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Jesús, cristianismo y cultura en la Antigüedad y en la Edad Media
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Libro electrónico955 páginas29 horas

Jesús, cristianismo y cultura en la Antigüedad y en la Edad Media

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Esta obra presenta la formación de las condiciones socioculturales que permitieron que el cristianismo se transformara en una religión universal, a través de un proceso de institucionalización y difusión por el mundo antiguo, lo que permitió que no permaneciera sólo como un grupo sectario al interior del judaísmo. La Edad Media sería incomprensible
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 ago 2023
ISBN9786074172324
Jesús, cristianismo y cultura en la Antigüedad y en la Edad Media
Autor

Gonzalo Balderas Vega

Gonzalo Balderas Vega estudió filosofía en el Studium Dominicano de la Provincia de Santiago, de la Orden de Predicadores en México; realizó estudios de teología en el Departamento de Ciencias Religiosas de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México; es maestro en filosofía por la misma universidad. Ha sido profesor en las universidades Iberoamericana, Lasalle, Intercontinental; en el Instituto Teológico de Estudios Superiores (ITES) de la Conferencia de Institutos Religiosos de México (CIRM); en el Teologado Internacional San Alfonso, de los Padres Redentoristas; en el Centro de los Valores Humanos, A.C. (CEVAHAC), de los Padres Carmelitas; en el Seminario Conciliar de México y en el Colegio Máximo de Cristo Rey, de los Padres Jesuitas. Es académico de tiempo completo en la Ibero desde 1998; cofundador del Centro de Derechos Humanos “Fray Francisco de Vitoria OP”; fue director del Centro de Estudios Teológicos de la Conferencia de Institutos Religiosos de México en la década de los noventa del siglo XX.

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    Jesús, cristianismo y cultura en la Antigüedad y en la Edad Media - Gonzalo Balderas Vega

    INTRODUCCIÓN

    El cristianismo es una religión histórica; dicho en otras palabras, no está fundada sobre principios abstractos sino en sucesos históricos reales. El más importante de ellos es la vida de Jesús de Nazareth. Según la tradición evangélica, nació en un establo, fue ejecutado como un criminal, no dejó nada escrito, no poseyó riquezas, no fue a la escuela. A pesar de sus orígenes humildes, desde hace siglos se celebra su nacimiento y muerte en todo el mundo. Los detalles biográficos de Jesús son muy escasos. En el siglo XVIII se dio comienzo a los estudios que perseguían como objetivo un mejor conocimiento de Jesús desde su historia.

    Jesús de Nazareth nació en Palestina durante el reinado de Herodes el Grande, probablemente antes del año 4 a.C. Murió el 7 de abril del año 30 d.C. Él anunció a sus contemporáneos la inminente llegada del Reino de Dios. El contexto sociorreligioso que sirvió de marco a su mensaje era sumamente complejo. El judaísmo de su tiempo no era monolítico, había muchas corrientes. Después del año 70, como consecuencia de la guerra que libraron los judíos contra Roma, surgió un judaísmo ortodoxo de orientación farisea. Con este judaísmo se enfrentará el cristianismo. Mateo y Juan dan cuenta del conflicto entre el judaísmo fariseo y el cristianismo. Gracias a este conflicto judeo-cristiano, este último adquirió la identidad que le permitió convertirse en una religión universal. Pablo jugó un papel importante en el proceso de universalización del cristianismo, ya que gracias a él el cristianismo no terminó siendo una secta marginal al interior del judaísmo. En el siglo II el cristianismo había logrado inculturarse en el mundo helenístico-romano. Los Padres Apostólicos reflexionan al interior de la Iglesia; los Padres Apologistas lo hacen de cara a la cultura greco-romana. Jerusalén no llegó a hegemonizar al nuevo movimiento religioso; éste, en su proceso evangelizador, dio origen a múltiples centros desde los cuales iban surgiendo varias formas de inculturar la fe cristiana en el mundo antiguo. Estos centros eran Antioquía, Roma, Éfeso, Corinto, Alejandría, Cartago, etc. En el siglo III, Alejandría es un gran centro de cultura cristiana gracias al trabajo intelectual de Clemente y Orígenes; Cartago, en el mismo siglo, contará con Tertuliano y Cipriano. En el África cristiana nació la teología latina, gracias al esfuerzo intelectual de Tertuliano. En el siglo IV, Capadocia se convertirá en un importante centro teológico; los Padres Capadocios serán los exponentes de una cultura cristiana en diálogo con la cultura clásica griega y con la cultura helenística de la época. Basilio, Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno se convertirán en los máximos exponentes del pensamiento cristiano en Oriente durante el siglo IV. En Occidente, la gran figura intelectual será Agustín. De hecho, se convertirá en el «Padre espiritual» de la Cristiandad medieval. El Oriente cristiano no gozó de la libertad suficiente frente al Estado. Los emperadores bizantinos ejercieron su poder sobre la Iglesia. En cambio, el Occidente cristiano, ante la desaparición del Imperio romano en el siglo V, gozó de plena autonomía frente a los reinos bárbaros que sustituyeron al Imperio romano. San Gregorio Magno es el papa típico de la Edad Media. Él ejerce el poder espiritual y temporal en un mundo sumido en el caos.

    El papado y el monacato construyeron la Europa medieval. La cultura de la Europa de la Alta Edad Media es monástica y clerical. Con el Renacimiento carolingio en el siglo IX nace la cultura propiamente europea. Esta cultura llega a su madurez con el Renacimiento del siglo XII. En el siglo XIII la escolástica y el gótico, la universidad, los burgos, los gremios, la burguesía mercantil, las órdenes mendicantes, son la expresión de esta cultura europea en su estadio adulto. San Francisco y santo Domingo simbolizan una nueva mirada sobre el mundo de los pobres. Las órdenes mendicantes contribuyeron en la Baja Edad Media con su espiritualidad y pensamiento a darle un nuevo impulso a la cultura europea. Ahora hay un real interés en Jesús de Nazareth; el Pantocrátor bizantino que dominó el arte románico y la espiritualidad se humaniza gracias a san Bernardo y san Francisco. Franciscanos y dominicos se insertan en el mundo de los pobres que viven en las ciudades, que se convierten en un espacio de relaciones más horizontales y democráticas en un mundo feudal. Abelardo y san Bernardo simbolizan el conflicto entre el viejo orden feudal y el nuevo orden que está surgiendo en el renacer de la vida urbana en el siglo XII. Santo Tomás de Aquino simboliza una nueva manera de abordar los problemas de la época. París, Bolonia y Oxford simbolizan el internacionalismo de la naciente vida universitaria. La nueva sociedad bajomedieval es una sociedad dinámica. En cambio, la sociedad altomedieval es estática. Los monjes simbolizan un mundo que aspira a la inmovilidad; los dominicos y franciscanos simbolizan un mundo que aspira al cambio. El monje hace voto de estabilidad, el franciscano y el dominico hacen voto de movilidad. La espiritualidad mendicante apoya el desarrollo de una espiritualidad laica. Ahora se puede ser un verdadero cristiano en el mundo, no hay que recluirse en un monasterio para ser un cristiano ejemplar; inserto en el mundo se puede aspirar a la perfección cristiana. El Maestro Eckhart, los begardos y las beguinas contribuyeron al desarrollo de una nueva espiritualidad.

