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Gabriela: Su difícil camino al Nobel
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Libro electrónico404 páginas6 horas

Gabriela: Su difícil camino al Nobel

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Gabriela Mistral es la primera latinoamericana en ganar un Premio Nobel de Literatura y la única mujer de esta región que
ha alcanzado ese galardón. Una vida difícil, condicionada por la pobreza de su infancia, el abandono del padre, las dificultades para
lograr acceder a una educación, los celos que desataban su creatividad y dedicación intelectual.
Desde su nacimiento hasta su consagración en Estocolmo, Mistral enfrentó desafíos monumentales que moldearon su
destino y legado. Este relato, meticulosamente investigado a partir de fuentes primarias y una amplia revisión bibliográfica, ofrece
una visión íntima y completa sobre la vida de la poeta a través de sus propios recuerdos, reflexiones y conversaciones con diferentes
personas, teniendo como hilo conductor el período que va desde que se entera de la distinción, hasta que deja Estocolmo, camino a
la eternidad.
Su estancia en Suecia no solo la consagró como una figura
literaria de renombre, sino que desencadenó una auténtica "Mistralmanía",
revelando un impacto mundial. Mistral se transformó
en la mujer más importante en la historia de Chile y, al menos en
ese entonces, de toda América Latina. Una figura multifacética:
poeta, ensayista, feminista, pedagoga, defensora de los derechos de
los niños, de las mujeres, de los indígenas y una luchadora incansable
en la defensa de la democracia y los derechos humanos.
Este libro invita al lector a sumergirse en el universo de una vida
extraordinaria, una mente brillante y pionera en la historia literaria.
Un testimonio cautivador.
IdiomaEspañol
EditorialEditorial Catalonia
Fecha de lanzamiento31 may 2024
ISBN9789564150888
Gabriela: Su difícil camino al Nobel

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    Gabriela - José Goñí

    CAPÍTULO 1

    15 DE NOVIEMBRE DE 1945

    I

    Era un día jueves en la vida de Gabriela, que se había iniciado como un jueves más en su existencia de intensos 56 años. Ella no tuvo ningún pensamiento particular acerca de qué tipo de jueves sería. Quizás iba a ser solo un día más de los muchos atiborrados de sus angustias y pesares, como los que ya venía experimentando hacía algunos años.

    Sus penas no la abandonaban, nadie ni nada lograba consolarla de sus tragedias íntimas. El tiempo había aminorado en algo esas angustias y desvelos, pero no conseguían devolverle su alegría ni sus ganas de vivir. Por largos momentos, sus desasosiegos eran la única compañera en su recóndita soledad.

    Gabriela vivía entonces en Brasil. Había establecido su residencia permanente en Petrópolis, un pueblo cercano a Río de Janeiro. Vivía en ese lugar en busca de un clima más benigno y amistoso con sus males de salud. Huía del exceso de humedad y calor de la costa carioca, así como de los fríos intensos de otros lugares. Petrópolis le aseguraba un clima templado y más seco. Y, lo que era también muy relevante para la escritora, le permitía huir de la actividad social que implicaba la vida diplomática en la capital brasileña, donde ejercía sus funciones oficiales de cónsul de Chile. En Río de Janeiro mantenía un pequeño departamento que usaba algunas veces, cuando el clima de la ciudad-capital se lo permitía o lo demandaban sus actividades oficiales.

    Su casa en Petrópolis era de un piso de color blanco, a la que se ingresaba por un amplio pórtico construido con columnas que sostenían un techo encuadrado en piedras; había una terraza hacia la calle y un cerco de baja altura de cemento y madera, que enmarcaba un bien cuidado jardín. La residencia de Mistral era vecina a la construcción que los emperadores brasileños usaron para sus descansos y huidas de los deberes oficiales que desarrollaban habitualmente en Río de Janeiro, capital del antaño imperio brasileño. En Petrópolis estaba en aquellos años imperiales la residencia de descanso de Pedro II.

