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El partido comunista en Chile: Una historia presente
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El partido comunista en Chile: Una historia presente

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Diversas miradas sobre el Partido Comunista de Chile permiten al lector formarse una visión plural y actualizada de uno de los principales actores políticos del siglo XX en el país. A dos décadas del derrumbe del comunismo en la Unión Soviética y Europa del Este, y a pesar de su exclusión sistemática del Congreso Nacional por un sistema electoral diseñado para tal efecto, el PC sigue concitando la atención pública por su resiliencia y el papel jugado en el desenlace de las elecciones presidenciales de comienzos del siglo XXI. La suscripción en 2009 del pacto electoral parlamentario entre la Concertación de Partidos por la Democracia y el Juntos Podemos abrió la posibilidad de terminar con la marginación parlamentaria de los comunistas y de ampliar la cooperación entre estos y la coalición gobernante. La persistencia del comunismo chileno en la política nacional después de las profundas convulsiones internacionales, la cruenta represión en su contra y los radicales cambios en su línea política es lo que otorga actualidad a este volumen, el que mediante el estudio multidimensional de su trayectoria por casi un siglo, contribuye a comprender mejor su historia y su presente.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 feb 2018
ISBN9789563240504
El partido comunista en Chile: Una historia presente

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    El partido comunista en Chile - Alfredo Riquelme

    Notas

     Agradecimientos

    Segunda Edición

    Esta nueva edición de El Partido Comunista en Chile ha sido posible gracias al patrocinio de la Fundación Ford, y el apoyo institucional de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO-Chile).

    El auspicio académico del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de Santiago de Chile (USACH), permitió incorporar nuevos antecedentes generados por la investigación realizada en los archivos soviéticos, reconstruyendo, de manera más pormenorizada, las relaciones internacionales del Partido Comunista de Chile.

    Agradezco el valioso aporte de mis co-editores Alfredo Riquelme y Marcelo Casals, con quienes compartimos tanto la revisión y ampliación de esta nueva edición como la interpretación de sus principales resultados.

    A Julio Silva Solar, gerente general de CESOC Ediciones, que nos acompañó en la primera edición de este libro. A Editorial Catalonia y su editor, Arturo Infante, por el permanente interés en difundir el trabajo de cientistas sociales preocupados por el porvenir del país.

    A Jorgelina Martín, por su pulcra y exhaustiva edición. Y, una vez más, agradecemos a Cristina de los Ríos por su valiosa contribución en la reconstrucción material de los textos y la puesta en forma de la nueva edición.

    Primera Edición

    Los estudios que presentamos a continuación son parte de un esfuerzo multidisciplinario llevado a cabo por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) en Santiago de Chile, entre los años 1985 y 1986.

    En esta iniciativa participó una amplia gama de académicos que tuvieron a su cargo tanto la presentación de las ponencias que aquí publicamos, como los comentarios a las mismas. Quisiéramos agradecer especialmente a estos últimos, quienes permitieron descubrir aspectos no considerados y profundizar en otros de interés. El aporte intelectual de Carlos Bascuñán, Alicia Frohman, Miguel Lawner, Eduardo Ortiz, Carlos Maldonado, Álvaro Palacios, Patricio Quiroga, Alfredo Riquelme, Augusto Samaniego y Ulrike Walkau enriquecieron grandemente nuestro producto final, siendo una ayuda de gran importancia durante el trabajo de seminario realizado en esa oportunidad.

    Deseamos agradecer el apoyo de la Fundación Ford, producto del cual fue posible estudiar la dimensión internacional tanto del desarrollo histórico como del actual estado de las relaciones entre el Partido Comunista de Chile y su entorno externo.

    Esta publicación ha sido posible gracias al interés demostrado por el Centro de Estudios Sociales (CESOC) y sus Ediciones Chile y América, en una temática de interés nacional.

    Esta edición conjunta no habría podido realizarse sin la cuidadosa dedicación y tiempo destinado a su producción por Angélica Meza. Igualmente, agradecemos a Cristina de los Ríos y Silvia Gómez, quienes tuvieron a su cargo la pesada tarea de producción del manuscrito final, su constante apoyo e inagotable paciencia.

    Prólogo a la segunda edición

    ¹

    Un desencuentro histórico

    Augusto Varas

    En las últimas dos décadas la política chilena ha cambiado de manera significativa observándose, entre otros aspectos, que la permanente tensión frente al tema de la exclusión o integración del PC en el sistema político formal se ha ido resolviendo a favor de este, estableciéndose acuerdos políticos parciales entre el PC y los partidos de gobierno.² Sin embargo, el acuerdo electoral suscrito con la Concertación de Partidos por la Democracia en 2009 reviste especial relevancia.

    El día lunes 15 de junio de 2009, la Concertación y el pacto electoral Juntos Podemos –liderado por el PC– firmaron un pacto parlamentario que permitiría, por primera vez después de recuperada la democracia en 1990, y a través de la presentación de una lista común de candidatos al Parlamento, que el PC supere la exclusión a la que el sistema binominal, implementado por la dictadura, lo ha tenido condenado por 20 años y acceda al Congreso en las elecciones de fines de año. En la ocasión el ex-presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle, candidato de la Concertación, afirmó que lo único que nos mueve en este momento es construir una democracia cada vez más plena, cada vez más inclusiva y menos discriminatoria en nuestro país. Como parte integrante de este pacto se acordó avanzar hacia el reemplazo del sistema binominal y, en una segunda etapa, terminar con la normativa que impide el ingreso de dirigentes sindicales al Parlamento.³

    Más allá de las consideraciones electorales detrás de esta decisión y su eventual efecto en una segunda vuelta presidencial, su relevancia radica en ser la primera vez en la historia política nacional que la Democracia Cristiana acepta firmar un acuerdo formal de mutuo apoyo electoral con el PC, definiendo una agenda parlamentaria común, proyectándose, de hecho, como partes constitutivas de una alianza política para recuperar plenamente la democracia, llamado que había sido permanentemente rechazado por la DC desde 1973.

    Este importante hecho en la vida política nacional fue posible a pesar de las fuertes tensiones y opiniones en contra generadas al interior de la DC y de las presiones mediáticas ejercidas a través de sondeos de opinión pública por parte de medios de derecha en los meses previos al pacto.

    Al interior de la DC la situación no dejaba de ser compleja y la oposición al pacto se manifestaba de diversas formas. A fines de 2008, a propósito del 9% logrado por el Juntos Podemos en la elección de concejales, y pensando en las elecciones de 2009, Edgardo Boeninger afirmaba estar convencido de que un pacto Concertación-PC sería un error garrafal y provocaría un daño al desarrollo chileno.⁴ Su posición queda claramente establecida en su obra póstuma cuando estima que en el pacto Concertación-PC no tiene sentido más allá de lo electoral y que, en caso de ser oposición, el ala de izquierda de la Concertación sería empujada a posiciones más radicales por la posible llegada al Congreso Nacional de algunos diputados comunistas.⁵ Generacionalmente distantes, otros dirigentes con sus distintos matices y todos reconociendo la necesidad de terminar con la exclusión –‘pero por otras vías’–, la ex ministra, Mariana Aylwin; el alcalde de Peñalolén, Claudio Orrego; el ex subsecretario, Jorge Navarrete Poblete y el ex vicepresidente DC, Walter Oliva, expresaron sus aprensiones a gestar un acuerdo con los comunistas, en línea con lo expresado por el diputado Patricio Walker,⁶ declaraciones que generaron amplio rechazo en la Concertación.⁷

    Por su parte, y dada la preocupación evidenciada en las filas de la derecha, el Centro de Estudios Públicos, tratando de influir sobre la dirigencia democratacristiana, informaba que su sondeo realizado en noviembre y diciembre de 2008 revelaba que sólo un 22% de los consultados a nivel país estaba de acuerdo con un pacto electoral entre la Concertación y el PC, y un 37% de los entrevistados lo rechazaba.

