La belleza y el arte: Estética y filosofía del arte
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La belleza y el arte - José Miguel Ibáñez Langlois
EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE
Vicerrectoría de Comunicaciones y Extensión Cultural Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile
editorialedicionesuc@uc.cl
www.ediciones.uc.cl
LA BELLEZA Y EL ARTE
Estética y filosofía del arte José Miguel Ibáñez Langlois
© Inscripción N° 2023-A-5996 Derechos reservados
Mayo 2023
ISBN 978-956-14-3124-9
ISBN digital 978-956-14-3125-6
Maquetación: versión productora gráfica SpA
CIP – Pontificia Universidad Católica de Chile Ibáñez Langlois, José Miguel, 1936-, autor.
La belleza y el arte : estética y filosofía del arte / José Miguel Ibáñez Langlois. Incluye bibliografía.
1.Estética.
2.Filosofía del arte.
I. Tít.
La reproducción total o parcial de esta obra está prohibida por ley. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y respetar el derecho de autor.
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
info@ebookspatagonia.com
A thing of beauty is a joy for ever.
John Keats
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
I. QUÉ ENTENDEMOS POR BELLEZA
1. Los afluentes de la Estética
2. Lo que el término designa
3. Las nociones más universales
4. La belleza es siempre inútil
5. El gozo de la belleza
II. CÓMO SE PERCIBE LA BELLEZA
1. La primera percepción es sensorial
2. La aprehensión intelectiva de la forma
3. Interpretación y contemplación de lo bello
III. SUJETO Y OBJETO ESTÉTICO
1. La belleza es objetiva y subjetiva
2. El debate sobre el gusto estético
3. Los niveles del buen gusto
4. El juicio de la posteridad
IV. METAFÍSICA DE LA BELLEZA
1. Ser y verdad, bondad, belleza
2. Sus respectivas diferencias
3. Cuándo es bello lo verdadero
V. LA APARIENCIA LO ES TODO
1. La posible divergencia
2. La belleza se funda en la apariencia
3. ¿Qué quiso usted decir?
4. El lenguaje como objeto substantivo
5. Los géneros no canónicos
VI. ARTE Y BELLEZA
1. La mímesis y sus equívocos
2. Belleza natural y belleza del arte
3. Un objeto pletórico de humanidad
4. ¿Arte sí, belleza no?
5. La belleza como esencia y fin del arte
VII. LA OBRA: VIVENCIA Y LENGUAJE (1)
1. Vivencia y forma poética
2. Todo elemento es necesario
3. Ilustración de algunos casos
4. Necesidad, identidad, invariabilidad
VIII. VIVENCIA Y LENGUAJE (2)
1. Vivencia y forma narrativa
2. Vivencia y forma plástica
3. Vivencia, forma musical y fílmica
4. Lo existencial como forma de un artefacto
IX. EL PROCESO DE LA CREACIÓN
1. Un hacer que inventa su modo de hacer
2. ¿Qué es la inspiración?
3. Tradición y originalidad
X. ARTE Y MORAL
1. El arte, el bien y el mal
2. Ni moralismo ni esteticismo
3. Representar no es incitar
4. La catarsis aristotélica
XI. ARTE Y RELIGIÓN
1. Por lo bello a lo sacro
2. En la era cristiana
3. Responsabilidad del artista
4. Necesitamos belleza
XII. POÉTICA: FORMAS SELECTAS
1. El reino de la música
2. El reino de la imagen
3. El reino de las historias
4. El reino de las ideas
XIII. Tres apéndices
1. Guerra y pazcomo obra de arte
2. Bocetos con idea luminosa
3. Filosofía de la música: convergencias
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
AL IMPARTIR EL CURSO DE estética y Filosofía del arte he solido echar de menos, en ciertos manuales y tratados al uso, dos elementos de signo contrario: un abordaje más antropológico y metafísico de la belleza, y una aproximación más empírica y cercana a las obras de arte.
No es fácil mantener el equilibrio entre estos dos niveles de reflexión: el nivel formal de la filosofía, y el nivel material de la experiencia artística y estética. Hay escritos tan exclusivamente filosóficos sobre el tema, que su referencia a las obras maestras de la literatura, la música y la plástica es casi marginal o nula, lo que empobrece su credibilidad. Y a la inversa, abundan las teorías del arte bien fundadas en la experiencia de esas obras, pero que no alzan el vuelo a causa de su déficit especulativo: no alcanzan la dimensión universal del saber filosófico.
