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El poder de la paradoja
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Libro electrónico298 páginas3 horas

El poder de la paradoja

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Quizás la historia no sea inevitable, pero es irreversible. Pinochet le propuso a Aylwin que fuese el Abraham Lincoln de Chile, capaz de emprender la reconciliación, suprimir sus instrumentos de opresión y contener los deseos de venganza del bando victorioso. Este libro es producto de una investigación periodística de la Universidad Adolfo Ibañez, donde a través de interesantes entrevistas, sitúa a Patricio Aylwin en un lugar privilegiado en la historia reciente de nuestro país. “Categóricamente le digo que era contrario a todo golpe. Era partidario de una solución constitucional que, a esa altura, no divisamos sino sobre sobre la base de que el pueblo recuperara su soberanía” Cuando hay una pistola sobre la mesa, no es diálogo - Pág. 69
IdiomaEspañol
EditorialUqbar
Fecha de lanzamiento11 nov 2015
ISBN9789569171215
El poder de la paradoja

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    El poder de la paradoja - Ascanio Cavallo

    Colección Crónica histórica

    El poder de la paradoja

    El poder de la paradoja

    14 lecciones políticas de la vida de Patricio Aylwin

    Margarita Serrano • Ascanio Cavallo

    Con la colaboración de

    Karin Niklander

    Y la participación de la coordinadora de la Escuela de Periodismo de la Universidad Adolfo Ibáñez en Santiago, Paula Susacasa, y de los alumnos Carlos Mondaca, Carola Guerra, Marcela Niemann y Roberto Pérez

    Cavallo Castro, Ascanio / Serrano Pérez, Margarita

    El poder de la paradoja. 14 lecciones políticas de la vida de Patricio Aylwin

    Santiago de Chile: Uqbar Editores, 2013.

    Primera reimpresión, junio de 2014.

    206 p.

    ISBN: 978-956-9171-21-5

    Materia: Historia de Chile - Política - Transición política - Crónica - Periodismo.

    Nota: Esta edición contiene un completo índice onomástico.

    Queda prohibida sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las condiciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares de la misma mediante alquiler o préstamos públicos.

    © El poder de la paradoja

    © Ascanio Cavallo, Margarita Serrano

    © Uqbar editores, 2013

    Uqbar editores

    Av. Las Condes 7172-A, Las Condes

    56-2-22247239, Santiago de Chile

    www.uqbareditores.cl

    isbn: 978-956-9171-21-5

    Dirección editorial: Isabel M. Buzeta P.

    Producción de portada: CdG

    Diagramación: Gloria Barrios A.

    Impreso en Chile / Printed in Chile

    Índice

    Prólogo

    Nota previa

    Pórtico

    No le creas a tu abuelo si te dice que serás Presidente

    Siempre puedes ser amigo de tus adversarios

    Hay que tener el cuero de elefante

    Que tu fe no dependa del cura que te toca

    Cuidado: comiendo se despierta el apetito

    Sangre fría, cuando sabes que ganas

    El no está en el gobierno, está en la oposición

    El poder no es tuyo hasta que lo tienes

    No puedes ser pesimista cuando mandas el buque

    Nunca des por perdidas todas las oportunidades

    Cuando hay una pistola sobre la mesa, no es diálogo

    Prepárate para ser un jarrón chino

    En política no bastan los criterios morales

    Define cómo quieres ser recordado

    Prólogo

    Nicolás Cruz Barros

    El poder de la paradoja es la entrevista más completa que se le haya hecho a Patricio Aylwin en cuanto Presidente de Chile, político, militante democratacristiano y abogado. Se ha ido incrementando la importancia de este texto publicado por primera vez en 2006, dado que Aylwin renunció de manera explícita a escribir sus memorias y, probablemente, falten algunos años para que aparezca una biografía completa e informada, al estilo de las que hacen los historiadores cuando se ponen a la tarea. Tenemos aquí al menos uno de los filones de información con que podemos contar para conocer a este hombre en su tiempo, esto es el filón constituido por sus propias palabras

