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Los tenaces
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Libro electrónico203 páginas5 horas

Los tenaces

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Las seis crónicas y la entrevista de personajes reales que conforman este nuevo libro de José Miguel Varas nos permiten agregar antecedentes a ciertos pasajes de la historia nacional del siglo XX, a través de los retratos de algunos de sus actores, como Luis Emilio Recabarren –en una entrevista a Salvador Ocampo–, Américo Zorrilla en primera persona, los hermanos Arturo y Carmelo Soria, este último asesinado por los servicios de inteligencia de Pinochet; Samuel Riquelme, Zorobabel González, "el Guagua" y Carmen Vivanco. Los tenaces habla de aquella cualidad presente en el pueblo chileno, resultado del cruce mapuche y español, pero particularmente habla de las figuras abordadas aquí, que unieron a la tenacidad un sentido ético de la existencia que los caracterizó la vida entera, en sus múltiples actividades políticas y personales a las cuales el desarrollo de los hechos de la historia chilena los enfrentó. El denominador común de estas figuras es una dignidad a toda prueba, aun de los tiempos más difíciles que debió sortear nuestro país, y ellas permanecen en la memoria histórica como referentes ciudadanos a no olvidar.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento30 jul 2015
ISBN9789560001948
Los tenaces

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    Los tenaces - José Miguel Varas

    José Miguel Varas

    Los tenaces

    LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

    © LOM Ediciones

    Primera edición, 2010

    ISBN: 978-956-00-0194-8

    ISBN Digital: 978-956-00-0680-6

    Diseño, Composición y Diagramación

    LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Fono: (56-2) 688 52 73 • Fax: (56-2) 696 63 88

    www.lom.cl

    lom@lom.cl

    Un posible prólogo

    Este libro está formado por una entrevista y seis crónicas que pretenden retratar a personas reales. En el caso de la entrevista titulada Como un Don apacible, tan importante como el entrevistado, Salvador Ocampo, es el personaje histórico de quien habla, Luis Emilio Recabarren. Las respuestas de Ocampo aportan además datos e imágenes únicos sobre la vida de los trabajadores y el movimiento obrero en el Norte Grande en los primeros decenios del siglo XX.

    En los casos de Don Américo, Carmen y Samuel, se trata de testimonios en primera persona. Los otros textos, sobre El Guagua y sobre los hermanos Arturo y Carmelo Soria, son crónicas que incluyen testimonios.

    En los años 60, el periodista Camilo Taufic usó la expresión los tenaces para referirse a los comunistas chilenos. Al cronista le pareció afortunada y por eso la utiliza aquí. Pero su validez no se reduce, y en verdad no debería limitarse, a una determinada agrupación política.

    El autor admira la tenacidad, que al joven Carlos Marx le pareció la mejor cualidad humana. Aparece abundante, hasta ser característica, en el pueblo chileno y en los dos pueblos principales que lo originan: el español y el mapuche. Pero la tenacidad puede estar también al servicio del deseo de acumular riquezas o poder sobre los semejantes. Éste podría ser un tema literario interesante. Pero lo que sí interesa y conmueve al autor es la unión de la tenacidad con un sentido ético de la existencia. Piensa que esto, precisamente, caracteriza en esencia a los personajes reunidos en este libro.

    El autor

    Como un Don Apacible

    En enero de 1977 Salvador Ocampo, veterano dirigente obrero, ex senador del Partido Comunista, cumplió 75 años de edad. En su larga vida, Ocampo fue secretario general de la Federación Obrera de Chile (FOCH), fundada en 1919 por Luis Emilio Recabarren, y de la Confederación de Trabajadores de Chile, en 1936. Más tarde, senador del Partido Comunista. A los 14 años era tipógrafo del diario El Socialista de Antofagasta y militante del Partido Obrero Socialista. Salvador Ocampo fue entrevistado por el cronista en 1977. Lo que sigue es el texto de esa entrevista, que fue difundida ese año por Radio Moscú. Éste se publicó en la revista Pluma y Pincel en 1990.

    Con nosotros se encuentra esta noche un viejo conocido de ustedes: Salvador Ocampo. Senador por el Partido Comunista entre los años 1945 y 1953, tipógrafo, dirigente obrero, periodista. Él reside desde hace tiempo en México y está de paso en Moscú. Le hemos pedido que nos hable de Luis Emilio Recabarren, ya que es uno de los pocos chilenos vivos que tuvieron ocasión de conocerlo personalmente. ¿Cuándo y cómo conoció usted a Recabarren?

