La diferencia es clara, porque la Concertación podría desaparecer sin afectar la subsistencia de la concertación. La Concertación misma, entonces, es solo un accidente, pero la concertación no lo es. Y la pregunta hoy es si la concertación tiene algún sentido más allá de las exigencias estratégicas del sistema binominal, si hay algo que justifique que esas tradiciones entiendan, cada una de ellas a su manera, que tienen un futuro político común, un proyecto que para cada una puede ser visto como una manera de ser fiel a sí misma. La tesis que guía al libro es la de Tomic: si no es posible formular un proyecto que de ese modo apele a ambas tradiciones, que pueda ser apropiada desde cada una de ellas como lo que la lealtad a su historia le exige en la hora presente, entonces no es viable un proyecto político de izquierda. Por esto la Concertación y sus veinte años son importantes. No por «resucitarla», sino porque hoy no es posible pensar un proyecto de izquierda que no dé cuenta de ella.

    La concertación y la izquierda

    ¿Es el Partido Socialista un partido que traicionó su historia, un partido neoliberal más? ¿Es la convergencia de tradiciones que representó la Concertación un proyecto político vigente dentro del cual tiene espacio un Partido Socialista que reclame ser fiel a su propia tradición? ¿Qué relación hay hoy entre esa convergencia y la Concertación? La respuesta no puede darse por sentada ni en un sentido ni en otro: quizás hemos de decir que el sentido de la Concertación fue la restauración democrática, algo que, al menos en los términos en que eso fue entendido por «la transición», ya puede darse por cumplido. Quizás el imperativo de esa restauración, el restablecimiento de una política institucional como la precondición para cualquier acción política de izquierda, permite entender las políticas neoliberales llevadas adelante por la Concertación como coherentes con su autocomprensión de izquierda (para los socialistas franceses en 2002, un voto de izquierda fue un voto por Jacques Chirac). Pero precisamente porque la respuesta no puede darse por sentada es que es urgente explorar su posibilidad. Eso es lo que este libro pretende.

    Para hacerlo comienza mirando lo que la Concertación hizo durante sus veinte años en el poder. Y al hacerlo, se encuentra con la constatación sorprendente de que las bases institucionales del país que ella entregó a la derecha después de gobernarlo por veinte años responden a un modelo antagónico al de la izquierda. La constatación es «sorprendente» no por inesperada (es algo que ya sabemos), sino porque pareciera indicar que la Concertación, que algunos han llamado «la coalición más exitosa de la historia de Chile», resultó a fin de cuentas un contrasentido. La pregunta entonces será cómo fue eso posible y qué nos dice acerca de la Concertación como agente político y del Partido Socialista como uno de sus principales partidos. Qué nos dice acerca del futuro no de la Concertación, sino de la convergencia de tradiciones que ella constituyó, el hecho de que, después de veinte años en el poder, entregara a la derecha un régimen neoliberal, aunque con rostro humano. Porque, por las razones que veremos, no negar este hecho es de una importancia política capital. Votar por la derecha para votar contra la ultraderecha, como los socialistas franceses en 2002, puede ser la decisión responsable de un partido de izquierda en las circunstancias. Pero es crucial hacerlo manteniendo viva la conciencia de que aquello por lo que uno está votando en ese caso sigue siendo la derecha.

    A pesar de lo que suelen sostener los críticos de la Concertación (especialmente desde la izquierda), la constatación de que, después de veinte años, ella entregó a la derecha un país cuyo régimen institucional es claramente neoliberal (aunque con rostro humano) no es el fin de la discusión, sino el principio. En efecto, sin importar el lugar común conforme al cual el discurso es ocultamiento y las obras son transparentes, la identificación de un proyecto político no mira solo a la acción. La pregunta por un proyecto político es una cuya respuesta apunta hacia el futuro, y es desde ese futuro esperado que hemos de volver la vista atrás y mirar al pasado. No se trata de mirar lo que hizo la Concertación o el Partido Socialista para saber si ellos tienen futuro como proyecto político, sino precisamente al revés: la manera en que hemos de interpretar lo que la Concertación o el Partido Socialista hicieron depende de si hoy creemos que ellos encarnan un proyecto político vigente o no.

