Transa poética
Por Efraín Huerta
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Efraín Huerta
Nació en Silao, Guanajuato, el 18 de junio de 1914; muere en la Ciudad de México el 3 de febrero de 1982. Poeta y ensayista; reconocido como el poeta de la Ciudad de México. Estudió Leyes en la UNAM. Fue reportero, reseñista, editorialista, dibujante, crítico de cine y de teatro; fundador de Taller(1938-1941); impulsor deCuadernos del Cocodrilo. Perteneció al Partido Mexicano Comunista del que fue expulsado en 1943. Presidió la agrupación Periodistas Cinematográficos de México. En 1977 el Gobierno del Estado de Guanajuato instituyó el Premio de Poesía Efraín Huerta. Colaboró en Así, Comunidad, Diario de México, Diario del Sureste, El Corno Emplumado, El Día, El Fígaro, El Heraldo de México, El Mundo Cinematográfico, El Nacional, El Popular, Esto, La Capital, Metáfora, Nivel, Novedades, Pájaro Cascabel, Revista de Bellas Artes, y Revista Universidad de México. Recibió la orden de las Palmas Académicas 1945 del Gobierno de Francia. Premio Xavier Villaurrutia 1975 por su obra en general. Premio Nacional de Poesía 1976. Premio Nacional de Periodismo 1978. Medalla de la Universidad Autónoma de Chiapas 1978. El Quetzalcóatl de Plata 1977 del DDF, el Premio Nacional de Periodismo 1978 y la Medalla de la Universidad Autónoma de Chiapas 1978.
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Transa poética - Efraín Huerta
1979
Transa poética
LA POESÍA ENEMIGA
Nubes y nubes no se sabe qué demonios terrestres aman o detestan
con su comportamiento de árboles desgajados,
ni cuándo pensarán ausentarse de nuestros ojos
y de los flancos de las montañas.
Árboles y amores vivirán abrazados por los bosques y los corazones,
aunque señales turbias
crecidas en gargantas amargas de madrugadas
comiencen su labor descalza de perezosa rebelión.
Fantasmas y fantasmas por las nubes
sin grietas de pudor
o por lo menos alguna lágrima en los ojos helados.
Voces que nadie oye
y que las buenas lenguas convierten en angustia,
sabiendo que no son sino espectros de estertores
lanzados allá en el dorso de otros tiempos
por espinas ahogadas en los ríos,
por espejos y rosas transformadas en prisa.
Pero tú en los balcones del mundo,
endureciendo los instantes,
viendo caer silencios,
silencios amarillos de virtud o de vicio,
creando sobre la sombra la hierba agonizante.
Ahora sé cómo llegaste,
magnífica y serena,
del sitio de los cisnes y las gladiolas,
con el tacto de las cucharas en la nieve,
soberana de las alamedas en que nos causa gusto
escuchar el eco de una virginidad perdida
en el tiempo preciso.
Agua lenta como tumulto de caricias, te guiaba:
sonaban crudos lloros de manzanas acuchilladas.
La invitación fue clara:
acércate a la niebla en que florecen los duraznos de bronce,
la que ignora las auroras lechosas,
los días en que se palpa el tedio
y el deseo es como vaho de agonizante.
Puedes cantar, aunque tu voz es lo de menos
en esta selva donde viven ancianas cuerdas de guitarras
junto a sonatas vírgenes.
Aquí desconocemos las flautas y las máscaras,
y se encuentra perdida entre limones muertos
la burbuja plateada y sin sentido
de lo que allá entre las prostitutas y los andróginos
se llama adolescencia.
Verás tiernos esqueletos de poetas
conservados por milagros continuos
o por eso de hielo que a veces se desprende de la niebla.
Desnúdate si quieres
de todo lo que arrastras de ciudad y jardín,
porque aquí no hacen falta los pájaros
ni las avenidas del brillo
y de los senos sostenidos.
Habían crecido en torno de tu ausencia
las fiebres y los cabellos que salen de las raíces descubiertas
y eternamente soportando nieves y sudores.
Tú no sabías el peso de una carrera entre plumas de canarios,
ni por qué las frentes húmedas
huelen lo mismo que las estatuas despertadas
por piquetes de mariposas,
que amor es lo que silba en los relojes
y esa red de silencios ahogando dedos
y pétalos de violetas,
que amor es la distancia entre los labios y los párpados
y no saber cuáles hombros
son tan perfectos
como determinados senos temblorosos.
Es inútil que suenen en los huecos del tacto
mustios intentos de crueldad pura y absoluta,
puesto que ignoras lunas y ruidos tímidos de estrellas
sobre la grupa tierna y suntuosa de la madrugada,
hacer florear escrúpulos
o martillear furiosamente sobre azucenas tibias,
tan ingenuamente canallas
como purísimas hasta el suicidio.
Ya sabes a pesar de todo
que una penumbra es el vestido invernal de los deseos,
que buscar en el alboroto de los destinos el que te pertenece
sería deshacer nudos de corbatas plateadas
o comparar un mediodía
con la punta de un puñal virgen de asesinatos.
Entre piedras y azares moriste
de vivir atravesando jardines
con tus piernas tan pálidas y duras,
compactos ramos de alhelíes con tus senos temblorosos,
lunas despiadadamente estúpidas
con tus miradas entre tibias y secas
como un golpe de remo en el vacío.
Hoy,
cuando mi cargamento de cinismo
y lo que a mis amigos distraigo de aburrimiento
divinizan la