    Una mirada retrospectiva a las difíciles y cambiantes relaciones entre la DC y el PC chilenos nos servirá de marco general para introducir esta nueva edición de El Partido Comunista en Chile, con una mirada más amplia al proceso de integración del PC en la institucionalidad política chilena. Con esta perspectiva ampliada se evidenciarán, de mejor forma, los principales factores que han incidido en la permanente tensión integración-exclusión que ha afectado al PC, siendo el desencuentro de casi medio siglo entre este último y la DC el principal factor centrífugo, relación que hoy día entra en una nueva etapa. Igualmente, se podrán analizar aquellos elementos que, estando a la base de este desencuentro, han podido ser superados posibilitando esta colaboración.

    En los trabajos que se incluyen en esta edición se han establecido diversos factores que ayudarían a explicar el escaso incentivo a la colaboración entre estos dos importantes actores de la vida política nacional entre las cuales nos parece pertinente destacar cuatro grandes temas: las razones doctrinarias; la tendencia a la autonomía política del centro; los mutuos traumas políticos; y la lenta renovación ideológica de ambos. Sin embargo, más allá de estos factores, en el fondo, yace la persistencia de una política aún no totalmente secularizada que rigidizó la política de alianzas e impidió a estos partidos relacionarse a partir de un enfoque pragmático, negociador, enfocado en políticas públicas específicas, superando la lógica suma cero a la que los arrinconó su ideologismo. Con todo, y a pesar de las permanentes y resilientes diferencias internas, ambos partidos han podido evolucionar potenciando sus dinámicas cooperativas las que les han permitido relacionarse de otra forma en la actualidad.

    Un primer factor en este desencuentro histórico ha sido el carácter doctrinario de dobles opuestos que han mostrado ambas agrupaciones partidarias desde fines de los años 30. La Falange Nacional surge como alternativa al marxismo, liberalismo y fascismo con un fuerte énfasis en lo doctrinario rechazando tanto al liberalismo como al socialismo, a favor de un ‘Estado nacional y fuerte’, organizado sobre bases corporativas.⁹ De acuerdo a Tomás Moulián, la Falange el partido anterior a 1957 era una típica organización doctrinaria de elites, con un grupo reducido de militantes probados, de firmes convicciones, pero sin arraigo de masas. […] Buscaba construir una filosofía política que, como el marxismo, contuviera una teoría de la historia. Sus fuentes principales eran la doctrina social de la Iglesia y el neo-tomismo de Maritain.¹⁰ Por su parte, el PC al incorporarse plenamente a la Internacional Comunista en 1922 y compartiendo el pensamiento marxista-leninista aspiraba a reproducir el modelo comunista soviético en Chile.¹¹ Estas diferencias ideológicas adquirieron mayor intensidad y profundidad toda vez que se conectaban a un conflicto religioso más de fondo entre catolicismos y ateísmos militantes que involucraban instituciones tan poderosas como la Iglesia Católica y el PCUS.

    El anti comunismo de la DC se expresó tempranamente a través de su principal líder y constructor institucional. De acuerdo a George Greyson, comentando las relaciones entre Juan Antonio Ríos y Eduardo Frei Montalva, en 1941, en la fase de construcción partidaria de la Falange, reconoce que Ríos era abiertamente anticomunista, como lo era Frei.¹² Décadas más tarde el propio Frei afirmaba que el comunismo es una fe, ¿quién podría negarlo?, frente a lo cual erigía su doble opuesto en la DC, apostando a que nada es más necesario en esta hora que la presencia de ‘minorías proféticas’ capaces de expresar y encauzar la tesis del Humanismo.¹³ Este anti comunismo persistió a través de las décadas haciéndose cada vez más patente a medida que la DC iniciaba su fase ascendente y autónoma de centro. Así, en octubre de 1958, Patricio Aylwin afirmaba la absoluta incompatibilidad y contradictoria relación de los fines de la DC con los de la derecha y el marxismo",¹⁴ anti comunismo que llegó a su clímax durante la campaña electoral de 1964.¹⁵

    Si bien en su fase de construcción partidaria la confrontación ideológica entre la Falange y los comunistas queda claramente establecida, el anti comunismo de la DC, en el plano de las relaciones políticas, no tiene la misma intensidad que a nivel de su doctrina. Así, algunos falangistas apoyaban –sin entrar en alianzas– los objetivos sociales comunistas y abogaban por establecer relaciones con la Unión Soviética. Esta postura de centro-izquierda continuó en los 40 estableciéndose una estrecha colaboración con los gobiernos radicales y, a pesar de que en las elecciones de 1946 la Falange apoyó al candidato social-cristiano Eduardo Cruz-Coke, se opusieron a la dictación de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia que, en 1948, excluyó de la política al Partido Comunista.

    Puesto el énfasis en lo político y antes de su constitución como partido independiente, la Falange se vinculaba ampliamente con el espectro político partidario producto de lo cual comunistas y radicales habían aceptado invitaciones para asistir, en mayo de 1938, a actos falangistas.¹⁶ Igualmente, uno de sus principales líderes, Manuel Garretón, favorecía como posible la alianza con los comunistas cuando los objetivos sociales eran congruentes, pero guardando al mismo tiempo la autonomía del movimiento social-cristiano.¹⁷ En esa misma línea, Pedro Rodríguez, presidente de la Falange, en su discurso con ocasión del undécimo aniversario, afirmaba que si bien existía una antinomia doctrinaria con el PC esta actitud no excluye las coincidencias para un asunto concreto; tampoco la convivencia dentro del régimen democrático, ni aún, alternar con el Partido Comunista en base a políticas de gobierno. Buena prueba de esto nos han dado los países europeos. En Bélgica, Italia, Austria, y Alemania partidos católicos integran gobiernos con partidos comunistas, sin mengua de su doctrina.¹⁸ Incluso, en su período más difícil de afirmación de perfil político propio, la novel organización recién independizada de las filas conservadoras firma en 1939 un apoyo parlamentario al programa de reconstrucción del Frente Popular después del terremoto de ese año y apoya al asediado gobierno de Pedro Aguirre Cerda, entrando a un pacto parlamentario con el Frente Popular,¹⁹ el que no perduró dado que, rápidamente, la Falange se definió por sobre derechas e izquierdas encontrando, entre 1941 y 1945, diversos aliados en el amplio espectro político.

