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Vía constitucional a la revolución: Chile entre el estallido, la plurinacionalidad y el plebiscito
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Vía constitucional a la revolución: Chile entre el estallido, la plurinacionalidad y el plebiscito
Libro electrónico259 páginas3 horas

Vía constitucional a la revolución: Chile entre el estallido, la plurinacionalidad y el plebiscito

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Recorriendo este libro, los lectores(as) podrán asomarse al desarrollo, casi en directo, de la crisis política que intranquila nos baña desde fines del gobierno de Sebastián Piñera. Tendrán una mejor comprensión de los vínculos entre las funas universitarias, el estallido de la revuelta de 2019, el terrorismo que no osaba ser pronunciado por las autoridades, el proceso constituyente como solución in extremis y el borrador constitucional que será sometido a plebiscito el 4 de septiembre de este año y que define a Chile como un Estado plurinacional.
Un Estado nacional unitario es más fuerte y de manejo más amigable que uno compuesto por naciones varias. En lo fundamental, porque la incorporación y la separación de entes territoriales habitados no suele relacionarse con el derecho, sino con procesos traumáticos: el resultado de una guerra interna, la pérdida en una guerra convencional, un acuerdo posguerra mundial, la implosión de un Estado matriz.
Nuestros convencionales constituyentes han estelarizado un caso excepcional al definir a Chile como un Estado plurinacional: un proceso de fragmentación pacífica del Estado propio por mayoría de votos. De aprobarse por la ciudadanía, sería otro de los ejemplos que Chile gusta de propinar al mundo.
IdiomaEspañol
EditorialAthenaLab
Fecha de lanzamiento1 ago 2022
ISBN9789569058561
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    Vía constitucional a la revolución - José Rodríguez Elizondo

    Explicación

    I

    En lo que fuera Santiago de Nueva Extremadura, a pocas cuadras del cerro Huelén, un centenar de convencionales del pueblo mapuche, de la izquierda radical y de independientes afines, ha redactado una Constitución Política rupturista. Su artículo primero —ya aprobado— define al Estado chileno como plurinacional. Literalmente, esto implica convertir en naciones a las comunidades y pueblos originarios, precolombinos o poscolombinos, que existen a lo largo del país.

    Si asumimos que un Estado nacional unitario es más fuerte y de manejo más amigable que uno compuesto por naciones varias, se comprenderá por qué tras mi perplejidad jurídica esté el asombro simple. En lo fundamental, porque la incorporación y la separación de entes territoriales habitados no suele relacionarse con el derecho, sino con procesos traumáticos: el resultado de una guerra interna, la pérdida en una guerra convencional, un acuerdo posguerra mundial, la implosión de un Estado matriz. Mi catálogo de los tiempos modernos contiene las cuatro Alemanias, las dos Coreas y los dos Vietnam, de la post Segunda Guerra Mundial. La división de Checoslovaquia. La guerra de los Balcanes, que pulverizó la Yugoslavia plurinacional de Tito. La secesión terrorífica que pretendieron los etarras, para sacar la autonomía vasca del Reino de España. El duro conflicto interno en Cataluña, por semejante razón. El desglose de las naciones incorporadas al Estado plurinacional soviético y la recuperación posterior de su independencia, tras la implosión de dicha superpotencia. En la más categórica actualidad, podemos agregar la invasión de Ucrania por Rusia, para imponer la hegemonía de los nacionales rusos sobre los nacionales ucranianos.

    Comparativamente, nuestros convencionales constituyentes han estelarizado un caso excepcional: un proceso de fragmentación pacífica del Estado propio por mayoría de votos. De aprobarse por la ciudadanía, sería otro de los ejemplos que Chile gusta de propinar al mundo.

    II

    Entre las coartadas del constructo están la deuda histórica con el pueblo mapuche —el originario de mayor densidad demográfica, con un 10% de la población—, el desprestigio indesmentible de la clase política, la centralización exasperante, la corrupción en las instituciones, las desigualdades sociales y, en especial, la crisis de la representatividad democrática que explosionara, literalmente, durante el gobierno de Sebastián Piñera. Circunstancias todas que ameritaban reformas profundas.