    OCAMPO: Tuve oportunidad de conocer a Recabarren, primero, por referencias obreras. Yo trabajaba como una especie de arrinquín¹ en una cuadrilla de cargadores de la Chile Exploration de Tocopilla. Ayudaba a los trabajadores en las cosas más esenciales, a la vez que les preparaba sus alimentos en los momentos de descanso. Yo trabajaba ahí porque el gringo que había en ese lugar, Mister Johnny, muy buena gente, el único gringo a quien queríamos nosotros en Tocopilla, era un hombre a quien le gustaba mucho tomar y por eso llevaba muy mal sus cuentas en las bodegas, y cuando él supo que yo sabía leer y escribir y sacar cuentas, me hizo una especie de empleado de él, pero a la vez, claro, siempre como obrero. Esto ocurría más o menos en los años 1912 al 1914, estando yo en Tocopilla. Fue cuando se inició la primera guerra europea.

    ¿Y qué edad tenía usted en ese tiempo?

    OCAMPO: Diez años.

    ¿Me está diciendo que a los diez años figuraba ya como cargador de una cuadrilla de la Chile Exploration y además estaba a cargo de las cuentas?

    OCAMPO: Así es. Exactamente. Bien, ocurre que esta cuadrilla estaba compuesta por unos mocetones bravos, eran los más salvajes que había por ahí, pero todos la gente más buena, la gente más humana que he conocido. Entre ellos había diez o doce obreros que compraban El Despertar de los Trabajadores, el diario que Recabarren editaba en Iquique y que nos llegaba clandestinamente. La cuadrilla eran cuarenta y dos, cuarenta y cinco, cincuenta hombres, según las necesidades. Pero los de planta eran cuarenta. Yo era el cuarenta y uno. A la hora del almuerzo, al mediodía, yo veía que ellos leían a lo más los títulos del diario con mucha dificultad y se lo guardaban. Cuando supieron que yo sabía leer, me exigieron que les leyera el diario. Lo primero que me decían era: A ver, compañero Guachito (así me decían a mí), léame lo que dice Recabarren. Entonces yo buscaba en el diario si salía algún artículo con la firma de Recabarren. Generalmente no venía. Entonces yo les decía: Recabarren no dice nada aquí. Bueno, pero es que… ¡el editorial, pues, Guachito! ¡El editorial es la palabra de Recabarren!. Entonces yo buscaba el editorial y se los leía. Después, me pedían que buscara alguna noticia de los lugares de donde ellos eran. Algunos eran de Chiloé, otros de Concepción, de Coquimbo, en fin, de Chillán. Porque en el diario tenían la oportunidad los obreros de todas las provincias de tener noticias de sus respectivos lugares de donde habían venido. Naturalmente no tenía corresponsales, pero los diarios burgueses traían publicidades de todas partes de Chile. Entonces Recabarren sacaba lo más esencial y lo publicaba en El Despertar de los trabajadores. Fuera de eso estaban las cartas, que llegaban por cientos; eso era lo principal. Más tarde tuve oportunidad de verlas yo, cientos de cartas a Recabarren, preguntando por padres, por hijos, que se habían venido del Sur a trabajar al Norte. Era el espejismo de ganar mucha plata. Pero la realidad era muy diferente.

    En ese tiempo no había ninguna garantía en el trabajo. La jornada de trabajo, ocho, diez, doce y hasta dieciséis horas diarias. Y resulta que llegaban cien, doscientos, quinientos hombres enganchados en el Sur y ahí mismo, en la playa, los distribuían: cien para tal parte, cien para tal otra parte, cincuenta para otra oficina, veinte para tal lugar. A veces ni siquiera el nombre les preguntaban, porque no había ningún control. Cada cual podía dar el nombre que le diera la gana.

    Muchos obreros morían. ¡Cientos! Porque, pongamos por caso, a un campesino, cuando llegaba a la pampa salitrera, le daban el chuzo con el que iban a romper la tierra, una serie de cartuchos de dinamita, la guía y lo echaban a la pampa. Tenían que aprender ellos solos a manejar la dinamita. Con esto, del veinticinco al treinta por ciento o morían o quedaban heridos gravemente. Y esos hombres ya nunca más tenían noticias que darle a sus familiares que los esperaban en el Sur, porque se sentían desgraciados, inútiles: habían venido a ganar dinero para ayudarse en sus tierras y ayudar a su gente y habían quedado inutilizados. Y como la vida era tan amarga y tan dura, muchos se dedicaban a tomar, a embriagarse, a emborracharse y, naturalmente, menos podían tener dinero para ayudar a sus familias.

    Pero los familiares del Sur le escribían a Recabarren, preguntando por los que se habían venido al Norte a trabajar. Entonces, en la última página del diario, él siempre ponía unas publicidades así: Se pregunta por Fulano de Tal, de Coquimbo, que se vino enganchado el año pasado en el mes de diciembre. Por favor, que le escriba a su familia, que se encuentra mal. O, si no, una mujer, después de tres o cuatro carillas de una carta termina por preguntar por un hijo que había partido enganchado y no tenía noticias de él hacía seis meses. Esa era, pues, la labor que yo les cumplía a los trabajadores de la famosa cuadrilla de la bodega: leerles el diario y sobre todo, la página de las cartas.