    El cristianismo, por su propia dinámica vocacional, tiende a ser una religión comprometida con la historia. El espiritualismo nunca ha ganado la batalla a una fe que tiene orígenes proféticos e históricos. Para los creyentes de todos los tiempos no hay duda de que el «Verbo se hizo carne». La encarnación de Dios impulsa a los cristianos a buscar la salvación del mundo al que Dios ama y al cual ha enviado a su Hijo Único (Juan 3:16-17). El Verbo ha asumido un rostro judío, griego, bizantino, bárbaro, asiático, africano, amerindio y latinoamericano. No existe un cristianismo monolítico, sino cristianismos. Éstos dan cuenta de la capacidad incarnatoria de la fe cristiana en las culturas de la humanidad. El cristianismo proclama al mundo que «el Verbo se hizo hombre» (Juan 1:14) y, como consecuencia de la Encarnación de Dios, el cristianismo «se hizo cultura» al asumir lo que de bueno y bello hay en las culturas de quienes se han adherido a la fe. Por eso, el cristianismo no sólo busca que por la predicación del Evangelio los hombres lleguen a la obediencia de la fe (Romanos1:5), sino también a identificarse con aquellos que siendo griegos o bárbaros han abrazado la fe. Sólo donde hay una verdadera inculturación del Evangelio se dan las condiciones para que surja una cultura genuinamente cristiana. Los Padres Griegos están convencidos que lo que no se asume no se salva. Si Cristo no asumió nuestra carne (humanidad), ésta no ha sido salvada. Asumir la carne es asumir lo que el hombre es: somos seres históricos, y la cultura forma parte de nuestra historia. El Dogma de Cristo proclama la verdad fundamental de la fe cristiana contra las tendencias espiritualizantes y deshistorizantes que se dieron al interior del cristianismo durante los siglos IV y V.

    Este trabajo quiere dar cuenta del proceso histórico que condujo al cristianismo a transformarse de un movimiento profético-apocalíptico al interior del judaísmo, en la religión mundial que llegó a ser, al insertarse en una cultura que bajo el liderazgo de Alejandro Magno había apostado por el universalismo. El helenismo fue el marco sociocultural, junto con el Imperio romano, que hicieron posible esta radical transformación de una secta marginal judía en una religión universal.

    1. El cristianismo: origen de una nueva cultura en la cuenca mediterránea en la Antigüedad postclásica y tardía al transformarse en una «religión universal»

    1.1 Antecedentes históricos de la helenización y universalización del cristianismo

    1.1.1 Palestina y los grandes Imperios que ejercieron su hegemonía en el Próximo Oriente

    La historia de Palestina está ligada a los grandes imperios que se sucedieron en la historia de la cuenca mediterránea. No es fácil comprender de forma adecuada todo lo que la civilización debe al amplio entorno del Próximo Oriente. En él tuvieron su cuna las tres grandes religiones del mundo actual: judaísmo, cristianismo e Islam. Y de allí procede la más valiosa literatura religiosa del mundo: la Biblia. En el Próximo Oriente comenzó la agricultura y la más remota vida en aldeas. Allí desde luego se dio el inicio de la literatura, el derecho y la ciencia. A los habitantes del valle meridional del Tigris-Éufrates, los sumerios, les debemos la invención del primer sistema, propiamente tal, de escritura[1]. Los relatos sumerios de la creación y del diluvio marcaron la pauta para las historias, más tardías, que se hallan en gran cantidad en el Próximo Oriente. Parece que los sumerios fueron los creadores de ciertas formas literarias, como la elegía o lamento y los proverbios o literatura sapiencial. Existe una colección de documentos que proceden de la ciudad de Erec, en los que se agrupan nombres de pájaros, peces, animales domésticos, plantas, jarrones, nombres de personas, etc., que probablemente hay que considerar como verdaderos registros científicos destinados tal vez a los maestros para que les sirvieran en la enseñanza. Estos documentos datan del 3300 a.C. Entre los sumerio y sus sucesores, los asirios y los babilonios, se hallan los comienzos de la medicina, las matemáticas, la astronomía, la geología y la metalurgia. A ellos se debe el sistema sexagesimal (que cuenta por conjuntos de sesenta o por fracciones o múltiplos de sesenta), que se reflejan en nuestra división de la circunferencia en 360° y de la hora en 60 minutos.

    El alfabeto se deriva de uno de los diversos sistemas de escritura utilizados por los cananeos, antes de la entrada de los israelitas en Canaán. Será difícil valorar debidamente la importancia e influencia de esta invención, porque de ella se derivan los alfabetos hebreo, árabe, griego, latino y otros. Las formas arquitectónicas más importantes tuvieron también su origen en el Próximo Oriente, incluido el capitel jónico[2]. Entre los numerosos logros culturales del Próximo Oriente se halla el desarrollo de la música[3]. Los instrumentos musicales sumerios de principios del tercer milenio a.C. atestiguan ya un nivel artístico elevado. Los instrumentos de música y los músicos cananeos fueron también populares en Egipto. Los israelitas y los griegos se inspiraron en las melodías cananeas y recogieron incluso el nombre de los instrumentos cananeos de música. En el Templo de Jerusalén los salmos se cantaban según tonadas cananeas.

