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Tal vez nunca: Crónicas Nerudianas
Tal vez nunca: Crónicas Nerudianas
Tal vez nunca: Crónicas Nerudianas
Libro electrónico362 páginas5 horas

Tal vez nunca: Crónicas Nerudianas

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Crónicas de efectos desternillantes o nostálgicos se suceden y se alternan en este volumen creando el efecto de una biografía dispersa y fragmentaria que ofrece claves, destellos e imágenes siempre originales de la vida, la creación y el espíritu de nuestro poeta mayor. Neruda "derramaba inconteniblemente su amistad como sus versos", dice el escritor uruguayo Carlos Martínez Moreno y en el libro de Varas los amigos de Neruda: Margarita Aguirre, Juvencio Valle, Rubén Azócar (a) "el cara de hombre", Picasso, Paul Eluard, el excéntrico Acario Cotapos, el arquitecto Alberto Mántaras, Inés Figueroa, los pintores Guttuso y Nemesio Antúnez y otros más aparecen en capítulos esenciales. Estas crónicas nos llevan al exilio de Neruda, a su vida clandestina en Valparaíso y a su fuga ecuestre de Chile a través de la Cordillera, huyendo de la persecución de González Videla; en fin, a sus viajes y a sus amores. Y al pintoresco episodio italiano en que el poeta perdió a la Hormiga, embarcada en el tren equivocado y la Hormiga perdió al poeta que iniciaba sus amores con Matilde, "la Patoja". El autor dialoga con Neruda más de una vez: en Praga, en Isla Negra, en Moscú, en Valparaíso. El último diálogo, telefónico, terminó con las tres palabras melancólicas que dan título a este libro.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 ago 2022
ISBN9789561128460
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    Tal vez nunca - José Miguel Varas

    928.61 Varas, José Miguel.

    V288t Tal vez nunca: crónicas nerudianas / José Miguel Varas.

    Santiago de Chile: Universitaria, 2008.

    260p.; 13,2 x 21,5 cms. (Premios Nacionales de Literatura)

    Incluye bibliografía.

    ISBN 978-956-11-2002-0

    ISBN Digital 978-956-11-2846-0

    1. NERUDA, PABLO, 1904-1973 - BIBLIOGRAFÍA

    2. INTELECTUALES - CHILE

    3. CHILE - VIDA INTELECTUAL. I. t.

    © 2007, JOSÉ MIGUEL VARAS.

    Inscripción Nº 169.793, Santiago de Chile.

    Derechos de edición reservados para todos los países

    editor@universitaria.cl

    Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada,

    puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por

    procedimientos mecánicos, ópticos, químicos o

    electrónicos, incluidas las fotocopias,

    sin permiso escrito del editor.

    Texto compuesto en tipografía Palatino 11/13

    DISEÑO DE PORTADA Y DIAGRAMACIÓN

    Yenny Isla Rodríguez, Simone Pezzuto Morrison, Norma Díaz San Martín

    PORTADA

    El Poeta (detalle)

    Homenaje de Nemesio Antúnez a Neruda

    luego de recibir el Premio Nobel de Literatura

    Fotografía de Claudio Sapag

    w w w . u n i v e r s i t a r i a . c l

    Diagramación digital: ebooks Patagoonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    Visite nuestro catálogo en

    www.universitaria.cl

    ÍNDICE

    Breve biografía

    Prólogo por Darío Oses

    Luchadores, vagabundos y viajeros inmóviles de José Miguel Varas

    Ho perduto la formica

    El huevo de Damocles

    Invente, comadre, invente

    El cara de hombre

    Juvencio

    El elefante blanco

    Compañero Chompipe, préstame tu pasaporte

    Neruda en el exilio

    Aquellos anchos días

    Acario

    Conversación de Praga

    La Patoja

    Posdata

    Epílogo

    Bibliografía de y sobre José Miguel Varas

    J

    OSÉ

    M

    IGUEL

    V

    ARAS

    M

    OREL

    José Miguel Varas Morel, hijo mayor de José Miguel Varas Calvo y Elvira Morel Hesketh, nació en Santiago, el 12 de marzo de 1928. Sucesivamente nacieron sus hermanas Elvira e Inés y su hermano Carlos Antonio.