    Lo sorprendente, pero confirmatorio del bajo nivel de nuestros políticos sistémicos, fue que no sospecharan hasta qué punto la plurinacionalidad se convertiría en un bloqueador para dichas reformas. Por una parte, por su encadenamiento con normas que no admitían mínimos comunes. Por otra parte, por sus dos impactos estratégicos negativos. Uno, en cuanto supone renunciar al precoz Estado en forma, que nos diera una gran ventaja comparativa en la región. El otro, porque colocaría un punto final a la unidad geopolítica de Chile, despotenciando el Estado nacional y creando peligros donde no los había.

    Tamaña distracción es el correlato de la inteligencia táctica de los creativos rupturistas. Estos supieron cubrir el proyecto plurinacional y sus fuentes con sinonimias, polisemias, homologaciones y falsos paradigmas. Bajo esa capa, el ciudadano no experto debía asumir que naciones, pueblos y hasta descendientes de tribus extracontinentales son la misma cosa y que plurinacionalizar se relaciona con la interculturalidad, la descentralización y la autodeterminación. Por otra parte, mostraron como modelos a Nueva Zelanda, Canadá, España y los distintos Estados federales del planeta y dijeron que la ONU reconocía el derecho de los pueblos originarios a ser naciones paraestatales… lo que no es verdad¹. Por si aquello no bastara, pasaron una aplanadora sobre los otros textos controversiales. Todos son igualmente importantes, dijeron, pues la Constitución es un todo.

    Fue un diversionismo exitoso pues, de momento, lograron licuar la plurinacionalidad. Mientras pasaba colada, la opinión pública se abstenía o se concentraba en los otros temas alarmantes del borrador constitucional.

    III

    El mérito de un buen lema es que se clava en profundidad. De mis estudios de Derecho conservo aquel que advierte sobre la jerarquización en el ordenamiento jurídico: lo accesorio sigue la suerte de lo principal. En el tema sub litis, me permitió discernir que la clave de bóveda del borrador constitucional era la conversión del Estado-nación en un Estado de naciones.

    Me pareció una paradoja mayúscula, pues los convencionales fueron elegidos para legitimar reformas imprescindibles del Estado unitario y no para liquidarlo. Era de suponer, por tanto, que si la plurinacionalidad se hubiera impugnado jurídica, comunicacional y oportunamente, hoy no estaríamos discutiendo sobre sus derivados más notorios: la desconfiguración de los poderes clásicos, la justicia según la etnia, la cooperación transfronteriza entre zonas indígenas autónomas, la fijación de prioridades en política exterior y el fin del principio un ciudadano, un voto.

    Quizás previéndolo, los convencionales de la mayoría rechazaron las críticas inmediatas, planteando que sólo se aceptarían respecto a la propuesta constitucional acabada y aprobada en sede propia.

    IV

    Con todo, no hay distracción que dure cien años. Aunque tardía, la evidencia de que en lo principal estábamos ante una revolución sin filiación expresa, inspirada por ideólogos que no nos aman y sin líderes que la asuman, activó la alarma de los ciudadanos y ciudadanas que privilegian el interés nacional. Es decir, los bioequivalentes de los patriotas a la antigua.

    En febrero de este año, 75 firmantes del manifiesto Amarillos por Chile, liderados por el poeta Cristián Warnken, advirtieron que la Constitución debía ser una casa para todos y no un programa político excluyente ni, menos, un instrumento que debilitara al Estado. En cosa de un mes, los 75 se convirtieron en 40.000 y muy pronto un expresidente de la república, varios excancilleres, un exrector de la Universidad de Chile, autoridades académicas y profesionales del derecho comenzaron a advertir sobre la gravedad de lo que estaban planteando los convencionales. Esta reacción fue seguida por encuestas serias precisas y concordantes, que mostraron la posibilidad de que el proyecto constitucional sea rechazado en el plebiscito destinado (supuestamente) a aprobarlo.

