Obras II. Poesía, teatro y ensayo
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Obras II. Poesía, teatro y ensayo - Rosario Castellanos
México.
POESÍA
Trayectoria del polvo
Primera edición, Costa-Amic, El cristal furtivo, 1948.
A partir de 1940 comencé a escribir poemas. Mis primeras influencias fueron las más fáciles de adquirir, ya que mi formación literaria era muy deficiente. En 1948 encontré un libro revelador: la antología Laurel. Allí leí Muerte sin fin, que me produjo una conmoción de la que no me he repuesto nunca. Bajo su estímulo inmediato, aunque como influjo no se note, escribí en una semana Trayectoria del polvo. Es una especie de resumen de mis conocimientos sobre la vida, sobre mí misma y sobre los demás. Supuse que la mejor manera de expresarme era el poema largo, de gran aliento, aunque yo no lo tuviera.
Entrevista con Emmanuel Carballo, XIX protagonistas de la literatura mexicana, Empresas Editoriales, 1966.
Entre el advenimiento y el vacío.
PAUL VALÉRY
I
ME DESGAJÉ del sol (era la entraña
perpetua de la vida)
y me quedé lo mismo que la nube
suspensa en el vacío.
Como la llama lejos de la brasa,
como cuando se rompe un continente
y se derraman islas innumerables
sobre la superficie renovada del mar
que gime bajo el nombre de archipiélago.
Como el alud que expulsa la montaña
sacudida de ráfagas y voces.
Rodé como el alud, como la piedra
sonámbula de abismos
resbalando por meses y meses en la sombra
del universo opaco que gira en los elipses
trazados en el vientre de espiga de la madre.
Era entonces muy menos
que un río desenvolviéndose
y una flecha montada sobre el arco
pero ya los anuncios de mi sangre
caminaban sin tregua para alcanzar al tiempo
y el vagido inconcreto ya clamaba
por ocupar el viento.
Nací en la hora misma en que nació el pecado
y, como él, fui llamada soledad.
Gemelo es nuestro signo y no hay aguas lustrales
capaces de borrar lo que marcaron
los hierros encendidos en mi frente.
Pero mi frente entonces se combaba
huérfana de miradas y reflejos.
Y así me alcé feliz como el que ignora
su inevitable cárcel de ceniza
y cuando yo decía la tierra, era la tierra
desnuda de metáforas, infancia
recién inaugurada.
Y no dudé jamás de que al nombrarla
me nombraba a mí misma
y a mi propia substancia.
Yo no podía aún amar los pájaros
porque cantaban presos y ciegos en mis venas
y porque atravesaban el espacio
contenido debajo de mis párpados.
Yo no sabía quién se levantaba
imantado de estrellas polares hacia el cielo
ni en quién multiplicaban las yemas su promesa
si en el árbol compacto o en mi cuerpo.
Era el tiempo en que Dios estrenaba los verbos
y hacía, como jugando,
figurillas de barro con las manos:
atmósferas azules y planetas
no lesionados por la geografía,
muñecos intangibles para el sueño
que hiende como espada, separando
en varón y mujer las costillas unánimes.
Era el alba sin sexo.
La edad de la inocencia y del misterio.
II
La adolescencia es alta como el junco.
Su perfil se adelgaza
para ser digno de tocar el aire.
Y es un ebrio cristal que intenta transparencias
y es un florecimiento inagotable
de límites geométricos
que dibujan las puntas trémulas de los dedos.
La adolescencia es tensa como el junco.
Su perfil se agudiza
para poder acuchillar el aire.
Es una vocación de búsqueda incesante
hacia la luz más íntima
que se le esquiva siempre como en un laberinto.
El ansia equivocada
que persigue tenaz al espejismo
y el oído engañado por el eco.
Es la dura tarea del que busca,
la dicha sobrehumana del encuentro.
La adolescencia es verde como el junco
y su perfil se tiñe
de todos los colores con que la invita el aire.
La gracia amaneciendo sobre el mundo,
el gozo sin motivo de carne que se palpa
olorosa y reciente.
La alegría de músculos elásticos,
la embriaguez de la sangre
galopando en canciones sobre el tiempo.
La adolescencia es plena de latencias ocultas
y raíz laboriosa como el junco.
III
Recuerdo: caminaba por largos corredores
desbordantes de palmas y de espejos.
Yo, sedienta de mí, me detenía en estatuas
duplicando el instante fugitivo en cristales
y luego reiniciaba mi marcha de Narciso
ya entonces como alada
liberación de imagen entre imágenes.
Novedad de mi cuerpo
que se hallaba a sí mismo en cada cosa
y para poseerse se entregaba
a la solicitud del universo.
Juventud de la luz que nimbaba la tierra
y que brotaba acaso con mis ojos.
Yo estaba circundada por rondas de palabras.
Subían como el humo en el espacio,
diluían su masa, se perdían.
Sólo quedaba —espesa como leche bañándome—
la que anudaba origen y destino:
Mujer, voz radical que hipnotizaba
en la garganta de Eva
y en toda sucesiva
docilidad de miel para los besos.
Mi esencia se vertía exaltada en la órbita
concéntrica y total de la palabra
y era la musical delicia de la gota
incorporando al mar de canto sin fronteras
su mínimo sonido de caracol vibrando.
IV
La fiesta cosquillea en los talones.
Vamos todos a ella cantando y sonriendo.
Vamos todos a ella cogidos de la mano
como quien sale al campo a cosechar claveles.
La Ciudad se ha vestido lo mismo que una novia.
Mirad: en cada puerta se ostenta una guirnalda,
de par en par se rinden las ventanas
colmándose del día y su deleite.
La sombra juega al escondite por los patios
escapando del rayo de sol que la persigue.
Venimos a la fiesta cantando y sonriendo,
danzando el pie descalzo sobre céspedes finos.
¿Quién eres tú que traes antifaz de belleza
y te ciñes en túnicas de ritmo y de armonía?
¿El mensaje cifrado de algún ángel
en la pluma del ave
o en el vuelo preñado de la abeja?
¿Eres la Anunciación? —Me llaman Viento,
soy el vehículo de las canciones
y también de las hojas marchitas en otoño.
Mi destino es girar perpetuamente
y no sé responder.
¿Quién eres tú de rostro tremendo y enigmático?
Paralizas los ojos de quienes te contemplan
de estupor y de miedo.
¿Escondes el misterio de un Dios o eres su cólera
que se desencadena al infinito?
—Mi nombre es Mar, mi movimiento es ola
que recomienza siempre.
Nunca salgo de mí. Soy el esclavo
irredimible de mi propia fuerza.
¿Y tú que así te adornas con el iris
y te recorren escalofríos de cascabeles?
Yo quisiera abrazarte pero ignoro quién eres.
—Soy quien pintarrajea la verdad
para volverla amable
y hace que hasta los ídolos se paren de cabeza.
Los niños me bautizan mariposa
y organizan cacerías para prenderme
y cuando creen haberlo conseguido
tienen entre sus dedos
sólo el polen dorado de mis alas.
Algunos hombres dicen que me desprecian
y para denigrarme agrupan letras:
R-i-s-a, B-u-r-l-a, I-r-o-n-í-a.
Pero se arrastran hasta mí en tinieblas
y les doy la mentira de mí misma.
Los viejos me olvidaron y ya no me conocen.
Tú, adivina quién soy, corre y alcánzame.
Adiós, adiós
cantarito de arroz.
Allá, bajo los mirtos, ¿quién es el que reposa?
Las vides se exprimieron en sus mejillas.
De sus cabellos se desprende un hálito
de flores maceradas y lámparas ardiendo.
Tiene la piel jocunda de la manzana,
la breve plenitud del mediodía
y el zumbador encanto de la siesta.
—Su símbolo es eterno: pezuña y caramillo.
En las florestas griegas
se lanzó tras la ninfa destrenzada.
Lo aprisionaron mitos y tabernáculos
y es un demonio cuyo nombre nadie
se atreve a pronunciar porque no quiere
despertarlo en el fondo de sí mismo
pues igual que Sansón enloquecido
derriba las columnas que sostienen los templos.
