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Lugares Comunes
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Libro electrónico132 páginas1 hora

Lugares Comunes

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Lugares comunes reúne trece cuentos de José Miguel Varas, escritos entre 1949 y 1968, publicados por primera vez en 1969, cuando recién comenzaba a llamar la atención de los críticos de la época. Son historias corrientes que buscan retratar oficios y personajes vistos desde cerca: la vida de los mineros, amantes infelices, una madre que sufre por su hijo, entre otros. En gran parte de ellos Varas pone su profesión de periodista al servicio de la ficción, de modo que no resulta extraño encontrarnos con cartas al director, telegramas que buscan denunciar abusos y crónicas periodísticas, siempre con un lenguaje fluido y familiar. Con esta nueva edición de Lugares comunes Editorial MAGO rescata una de las primeras publicaciones de José Miguel Varas, en cuyas páginas se encuentran los inicios del particular estilo narrativo de quien, casi cuatro décadas después, se haría merecedor del Premio Nacional de Literatura.
IdiomaEspañol
EditorialMAGO Editores
Fecha de lanzamiento3 mar 2014
ISBN9789563172201
Lugares Comunes

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    Lugares Comunes - José Miguel Varas

    José Miguel Varas

    Lugares comunes

    © Copyright 2013, by José Miguel Varas

    © Copyright 2013, by Editorial MAGO

    Primera Edición digital: febrero 2014

    Colección: Grandes Escritores

    Director: Máximo González Sáez

    editorial@magoeditores.cl

    www.magoeditores.cl

    Registro de Propiedad Intelectual Nº 237.602

    ISBN: 978-956-317-220-1

    Diseño y diagramación: Catalina Silva Reyes

    Fotografía de portada: Marcel Garcés

    Transcripción: Denise Madrid

    Lectura y revisión: María Jesús Blanche

    Edición electrónica: Sergio Cruz

    Derechos Reservados

    Prólogo a tres voces

    I

    Inés Varas Largo

    La idea de reeditar un libro de mi padre José Miguel Varas Morel surgió en primera instancia de parte de Máximo G. Sáez, director literario de Editorial MAGO. Así se lo plan- teó en cierta ocasión, el año 2010, a mi compañero Ronald Gallardo, para que pudiera generar un contacto telefónico entre Máximo y mi padre. Conversaron, pero los tiempos del reloj de José Miguel siempre se hacían pocos, le faltaban días para hacer todas sus cosas. Lo vi abordando distintos proyectos a la vez, tanto personales –es decir de su propia creación literaria– como colectivos asociados a la cultura, a los escritores, periodistas y al mundo social y político de iz- quierda. Digo esto porque si bien a mi padre le interesó la propuesta de Máximo, finalmente no alcanzaron a llegar a puerto con la iniciativa. José Miguel Varas falleció el 23 de septiembre de 2011, dejando proyectos en desarrollo y varias iniciativas pendientes, y el desafío de reeditar alguna de sus obras antiguas fue una de ellas. Pero la motivación de Los Magos se mantuvo siempre presente.

    Con Ronald nos vinimos a vivir al litoral de los poetas el mismo año que mi padre partió en su viaje sin retorno. Aquí nos hemos dedicado a desarrollar encuentros de música, poesía, teatro y narrativa, varios de los cuales se llevaron a cabo en la Villa Camilo Henríquez de El Tabo, centro de actividades y lugar de descanso para miembros del Círculo de Periodistas de Santiago. En ese lugar, mi padre junto a mi madre, Iris Largo Farías, mis hermanas y yo −nuestra familia en general−, tuvimos hermosas estadías en los veranos y también en otros periodos del año, cuando la costa es solitaria y bella. Al cumplirse un año del fallecimiento de mi padre realizamos allí un encuentro muy especial: lo recordamos con un homenaje poético, narrativo y musical que denominamos «Almorzando con De Rokha», a propósito de una crónica que mi padre escribiera sobre el poeta. En ese acto, que comenzó con un almuerzo –porotos con rienda y vino tinto– y se alargó hasta la noche, participó Máximo con lecturas de sus textos. En la ocasión los presenté a él y a Jessica Toro, su compañera, con mi madre. Allí volvió a salir el tema de reeditar un libro de José Miguel, una motivación literaria vital, reponer para los lectores alguna de las primeras publicaciones de mi padre.

    Años antes, por ahí por 1998, en una librería de viejos muy antigua, ubicada cerca de la universidad arcis en la calle Barroso, encontré un día, arrumbados, unos cuantos ejemplares de Lugares comunes, de la editorial Nascimento. Se vendían a 500 pesos cada uno. Se lo conté a mi padre y él dijo: «Hay que comprarlos todos. ¡Tenemos muy pocos de esos libros!». Así lo hicimos, y hasta hoy guardo como tesoros algunos ejemplares. Poco después del acto «Almorzando con De Rokha» le regalé uno de ellos a Máximo, quien luego de leerlo me llamó entusiasmado: «Este libro es tremendo, exce- lente, tenemos que reeditarlo». Me pareció que era necesario hacerlo, ¡claro que sí! Así se generó esta hermosa iniciativa cuyo resultado hoy sale a la luz. Vuelve a nacer, 45 años des- pués, el libro Lugares comunes, editado por primera y única vez el año 1969 por Nascimento.