    Por su parte, su departamento en Río de Janeiro estaba en Rua General Urquiza, a solo un centenar de metros de la playa en el sector de Leblon. Era un barrio de clase media alta, muy tranquilo, que si bien estaba cerca de la playa Ipanema, esta era solo concurrida por los vecinos que allí habitaban. El departamento estaba en un edificio moderno y era un espacio pequeño y simple, sin ningún tipo de lujos, lo que se condecía con la personalidad retraída y la forma de vida de la poeta.

    Como de costumbre, se despertó muy temprano y, como era su antiguo e irrenunciable hábito, prendió la radio para escuchar las noticias de la mañana que, en ese momento, informaban acerca del conflicto en Palestina. Un nuevo atentado y violencia política habían marcado la jornada previa en Jerusalén y en Gaza. Eran encuentros violentos de organizaciones de origen judías que combatían a las fuerzas coloniales británicas. Muchas veces se trataba de acciones terroristas, como la que un año antes había asesinado en El Cairo al representante del poder colonial británico, acción llevada a cabo por la organización sionista llamada Irgun. Las actividades de los movimientos en pro de la creación de un Estado propio, irremediablemente, involucraban a los pueblos de toda la región y, en especial, a los palestinos allí establecidos. Un drama que envuelve a sufridos pueblos que debieran ser hermanos y entenderse con propuestas y palabras, pensó Mistral. Ella seguía con atención diversos temas del acontecer mundial y, en particular, el conflicto que se había instalado en Palestina con la llegada de miles de judíos víctimas de las atrocidades nazis, en busca del establecimiento de una nación que los acogiera como sus ciudadanos con plenos derechos. Este proceso generará confrontaciones con los derechos del pueblo palestino allí residente. Se avecinan conflictos agudos para los próximos años, reflexionaba inquieta y preocupada.

    La Segunda Guerra Mundial había finalizado hacía solo unos meses.

    En mayo de ese año se había rendido Alemania. En octubre de ese mismo año terminó la guerra en Asia, con el brutal sometimiento de Japón. Nuevas expectativas se adueñaban de la gente, aunque el mundo no estaba más seguro entonces que lo que había estado antes del conflicto bélico. Un nuevo orden se establecía.

    Profundas llagas materiales se observaban en diversos países. En el Viejo Continente la crueldad de la guerra había destruido ciudades enteras que habían sido arrasadas, así como la industria e infraestructura de las naciones beligerantes. Las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki habían impresionado mucho a la poeta chilena, sin lograr entender la necesidad de tan brutal acción y, sobre todo, sin capacidad de poder aceptar los enormes elogios y alegría que había generado tan grande triunfo de la ciencia y de la tecnología, como se expresaba en la prensa en el llamado mundo occidental. La destrucción vivida durante esos últimos años, los odios que se habían levantado en diversos países, considerados normalmente entre los más cultos del mundo; el daño sicológico en generaciones, así como la destrucción de valiosos lugares de alto valor histórico y cultural se sumaban a su mirada de dolor y preocupación de la vida y de los acontecimientos que vivían aquellas generaciones. Tendremos que trabajar intensamente por rearmar un orden internacional y crear instituciones que nos traigan la Paz y el Desarrollo Humano. No podremos cejar en los buenos propósitos que deben orientar a la Humanidad, reflexionaba.

    El día despuntaba y ella se preparaba para una nueva jornada. Tenía ya un plan de trabajo establecido desde el día anterior: pensaba trabajar intensamente algunos nuevos versos y un artículo, un Recado, que era como ella llamaba a sus escritos en prosa, para ser publicado en periódicos en la región. Esta vez preparaba el texto que debía enviar al diario El Tiempo de Bogotá. No eran momentos en que se sintiera particularmente inspirada ni motivada para la creación literaria, pero su fuerza de voluntad y su anhelo de Paz y Justicia siempre lograban motivarla para escribir unas letras. Era, además, una necesidad económica para complementar sus ingresos de cónsul, los que no le eran suficientes para vivir.