A su vez, la historia de las ideas estéticas, así como también la historia de las épocas, obras y estilos artísticos, son muy necesarias en su género, y una especulación filosófica no iría muy lejos sin la una y la otra; pero a ellas no les corresponde abordar la realidad última de la belleza y del arte en sí misma, al menos con una mirada propia y frontal. Es esa la mirada que en forma sintética querrían alcanzar estas páginas. Basadas en aquel doble fundamento histórico, ellas apuntan al saber esencial de la filosofía, que he intentado esbozar en un lenguaje tan claro y directo como me fue posible.
Las obras de arte que los grandes filósofos tuvieron a la vista fueron de preferencia, para Platón y Aristóteles, la poesía épica y la dramática —la tragedia—, la escultura y la arquitectura; para Tomás de Aquino, las iglesias románicas, el incipiente gótico y sus imágenes sagradas; y para los filósofos alemanes del siglo XIX, la literatura, las obras visuales y la música barroca, clásica y romántica de su pasado y su presente.
Nosotros nos situamos hoy, en cambio, ante la íntegra historia de todas las artes, cada vez mejor documentada, y puesta a nuestro alcance por excelentes reproducciones, que años atrás no podíamos imaginar siquiera. Esta sobreabundancia es sin duda favorable, pero es también más desafiante y compleja, porque su enorme variedad enriquece y a la vez dificulta el intento de una síntesis unitaria. No es pequeño el reto que enfrentan en la actualidad la Estética y la Filosofía del arte.
Los términos arte
y belleza
no han significado lo mismo desde Platón a Heidegger, desde Aristóteles y Plotino a Croce y Gadamer, porque los términos evolucionan a la par que las ideas y que las obras de arte mismas. Puesto que esas obras son hijas de su tiempo y se inscriben en su Zeitgeist, no es lo mismo filosofar ante el Partenón de Atenas, que ante el Duomo de Brunelleschi, o ante un edificio de Le Corbusier o la pintura de Picasso. Ni es lo mismo hacerlo ante una tragedia de Sófocles, que ante las Confesiones de Agustín, o ante los poemas de Neruda o Vallejo en la América mestiza.
Pero detenerse a explicar los matices propios de ambos conceptos, arte y belleza, en cada época y en cada autor, habría hecho más engorrosa esta exposición, justamente por ser filosófica y no histórica. En aras de la claridad, pues, he tendido a usar esos dos términos de la manera más universal y unitaria que pude, cuidando en lo posible de no traicionar sus etimologías, y de no caer en eclecticismos ni en anacronismos.
En cuanto al fondo del asunto, y como no podía ser menos en tan intrincado tema, las propuestas de los varios autores a lo largo del tiempo —artistas, historiadores o filósofos— no han sido unánimes, y a menudo ni siquiera compatibles entre sí, sino que han alternado convergencias y divergencias. Pero más que centrarme en estas últimas, he querido rescatar aquello que sus conceptos tienen de común entre sí y con mis propias ideas, no por un vano sincretismo, sino para evitar polémicas eruditas e inútiles, y para ofrecer a los lectores un planteamiento unitario y positivo sobre la materia, es decir, una respuesta a estas dos interrogantes: ¿qué es la belleza? y ¿qué es el arte?
Dos motivos explican que una mayoría de los ejemplos e ilustraciones de estas páginas provengan de la literatura. Por una parte, en lo material y gráfico es más fácil traer aquí citas verbales, que reproducciones plásticas y musicales. Por otra parte, mi experiencia personal de la belleza y del arte, como base de esta reflexión filosófica, procede en buena medida de la creación poética y de la crítica literaria.
El orden de las materias y su método para examinarlas será el siguiente. Primero vienen el análisis terminológico y la fenomenología de lo bello, como indispensables puntos de partida; luego la gnoseología de la contemplación estética y el problema del gusto; y a continuación un esbozo de metafísica de la belleza como propiedad trascendental del ser. En seguida examino con más detalle la relación entre arte y belleza, nudo gordiano de esta materia, y sobre todo la naturaleza específica de la obra de arte y su esencial singularidad, desarrollo que me parece el aporte más personal del presente estudio, además de ser el más extenso. Y, por último, cuestión no menor, trato sobre la vertiente ética y religiosa de la creación artística.