    La entrevista extensa –vertida en unas 175 páginas– permite al entrevistado el despliegue de sus recuerdos y opiniones, así como volver sobre un tema desde varios puntos de vista distintos de acuerdo a lo que se esté conversando. En esta actividad, realizada sin apuro, el entrevistado va marcando énfasis, volviendo a los momentos o aspectos que va señalando como centrales, arreglándoselas, diríamos, para decir aquello que quiere, y mantener en un tono menor aquello sobre lo que no desea explayarse. Con cientos de entrevistas en el cuerpo, muchas de ellas concedidas en momentos de mucha tensión en las que debió medir las palabras, Aylwin va mostrando su cancha y apoderándose de la escena, aquella que es compartida con dos periodistas que no tienen interés en hacerle sombra, ironizar sobre determinadas situaciones ni agredirlo en otras.

    Nos topamos en este libro con algo muy paradójico en la vida de este hombre. Mientras en la actualidad la gran mayoría relaciona su nombre con su gobierno ejercido a continuación del extenso mandato de Pinochet, él parece vibrar con mayor profundidad y tensión al referirse a aquellos tiempos del quiebre de la democracia y del posterior golpe de estado de 1973. Lo paradójico está en que da la impresión de que el tema de su vida política, al que vuelve cada vez que una pregunta le abre el espacio, sea aquel en que no ocupó un papel tan central como aquel que tendría en la vida política chilena a partir de 1988.

    Paradójico sí, pero hasta cierto punto. Y vamos por partes. Los entrevistadores señalan al comienzo del libro que no estuvo dentro de sus intereses configurar un retrato psicológico, profundo y complejo del entrevistado, pero el lector puede ir formando el retrato de este hombre gracias a la versión que él mismo da sobre su vida y las visiones que aportan otros que lo conocieron y lo que se dijo de él en su tiempo. Ahora bien, a partir de las respuestas que el entrevistado va entregando se da uno cuenta de que en esta línea el gran tema de Aylwin, aquel sobre el cual vuelve una y otra vez como respondiendo a una urgencia interior, consiste en preguntarse cómo fue posible el quiebre del sistema democrático, cómo pudo haberse evitado, cuáles son las responsabilidades que cupieron a los distintos actores. Por último, reitera que él y su partido no fueron los promotores de la ruptura, que esta se habría precipitado a pesar de sus esfuerzos por buscar un entendimiento claro y estable con el gobierno de Salvador Allende. Ahí hay una duda no resuelta, un momento particularmente doloroso que, observado con la perspectiva de varias décadas, sigue inquietando y escurriéndose ante cualquier intento de explicación definitiva.

    Paradójico, pero no tanto, si se tiene en cuenta el factor Frei. La memoria colectiva reconstruye los complejos hechos del año 1973, contando con un Frei que lideraba de manera directa a la Democracia Cristiana. En ese contexto, Patricio Aylwin continuaría siendo el brazo derecho del expresidente. Sin embargo, muchas veces y con claridad suficiente, Patricio Aylwin presenta a un Eduardo Frei ‘herido en el ala’, desanimado, crecientemente escéptico, ofendido en demasía por las agresiones de las cuales se consideraba víctima, en fin, alguien que se había hecho a un lado. Aylwin, a confesión de parte, habría sido, entonces, figura principal de la DC en esos años turbulentos. Esto habría aumentado su sentido de responsabilidad por lo sucedido.