    El mundo ha llegado a un límite de su sobrevivencia, seguía meditando Gabriela.

    La escritora se desplazaba por su departamento de manera pausada e imperturbable. Aparentemente, la prisa no estaba en su forma de ser. Ella era de una gran estatura para el promedio. Su nariz era aguileña, rostro ovalado y anguloso, tez lisa y de color sepia, que le entregaba su origen indígena. Sus ojos eran de un verde intenso, parte de su herencia vasca, según ella misma acostumbraba decir.

    Una mujer de baja estatura, que hacía labores de servicio en su hogar, de nombre Nancy, se le acercó con una bandeja con una taza de té y unas galletas con un pote de mermelada, la que depositó sobre una mesa redonda, que estaba vecina a la radio que transmitía las noticias que tanto interesaban a Gabriela.

    Ella mantenía una actitud taciturna mientras seguía oyendo atenta las novedades y los hechos ocurridos en el mundo.

    Aunque acostumbraba a afirmar que su espíritu no era negativo, la tristeza y la melancolía la abrazaban con su manto oscuro en su soledad cotidiana desde hacía ya un par de años. Soy persona de pocos optimismos, aunque vivo cada día con un pequeño sorbo de esperanza, le había confidenciado a su amiga Palma Guillén.

    II

    Gabriela había tenido una nueva noche de insomnio. Los recuerdos de su sobrino Yin Yin la atormentaban continuamente, a pesar de que ya habían transcurrido dos años desde su muerte. Su sobrino había sido la alegría de su vida y lo había perdido. Nunca podré aceptar su muerte tan joven y tan tonta, era un pensamiento recurrente en su mente. Culpaba a otros jóvenes de su muerte. A algunas amigas hasta llegó a hablarles de un asesinato que habría sido cometido por esos jóvenes: Lo indujeron a su muerte, repetía insistentemente.

    Durante la noche que recién terminaba, estos pensamientos la habían acongojado nuevamente. Esa mañana se había levantado de su lecho con un gran cansancio, pero decidida a enfrentar un nuevo día. Estaba consciente de que debía volver a poder vivir su propia vida nuevamente, aunque no se le hacía fácil.

    Era una mujer que ya había superado muchos y difíciles obstáculos en su vida, los que para otros hubieran sido devastadores. No había habido insuperables para ella. Ya lo había demostrado y había llegado lejos. Y, aunque todavía no lo sabía, llegaría más lejos aún. La tragedia personal que aún la golpeaba y las miserias de la Humanidad que la rodeaban no serían más fuertes que ella.

    III

    El locutor de la radio continuaba con la lectura de las noticias: la nota acerca de los acontecimientos en Palestina llegaba a su fin y ella seguía atenta a la voz clara y profunda que hablaba en un portugués que le era perfectamente comprensible.

    De pronto, se hizo un profundo silencio, la voz radial calló y esa pausa llamó la atención de Gabriela; ese silencio le hizo levantar la cabeza y mirar con atención al aparato de radio, como pidiéndole una explicación de su mutismo. En realidad, lo hizo con una mirada entre extrañada e interrogante, quizás presagiando que algo extraordinario se avecinaba. El aparato siguió enmudecido por un breve instante, como si el locutor quisiera darle mucha solemnidad al momento, por medio de una prolongada pausa, por alguna razón que ella, ciertamente, desconocía.

    El silencio fue solo de unos escasos segundos, pero a la poeta le pareció una eternidad. ¿Qué está ocurriendo?, ¿por qué me he puesto tan inquieta?, se preguntó perturbada.