    Me invade una tremenda emoción al ver que, a pesar de que mi papá no está físicamente, sus libros siguen saliendo, editándose, reeditándose, siguiendo nuevos caminos, que hay una vida que continúa… Me pregunto ¿qué diría él? ¿Qué estará pensando u opinando? Porque cada cierto tiem- po, en diferentes momentos, siento que está ahí, mirándome fijamente con sus ojos profundos y sus cejas chasconas, viendo lo que hago, hablo, opino… pero bueno, eso ya es algo personal, íntimo.

    Lo importante hoy es este libro que llega nuevamente, para ser leído por las generaciones actuales que podrán reconocer en estos cuentos una parte de la historia de nuestro pueblo. Porque si algo significativo puedo decir es que mi padre dedicó gran parte, si no toda su obra, a dar cuenta del lenguaje, de la historia, de la cultura popular de Chile y sus rincones, de sus protagonistas anónimos, de la gente más sencilla de esta tierra, todo lo fundamental para que Chile exista como país. Nunca se detuvo en su afán por reflejar en sus textos, a menudo con humor, la cultura de la vida cotidiana, sus pormenores, sus costumbres y alegrías, y también las condiciones reales en que viven los hombres y mujeres más pobres, sus luchas populares, sus movimientos sociales y políticos.

    Por lo tanto, no me queda más que estar feliz con esta reedición, con este proyecto que no termina sino más bien continúa, ya que de esta forma la obra literaria de José Miguel Varas Morel seguirá vigente recorriendo las calles, los barrios, las bibliotecas escolares y las localidades de Chile, y sus libros serán pasados de mano en mano entre quienes ven en ellos una manera de viajar por otros mundos, una manera de conocer la historia de nuestra gente, una manera de ser y de sentir la alegría de vivir.

    II

    Cristina Varas Largo

    Lugares comunes fue el primer libro de mi padre que leí, a los catorce, quince o dieciséis años, algo así. También era uno de los primeros libros que leía en castellano; mi vida y mis lecturas transcurrían mayoritariamente en ruso: vivíamos en Moscú. Diría que los cuentos de ese libro fueron mi primer acercamiento a lo que era mi país, del que entonces tenía conocimientos bastante limitados, muy restringidos a la realidad política y dictatorial que se vivía en Chile y que había provocado, precisamente, que nuestra familia hiciera su vida tan lejos.

    El libro reúne trece cuentos escritos en distintos periodos por José Miguel Varas, el más antiguo («Relegados») es de 1949 y el más nuevo («Nosotros») de 1968, un año antes de la primera publicación de este volumen por la editorial Nascimento. En el momento de su aparición, la crítica literaria destacó algunos méritos de la escritura de Varas que con los años se irían confirmando y consolidando: la facilidad narrativa, la fluidez, el humor; el interés por personajes comunes y corrientes, muchas veces invisibles para quienes los rodean pero siempre detectados por nuestro autor, y siempre retratados de tal manera que nos parece verlos, conocerlos.

    En una reseña de Lugares comunes publicada el 6 de abril de 1969 en el diario El Mercurio, Hernán del Solar, un destacado crítico de esa época, señala que los personajes de estos cuentos son «gente de la más variada condición, que desempeña los más disímiles oficios, aunque a veces no conoce ninguno, y que se conduce y expresa en estilo nacional, siempre a la chilena». Y agrega que esos personajes «se presentan como son, sin presunciones, a la buena de Dios, de manera que nos encontramos con un elenco que no conoce la monotonía».

    Y así es. Unos relegados comunistas visitados por compañeros, una tía solterona que sueña con encontrar el amor, una «familia tan pobre, pero tan pobre» que no tiene para pagar su pieza, un cabo al que «se le suben los humos a la cabeza y se cree un señor oficial», una madre angustiada que denuncia el maltrato de su hijo por Carabineros, una pareja que rompe mientras viaja en un taxi, un coronel en retiro que no comprende a su hijo… Son cuentos muy distintos, varios de ellos narrados en primera persona, y todos confirman la maestría de Varas en el género, que 37 años después lo haría merecedor del Premio Nacional de Literatura.

    Los elogios de Hernán del Solar no se limitan a la agudeza en la observación de José Miguel Varas y a su facilidad para describir personajes y lugares muy diversos. De la misma manera en que años después lo harían críticos como Jaime Concha o Ignacio Valente, recalca su talento literario, la seguridad en la elección y manejo de las palabras y las frases, y por supuesto, el humor: «Se ve […] en su lenguaje una fluidez que sugiere una capacidad de producción nada común. Escribe con sencillez y naturalidad. Se le oye la voz, se le tiene delante, y percibimos el tono exacto de las palabras, el ademán, la sonrisa que le subraya levemente el ingenio con que suele ver el mundo y a sus variadísimos habitantes».

    Mencioné que el cuento «Nosotros» era del año 1968, es decir, el más recientemente escrito al momento de aparecer el libro. Es al mismo tiempo el cuento que abre el volumen, y en aquella primera lectura mía, el que me resultó más cercano, más divertido, más ingenioso. Se trata de una pareja que viaja en un taxi, están discutiendo, y de fondo en la radio del taxista suena el bolero que tiene el mismo nombre, más bien, que le da el nombre al cuento. La discusión, entonces, se entremezcla con la canción, los comentarios del locutor y los avisos comerciales, mientras el hombre de la pareja hace esfuerzos infructuosos por prestarle atención a ella –en vez de a la radio– y toda la situación, que en realidad es más bien triste, se transforma en una escena que hace reír a carcajadas.

    Pues bien, en estos días en que Editorial

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