    Egipto e Israel mantuvieron una estrecha relación a través de sus respectivas historias. La arteria vital de Egipto son las aguas del Nilo, que permiten que las personas vivan en una estrecha franja de tierra fértil situada en medio de las grandes extensiones desérticas del nordeste de África. El Nilo fluye de sur a norte. Y, así, el Bajo Egipto constituye un delta extenso y llano con marismas y con los diversos brazos del Nilo que van a parar al mar. Las palabras que se leen en Éxodo 7:19: «las aguas de Egipto, sus canales, sus ríos, sus lagunas y todos sus depósitos de agua» se refieren a esta zona. El resto de Egipto, hasta la primera Catarata en Siene, es el Alto Egipto. Aquí es donde se siente más el desierto. Las arenas desérticas de Tebas han conservado la mayor parte de los testimonios sobre el pasado grandioso de Egipto, ya que constituían el lugar adecuado para enterrar a los muertos y edificar grandes templos. Desde Menfis, al pie del delta, hasta Siene (en la primera Catarata), hay unos 1 074 km. Para referirse a la totalidad de Egipto, la Biblia dice: «Desde Migdol hasta Siene» (Ezequiel 30:6). Dada su proximidad con el país de Canaán, la Biblia nos habla más del Bajo Egipto. En el delta fue donde los israelitas fueron esclavizados. Gosén está cerca del Wadi Tumilat. Es una región fértil (cfr. Génesis 47:6) regada por un canal procedente del Nilo. El País del Nilo se halla geográficamente aislado, con desiertos al este y al oeste. Su comunicación por tierra con el resto del Próximo Oriente suponía un viaje de una semana a través del desierto por las rutas de caravanas que cruzaban la ruta de la península del Sinaí. O bien sus barcos podían emprender la ruta marítima a lo largo de la costa de Canaán. Pero Egipto no podía permitirse vivir aislado, porque necesitaba a Canaán, no sólo como Estado intermedio y zona de seguridad, sino también como pasillo para sus comunicaciones. Los ejércitos de Egipto se hallaban a menudo en Siria y Canaán, donde las rutas comerciales constituían la arteria vital del comercio. Desde los tiempos más remotos, Egipto comerció con los fenicios, especialmente a través de la ciudad portuaria de Guebal. Durante el Imperio medio y la Dinastía XII (ca. 2000-1800 a.C.), los egipcios echaron pie firme en Siria y Canaán. Los comerciantes y los productos del País del Nilo ocupaban un lugar muy señalado en la ciudad de Ugarit, en la costa siria, y también en otros lugares del Próximo Oriente. Durante la época de los Patriarcas, los Hicsos dominaron Egipto. Durante el siglo XVII a.C. Canaán fue parte de un Egipto dominado por estos extranjeros. Su capital fue Avaris. El poderío egipcio floreció durante las dinastías XVIII y XIX. Tutmosis I (1528-1510) llegó hasta el Éufrates y Tutomosis III (1490-1436) llevó a cabo en esta región numerosas campañas. Este faraón enumera 119 lugares de Canaán y de la Siria inferior conquistados durante su primera campaña. Las cartas de Tell el-Amarna, enviadas a Egipto por los reyes de Canaán, Fenicia, Siria y Asia Menor, son testimonios de la presencia egipcia en estas zonas del Próximo Oriente. La primera alusión no bíblica a Israel aparece en los anales del faraón Mernepta (XIX Dinastía). El pedestal de bronce de una estatua de Ramsés VI (1141-1134), descubierta en Meguido, nos ofrece un testimonio de la presencia egipcia en Canaán a principios de la época de los Jueces[4]. Las relaciones mutuas entre Egipto y Canaán han quedado ilustradas de manera abundante en los relatos bíblicos. Una princesa egipcia llegó a ser la esposa principal del rey Salomón. Jeroboam I de Israel solicitó y obtuvo asilo político en Egipto (cfr. 1 Reyes 11:40). El faraón Soseq I (Sisac) invadió los reinos de Israel y de Judá durante los reinados de Jeroboam I de Israel y Roboam de Judá (cfr. 1 Reyes 11:40). Egipto alentaba al reino de Judá y al reino de Israel para que se rebelasen contra Asiria. Egipto fue probablemente el instigador de la coalición contra Salmanasar III de Asiria, que tuvo lugar en Carcar en el año 853, y fue una alianza en la que participó Ajab, rey de Israel. Las intrigas egipcias en el país de los filisteos maquinaron la rebelión que dio motivo a Sargón para entrar en 715 y 711 en el país de los filisteos. Cuando este país se rebeló en el 701 y el rey Ezequías de Judá se unió a los rebeldes, el pueblo de Ecrón acudió a Egipto y Etiopía para pedir ayuda contra los asirios acaudillados por Senaquerib, pero los ejércitos de Egipto y Etiopía fueron derrotados por los asirios. Apoyando esta vez a los asirios contra los babilonios, el faraón Necao invadió el país de Canaán en 609 y dio muerte al rey Josías de Judá en Meguido (cfr. 2 Reyes 23:29). En 605 los egipcios fueron derrotados decisivamente por Nabucodonosor en Cárquemis (cfr. Jeremías 46). El rey Joacaz de Judá, que había sido llevado en cadenas y conducido a Riblá para comparecer ante Necao, y a quien se había impuesto tributo, fue depuesto y desterrado a Egipto, y Necao puso en el trono a Joaquín, quien cargó grandes impuestos sobre la gente del país para poder pagar a Egipto los tributos exigidos de plata y oro (cfr. 2 Reyes 23:33-35). Cuando Judá se rebeló en tiempos del rey Sedecías, los egipcios, en el 587, trataron inútilmente de ofrecer ayuda a los asediados judaítas (cfr. Jeremías 37:5-6). A estos y otros testimonios de los contactos de Egipto con Canaán hay que añadir los oráculos de los profetas sobre Egipto, que se pueden leer en Isaías, Jeremías y Ezequiel. También Egipto jugó un papel importante en la historia de Canaán en el período helenístico.

    La influencia cultural de Egipto sobre Israel se deja sentir en la literatura sapiencial. Esto no debe extrañarnos ya que el Antiguo Testamento indica que los egipcios sobresalían por su sabiduría (cfr. 1 Reyes 4:30). En Egipto se utilizaban libros sapienciales conocidos con el nombre de «instrucciones», para la formación de los funcionarios. Y parece que los funcionarios de la corte de Israel se ajustaron al modelo egipcio. No es, pues, sorprendente que la literatura sapiencial, que contribuía a la formación de los funcionarios egipcios, ejerciera también su influencia en Israel. Parte de una de estas obras sapienciales, la Instrucción de Amenemope, fue recogida en Proverbios 22:17-23:11.

    Mesopotamia e Israel están relacionados desde la época de los Patriarcas. Abraham era originario de la Alta Mesopotamia, donde están situadas Najor y Jarán (cfr. Génesis 24:10). La Biblia denomina a esta región «Aram-Naharaim», «Aran de los (dos) ríos». «Aram-Naharaim» llegó a designar toda la región del Tigris-Éufrates. En esta zona las inundaciones se producen con fuerza destructiva y dejan el paisaje devastado. Las inundaciones comienzan en primavera, y las aguas al retirase dejan ricos sedimentos. Se comprende que el relato del gran diluvio haya tenido sus orígenes en esta región. Una tablilla encontrada en Nipur, que nos narra el diluvio, nos cuenta cómo Ziusudra construyó un arca y la inundación se extendió sobre la tierra. Relatos posteriores del diluvio llaman al héroe Atrahasis y Utnapishtim. Sus descripciones sobre el diluvio se basan en amargas experiencias.

    Es obvio que la ordenación de las aguas era factor necesario para la economía de Mesopotamia. Particularmente, podía convertirse en zona de regadío la extensión que va desde las cercanías de la antigua Esnunna y la moderna Bagdad, hasta la antigua Ur y Eridu, con una longitud de 370 km. Una de las obras de ingeniería hidráulica más sorprendente fue la construida por Senaquerib, rey de Asiria. Es un puente-acueducto al norte y su correspondiente canal al norte-nordeste de Nínive para abastecer de agua a esta ciudad.

    Sumer y Acad están situadas en la llanura aluvial: Sumer al sur, y Acad al norte. Se trata de la «tierra de Sinar» (cfr. Génesis 11:1-2). Génesis 11:1-9 se refiere a los tempranos asentamientos en esta zona, y el relato recuerda a los Ziggurats o torres-templo construidas por los sumerios en sus ciudades. El suelo aluvial carece de piedra y, por eso, los moradores de aquellas ciudades tenían que sustituir la piedra por el ladrillo[5]. Las exploraciones en la antigua Mesopotamia han revelado que las primitivas ciudades de Acad eran pequeñas y que la región estaba escasamente poblada, en contraste con Sumer, en vista de su anterior preponderancia tanto en el terreno político como en el cultural. La agricultura no comenzó en Acad en más amplia escala sino después del año 2000 a.C., cuando se hubieron construido extensos sistemas de riego. Los términos de Sumer y Acad siguieron utilizándose mucho después de finalizado el dominio sumerio y acadio durante el tercer milenio a.C. Nabucodonosor, rey de Babilonia, fue «rey de Acad». Y Ciro, rey de Persia, se denominaba a sí mismo «rey de Summer y Acad»[6].

    Asiria queda situada al norte de Babilonia. Por contraste con la llanura del sur, en el norte de Asiria se alzan montañas que determinan un clima parecido al de Europa occidental, y proporcionan minerales y piedra para la edificación. Los dos principales afluentes del río Éufrates, en su curso superior, son los ríos Balikh y Jabor. El Estado hurrita de Mitani estaba situado, desde el siglo XVI hasta principios del XIV, en la zona bañada por los ríos Balikh y Jabor.

