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La Nueva Mayoría: Reflexiones sobre una derrota
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La Nueva Mayoría: Reflexiones sobre una derrota
Libro electrónico300 páginas3 horas

La Nueva Mayoría: Reflexiones sobre una derrota

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La perspectiva que asumo en este libro no es la de quien estudia y analiza un objeto que le es ajeno, sino de quien ha sido parte de un proceso. Escribo en primera persona singular y plural, en una perspectiva crítica y autocrítica, a partir de las posibilidades que se abrieron tras la elección de Michelle Bachelet en 2013, pero también de las limitaciones y tensiones al interior de la Nueva Mayoría.

Es necesario explicarnos porqué nos alejamos de una trayectoria virtuosa de crecimiento, modernización y desarrollo como la que ha caracterizado al Chile de los últimos treinta años. Entender cómo la lógica transversal de los gobiernos de la Concertación fue sustituida por una pugna por la hegemonía, entre los partidos de la Nueva Mayoría, por la direccionalidad del proceso.

¿Cómo se gestó ese proceso de acercamiento con otras fuerzas políticas, más allá de los límites de la Concertación? ¿Qué reflexiones, hechos, acontecimientos, procesos, y definiciones políticas condujeron al surgimiento de la Nueva Mayoría, la que tomó forma tras las elecciones primarias del 30 de junio de 2013, y bajo el gobierno de Michelle Bachelet? ¿Cómo se desarrolló y convivió el conglomerado en torno a un programa y unas reformas que fueron objeto de una permanente controversia y disputa interna? ¿Cómo explicar la severa derrota política y electoral de la Nueva Mayoría, con un contundente triunfo para la centro-derecha? ¿Cómo se explica, por así decirlo, un final tan cerca del inicio? ¿Qué lecciones plantea todo lo anterior hacia el futuro? Espero contribuir con estas reflexiones a las respuestas de tan cruciales interrogantes. (Ignacio Walker)
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ago 2018
ISBN9789563246483
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    La Nueva Mayoría - Ignacio Walker

    8).

    1

     Introducción

    ¹

    Bajo el gobierno de Michelle Bachelet, y de la Nueva Mayoría, nos alejamos de una trayectoria virtuosa de crecimiento, modernización y desarrollo como la que ha caracterizado al Chile de los últimos treinta años. La lógica transversal de los gobiernos de la Concertación fue sustituida por una pugna por la hegemonía entre los partidos de la Nueva Mayoría, por la direccionalidad del proceso. En esa pugna, se impusieron los sectores más de izquierda de la Nueva Mayoría, identificados con una lógica refundacional, por sobre las posiciones más de centro, en torno a una política posibilista y gradualista. Adicionalmente, predominó una forma de gobierno presidencial de corte fuertemente personalista, reduciendo a los partidos y parlamentarios de la Nueva Mayoría a una posición de creciente marginalidad. Como nunca antes, la Presidencia de la República —el resorte principal de la máquina, según la definición de Diego Portales— se impuso prácticamente sin contrapeso.

    Más que la promesa de llevar a cabo tres reformas estructurales (reforma tributaria, reforma educacional y nueva constitución), los problemas del gobierno de Bachelet, y de la Nueva Mayoría, tuvieron que ver con un virtual abandono del concepto de crecimiento con equidad, columna vertebral de los cuatro gobiernos de la Concertación, basado en la relación entre crecimiento económico y reducción de la pobreza, el que fue sustituido por una política que privilegió los conceptos de desigualdad y redistribución. El bajo crecimiento del periodo, unido al aumento significativo del déficit fiscal (efectivo y estructural) y la deuda pública (bruta y neta), contrastan con los altos niveles de alto crecimiento y la disciplina fiscal de los gobiernos de la Concertación.

    La política de los acuerdos, que fue otro de los pilares de los gobiernos de la Concertación, basada en la gradualidad de los cambios y la búsqueda de amplios consensos, fue sustituida por una política basada en el voluntarismo y una extrema ideologización, lo que condujo, especialmente en el primer tiempo del gobierno, a la imagen de la retroexcavadora, una metáfora que dio cuenta de una política basada en la confrontación más que en la cooperación. Lo anterior se expresó en la desmesura refundacional y el infantilismo progresista que marcó la acción del gobierno y de la Nueva Mayoría, especialmente en el primer tiempo, al menos hasta el cambio de gabinete de mayo de 2015. Ese cambio, pudiendo haberse constituido en un punto de rectificación, devino en una política de reafirmación (realismo sin renuncia).