    El anti comunismo doctrinario tampoco comprometía la política exterior de la Falange. Así, en 1944, Radomiro Tomic abogaba por establecer relaciones con la Unión Soviética como contrapeso para los Estados Unidos, el ‘paternalista protector’ del hemisferio.²⁰ Igualmente, durante la administración de Jorge Alessandri, los democratacristianos atacaron fuertemente la decisión de Alessandri, de acuerdo con las sanciones de la OEA, de romper lazos diplomáticos con La Habana y el gobierno de Frei se manifestó contra la propuesta apoyada por Estados Unidos de una Fuerza de Paz Hemisférica.²¹ Más tarde, y honrando su promesa programática, el 24 de noviembre de 1964, recién electo presidente, Frei restableció relaciones diplomáticas con la URSS. Con todo, la estrecha relación entre el PC y la URSS durante la Guerra Fría fue un elemento determinante en la relación histórica DC-PC. De la misma forma, el contexto internacional post Guerra Fría también permitió el acercamiento que se observa en la actualidad. Se podría pensar que si no hubiese caído el muro de Berlín, el pacto electoral con el PC hoy sería una imposibilidad.

    Un segundo factor relevante para entender estas relaciones es la aspiración de larga data de la DC de una política de alianzas que no comprometiera su autonomía. Entre 1941 y 1945 los jóvenes líderes falangistas reivindicaban su plena autonomía y flexibilidad de alianzas sin compromisos permanentes con otras colectividades políticas. En este marco Manuel Garretón insistía en que el partido tomara el ‘vuelo del cóndor’, por encima de las categorías tradicionales de derecha e izquierda [y] se hallaba inalterablemente opuesto a pactos con la izquierda.²² Esta tendencia se volvía a repetir en junio de 1957 cuando una corriente dirigida por Jaime Castillo, insistía en que la Falange mantuviese su postura ‘nacional’ y ‘popular’ seguida en la reciente campaña de Frei y no preocuparse por el aislamiento.²³ Corriente que logra hegemonía en 1969 cuando Jaime Castillo Velasco fue elegido presidente en reemplazo de Renán Fuentealba, que había renunciado al imponerse la tesis del ‘camino propio’.²⁴

    De esta forma, tanto en la fase de constitución de su perfil partidario (1939-1957) como en su fase de desarrollo acelerado (1958-1965), en la Falange/DC tendió a primar su autoafirmación identitaria como partido nacional y popular de centro sin incentivos para coaliciones permanentes. Sin embargo, entre 1948-1958, el PC que había logrado un sólido y estable 10-12% de apoyo electoral en las elecciones ocurridas en el período 1941-1945, queda excluido y fuera de la ley a consecuencia de la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, impulsada por la administración de Gabriel González Videla. Exclusión legal que también se observó en otros países de la región como en Brasil (1947) y Costa Rica (1948), así como la purga de comunistas en las centrales sindicales de Cuba, México, Guatemala, Venezuela y Argentina.²⁵ Esta clara expresión de la Guerra Fría en la política nacional ampliará el campo de lucha ideológica entre la DC y el PC, anteriormente teñido de elementos religiosos, incorporándolos al conflicto político y estratégico Este-Oeste. Esta dimensión internacional, que reforzó las diferencias entre ambas culturas partidarias, tendrá su máxima expresión en la campaña presidencial de 1964. Sin embargo, hasta 1958 la tensión política entre la Falange y el PC queda situada fundamentalmente en el plano doctrinario ya que a nivel electoral y político contingente no había espacios de encuentro decisivos. En consecuencia, el camino propio DC tuvo vía libre sin tener que plantearse seriamente la necesidad de colaboración con quienes también estaban posicionados en el espacio nacional-popular. No obstante, una vez derogada la ley maldita, el crecimiento de la DC en los 60 no solamente se sostiene en los sectores medios y rurales sino que también disputa la fuerte presencia comunista en los sectores populares urbanos y en las organizaciones sindicales. No está demás recordar que, en este último campo, el DC Ernesto Vogel disputó en 1972 voto a voto la secretaría general de la CUT con Luis Figueroa, histórico líder comunista de esa central sindical. Esta competencia en el campo electoral y en áreas claves del apoyo ciudadano fue un desincentivo adicional a cualquier forma de cooperación. Tres décadas después, la configuración clasista en las preferencias partidarias entre la DC y el PC, típica de los años 60, tiende a diluirse. En la actualidad la presencia de cada uno de ellos en los sectores medios y bajos es de similar proporción, aún cuando la DC tiene significativamente mayor presencia en ambos.²⁶ Con todo, como veremos más adelante, la confrontación más severa con los partidos de izquierda durante el gobierno democratacristiano sería con el Partido Socialista.

    Un tercer factor que ayuda a entender estas complejas relaciones son los traumas políticos que cada una de estas colectividades sufre frente a su otro significativo. El trauma DC se podría graficar como el de un proyecto interruptus, síndrome caracterizado por un largo período de desarrollo político, orgánico y electoral (1939-1957), un corto y rápido proceso de ascenso al poder y logro de amplio respaldo ciudadano (1958-1965), seguido de un súbito momento de caída en las preferencias ciudadanas. Así, sin contar la elección de Frei Montalva, que recibe un fuerte apoyo de la derecha, a partir de 1965, momento en que la DC logró el mayor apoyo electoral nunca antes ni después recibido (41,06% en la elección parlamentaria de ese año), la situación partidaria y política nacional comenzó a tensionarse. En primer lugar, producto del deterioro de las relaciones entre el Gobierno y la oposición de derecha e izquierda que conjuntamente en 1966 negaron el permiso al viaje del Presidente a EE. UU. Y, en segundo lugar, la erupción de una profunda crisis institucional que remeció las principales instituciones nacionales: las universidades (toma de planteles y reforma universitaria, 1967-1968); la Iglesia Católica (toma de la Catedral, 1968); las fuerzas armadas (Tacnazo, 1969); y el Poder Judicial (huelga de 1969). Todo esto en un lapso de tres años. A esta crisis institucional se sumó el deterioro del respaldo político al Gobierno DC producto de la crisis económica de 1967, con la consecuente frustración del proceso redistributivo iniciado en 1964, a lo que se agregaron las crecientes diferencias ideológicas sobre cómo proyectarse en las elecciones de 1970. Estas crisis dividieron a la DC, generándose una profunda fractura en la Junta Nacional de mayo de 1969 en la que las posiciones oficialistas y la tesis del camino propio ganaron por un escaso margen de 18 votos,²⁷ a continuación de lo cual se produjo la creación del MAPU y de la Izquierda Cristiana, fracturándose significativamente la DC. Así, el inclusivo proceso de reformas, iniciado por la DC en 1964, enfrentó a pocos años de haberse iniciado su propia bancarrota.