    Mientras la poeta continuaba con su íntima inquietud, inexplicable para ella, la voz radial retornó al aire, expresándose pausadamente:

    Señores y señoras, estamos en este preciso momento recibiendo un cable enviado desde Estocolmo, desde la lejana Suecia, que nos informa que hoy se acaba de dar a conocer el ganador del próximo Premio Nobel de Literatura. Tengo el gusto de señalar que ha sido otorgado a una poetisa latinoamericana, que vive entre nosotros ya que es la Cónsul de Chile en Río de Janeiro. Se trata de la distinguida poetisa Gabriela Mistral…

    –¡No es posible! –gritó Gabriela, cayendo de rodillas ante una imagen religiosa que tenía frente a ella.

    Tal fue el impacto para ella, que rompió en llantos en medio de su profunda emoción. De rodillas aún, bajó su cabeza y sollozó largos minutos.

    –Gracias Dios mío, ¿crees que me merezco tanto honor? –dijo en voz alta, buscando una respuesta desde las alturas que, naturalmente, no le llegó.

    Nancy se había alarmado al escuchar gritos y sollozos de la poeta y vino raudamente hacia ella. Se detuvo en la puerta de la sala y allí quedó, observando la escena sin saber qué hacer.

    Si la muerte de Yin Yin le había dado un vuelco dramático a su vida, el Premio Nobel de Literatura le daría otro giro a su existencia, para siempre.

    IV

    La noticia del Premio Nobel ocupó los teletipos de todas las agencias noticiosas y dio la vuelta al mundo en solo unos minutos. Inmediatamente de conocida la decisión de la Academia Sueca, el teléfono de su casa en Petrópolis no dejó de sonar en ningún momento. Diversas personas e instituciones, conocidos y desconocidos, querían felicitarla y expresarle su satisfacción y alegría.

    Igualmente, poco a poco comenzaron a llegar decenas de periodistas que se ubicaron frente a su casa, ya que no sabían que Mistral no estaba allí en ese momento, sino que en Río de Janeiro. Todos querían entrevistarla y acceder a alguna declaración de la premiada.

    Fue Mariana del Sol, secretaria y asistente de Mistral que se encontraba en la casa de Gabriela en Petrópolis, quien tuvo en esos momentos la misión de contener a tanta gente y tanto interés por saludarla. Allí demostró ella una gran capacidad organizativa y de respuesta ante tan intensa y agobiante situación, que en ningún caso Gabriela hubiera podido enfrentar por sí misma.

    La poeta estuvo como aturdida en esos primeros minutos de la mañana. Mistral deambulaba en su pequeño departamento sin saber qué hacer.

    En sus vueltas nerviosas por los pequeños espacios del departamento, solo atinó a pedir a Nancy, la chilena que la acompañaba, que preparara su maleta para regresar a Petrópolis de inmediato.

    En ese momento, sonó el teléfono en su departamento y atendió la misma Gabriela:

    –Buenos días –dijo una voz con marcado acento extranjero–. Mi nombre es Margot Berlin y soy la corresponsal del periódico sueco Dagens Nyheter. Quisiera saludar a la señora Gabriela Mistral… ¿se encuentra ella allí?

    Mistral seguía en un estado de shock y demoró un instante en reaccionar. Además del impacto de la noticia recién conocida, no entendía cómo esta periodista disponía del número telefónico de un lugar que era casi secreto. Muy poca gente sabía que se refugiaba en ese departamento varias veces al año.

    –Sí, usted habla con ella. Gabriela Mistral al habla…

    –Señora Mistral, ¡qué gusto saludarla! En primer lugar, quiero felicitarla por el Premio Nobel.

    –Muchas gracias, señora.

    –Quisiera conocer su reacción ante este premio –entró inmediatamente en su tema la periodista sueca.

    –Estoy muy emocionada. Muy contenta, aunque, para ser franca, no puedo entender bien qué significa esta distinción… Como usted se imagina, estoy muy agradecida de la Academia Sueca.

    –¿Esperaba usted este premio? En Suecia se ha especulado mucho con su nombre desde hace un tiempo y, este año, los rumores y especulaciones comenzaron hace varias semanas.