    Las destinaciones militares del padre, oficial del Ejército, determinaron que la familia tuviera que trasladarse con frecuencia de una ciudad a otra por períodos de uno a dos años. Antes de los quince años, había vivido con sus padres en Arica, Antofagasta, La Serena, Concepción, Punta Arenas y otras guarniciones, con intermedios santiaguinos. A partir de 1935 la familia se instaló definitivamente en la capital. Esto permitió que hiciera sus estudios primarios y secundarios en el Instituto Nacional. Comenzó a estudiar la carrera de Derecho en la Universidad de Chile en 1945, pero la abandonó al año siguiente.

    Desde 1950 trabajó como periodista en el periódico Democracia; en 1952 y 1953 en la revista Vistazo dirigida por Luis Enrique Délano, donde publicó numerosas crónicas. Entre 1954 y 1957 fue redactor de noticias internacionales, reportero sindical y de poblaciones, redactor político y cronista en el diario El Siglo, órgano de prensa del Partido Comunista de Chile. En 1958 se trasladó a Punta Arenas, donde fue director de la radio La Voz del Sur.

    Su fuerte vocación literaria fue influida y determinada, sin duda, por sus abundantes lecturas desde temprana edad, por el ejemplo de su madre y de su padre, grandes lectores de novelas y de poesía, sobre todo, por las conversaciones con su padre que además de militar era escritor, por su participación en la Academia de Letras Castellanas del Instituto Nacional en los últimos años de la enseñanza secundaria (1943-1944), por su profesor de castellano Juan Godoy y otros factores. En 1946 autoeditó su primer libro, Cahuín.

    En los años sucesivos, dedicado al trabajo en radioemisoras y órganos de prensa, nunca dejó de escribir. En 1950 publicó su novela Sucede; en 1963, Porai, también novela; en 1967, Chacón, biografía de un dirigente campesino, a través de sus propios relatos. En 1968, Lugares comunes, cuentos.

    Después del interludio de la dictadura militar, que pasó en la Unión Soviética, dedicado durante 15 años al programa Escucha Chile de Radio Moscú, retornó a Chile en 1988, donde continuó sus trabajos literarios y periodísticos. Entre 1991 y 2007 publicó 16 libros de cuentos, novelas y reportajes literarios, además de un ensayo sobre la música chilena, en 2005, que apareció como prólogo del libro En busca de la música chilena, del musicólogo Juan Pablo González. Entre sus obras destacan las novelas El correo de Bagdad (primera edición en 1994), La novela de Galvarino y Elena (1995), Cuentos completos (2001), Milico (2007).

    Además de sus libros ha publicado miles de artículos de prensa, reseñas de libros, entrevistas y crónicas sobre variados temas en las revistas Vistazo, Pluma y Pincel, Araucaria, Rocinante y en los diarios El Siglo y La Época.

    Se le otorgó el Premio Nacional de Literatura en 2006.

    Reside en Chile, en la comuna de Ñuñoa, Santiago, con su esposa Iris Largo Farías, con quien se casó en 1966. Tiene cinco hijas, dos de su primer matrimonio, con Blanca Rehren en 1950 y tres del segundo.

    Luchadores, vagabundos y viajeros inmóviles de

    José Miguel Varas

    Prólogo por

    DARÍO OSES

    José Miguel Varas se inició en la literatura y el periodismo durante su preadolescencia colegial. Con un grupo de compañeros editaba artesanalmente la revista El Culebrón, en tanto sus primeros cuentos aparecían en el Boletín del Instituto Nacional. Ahí estaba en germen su primer libro y tal vez todos los que vinieron después.

    En 1946 publica Cahuín, una colección de cuentos y crónicas a la que el crítico Jaime Concha definió como un verdadero cahuín, compositivamente hablando, puesto que se mueve entre una historia de liceanos, una exploración de la conciencia adolescente, y los esbozos de un escritor que empieza a aventurarse en el oficio y en ese intento explora y disloca el mundo. Pero, más allá de esa aparente dispersión, Cahuín podría ser el boceto de una fragmentada novela de formación: el retrato de un escritor adolescente que va sacando de la manga, una por una, todas las cartas que le darán solidez a su obra posterior.