    ¿Cuándo y cómo se produjo su primer contacto directo con Recabarren?

    OCAMPO: Eso ocurrió en Antofagasta. Porque nosotros, en Tocopilla, hicimos una huelga de protesta un día y nos echaron a todos, con carabineros, para fuera del campamento y ya no pudimos encontrar trabajo en ninguna parte. Yo quería trabajar. En mi familia todo el mundo trabajaba y yo no quería ser una especie de vampiro viviendo a costillas de ellos. Entonces me vine a Antofagasta, donde tenía familiares, con la intención de aprender una profesión, algún oficio. Intenté primero aprender la tipografía en una imprenta que dirigía en ese tiempo Juan Luis Mery, de quien fui muy amigo tiempo después, porque trabajé con él en el diario La Opinión cuando él lo sacó, junto con Santiago Mosca, en la ciudad de Santiago. ¡Pero en ese entonces, en Antofagasta, los compañeros trabajadores de la imprenta, casi todos de ideología anarquista se pegaban cada borrachera los días sábados! A lo cual contribuía yo, sin emborracharme, no ve que yo era el encargado de prepararles el vino con duraznos. Borrachos daban vueltas las cajas de tipos y yo, que era aprendiz, tenía que trabajar sábado y domingo, a veces toda la noche, para dejar las cajas listas para que los obreros, ellos mismos, pudieran empezar a trabajar el lunes. Pues bien, ocurrió que nunca recibí ni un centavo por este trabajo, así que me fui a buscar trabajo a otra parte. Por último, llegué a trabajar en una cantera, de Puelma y Lavín, que tenían a su cargo la construcción del puerto de Antofagasta y la pavimentación de las calles. Eran grandes trabajos que se estaban haciendo en esos días.

    Cerca de donde yo vivía estaba la plazuela Vicuña Mackenna. Aquí llegaba Recabarren a dar conferencias todos los miércoles: se subía arriba de una banca y empezaba a hablar. Los primeros días yo veía que eran muy pocos los que se juntaban a escucharlo. Pero al pasar dos o tres semanas, la calle, que era una avenida importante, se llenaba de gente, de tal modo que la policía tenía que abrir cancha para que pasaran los vehículos. Yo permanecía ahí escuchándolo todos los miércoles, desde que empezaba hasta que terminaba; me quedaba hasta el final, porque yo vivía cerca. Una vez Recabarren se fijó en mí y se me acercó:

    –Mire, dígame, ¿en qué trabaja usted?

    –En las canteras de Puelma y Lavín.

    –¿Le gustaría aprender tipografía?

    –Me gustaría mucho. Resulta que ya estuve aprendiendo pero fue una experiencia que no me agradó.

    –Pero le gustaría aprender…

    –Sí.

    –¿Sabe leer y escribir?

    –Sí, perfectamente.

    –Vaya mañana a la imprenta –me dice– a ver cómo nos arreglamos.

    Al otro día fui a la imprenta y me llevó a las cajas. Yo ya sabía un poquito, algo había aprendido, así que me dijo:

    –Usted se queda aquí como aprendiz. Se paga los días sábados. Eso sí que a veces no hay dinero –me advirtió–, pero la comida no falta porque tenemos amigos que nos mandan azúcar, que nos mandan porotos, que nos mandan arroz. ¡Carne, a veces, cuando nos dan los carniceros! Siempre el sábado habrá algo, pero a veces dinero no tendremos para pagar. ¿Acepta?

    Así empecé yo a trabajar con Recabarren. Él me enseñó la tipografía. Después, con el tiempo, me llevó a la redacción del diario para hacer esos menesteres que acabo de explicar, en el sentido de atender las cartas que le llegaban, hacer resúmenes de ellas, sacar las noticias del país, noticias del extranjero, hacer pequeños párrafos para el diario.

    Ese diario no era El Despertar, que salía en Iquique. Era El Socialista

    OCAMPO: …de Antofagasta. Correcto. ¡Y mire lo que son las cosas! Cuando Recabarren tuvo que irse al Sur, los compañeros me eligieron a mí director del diario y, a la vez, yo era en ese tiempo secretario de la FOCH de la provincia de Antofagasta. Hicimos una reunión especial para cambiarle el nombre al diario, que se llamaba El Socialista. Cualquiera habría pensado que le íbamos a poner El Popular o El Grito del Pueblo, alguna cosita así, ¿no?, para atraer a más gente. Pues no. Éramos tan sectarios que le pusimos El Comunista. Era la época. Y sin embargo, se vendía mucho. Llegamos a vender 40 mil ejemplares diarios. Era un periódico de cuatro páginas. A veces, día domingo, seis, ocho. La pobre prensa Marinoni trabajaba día y noche. Ya la teníamos para el Museo en Chile.