    Los primeros datos geográficos de la Biblia se sitúan en la zona del Tigris-Éufrates. Dos de los cuatro ríos que salían del Edén eran el Tigris y el Éufrates (cfr. Génesis 2:10-14). El relato del diluvio de Noé se halla relacionado claramente con el relato del diluvio mesopotámico que se conserva en el poema épico de Atrahasis y en la tablilla 11 del poema épico de Gilgamésh. Babel es Babilonia (cfr. Génesis 11:1-9). Téraj, Abraham, Lot y Sara procedían de la ciudad de Ur y se trasladaron a Jarán (cfr. Génesis 11:31). Najor, nombre del abuelo y de un hermano de Abraham, es también el nombre de una ciudad situada en la zona de Jarán y que se menciona en las inscripciones de Mari junto al Éufrates.

    Por contraste con Egipto, Mesopotamia no intervino en los asuntos de la joven monarquía israelita. El poderío de David y Salomón se extendió hasta el Éufrantes. En el siglo IX a.C., Asurbanipal II, rey de Asiria, llevó una expedición a Carquemis y a la región del Líbano y llegó hasta el Mediterráneo, haciendo tributarios a Tiro, Sidón, Biblos, Arvad y otras ciudades fenicias. Su hijo Salmanasar III combatió en el año 853 en Carcar, junto al Orontes, contra una coalición de doce reyes entre los que se hallaban, además de Ajab de Israel, los reyes de Damasco, Jamat, Cue, Arvad, Amón y otras ciudades y regiones.

    La mano fuerte de Asiria cae pesadamente sobre Israel durante la segunda mitad del siglo VIII. Tiglat Pileser III fue el primero de una serie de grandes reyes que gobernaron durante la edad de oro, que duró siglos, del Imperio asirio. Menajén, rey de Israel, se vio obligado a someterse a su soberanía (cfr. 2 Reyes 15:19-20). Llegaron los primeros anuncios del final del reino de Israel cuando Ajaz compró la ayuda de Tiglat-Pileser, al ser atacado por Pécaj rey de Israel y Razín rey de Damasco (cfr. 2 Reyes 16; Isaías 7 y 8). Cuando Tiglat Pileser hubo asediado y conquistado Damasco, ejecutando a Razín, Ajaz acudió a Damasco, verosímilmente para rendir vasallaje. Tiglat Pileser invadió Israel; el territorio situado al este del río Jordán se convirtió en tres provincias asirias, mientras que Galilea se convirtió en la provincia de Meguido, con la provincia de Dor al oeste. Al reino de Israel le quedó únicamente Samaría y el territorio al sur de ella. En el 724, Salmanasar V, sucesor de Tiglat Pileser, comenzó el asedio de Samaría y la ciudad fue conquistada el 722 a.C. (721-705). Sargón II (721-705), sucesor de Salmanasar V, se atribuye este hecho, pero la crónica babilónica apoya la idea de que Salmanasar V fue el conquistador de Samaría, tal como parece suponer también el texto bíblico (cfr. 2 Reyes 17:1-6). En el segundo año de su reinado (720), Sargón, en su primera campaña, después de sofocar una rebelión en Siria y conquistar Gaza desde Rafia hasta el arroyo de Egipto, regresó a Samaría, a la que conquistó. Deportó a sus habitantes y reedificó la ciudad como centro de la nueva provincia de Samaría. El rey asirio llegó a creer que toda Palestina le pertenecía. En el 715 (o uno o dos años antes), Sargón emprendió una campaña contra Filistea y la frontera con Egipto. En el 711 (o 712) invadió de nuevo Filistea y conquistó Guitaim, Guibetón, Ecrón y Asecha, y tomó Asdod (cfr. Isaías 20:1-2). Senaquerib, sucesor de Sargón, invadió en el 701 Filistea y Judá. Senaquerib conquistó 46 aldeas en Judá y puso cerco a Jerusalén. Aunque no llegó a tomarla. Ezequías siguió pagando tributo a Asiria.

    Así como Asiria había sido la ruina de Israel, Babilonia lo fue de Judá. En los días de Senaquerib, Merodac-Baladán de Babilonia había hecho insinuaciones a Ezequías, rey de Judá (cfr. Isías 39; 2 Reyes 20:12-19). No mucho después de que Nabucodonosor, en el año 605, derrotara a los egipcios en Cárquemis y en la región de Jamat, Judá quedó dominada por Babilonia. La Crónica de Babilonia afirma que Nabucodonosor «conquistó en aquella época todo el país de Hatti» (Siria y Palestina). En diciembre del año 604, Nabucodonosor saqueó y destruyó Ascalón, y en ese mismo mes los judaítas, aterrados, proclamaron un ayuno (cfr. Jeremías 36:9). La rebelión del rey Joaquín en 601 (cfr. 2 Reyes 24:1) debe asociarse quizás con un malogrado ataque de Babilonia a Egipto. El hijo de Joaquín, Jeconías, heredó el espíritu de rebeldía, y Nabucodonosor, en diciembre del 598, marchó al país de Hatti. Acampó frente a Jerusalén, conquistándola el 16 de marzo del año 597 y desterrando al rey, a su madre y a otros (cfr. 2 Reyes 24:10-11). A instigación de Egipto, Judá, bajo el reinado de Sedecías, se rebeló en el 598. Después de un largo asedio, Jerusalén fue tomada y la ciudad y el Templo fueron destruidos en el año 586, y más judaítas tuvieron que marchar al destierro. El profeta Jeremías nos habla de otro destierro que tuvo lugar cinco años más tarde (cfr. Jeremías 52:30). El hijo de Nabucodonosor, Ameñ-Marduk (el Evil Merodak de la Biblia), elevó a Jeconías por encima de los otros reyes que había con él en Babilonia (cfr 2 Reyes 25:27; Jeremías 52:31-32). Palestina siguió estando bajo dominio babilónico hasta que los persas llegaron a ser la potencia hegemónica en el Próximo Oriente.

    Persia e Israel se relacionaron hacia finales del siglo VI a.C. El país de los medos y de los persas se encuentra al este de Mesopotamia y está protegido por sus fronteras montañosas. Persia es una meseta de unos 2,500,000 km2, situada entre los ríos Tigris y Éufrates y el río Indo. La meseta persa es tierra de montañas, desiertos y franjas fértiles. El gran desierto central, generalmente de arena muy fina, comienza al pie del Alborz y se extiende hacia el sudeste hasta la orilla de Makrán. Hay zonas pantanosas y zonas salinas áridas, como la importante depresión de Dasht-e Kavir. En el norte se hallan los montes Alborz, que nacen de las cadenas montañosas de Armenia y describen una curva para dirigirse al sur, por debajo del mar Caspio, conduciendo a las estepas de Khorasán, que se encuentran con los montes que vienen de Afganistán. Aquí, al este del mar Caspio septentrional, los montes de Koppeh Dagh se elevan a casi 3 mil metros sobre el nivel del mar. Al suroeste se hallan los montes Zagros, que proceden también de los montes de Armenia, y que se extienden paralelamente al curso del Tigris y el Éufrates y al Golfo Pérsico, a través de Lorestán y el Khuzestán; luego cambian su dirección y se dirigen hacia el este, hacia Beluchistán, para enlazar con los montes del este, que se convierten en la cadena del Himalaya. Persia tiene un clima muy extremoso. La lluvia es escasa, salvo en los montes Alborz. Los medos desempeñaron un papel importante a finales de la dominación asiria. Los elamitas, en los declives de la meseta frente a Babilonia, intervinieron mucho desde los primeros tiempos en la historia de Mesopotamia. Pero hasta los tiempos de Ciro, en la última parte del siglo VI, Israel, tanto el que vivía en Palestina como el que estaba en el destierro, no tuvo en la influencia precedente de esta dirección una influencia importante para su vida. Las conquistas meteóricas de Ciro y sus triunfos sobre Media y Lidia, y luego sobre Babilonia, dieron nuevo impulso a la esperanza de los judíos desterrados de que regresarían a Palestina. En los primeros años de su reinado (538), después de haber conquistado Babilonia, Ciro dio un decreto (cfr. Esdras 1:2-4 y 6:3-5), y el primer grupo de judíos regresó a Jerusalén y Judá. Durante las rebeliones que tuvieron lugar a comienzos del reinado de Darío I, hubo intrigas en Judá para sacudir el yugo persa y proclamar rey a Zorobabel, nieto del rey Jeconías, teniendo a su lado a Josué como sumo sacerdote. Pero todo quedó en nada (cfr. Ageo 2:23; Zacarías 4:1-2; 6:9-10). Tettenai, gobernador de la provincia «del otro lado del río» y sus colaboradores informaron a Darío sobre la reedificación del Templo de Jerusalén, sospechando que en todo ello se escondía una revuelta. Se confirmó, sin embargo, el permiso anterior dado por Ciro, y Darío dio nuevas órdenes a favor de los judíos (cfr. Esdras 6).