    Más allá del factor de moderación que implicó el cambio de gabinete, y sin perjuicio de que las renuncias posteriores de los ministros del Interior, Jorge Burgos, y de Hacienda, Rodrigo Valdés, vinieron a demostrar que las tensiones subsistieron y que la lógica refundacional tendió a prevalecer, el daño ya estaba hecho. Esto último, especialmente, en términos de la progresiva alienación de los sectores medios y del voto de centro e independientes, los que hacia el final del camino, entre la primera y la segunda vuelta, se volcaron al candidato de la derecha, Sebastián Piñera. Este pasó de un 44% de los votos en primera vuelta —si se suman los de José Antonio Kast— a un 55% en la segunda vuelta, convertido en presidente electo de la centro-derecha más que de la derecha, redundando todo lo anterior en la derrota política y electoral de la centro-izquierda, cuyo candidato, Alejandro Guillier, alcanzó el 45% de los votos.

    Este libro aborda los orígenes y el desarrollo de la Nueva Mayoría, en los años 2010-2013; su paso desde la oposición al gobierno en los años 2014-2018, bajo el liderazgo de Michelle Bachelet; y la derrota política y electoral de fines del 2017, procurando desentrañar las causas que explican esa derrota y las lecciones que se pueden extraer, en una perspectiva de futuro.

    Me desempeñé como senador de la República, en representación de la región de Valparaíso (interior), en el período 2010-2018, y como presidente del Partido Demócrata Cristiano (PDC), en el quinquenio 2010-2015. Se trata de uno de los siete partidos que concurrieron a la formación de la Nueva Mayoría, conglomerado de centro-izquierda que apoyó, y dio sustento político, a la candidatura y al gobierno de Michelle Bachelet. 

    Es en esa doble condición que escribo este libro, el que no tiene otra pretensión que dejar un testimonio escrito, en mi calidad de protagonista de esta historia, en la forma de una reflexión sobre los debates, documentos, dilemas, decisiones, definiciones políticas y, en general, el proceso político que condujo a la formación y el desarrollo de la Nueva Mayoría y al gobierno de Bachelet, culminando en la derrota de 2017.

    Este no es un libro sobre el gobierno de Michelle Bachelet, lo que requeriría de un tratamiento enteramente distinto, en lo metodológico y en los contenidos. Ya vendrán los estudios que, en la perspectiva del tiempo, permitan un análisis más objetivo, identificando con mayor precisión y rigor las características de ese gobierno, sus logros y carencias y su significado político e histórico. El foco de las líneas que siguen está dado por el origen, desarrollo y fin de la Nueva Mayoría, entendida como un acuerdo político programático para apoyar al gobierno de Bachelet.

    La perspectiva que asumo en estas líneas no es la de quien estudia y analiza un objeto que le es ajeno, sino de quien ha sido parte de un proceso bastante inédito, incluyendo la colaboración y la participación conjunta del PDC y del Partido Comunista de Chile (PC) en un mismo conglomerado y un mismo gobierno, hecho que, por sí solo, es digno de análisis.

    Escribo, pues, este libro en primera persona singular y plural, en una perspectiva crítica y autocrítica, a partir de las posibilidades que se abrieron tras la elección de Michelle Bachelet en 2013, pero también de las limitaciones y tensiones al interior de la Nueva Mayoría, un conglomerado rico en contradicciones internas.

    Como veremos, el origen de la Nueva Mayoría se remonta a los años 2010-2013, en medio de las reflexiones y definiciones políticas que se dieron al interior de los partidos que conformábamos la Concertación de Partidos por la Democracia, la que condujo los destinos del país en las dos décadas comprendidas entre 1990 y 2010 y el proceso de acercamiento y convergencia con otras fuerzas políticas, desde la oposición a un gobierno de derecha, encabezado por Sebastián Piñera (2010-2014).