Su nombre es el rubor de las doncellas
y el martillo en las sienes del mancebo.
¿Y tú que sin cesar cambias de signo,
que te ocultas y asomas,
te velas y revelas en las formas?
¿Eres Proteo? Debes ser divino
para infiltrarte así entre todas las cosas.
—Mírame bien ¿y no me reconoces?
Sin embargo te he sido tan fiel como un espejo
y tan irrenunciable como tu propia sombra.
—Es cierto, yo te vi mil veces antes.
Ahora identifico esas cejas, los dientes,
los hombros y la espalda
tajando en dos mitades infinitas
lo mismo que una lápida.
Eres como nosotros. Anda, ven y bailemos.
¡Alegría! ¡Alegría!
¡La Ciudad se desposa con la noche!
V
¿Qué reptil se afilaba entre la brisa?
¿Qué zumo destilaba la amapola
que el vino se hizo un día de hiel entre mis labios?
¿Cómo fueron mis células ahondándose
para ceder un sitio decoroso a la angustia?
¿Cómo creció esta fiebre de hormigas en mis pulsos?
¿Cómo el recto camino fue curvándose
hasta ser un dedálico recinto?
¿Cómo fue Dios quedándose sordo y mudo y ausente,
irremediablemente atrás como la aurora?
¿Cómo a cualquier extremo al que volviera el rostro
me devolvía el suyo —absoluto— la nada?
El cielo de tan pobre se encontraba desierto
y al principio y al fin del horizonte
se extendía el dominio del silencio.
VI
Aquí me quedaré llorando como el fruto
derribado a pedradas
de la copa del árbol y su sustento.
Ya nunca podré amar ni aun en el sueño
porque una voz insobornable grita
y su grito vacía mis entrañas:
¡El amor es también polvo y ceniza!
VII
He aquí que la muerte tarda como el olvido.
Nos va invadiendo lenta, poro a poro.
Es inútil correr, precipitarse,
huir hasta inventar nuevos caminos
y también es inútil estar quieto
sin palpitar siquiera para que no nos oiga.
Cada minuto es la saeta en vano
disparada hacia ella,
eficaz al volver contra nosotros.
Inútil aturdirse y convocar a fiesta
pues cuando regresamos, inevitablemente,
alta la noche, al entreabrir la puerta
la encontramos inmóvil esperándonos.
Y no podemos escapar viviendo
porque la Vida es una de sus máscaras.
Y nada nos protege de su furia
ni la humildad sumisa hacia su látigo
ni la entrega violenta
al círculo cerrado de sus brazos.
VIII
Padres:
ya no desparraméis blasfemias en la tierra.
No os dejéis embaucar por la embustera
que exalta vuestros vientres
para depositarles su semilla de espanto.
Cuando os llame fecundos, arrojadle
su mentira a la cara.
Si os consagra inmortales os escarnece.
Sabed que la esperanza nos traiciona
y que es la compañera de la muerte.
Sabed que ambas —muerte y esperanza—
crecen como el parásito
alimentado en nuestro propio cuerpo.
IX
Pero ¿no hemos de amarlas
cuando así las nutrimos con nuestra sangre?
Reverenciad su patrimonio único
Contemplad cómo las madura el tiempo.
Alternativamente
una se ensancha y otra palidece.
X
Hoy es en mí la muerte muy pequeña
y grande la esperanza.
Ha soportado climas estériles y rudos,
ha atravesado nieblas y luces dolorosas
y ha desafiado al viento.
Ahora sabe que su ser es isla.
Para emerger acendra primero sus cimientos
y se ubica después sobre la espuma
disputando su patria palmo a palmo.
No ignora que el vacío la rodea
y siente la amenaza del gusano.
Pero edifica muros de arena, defendiéndose.
Tenaz e infatigable
elabora y destruye sus pompas de jabón
y es la aniquiladora y creadora de un Cosmos
transfigurado y líquido.
Trabaja con la llama.
¡Cuántas formas modela, cuántas formas
duermen almacenadas en su seno!
Les dice un día fantasmas y otro les dice juego
pero el nombre secreto en el que se refugia
como en la magia o en el sortilegio,
ese nombre es el nombre impalpable de Poesía.
No perturbéis la rosa con palabras impuras,
no violéis su perfume ni con el pensamiento.
Es la hora perfecta
en que la rama en el altar florece.
Permitid que florezca.
Es la última pasión, la última hoguera
crepitando en la nieve.
Dejadla que respire.
En sus escombros pacerá la muerte.
Apuntes para una declaración de fe
Primera edición, revista América, 1948. Segunda edición, revista América, 1953.
Es un poema malogrado. De las crisis que se padecen en la adolescencia, y entre las cuales la religiosa es sólo una, quise rescatar algo, algo que continuara informando mi vida; deseaba darle sentido y justificación a cada uno de mis actos. En los Apuntes me arrastró la retórica. Me llevó a hablar, por ejemplo, del continente nuevo que es América, del que tenía una idea superficial y falsa. La última parte del poema, que quiere ser lírica y no lo logra, está en contradicción con la parte primera, en la que el poema es casi prosa: incisivo, pletórico de lugares comunes usados de manera deliberada. Entre ambas partes existe una falta de continuidad. Fue muy duramente criticado, sobre todo por Miguel Guardia, quien dijo que en él las influencias formaban legión. Lo considero un experimento. A partir de entonces no volví a frecuentar ese camino.
Entrevista con Emmanuel Carballo, XIX protagonistas de la literatura mexicana, Empresas Editoriales, 1966.
EL MUNDO gime estéril como un hongo.
Es la hoja caduca y sin viento en otoño,
la uva pisoteada en el lagar del tiempo
pródiga en zumos agrios y letales.
Es esta rueda isócrona fija entre cuatro cirios,
esta nube exprimida y paralítica
y esta sangre blancuzca en un tubo de ensayo.
La soledad trazó su paisaje de escombros.
La desnudez hostil es su cifra ante el hombre.
Sin embargo, recuerdo...
En un día de amor yo bajé hasta la tierra:
vibraba como un pájaro crucificado en vuelo
y olía a hierba húmeda, a cabellera suelta,
a cuerpo traspasado de sol al mediodía.
Era como un durazno o como una mejilla
y encerraba la dicha
como los labios encierran un beso.
Ese día de amor yo fui como la tierra:
sus jugos me sitiaban tumultuosos y dulces
y la raíz bebía con mis poros el aire
y un rumor galopaba desde siempre
para encontrar los cauces de mi oreja.
Al través de mi piel corrían las edades:
se hacía la luz, se desgarraba el cielo
y se extasiaba —eterno— frente al mar.
El mundo era la forma perpetua del asombro
renovada en el ir y venir de la ola,
consubstancial al giro de la espuma
y el silencio, una simple condición de las cosas.
Pero alguien (ya no acierto
con la estructura inmensa de su nombre)
dijo entonces: "No es bueno
que la belleza esté desamparada"
y electrizó una célula.
En el principio —dice
esta capa geológica que toco—
era sólo la danza:
cintura de la gracia que congrega
juventudes y música en su torno.
En el principio era el movimiento.
Cada especie quería constatarse, saberse
y ensayaba las notas de su esencia:
la jirafa alargaba la garganta
para abrevar en nubes de limón.
Punzaba el aire en las avispas múltiples
y vertía chorritos de miel en cada herida
para que el equilibrio permaneciera invicto.
El ciervo competía con la brisa
y el hombre daba vueltas alrededor de un árbol
trenzado de manzanas y serpientes.
Nadie lo confesaba, pero todos
estaban orgullosos de ser como juguetes
en las manos de un niño.
Redondeaban su sombra los planetas
y rebotaban locos de alegría
en las altas paredes del espacio
teñidas de antemano en un risueño azul.
No me explico por qué
fue indispensable que alguien inventara el reloj
y desde entonces todo se atrasa o se adelanta,
la vida se fracciona en horas y en minutos
o se quiebra o se para.