    –No lo esperaba, señora. No lo esperaba. Es cierto que había escuchado de los rumores, pero, usted sabe, los rumores no son más que eso, murmullos –contestó una Gabriela que no dejaba de seguir muy sorprendida. Y continuó–: Quiero expresarle que este premio lo entiendo que no es solo para mí. Es para toda América Latina, es una distinción para todos los poetas de esta región.

    –¿Ha tenido usted relación con Suecia anteriormente? –inquirió la periodista Berlin.

    –Sí, he tenido relación con algunos de sus escritores y, muy especialmente, con Selma Lagerlöf, con quien tuve contactos algunos años. Debo agregar que yo valorizo de manera muy particular una distinción que viene del país natal de esta gran escritora, un premio que de manera tan notable materializa los ideales humanitarios por los que ella luchó durante su vida.

    –¿Qué opinión tiene de Suecia?

    –No es mucho lo que conozco de su país. Nunca he estado en Suecia, pero quiero mencionar que conozco muy bien el trabajo humanitario que su país ha hecho para proteger a tantos niños y perseguidos durante esta terrible guerra que terminó recién. Valorizo mucho a los escandinavos como gente que está más cerca de los sentimientos humanitarios que de los brutales odios que hemos visto en Europa en su larga historia y, también, muy recientemente.

    –¿Piensa usted ir a las ceremonias de entrega del Premio Nobel el 10 de diciembre?

    Para Mistral fue una pregunta completamente inesperada. No había logrado asimilar los alcances del Premio Nobel y, menos aún, cuándo sería la ceremonia ni siquiera si podría ir. Su primera reacción fue, entonces:

    –Es lamentable lo que le voy a decir: mi estado de salud no me permite vivir en mi país natal, en Chile, sino que debo vivir en Petrópolis, con su clima más suave. Le puedo contar que una vez visité Copenhague, pero el clima no fue amable conmigo. Usted debe entender que, contra mi voluntad, seguramente deberé abstenerme de ir al país de Gösta Björling –haciendo una referencia a una de las obras más famosas de Selma Lagerlöf.

    –No la molestaré más tiempo señora Mistral. Usted debe estar muy ocupada en un día como hoy. Valoro mucho que me haya dado unos minutos de su tiempo. Otro día le solicitaré una entrevista. Muchas gracias.

    –Gracias a usted y a su amable conversación. Por favor, salude a sus compatriotas. Y agradezca a la Academia Sueca –reiteró Gabriela.

    Colgó el auricular y se sentó un momento en el saloncito, lugar en que estaba ubicado el aparato telefónico de color negro azabache.

    La mañana avanzaba y ella estaba aún en su bata de levantarse. Sus pensamientos se arremolinaban y se confundían en su cabeza cual tormenta de sus tierras del sur, reflexiones llenas de sentimientos confusos y contradictorios, y de temores de diversa naturaleza. Su mente la llevaba en cada momento a pensar en su sobrino Yin Yin, también en su madre y en su hermana, la única de sus familiares más queridos que en ese momento estaba viva. Su sorpresa y su alegría del momento se enfrentaban a la tristeza de su soledad y al recuerdo de sus seres perdidos.

    En ese instante volvió a sonar nuevamente el aparato telefónico.

    –Nancy, por favor responda usted –atinó a decir Mistral. Nancy reaccionó ágilmente y descolgó el auricular. Después de unos segundos apareció en la puerta del dormitorio de la poeta y le dijo:

    –Señora Gabriela, es el señor embajador Raúl Morales Beltrami.

    –¡Ah!, está bien, yo respondo entonces.

    –Buenos días, querida Gabriela. La llamo para compartir con usted esta infinita felicidad que nos está dando a los chilenos y a tanta gente. ¡Felicitaciones! Usted no tiene ni una idea de la cantidad de llamadas que están llegando a la embajada y a mi residencia.