    ¿Cómo se gestó ese proceso de acercamiento con otras fuerzas políticas, más allá de los límites de la Concertación? ¿Qué reflexiones, hechos, acontecimientos, procesos y definiciones políticas condujeron al surgimiento de la Nueva Mayoría, la que tomó forma tras las elecciones primarias del 30 de junio de 2013, y bajo el gobierno de Michelle Bachelet? ¿Cómo se desarrolló y convivió con el gobierno de Bachelet un conglomerado como la Nueva Mayoría, en torno a un programa y unas reformas que fueron objeto de una permanente controversia y disputa, no solo con la oposición, sino al interior de esta? ¿Cómo explicar la severa derrota política y electoral de la Nueva Mayoría, con un contundente triunfo para la centro-derecha, en noviembre-diciembre de 2017? ¿Cómo se explica, por así decirlo, un final tan cerca del inicio? Finalmente, ¿qué lecciones y reflexiones plantea todo lo anterior hacia el futuro?

    Son algunas de las preguntas que procuramos responder en las líneas que siguen.

    Desde una perspectiva histórica, el trasfondo de esta experiencia reciente está dado por la existencia, en Chile, desde mediados del siglo XIX, de un presidencialismo multipartidista, que se ha caracterizado, entre otros elementos, por la conformación de las más diversas alianzas electorales, políticas y de gobierno.

    Chile nunca ha tenido una forma de gobierno parlamentaria², y menos un sistema bipartidista.

    Desde la formación del sistema de partidos en la década de 1850, siempre ha existido un presidencialismo multipartidista, que ha evolucionado en torno a las más diversas políticas de alianzas.

    La Alianza Liberal y la Coalición Conservadora de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX fueron las primeras manifestaciones de ese fenómeno. Desde el Frente Popular hasta la Unidad Popular, durante el siglo XX, en torno al presidencialismo de minoría, que fue la gran característica del sistema político entre 1932 y 1973³, tuvieron lugar las más diversas alianzas electorales, políticas y de gobierno, teniendo a los partidos políticos como uno de sus actores centrales y al Parlamento como escenario de negociaciones y de acuerdos.

    La prohibición de celebración de pactos electorales, desde fines de la década de 1950, en medio de una brutal crisis de la política —caracterizada, entre otros rasgos, por la excesiva proliferación de partidos políticos—, no fue óbice para que, en medio de alguna interpretación dudosa desde el punto de vista constitucional y legal, surgieran alianzas electorales como la Unidad Popular —cuyo antecedente era el FRAP (Frente de Acción Popular)— y la CODE (Confederación Democrática), esta última más como alianza electoral que como coalición política, de efímera existencia.

    Tras la recuperación de la democracia, en 1990, volvieron a florecer las políticas de alianzas, principalmente en torno a la Concertación de Partidos por la Democracia, la que fue capaz de elegir y sustentar políticamente, en las dos décadas que van hasta 2010, a los gobiernos de Patricio Aylwin, Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, en un esquema de centro-izquierda. Por su parte, la Alianza por Chile y, más tarde, la Coalición por el Cambio y el Chile Vamos lograron articular a los principales partidos de la derecha, teniendo como eje a Renovación Nacional (RN) y la Unión Demócrata Independiente (UDI), los que, a su vez, se constituyeron en el principal sustento político de los dos gobiernos de Sebastián Piñera, en un esquema de derecha (o de centro-derecha).

    Es en esa tradición de construcción de políticas de alianzas, bajo un presidencialismo multipartidista, que se ubica la experiencia de la Nueva Mayoría, en tanto conglomerado de centro-izquierda, aunque con características muy especiales, al menos cuando se la compara con la coalición política que la antecediera, la Concertación de Partidos por la Democracia.

    Cada una de esas experiencias en el gobierno o en la oposición han permitido, desde 1990, bajo distintos sistemas electorales (binominal y de representación proporcional), agrupar a diversas fuerzas políticas tras la conformación de gobiernos mayoritarios, exigencia que se hace aún más necesaria desde la introducción de la segunda vuelta electoral, en materia de elecciones presidenciales.

    ¿Qué es la Nueva Mayoría, en esa perspectiva histórica? ¿Cuáles son sus rasgos más específicos y característicos, en una dinámica de continuidad y cambio, especialmente cuando se la compara con su antecedente más próximo, la Concertación de Partidos por la Democracia? ¿Cómo fue posible el acercamiento entre la DC y el PC, en torno a la Nueva Mayoría y el gobierno de Bachelet, hecho bastante inédito en una perspectiva histórica y comparativa? ¿Cómo se explica la derrota política y electoral de noviembre-diciembre de 2017, la que condujo a que, por segunda vez, la presidenta Bachelet entregara la banda presidencial al candidato de la derecha (o de la centro-derecha), Sebastián Piñera?