La manzana cayó; pero no sobre un Newton
de fácil digestión,
sino sobre el atónito apetito de Adán.
(Se atragantó con ella como era natural.)
¡Qué implacable fue Dios —ojo que atisba
a través de una hoja de parra ineficaz!
¡Cómo bajó el arcángel relumbrando
con una decidida espada de latón!
Tal vez no debería yo hablar de la serpiente
pero desde esa vez es un escalofrío
en la columna vertebral del universo.
Tal vez yo no debiera descubrirlo
pero fue el primer círculo vicioso
mordiéndose la cola.
Porque esto, en realidad, sólo tendría importancia
si ella lo supiera.
Pero lo ignora todo reptando por el suelo,
dormitando en la siesta.
Ah, si se levantara
sin el auxilio de fakires indios
a contemplar su obra.
Aquí estaríamos todos:
la horda devastando la pradera,
dejando siempre a un lado el horizonte,
tratando de tachar la mañana remota,
de arrasar con la sal de nuestras lágrimas
el campo en que se alzaba el Paraíso.
Gritamos ¡adelante! por no mirar atrás.
El camino se queda señalado
—estatua tras estatua— por la mujer de Lot.
Queremos olvidar la leche que sorbimos
en las ubres de Dios.
Dios nos amamantaba en figura de loba
como a Rómulo y Remo, abandonados.
Abandonados siempre. ¿De qué? ¿De quién? ¿De dónde?
No importa. Nada más abandonados.
Cantamos porque sí, porque tenemos miedo,
un miedo atroz, bestial, insobornable
y nos emborrachamos de palabras
o de risa o de angustia.
¡Qué cuidadosamente nos mentimos!
¡Qué cotidianamente planchamos nuestras máscaras
para hormiguear un rato bajo el sol!
No, yo no quiero hablar de nuestras noches
cuando nos retorcemos como papel al fuego.
Los espejos se inundan y rebasan de espanto
mirando estupefactos nuestros rostros.
Entonces queda limpio el esqueleto.
Nuestro cráneo reluce igual que una moneda
y nuestros ojos se hunden interminablemente.
Una caricia galvaniza los cadáveres:
sube y baja los dedos de sonido metálico
contando y recontando las costillas.
Encuentra siempre con que falta una
y vuelve a comenzar y a comenzar.
Engaño en este ciego desnudarse,
terror del ataúd escondido en el lecho,
del sudario extendido
y la marmórea lápida cayendo sobre el pecho.
¡No poder escapar del sueño que hace muecas
obscenas columpiándose en las lámparas!
Es así como nacen nuestros hijos.
Parimos con dolor y con vergüenza,
cortamos el cordón umbilical aprisa
como quien se desprende de un fardo o de un castigo.
Es así como amamos y gozamos
y aun de este festín de gusanos hacemos
novelas pornográficas
o películas sólo para adultos.
Y nos regocijamos de estar en el secreto,
de guiñarnos los ojos a espaldas de la muerte.
La serpiente debía tener manos
para frotarlas, una contra otra,
como un burgués rechoncho y satisfecho.
Tal vez para lavárselas lo mismo que Pilatos
o bien para aplaudir o simplemente
para tener bastón y puro
y sombrero de paja como un dandy.
La serpiente debía tener manos
para decirle: estamos en tus manos.
Porque si un día cansados de este morir a plazos
queremos suicidarnos abriéndonos las venas
como cualquier romano,
nos sorprende saber que no tenemos sangre
ni tinta enrojecida:
que nos circula un aire tan gratis como el agua.
Nos sorprende palpar un corazón en huelga
y unos sesos sin tapa saltarina
y un estómago inmune a los venenos.
El suicidio también pasó de moda
y no conviene dar un paso en falso
cuando mejor podemos deslizarnos.
¡Qué gracia de patines sobre el hielo!
¡Qué tobogán más fino! ¡Qué pista lubricada!
¡Qué maquinaria exacta y aceitada!
Así nos deslizamos pulcramente
en los tés de las cinco —no en punto— de la tarde,
en el cocktail o el pic-nic o en cualquiera
costumbre traducida del inglés.
Padecemos alergia por las rosas,
por los claros de luna, por los valses
y las declaraciones amorosas por carta.
A nadie se le ocurre morir tuberculoso
ni escalar los balcones ni suspirar en vano.
Ya no somos románticos.
Es la generación moderna y problemática
que toma coca-cola y que habla por teléfono
y que escribe poemas en el dorso de un cheque.
Somos la raza estrangulada por la inteligencia,
"la insuperable,
mundialmente famosa trapecista
que ejecuta sin mácula
triple salto mortal en el vacío".
(La inteligencia es una prostituta
que se vende por un poco de brillo
y que no sabe ya ruborizarse.)
Puede ser que algún día
invitemos a un habitante de Marte
para un fin de semana en nuestra casa.
Visitaría en Europa lo típico:
alguna ruina humeante
o algún pueblo afilando las garras y los dientes.
Alguna catedral mal ventilada,
invadida de moho y oro inútil
y en el fondo un cartel: Negocio en quiebra
.
Fotografiaría como experto turista
los vientres abultados de los niños enfermos,
las mujeres violadas en la guerra,
los viejos arrastrando en una carretilla
un ropero sin lunas y una cuna maltrecha.
Al Papa bendiciendo un cañón y un soldado,
a las familias reales sordomudas e idiotas,
al hombre que trabaja rebosante de odio
y al que vende el honor de sus abuelos
a la heredera del millón de dólares.
Y luego le diríamos:
"Esto es sólo la Europa de pandereta.
Detrás está la verdadera Europa:
la rica en frigoríficos —almacenes de estatuas
donde la luz de un cuadro se congela,
donde el verbo no puede hacerse carne.
Allí la vida yace entre algodones
y mira tristemente tras el cristal opaco
que la protege de corrientes de aire.
En estas vastas galerías de muertos,
de fantasmas reumáticos y polvo,
nos hinchamos de orgullo y de soberbia".
Los rascacielos ya los he visto de lejos:
los colmenares rubios donde los hombres nacen,
trabajan, se enriquecen y se pudren
sin preguntarse nunca para qué todo esto,
sin indagar jamás cómo se viste el lirio
y sin arrepentirse de su contento estúpido.
Abandonemos ya tanto cansancio.
Dejemos que los muertos entierren a sus muertos
y busquemos la aurora
apasionadamente atentos a su signo.
Porque hay aún un continente verde
que imanta nuestras brújulas.
Un ancho acabamiento de pirámides
en cuyas cumbres bailan doncellas vegetales
con ritmos milenarios y recientes
de quien lleva en los pies la savia y el misterio.
Un cielo que las flechas desconocen
custodiado de mitos y piedras fulgurantes.
Hay enmarañamientos de raíces
y contorsión de troncos y confusión de ramas.
Hay elásticos pasos de jaguares
proyectados —silencio y tericiopelo—
hacia el vuelo inasible de la garza.
Aquí parece que empezara el tiempo
en sólo un remolino de animales y nubes,
de gigantescas hojas y relámpagos,
de bilingües entrañas desangradas.
Corren ríos de sangre sobre la tierra ávida,
corren vivificando las más altas orquídeas,
las más esclarecidas amapolas.
Se evaporan, rugientes, en los templos
ante la impenetrable pupila de obsidiana.
Brotan como una fuente repentina
al chasquido de un látigo.
Crecen en el abrazo enorme y doloroso
del cántaro de barro con el licor latino.
Río de sangre enterno derramado
que deposita limos fecundos en la tierra.
Su caudal se nos pierde a veces en el mapa
y luego lo encontramos
—ocre y azul— rigiendo nuestro pulso.
Río de sangre, cinturón de fuego.
En las tierras que tiñe, en la selva multípara,
en el litoral bravo de mestiza
mellado de ciclones y tormentas,
en este continente que agoniza
bien podemos plantar una esperanza.
De la vigilia estéril
Primera edición, revista América, 1950.