    Hernán Díaz Arrieta, Alone, saludó la aparición de Cahuín diciendo: Pocas veces unas páginas impresas nos habían dado una impresión mayor de frescura, por decirlo así, atmosférica, como un aire que sopla. Y agregaba: Su rasgo definitivo, su facultad matriz", nos parece la inteligencia, cierta claridad particular para ver exactamente, rara a sus años y también más tarde".

    El libro cosechó otros aplausos. Andrés Sabella comentó: Lo cierto es que José Miguel, con dieciocho años que va ahorcando en su bufanda, escribe con un natural y hermoso dominio de sorpresas...! Para Juan Tejeda la lectura el más artificioso vicio intelectual se transformaba, gracias a Varas, en el más natural de los placeres: "Cahuín es un libro que tiene toda la apariencia de las cosas que nacen por generación espontánea. Es como un brinco dado por puro gusto".

    Así, ya en esa primera obra se evidenciaban las cualidades que después se convertirían en distintivas del estilo de Varas: naturalidad y falta de artificio. La crítica de esos años constató también que nacía un escritor que manejaba con soltura el ingrediente más escaso en las letras nacionales: el humor.

    Muchos años después la crítica y los críticos seguirían destacando esas virtudes. Así, al comentar La novela de Galvarino y Elena, Ignacio Valente escribiría: "La prosa de este relato, así como también la de las últimas crónicas de Varas (Las pantuflas de Stalin, 1990, y Neruda y el huevo de Damocles, 1992) y la de su última novela (El correo de Bagdad, 1994) es excelente, si bien el país literario no parece haberse dado mucha cuenta (…) la perfección con que escribe Varas (…) es la perfección de la invisibilidad. Nuestro autor posee el instinto de lo simple, claro, inteligible, el arte del no artificio, la identificación con la cosa relatada (…) Es el difícil arte de juntar una palabra con otra y otra de modo que el significado fluya, se deslice claro y fácil: cosa en extremo difícil, meritoria y deleitosa." Y Camilo Marks, comentando los Cuentos completos de este autor, advertía que lo más asombroso en su dilatada carrera literaria, es la calidad y coherencia de un estilo que, si bien ha evolucionado, siempre ha mantenido la concisión, el carácter sobrio, la naturalidad, un humor a prueba de todo y una profunda verdad humana.

    Con la novela Porái (1963) José Miguel Varas alcanza la plena madurez en el oficio. Cuando apareció se le buscaron parentescos con el criollismo, pero se señaló también la originalidad de su propuesta.

    Porái es el apodo del narrador, un andariego, personaje de la picaresca nacional. Para sobrevivir desempeña los oficios más diversos: boxeador, ayudante de adivino y de fakir, lustrabotas, pescador. Su lomo es apaleado a cada rato por la vida, por la suerte y, sobre todo, por la policía. En un pueblo de pescadores, Varazón, echa el ancla transitoriamente y desde ahí comienza a contar la historia. Pero rechaza por instinto las varazones, y aun cuando parece que el amor por una chica local lo va a reducir finalmente al sedentarismo, se zafa y sigue vagando.

    Una de las proezas de esta novela es lo convincente que resulta la voz narrativa. González Vera comenta que el relato reproduce con mucha fidelidad la forma de hablar de un muchacho sencillo, alegre, con una pizca de cinismo, sin amargura, que no ambiciona nada y que goza de lo que la vida le ofrece, aunque con él es parca en bienes, pero él lleva los bienes por dentro.

    Porái no es ese tipo de personaje popular, teñido de pintoresquismo y visto desde la perspectiva paternalista de un autor de otro medio social.

    Tiene vida propia. Edmundo Concha comentaba en 1963: uno de los méritos principales de esta novela, al revés de la mayoría de las publicadas últimamente, es que contiene una interesante carga de vida, de vida auténtica, no imaginada frente a la máquina de escribir.