    Son algunas de las preguntas que van surgiendo del relato y las reflexiones que se abordan en este libro.

    No tengo otra pretensión que contar una historia en mi calidad de protagonista de ella, acompañada de algunas reflexiones sobre el origen, el desarrollo y el fin de la Nueva Mayoría.

    El mismo relato de esa historia va planteando diversas reflexiones sobre el futuro, incluyendo las lecciones que se pueden (y se deben) extraer de la derrota de 2017.

    Lo que aquí se expone no tiene otra pretensión que la de servir de insumo para que otros se formen su propio juicio, en torno a este singular conglomerado que surge, se desarrolla y llega a su fin en el periodo 2010-2018, correspondiente exactamente al periodo de conmemoración de las gestas de la independencia y del establecimiento de la república, que encuentra en la acción de los partidos y del Parlamento, al interior de un presidencialismo exacerbado⁴, algunas de sus instituciones y rasgos fundamentales.

    En ese contexto, las políticas de alianzas han pasado a constituirse en una de las características centrales de la mesa de tres patas (gobierno, Parlamento, partidos) sobre la cual está construido el sistema político. A lo largo de todo ese proceso, la Presidencia de la República cobra una especial importancia, lo que se verá corroborado en esta historia.

    En el centro de esta reflexión está el tránsito desde la Concertación de Partidos por la Democracia a la Nueva Mayoría, en el ámbito de la centro-izquierda (o del centro y la izquierda). ¿Por qué ese tránsito desde una coalición política que se planteó en términos estratégicos, con una mirada de mediano y largo plazo, lo que condujo a la elección consecutiva —e inédita, en la historia de Chile y de América Latina— de cuatro gobiernos, a un acuerdo político programático para apoyar al gobierno de Bachelet? ¿Cuáles fueron las características y tensiones, entre una y otra, en una perspectiva de continuidad y cambio? ¿Qué cambios implicó la incorporación del Partido Comunista (PC) a una coalición de centro-izquierda que fue concebida, al menos inicialmente, y por dos décadas, como el encuentro entre la democracia cristiana (PDC) y el socialismo democrático (PS, PPD, y PRSD)? ¿Cómo se inserta ese tránsito de un conglomerado a otro en el proceso de crecimiento, modernización y desarrollo del Chile de los últimos treinta años?

    Son algunas de las preguntas que nos hacemos en las líneas que siguen.

    2

     La prehistoria de la Nueva Mayoría

    En los próximos capítulos abordaré la cuestión relativa a los orígenes y el desarrollo de la Nueva Mayoría, entendida como un acuerdo político programático para apoyar al gobierno de Bachelet. Se trata de una breve historia de la Nueva Mayoría, para concluir, en el capítulo final, en una reflexión sobre el futuro, a partir de las lecciones que emergen de la derrota de 2017.

    En este capítulo me referiré a lo que he denominado la prehistoria de la Nueva Mayoría, expresada en el debate que tuvo lugar a fines de los años noventa, específicamente, en 1998, al interior de la Concertación de Partidos por la Democracia, entre los llamados autocomplacientes (se supone que soy uno de ellos, como firmante de ese documento), los autoflagelantes y los representantes de los malestares ciudadanos⁵, con el trasfondo del informe del PNUD, de ese mismo año, sobre Las paradojas de la modernización.

    En el centro de ese debate, de ese informe y de otras publicaciones de la época estuvieron las distintas reflexiones y aproximaciones —primero en torno a la Concertación, y más tarde bajo el alero de la Nueva Mayoría— acerca de los temas de la modernización y el desarrollo, que, junto con el de la democratización, han marcado el debate al interior de la centro-izquierda y el proceso político y económico que ha caracterizado al Chile de los últimos treinta años.

    Lo que gatilló el debate de 1998 fueron los preocupantes resultados electorales de las elecciones parlamentarias de diciembre de 1997, en términos de una alta abstención, muchísimos votos nulos y blancos y señales de una creciente desafección de la ciudadanía, especialmente entre los jóvenes. Desde allí comenzó a surgir, al interior de la Concertación, una discusión acerca del rumbo y el verdadero sentido de lo que estábamos haciendo como coalición, y como gobierno, en términos de desarrollo y modernización.

