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De ellos es el reino de los cielos
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De ellos es el reino de los cielos
Libro electrónico140 páginas2 horas

De ellos es el reino de los cielos

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Información de este libro electrónico

Garry Baita, un inmigrante de Guinea Ecuatorial conoce en Madrid a un hombre
misterioso llamado Ángel Méndez quien le promete empleo en León,
Guanajuato. Expulsado por la crisis económica de España e impulsado por los
ánimos de comenzar una vida nueva en otro país Garry llega al Bajío mexicano
en busca de aquel personaje. Su insistencia por encontrar a Ángel lo lleva a
enfrentar peligros en una ciudad desconocida para él. En sus andanzas conocerá
personas que lo acogerán con afecto, sin embargo, él sin quererlo se convierte
en una pieza importante para desarticular una red de trata de blancas controlada
por las élites de la ciudad que viven bajo el rencor de la Guerra Cristera y del
movimiento sinarquista.

IdiomaEspañol
EditorialWalter Arias
Fecha de lanzamiento13 abr 2019
ISBN9781370742707
De ellos es el reino de los cielos
Autor

Walter Arias

Walter Arias born in Guanajuato, Mexico. Specialized in History of Catalonia and New Spain in XVIII century, currently is focused in narrative writing. Now he is preparing a historical novel set in Barcelona and Mexico during 1784 and 1817.

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    De ellos es el reino de los cielos - Walter Arias

    De ellos es el reino de los cielos

    Walter Arias

    Smashwords Edition 2019

    A mi madre,

    mientras te ibas yo quería contarte esta historia.

    Allá en mi León, Guanajuato

    la vida no vale nada.

    Caminos de Guanajuato,

    José Alfredo Jiménez.

    I

    El cielo es un lugar invisible

    A punto de embarcar el vuelo de Madrid Barajas a Ciudad de México, un hombre de rasgos quechuas se acercó a predicarle los evangelios. Garry, nervioso, intentó ignorarlo, solo recordó la frase: bienaventurados sean los perseguidos por la ley, porque de ellos es el reino de los cielos. Él había sufrido bastante desde que salió de su natal Guinea Ecuatorial para buscar una mejor vida en Europa. Estaba cansado de gente vil que al fin y al cabo entrarían al cielo si se arrepentían del mal que habían hecho en la tierra. En el avión sintió temor por pensar blasfemias, pero las contradicciones de la religión no daban respuestas a los sufrimientos de un emigrante como él.

    Cuando llegó a su destino la policía registró su mochila. ¿Por qué? no lo sabía, pensó que era una inspección al azar. Posteriormente salió de la zona de aduanas sin declarar nada y se vio avasallado frente a una multitud pendiente del arribo de los viajeros. Banderas, cartulinas con nombres, flores, chocolates, globos y demás muestras de albricias adornaban las manos de la gente. Los reencuentros y las nostalgias se hacían presentes. En cambio, a él nadie lo esperaba. Rodeó a la muchedumbre y se quedó parado con ingenuidad en un lugar desconocido. Las personas apresuradas lo empujaban sin querer para abrirse paso en los corredores del aeropuerto. Buscó con la mirada alguna cara amigable que pudiera orientarlo sobre cómo llegar hasta la ciudad de León. En un costado del pasillo vio cambio de divisas, se acercó a una de las ventanillas cubiertas por una mampara y cambió cien euros. Detrás del mostrador un joven con la mirada nerviosa y modales desenfrenados le dio rápidamente el dinero sin añadir palabras, junto con un tique.

    –Perdona, ¿sabes cómo puedo llegar a la ciudad de León desde aquí?

    –Nosotros no damos esa información –contestó tajantemente ignorando a Garry cuyo semblante entristeció ante tal bienvenida. Con el dinero en el bolsillo se alejó y topó de frente con un hombre que empujaba un «diablito» para cargar equipaje. Se miraron fijamente:

    –¿A dónde va, joven? –preguntó el hombre que leyó en sus ojos la necesidad de ayuda.