    Tampoco es el roto fatal, perseguido por una especie de sino trágico o aplastado por la explotación, ni es el héroe destinado a la inmolación en los altares de la justicia social. Su porfiada alegría de vivir anuncia el entusiasmo de los personajes de Skármeta y la vitalidad hedonista de los de Hernán Rivera Letelier. El mismo González Vera hacía notar que desde que el relato empieza hay un regocijo oculto, un encantamiento que se mantiene hasta su conclusión.

    Para Jaime Concha esta novela se acerca, como pocas, a una extrema perfección: Lenguaje, tono, humor, diálogos, anécdota están decantados y condensados al máximo, a fuego vivo, generando un texto que es denso e ingrávido a la vez, liviano y percutiente, amasado con una exacta alquimia de risas y lágrimas.

    Con Porái, José Miguel Varas inaugura la estirpe de los vagabundos de su propia narrativa, la de los patiperros que en novelas posteriores, como El correo de Bagdad y Los sueños del pintor, extenderán sus errancias hacia los más distantes lugares del planeta.

    En 1968 aparece Chacón, un libro sobre el dirigente comunista campesino Juan Chacón Corona, en el que viene a evidenciarse algo que ya se insinuaba en la obra anterior de Varas: que sus oficios de periodista y de escritor se potencian recíprocamente. Chacón es un relato conmovedor, hecho principalmente sobre la base del testimonio del protagonista. De todas las de Varas, ésta es la obra que tiene una filiación más cercana con la narrativa y la épica social de los años 30, pero a la vez se sitúa en las tendencias más recientes del relato en su tiempo, cuando surgían el nuevo periodismo norteamericano; las obras de Mailer y de Capote, escritas como novelas pero sobre la base de una rigurosa base documental; la narrativa antropológica de Oscar Lewis, y la articulación entre escritura y oralidad que en Latinoamérica despuntaba en las obras del cubano Miguel Barnet. En Chacón las técnicas periodísticas y literarias se conjugan para reeditar esa carga de verdad, de verdad auténtica no imaginada frente a la máquina de escribir a la que aludía Edmundo Concha.

    Esta línea se prolongará en uno de los relatos más finos de Varas: La novela de Galvarino y Elena, escrita también sobre la base del testimonio directo de la pareja de protagonistas, ambos militantes comunistas que padecen las persecuciones y viven las esperanzas que modelaron el siglo XX chileno. Elena González y Galvarino Arqueros se revelan en toda su pureza, en su fragilidad y en el porfiado optimismo que mantienen a pesar de los golpes que reciben, lo mismo que Juan Chacón. Pero a diferencia de Chacón, las vidas de Elena y Galvarino son vistas desde un tiempo posterior al derrumbe de las utopías, lo que hace aún más conmovedores sus sueños, esperanzas y sacrificios, y levanta a los personajes como paradigmas del irreductible empeño humano en mejorar el mundo, afán que dignifica la condición humana, aun cuando concluya en el fracaso histórico.

    Los cuentos reunidos en el libro Lugares comunes, que se publica en 1969, están fechados entre 1949 y 1968. Varios de ellos deben haber sido escritos al mismo tiempo o poco antes o poco después de Porái y de Chacón y comparten la visión de mundo de este último texto. En efecto, el mundo de muchos de estos relatos no sólo es injusto, además está regido por poderes que amparan y hasta propician abusos mayúsculos. En Achao, una madre le solicita respetuosamente al Ministro del Interior que mande matar a su hijo, para que la policía no lo siga vejando. En Relegados, el protagonista encuentra accidentalmente a un grupo de comunistas confinados en un estadio municipal, en las condiciones más miserables. En La denuncia, un trabajador logra entenderse mejor con los delincuentes que le roban que con el oficial de policía al que va a denunciar el delito. Pero salvo en Achao, donde el tono trágico es predominante, en los otros cuentos el hombre consigue superar su condición de víctima y salir de las situaciones de abuso, malparado y golpeado, pero también triunfante. Son el flujo de la vida y el de la solidaridad humana, antes que un nuevo orden social, los que terminan por imponerse por sobre la injusticia.