    Un seguimiento de las entrevistas dadas por Aylwin en los últimos años deja a la vista que este tema brota con una fuerza incontrolable, generando fuertes reacciones cada vez que se refiere a la Unidad Popular y al gobierno de Allende. Este hombre de consenso, de tanto en tanto, abandona la divisa de Machado a la que parece haber adherido yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas, y deja escapar que Allende fue un mal político, que encabezó un gobierno que no daba garantías reales de estabilidad democrática. Allende –y esta parte del argumento se volverá central más adelante- habría quedado prisionero de los partidos y no supo, no ya imponerse a ellos, sino que generar una forma de entendimiento básico que hiciera viable su gobierno. Podemos agregar un dato que refuerza la idea que he venido presentando: Aylwin no escribirá sus memorias, pero desde el año 1974 escribe un libro sobre las relaciones de la Democracia Cristiana con la Unidad Popular, el que revisa constantemente sin animarse a darlo por terminado He tenido la duda de la conveniencia de que yo haga público este libro, declaró al diario El País de España en mayo del 2012.

    Este es el hombre que después de 17 años llegó a ser presidente de Chile, representando a la concertación de partidos de centro e izquierda en un breve gobierno que resultó decisivo para la forma que adoptó la transición chilena. La dictadura había empujado para que los contrarios en 1973 se reconciliaran, y un democratacristiano llegase a hacerse cargo de la vida política en un escenario de altísima complejidad: la Constitución de 1980 dejaba poco espacio para una serie de maniobras consideradas fundamentales en la vida democrática; Pinochet seguía vivo políticamente –y continuaría estándolo durante todo el gobierno de Aylwin; correspondía satisfacer de alguna forma la demanda nacional e internacional de verdad y justicia en los casos de violaciones a los derechos humanos y manejar con mucha prudencia el modelo económico que se había establecido durante el gobierno de Pinochet, el cual era presentado como uno de los grandes éxitos alcanzados.

    Aylwin va recordando y explicando los hechos unos diez años después de que ocurrieron y manifiesta un claro interés por entregar una información y una imagen de lo que fue su gobierno, pero lo hace sin excederse ni llegar a caer en la tentación de elogiarse a sí mismo de forma excesiva. En general, y parafraseándolo a él mismo, los avances de su administración fueron logrados ‘en la medida de lo posible’, dado que había espacios en los cuales el ejecutivo no podía meter mano o solo podía hacerlo de una manera muy limitada. Muchas medidas estaban derechamente vetadas o enfrentaban condiciones muy adversas, resultaba difícil realizar modificaciones al sistema político diseñado por el gobierno militar. Aylwin señala haber partido de una situación que habían aceptado, al enmarcar la lucha a través del plebiscito de 1988, y optado por jugarse enteramente en aquellos espacios en que los cambios eran posibles e indispensables para poder afirmar que se había vuelto a una democracia real.

    Hacia el final de la entrevista Margarita Serrano y Ascanio Cavallo preguntan a Patricio Aylwin cómo quiere ser recordado y él responde: Como hombre de derecho y servidor de la justicia. Lo primero es algo que se percibe y ‘se huele’ a lo largo de toda la entrevista: hijo y nieto de hombres de derecho, por lo demás, todos funcionarios del sistema judicial, educados en los liceos provinciales chilenos, integrantes de aquellos sectores medios que se percibían a sí mismos como emergentes. En este sentido su caso es muy representativo de la clase media chilena del siglo XX, aquella que retratara en gran forma Armando de Ramón en su

    Diccionario de chilenos, donde los Aylwin se encuentran debidamente destacados. Él mismo, por último, no sólo exhibe una extensa carrera de abogado, sino que muestra muy especialmente esa manera de entender una sociedad desde la formación y visión jurídica.

    Y en cuanto servidor de la justicia, la referencia se extiende a la búsqueda de la verdad y aplicación de la justicia en los casos de violaciones de los derechos humanos, política que marcó su gobierno entre 1990 y 1994. En este plano, nada puede remplazar la lectura directa de las explicaciones de Patricio Aylwin, las que figuran a cada paso de la entrevista, destacando la decisión que implicó crear la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación y respaldar de manera decidida el funcionamiento correspondiente. En ese primer momento de retorno a la democracia se trataba de reconciliar, y eso solo se podía hacer sobre la base de la verdad y, en alguna medida menor, aunque también necesaria, la justicia.