    En este marco de aislamiento catastrófico, Renán Fuentealba, presidente de la DC, denunciaba en marzo de 1968 la voluntad de destrozar al Gobierno DC por parte de la derecha y la izquierda marxista totalitaria. E identificaba en el otro extremo de la oposición ‘tanto o más dura que la derecha’, al Partido Comunista, como cabeza y motor, dado que de tener éxito la Democracia Cristiana, los comunistas pierden toda chance de ser gobierno, no sólo en Chile, sino en América.²⁸

    No pensaba de la misma forma Luis Corvalán, cuando señalaba que los comunistas fueron particularmente abiertos a la labor de la Democracia Cristiana en el gobierno. Se declararon partido de oposición durante todo el período presidencial de Eduardo Frei Montalva y no participaron en ningún momento de la cerrada oposición política del Partido Socialista: ‘Ni la sal ni el agua para la Democracia Cristiana’.²⁹ Aun cuando la postura del PC fue menos crítica que la del PS, desde el punto de vista de los traumas políticos, el PC quedó fuertemente afectado por la directa intervención y masiva ayuda económica del gobierno de los EE. UU. al triunfo de Frei en 1964.³⁰

    Más allá de las mutuas recriminaciones, coincidimos con Tomás Moulián cuando destaca que ninguno de los dos proyectos de cambio, ni el democratacristiano ni el de la UP, podría haberse llevado a cabo sin la formación de un gran bloque democratizador y, por el contrario, las posibles fuerzas promotoras de esos proyectos estaban en esos momentos más orientadas por una racionalidad competitiva que por una racionalidad cooperativa.³¹

    Las relaciones entre la DC y el PC durante el Gobierno de la Unidad Popular no fueron menos traumáticas y, en conversación con Allende antes de que este asumiera el gobierno, Frei anticipaba la crisis y tomaba partido por una oposición frontal. Al respecto, Gabriel Valdés recuerda que Frei mirando fijamente a Allende, le confesó que había acumulado una definitiva distancia con la izquierda socialista y que nunca había aceptado la presencia comunista en gobiernos latinoamericanos, porque terminarían ejerciendo una dictadura y contra ella estaba preparado para luchar.³² Esta definitiva desconfianza en el compromiso democrático del PCseguramente estaba validada por la ambigua respuesta de Luis Corvalán, secretario general del PC en esa época, cuando responde a la pregunta del periodista Eduardo Labarca si el Partido Comunista estaría dispuesto a que se entregara el Gobierno a la oposición si la Unidad Popular perdiera en 1976, a lo que Corvalán responde: Nuestra orientación es actuar dentro de la Constitución y de la Ley. Pero también nuestra obligación es actuar teniendo en cuenta las realidades que se puedan crear. Y para mí, la actitud que habría que adoptar en ese momento histórico, estará determinada por el curso que tome el proceso en esos años.³³

    Ya es suficientemente conocido el rol de la DC en el derrocamiento de Allende y el juicio del PC sobre esta materia.³⁴ Sin embargo, a partir de 1973, la cotidianidad de la represión dictatorial y la masiva violación a los derechos humanos que también afectó a los democratacristianos, dirigentes y militantes de base, puso nuevamente en el tapete el tema de la alianza de todas las fuerzas anti-dictatoriales, el frente antifascista, tal como lo promovía lo que quedaba de la UP en el país. Así, a fines de 1974 la directiva de la DC realizó una consulta al Plenario Nacional dando por resultado una posición crítica y activa a la dictadura, construyendo un movimiento abierto a todas las tendencia de derecha o izquierda para reconstruir la democracia en el país, con sólo un 3% partidario de un ‘Frente Amplio’ con los partidos marxista-leninistas.³⁵ Esta política se mantuvo hasta 1980 período en el cual la democracia cristiana mantuvo el rechazo, como partido, ‘a los frentes amplios antifascistas o una alianza con el Partido Comunista’. Incluso un año y medio después de la ilegalización de la DC, en octubre de 1978, Andrés Zaldívar, presidente de la DC afirmaba que el Partido Comunista no puede ni circunstancial ni definitivamente ser nuestro aliado.³⁶

    Frente a este categórico rechazo a cualquier pacto con el PC por parte de la directiva radicada en el país, grupos democratacristianos exiliados por la dictadura postulaban la necesidad de integrar un frente amplio. Así, en la reunión de Colonia Tovar en Venezuela, de julio de 1975, donde asisten representantes de todos los partidos políticos de oposición a la dictadura, menos el PC, Radomiro Tomic afirmaba que la participación del PC es indispensable; la dirección comunista o predominantemente comunista del proceso en Chile, es imposible. Reunión que molestó a la directiva de Patricio Aylwin, quien conminó a los asistentes a respetar las orientaciones partidarias.³⁷ Un encuentro similar –sin representantes del PC– se organizó en Nueva York en 1976 entre dirigentes DC, MAPU e Izquierda Cristiana frente al cual, preocupados por la seguridad de quienes trabajaban contra la dictadura en el país, Gabriel Valdés recuerda que Claudio Orrego y Genaro Arriagada me visitaron para manifestarme que consideraban prematura y peligrosa esta reunión.³⁸ La idea del frente amplio anti dictatorial tenía un ancho apoyo en los líderes de la resistencia, como Ricardo Lagos quien tenía interés para incorporar a nuestra acción opositora a toda la izquierda, incluyendo al Partido Comunista. Ello creaba discusiones en la directiva de nuestra organización.³⁹ La postura de Lagos estaba avalada por la permanente y dinámica presencia del PC en las diversas organizaciones que luchaban contra la dictadura, especialmente en las de derechos humanos dada la brutal represión en su contra.

    A pesar de las serias diferencias al interior de la DC respecto a su política de alianzas contra la dictadura, el PC insistió en la política del frente anti-fascista. Así, en entrevista en periódico madrileño El País, Corvalán respondía a la pregunta:

    "Entonces, ¿qué posibilidades ve usted de un «frente común», propuesto por los socialistas, para agrupar todas las fuerzas democráticas, contra la dictadura?

    L. C.: Esa es la posición de la Unidad Popular, la posición del Partido Comunista. Estamos por la unidad de todos, contra la dictadura. Ya existe un consenso. Yo le podía señalar una infinidad de cosas en torno a las cuales hay consenso. Primero, la vuelta a las libertades democráticas. En contra de la política económica, también hay consenso, que va incluso más allá de la Unión Popular y de la Democracia Cristiana e incluye, incluso, a gente partidaria del Gobierno. Estas son dos líneas fundamentales. El país tiene que volver a un régimen democrático y se avanza por ese camino".⁴⁰

    Un cuarto factor en este desencuentro histórico ha sido la lenta renovación ideológica de ambas colectividades. Por una parte, la insistencia del PC en el frente anti-fascista no conllevaba renovación alguna en el plano teórico-ideológico.⁴¹ Esta renovación que podría haber sido un elemento de aproximación a la DC, tal como sucedió con el PS en los 80, estuvo ausente en la evolución del PC en esos años. Por el contrario, a partir de 1977, se comienza a gestar en los diversos núcleos de reflexión de comunistas exiliados en la República Democrática Alemana la política de la rebelión popular de masas (PRPM),⁴² considerada por el historiador Rolando Álvarez como la verdadera renovación ideológica del PC y que transforma estructuralmente las bases partidarias y los supuestos en que se basaban, pero sin romper con las tradiciones comunistas, tal era el carácter de masas de su accionar político.⁴³

    Coincidentemente con el inicio de la elaboración de esta nueva política, en 1977 irrumpió el fenómeno del eurocomunismo encabezado por el PC italiano y su compromesso storico, movimiento altamente valorado por Eduardo Frei Montalva cuando reconocía que sería inútil desconocer que esos partidos han, por lo menos públicamente, desertado a la unidad de un comando internacional al afirmar su independencia frente al centro soviético; reconocido los valores de la democracia ‘formal’; admitido el pluralismo; y rechazado una tesis tan fundamental para el marxismo como es la ‘dictadura del proletariado’.⁴⁴ Sin embargo, el eurocomunismo es prontamente descartado por el PC chileno, no por ser antinómico con la PRPM –política que tendría que esperar algunos años para ser oficial– sino por el estrecho alineamiento del PC chileno con el PC de la Unión Soviética, actitud que queda reflejada en la palabras de Luis Corvalán, en enero de 1978, en otra entrevista en El País:

    "EL PAIS: ¿Cree usted en la posibilidad del nacimiento de un «euro comunismo» al estilo latinoamericano?