    En los primeros años del reinado de Artajerjes I se frustró por el momento un intento de reedificar las murallas de Jerusalén (cfr. Esdras 4:7-23). En el año 444, vigésimo año del reinado de Artajerjes I, Nehemías, que era judío, llegó de la corte de Persia con autoridad real para ser gobernador de Judá y reedificar las murallas de Jerusalén.

    Persia consideró prudente ser una potencia indulgente y, a veces, generosa con los judíos de Judá, y al parecer se ganó el apoyo de un pueblo agradecido. Sin embargo, se acercaba el ocaso del Imperio persa. En Occidente se elevaba otra estrella: Alejandro, hijo de Filipo, rey de Macedonia. La participación de Palestina en los acontecimientos del escenario internacional, durante el período helenístico, fue quizás mayor, aunque en el Antiguo Testamento, fuera del libro de Daniel, se hacen pocas referencias directas a este período. En el libro de Daniel hay referencias directas al auge del Imperio macedónico en tiempos de Alejandro Magno, a la división de su Imperio, y a las luchas entre los tolomeos de Egipto y los seléucidas de Siria.

    En tiempos de Jesús de Nazareth, Palestina se encontraba bajo el control romano. Pompeyo había tomado Jerusalén el año 63 a.C., inaugurando así el comienzo de una ocupación de varios siglos. La ocupación romana sucedió a la de los seléucidas que, desde Siria, gobernaban Palestina hasta el momento en que fueron expulsados por los asmoneos, que fundaron una dinastía. Simón fue el primer soberano asmoneo[7] que estuvo libre del dominio de los seléucidas, y que fue reconocido por los romanos y los espartanos[8].

    1.1.2 Alejandro Magno y la helenización del pueblo judío y de la cuenca del Mediterráneo oriental

    Alejandro Magno, elevado al trono de Macedonia en el año 336 a.C., a la edad de 20 años, inició en el 334 la guerra contra los persas. Se empeñó en la conquista de Oriente. La dinastía persa de los aqueménidas, entonces sofocada, había dominado la política internacional desde el 560 a.C. Alejandro se apoderó de todas las satrapías, una tras otra: Asia Menor, Fenicia, Palestina, Egipto, Mesopotamia, Irán e incluso una parte de la India cayeron sucesivamente en sus manos. Respetó las estructuras administrativas y religiosas existentes, pero, en contrapartida, impuso la cultura helénica y la organización griega de la ciudad en diversos centros que colonizó[9]. En el 332 bordeó el litoral que une Siria con Egipto. Su objetivo era asegurarse de entrada el control del mar. Tras prolongados asedios, tomó Tiro y Gaza y luego se adueño de Egipto, donde en el invierno del 331 fundó Alejandría. Hay que decir que los egipcios, dominados desde hacía tiempo por los persas, lo acogieron como libertador. No hubo enfrentamientos entre las tropas macedónicas y las poblaciones judías de Palestina[10]. Éstas pasaron de oficio y sin tropiezos, por decirlo así, del control de los persas al de los macedonios. El reinado de Alejandro supuso una verdadera revolución en las relaciones entre judíos y griegos. Hasta entonces apenas había existido diálogo entre ambos pueblos. La distancia lingüística influía en gran medida. Los judíos, hablando arameo (y a veces hebreo), podían comunicarse con persas, babilonios e incluso egipcios, pero no con los griegos, que no conocían más que su propia lengua[11]. Pero el heredero del rey de los persas, el macedonio Alejandro, hablaba griego e impondría irreversiblemente su propia lengua a su inmenso Imperio, desde el Nilo hasta el Indo[12]. El griego, profusamente practicado tras las conquistas de Alejandro, es la «lengua común». La koiné fue el vehículo esencial de comunicación en el conjunto del amplio Imperio. De hecho el griego de la koiné era la lengua de los funcionarios, de los hombres de negocios y leyes, de oradores y escritores, y se encuentra documentada en inscripciones y decretos. Fue por doquier la lengua de la política y la administración, del comercio y de la educación[13]. Como lengua internacional, tendió a suplantar al arameo, que se había impuesto desde el 700 a.C. en la diplomacia, en el ejército y los negocios. Sin embargo, bastantes regiones conservan el uso local del idioma indígena, dándose con frecuencia el fenómeno del bilingüismo. Este fue el caso de Siria y Mesopotamia, Palestina y Egipto y, más tarde de Roma. La primera traducción de la Biblia se hizo en griego y se vio acompañada y seguida de una abundante literatura judía en ese idioma. También los escritos del Nuevo Testamento redactados en dicha lengua son de por sí testigos o herederos de esa revolución cultural emprendida por Alejandro Magno en el siglo IV a.C. El griego de la koiné es una forma simplificada del dialecto ático, con mezcla de elementos jónicos. Sobrevivió hasta la época bizantina, en la que las lenguas nacionales orientales (el copto en Egipto, el siriaco en Siria, el hebreo incluso fuera de Palestina, etc.) experimentaron un renacimiento literario. El griego koiné era la lengua franca de todo el Próximo Oriente, mucho más de lo que ahora pueda ser el inglés, y era conocida y hablada por la mayor parte de la población, sobre todo en las ciudades[14].