    Ante ese escenario, los eufemismos se agotaron. Convencionales ilustrados reconocieron que no había definición válida para el plurinacionalismo, el presidente Gabriel Boric dijo que la Constitución debía ser aceptable para todos y hasta hubo retrocesos tácticos. Junto con ese cambio de tono, analistas y políticos sistémicos —no quiero decir sensatos— están planteando la necesidad de un plan B, con distintas variables. Los convencionales rupturistas, por su parte, soslayan su responsabilidad y algunos optan por amenazar con un estallido insurreccional 2.0 si el proyecto se rechaza. Parafraseando a Bertolt Brecht, lucen más dispuestos a disolver el pueblo, que a respetar lo que el pueblo mande.

    V

    Como he analizado este fascinante periplo desde sus inicios, tuve la tentación de procesarlo mediante un libro de estirpe académica, con el correspondiente aparato científico y un primer capítulo que comenzara con las múltiples definiciones de la voz nación. Resistí la tentación porque sería —en el mejor de los casos— el rebobinado de un pasado irreversible. Un gustito de intelectual.

    En subsidio, mis reflejos de periodista me dijeron que mejor era organizar lo escrito y dicho al calor de la coyuntura. Un consolidado, cronológicamente armado, de ensayos, columnas y entrevistas, en medios nacionales y extranjeros². Por cierto, fue un trabajo ímprobo, realizado gracias a la generosa colaboración de mi asistente académico Raimundo Jara Duclos.

    Recorriendo esos materiales, los lectores (as) podrán asomarse al desarrollo, casi en directo, de la crisis política que intranquila nos baña desde fines del gobierno de Sebastián Piñera. Como subproducto, tendrán una mejor comprensión de los links entre las funas universitarias, el estallido de la revuelta de 2019, el terrorismo que no osaba ser pronunciado por las autoridades, el proceso constituyente como solución in extremis y el borrador constitucional que será sometido a plebiscito el 4 de septiembre de este año.

    Los eventuales lectores (as) tendrán, así, una visión discutible pero viva, sobre este tiempo difícil que estamos viviendo. En paralelo, les permitirá entender de que hablamos cuando hablamos de plurinacionalidad y, por añadidura, estar mejor informados cuando les corresponda optar.

    JRE. Santiago, junio de 2022


    1 Invocaron la Resolución 61/295 de 2007 de la ONU sobre los derechos de los pueblos indígenas, pero soslayaron su artículo 46, párrafo 3, que no autoriza o alienta acción alguna encaminada a quebrantar o menoscabar, total o parcialmente, la integridad territorial o la unidad política de Estados soberanos e independientes.

    2 Son textos que eventualmente se entrecruzan, publicados en El Mercurio, La Tercera, El Sur, El Líbero, Ex-Ante, Biobiochile.cl, Criterio (Argentina), Perú 21 y La República (Perú), y Página Siete y La Razón (Bolivia). Algunos aparecieron en paralelo en la revista electrónica Realidad y Perspectivas (RyP) de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, que dirijo. Además, se consignan extractos de entrevistas en medios escritos y audiovisuales.

    I. PRECUELA

    Si bien antes del golpe teníamos la sensación de que vendría algo malo, nunca calculamos que podría ser tan feroz.

    Ricardo Lagos, 2013

    Cuando la memoria no consigue hacerse historia

    ¹

    Para opinar con un mínimo de solvencia sobre el 11-S chileno, debo hacer una desclasificación sumaria: fui funcionario de la confianza de Salvador Allende, tengo un alto respeto por su memoria, estuve entre los muertos presuntos de la jornada, me procesaron en ausencia y sólo retorné a Chile en 1991.

    Pese a ello (o quizás por ello) creo que nuestro 11-S debe ser recordado siempre, en aras de la verdad, pero desde su esencial complejidad. Esto implica aceptar que no fue el fracaso simple de quienes apoyábamos a Allende ni el éxito simple de quienes apoyaron el golpe de Pinochet. Visto con sensibilidad histórica, fue la terrible derrota de un país, con secuelas que la prorrogan hasta hoy.