    L. C.: No. No lo veo posible. Es un tema acerca del cual hay, yo diría, una cierta imagen y versiones confusas para mucha gente. Algunos creen que el «eurocomunismo» es sinónimo de independencia, de autonomía de los partidos, de algún afán de compenetrarse en los fenómenos nuevos de la época en el plano mundial, y de conocer profundamente las particularidades de cada país. Yo estoy contra esa versión porque me parece que la cuestión de la independencia y la autonomía de los partidos comunistas es un asunto confuso. ¿Quién la ha cuestionado? ¿Quién la cuestiona? Nosotros no somos eurocomunistas, pero somos tan autónomos y tan independientes como el que más, como todos los partidos comunistas y hacemos todo el esfuerzo posible por dominar las complejidades de la vida actual en el mundo, me refiero a los procesos sociales, y por descubrir, también, nuestro propio camino de transformación de la sociedad. Lo hemos demostrado, puesto que lo que hicimos en Chile es algo un tanto singular".⁴⁵

    Paralelamente a esta imposibilidad ideológica de acercar el PC a la DC, las divergencias políticas surgidas en el seno del Partido Socialista, producto del diferente análisis y valoración de las causas de la derrota de la UP y de las formas de enfrentar a la dictadura, terminan por la ruptura del PS y la conformación de una nueva política de alianzas que, excluyendo al PC, se proyecta como la Renovación Socialista,⁴⁶ procesos que finalmente terminan haciendo posible la Concertación.

    Estos cuatro desarrollos que se dan simultánea y combinadamente, tanto al interior como en el exterior del país, terminan por sepultar la política del frente antifascista y refuerzan el abismo creado entre la DC y el PC.

    Esta distancia se mantiene y profundiza en la DC durante la década de los 80, especialmente por la puesta en práctica de la PRPM. Sin embargo, este anticomunismo fue más pragmático y menos ideológico que el de décadas anteriores dado que en esos años se diseñaba el escenario de transición que finalmente se implementaría. De acuerdo a Edgardo Boeninger, después del plebiscito de 1988, cuando se discutía quiénes iban a gobernar, si la coalición grande o chica, señala que la chica llegaba hasta los radicales. Esa era la que defendía Adolfo [Zaldívar]. Decía que la DC no podía pactar con ningún partido que tuviera algún lazo, aunque fuera interno, con el Partido Comunista. Esto dividió a la gente del partido. Nosotros en la directiva dijimos que con el Partido Comunista por ningún motivo, pero no era el caso de los socialistas renovados de Núñez.⁴⁷

    La elección de Patricio Aylwin en 1990 generó un nuevo escenario político al cual tanto la DC como el PC tuvieron que acomodarse. Los efectos del sistema electoral binominal, las decrecientes asimetrías electorales, y el papel del PC en las elecciones de Lagos y Bachelet fueron generando condiciones favorables para flexibilizar las políticas de alianzas,⁴⁸ tal como ha sucedido en la campaña electoral de 2009. A su vez, la creciente evidencia proporcionada en estos años sobre la represión y asesinato de directivas comunistas, la lucha por la verdad y la justicia, las movilizaciones por recuperar y mantener la memoria histórica, han sido factores coadyuvantes en una mayor proximidad entre ambas culturas partidarias. También los criterios económicos –como el rol del Estado en materias laborales, de regulación e impositiva– han cambiado drásticamente después de la crisis financiera de 2008; las políticas de salud, educación y medio ambiente; y los temas de derechos humanos y seguridad ciudadana, si bien son decisivos respecto a las relaciones con la derecha, en el espacio entre la Concertación y el PC estas diferencias se han ido cerrando producto de la evoluciones políticas e ideológicas de ambos conglomerados en los últimos años.

    A pesar de un contexto favorable a la colaboración formal entre el PC y la DC, la lenta e insuficiente renovación ideológica de ambos partidos demoraron el proceso y no lo dejaron exento de tensiones internas. De acuerdo a Ignacio Walker, la renovación en el caso de la DC en la era de la Concertación (1990-2006), plantea nuevos desafíos y obstáculos para un partido como el demócrata cristiano […] cómo, a partir de su propia identidad, hacerse cargo de los nuevos desafíos de la globalización y la post-Guerra Fría, con una izquierda más ‘socialdemócrata’ que le disputa el terreno de la centro-izquierda y del propio centro, y una derecha en busca de una nueva legitimidad que intenta acercarse al espacio del centro político.⁴⁹ Esta nueva configuración del campo político ha significado para la DC la necesidad de revisar sus postulados doctrinarios para adaptarlos a la nueva coyuntura.⁵⁰ Igualmente, ha debido revisar su política de alianzas, generándole un desmembramiento partidario con la salida de algunos de sus dirigentes históricos, aunque mucho menor al sufrido en los años 70.

    En el caso del PC, desde 1990 al 2000 vivió su ostracismo político en medio de fuertes pugnas y polémicas internas generadas por las diferentes valoraciones respecto a la corrección y efectos de la PRPM. La radicalización de la dirigencia comunista de los 80 continuó a comienzos de los 90 con la cerrada crítica a los gobiernos de la Concertación, lo que motivó la salida de muchos militantes y ex dirigentes después de XVCongreso, que ratificó la conducción del Partido y a Gladys Marín como su líder. Sin embargo, esta marginalidad comienza a revertirse con la nueva conducción partidaria en reemplazo de Gladys Marín, la que para salir de la exclusión comienza a rentabilizar políticamente la votación determinante de los comunistas en las elecciones de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, en 2000 y 2006. El creciente aporte electoral de la izquierda extra parlamentaria en estas dos oportunidades vuelve abrir el espacio a la cooperación, especialmente en un contexto en que las distancias entre la Concertación y la Alianza comienzan a estrecharse.

    Se ha señalado que esta resiliencia del PC, a diferencia de otros PC en el mundo, y a pesar de la implosión de los socialismos reales, se habría debido al propio arraigo cultural de masas y a su pragmatismo tradicional, que le habría permitido adaptarse al nuevo escenario político y restablecer una política cooperativa de alianzas. De acuerdo a Olga Ulianova, la supervivencia del PC chileno tiene que ver, más allá de su arraigo histórico, a sus aportes a la cultura política nacional, a la inserción en lo público y movilidad social de los sectores urbanos populares, con su papel y su imagen actual de resistencia en los años de la dictadura.⁵¹ Así, al igual que la DC, pero en otra frecuencia de onda, en la actualidad los comunistas están tratando de reinventarse y darle continuidad a un relato histórico que justifique su razón de ser en el Chile del siglo XXI, aún con desigualdad social, política y económica.⁵²

    De esta forma, producto de la confluencia del conjunto de factores antes analizados hoy día tenemos una nueva configuración del espacio político chileno. Esta nueva edición revisada y ampliada de El Partido Comunista en Chile, cuya primera versión apareció dos décadas atrás, extiende su análisis integrando la evolución del PC y su política en las últimas dos décadas. Al cumplirse 21 años de su primera edición, el pacto político Concertación-PC no podía dejarse pasar sin una actualización y ampliación de la colectiva reflexión sobre este importante actor en la vida política nacional.