    En su avance conquistador, Alejandro Magno dejó tras de sí muchas ciudades nuevas o reedificadas, entre ellas Alejandría, cerca de Iso, y muchas otras Alejandrías en las provincias orientales, todas ellas camino del río Jaxartes y del río Indo. Durante el verano del año 331 entró en Babilonia, tras haber vencido al último rey aqueménida Darío III, quien se dio a la fuga y fue asesinado al año siguiente. Sus campañas hacia el este duraron aún ocho años. En el 323 murió en Babilonia sin haber tenido tiempo de fundar realmente su dinastía. Ése será el motivo de las duras guerras de sucesión que no tardarían en estallar. Alejandro había integrado en un conjunto político y administrativo único a Macedonia, su patria, Grecia, la totalidad del inmenso Imperio persa y una parte de la India. Era difícil para un solo hombre reinar sobre un mundo diverso y complejo de semejante amplitud. En los momentos que siguieron de confusión y actividades bélicas, Tolomeo se aseguró la posesión de Egipto, Cirene, Chipre y Palestina, y el dominio de los tolomeos se extendió a Licia, Jonia y el Egeo. Antígono poseyó Asia Menor; Lisímaco, Tracia; Casandro, Macedonia y Grecia, y Seleuco, Babilonia. Después de la derrota de Antígono en Ipso (301), Seleuco aseguró para sí la posición de Siria, y se le concedió Palestina, pero Tolomeo se hizo con el control de Palestina (llamada Celesiria) y Fenicia. Seleuco consiguió más tarde el dominio de Asia Menor. Fijó su capital en Antioquía. Esta división territorial determinará durante siglos la política de Oriente Medio. Sólo bastante más tarde la llegada de los partos por el este y sobre todo la de los romanos a Asia Menor, Egipto y Siria-Palestina, modificará la estructura de las relaciones establecidas[15]. La situación de los judíos de Palestina se vio afectada también por la evolución de un mundo político y un universo cultural del que llegó a ser fuertemente solidaria[16]. Los judíos salieron de su aislamiento durante el período de los Diádocos. Dejaron en ese momento de ser unos desconocidos. Hacia el año 300, los autores griegos se fijaron por fin en ellos y los incluían en sus escritos con una curiosidad no exenta de simpatía[17]. Sin embargo, el paso de la administración persa a la macedónica en el año 331 no había alterado prácticamente las condiciones de vida de las poblaciones judías de Palestina. Es preciso decir que durante la ocupación macedónica del Medio Oriente, Palestina no dejó de ser testigo y escenario de numerosos enfrentamientos entre los lágidas de Egipto y los seléucidas de Siria. Durante todo el siglo III a.C., mantuvieron los reyes de Egipto cinco guerras contra los reyes de Siria, ávidos de extender sus dominios hasta el Mediterráneo[18].

    Tras la muerte de Seleuco I (305-280), comenzó una larga serie de guerras entre los tolomeos de Egipto y los seléucidas de Siria. Antíoco II (261-247) expulsó a los egipcios de Jonia, Cilicia y Panfilia, y conquistó toda Fenicia al norte de Sidón. En el año 252, Antíoco II se casó con Berenice, hija de Tolomeo II (285-246), pero Tolomeo III (246-221) entabló la guerra cuando Seleuco II (247-226), hijo de Laodice, llegó a ser rey; Berenice y su hijo de corta edad fueron asesinados. La satrapía Bactria-Sogdiana y el país de los partos (Partia) se hicieron independientes. El reino de los partos quedó establecido en el año 247 a.C. A Seleuco III (226-223) le sucedió Antíoco III el Grande (223-187)[19]. Después de conseguir victorias en Palestina y Transjordania, Antíoco III fue derrotado por Tolomeo IV (221-203) en Rafia en el año 217. Pero Antíoco III logró victorias en Gaza (200) y en Paneas (200), y Palestina pasó entonces al dominio de los seléucidas de Siria[20]. Antíoco III fue derrotado por Roma en Magnesia (189), y perdió de esta manera Asia Menor. A su hijo Seleuco IV (187-175) le sucedió Antíoco IV (175-163), llamado Antíoco Epífanes, quien llegó a ser el perseguidor por excelencia de los judíos y de sus creencias. Había resido en Roma, y usupardo el trono con ayuda del rey de Pérgamo (cfr. Daniel 11:21). Se esforzó en restaurar el poderío del reino seléucida. Solamente él fundó más ciudades que todos sus predecesores juntos y se convirtió en adalid de una inmensa helenización, por lo que a Jerusalén se refiere, intentó proseguir la política expansionista de su padre, Antíoco III, pero a diferencia de éste, tuvo mayor cuidado en mantener buenas relaciones con Roma y sus aliados en Asia Menor. Su objetivo inmediato fue controlar Egipto, cuya influencia y poder estaban en franca decadencia. Así nació la sexta guerra siria (170-168 a.C.), cuyos orígenes y pormenores son bastante mal conocidos[21]. En su primera campaña en Egipto, conquistó Pelusio y llegó hasta Menfis. En el año 168 volvió a entrar en Menfis, pero en un arrabal de Alejandría un legado romano le ordenó que se marchase de Egipto.

    Mientras esto sucedía en Egipto, Antíoco IV tuvo problemas con los judíos de Judea. La situación político-social de Jerusalén era entoces la de la guerra civil latente, preparada desde bastante atrás por la división en capas sociales creadas por las profundas divisiones entre partidarios o adversarios más o menos pronunciados de la helenización. Antíoco IV se entregó a una represión sin precedentes contra los judíos y por último declaró, en el año 167, la abolición pura y simple de la religión judía. Se trata para él de una operación radical que pretendía extirpar las raíces de un grave tumor político. Esta operación provocará una auténtica guerra por parte de los representantes del partido más ortodoxo de los judíos, que quedarán inmortalizados con el nombre de Macabeos[22]. Antíoco IV Epífanes ocupó y fortificó la ciudad de Jerusalén y asoló el Templo (cfr. 1 Macabeos 13:49-50). Al contraatacar los macabeos, había una ciudad (la «akra») que permitió a los griegos de Siria mantenerse en Jerusalén hasta que Simón Macabeo fue lo suficientemente fuerte para expulsarlos de allí (cfr. 1 Macabeos 13:49-50). La rebelión macabea estalló en el 167/166. La bandera fue enarbolada por un tal Matatías, de familia sacerdotal, refugiado con sus hijos en Modín, pueblo situado entre Jerusalén y Jafa. Fue el comienzo de un movimiento que llevaría a Judea, ya independiente, y luego a Palestina entera a constituir un reino judío de excepcional amplitud. Matatías murió en el año 166. Antes de su muerte designó a su tercer hijo, Judas, apodado «el Macabeo» (1 Macabeos 2:4), como sucesor suyo al frente de la insurrección. Judas fue un jefe militar excepcional. Paralelamente a sus incesantes acciones militares, Judas Macabeo procuró granjearse los favores diplomáticos de Roma, cuyos enemigos directos en el Medio Oriente eran los seléucidas[23]. Los romanos habían intentado favorecer, bajo control, el proceso de descomposición del Imperio seléucida, cuyos primeros síntomas en la parte oriental aparecieron en el reinado de Demetrio I. La eventual separación de Judea del Imperio seléucida llevaría no sólo una reducción territorial de dicho Imperio, sino también la creación, entre éste y Egipto, de una zona capaz de separar a los dos Estados más poderosos del Mediterráneo oriental. Judas Macabeo murió en combate en el año 160 a.C., convirtiéndose en un héroe nacional, fuente de inspiración para la creación literaria y artística[24]. El sucesor directo de Judas fue su hermano Jonatán, el quinto más joven de los hijos de Matatías. Dirigirá la lucha de los Macabeos desde el 180 al 143 a.C. (cfr. 1 Macabeos 9:28-12:53). A pesar de sus clamoroso éxitos militares y políticos, no consiguió liberar a la ciudad de Jerusalén, tarea que correrá a cargo de su hermano Simón (143-134 a.C.; cfr. 1 Macabeos 13:1-6.17). Igual que Jonatán, Simón obtendrá grandes triunfos militares y políticos. Demetrio II reconocerá en 142 el poder de Simón, «condonándole» los impuestos (cfr. 1 Macabeos 13:34; Flavio Josefo, Antigüedades judías 13, 213). Dicho año fue celebrado como el primero de una era de autonomía política. Suponía una verdadera revolución. No se había visto nada igual desde la caída de Jerusalén en el 587 a.C. Se instauró, pues, una nueva era y los documentos oficiales llevarán su fecha. No obstante, el último símbolo de la independencia recobrada fue la toma de la ciudadela de Jerusalén en el año 142/141. Simón transformó la acrópolis conquistada en un palacio (cfr. 1 Macabeos 13:51). Se trataba del último resto de la presencia siria y helenística en la capital de los judíos. Sin embargo, la cultura «griega» en la Palestina de los Macabeos y los Asmoneos sobrevivió; ésta era en realidad una simbiosis de elementos helenísticos y semíticos, donde predominaba la lengua griega y la religión pagana. La cultura helenística era prácticamente la única existente en las regiones palestinenses no incluidas en las tetrarquías gobernadas por los hijos de Herodes el Grande. Y estas regiones helenísticas estaban conformadas por Fenicia, Filistea y la Decápolis. Esta última, a pesar de su nombre que hace referencia a «diez», comprendía en la época de Jesús las ciudades de Hipos, Gadara, Dión, Abila, Escitópolis, Pella, Gerasa y Filadelfia. Más que una verdadera confederación, era simplemente una región donde existían ciudades autónomas helenistas con sus correspondientes territorios rurales, los cuales, bajo la dominación romana, dependían directamente del gobernador de Siria-Palestina[25].