    En su momento el crítico Raúl Silva Castro, aun con cautelas y reticencias ideológicas, destacó el valor de cuentos como Campamento, que muestra una huelga desde la mirada de un niño, y de Relegados, donde la emoción humana de solidaridad, amor, compañerismo y fe en la causa que todos albergan y a la cual están sacrificando sus vidas, ha sido dada (…) en forma admirable.

    Hicimos referencia ya a dos novelas cuyos personajes son tan pintores como vagabundos. Protagonista de El correo de Bagdad es el Huerqueo, chileno con ancestros mapuches, que llega a Irak y termina identificándose con la minoría kurda, como una forma mimética de adherir a su propio pueblo, también aplastado en la patria natal. El protagonista de Los sueños del pintor, lo mismo que su colega Huerqueo, recorre los países más apartados cultural y geográficamente de Chile, pero sólo para mirarlo desde la distancia. En Calcuta sueña la provincia de su infancia, y en Japón pinta el bosque nativo chileno. El fervor viajero no implica la disgregación cosmopolita en ninguno de los dos personajes. Por mucho que recorran mundos nunca pueden sacarse el Chile provinciano que llevan adherido.

    Los sueños del pintor es la obra maestra de José Miguel Varas. Su complejidad, su riqueza de planos, de imágenes y de relatos, tiene pocos parangones en la narrativa nacional. En este libro la multitud de anécdotas se estructura en una narración de largo aliento y se transfigura en sueños. Por momentos, los sucesos reales adquieren textura onírica, muchas veces de pesadilla. El protagonista, el pintor y los personajes que lo rodean, parecen suscitar siempre el acontecimiento, a veces el gag, el accidente, en todo caso, la ruptura de la regularidad de la vida cotidiana. En esto se advierte cierta afinidad con Pablo Neruda, protagonista del libro que ahora se entrega.

    Pertenece él mismo a la otra vertiente del trabajo literario de Varas: la crónica.

    El autor recuerda que en su largo exilio moscovita, leer a Neruda y escribir sobre él era una forma de reconectarse con la patria lejana y, agregamos nosotros, tal vez con un Chile que iba desvaneciéndose.

    Neruda, lo mismo que el pintor, remite a un tiempo perdido, a formas de vivir y convivir hoy extintas, a una galería de personajes como Rubén Azócar, apodado el cara de hombre, como Pablo de Rokha y Daniel Belmar, de una voracidad pantagruélica, que en la era dietética en que vivimos nos parece casi monstruosa; nos acerca a locos geniales, como Acario Cotapos o a ángeles terrenales, como Juvencio Valle y a mujeres como Matilde Urrutia que dio la prueba máxima de lealtad: la de vivir y actuar como lo hubiera hecho Pablo, en plena dictadura militar.

    Este libro está emparentado, desde luego, con Neruda clandestino que es el relato de la persecución del poeta en tiempos de González Videla y de su fuga por la Cordillera de los Andes, hacia Argentina y desde ahí al ancho mundo, al exilio del que Varas se ocupa en una de sus crónicas. Estas dos obras forman una especie de biografía del poeta, que si bien es discontinua y para nada sistemática, sí revela la integridad del personaje al mostrarlo animado por esa vida con que Varas también toca a los hombres y mujeres de su ficción. Sentimos que el Neruda de estas crónicas está vivo cuando, por ejemplo, se enfrenta, durante su clandestinidad, a un magnífico refrigerador Philco, al que bautiza como el elefante blanco y ese artefacto nos remite a la afinidad del poeta con los paquidermos, que alcanza hasta al dios Ganesh que con su trompa y sus colmillos trae la esperanza y la luz después de uno de esos aterradores ciclos de destrucción de la mitología india.

    Como Huerqueo y como el protagonista de Los sueños del pintor, Neruda viaja por el mundo pero nunca deja de mirar a Chile. Él mismo dijo en una ocasión que el poeta tiene dos obligaciones sagradas: partir y regresar: El poeta que parte y no vuelve es un cosmopolita. Un cosmopolita es apenas un hombre, es apenas un reflejo de la luz moribunda. Navegaciones y regresos, donde regresar no es sólo volver físicamente a la provincia, sino no dejar de sentirla, como el poeta que recorrió el mundo sin despegarse nunca de su bosque nativo ni de su litoral.