A modo de colofón, quise ilustrar todavía los conceptos anteriores con ejercicios varios de comprensión poética, aplicables —mutatis mutandis— a las demás artes, y luego con tres apéndices relativos a la novela, la pintura y la filosofía de la música.
Por último, el lector puede preguntarse si esta obra es lo que suele llamarse un manual
destinado al uso académico. En realidad, su estructura básica es la que corresponde a ese género, pero al mismo tiempo me he permitido la licencia discursiva, los desarrollos marginales y el toque personal de un ensayo libre, sobre todo en lo relativo a las referencias artísticas y a las ilustraciones literarias. Y como ensayo, hasta cierto punto puede considerarse divulgativo: en la medida que lo tolera —o que lo exige— la densidad de sus temas.
Por esta razón, he omitido el andamiaje técnico de las citas de autores varios, que he incluido en el texto sin notas a pie de página, editorial, ciudad, etc. Al mismo tiempo, para facilitar la fluidez de su lectura, he reducido al máximo los tecnicismos. Y cuando tal cosa no ha sido factible, he intentado explicarlos en el lenguaje llano que todos leemos y hablamos, en pro de aquellos posibles lectores que excedan el círculo de docentes y alumnos de esta disciplina, y que simplemente estén interesados en conocer, con una mayor hondura, la identidad de estos dos fenómenos fascinantes que llamamos arte y belleza.
I.
QUÉ ENTENDEMOS POR BELLEZA
1. LOS AFLUENTES DE LA ESTÉTICA
La Estética como filosofía de la belleza, y la Filosofía de la actividad que llamamos arte, en lo nominal son dos disciplinas distintas, pero en la práctica son inseparables. Porque de la belleza ¿qué quedaría sin el arte? Solo la naturaleza. Y el arte sin la belleza ¿no caería en lo indeterminado? Esta relación recíproca entre arte y belleza no está exenta de polémica en nuestros días, y por eso mismo será un problema central de nuestro desarrollo; por ahora nos basta con aclarar los términos epistemológicos.
El nombre de este saber filosófico, Estética, es impropio. Proviene del griego, aisthesis, que significa sensación, y se lo impuso a mediados del siglo XVIII un autor situado entre Leibniz y Kant y hoy casi olvidado, Baumgarten, al clasificar las distintas partes de la filosofía. Pero al hacerlo, tuvo el mérito indudable de incluir por primera vez entre las disciplinas filosóficas el estudio de la belleza, con título y estatuto de disciplina propia, condición que nunca antes tuvo, y que en buena medida se ha mantenido hasta hoy.
La inercia ha conservado su nombre de un modo que parece ya irreversible, y que en las redes informáticas lo sitúa en compañía de tratamientos de belleza femenina y de productos cosméticos. Aludiendo a este equívoco, recordaré a un sabio profesor que, obligado a usar el título habitual de la asignatura, solía comenzar su curso con esta invectiva: «¡Estética, cosmética, dietética!: ¡filosofía, por favor!». Sin embargo, no han faltado los autores que, en pro de la misma filosofía, han dedicado abundante espacio de sus obras a la hermosura de la mujer.
Como a Descartes la belleza no le ajustó con una idea clara y distinta
, desechó su conocimiento filosófico. En contextos diferentes, algo o mucho de esa reserva quedó en una tradición que va de Pascal y Spinoza a Husserl y Russell. Pero entretanto Kant se había ocupado ya con profundidad del juicio estético, y los románticos del siglo XIX, sobre todo Schelling y Hegel, con sus vuelos metafísicos, habían devuelto al kalón y al pulchrum la dignidad epistemológica que tuvieron en la antigüedad y el medioevo, y que hoy —con o sin el nombre de estética— revive en autores como Heidegger y Ortega, Scruton y Steiner.