    –Gracias Raúl. Le diré que me siento muy extraña, muy acosada, sobrepasada. Esta noticia me cae encima como una montaña… es como si la cordillera me estuviera aplastando. Hasta me cuesta respirar normalmente.

    –Me imagino Gabriela, me lo imagino. Es un reconocimiento tremendo a su trabajo, es algo hermoso y muy importante –comentó el embajador emocionado.

    –Gracias, embajador, muchas gracias.

    –Quiero de inmediato señalarle que cuente con todos los apoyos que requiera. He conversado por teléfono hace unos segundos con el ministerio en Santiago y se me dice que todo el país está ya comenzando a celebrar su premio. ¡Usted nos está regalando una enorme alegría! También se está celebrando en muchos países de América Latina…

    –Raúl, no me diga nada más que solo aumenta mi confusión. Me ha llamado una periodista sueca hace pocos minutos y le he dicho que no he logrado aquilatar qué está ocurriendo ni qué significa esta distinción, estoy muy difusa. También me ha preguntado la periodista sueca si voy a ir a Estocolmo a recibir el premio y he dicho, espontáneamente y sin siquiera pensarlo, que no podré ir ya que mi salud no está buena, lo que usted sabe que es cierto…

    –Gabriela, usted simplemente no se preocupe de nada –la interrumpió categórico el embajador Morales Beltramí–. El gobierno le dará todo el apoyo que usted necesite. Por supuesto. Yo mismo veré lo de su viaje. Y es evidente que no está en condiciones de trasladarse sola. Usted elija a alguien que la pueda ayudar en este viaje que, como bien sabemos, es muy largo. Lo que me parece muy evidente es que usted no puede dejar de ir a Estocolmo. No solo es un momento muy importante en su vida, sino que lo es para todo el país. No puede faltar a su cita en Estocolmo.

    –Muchas gracias, Raúl. Voy a pensar con más calma este asunto.

    –Sí, por favor, repiense su decisión y vaya a Suecia, es algo único y muy importante. –Después de unos instantes, ante el silencio de la poeta, continuó–: ¿Qué piensa hacer ahora? ¿Se quedará en Río o se regresa a Petrópolis?

    –En cuanto pueda me voy a mi casa en Petrópolis. Aquí no tengo ninguna comodidad, como usted bien sabe, y lo que me está sucediendo es un maremoto. Todo se me viene encima, todo. Me regreso, entonces, a mi casa lo antes posible.

    –Si le parece, con mucho gusto la iré a buscar para llevarla a Petrópolis, ¿le parece?

    –Se lo agradezco mucho, embajador. Me preparo para salir en una hora. Nos vemos entonces.

    Cortaron la comunicación y se fue directamente al baño. Debía vestirse lo antes posible, no podía pasar el día entero en bata de dormir, pensó, esbozando por primera vez esa mañana una distendida sonrisa para ella misma.

    En esas labores estaba cuando sonó el timbre del departamento. Nancy fue a ver de qué se trataba, cuando la poeta escuchó que un señor con acento extranjero se presentaba diciendo:

    –Mi nombre es Lars Janer y soy periodista del periódico Svenska Dagbladet de Suecia. Quisiera poder saludar a la señora Mistral y conocer su reacción por el Premio Nobel.

    Gabriela escuchó la frase desde su dormitorio. "Qué raro que este señor también sepa de este departamento. Igual que su colega periodista, pensó en el total desconcierto en que su mente funcionaba en esos momentos. Estos periodistas suecos deben haber tenido alguna información previaambos estaban mejor preparados que yo para este día. Estos malvados periodistas seguramente sabían algo…", y nuevamente esbozó una leve sonrisa para sí misma.

    Nancy le explicó al periodista que …la señora no está aún en condiciones de recibirlo, por favor espere unos minutos. Y procedió a cerrar la puerta y dejarlo esperando en el exterior del departamento dado que el espacio interior era muy pequeño. La poeta escuchó la breve conversación y se apuró en encontrar unas prendas de ropa y proceder a vestirse. Un gran día se había iniciado.