    Cuando usted entró a trabajar al diario, ¿era militante del Partido Obrero Socialista?

    OCAMPO: No, pero junto con entrar al diario inmediatamente entré al Partido, porque desde antes, oyendo a Recabarren, yo ya estaba convencido de que ellos tenían toda la razón. Pero me daba vergüenza ir a presentarme al Partido, porque yo era muy joven, solo un muchacho, y veía gente de más edad ahí. Pero cuando me dio la posibilidad de aprender tipografía, yo inmediatamente le dije que lo conocía desde hacía mucho tiempo, que lo había escuchado en Tocopilla y le conté de los obreros a quienes les leía El Despertar. Y él me dijo: Si tú quieres entrar, entra.

    Así entré como militante al Partido Obrero Socialista. Antes, cuando estaba en las canteras, había intentado entrar. Pero recuerdo siempre que la primera vez que llegué a una reunión me echaron: una, porque yo era muy joven; y dos, porque habían tenido noticia de que yo era un poco violento. Porque en las canteras de Puelma y Lavín nosotros hacíamos ejercicios de dinamita. El infantilismo de aquella época. Me acuerdo que el compañero Julio César Muñoz, que estaba presidiendo la reunión ese día, me dijo: ¿Por qué no viene un compañero de mayor edad? Porque yo había llegado como delegado de los trabajadores de las canteras. Yo le dije: No tengo inconveniente. Es que sentía como una responsabilidad demasiado grande ir a representar a un grupo como de cincuenta compañeros. Él, con muy buenas palabras me dijo: Podrían mandar a algún otro compañero. Yo le dije que sí, que había, y vino otro.

    ¿Qué edad tenía usted en ese tiempo?

    OCAMPO: Ese tiempo… bueno, era el 1916, tenía catorce años, eso es. Porque me acuerdo que yo ya era militante del Partido Obrero Socialista en 1917, el año de la Revolución Rusa. En esos años yo acompañaba a Recabarren cuando salía a hablar. Habíamos hecho una tribuna portátil y yo andaba con la tribuna al hombro. El Maestro se subía arriba y hablaba. A veces no había otros oradores, entonces me hacía hablar a mí para iniciar el acto. Yo no sabía hablar de nada, no conocía problemas de ninguna naturaleza, no sabía expresarme, pero él me incitaba. Me decía: ¿Qué sabes? Bueno, yo no sé nada. Pero ¿sabes algo de fútbol? Sí, eso sí. Bueno ya, empieza a hablar de fútbol.

    A veces yo andaba embarrándola porque siempre el fútbol es contradictorio y la gente resultaba partidaria de un equipo y yo del otro. Generalmente eran pampinos que venían a Antofagasta. Fue allí donde hice mis primeros ejercicios oratorios. Cuando la barra se ponía a pifiar, Recabarren me paraba y me decía:

    –Ya, anúnciame, que voy a hablar yo.

    Y yo decía:

    –No, compañeros, miren, no se peleen, si el objeto de esto era para que ustedes se acercaran y escucharan a Recabarren.

    –¡Ah, bueno! ¡Esa es otra cosa!

    Fin de la pelea del fútbol.

    ¿Cómo era Recabarren, su aspecto físico, su manera de hablar y de actuar?

    OCAMPO: Cuando lo conocí, la primera impresión que me causó no fue agradable. Era un hombre no muy alto, rechoncho, fornido, con una cara casi cuadrada, los ojos muy capotudos y una mirada irónica. Iniciaba siempre como con ironía las conversaciones y eso podía desconcertar o molestar a algunos. Pero cuando uno ya empezaba a oírlo cambiaba totalmente la idea que se había formado de él en un comienzo. Cambiaba su aspecto. Era un conversador muy conciso, pero a la vez de una atracción enorme. Era de un magnetismo personal que, francamente, yo no he encontrado en ningún otro ser.

    A veces llegaban personalidades a discutir con él. Adversarios ideológicos o enemigos declarados. A los cinco minutos, a este hombre Recabarren lo había conquistado. ¿Cómo? No sé. El caso es que él, conversaba siempre con una tranquilidad enorme, nunca se exaltaba. Era un verdadero pedagogo; nunca le oímos palabras soeces dichas con violencia. ¡Es curioso! Él usaba esas palabras, a veces, en los discursos. Pero nunca era violento. Nosotros sí, hemos sido violentos al hablar, con unos gestos así, demasiado exagerados, ¿no? Recabarren era una especie de… a ver, se me ocurre una palabra ahora, no sé si está acertada… era una especie de Don

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