    Parece muy posible deducir que este aspecto de su gobierno es el que Aylwin reivindica con mayor fuerza y es con el que se quedaría si la pregunta implicara destacar solo una cualidad. Lo hace enfatizando que remó contra la corriente y que aquello que se hizo, para bien o para mal y de acuerdo a las limitaciones de la época, se debió a su sentido de la justicia y la tozudez que arrancaba de su convicción: …impuse la Comisión Verdad y Reconciliación contra el parecer de gran parte de mis asesores, porque de eso sabía. Soy jurista, hombre de derecho, con conocimiento de esas materias y en eso impuse mi criterio y me acompañaron Pancho Cumplido y algún otro, a regañadientes porque ninguno estaba muy entusiasmado.

    Tampoco, agrega, estaban entusiasmados quienes, con justa razón, pedían una justicia a ultranza y reclamaban castigo para los responsables de las torturas, desapariciones y muertes. Mucho menos estaban de acuerdo con la propuesta el general Pinochet, sus colaboradores y partidarios. Durante el tiempo en que duraron los trabajos de la Comisión (24 de abril de 1990 al 2 de febrero de 1991) Pinochet no dejó de decir en todos los tonos que lo que correspondía era dar vuelta la página y desjudicializar el tema. Cabe recordar que poco después de

    conocido el Informe Rettig, ante un auditorio formado por los oficiales del Ejército, y hablando a

    nombre de la institución, señaló que discrepaba fundamentalmente del informe en cuestión y que negaba tanto validez histórica como jurídica. Todavía en el año 1995 encontraba motivos para decir, en el Club de la Unión y frente a los empresarios chilenos, que La única cosa que queda, señores contertulios, es olvidar. Y se olvida no con un proceso que se abre nuevamente, y se vuelve a abrir, y se mete a la cárcel… no….

    Verdad como producto de la investigación realizada por la Comisión y también solicitada a un poder judicial que debía aceptar y poner en práctica el concepto de que la amnistía no implicaba desconocimiento de los delitos cometidos. Justicia ‘en la medida de lo posible’. Y reconciliación. ¿Reconciliación en una sociedad que estaba cruzada por odios que se habían ido radicalizando en los últimos treinta años; en un país donde sectores de la población tenía temores profundos respecto de lo que sucedería?, ¿reconciliar a los que se sentían destruidos con los que temían serlo? Estamos hablando de un intangible en la vida de una sociedad, un bien que se genera por medio de decisiones personales y grupales, una de esas adquisiciones que entre mejor funcionan menos se dejan ver. Quizás uno de los aciertos más profundos de Aylwin fue apelar a una reconciliación que una buena parte de los chilenos estaban deseando a esas alturas (El sueño que todos queremos, un Chile más grande sin odios ni miedos, decía la canción de propaganda de la elección que lo llevó a la presidencia). Aylwin apeló a la construcción de la patria buena que todos queremos y en algún punto y forma resultó creíble para los auditores. Me parece que fue en ese momento cuando su figura y su gobierno iniciaron su consolidación.

    El presidente Aylwin apeló a la reconciliación en muchas ocasiones, pero el momento más alto al cual podemos hacer referencia es el del 19 de marzo de 1991, cuando una vez dado a conocer el Informe Rettig elaborado por la ya mencionada comisión de la verdad, vistiendo un traje oscuro, leyendo un breve texto que tenía en su mano y con una voz que de manera progresiva iba siendo tomada por la emoción, pidió perdón, en su ‘calidad de Presidente de la República’ y ‘asumiendo la representación de la nación entera’, a los familiares de los detenidos desaparecidos: Por eso también pido solemnemente a las Fuerzas Armadas y de Orden, y a todos los que hayan tenido participación en los excesos cometidos, que hagan gestos de reconocimiento del dolor causado y colaboren para aminorarlo.