El título es un desastre. Allí se nota cierta tendencia a la abstracción, tendencia que también es evidente en el libro anterior. No me parecía válida la abstracción, por lo menos no deseaba escribir poemas intelectuales. Quería crear poemas si no emotivos por lo menos con imágenes referidas a cosas concretas. Leí autores y textos que me condujeron a ese mundo de carne y hueso. Para mencionar algunos, citaré la Biblia y a Gabriela Mistral. Esas dos influencias, y el deseo de nombrar los objetos que estaban al alcance de mi experiencia, dieron por resultado De la vigilia estéril, y después, El rescate del mundo. La vigilia exuda retórica, según se llegó a decir. Y es que, por esos años, poseía una facilidad siniestra para alargar los poemas, y me dejaba llevar por ella: una imagen me conducía a otra, un adjetivo traía consigo otro adjetivo. Y así hasta el infinito.
Entrevista con Emmanuel Carballo, XIX protagonistas de la literatura mexicana, Empresas Editoriales, 1966.
EN EL FILO DEL GOZO
I
ENTRE la muerte y yo he erigido tu cuerpo:
que estrelle en ti sus olas funestas sin tocarme
y resbale en espuma deshecha y humillada.
Cuerpo de amor, de plenitud, de fiesta,
palabras que los vientos dispersan como pétalos,
campanas delirantes al crepúsculo.
Todo lo que la tierra echa a volar en pájaros,
todo lo que los lagos atesoran de cielo
más el bosque y la piedra y las colmenas.
(Cuajada de cosechas bailo sobre las eras
mientras el tiempo llora por sus guadañas rotas.)
Venturosa ciudad amurallada,
ceñida de milagros en el recinto
de este cuerpo que empieza donde termina el mío.
II
Convulsa entre tus brazos como mar entre rocas,
rompiéndome en el filo del gozo o mansamente
lamiendo las arenas asoleadas.
(Bajo tu tacto tiemblo
como un arco en tensión palpitante de flechas
y de agudos silbidos inminentes.
Mi sangre se enardece igual que una jauría
olfateando la presa y el estrago.
Pero bajo tu voz mi corazón se rinde
en palomas devotas y sumisas.)
III
Tu sabor se anticipa entre las uvas
que lentamente ceden a la lengua
comunicando azúcares íntimos y selectos.
Tu presencia es el júbilo.
Cuando partes, arrasas jardines y transformas
la feliz somnolencia de la tórtola
en una fiera expectación de galgos.
Y, amor, cuando regresas
el ánimo turbado te presiente
como los ciervos jóvenes la vecindad del agua.
LA ANUNCIACIÓN
I
PORQUE desde el principio me estabas destinado.
Antes de las edades del trigo y de la alondra
y aun antes de los peces.
Cuando Dios no tenía más que horizontes
de ilimitado azul y el universo
era una voluntad no pronunciada.
Cuando todo yacía en el regazo
divino, entremezclado y confundido,
yacíamos tú y yo totales, juntos.
Pero vino el castigo de la arcilla.
Me tomó entre sus dedos, desgarrándome
de la absoluta plenitud antigua.
Modeló mis caderas y mis hombros,
me encendió de vigilias sin sosiego
y me negó el olvido.
Yo sabía que estabas dormido entre las cosas
y respiraba el aire para ver si te hallaba
y bebía de las fuentes como para beberte.
Huérfana de tu peso dulce sobre mi pecho,
sin nombre mientras tú no descendieras
languidecía, triste, en el destierro.
Un cántaro vacío semejaba
nostálgico de vinos generosos
y de sonoras e inefables aguas.
Una cítara muda parecía.
No podía siquiera morir como el que cae
aflojando los músculos en una
brusca renunciación. Me flagelaba
la feroz certidumbre de tu ausencia,
adelante, buscando tu huella o tus señales.
No podía morir porque aguardaba.
Porque desde el principio me estabas destinado
era mi soledad un tránsito sombrío
y un ímpetu de fiebre inconsolable.
II
Porque habías de venir a quebrantar mis huesos
y cuando Dios les daba consistencia pensaba
en hacerlos menores que tu fuerza.
Dócil a tu ademán redondo mi cintura
y a tus orejas vírgenes mi voz, disciplinada
en intangibles sílabas de espuma.
Multiplicó el latido de mis sienes,
organizó las redes de mis venas
y ensanchó las planicies de mi espalda.
Y yo medí mis pasos por la tierra
para no hacerte daño.
Porque ante ti que estás hecho de nieve
y de vellones cándidos y pétalos
debo ser como un arca y como un templo:
ungida y fervorosa,
elevada en incienso y en campanas.
Porque habías de venir a quebrantar mis huesos,
mis huesos, a tu anuncio, se quebrantan.
III
Para que tú lo habites quisiera depararte
un mundo esclarecido de céfiros, laureles,
fosforescentes algas, litorales sin término,
grutas de fino musgo y cielos de palomas.
IV
He aquí que te anuncias.
Entre contradictorios ángeles te aproximas,
como una suave música te viertes,
como un vaso de aromas y de bálsamos.
Por humilde me exaltas. Tu mirada,
benévola, transforma
mis llagas en ardientes esplendores.
He aquí que te acercas y me encuentras
rodeada de plegarias como de hogueras altas.
DE LA VIGILIA ESTÉRIL
I
NO VOY a repetir las antiguas palabras
de la desolación y la amargura
ni a derretir mi pecho en el plomo del llanto.
El pudor es la cima más alta de la angustia
y el silencio la estrella más fúlgida en la noche.
Diré una vez, sin lágrimas, como si fuera ajeno
el tema exasperado de mi sangre.
Todos los muertos viajan en sus ondas.
Ágiles y gozosos giran, bailan,
suben hasta mis ojos para violar el mundo,
se embriagan de mi boca, respiran por mis poros,
juegan en mi cerebro.
Todos los muertos me alzan, alzándose, hacia el cielo.
Hormiguean en mis plantas vagabundas.
Solicitan la dádiva frutal del mediodía.
Todos los muertos yacen en mi vientre.
Montones de cadáveres ahogan el indefenso
embrión que mis entrañas niegan y desamparan.
No quiero dar la vida.
No quiero que los labios nutridos en mi seno
inventen maldiciones y blasfemias.
No quiero a Dios quebrado entre las manos
inocentes y cárdenas de un niño.
No quiero sus espaldas doblegadas
bajo el látigo múltiple y fuerte de los días
ni sus sienes sudando la sangre del martirio.
No quiero su gemido como un remordimiento.
Seguid muertos girando dichosos y tranquilos.
La espiga está segada, el círculo cerrado.
Sólo vuestros espectros recorrerán mis venas.
Sólo vuestros espectros y este lamento sordo
de mi cuerpo, que pide eternidad.
II
A ratos, fugitiva del sollozo
que paulatinamente me estrangula,
vuelvo hacia las praderas fértiles y lo invoco
con las voces más tiernas y el nombre más secreto.
¡Hijo mío, tangible en el delirio,
encarnado en el sueño!
Y es como si de pronto la tierra se entregara
haciéndose pequeña, pueril como un juguete
para caber, ceñida, entre los brazos.
Es como renacer en otros ámbitos
limpios, transfigurados y perfectos.
III
Pero mirad mis brazos crispados y vacíos
como redes tiradas inútilmente al mar.
Nada debo implorar para mí en los caminos
porque mi lengua acaba exactamente allí,
en las fronteras simples de sí misma
y su grito se apaga entre los límites
de mi propio silencio.
Mirad mi rostro blanco de exangües rebeldías,
mis labios que no saben de los himnos del parto,
mis rodillas hincadas sobre el polvo.
Mirad y despreciadme. Descargad vuestras manos
de las piedras que colman su hueco justiciero.
Herid. No alcanzaréis la frente inerme
(vellón inmaterial y delicado)
a quien mi soledad sirve de escudo.
IV
Antes, para exaltarme, bastaba decir madre.
Antes dije esperanza. Ahora digo pecado.
Antes había un golfo donde el río se liberta.
