CAMALEONES CULTURALES
El año 793 no pintaba bien para lo que hoy es Gran Bretaña. La Crónica anglosajona recoge que se observaron “inmensas columnas de luz” alzándose hacia los cielos junto a gigantescos “torbellinos” y aterradores “dragones de fuego” que sobrevolaban las tierras de Northumbria… Después llegaron los vikingos.
Cayeron sobre el monasterio de la isla de Lindisfarne escribiendo con un sangriento saqueo la primera línea de la era vikinga, que, en realidad, había empezado seis años antes en Wessex, cuando tres barcos llegaron hasta Portland. Allí, un funcionario llamado Beaduheard, al servicio del rey Beorhtric, acudió a su encuentro pensando que los vikingos venían a comerciar. Su deber era exigir el tributo correspondiente a cambio de permitir la venta de mercancías en los territorios de su rey. Pero los nórdicos ni venían a comerciar ni quisieron pagar tributo alguno, así que, ante la insistencia de Beaduheard, lo ejecutaron.
Por tanto, a finales del siglo viii, los vikingos ya habían golpeado las dos piernas sobre las que se asentaban los estados europeos medievales. La religiosa, representada por el monasterio de Lindisfarne, y la política, interpretada por el desgraciado funcionario Beaduheard.
Tras ambos episodios, los vikingos se convirtieron en el terror de Europa, y ganaron una fama de asesinos incendiarios que ha perdurado hasta nuestros días. Fama sin duda merecida, pero que obvia la capacidad que tuvieron aquellos piratas para convertirse en “camaleones culturales”, en pala bras de la historiadora Eleanor Rosamund Barraclough. Gentes que, además de saquear sin freno, establecieron sólidas relaciones comerciales con pueblos diversos, exploraron mundos desconocidos, absorbieron lenguas extrañas y se mimetizaron con los pueblos que lograron conquistar, logrando un sincretismo cultural y religioso que aún hoy resulta sorprendente.
LOS VIKINGOS GANARON UNA FAMA DE ASESINOS INCENDIARIOS QUE HA PERDURADO HASTA HOY
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