    –A la ciudad de León –respondió Garry, mostrando el papel donde tenía apuntada la dirección de Ángel Méndez, a quien conoció en un bar de Madrid llamado El Boñar de León. Curiosamente el nombre hacía referencia a la ciudad homónima donde ahora iba a buscar a esa persona.

    –Ah, para eso tiene que agarrar el camión que va para allá. Mire, yo lo llevo… ¿no trae equipaje? –miró como Garry le mostraba solamente la mochila en su espalda. Caminaron juntos hasta subir a una oficina de autobuses con destinos variados. Mientras andaban el hombre le decía: –No se desanime, joven. Siempre tiene que ser positivo ante la vida. Si se siente perdido solo pregunte y verá que habrá quién le ayude para llegar a donde sea. –Las palabras del maletero reconfortaron al recién llegado. Una vez comprado su boleto hacia León, miró que el hombre lo esperaba con la intención de recibir una propina. Garry quiso saber cuánto le debía por haberlo llevado hasta allí.

    –Es solo lo que usted considere, nosotros trabajamos con las propinas. –Sacó de su bolsillo un billete de cien pesos y se lo dio. El hombre agradeció la cantidad y se marchó deseándole la mejor de las suertes y protecciones de Dios y la Virgencita de Guadalupe. Cuarenta minutos más tarde Garry estaba dentro del autobús sin saber cuánto tardaría en llegar al destino final. Sus ojos se cerraron y los abrió cinco horas después cuando el chofer anunció a los pasajeros que estaban en León, Guanajuato.

    Era la una de la madrugada y el silencio de la noche solo se rompió con la puesta en marcha del taxi que lo llevó desde la Central de Autobuses hasta el domicilio escrito en el papel. Las calles estaban desiertas y el bulevar se iluminaba como un largo corredor que escondía secretos. El taxista comenzó a hablar:

    –¿De dónde viene?

    –De Madrid –respondió Garry.

    –Aaaah, muy bien. ¿A qué viene por acá?

    –Vengo a buscar a una persona que me prometió trabajo. –Notó que el taxista lo miraba mucho por el retrovisor y comenzó a sentirse incómodo; Garry bajó la visera de su gorra y se cubrió el rostro. Al llegar a la calle Plasencia trató de orientarse para localizar el número de la casa de Ángel Méndez. Miraba la dirección en el papel mientras se acercaba a la puerta.

    *

    La primera noche en el Bajío mexicano tuvo que dormir en la calle. Para su mala fortuna Ángel Méndez no estaba en casa. Las manos le sudaban ante la incertidumbre de llegar a una ciudad nueva. Conforme aumentaba el tráfico de vehículos por la mañana la polución lo cubría, trató de apartarse del humo. Cogió su equipaje, se ajustó la gorra, estiró las piernas y decidido a espabilarse buscó una cafetería. Antes de cruzar la calle escuchó como desde un campanario llamaban a misa. Las personas que pasaban a su lado lo ignoraban y otras lo miraban con extrañeza a través del rabillo del ojo. A él no le importaba, los negros parecían ser exóticos en todo el mundo, pensó. No obstante, una vecina que gustaba de llevar elegantes cruces en el pecho, tanto dentro como fuera de casa, lo estuvo observando durante un rato y llamó al 066.

    Garry trataba de localizar donde comer cuando una camioneta de la policía local se paró de golpe frente a él. Dos elementos uniformados lo agarraron sin decir ni una palabra. Las piernas le temblaron y su corazón se aceleró en pocos segundos:

    –¿Pero por qué me llevan? –dijo mientras sujetaba su mochila con dificultad ante los forcejeos con los representantes de la ley.

    –Eres un pinche migrante y no te queremos. –Uno de los uniformados trataba de hostigarlo con el pie. –Vamos, negro, ¡muévete! –El policía tenía la piel igual de oscura que el detenido, sin embargo, sentía superioridad por ser un policía mexicano.