Ahora sólo hay un muro que detiene las aguas.
ORIGEN
SOBRE el cadáver de una mujer estoy creciendo,
en sus huesos se enroscan mis raíces
y de su corazón desfigurado
emerge un tallo vertical y duro.
Del ferétro de un niño no nacido:
de su vientre tronchado antes de la cosecha
me levanto tenaz, definitiva,
brutal como una lápida y en ocasiones triste
con la tristeza pétrea del ángel funerario
que oculta entre sus manos una cara sin lágrimas.
ELEGÍAS DEL AMADO FANTASMA
PRIMERA ELEGÍA
I
INCLINADA, en tu orilla, siento cómo te alejas.
Trémula como un sauce contemplo tu corriente
formada de cristales transparentes y fríos.
Huyen contigo todas las nítidas imágenes,
el hondo y alto cielo,
los astros imantados, la vehemencia
ingrávida del canto.
Con un afán inútil mis ramas se despliegan,
se tienden como brazos en el aire
y quieren prolongarse en bandadas de pájaros
para seguirte adonde va tu cauce.
Eres lo que se mueve, el ansia que camina,
la luz desenvolviéndose, la voz que se desata.
Yo soy sólo la asfixia quieta de las raíces
hundidas en la tierra tenebrosa y compacta.
II
Allá está el mar que no reposa nunca.
Allá el barco y la vela infatigable,
los breves edificios de la espuma,
las olas retumbando y persiguiéndose.
Allá, en los arrecifes, las sirenas
con el cabello y la canción flotantes
en lúcidos pendones musicales.
III
Yo quedaré dormida como el árbol
al que no abrazan hiedras de amorosa frescura,
ni coronan los nidos
ni rasgan su corteza verdes retoños tiernos.
Y estaré ciega, ciega para siempre
frente al escombro de un espejo roto.
Si alguna vez me inclino como ahora
con un ademán trémulo de sauce
habrá de ser para asomarme en vano
al opaco arenal que abandonaste.
SEGUNDA ELEGÍA
I
CONVALECIENTE de tu amor y débil
como el que ha aposentado largamente en sí mismo
agonías y fiebres,
salgo, purificada y tambaleante,
al reclamo de calles y de patios.
¡Qué algarabía de ruidos confusos y de olores
mezclados! ¡Qué agresivo
desorden de colores esparcidos!
Con los cinco sentidos sellados yo recibo
en mansedumbre el sol sobre mi espalda.
Las hormigas circulan a mis plantas.
Si alguien me sacudiera despertara
en un extraño mundo, frágil y húmedo,
como bañado en lágrimas.
II
No es en el costado la herida, ni en las sienes.
Las manos palparían sin hallarla
y el que escuche las quejas atiende señas falsas
y confía en palabras inexactas.
No es siquiera una herida. Es el cimiento
roído de gusanos, la escalera
incompleta y las aguas estancadas.
III
Arrullo mi dolor como una madre a su hijo
o me refugio en él como el hijo en su madre
alternativamente poseedora y poseída.
No supe aquella tarde
que cuando yo decía adiós tú decías muerte.
Ahora no es posible saber nada.
Para dejar caer, rendida, mi cabeza
busco una piedra lisa por almohada.
No pido más que un limbo de soledad y hastío
que albergue mi ternura derrotada.
TERCERA ELEGÍA
I
COMO la cera blanda, consumida
por una llama pálida, mis días
se consumen ardiendo en tu recuerdo.
Apenas iluminas el túnel de silencio
y el espanto impreciso
hacia el que paso a paso voy entrando.
Algo vibra en mi ser que aún protesta
contra el alud de olvido
que arrastra en pos de sí a todas las cosas.
¡Ah, si pudiera entonces crecer y levantarme,
alumbrar como lámpara
alimentada de tu vivo aceite
en una hoguera poderosa y clara!
Pero ya nada alcanza a rescatarme
de la tristeza inerte que me apaga.
Grandes espacios ciernen finas nieblas
entre tu rostro y los que aquí te borran.
Tu voz es casi un eco
y lejos resplandece tu mirada.
II
Como queriendo sorprender tu ausencia
desnuda, abro las puertas de improviso
y acecho las ventanas entornadas.
Encuentro las estancias desiertas y sombrías
donde el vacío congela sus perfiles
ciñéndose a la línea de tu cuerpo.
Es como una profunda y simple copa
para beber la integridad del llanto.
III
Tal vez no estés aquí dominando mis ojos,
dirigiendo mi sangre, trabajando en mis células,
galvanizando un pulso de tinieblas.
Tal vez no sea mi pecho la cripta que te guarda.
Pero yo no sería si no fuera
este castillo en ruinas que ronda tu fantasma.
DISTANCIA DEL AMIGO
EN UNA tierra antigua de olivos y cipreses
ha fechado mi amigo su más reciente carta.
Lo imagino escribiendo, sentado en una roca
a la orilla del mar, tirando piedrecitas
sobre el lomo verduzco de las olas.
(Si estuviera en un parque tiraría
migas a los gorriones,
si en un estanque, Ledas a los cisnes.)
Lo imagino volviendo su rostro hacia el crepúsculo,
mordisqueando una brizna mientras piensa
que la vida es tan bella porque es corta.
(No es de los que invocan a la muerte.
Es de los que la hospedan, silenciosos,
en el sitio más hondo de su cuerpo.)
Se levanta después y camina despacio,
con las manos metidas en las bolsas
de un traje viejo y ancho.
Puede hervir a su lado la multitud. Mi amigo
está solo. Entre hombres embriagados
de dicha, entre mujeres ojerosas de duelo
lleva su soledad como una espada
desnuda y eficaz, radiante de amenazas.
Llega a su cuarto. Lo abre. Nadie espera.
Hay un olor oscuro,
pesado, de ventana estrangulada.
Igual que cuatro cirios metálicos relucen
las cuatro extremidades agudas de la cama.
Se ha desplomado en ella y una punta lo hiere.
¡Cómo sangra empapando las sábanas, tiñéndolas,
cómo se queda lívido y exangüe
mientras bajo su frente se incendian las almohadas!
La fecha de esta carta que estrujo es muy remota
—de un tiempo en el que el tiempo no existía—
y la ciudad de que habla se reclina
más allá de los mapas.
Mi amigo, sin embargo, está cercano.
Podría yo tocarlo si pudiera
tocar mi corazón recóndito y sellado.
NOCTURNO
I
AYER, mañana, hoy, siempre sucede.
Las lágrimas dispersas en el cuerpo
hallan su cauce natural y fluyen.
Tarde o temprano nuestra mano aprende
a crisparse apresando un poco de aire.
Los ojos se acostumbran
a circular en rieles de neblina.
En vano es que digamos:
"Yo vengo de un país de íntimas huertas
y recuerdo los árboles encendidos de trinos,
la hierba temblorosa bajo la última lluvia
y el cielo de las tardes
vibrando de campanas invisibles.
Vengo de esa ciudad donde los niños
quiebran en mil pedazos el silencio
y colocan el pie
en la inminencia limpia del estanque
y los labios al borde del espejo.
(En salones ocultos un piano negro calla.)
Del Sur hemos venido, entre cafetos
y platanares verdes y naranjales ácidos".
Porque el Sur se evapora,
lo arrasa el tiempo, lo hunde la distancia,
se consume, incendiando, a nuestra espalda.
No miremos atrás que sólo llega
un abrasado aliento de desierto.
Si se pudrió la fruta
que ya no nos persiga su fragancia.
Arrullemos
con canciones de cuna a la memoria
y amemos esta zona devastada.
II
Como una cárcel es. Al través de los muros
se infiltran lentas músicas, delirantes sonatas.
Del techo se desprende hacia nuestra cabeza
tenaz y sucesiva la fría gota de agua.
III
Amemos la garganta de los lobos
y el filo de su grito entre las sombras.
Amemos su amenaza y nuestro miedo.
Amemos la aspereza de estos ángulos,
la sordera del hielo, la crueldad de la estatua.