    Si hemos señalado con anterioridad que el año 1973 permanece en la memoria de Aylwin como el tiempo del quiebre, de la duda y del remordimiento, el tiempo de su presidencia aparece como el de las certezas en cuanto se hizo lo que fue posible y se alcanzaron los logros esperados en varios aspectos. Al momento de esta evaluación aparece su mesura del llamado viejo estilo republicano y se evidencia un cierto cultivo del bajo perfil. A diferencia del omnipresente Salvador Allende, él sí habría sabido formar equipos y así explica una de las claves de los buenos resultados de la conducción de quien, según su propia declaración, sabía de justicia pero no de economía y que declara haber seguido, a este respecto, en todo a sus asesores...

    Patricio Aylwin habla sobre el siglo XX chileno y lo hace desde el punto de vista de la política. En esta óptica concede más importancia a los individuos que protagonizaron los hechos que a los procesos. Sus palabras apuntan a las figuras de Alessandri, Frei, Pinochet, Gabriel Valdés, Tomic, y es en el nivel individual donde percibe que se fraguó la vida política. Presta menos atención a los movimientos de las masas y ni siquiera concede mucha atención a esos momentos de gran presencia en las calles con la mística correspondiente. Este político católico habla muy poco de la Iglesia y el Cardenal Raúl Silva H. es traído a colación más que nada como mediador entre él y Salvador Allende y luego como opositor a Pinochet. Pero en sus respuestas no hay sacerdotes, obispos, tampoco aparece mencionado Cristián Precht y, si no me equivoco, tampoco la Vicaría de la Solidaridad. Este abogado no entrega pistas sobre sus lecturas y personas conocidas en el ámbito de la cultura, así como evita hacer referencias a sus contactos internacionales. Pocos políticos extranjeros aparecen señalados una vez y a propósito de una situación específica. Sí, como he dicho, abunda en lo que es la conversación íntima, el acuerdo alcanzado entre los dirigentes y cómo luego honraron o degradaron la palabra empeñada.

    El libro El poder de la paradoja, 14 lecciones políticas de la vida de Patricio Aylwin resulta de la edición que Ascanio Cavallo y Margarita Serrano hicieran de las entrevistas. Así, las que originalmente fueron una serie de conversaciones en las que se abordaban las etapas de la vida de Aylwin en forma cronológica, aparecen ahora ordenadas de acuerdo a un determinado guión establecido por los entrevistadores. En este orden las referencias al proceso de recuperación de la democracia, así como las que se dedican a su quiebre un par de décadas antes, abren y cierran el texto, ocupando también muchas de sus partes centrales. Es a propósito de ello que se van introduciendo aquellas partes referidas a la niñez, juventud, formación del político en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, la incorporación a la Democracia Cristiana, la labor parlamentaria, los años de la amistad y colaboración con Eduardo Frei, de este político que ocupó la primera magistratura de la República en una encrucijada histórica como no había tenido antes Chile.

    Nicolás Cruz B. es historiador. Realizó estudios de profundización en la Universidad de Roma ‘La sapienza’ y es doctor en Historia por la PUC., Chile. En el campo de la historia de Chile es autor del libro Las guerras de la guerra (junto a Ascanio Cavallo); El surgimiento de la educación secundaria pública en Chile, 1843- 1876, y, Los anales de la Universidad de Chile, selección de textos médicos 1857-1887, en calidad de editor. Desde el año 2010 es creador y editor de la página historiaycultura.cl.

    Nota previa

    La entrevista que da base al texto siguiente fue realizada en 25 sesiones, entre septiembre de 2003 y diciembre de 2004, como contenido central del Taller de Productos Periodísticos de la Escuela de Periodismo de la Universidad Adolfo Ibáñez. El trabajo fue completado con entrevistas adicionales a lo largo del 2005.

    En su cuerpo central, las sesiones de entrevistas siguieron linealmente la trayectoria de Aylwin, desde su infancia hasta el fin de su gobierno. En el momento de organizar este libro, sin embargo, los autores decidieron alterar esa linealidad y proponer una lectura más fragmentada de lo que ha sido la vida política del ex Presidente.