    –¡Agente, hay una confusión! ¡Yo no soy un migrante! ¡Vengo desde Guinea Ecuatorial a visitar a…! –Intentó acabar la frase cuando una patada lo dobló en la parte trasera de la camioneta. Le impidieron ver el camino por donde corría la patrulla hasta que pararon frente a un edificio de concreto, pintado de blanco con azul y resguardado por policías armados.

    El aire caliente avasallaba su cabeza por lo que no podía reaccionar. Lo bajaron de mala manera y empujándolo hasta una sala iluminada gritaron a un tipo frente a una computadora:

    –¡Apunta a este cubano! De seguro estaba pidiendo dinero pa’ subirse al tren de los mojados. –Esperó un rato mientras el funcionario en turno tecleaba con desgano y desdén. Garry carraspeó después de unos minutos en silencio:

    –¿Eres de los que viajan en La Bestia? –dijo el hombre sin expresión y entumecido. Los uniformados se marcharon en la camioneta. Solo quedaron ellos en el escritorio. Era curioso, pensó que la historia se repetía: cuando llegó por primera vez a Madrid en 1992 la policía lo recogió debajo de un puente llevándolo a una comisaría céntrica donde pernoctó varios días. Creía que México era un país más amigable, pero lo habían cargado sin motivos y encima le quitaron parte del dinero que cambió en el aeropuerto de la Ciudad de México. Sin embargo, conservaba todavía unos cuantos euros, ¿por qué no se los habían quitado? Quizás los agentes le sustrajeron a tientas sin ganas de esculcarlo realmente.

    Él había lidiado con varias policías a lo largo de su vida. La rudeza de la española era en verdad zafia pero la mexicana sumaba peores características.

    El oficinista de la delegación de policía le comenzó a pedir los datos:

    –¿Su nombre?

    –Garry Baita.

    –¿hondureño, cubano, panameño, colombiano...?

    –Soy guineano. –El hombre lo miró con desconcierto, ¿dónde quedaba eso? arrugó su frente grasosa mientras se ajustaba la corbata gris y pasaba la mano sobre el pelo engominado, como un muñeco autómata de feria del 1800. Se hizo una pausa mientras miraba al detenido fijamente sin saber qué decir. Pese haberse graduado en Derecho y capturado cientos de datos personales parecía que sus conocimientos de geografía no eran suficientes para situar países en un mapa.

    –Guinea Ecuatorial, capital Malabo. En el África central –explicó Garry brevemente para orientarlo. El hombre se echó hacia atrás en la silla disimulando vergüenza, en un primer momento pensó en algún país pegado a Brasil. En lugar de exigirle sus documentos sintió que no era necesario, el llenado de la ficha policial se le complicaría con detalles de un país desconocido para las autoridades locales. Continuó el silencio de incertidumbre, únicamente se oían las risas y voces de las oficinas contiguas y se respiraba el aire impregnado a un aroma tenue a café, a clima artificial y a la halitosis de los oficinistas.

    –Te puedes ir. Pero vete rápido antes que se den cuenta que estuviste aquí. –Baita se levantó de la silla y quiso preguntar cómo llegar al centro, pero el administrativo lo ignoró volviendo a mirar su computadora. Sin recibir respuesta, salió tratando de orientarse, vio que a lo lejos sobresalían los campanarios de las iglesias, si continuaba en esa dirección tarde o temprano llegaría al centro.

    El sol prensaba su cuerpo contra el concreto, aunque para él ese calor no se comparaba con los veranos de Madrid donde la canícula secaba en breves instantes cualquier gota de humedad y la gente inundaba las plazas para hidratarse a base de cerveza helada, incluso durante las noches; aquí lo veía distinto, pocas personas por las calles y los treinta grados promedio del mediodía resultaban agobiantes pero las sombras disminuían la sensación de calor.

    Conforme se alejaba de aquella oficina hostil cruzó barrios enteros con aspecto decadente. Pasaba del mediodía

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