    Sin embargo, casi medio siglo después, una minoría de chilenos ideologizados, de izquierdas y derechas, prefiere verlo de manera unidimensional. Para ellos, hubo un suceso que paralizó la historia y no un proceso que ya debiera ser historia. Desde esa rigidez tienden a la supersimplificación, mediante la yuxtaposición de afirmaciones aisladas y hasta contrapuestas. Como esto suena complicado, ejemplifico con las tesis siguientes:

    El golpe obedeció a un manejo irresponsable de la economía, que llevaba al país a la ruina y afectaba la seguridad nacional. Se dio para impedir que nos convirtiéramos en una segunda Cuba. Fue digitado desde los EE. UU. mientras la Unión Soviética sólo ayudaba con consejos. En lugar de una transición inédita, Allende debió imponer el socialismo de inmediato. El sectarismo de la Unidad Popular impidió una correcta política de alianzas. No se supo atraer a la Democracia Cristiana. No se supo dividir a la Democracia Cristiana. La derecha sí supo dividir al Partido Radical. La polémica de las izquierdas derivó en estrategias contrapuestas y paralizó a la coalición de gobierno. Se confió en la profesionalidad de los militares, en lugar de entregarle armas al pueblo, como aconsejaba Fidel Castro.

    Basta asomarse a ese conjunto de afirmaciones —cada una de gravedad superlativa— para asombrarse por la pretensión de darlas por probadas mediante frases que dijeron algunos protagonistas. Esto ha producido un círculo vicioso en tres etapas: 1) Se soslaya que la violación sistemática de los derechos humanos fue una secuela y no un antecedente del golpe. 2) Se soslaya que ningún chileno patriota podría justificar ese componente esencial de la dictadura que sobrevino. 3) Se ignora que ambos fenómenos se unen para subestimar la complejidad de la relación civil-militar, para instalar el rencor como una constante de nuestra vida política y, por añadidura, para seguir sosteniendo nuestro subdesarrollo exitoso.

    Por lo señalado, la reconciliación que traía en mis valijas cuando volví a Chile hoy me parece utópica. Para reagendarla, habría que mejorar cualitativamente desde la calidad de la educación de nuestros infantes hasta la calidad de nuestros políticos, pasando por la calidad del liderazgo en nuestras universidades.

    Es lo que sigo tratando de expresar en mis libros y en mis tareas académicas, porque de nuevo hay señales feas en el horizonte. Si no las decodificamos rápido, demasiado tarde comprenderemos que, si hubo una causal aislable en el golpe de 1973, fue la polarización política a la que nos resignamos.


    1 Publicado en El Mercurio el 13 de septiembre de 2019.

    Informe sobre evasores

    ²

    La consigna formal del viernes 18 fue evade. La consigna real fue destruye.

    Tras la primera se alinearon los estudiantes y otros indignados, todos afectados por la mala calidad de sus vidas (léase salarios, pensiones, salud, servicios malos y caros, calidad precaria de la educación). Estos actores son muchos. Tras la segunda consigna se alinearon las fuerzas de choque de quienes, desde la política informal, buscan terminar con el gobierno vigente (opción maximalista) o desestabilizarlo (opción minimalista). Estos actores son pocos.

    Con base en esos protagonistas altamente diferenciados, se montó en Chile un viejo escenario sociológico: una minoría coherente que arrastra a una mayoría inorgánica, trocando la buena fe de los evasores en la fe mala de los destructores.

    A partir de lo señalado podemos plantearnos tres preguntas básicas.

    ¿Hubo espontaneidad en el inicio del fenómeno?

    El espontaneísmo fue una ilusión: la de que se podían soslayar las instituciones de manera pacífica. Las razones son muchas pero, por economía de espacio, cabe reducirse a la más obvia: el chileno medio ya no percibe a los políticos como sus representantes legítimos. Resiente que, gracias a su voto, tienen un nivel privilegiado de vida y pertenecen a una clase aparte.