Todos los seres aman su destino.
Nuestro destino es padecer la noche.
DESTINO
ALGUIEN me hincó sobre este suelo duro.
Alguien dijo: Bebamos de su sangre
y hagamos un festín sobre sus huesos.
Y yo me doblegué como un arbusto
cuando lo acosa y lo tritura el viento,
sin gemir el lamento de Job, sin desgarrarme
gritando el nombre oculto de Dios, esa blasfemia
que todos escondemos
en el rincón más lóbrego del pecho.
Olvidé mi memoria,
dejé jirones rotos, esparcidos
en el último sitio donde una breve estancia
se creyera dichosa:
allí donde comíamos en torno de una mesa
el pan de la alegría y los frutos del gozo.
(Era una sola sangre en varios cuerpos
como un vino vertido en muchas copas.)
Pero a veces el cuerpo se nos quiebra
y el vino se derrama.
Pero a veces la copa reposa para siempre
junto a la gran raíz de un árbol de silencio.
Y hay una sangre sola
moviendo un corazón desorbitado
como aturdido pájaro
que torpe se golpea en muros pertinaces,
que no conoce el cielo,
que no sabe siquiera que hay un ámbito
donde acaso sus alas ensayarían el vuelo.
Una mujer camina por un camino estéril
rumbo al más desolado y tremendo crepúsculo.
Una mujer se queda tirada como piedra
en medio de un desierto
o se apaga o se enfría como un remoto fuego.
Una mujer se ahoga lentamente
en un pantano de saliva amarga.
Quien la mira no puede acercarle ni una esponja
con vinagre, ni un frasco de veneno,
ni un apretado y doloroso puño.
Una mujer se llama soledad.
Se llamará locura.
MURO DE LAMENTACIONES
I
ALGUIEN que clama en vano contra el cielo:
la sorda inmensidad, la azul indiferencia,
el vacío imposible para el eco.
Porque los niños surgen de vientres como ataúdes
y en el pecho materno se nutren de venenos.
Porque la flor es breve y el tiempo interminable
y la tierra un cadáver transformándose
y el espanto la máscara perfecta de la nada.
Alguien, yo, arrodillada: rasgué mis vestiduras
y colmé de cenizas mi cabeza.
Lloro por esa patria que no he tenido nunca,
la patria que edifica la angustia en el desierto
cuando humean los granos de arena al mediodía.
Porque yo soy de aquellos desterrados
para quienes el pan de su mesa es ajeno
y su lecho una inmensa llanura abandonada
y toda voz humana una lengua extranjera.
Porque yo soy el éxodo.
(Un arcángel me cierra caminos de regreso
y su espada flamígera incendia paraísos.)
¡Más allá, más allá, más allá! ¡Sombras, fuentes,
praderas deleitosas, ciudades, más allá!
Más allá del camello y el ojo de la aguja,
de la humilde semilla de mostaza
y del lirio y del pájaro desnudos.
No podría tomar tu pecho por almohada
ni cabría en los pastos que triscan tus ovejas.
Reverbera mi hogar en el crepúsculo.
Yo dormiré en la Mano que quiebra los relojes.
II
Detrás de mí tan sólo las memorias borradas.
Mis muertos ni trascienden de sus tumbas
y por primera vez estoy mirando el mundo.
Soy hija de mí misma.
De mi sueño nací. Mi sueño me sostiene.
No busquéis en mis filtros más que mi propia sangre
ni remontéis los ríos para alcanzar mi origen.
En mi genealogía no hay más que una palabra:
Soledad.
III
Sedienta como el mar y como el mar ahogada
de agua salobre y honda
vengo desde el abismo hasta mis labios
que son como una torpe tentativa de playa,
como arena rendida
llorando por la fuga de las olas.
Todo mi mar es de pañuelos blancos,
de muelles desolados y de presencias náufragas.
Toda mi playa un caracol que gime
porque el viento encerrado en sus paredes
se revuelve furioso y lo golpea.
IV
Antes acabarán mis pasos que el espacio.
Antes caerá la noche de que mi afán concluya.
Me cercarán las fieras en ronda enloquecida,
cercenarán mis voces cuchillos afilados,
se romperán los grillos que sujetan el miedo.
No prevalecerá sobre mí el enemigo
si en la tribulación digo Tu nombre.
V
Entre las cosas busco Tu huella y no la encuentro.
Lo que mi oído toca se convierte en silencio,
la orilla en que me tiendo se deshace.
¿Dónde estás? ¿Por qué apartas tu rostro de mi rostro?
¿Eres la puerta enorme que esconde la locura,
el muro que devuelve lamento por lamento?
Esperanza,
¿eres sólo una lápida?
VI
No diré con los otros que también me olvidaste.
No ingresaré en el coro de los que te desprecian
ni seguiré al ejército blasfemo.
Si no existes
yo te haré a semejanza de mi anhelo,
a imagen de mis ansias.
Llama petrificada
habitarás en mí como en tu reino.
VII
Te amo hasta los límites extremos:
la yema palpitante de los dedos,
la punta vibratoria del cabello.
Creo en Ti con los párpados cerrados.
Creo en Tu fuego siempre renovado.
Mi corazón se ensancha por contener Tus ámbitos.
VIII
Ha de ser tu substancia igual que la del día
que sigue a las tinieblas, radiante y absoluto.
Como lluvia, la gracia prometida
descenderá en escalas luminosas
a bañar la aridez de nuestra frente.
Pues ¿para qué esta fiebre si no es para anunciarte?
Carbones encendidos han limpiado mi boca.
Canto tus alabanzas desde antes que amanezca.
TINIEBLAS Y CONSOLACIÓN
I
POR una y otra vez
como el martillo al clavo,
hasta hundirse en mi carne y traspasarla
el mundo me ha besado.
Sin una nube bajo el sol, desnuda,
me llevan de la mano
siete ángeles oscuros y otros siete
me dejan ir, llorando.
Ay, si supiera la oración secreta
para exprimirla encima de mis labios,
si con Sus ojos mansos me cubriera
en este desamparo.
Y Dios no ha de mirar, que Dios no mira
la agonía del pájaro
y el corazón es pájaro cogido
en muchos lazos.
II
El pastor no se olvida
de la oveja enredada entre las zarzas
y la desata y limpia sus vellones
y en sus brazos la vuelve a la majada.
¿Olvidaría el padre
a su hija más pequeña?
¿Sólo porque no sabe hablar la dejaría
sufriendo su mudez junto a las piedras?
¿Sólo porque cuando anda se derrumba
y pierde su camino como ciega?
¿La olvidaría el padre
sólo porque es pequeña?
FÁBULA Y LABERINTO
LA NIÑA abrió una puerta y se perdió
en la Torre del Viento
y caminó con frío y tuvo sed
y lloraba de miedo.
Torre del Viento donde un grito crece
interminablemente sin alcanzar el eco.
En esa Torre estaba la niña, en esa Torre
vieja como mi cuerpo, abandonada,
sola, en ruinas lo mismo que mi cuerpo.
En esa Torre búscala, persíguela,
rastrea la huella de su pie desnudo
y el olor de jazmín entre su pelo
y sus manos fluyendo como dos breves ríos
y sus ojos dispersos.
Todo está aquí guardado,
todo está oculto y preso.
Llámala, quiebra el muro con tu voz,
con tu sangre reavívala si ha muerto.
Pues yo lamí su sombra hasta borrarla
con una abyecta, triste lengua de perro hambriento
y fui insultando al día con mi luto
y arrastré mis sollozos por el suelo.
Mírame despeinada en un rincón
cómo arrullo un juguete ceniciento:
doy el pecho a un fantasma pequeñito
mientras la araña teje su tela de humo espeso.
Mírame, abrí una puerta y me perdí
en la Torre del Viento.
CANCIÓN DEL TENTADOR
HABITACIÓN de duendes
barre tu casa;
deja ya de gemir porque no tienes
un manojo de espigas en la falda.
Borra de esas paredes
calaveras pintadas,
cesa de pisotear racimos secos,
lleva tus pies a la piadosa grama.