    V

    El mundo entero se comenzó a activar en torno a ella, cuando Gabriela menos lo esperaba. Ordenó su cabello, para lo cual le bastaba un peinado muy simple. Ella no era de complicaciones ni en el vestir ni en el peinar. Gabriela era de una total simpleza en las formas en su vida cotidiana.

    El día ya había aclarado completamente cuando estuvo en condiciones de recibir al periodista que la esperaba y, mientras se desplazaba al pequeño salón del lugar, le señaló a Nancy:

    –Por favor, dígale a ese periodista que ahora puede pasar.

    En el saloncito había solo una pequeña mesa de centro, dos sillones y un sofá de madera cubiertos de un tapiz de color verde oscuro. Eran muebles modestos y sencillos que impactaron de inmediato en el periodista, quien, naturalmente, no hizo ningún comentario al respecto.

    –Buenos días, señora Mistral. Permítame felicitarla –dijo amablemente el periodista al ingresar al saloncito.

    –Buenos días, señor. Muchas gracias por sus felicitaciones –respondió muy nerviosa la poeta–. Por favor, tome asiento y disculpe que lo haya hecho esperar allí afuera, pero, como usted puede observar, este departamento es muy pequeño. ¿Le puedo ofrecer un té? –le preguntó, mientras Nancy observaba la escena a la espera de la afirmativa reacción del periodista, quien de inmediato acomodó su máquina fotográfica mientras le pedía autorización a la premiada para hacer fotografías.

    Se sentaron y se inició la conversación.

    –Señora Mistral. Me siento muy honrado porque me haya recibido y me conceda unos minutos en este día tan importante para usted y para la literatura mundial –comenzó expresando la visita.

    –Gracias por tomarse la molestia de venir a verme, señor periodista.

    –Quisiera molestarla muy poco rato. ¿Cuál es su reacción a esta distinción?

    –Estoy muy emocionada y agradecida. Todo lo que estoy viviendo ahora es como que me hubiera caído un rayo aquí, en la cabeza –dijo la poeta, tocándose la parte superior de su cabeza–. Quiero comenzar agradeciendo a la Academia Sueca. ¡Es un enorme honor! Usted no se imagina lo sorpresivo que ha sido para mí escuchar la noticia hoy en la mañana –hizo una pausa y continuó, siempre muy nerviosa, conteniendo con dificultad su profunda emoción:

    –Este premio lo entiendo como una señal de interés de Suecia en Sudamérica. Me alegra y me complace mucho ver que Suecia se abre a América Latina y observar los diversos caminos por los cuales su país puede intensificar las relaciones culturales, comerciales y políticas. Este momento será una gran oportunidad para Suecia y para América Latina.

    –Mi colega periodista que acaba de hablar por teléfono con usted hace unos minutos ha enviado un telegrama a Suecia, señalando que seguramente usted no iría a recibir su premio, lo cual ha generado ya mucha preocupación y desconsuelo en mi país… –comentó el periodista. Lars Janer comprendía que la presencia de Mistral era fundamental para el realce de la entrega de los premios Nobel.

    –Bueno, lo estoy reevaluando y le puedo decir que haré lo posible para poder participar en las ceremonias.

    –Señora Mistral…, qué buena noticia. Suecia espera que usted asista a las ceremonias de premiación.

    –Efectivamente, hace un momento le dije a su colega que seguramente no podría ir. Pero he hablado con mi gobierno, el que me pide que vaya, y que harán todo lo que sea necesario para facilitar mi viaje y así estar presente en la premiación. Estaré muy contenta de poder conocer su país.

    –Muchas gracias por la noticia. Creo que debo ir de inmediato a enviar un cable con esta información. ¡Es muy importante! Muchas gracias por su tiempo, señora Mistral.

    –Hasta una próxima ocasión, señor.

    El periodista Lars Janer se retiró del departamento raudamente y

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