    La primera motivación para ello ha sido la de eludir la apariencia de un relato histórico, una intención que no estuvo en la mente de los entrevistadores ni en la conducta del entrevistado. Producido el texto literal, pareció evidente que era preciso recuperar en su publicación el espíritu con que fue iniciado el ciclo de entrevistas: una aproximación a un hombre que ocupó la primera magistratura de la República en una encrucijada histórica como no había tenido antes Chile. En otras palabras, no una historia personal, sino un relato político, por lo demás consecuente con la aversión de Aylwin a violentar su privacidad en nombre de sus actuaciones públicas.

    En segundo lugar, resultaba claro que ciertos episodios del pasado iluminaban algunos del futuro, pero también que los hechos más recientes arrojaban muchas luces hacia atrás. Conservar un relato lineal hubiese producido la impresión de una cadena de causas y efectos que no es justa con las numerosas contradicciones, revisiones y paradojas que caracterizan la trayectoria de Aylwin. La cadena cartesiana suele ser poco útil en el análisis social y político, pero resulta especialmente infructuosa en una carrera como la de este ex Presidente. Un vínculo dialéctico entre el pasado y el presente nos pareció mucho más adecuado para comunicar las extrañas circunstancias que le fueron deparadas.

    El análisis de esos fenómenos hizo posible agruparlos en forma temática, y convertirlos en lecciones políticas, asumiendo con algún grado de humor todo lo volátil y arbitrario que esta proposición supone¹¹. Varias de las lecciones resuenan de un capítulo a otro, en concordancia con las premisas que sustentan la progresión narrativa.

    Por fin, y lo más importante, esta estructura es también una renuncia expresa a la pretensión de que esta entrevista periodística pueda configurar un retrato sicológico profundo y complejo. Las entrevistas periodísticas son, por definición, visiones parciales, fragmentadas y urgentes; es excesivo creer que puedan ser los retratos integrales de una vida, o incluso testimonios históricos definitivos, ni siquiera cuando se da la extraordinaria ocasión de someter a 25 interrogatorios a un mismo entrevistado.

    En el limitado alcance que le corresponde, esta estructura es, pues, el resultado de un ejercicio de humildad profesional, un reconocimiento de que las ventajas del entrevistador no lo autorizan para pretender que ha llegado a dominar el indescifrable engranaje que es el destino de un político, como siempre quiso creer, con su apasionado amor por el juicio presuroso, la por otro lado admirable Oriana Fallaci. Ello explica también la ausencia de un estilo interrogativo agresivo, irónico o hiriente, un modelo que numerosos periodistas admiran, como si la función eminente del entrevistador fuese el emplazamiento y no el conocimiento.

    Un ejercicio anti-Fallaci parece la única manera de mantener la distancia crítica, respetar la autonomía del lector y, en el caso de este libro, adecuarse a la naturaleza del fenómeno enfrentado: no las conocidas paradojas del poder, sino el laberíntico poder de la paradoja.

    1 Debemos esta idea al excelente documental de Errol Morris sobre el ex secretario de Defensa de Estados Unidos: The fog of war. Eleven lessons from the life of Robert S. McNamara (2003).

    Pórtico

    Patricio Aylwin es una de las figuras más complejas de la historia política chilena. A muchos que lo conocen superficialmente, o a través de los medios de comunicación, esta afirmación les ha de sonar excesiva, acaso irreconocible. ¿Aylwin, complejo? Las personas de derecha han cambiado varias veces su opinión respecto de él en los últimos 40 años, pero hoy tenderían a despacharla con algún adjetivo derogatorio relativo a la ambigüedad. Las de izquierda han cambiado tantas veces sus sentimientos hacia Aylwin en 50 años, que tienden a incurrir en definiciones más vacilantes, donde se mezclan la irritación y la gratitud. Y para muchos jóvenes será mayormente aburrido: anticuado, añoso, demasiado

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