    En el sentido en que la cuestión será discutida en este libro, que la concertación tenga futuro como proyecto político quiere decir que es el espacio político desde el cual el Partido Socialista debe actuar. Pero desde luego, el problema también se plantea respecto de este: ¿es el Partido Socialista un partido de izquierda, o tienen razón los que dicen que hoy no es sino un partido neoliberal? Aquí la pregunta entonces debe ser si el Partido Socialista tiene sentido como proyecto político, lo que a su vez es preguntar sobre si él puede ser entendido como el agente de un proyecto político de izquierda. Y, por último, esto nos enfrenta a la pregunta substantiva que, al quedar sin respuesta desde el derrumbe del muro de Berlín, explica en parte importante nuestro predicamento actual: ¿cuáles son las características que en la hora actual debe o puede asumir un proyecto político de izquierda, uno que, dando cuenta del mundo como es hoy, sea leal con la tradición política que el Partido Socialista reclama representar (o, si nuestra respuesta en definitiva es escéptica, con la que traicionó)?

    La inversión de los términos del problema puede parecer extraña, pero en realidad revela la forma básica de atribución de sentido a la acción política. La acción política es siempre una acción orientada al futuro o, dicho de otro modo, una que es inteligible solo desde el futuro. El sentido primario de la acción política está siempre constituido desde la perspectiva del pasado-futuro: para entender lo que hoy hacemos debemos mirarlo desde la perspectiva del futuro, debemos preguntarnos cómo se verá cuando, en el futuro, recordemos el momento actual como pasado. Otro modo de expresar esta misma idea es decir que atribuir sentido político a algo es insertarlo en una narrativa. El sentido de «lo que la Concertación hizo durante sus veinte años de gobierno» no es el sentido discreto de cada decisión relevante de los gobiernos de la Concertación, ni el de la suma de esas decisiones. El sentido está en la narrativa de la cual es parte. El primer error que se debe evitar, entonces, es el de creer que una interpretación «realista» de un fenómeno político, una que no se deja engañar por la apariencia de las cosas, se caracteriza por atender solo a los hechos, no a las ideas (el error de creer que el nivel del discurso es uno puramente «superestructural»). Este libro pretende mostrar que no es posible entender lo que la Concertación hizo sin entender qué es lo que ella debería haber intentado hacer, sin tener una idea de cómo ha de ser el futuro desde el cual se recuerde lo que la Concertación hizo durante esos veinte años. 

    Pero claro, al error del «realista», que cree que atender a las ideas y no solo a los hechos es dejarse engañar por «los discursos», se contrapone el error opuesto del que atiende solo a las ideas. Este es el problema del «voluntarismo», el puro wishful thinking de acuerdo al cual para que algo sea el caso basta con querer que sea el caso. Cae en este error quien piensa que, para que la Concertación tenga sentido políticamente hablando, basta con desear que tenga sentido, que no importa lo que la Concertación hizo porque solo importa lo que dijo, o lo que dice que quiere hacer (=que es una fuerza de «centroizquierda» porque dice que es una fuerza de centroizquierda, o porque sus miembros se entienden a sí mismos como de izquierda, porque todavía se emocionan al oír «Venceremos» o «El pueblo unido»). Una aproximación de este tipo incurre en el error simétricamente opuesto al anterior: no entiende que el significado de la acción política no está ni en el pasado ni en el futuro, sino en la vinculación entre pasado y futuro.

    Por eso es importante aclarar lo que está en discusión cuando hablamos de «la concertación». Lo que nos interesa no es la organización específica que unió en su origen a 17 partidos políticos y hoy agrupa a 4 sino, como está dicho, la convergencia de tradiciones representadas por esos 17 o 4 partidos. Una tradición es precisamente la unión entre pasado y futuro, una manera de entender una sucesión de hechos como unidos por una hebra común que, arrancando del pasado, se proyecta hacia el futuro. Es ese futuro lo que permite identificar la hebra que une esos hechos pasados.

    La idea de tradición es constitutiva de la acción política. En efecto, esta supone no solo acción, sino acción reflexiva (reflexiva en el sentido de acción que a

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