    La edición que aquí presentamos contiene todas las contribuciones de la versión original, algunas revisadas y otras no, junto a nuevos capítulos que extienden este estudio desde inicios del siglo XX hasta la primera década del siglo XXI.

    Esperamos que este nuevo aporte sea útil para continuar repensando la historia política chilena, sacando las adecuadas conclusiones que permitan la permanente profundización de nuestra democracia.

    Santiago, septiembre de 2009.

    Introducción

    Marcelo Casals

    Desde aquellas pequeñas agrupaciones de obreros esparcidos por la pampa salitrera hasta el partido de masas de varias decenas de miles de militantes que integró la coalición de gobierno de la Unidad Popular (1970 – 1973), el Partido Comunista de Chile gozó de una creciente centralidad dentro del sistema político. Su relevancia superó lo meramente cuantitativo. El PCCh encarnó un proyecto alternativo y revolucionario de sociedad, basado en la supresión de la propiedad privada de los medios de producción, la generación de un gobierno de trabajadores y la construcción de la utópica sociedad comunista, en donde tanto las clases sociales como el Estado mismo desaparecerían en favor de la armonía y la solidaridad social. Tal proyecto se entroncaba con un bloque internacional definido y unificado bajo el liderato de la Unión Soviética, el primer país en declararse abiertamente socialista y orientar sus esfuerzos en función de los preceptos doctrinarios planteados por Karl Marx, reinterpretados a la luz del artífice de la revolución rusa de 1917, Lenin.

    El Partido Comunista de Chile adoptó desde sus inicios el enfoque marxista-leninista de interpretación de la realidad, manteniendo durante gran parte del siglo XX el espíritu de sus principios. Su proyecto político de cambio social era, entonces, producto de una inserción particular de su constitución política en las dinámicas ideológicas a escala global. El comunismo chileno se desarrolló en el plano local en función de su concepción de las fuerzas internacionales en conflicto, identificándose decididamente con aquel bloque que pugnaba por hacer realidad la utopía de la sociedad sin clases. De aquella identificación vinieron, al mismo tiempo, las más punzantes críticas a su accionar, emanadas en distintos momentos desde todo el espectro político chileno restante. De allí que el PCCh haya sido uno de los actores políticos protagónicos del siglo XX. Una parte importante de los debates ideológicos suscitados durante esta centuria tuvo una relación más o menos directa con la presencia en Chile de una colectividad marxista y revolucionaria que, por otro lado, insistía en su inclusión en la institucionalidad como ámbito privilegiado de acción política. En ese sentido, uno de los conflictos de larga duración que incidió más en la configuración de las opciones políticas chilenas fue el relacionado con el eje comunismo-anticomunismo.

    La centralidad del PCCh en la política chilena contemporánea tiene, entonces, varias aristas. Por un lado, el rol protagónico del PCCh tuvo directa relación con su constitución ideológica y el alto grado persuasivo de sus planteamientos programáticos. Para sus militantes y adherentes, el comunismo representaba un idealizado futuro, en donde todos los padecimientos de las masas humanas serían superados en base a una reorganización profunda de las relaciones sociales. Para sus detractores, su sola presencia indicaba una amenaza vital a los fundamentos mismos de las nociones aceptadas de orden social. Era, al mismo tiempo, un peligro para la religión, la nación, la propiedad, la democracia y la familia.

    Por otro lado, su relevancia estuvo dada por su notable capacidad por articular alianzas con el centro político a fin de que llegaran al Gobierno coaliciones progresistas de tintes modernizadores y democratizadores, funcionales a los requerimientos de su propio proyecto de sociedad. Fue así como, una vez reconstituido el sistema político chileno, luego del desplome de aquel modelo oligárquico-exportador de sociedad de las primeras décadas del siglo, el PCCh pudo con éxito llevar a la Presidencia a tres Presidentes radicales consecutivos. Emulando a los Frentes Populares antifascistas de la Europa de entreguerras, el comunismo chileno consiguió, junto a otras fuerzas políticas afines, sentar las bases de un proceso industrializador asentado en el amplio radio de acción del Estado, dominante en las décadas centrales del siglo. El Gobierno de la Unidad Popular fue el corolario de ese esfuerzo de inclusión institucional y de fomento de un cambio estructural de las relaciones económicas y sociales de Chile.

    Fue aquel inquietante rol protagónico del Partido Comunista en la política chilena, mantenido, a pesar (o, en virtud) del terrorismo de Estado desatado luego del golpe militar de 1973, el que animó el estudio colectivo llevado a cabo a finales de los años 80, compilado por Augusto Varas y titulado El Partido Comunista en Chile. Estudio multidisciplinario. La continuidad de la relevancia del tema nos mueve hoy a la reedición del texto. Ciertamente, el contexto es otro. Por aquellos días de grandes cambios políticos y de incertidumbre en el futuro de Chile, estudiar al comunismo chileno constituía una necesidad urgente, en virtud de las tentativas de entonces por construir un conglomerado que reuniese a todas las fuerzas opuestas a la dictadura de Augusto Pinochet. Se hace necesario desentrañar las principales dinámicas del recorrido histórico del PCCh, analizando, entre otras cosas, aquella inquietante relación con la política mundial, su relevancia electoral y los cambios estratégicos producidos luego de la derrota política y militar de la Unidad Popular. Las siguientes líneas constituyen un conjunto de reflexiones y observaciones a raíz de los trabajos publicados en aquella primera edición. Para ello, hemos querido dedicarle por separado algunas palabras a cada trabajo, buscando con ello identificar todos los valiosos aportes de cada uno de ellos, además de explorar ciertas vetas de investigación presentes en función de los avances en el estudio del comunismo chileno durante los últimos 20 años.

    El trabajo de Augusto Varas, Ideal socialista y teoría marxista en Chile: Recabarren y el Komintern, en síntesis, es una exploración de ciertos aspectos teóricos y programáticos del proyecto socialista de Recabarren, contrastados de modo explícito con las directrices emanadas del Buró Sudamericano del Komintern en la década de los 20 y, de modo implícito, con las concepciones sobre el Estado y la democracia del PC de finales de los años 80. Como gran parte del libro –y como, en realidad, todo trabajo historiográfico–, el estudio está fuertemente condicionado por las necesidades de sentido de su tiempo y espacio de elaboración. A finales de los años 80, ad portas del fin de la dictadura, esto era aún más urgente. Veinte años después habría que pensar en qué medida resulta más clarificador una opción metodológica que enfatice más la comprensión que la explicación, es decir, una aproximación que busque desentrañar la dinámica interna de un proceso (en este caso, el impacto de la IIIa Internacional en el socialismo recabarrenista) más que aquella que procure establecer relaciones de causalidad entre un origen y un desarrollo histórico. Ello, por cierto, no implica una renuncia a pensar el presente en función del pasado y viceversa, sino, por el contrario, un cambio de óptica en relación a un presente distinto de aquel que rodeó la primera redacción del texto. Finalmente, en concreto, hoy no se necesita analizar las fuentes originales del marxismo chileno para contrastarlas con una opción política ortodoxa antitética a ella –actualmente, el PC ha redefinido su estrategia política y parte de sus fuentes teóricas– sino que, quizás, sea más útil relevar las posibilidades creadoras del pensamiento marxista autónomo y nacional (cosa que el artículo hace) y la importancia de concepciones más sutiles y certeras sobre la política y el Estado en función de un proyecto de cambio social. En otras palabras, creo que la discusión no está en la necesaria complementariedad teórica entre socialismo y democracia sino, por el contrario, en la generación de un proyecto viable de cambio social que, sin renegar de la dimensión idealista del socialismo, sea de naturaleza democrática, igualitaria y participativa, asumiendo sus antecedentes históricos, pero reconstituyendo sus fundamentos teóricos. Hoy por hoy el tema central, o al menos uno de ellos, dice relación con la posibilidad de pensar y construir un sistema republicano-democrático amplio en un contexto no-capitalista. En ese sentido, la actualidad del trabajo pasa más bien por la relación directa entre las posibilidades políticas de proyectos alternativos de desarrollo y la ampliación de espacios estatales de participación y discusión abierta para estas fuerzas. En esa línea, resulta particularmente interesante la dimensión político-partidaria en la esfera pública de Recabarren y el PCCh y la importancia otorgada (aunque no suficientemente teorizada) al ingreso activo de las estructuras estatales (municipios, Parlamento, Ejecutivo).