    Ante lo que algunos percibíamos como un creciente debilitamiento en los niveles internos de adhesión al rumbo que habíamos fijado, al interior de la Concertación (apertura externa e impulso a la integración a la economía global y al esfuerzo exportador, en plena globalización, equilibrios macroeconómicos y responsabilidad fiscal, opción por la democracia de los acuerdos, o de los consensos, gradualidad de los cambios, entre algunos de los conceptos comúnmente asociados a los gobiernos de la Concertación), un grupo de dirigentes⁶ escribimos y publicamos, el 15 de mayo de 1998, un documento titulado Renovar la Concertación (renovemos la Concertación con la fuerza de nuestras ideas)

    Junto con los resultados de las elecciones de fines de 1997, la crisis asiática (1998) vino a reforzar y a plantear nuevas dudas en el debate que tuvo lugar entre autocomplacientes y autoflagelantes, levantando aún más interrogantes en torno a la cuestión del modelo, en pleno proceso de globalización e internacionalización de los mercados.

    En apretada síntesis, argumentábamos que lo que estábamos haciendo, y lo que había que hacer, y lo que quedaba por hacer, especialmente en el ámbito económico y social, en la perspectiva del desarrollo, lo hacíamos a partir de nuestras propias convicciones, y no tanto —ni tan solo— como una concesión frente a los enclaves autoritarios existentes, o como una autolimitación frente a las limitaciones objetivas del proceso de transición (Pinochet había permanecido como comandante en jefe del Ejército hasta 1997, subsistía la institución de los senadores designados, la inamovilidad de los comandantes en jefe de las FFAA estaba garantizada por la Constitución, la composición del Tribunal Constitucional y del Consejo de Seguridad Nacional se constituía en un verdadero límite a las normas básicas de un Estado democrático de derecho, entre tantos otros ejemplos que podríamos citar, y que se relacionan con las especiales, y muy complejas, características de la transición chilena). 

    Nuestra afirmación central era que, a pesar de todo aquello, y junto con expresar nuestra clara y decidida voluntad y decisión de avanzar hacia una democracia plena, lo que incluía la remoción de todo atisbo de enclaves autoritarios — que se logró, en buena medida, a través de la reforma constitucional de 2005, bajo el gobierno del presidente Ricardo Lagos—, el curso de acción que habíamos definido, en un sentido estratégico, de mediano y largo plazo, más que de esas limitaciones, surgía desde las propias convicciones, en el contexto de una transición democrática extraordinariamente compleja, tras el objetivo del desarrollo.

    Ese es el núcleo central del documento señalado, de los llamados autocomplacientes, denominación que no refleja adecuadamente el tipo de reflexión y de postura que estábamos explicitando y haciendo pública, si consideramos que una de nuestras afirmaciones centrales era que hoy se plantean desafíos nuevos que llaman a la innovación y a la autoexigencia, no al pesimismo ni a la autocomplacencia.

    Nada más ajeno a nuestra motivación que el conformismo y la autocomplacencia.

    Lo anterior no impide reconocer que los suscriptores de ese documento nos sentíamos particularmente orgullosos de lo realizado en los años 1990-1998, en todos los planos, incluido el ámbito económico y social. 

    En efecto, junto con los enormes desafíos políticos y éticos asociados a la transición democrática, especialmente en torno a las graves violaciones a los derechos humanos cometidas bajo la dictadura, y las tensiones entre el poder democrático legítimamente constituido y las Fuerzas Armadas y de Orden, una de las grandes interrogantes existentes se refería a la capacidad de los gobiernos democráticos para hacer frente a los temas de crecimiento económico, responsabilidad fiscal y estabilidad macroeconómica. Ello, principalmente, a partir de los desastrosos resultados económicos obtenidos en la década de 1980, en las transiciones democráticas que tuvieron lugar en el Perú, Argentina y Brasil, bajo los gobiernos de Alan García, Raúl Alfonsín y José Sarney, respectivamente, con sus secuelas de bajo crecimiento, déficits fiscales crónicos, inflación e hiperinflación.