    Lo mismo que los personajes que viven en las novelas y en los cuentos de Varas, el Neruda de estas crónicas reside en una tierra injusta y sufre sus traiciones, sus persecuciones y sus golpes, pero como Porái también él es capaz de reírse en medio de la muerte, de festejar la existencia, de disfrazarse, recitar, hacer chistes e improvisar banquetes, junto con aquellos otros seres risueños y ardientes, con los que poblaron ese tiempo que desapareció.

    Tal vez nunca son las últimas palabras que Neruda dice, con voz cansada, en este libro. Ellas parecen clausurar no sólo la vida del poeta sino toda su época. Pero al leer estas crónicas es posible recobrar al menos algunos de los retazos y fragmentos de ese tiempo perdido y de los personajes que lo vivieron.

    Tal vez nunca

    HO PERDUTO LA FORMICA*

    El tren que venía de Milán entró velozmente en la Stazione Termini de Roma. Por encima de las cabezas de la multitud que esperaba en el andén, Inés Figueroa y el pintor Nemesio Antúnez, su esposo, vieron a Pablo Neruda asomado a una ventanilla. La gente se arremolinó, muchos corrieron junto al tren que ya reducía su marcha, hasta detenerse. Se escucharon aplausos y gritos italianos estentóreos: "Evviva il poeta Neruda".

    Eran los días finales de 1951, año tercero de su exilio.

    Al bajar del tren, Neruda fue recibido con abrazos por el pintor Renato Guttuso, el escritor Dario Puccini, uno de sus traductores, el sociólogo Gianni Totti, Paolo Ricci y otros amigos italianos. Luego lo rodearon delegaciones femeninas, sindicales y juveniles y le hicieron entrega de tantos ramos de flores que el poeta ya no los podía sostener en sus brazos y algunos de los presentes tuvieron que hacerse cargo de ellos. Neruda agitaba una mano en respuesta a los vítores y saludos, se dejaba abrazar, pero no mostraba su amplia sonrisa habitual. Parecía preocupado. Inés y Nemesio escucharon cuando decía a uno de los amigos queº lo rodeaban:

    Ho perduto la Formica.

    Ma come! Cosa è succeso?

    Explicó en su italiano fluido, con acento temucano, que a la Hormiga se le ocurrió bajar en la estación de Milán para hablar por teléfono mientras él se quedaba escribiendo en el compartimento. Cuando el tren se puso en marcha, Delia no había vuelto. Se dio cuenta que la cartera con sus documentos y dinero había quedado sobre la pequeña mesa. Muy nervioso habló con el conductor, pero éste le dijo que no se podía hacer nada hasta llegar a Roma.

    Ante la emergencia, los compagni de Roma hicieron llamadas telefónicas urgentes a la estación ferroviaria de Milán, a la Questura de policía, a los dirigentes milaneses del Pichí (PCI, Partido Comunista Italiano) encargando la búsqueda de la desaparecida.

    El palazzo de Guttuso

    Mientras iba saliendo hacia el automóvil que lo esperaba al lado afuera, Pablo dijo a Inés y Nemesio:

    — Vamos a estar alojados en la casa de Guttuso. Los espero mañana a las diez en punto.

    Luego, bajando la voz, le dijo a Inés:

    — Esa niña de Chillán… ¿te acuerdas? Matilde Urrutia, que estuvo en Berlín con nosotros, en el Festival… Debe haber llegado a Roma. Quiero que le avises que pasaremos el Año Nuevo en Nápoles, para que se reúna con nosotros.

    Le dio la dirección de la pensión donde se alojaba Matilde, en la calle Gian Battista Vico, cerca de la Piazza del Popolo.

    La casa de Guttuso era un antiguo palazzo situado a la orilla del Tevere, no lejos del Castell Sant’Angelo. Una construcción majestuosa, de varios pisos, en piedra de un color ocre tostado. Muros inmensos, habitaciones que parecían bóvedas, innumerables dormitorios y salones, anchos pasillos donde resonaban los pasos sobre los pisos de mármol.