    El período de insurrección de los hermanos Macabeos había llegado a su fin y comenzaba el del Estado de los Asmoneos. La lucha de los Macabeos había estado marcada por tres hechos significativos, a diez años de distancia uno de otro: la libertad religiosa de los judíos, reconquistada por Judas en el año 162; el título de sumo sacerdote, concedido a Jonatán en el 152; la exención de los impuestos otorgada a Simón en el 142. Faltaba el título formal de «rey» para que la ascensión política alcanzara su cima. Simón el Asmoneo, nuevo caudillo de los judíos desde el año 143, dispuso de sus propios recursos financieros, lo que le permitió conseguir armas necesarias para sus campañas y mantener una diplomacia (cfr. 1 Macabeos 13:16; 14:32). Se comportó como un auténtico jefe de Estado, con un ejército de mercenarios parcialmente integrado por elementos «helenistas». Prosiguió la conquista de Palestina: se apoderó de Gazara, la antigua Guézer, punto estratégico en el rica llanura costera, la hizo judía por la fuerza (1 Macabeos 13:43-48) y habiendo nombrado gobernador a su hijo Juan Hircano (cfr. 1 Macabeos 13:11) avanzó hasta el puerto de Gaza (cfr. 1 Macabeos 13:11).

    Judea vivió cierto tiempo de paz y alcanzó en el contexto político del Próximo Oriente una importancia que nunca había tenido desde la caída del reino en el siglo VI. Mientras tanto, los sirios-helénicos continuaban minando su poder con una guerra dinástica interminable. Roma acentuaba su influencia en el Próximo Oriente y los partos amenazaban con repetidos ataques los territorios de unos seléucidas en decadencia. Por su parte, Simón reforzó las alianzas ya establecidas con Roma y Esparta (cfr. 1 Macabeos 14:16-24). En el año 140 la propia nación judía homologó y proclamó los títulos de su caudillo. Una asamblea pública (sinagogé) lo aclamó, de por vida y hereditariamente, «sumo sacerdote, estratega y etnarca de los judíos» (1 Macabeos 14:47). Desde ese momento quedaba definitivamente fundada la dinastía asmonea. Era sacerdotal y militar, aunque no real todavía, pero es indudable que había quedado inaugurado un Estado independiente[26].

    Durante la segunda mitad de la carrera de Simón, la independencia judía se vio nuevamente amenazada. Antíoco VII Sidetes (138-129) subió al trono de Siria e intentó despertar al debilitado Imperio seléucida. Sus relaciones con Simón se debilitaron peligrosamente, pero los hijos del etnarca defendieron con eficacia su país atacado (cfr. 1 Macabeos 15:25-16:10). Poco tiempo después, Simón fue asesinado durante un banquete con dos de sus hijos cerca de Jericó. El asesino era su propio yerno, probablemente a sueldo de los sirios-helénicos. Intentaron también acabar con otro hijo, Juan Hircano, pero éste logró huir de Gazara y fue acogido calurosamente por el pueblo de Jerusalén, que le proclamó sumo sacerdote y, por tanto, sucesor de su padre. Será además etnarca de los judíos desde el 134 al 105 a.C. Juan Hircano, que había aprendido de su padre el manejo de las armas y la administración, fue el más brillante de los jefes asmoneos[27]. Dejará un excepcional recuerdo en la memoria judía. La descripción de sus hazañas militares se las debemos a Flavio Josefo (cfr. Antigüedades judías 13,229-297; Guerras judías 1,54-69). Los asmoneos gobernaron desde el 104 hasta el 37 a.C[28]. En el año 104 Aristóbulo I toma el título de rey. A partir de ahora, los asmoneos serán sacerdotes-reyes.

    1.1.3 Roma, un Imperio universal, domina Palestina y la cuenca del Mediterráneo oriental

    En el 64-63 a.C. estableció Pompeyo el dominio de Roma sobre Siria y Palestina. Se lanzó a una campaña militar en el Próximo Oriente con la idea de extirpar del Mediterráneo una piratería que resultaba muy perjudicial para la economía romana, llegó a Damasco en el año 64. Tomó el relevo Lúculo y culminó victoriosamente la guerra contra Mitrídates del Ponto y Tigrano de Armenia, quien controlaba la Siria seléucida. Pompeyo declarará su fin, organizándola en provincia romana, convirtiéndose en árbitro de las causas asmoneas contrapuestas: la de Aristóbulo y la de Juan Hircano (siempre sostenido por Antípater). Los judíos querían poner fin a la monarquía asmonea; buscaban ser gobernados por el sumo sacerdote. Los partidarios de Juan Hircano le abrieron las puertas a Pompeyo. Aristóbulo y sus hijos fueron deportados a Roma. A Juan Hircano, prácticamente inofensivo, se le mantuvo como sumno sacerdote de los judíos, quienes se vieron obligados a pagar tributo al ocupante. Era el año 63 a.C., cuando la dinastía asmonea llegó a su fin. Judea ya no era más que una parte de la provincia romana de Siria. El territorio sobre el que Juan Hircano ejercía su modesta jurisdicción quedaba reducido a Judea en sus estrictos límites: Perea y Galilea, comarcas que la política asmonea había contribuido a poblar de judíos[29]. Pompeyo y sus sucesores locales (sobre todo Gabinio, gobernador de Siria entre el 57 y 55 a.C.) se dedicaron a reconstruir las ciudades asoladas o destruidas por los asmoneos. Sobre la base de las estructuras políticas y administrativas restauraron la cultura helenística más auténtica, del máximo interés para la política romana[30].

    Gracias a hábiles intrigas, Antípater puso los sólidos cimientos de la futura monarquía de su hijo Herodes, pero tanto el padre como el hijo dependieron siempre de la voluntad política de las grandes personalidades que dominaron el mundo de su época: Pompeyo y Julio César, Marco Antonio y Octavio (Augusto). Antípater siguió influyendo en el sumo sacerdote Juan Hircano, de quien era consejero. Antes de la caída de Pompeyo (el 48 a.C.), había sido nombrado intendente de Judea por el gobernador de Siria. Siendo Gabinio procónsul de Siria, estalló la rebelión de Judea en tres ocasiones. La primera y la tercera se produjeron por instigación de Alejandro, primogénito de Aristóbulo. El responsable de la segunda fue el propio Aristóbulo, evadido de Roma en el año 56 con su joven hijo Antígono. Con la ayuda de Antípater y Juan Hircano, Gabinio y su general de caballería Antonio (futuro miembro del segundo triunvirato) abortaron las tres rebeliones. Aristóbulo y su hijo Antígono fueron devueltos a Roma cargados de cadenas.