    Tal reducción a lo obvio es ignorada por casi todos los políticos. Ensimismados en su estatus, crean clientelas, prefieren el celular a la asamblea, se exponen a la farándula, se engolfan en trifulcas detestables, soslayan los debates de interés nacional y aceleran la polarización. Para ser rostros renunciaron al liderazgo social genuino y, como resultado, la democracia hoy depende menos de ellos que de la apoliticidad de los militares y la probidad de los jueces… que tampoco son de palo.

    ¿Qué rol jugaron los estudiantes?

    Teóricos de la violencia como George Sorel, dicen que los políticos progresistas tienen como límite la acción insurreccional, pues afectaría su estatus. Por eso, las organizaciones extremistas recurren a políticos desplazados, a las clases peligrosas y… a los escolares. Según el guerrillero brasileño sesentista Carlos Marighella, las fuentes de reclutamiento comienzan por los estudiantes.

    Esto obedece a que, por su condición etaria e intelectual, los estudiantes son tan hipersensibles a las injusticias (evasores), como proclives a las soluciones drásticas. Es la condición dual que ayer los llevó, en Chile, a luchar por la democracia y hoy a servir como desaprensiva vanguardia a quienes buscan liquidarla.

    Haciéndolo reflejan su circunstancia: un déficit educacional arrastrado, la mistificación de las revoluciones históricas, la intolerancia hacia quienes piensan distinto y la falta de coraje —o la complicidad— de demasiadas autoridades educacionales. Por cierto, tal circunstancia solo podrán asumirla cuando dejen de ser estudiantes.

    ¿Quién coordinó a los destructores?

    Solo un comando centralizado, que la historia individualizará, explica la sistematicidad, eficiencia y amplitud de la violencia que sufrimos.

    Ese comando supo levantar una estrategia con base en el viejo lema anarco tanto peor, tanto mejor y hacerla operativa gracias al malestar ciudadano, la neutralidad benévola de algunos políticos, el sesgo opositor de algunos informadores, la debilidad coyuntural de la policía, el renovado distanciamiento entre políticos y militares y la energía de los estudiantes.

    Además, supo decodificar lo que está sucediendo afuera: la crisis del Presidente de Ecuador, Lenin Moreno, tras suprimir el subsidio a los combustibles; la popular disolución del Congreso peruano, dispuesta por el Presidente Martín Vizcarra; el eventual retorno del peronismo, que grafica el fracaso de Mauricio Macri, y el desparpajo con que Evo Morales ha sobrepasado el Derecho para seguir aferrado al poder. Quede para el final la sospechosa alegría de Nicolás Maduro y la alusión al huracán bolivariano que nos estaría azotando.

    El éxito de esa estrategia hoy se mide en muertes, pillajes, desabastecimiento, incendio de edificios y cataclismo del metro. Con este atentado matriz, como dijo ayer el poeta Warnken, se hirió al pueblo de una manera brutal. Los responsables reventaron una empresa que servía a millones de usuarios, integraba en sus vagones a ricos y pobres, viejos y jóvenes, mejorando la calidad de vida de todos, comprendidos los estudiantes y sus familias.

    Fue un caso paradigmático que recuerda un texto de Bertolt Brecht: soy libre dijo el esclavo y se cortó un pie.


    2 Publicado en El Mercurio el 25 de octubre de 2019.

    Los partidos en su hora d

    ³

    Según la experiencia histórica, los partidos políticos democráticos que no atinan a conducir una gran crisis terminan arrasados por la misma. Crudamente lo expresó Simone Weil en plena Segunda Guerra Mundial: El hecho de que los partidos existan no es en absoluto un motivo para conservarlos.

    En nuestro caso, y por extensión en América Latina, su rol desfalleciente nos está planteando el tema mayor: cómo mantener la democracia representativa sin combatir contra la delincuencia organizada y la violencia terrorista. Una dificultad grande —dado que somos copiones— es que el contexto democrático occidental dejó de ser estimulante. Los Estados Unidos ya no asumen la misión autoasignada de expandir la democracia. Con Donald Trump optaron por el aislamiento, la apología del Muro y hasta

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