La disciplina estética habita en ese borde fronterizo de la filosofía con los variados ideales artísticos —de época o de escuela— que hoy llamamos poéticas
. Por eso ocupa un lugar parecido al que poseen la filosofía del lenguaje, la filosofía del derecho, la filosofía de las ciencias, la filosofía de la religión y otras filosofías "de, lo cual no es su menor encanto. Si puede llamarse marginalidad a esa situación fronteriza, en compensación vivimos esos tiempos ya anticipados por Hegel, cuando la filosofía del arte (la
ciencia del arte", dice él) es más necesaria que nunca.
En la actualidad ha proliferado de manera asombrosa la literatura estética, sobre todo la que corresponde a las poéticas
de las distintas artes. Además, innumerables estudiosos nos aportan hoy, acerca de la belleza y del arte, variadas perspectivas históricas, psicológicas, sociológicas, lingüísticas y aun neurobiológicas. Algunas de ellas son del mayor interés, porque enriquecen el tema con la mirada de su propia ciencia; pero otros muchos estudios de ese género poseen un interés menor, porque tienden a perderse en un problematismo ilimitado, no exento de ribetes relativistas y aun escépticos sobre lo específico de aquellas dos realidades.
Pero ni unas ni otras aportaciones de esa índole superan en profundidad lo dicho por los principales filósofos aplicados a esta materia, desde los griegos a los contemporáneos. Y tampoco superan la lúcida reflexión de ciertos artistas sobre su propio arte, entre ellos algunos poetas que han tomado conciencia de la poesía con singular hondura, como Goethe, Baudelaire, Rilke, Valéry, Eliot, Pound y Benn, o los que han hecho otro tanto con las artes visuales, como Leonardo, Cézanne, Klee, Matisse y Kandinski, o con la música, como Wagner, Debussy y Mahler.
Quienes descreen de la existencia de la belleza y del arte como realidades dotadas de una esencia propia, pero son conscientes de su innegable vigencia histórica a lo largo de los siglos, tienden hoy a expresar su prevención escéptica en la forma de un moderado historicismo. Su intento —a menudo sumamente erudito— consiste en historiar el inespecífico fenómeno estético
, sin comprometer nunca conclusión alguna sobre el centro y objeto de ese fenómeno, la belleza misma. Ellos no hablan, en efecto, sobre la formidable hermosura de ciertas obras de arte, o de ciertos lugares y momentos de la naturaleza; ellos hablan de lo dicho por otros autores sobre la belleza —literatura secundaria
—, con una erudición que bien parece ser un movimiento de huida frente a lo realmente hermoso.
Nos entregan así doctas historias de las ideas estéticas, que abarcan desde la remota antigüedad hasta nuestros días, y que pueden ser útiles instrumentos de trabajo, pero que adolecen de la limitación de todo historicismo: anulan la substancia real de su propio objeto. Sin embargo, la diversidad de las innumerables opiniones sucesivas sobre la belleza y el arte no prueba su inexistencia objetiva sino, al contrario, la riqueza desbordante de su propio objeto.
En un sentido diferente, la historia del fenómeno estético nos ofrece diversas contribuciones que se refieren a los ideales artísticos propios de cada época, es decir, a ciertas formas particulares de belleza y de arte, o que se limitan a describir sus sendos atributos canónicos, como la proporción, la armonía, la elegancia, el orden, la disposición, la riqueza, la medida, la claridad, etc.: atributos históricos variables y relativos, o que incluso han estado ausentes de ciertas obras de arte. Pero por encima de las estéticas o, como decimos ahora, por encima de las poéticas y de sus respectivos cánones, nuestra tarea es rescatar aquellas nociones que aspiran a la universalidad, es decir, las que integran el saber propiamente filosófico sobre el arte y la hermosura.
2. LO QUE EL TÉRMINO DESIGNA
Siguiendo una usanza antigua y nueva, partiremos con el término belleza
: ¿designa él una esencia real? Calificamos como bellos a incontables entes de toda especie, hasta rozar el límite de lo indeterminado, por no hablar de la diversidad de opiniones que el término suscita de por sí. En esa multiplicidad de objetos, de imágenes y de obras que reivindican la condición estética, ¿existe alguna constante de sentido y de significación real que la haga digna del saber filosófico, o más bien deberíamos seguir el consejo de Wittgenstein en casos parecidos: guardar silencio?