    El gran sello distintivo del Partido Comunista fue justamente aquella adhesión incondicional y muchas veces acrítica a un referente internacional de vocación universal. La bolchevización de su estrategia y la leninización de su estructura son parte de este proceso de reorientación partidaria, con efectos concretos y perdurables en el tiempo, y el análisis de aquella compleja relación entre lo local y lo global del PCCh constituye un punto central dentro de su historia general.

    Ahora bien, a la luz de nuevas fuentes y nuevas investigaciones, es posible identificar ciertos matices de relevancia en este episodio en particular, como, por ejemplo, la división de la militancia comunista en torno a las caracterizaciones del momento político emanadas desde el Buró Sudamericano (una parte importante de la colectividad apoyó a Ibáñez y a los militares reformistas en los primeros momentos), la relativa autonomía del PCCh en los tiempos de la dirección de Hidalgo frente a los embates disciplinadores del stalinismo de Codovilla y el Buró (e incluso la autonomía del Buró con respecto a las direcciones centrales del Komintern en Moscú) y el estado calamitoso del Partido tras la represión ibañista y la creación de las condiciones necesarias para la intervención del Komintern (dispersión de la militancia, relegación de gran parte de los dirigentes, desestructuración de las instancias de comunicación, etc.), entre otras cosas.⁵³

    Finalmente, dos reflexiones derivadas del artículo. En primer lugar, resulta necesario pensar el tema –sólo mencionado en el texto– del recabarrenismo después del período de clase contra clase. Durante la adopción de la línea frentepopulista se recupera gran parte de los postulados anteriores, sin lograr, no obstante, un espacio teórico dentro de la ortodoxia soviética, como el rechazo del camino violento, la construcción continua del socialismo, la aceptación de la institucionalidad republicana como ámbito legítimo de acción y lucha política. En otras palabras, la relación entre la adscripción a un paradigma global revolucionario y la aplicación local de una línea estratégica determinada adquiere mayor complejidad a partir de este momento. Ya no constituyen dos realidades antagónicas aunque tampoco por ello complementarias. Así, la versión comunista de la vía chilena al socialismo es una mezcla no armónica entre novedad estratégica de largo plazo y sanción oficial del Movimiento Comunista Internacional (MCI).

    En segundo término, relacionado con lo anterior, el artículo abre una veta que seguramente no era fundamental en ese entonces, pero que hoy se muestra particularmente sugerente: las posibilidades locales y autónomas de elaboración de un proyecto político de cambio social. El recabarrenismo es sin duda expresión de ello, a la vez que las tesis kominternianas constituyen una cancelación de dicho desarrollo. El punto está en analizar aquella construcción de una estrategia política y de un ideal socialista en base a las particularidades nacionales no necesariamente determinadas por referentes internacionales establecidos. El PCCh, a través del siglo XXoperó en base a paradigmas concretos de regímenes políticos en funcionamiento. A partir de allí fundamentó su identidad y gran parte de sus orientaciones programáticas. Hoy por hoy, salvo excepciones, no existe esa suerte de anclaje de referencia global y ese hecho ha modificado, en gran medida, la valoración y la percepción del comunismo chileno como fuerza relevante en el país. ¿En qué medida el ideal socialista de Recabarren puede decir algo al respecto?

    El trabajo de María Soledad Gómez, Factores nacionales e internacionales de la política interna del Partido Comunista de Chile (1922 – 1952), constituye una interesante síntesis de las líneas estratégicas adoptadas por el PCCh en sus primeros 30 años de historia, centrando la atención en el fenómeno del reinosismo o fracción izquierdista surgida en el seno del Partido entre finales de los años 40 y principio de los 50. Todo esto, además, analizado sopesando continuamente la importancia del factor global y el factor local en la configuración de estas sucesivas orientaciones estratégicas. El trabajo, en este sentido, se divide en dos partes claramente diferenciables; por un lado, una revisión sucinta y nítida de las etapas estratégicas del comunismo chileno (Frente Único, Frente Popular, Unión Nacional y Lucha de Masas) y, por el otro, un análisis más detallado de la última fase, incluyendo la aparición del reinosismo, el particular contexto nacional e internacional de entonces y la continuidad de la línea estratégica dada con la expulsión del grupo más radicalizado. Por cierto, la autora es explícita en resaltar, en las líneas finales del trabajo, el nexo existente entre aquella problemática de inicios de los años 50 y la que se vivía hacia finales de los años 80, momento de redacción de esas líneas.

    Cabe preguntarse sobre los diferentes modos de aproximación a las dinámicas locales y globales de los fenómenos políticos e ideológicos contemporáneos, en la medida en que más que constituir realidades separadas, estas son complementarias y a ratos difícilmente diferenciables, más aún cuando nos referimos a una corriente política tan particular como el comunismo. El artículo, en este sentido, no se guía por una concepción rígida de ambas dimensiones, aunque algo de ello se encuentra en las formulaciones iniciales. En otras palabras, para el caso de la temática abordada en este trabajo, se haría necesaria una reflexión sobre la proyección nacional e internacional del comunismo chileno, identificando, de paso y en esta dirección, los elementos más destacables de la cultura política comunista. La adscripción a una corriente global de acción política constituiría uno de los fundamentos principales de la práctica política comunista, situación que desdibuja, en parte, la división nítida entre lo global y lo local. Como está expresado en las mismas citas de publicaciones del PCCh utilizadas, ambas dimensiones son más bien partes integrantes de uno o varios diagnósticos políticos particulares, dependiendo de cada momento analizado, cuando la situación nacional, más que una realidad diferenciada, vendría a ser la expresión local de los mismos conflictos ideológicos a escala global (la consigna y el éxito del Frente Popular son un buen ejemplo de esto). Todo ello da cuenta de una particular interrelación de lo local y lo global en el análisis político y la cultura política comunista, influyendo conjuntamente –no de modo diferenciado– en la constitución de sus principales líneas estratégicas.