Hurgas en ti y encuentras
alacenas saqueadas
y en el hogar un copo de ceniza
y un haz de leña verde y hogueras apagadas.
Abre tu puerta y oye:
alguien tiende los brazos y te llama.
Es el mundo que pide su rescate
como Moisés perdido entre las aguas.
LA CASA VACÍA
YO RECUERDO una casa que he dejado.
Ahora está vacía.
Las cortinas se mecen con el viento,
golpean las maderas tercamente
contra los muros viejos.
En el jardín, donde la hierba empieza
a derramar su imperio,
en las salas de muebles enfundados,
en espejos desiertos
camina, se desliza la soledad calzada
de silencioso y blando terciopelo.
Aquí donde su pie marca la huella,
en este corredor profundo y apagado
crecía una muchacha, levantaba
su cuerpo de ciprés esbelto y triste.
(A su espalda crecían sus dos trenzas
igual que dos gemelos ángeles de la guarda.
Sus manos nunca hicieron otra cosa
más que cerrar ventanas.)
Adolescencia gris con vocación de sombra,
con destino de muerte:
las escaleras duermen, se derrumba
la casa que no supo detenerte.
DOS ELEGÍAS BREVES
I
AL PIE de un sauce, triste Narciso de las aguas,
o cerca de una roca inexorable
quiero dejar mi cuerpo
como el que deja ropas en la playa.
Ay, mis brazos, guirnaldas desceñidas,
ay, mi cintura quieta entre las danzas.
No soy de los que exprimen
su corazón en un lugar violento.
Soy de los que atestiguan
la belleza y la muerte de la rosa.
II
Si pudiera mirarte, bella tan sólo, rosa,
y detener mis ojos largamente en tus pétalos
como una sed que duerme a la orilla de un río.
Si te mirara sólo, sin amarte,
con este amor convulso y desgarrado
de quien siente tu fuga irrevocable.
Ah, si yo no quisiera disecarte,
amarilla, en las páginas herméticas de un libro
con el afán inútil del que conoce el tiempo.
LA DESPEDIDA
DÉJAME hablar, mordaza, una palabra
para decir adiós a lo que amo.
Huye la tierra, vuela como un pájaro.
Su fuga traza estelas redondas en el aire,
frescas huellas de aromas y señales de trinos.
Todo viaja en el viento, arrebatado.
¡Ay, quién fuera un pañuelo,
sólo un pañuelo blanco!
Dos poemas
Primera edición, Ícaro, 1950.
1
AQUÍ vine a saberlo. Después de andar golpeándome
como agua entre las piedras y de alzar roncos gritos
de agua que cae despedazada y rota
he venido a quedarme aquí sin lamento.
Hablo no por la boca de mis heridas. Hablo
con mis primeros labios. Las palabras
ya no se disuelven como hiel en la lengua.
Vine a saberlo aquí: el amor no es la hoguera
para arrojar en ella nuestros días
a que ardan como leños resecos u hojarasca.
Mientras escribo escucho
cómo crepita en mí la última chispa
de un extinguido infierno.
Ya no tengo más fuego que el de esta ciega lámpara
que camina tanteando, pegada a la pared
y tiembla a la amenaza del aire ligero.
Si muriera esta noche
sería sólo como abrir la mano,
como cuando los niños la abren ante su madre
para mostrarla limpia, limpia de tan vacía.
Nada me llevo. Tuve sólo un hueco
que no se colmó nunca. Tuve arena
resbalando en mis dedos. Tuve un gesto
crispado y tenso. Todo lo he perdido.
Todo se queda aquí: la tierra, las pezuñas
que la huellan, los belfos que la triscan,
los pájaros llamándose de una enramada a otra,
ese cielo quebrado que es el mar, las gaviotas
con sus alas en viaje,
las cartas que volaban también y que murieron
estranguladas con listones viejos.
Todo se queda aquí: he venido a saber
que no era mío nada: ni el trigo, ni la estrella,
ni su voz, ni su cuerpo, ni mi cuerpo.
Que mi cuerpo era un árbol y el dueño de los árboles
no es su sombra, es el viento.
2
EN MI casa, colmena donde la única abeja
volando es el silencio,
la soledad ocupa los sillones
y revuelve las sábanas del lecho
y abre el libro en la página
donde está escrito el nombre de mi duelo.
La soledad me pide, para saciarse, lágrimas
y me espera en el fondo de todos los espejos
y cierra con cuidado las ventanas
para que no entre el cielo.
Soledad, mi enemiga. Se levanta
como una espada a herirme, como soga
a ceñir mi garganta.
Yo no soy la que toma
en su inocencia el agua;
no soy la que amanece con las nubes
ni la hiedra subiendo por las bardas.
Estoy sola: rodeada de paredes
y puertas clausuradas;
sola para partir el pan sobre la mesa,
sola en la hora de encender las lámparas,
sola para decir la oración de la noche
y para recibir la visita del diablo.
A veces mi enemiga se abalanza
con los puños cerrados
y pregunta y pregunta hasta quedarse ronca
y me ata con los garfios de un obstinado diálogo.
Yo callaré algún día; pero antes habré dicho
que el hombre que camina por la calle es mi hermano,
que estoy en donde está
la mujer de atributos vegetales.
Nadie, con mi enemiga, me condene
como a una isla inerte entre los mares.
Nadie mienta diciendo que no luché contra ella
hasta la última gota de mi sangre.
Más allá de mi piel y más adentro
de mis huesos, he amado.
Más allá de mi boca y sus palabras,
del nudo de mi sexo atormentado.
Yo no voy a morir de enfermedad
ni de vejez, de angustia o de cansancio.
Voy a morir de amor, voy a entregarme
al más hondo regazo.
Yo no tendré vergüenza de estas manos vacías
ni de esta celda hermética que se llama Rosario.
En los labios del viento he de llamarme
árbol de muchos pájaros.
El rescate del mundo
Primera edición, Departamento de Prensa y Turismo del Estado de Chiapas, 1952. Segunda edición, revista América, 1962.
En El rescate del mundo ejercité la austeridad, traté de aprehender un objeto mediante un chispazo: dos o tres imágenes referidas al mismo tema.
Entrevista con Emmanuel Carballo, XIX protagonistas de la literatura mexicana, Empresas Editoriales, 1966.
Abre tu puerta y oye:
alguien tiende los brazos y te llama.
Es el mundo que pide su rescate...
Canción del tentador
Invocaciones
AL ÁRBOL QUE HAY EN MEDIO DE LOS PUEBLOS
POR caminos de hormigas
traje el pie del regreso
hasta este corazón de alto follaje
trémulo.
Ceiba que disemina
mi raza entre los vientos,
sombra en la que se amaron
mis abuelos.
Bajo tus ramas deja
que mi canto se acueste.
Padre de tantas voces,
protégeme.
A LA MUJER QUE VENDE FRUTAS EN LA PLAZA
AMANECE en las jícaras
y el aire que las toca se esparce como ebrio.
Tendrías que cantar para decir el nombre
de estas frutas, mejores que tus pechos.
Con reposo de hamaca
tu cintura camina
y llevas a sentarse entre las otras
una ignorante dignidad de isla.
Me quedaré a tu lado,
amiga,
hablando con la tierra
todo el día.
A FIESTA
MADERA con dos lenguas, el olor y el sonido
—marimba— me llamaba
y he venido a buscarla donde está,
en mitad de la plaza,
congregando a la gente, poniendo el cascabel
en el tobillo esbelto de la danza.
El árbol de las tribus
tiende su sombra generosa y amplia.
Aquí para la fiesta,
venga la llamarada
del café, la moneda antigua del cacao,
el corazón ardiente de la caña.
Aquí, los jicalpestles
de mejilla pintada
derramen la alegría
y la abundancia.
Pescador, abandona tu río a los caimanes,
indio, busca vereda en la montaña,
piedra, quita ese musgo que te cubre,
figura, deja el muro que te aprisiona y anda
con la mujer de trenzas esparcidas
y el varón, heredero de tu casa,
a ver el frenesí poderoso y tremendo
como una hermosa fiera capturada.