Ese consejo parece aun más atendible en este caso, si pensamos que solo la belleza puede hablar de sí misma y desde sí misma: que ella puede ser dicha solamente por la obra de arte o por la naturaleza en el esplendor de su aparición, y no por nosotros, que la miramos y admiramos con un respetuoso silencio, y que reconocemos su abrumadora preeminencia sobre cuantas reflexiones podamos dedicar a su esclarecimiento.
Sin embargo, tanto el imperativo del logos como la pasión por la hermosura nos mueven a indagar en ella, y a decir acerca de ella cuanto sea posible, con idéntico respeto, y con el estímulo —¡y el desafío!— de tanta obra bella como la historia nos ha brindado, cuidando por cierto de no refugiarnos en el misterio de la poesía
, el misterio de la música
, lo inefable del arte
, el no sé qué
de la belleza, etc., dimensiones que pueden ser efectivas, pero que a menudo operan como coartadas de la inercia o de la falta de audacia intelectual.
En no pocos sectores del pensamiento actual, sobre todo en los de signo positivista, reinan numerosas reservas sobre la existencia de una realidad singular y definida llamada belleza, o bien sobre la posibilidad de definirla —de ponerle fines o contornos precisos— y de entregar una noción determinada de ella. Se lo quiera o no, sin embargo, hablar de belleza en nuestra forma habitual de hacerlo —y no a lo Humpty Dumpty— implica saber de qué estamos hablando. Y no vale refugiarse en el adjetivo —"experiencia estética"— para evitar el poderoso substantivo que ha logrado resistir el embate de los siglos: kalón, pulchrum, pulchritudo, Schönheit, beauté, belleza, beauty, belleza o hermosura…
¿De qué estamos hablando, entonces, cuando hablamos de belleza? Comencemos de partida con el término, que de buenas a primeras dice multa sed non multum, demasiadas cosas, pero no demasiado. No obstante, el uso continuo del mismo término belleza
y del adjetivo bello
, a lo largo de los siglos y en todas o casi todas las lenguas indoeuropeas, nos sugiere la realidad de una esencia común. Porque si no la hubiera, ¿cómo explicar que sigamos empleando porfiadamente ese mismo vocablo, para calificar con él un conjunto tan heterogéneo de entes naturales y de obras humanas, de tendencias y escuelas y valores y modas y gustos estéticos
?
Un espejismo del lenguaje no permitiría esas veleidades, en asuntos que son a menudo de la mayor seriedad para la existencia humana. Nuestro lenguaje dista mucho de ser infalible, pero dista aun más de ser in-significante. Del adjetivo bello
nos valemos a diario para calificar ya sea parajes de la naturaleza, ya artefactos varios, lo mismo las obras de arte que el aspecto físico de las personas que nos rodean, y por igual sus conductas que su discurso, sus casas y muebles que su indumentaria... A quien instala su hogar no le es indiferente su decoración; al varón no le es indiferente la belleza de su posible novia o esposa; a quien oye música no deja de importarle que la canción o la sinfonía sean hermosas o no; a quien sale de excursión no le es indiferente el aspecto del entorno natural…
Y de todas esas cosas decimos que son bellas, o más bellas que otras, o bellísimas, o menos bellas, o feas, o muy feas, u horribles, y aun sin aspirar a la infalibilidad, lo hacemos con la mayor naturalidad e incluso con aplomo, como estando seguros de que el adjetivo en cuestión significa algo, más aun, de que significa lo mismo. La unidad de sentido y significado de lo bello no puede ser, por supuesto, unívoca ni uniforme. En clave de conceptualización lógica y ontológica, existe desde antiguo una categoría que permite hacerse cargo tanto de la unidad como de la diversidad de todo lo que llamamos bello: la analogía.
En la lógica y la metafísica tradicionales se ha llamado análogos
a aquellos términos, predicados y conceptos que no son equívocos
—meras coincidencias de palabras—, ni tampoco unívocos
—nombres de género o especie o grupo natural—, sino que designan un conjunto de entes a la vez diversos y semejantes. Su núcleo de significación es en parte común a todos ellos y en parte distinto. Esa categoría de lo análogo
se nos mostrará importante a la hora de profundizar en la hondura metafísica —trascendental
— de la belleza como propiedad del ser.
Digamos por ahora que el concepto de belleza posee la condición de