    La Hormiga llegó agotada horas más tarde. En Milán se había equivocado de vía y había partido hacia el norte. Se dio cuenta de su error cuando el tren ya estaba en marcha, porque no pudo encontrar a Pablo en ninguno de los vagones. Se bajó en una estación desconocida, sin dinero ni papeles. Pero algo había en su personalidad, en la limpidez de sus grandes ojos color violeta (ojos boquiabiertos, escribió Miguel Hernández), una sensación de inocencia y severa integridad, que le abría las puertas. Le permitieron usar el teléfono y logró comunicarse con Gutusso en Roma.

    Ma, dove sei, Formica?

    Explicó lo sucedido. Habló con Pablo. Hubo prontas comunicaciones e instrucciones al jefe de estación (también miembro del Pichí, naturalmente) y una hora después tomaba un tren hacia Roma, muy recomendada al personal. Una delegación la esperaba en Milán. Una joven bailarina, que formaba parte del grupo, se embarcó con ella y viajó a su lado hasta su destino final. Llegó exhausta pero muy conmovida por la solidaridad de los compaños italianos.

    Inés y Nemesio se presentaron al día siguiente a las diez en punto.

    Pablo y Delia los recibieron en sus aposentos, un dormitorio principesco con un salón y una sala-vestidor anexo, con balcones sobre el río. Imperaba el desorden: la cama deshecha, un zapato acá otro más allá, paquetes y ropa sobre las sillas, maletas en medio de la habitación. Pablo y Delia estaban en bata. Entraba y salía gente. Por ejemplo, la bella esposa de Guttuso, muy admirada por Neruda, quien la llamaba principessa, un sirviente que venía a retirar tazas y platos del desayuno, un amigo italiano que pasaba a saludar y se engolfaba en una larga cháchara, un periodista de L’Unitá, además sonaba todo el tiempo el teléfono. Era el estilo y el ritmo de la pareja, que durante sus viajes acostumbraban darse prolongados baños de tina y demoraban horas en vestirse. A veces Pablo se hacía llevar el desayuno al baño y lo tomaba sobre una tabla flotante.

    La Hormiga, mimada y rodeada de servidores desde la cuna, que la ayudaban incluso a vestirse, tenía grandes dificultades con los botones, muy numerosos en sus tenidas. Descubrió tardíamente el cierrecler (como se dice en Chile) y declaró:

    —¡Pero querida, ésta es una invención maravillosa!

    Para Inés y Nemesio era un milagro que lograran Delia y Pablo llegar a tiempo a alguna parte y que hubieran hecho tantos y tan largos viajes durante aquel año 1951.

    El exiliado dichoso

    Neruda llegó a París con la Hormiga hacia fines de 1949, desde México. Estuvo viviendo en una casa prestada por amigos franceses, en pleno centro de la ciudad: quai de Béthune, isla San Luis. Allí donde se bifurca el Sena, al lado de Notre Dame.

    Sin duda habrían querido permanecer indefinidamente en París, donde se sentían bien, estaban rodeados de muchos amigos y de un ambiente gratísimo para ambos. Delia había estado en París muchas veces. Había estudiado allí en momentos diversos durante su infancia y su adolescencia. Además había tenido clases de canto y en los años 40 había aprendido grabado en el estudio de Man Ray.

    Pero las cosas se complicaron. Comenzaron las dificultades con la visa. Las autoridades francesas de inmigración presionaban a Neruda para que abandonara el país y las gestiones para obtener una prórroga de su permanencia no daban resultado. Eran aquellos, los años del anticomunismo rampante y el poeta chileno aparecía con un nimbo de dirigente y agitador internacional que motivaba ataques en la prensa de orden y que no resultaba grato al gobierno francés. Por otra parte, el gobierno de González Videla hacía sentir su protesta por los canales diplomáticos: ¿cómo era posible que se recibiera y se le diera tribuna a un connotado enemigo de Chile, que además era prófugo de la justicia? Es muy posible que el mensaje de González tuviera el peso adicional, mucho más decisivo,

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