    En segundo término, existen supuestos y premisas anteriormente válidos para el estudio de estos temas que recientes investigaciones historiográficas –en base a nueva documentación– han ido matizando y cuestionando. La recopilación y sistematización de documentación soviética con respecto a Chile en los primeros años del PCCh ha dado cuenta, como se ha señalado, de una especial autonomía de las estructuras locales con respecto a los órganos regionales de la IIIª Internacional tras los primeros contactos. Ello se expresaría en lo señalado por la autora respecto de las divergencias no explicitadas entre ambos niveles durante ese período. También es posible vislumbrar la naturaleza de la bolchevización del PCCh y de la instauración de las líneas orgánicas y estratégicas de la IIIa Internacional durante el régimen autoritario de Ibáñez y el vuelco posterior hacia la línea frentepopulista.⁵⁴

    Alonso Daire, en su contribución La política del Partido Comunista desde la post-guerra a la Unidad Popular, proporciona una extensa y documentada revisión de las principales directrices estratégicas del comunismo chileno desde los albores de la Guerra Fría hasta el golpe de Estado de 1973. En él se plantea la tesis, argumentada a través de todo el texto, sobre la doble dimensión de la política del PCCh: por un lado, una notable autonomía creadora de diagnósticos y estrategias políticas y, por el otro, una estrecha dependencia a los postulados centrales del MCI y, particularmente, del Partido Comunista de la Unión Soviética. Como el autor se encarga de aclarar, ello no implicaba una subordinación mecánica a los postulados moscovitas por parte de los comunistas criollos, sino, por el contrario, una compleja relación de creación y sanción oficial de lineamientos políticos, constituyendo tal relación entre lo nacional y lo internacional el fundamento y la legitimación del pensamiento político comunista. Así, el diagnóstico sobre la situación mundial realizado desde la adhesión al mundo socialista incidía en la percepción de la realidad nacional, guiándose por las principales ideas emanadas desde este sector ideológico. Al mismo tiempo, el PCCh fue capaz de elaborar autónomamente tendencias políticas que alcanzaron un desarrollo teórico una vez sancionados oficialmente por las instancias internacionales a las cuales adhería. Desde allí, y en relación a las partes finales del artículo, surgen varias líneas de análisis complementarias: ¿en qué medida influyen los moldes teóricos ortodoxos en las insuficiencias programáticas del Partido Comunista? ¿Cómo impactó esta situación en la aplicación problemática y contradictoria del proyecto de la Unidad Popular? ¿En qué medida la lectura soviética del marxismo ayudó, por un lado, al crecimiento de la izquierda chilena y limitó, por el otro, sus posibilidades de desenvolvimiento factible una vez alcanzado el Poder Ejecutivo?⁵⁵

    De esta primera interpretación general de la historia política del comunismo chileno se deriva otra hipótesis, algo más problemática: las líneas estratégicas del PCCh, a partir del Plan de Emergencia de 1950 y las innovaciones efectuadas en los 20 años posteriores, fueron el fundamento principal y a ratos exclusivo de la vía chilena al socialismo y de la Unidad Popular. El autor pone el énfasis en dicha tesis a través de todo el texto: el Gobierno de Salvador Allende y la idea misma de una transformación gradual de la institucionalidad estatal hacia un régimen socialista son parte de la elaboración estratégica del comunismo chileno. El Partido Socialista, por su parte, habría bregado en contra durante varios lustros, sin poderle imprimir un sello a la coalición victoriosa de 1970.

    Resulta oportuno revisar esta última línea analítica del texto. Si bien es cierto que el socialismo chileno, sobre todo a partir de la derrota de 1964, comenzó a ser cada vez más escéptico de las posibilidades transformadoras de la institucionalidad estatal y de la democracia burguesa, fue parte integrante del FRAP primero y de la Unidad Popular después, no solamente desde un punto orgánico, sino también estratégico. La construcción de un proyecto político como el de la izquierda, que puede rastrearse en cuanto tal desde 1956, si no antes, fue un juego complejo de negociaciones y acomodos recíprocos entre ambas colectividades. El PCCh, por ejemplo, fue matizando cada vez más sus posiciones respecto a las nociones etapistas del cambio social (primero la revolución democrático-burguesa, luego la construcción del socialismo) aceptando, a raíz de las posiciones socialistas, la posibilidad de cambios democratizadores orientados hacia el socialismo, como finalmente se planteó en el programa de la Unidad Popular. Asimismo, a finales de la década de los 60, el comunismo chileno varió el lenguaje en aspectos estratégicos sensibles, como en la llamada vía pacífica, rebautizada vía no armada para enfatizar el carácter no estrictamente legalista ni pasivo y el rol fundamental de la lucha de masas, no necesariamente dentro de la legalidad, como lo demostraron, entre otras cosas, en su apoyo a las tomas de terrenos de pobladores urbanos. Por último, entre muchos otros aspectos que podrían citarse, hay que consignar el aporte político específico de Salvador Allende y de sus principales asesores (especialmente Joan Garcés), que si bien muchas veces fue coincidente con las líneas generales del PC –fundamentalmente, respecto a la unidad de la izquierda y al camino institucional– logró un cierto grado de autonomía al oponerse, si bien nunca abiertamente, a conceptos propios de la ortodoxia leninista como el partido único o la dictadura del proletariado, debate en el cual el comunismo, con algunas excepciones, no quiso entrar. Es necesario, en otras palabras, imprimirle el dinamismo inherente a todo proceso histórico e identificar las interrelaciones entabladas entre los distintos actores en cuestión, factores que en la intensa década de los 60 fueron fundamentales en el moldeamiento de discursos político-ideológicos de cambios revolucionarios.⁵⁶

    El texto de Leopoldo Benavides, Comentarios en torno a un período de la historia del Partido Comunista de Chile (1950 – 1970), está referido al artículo de Alonso Daire, e incluye un apartado inicial que hace las veces de complemento al trabajo reseñado, por cuanto toca temas inscritos en las primeras décadas del PCCh, formulando, además, un par de ajustadas críticas metodológicas.

    En la primera parte, Benavides analiza brevemente el impacto de la adscripción a las estructuras internacionales comunistas por parte del Partido Obrero Socialista y la relativa autonomía del nuevo PCCh en relación a las directrices centrales de la IIIa Internacional en virtud de la ubicación periférica de Chile y América Latina en las preocupaciones de Moscú. Así, se habría desarrollado un PC particular en la región, fuertemente homogéneo y arraigado en los sectores populares, compuesto por una masa compacta y consciente de trabajadores proletarizados en el incipiente capitalismo chileno. Hasta los años 30, sin embargo, tal influjo habría sido canalizado principalmente hacia el plano social y sindical, otorgándole escasa relevancia a la dimensión propiamente política de la acción partidaria. Ello cambió con la reorganización e internacionalización de la política chilena a inicios de la década de los 30, principalmente con la aplicación exitosa de la estrategia de Frente Popular, que, entre otras cosas, colocó en el centro de las preocupaciones partidarias el tema del Estado y el poder político.

    A pesar de todo, el PCCh no fue relevante al interior del MCI hasta la década de los 60. Coincidente con Daire, Benavides señala: "Esta marginalidad del PC chileno, tanto política como geográfica, le ha permitido un grado importante de autonomía en la determinación de su línea política, en la que, respetando un marco

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