    A lo anterior había que sumar la memoria histórica, en Chile, especialmente desde los años cuarenta —y de ahí en adelante—, en torno a los problemas de bajo crecimiento, inflación, déficits fiscales crónicos y crisis recurrentes de balanza de pagos; en el fondo, falta de disciplina fiscal e inestabilidad macroeconómica. Todo ello se vio aumentado y magnificado, con creces, en el período 1970-1973, en medio de una severa crisis política, económica y social. Ese era el trasfondo de la transición chilena, en una perspectiva histórica y comparativa.

    En contraste con todo lo anterior, pudimos exhibir un crecimiento de 7,3% bajo el gobierno de Patricio Aylwin (1990-1994) y de 5,2% bajo el gobierno de Eduardo Frei (1994-2000), las más altas tasas de crecimiento del último siglo en la economía chilena. En plena transición, bajo el gobierno de Aylwin, las exportaciones crecieron un 9,6% anual, la inversión creció en forma considerable, alcanzando un promedio de 23,8% del PIB, el desempleo bajó desde un 7,8% en 1990 a un 6,5% en 1993, y los salarios reales crecieron, en promedio, en un 4,3%. Por su parte, el superávit efectivo promedió un 1,9% del PIB, y la deuda neta del gobierno se redujo desde un 36,8% del PIB en 1990 a un 21,6% en 1993, mientras que la inflación anualizada se redujo desde un 20% en 1990 a un 13,3% en 1994. Por su parte, la reforma tributaria de 1990 (votada con el voto en contra de la UDI, pero el voto a favor de RN) permitió financiar un significativo aumento del gasto fiscal⁷.

    La economía política detrás de esos logros, en torno al concepto de crecimiento con equidad, daba cuenta, por un lado, de las lecciones y aprendizajes de los procesos de quiebre y de inestabilidad política y económica, en Chile y en América Latina y, por otro, de la necesidad de avanzar hacia la estabilidad, en condiciones de gobernabilidad, introduciendo una mayor predictibilidad en la vida cotidiana de las personas.

    Según Alejandro Foxley, todo lo anterior exigía el empleo de todo el capital político en generar confianzas en los actores económicos y sociales, lo que supone un adecuado equilibrio entre los elementos de continuidad y cambio, apostando a la calidad del proceso de toma de decisiones y la búsqueda de consensos, recogiendo la demanda implícita de consenso, cooperación y no confrontación; la construcción de coaliciones con fines específicos para facilitar el apoyo de los actores económicos, sociales y políticos; un fuerte liderazgo, con mayor flexibilidad en los objetivos secundarios respecto del objetivo principal, llevando a cabo las reformas más difíciles, como la tributaria y la laboral, al comienzo del gobierno; sacrificios compartidos por parte de empresarios y organizaciones sindicales, con esquemas tripartitos de participación; y, sobre todo, el fortalecimiento de la calidad de las instituciones, los liderazgos y las políticas públicas⁸.

    Es en ese contexto que debe entenderse la reforma tributaria y laboral de 1990, y la disciplina fiscal, que condujo a un superávit fiscal en el cuatrienio de Aylwin, en el contexto de políticas fiscales anticíclicas y la introducción, bajo el gobierno de Ricardo Lagos, de la regla fiscal; la reducción significativa de la deuda pública, la profundización de la apertura externa a través de la reducción de aranceles de 15% a 11% (que llegaron a 6% en los gobiernos de Frei y de Lagos), las elevadas tasas de crecimiento y la reducción significativa de la pobreza, la capacidad para absorber el impacto de los shocks externos (como la guerra del Golfo, en 1990, y la consiguiente alza del petróleo), y el impacto de las transferencias monetarias y del gasto social, si consideramos que hacia 1998, mientras el ingreso monetario del 20% más rico era veinte veces el ingreso del 20% más pobre, al tomar en cuenta el impacto del gasto social, esa diferencia se reduce a once veces, entre otros logros de la década del noventa.

    Todo eso era lo que estaba en juego en nuestro documento de 1998.

    El objetivo de ese documento no era otro que enfrentar las dudas, las aprensiones y el creciente malestar existentes en sectores importantes de la Concertación, especialmente a la luz de los resultados electorales de fines de 1997, acerca del rumbo que había adquirido el país bajo los gobiernos de Aylwin y de Frei, teniendo como base de sustentación política al Partido Demócrata Cristiano (PDC), el Partido Socialista (PS), el Partido por la Democracia (PPD) y el Partido Radical Social Demócrata (PRSD), agrupados en

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