SILENCIO CERCA DE UNA PIEDRA ANTIGUA
ESTOY aquí, sentada, con todas mis palabras
como con una cesta de fruta verde, intactas.
Los fragmentos
de mil dioses antiguos derribados
se buscan por mi sangre, se aprisionan, queriendo
recomponer su estatua.
De las bocas destruidas
quiere subir hasta mi boca un canto,
un olor de resinas quemadas, algún gesto
de misteriosa roca trabajada.
Pero soy el olvido, la traición,
el caracol que no guardó del mar
ni el eco de la más pequeña ola.
Y no miro los templos sumergidos;
sólo miro los árboles que encima de las ruinas
mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos
el viento cuando pasa.
Y los signos se cierran bajo mis ojos como
la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego.
Pero yo sé: detrás
de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,
y alrededor de mí muchas respiraciones
cruzan furtivamente
como los animales nocturnos en la selva.
Yo sé, en algún lugar,
lo mismo
que en el desierto el cactus,
un constelado corazón de espinas
está aguardando un hombre como el cactus la lluvia.
Pero yo no conozco más que ciertas palabras
en el idioma o lápida
bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.
Cosas
EL TEJONCITO MAYA
(En el Museo Arqueológico de Tuxtla)
CUBRIÉNDOTE la risa
con la mano pequeña,
saltando entre los siglos
vienes, en gracia y piedra.
Que caigan las paredes
oscuras que te encierran,
que te den el regazo
de tu madre, la tierra;
en el aire, en el aire
un cascabel alegre
y una ronda de niños
con quien tu infancia juegue.
CÁNTARO DE AMATENANGO
MANOS también de barro,
cántaro, te moldeaban,
y un amoroso aliento
en tu barro guardaban.
Intacto, como un santo,
cruzaste entre las llamas
y ahora resplandeces
en el lugar más limpio de la casa.
De ti quiero aprender
el modo y la enseñanza:
cuando la sed me busque
me halle samaritana.
COFRE DE CEDRO
EL HACHA que taló
para siempre olorosa
y el árbol cautivado
con las entrañas rotas.
Aquí estás, bajo un techo,
en un rincón de alcoba
y te confían huéspedes
y tú, como que aceptas y reposas.
No vendas tu memoria
a la triste costumbre y a los años.
Nunca olvides el bosque
ni el viento ni los pájaros.
EL RÍO
CORO de ancha cerviz y de mugido largo
ha venido a pastar sobre mi tierra.
Devorador de prados,
entre pueblos sumisos, reverentes
que hincan las rodillas a su paso,
va moviendo tranquila y noblemente
su condición sagrada.
Para aplacar tu boca, estas ofrendas,
señor de casa oculta
en la montaña;
que tu mirada sea siempre benevolente,
que nadie te conozca el día de la cólera.
ESTROFAS EN LA PLAYA
I
EL RÍO viene de secretas grutas,
desconocidas fuentes.
A mirarlo pasar corren los árboles,
adiós le dicen los follajes verdes.
El río viene con su torso esbelto,
con su mano en que juega
un inminente espejo.
Con la pulpa fresquísima
de su pecho sombrío
y su espumoso belfo
de potro repentino.
Para que el cielo sepa qué caminos
llevan al mar, para que aprenda el campo
una nueva canción y el día tenga
dónde mojar los pies,
el río viene izando su largo nombre líquido.
Ay, del que junto al río
no quiere llamarse sed.
II
Atardece en la playa. En el río madura
una profunda noche duplicada.
Sobre la arena late
—como una estrella viva y desgajada—
una hoguera que el viento apresura, clavándole
sus espuelas agudas y plateadas.
Yo, dividida, voy como entre dos orillas
entre el fuego y el agua;
mitad sangre, mordida de taciturnos peces
y mitad sangre rota de fiera llamarada.
Diálogo con los oficios aldeanos
LAVANDERAS DEL GRIJALVA
PAÑUELO del adiós,
camisa de la boda,
en el río, entre peces
jugando con las olas.
Como un recién nacido
bautizado, esta ropa
ostenta su blancura
total y milagrosa.
Mujeres de la espuma
y el ademán que limpia,
halladme un río hermoso
para lavar mis días.
ESCOGEDORAS DE CAFÉ EN EL SOCONUSCO
EN EL patio qué lujo,
qué riqueza tendida.
(Cafeto despojado
mire el suelo y sonría.)
Con una mano apartan
los granos más felices,
con la otra desechan
y sopesan y miden.
Sabiduría andando
en toscas vestiduras.
Escoja yo mis pasos
como vosotras, justas.
TEJEDORAS DE ZINACANTA
AL VALLE de las nubes
y los delgados pinos,
al de grandes rebaños
—Zinacanta— he venido.
Vengo como quien soy,
sin casa y sin amigo,
a ver a unas mujeres
de labor y sigilo.
Qué misteriosa y hábil
su mano entre los hilos;
mezcla extraños colores,
dibuja raros signos.
No sé lo que trabajan
en el telar que es mío.
Tejedoras, mostradme
mi destino.
LA ORACIÓN DEL INDIO
EL INDIO sube al templo tambaleándose,
ebrio de sus sollozos como de un alcohol fuerte.
Se para frente a Dios a exprimir su miseria
y grita con un grito de animal acosado
y golpea entre sus puños su cabeza.
El borbotón de sangre que sale por su boca
deja su cuerpo quieto.
Se tiende, se abandona, duerme en el mismo suelo
con la juncia y respira
el aire de la cera y del incienso.
Repose largamente
tu inocencia de manos que no crucificaron.
Repose tu confianza
reclinada en el brazo del Amor
como un pequeño pueblo en una cordillera.
UNA PALMERA
SEÑORA de los vientos,
garza de la llanura,
cuando te meces canta
tu cintura.
Gesto de la oración
o preludio del vuelo,
en tu copa se vierten uno a uno
los cielos.
Desde el país oscuro de los hombres
he venido, a mirarte, de rodillas.
Alta, desnuda, única.
Poesía.
Poemas
Primera edición, Metáfora, 1957.
Pero donde advertí la correspondencia entre lo que intentaba decir y lo que realmente decía fue en los Poemas 1953-19555. Allí se encuentran, por ejemplo, los Misterios gozosos
y El resplandor del ser
, que son los poemas que se salvan de toda esta época. Lo digo en voz baja: allí de nuevo, volví a ser abstracta.
Entrevista con Emmanuel Carballo, XIX protagonistas de la literatura mexicana, Empresas Editoriales, 1966.
Testimonios
Como aquel que no puede decir lo que
quiere enterrado al fondo de su raza.
VICENTE HUIDOBRO
EL UNGIDO
NO QUERÍAN morir y que sus huesos
rodaran confundidos
ni comer tierra amarga como único sustento.
Así uno entre todos fue preservado, ungido,
y en él siguen viviendo.
Encima de los otros su destino
resplandeció una hora
y se precipitó como un astro caído.
Pero su rostro no ha sido borrado
porque uno entre todos fue testigo.
Se han ido ya. Miramos la espalda de su ausencia
y no es igual que el humo su memoria
y sus hechos no son lo mismo que la niebla.
Habló uno entre todos
y sus palabras quedan.
LA PROFECÍA
CUANDO nos lo anunciaron los que velan de noche,
los que llevan el mar ausente entre sus manos
en forma de sencillos caracoles,
temblamos de alegría, como bajo el rocío
el pétalo colmado de las flores.
Lo dijeron los sabios.
Muchas señales hubo, hasta que al fin
el término del tiempo hubo llegado.
Y nosotros confusos, de rodillas,
presenciando.
Sobrevino el silencio.
El silencio que nace del agua que bullía
y de pronto se cuaja en un espejo.
Así nos serenamos. Nos hicimos
lo mismo que los lagos para mirar al cielo.
ÉXODO
EL PÁJARO faisán busca la rama
y desde allí vigila