    Durante la guerra civil que le enfrentó con Pompeyo, Julio César liberó a Aristóbulo y le proporcionó dos legiones para enviarlo a combatir contra Pompeyo, pero los partidarios de éste envenenaron al asmoneo antes incluso de que saliera de Roma. Se desembarazaron igualmente de su hijo mayor Alejandro. Juan Hircano y Antípater permanecieron fieles a Pompeyo, enviándole tropas de refuerzo en la batalla de Farsalia (año 48 a.C.), que le resultó adversa. Mas, tras la victoria de Julio César, se pusieron del lado del vencedor. Del otoño del 48 a la primavera del 47 a.C., tuvo Julio César que hacer frente a una dura guerra contra Egipto. Juan Hircano apoyó a Julio César en esta guerra. César, en recompensa, le confirmó el título de «sumo sacerdote», y lo nombró «etnarca de los judíos». A Antípater le otorgó la ciudadanía romana y la exención de impuestos. A pesar de sus esfuerzos, el joven hijo de Aristóbulo, Antígono, no consiguió que los sentimientos del romano cambiasen de rumbo. Por el contrario, a través de una serie de decretos y disposiciones del Senado inspiradas por el propio Julio César, implantó éste una nueva administración en Judea. Permitió que se restauraran las murallas del Templo, restituyó a los judíos el puerto de Jafa y confirmó nuevamente los títulos de «sumo sacerdote» y «etnarca» para Juan Hircano y sus sucesores. El país de los judíos abarcaba en ese momento Judea, Jafa, los asentamientos judíos en Galilea y Transjordania y el «Gran valle de Yesreel». La política oriental de Julio César fue, por consiguiente, netamente favorable a los judíos y, en este aspecto, será continuada por sus sucesores, Antonio y Octavio. Favoreció también mucho a los judíos de la diáspora, pero sobre todo permitió, de hecho, la irresistible ascensión de la casa de Antípater, llamada también de Herodes. En efecto, desde el año 47 a.C., aunque daba la impresión de no actuar nunca independientemente de la voluntad de Juan Hircano, Antípater era el dueño efectivo de Judea; fue nombrado «procurador» (epitropos). Sus hijos fueron gratificados también con los más elevados cargos administrativos: Fasael fue nombrado gobernador (strategos) de Jerusalén y Herodes de Galilea. Tras la muerte de Julio César (año 44 a.C.), el clan idumeo[31] reforzó todavía más su poder en Palestina. Antípater se puso a las órdenes de Casio, dueño momentáneo del Próximo Oriente, en la guerra contra los sucesores de Julio César. En el año 43 a.C. Antípater fue envenenado con la complicidad, sin duda, de Juan Hircano. Su obra política, sin embargo, continuará consolidándose y extendiéndose. Con ello, embarcaba a la nación en la etapa más equívoca de su historia, el reinado de Herodes el Grande.

    Al aniquilar el segundo triunvirato de los asesinos de Julio César el año 42 a.C. en Filipos (Macedonia), Marco Antonio se convirtió en el nuevo dueño de la parte oriental del Imperio romano. Avanzó hacia Siria pasando por Asia Menor. Los judíos buscaron su apoyo para deshacerse de Herodes. Pero, éste invocando anteriores alianzas del general romano con su padre Antípater, supo mantener sus prerrogativas. Marco Antonio prorrogó igualmente los privilegios que Julio César concedió a los judíos. En el año 41 a.C. nombró a Herodes el Grande tetrarca de Galilea y Samaría, y a Fasael de Judea. En el año 40 a.C. saldría de nuevo a la superficie Antígono, hijo menor de Aristóbulo II. Tras la muerte de Julio César en el año 44, había intentado ya penetrar en Galilea para conquistar Jerusalén y ocupar el trono asmoneo, pero fue rechazado por el gobernador Herodes y tuvo que volver a Calcis, donde vivía. Sin embargo, la invasión de Siria por los partos le ofrecía ahora la ocasión de eliminar al «idumeo» y restaurar la monarquía asmonea. Se alió con los partos, quienes le ayudaron a controlar la capital judía y sus territorios circundantes. El viejo Juan Hircano y Fasael cayeron prisioneros: el primero fue mutilado para que no pudiera ejercer sus altas funciones y trasladado después a Babilonia, donde recibió una calurosa acogida por parte de los judíos, el segundo se suicidó o fue asesinado. Por su parte, Antígono consiguió presentarse como el último rey asmoneo, del 40 al 37 a.C. Herodes le hizo la guerra con el apoyo de Marco Antonio. En el año 37 Antígono compareció ante este último en Antioquía, donde murió ajusticiado.

    Herodes el Grande reinó desde el año 37 a.C. hasta el año 4 a.C. Éste se alió con el partido de Juan Hircano mediante su boda con Mariamne, nieta del sumo sacerdote Simón[32]. Hizo ejecutar de golpe a cuarenta y cinco miembros del sanedrín[33] que habían apoyado a los asmoneos, con lo que el sanedrín quedó debilitado. Durante todo su reinado nombrará y destituirá a su antojo a los sumos sacerdotes. Los romanos le concedieron muchos privilegios, incluido el derecho de guerrear, en ciertos casos, en países extranjeros. Sin embargo, a pesar de estas apariencias impresionantes, permaneció siempre, al haber sido instituido rey por la gracia de Roma, como instrumento político perfecto del imperialismo romano en el Próximo Oriente. El hecho de que viviera y administrara el país como auténtico monarca helenista contribuía en gran manera a esa función[34].

    Del año 37 al 27 a.C. Herodes el Grande consolidó su poder. Durante este período se esforzó en liquidar físicamente a los miembros o partidarios de la dinastía asmonea. Uno tras otro fueron desapareciendo: en el 35, Aristóbulo III[35], hermano de Mariamne y, por tanto, su cuñado; en el 30, Juan Hircano II, el sumo sacedote mutilado que había regresado de Babilonia; en el 29, la propia Mariamne, acusada de adulterio; en el 28, Alejandra, madre de Mariamne y suegra de Herodes.

    En asuntos de política exterior, Herodes el Grande prestó atención a las ambiciones políticas de Cleopatra, reina de Egipto. Tras la batalla de Farsalia, en que fue vencida por César, se convirtió en su amante. Cleopatra era, en esta época herodiana, amante de Marco Antonio con quien aspiraba a constituir un imperio helenístico cuyo centro fuera Alejandría. La guerra contra los partos echó por tierra esos planes, mas una vez concluida, Cleopatra soñaba con restaurar el dominio tolemaico sobre Siria y Palestina. Pero Herodes el Grande se cruzó en su camino, utilizando como gran baza su acrisolada lealtad a Marco Antonio. Alquiló a Cleopatra el distrito de Jericó, preciso desde el punto de vista económico, que la egipcia había recibido de su amante Marco Antonio junto con otras ciudades costeras.

    Cuando estalló la guerra civil entre Octavio y Marco Antonio, en el año 32 a.C., éste exigió a Herodes, a instancias de Cleopatra, que hiciera la guerra contra los nabateos. Cleopatra esperaba apoderarse de este modo de los reinos beligerantes, que quedarían debilitados por la guerra. Tras una severa derrota inicial, Herodes venció a los nabateos cerca de Filadelfia y, por fin, los sometió por completo el 31 a.C.

    Marco Antonio fue derrotado por Octavio en Antium en el mes de septiembre del año 31 a.C. Partidario de Marco Antonio, Herodes dio por un momento la impresión de estar perdido. Pero supo situarse del lado vencedor, quien le mandó a acudir a Rodas, para dar explicación de sus actos y aclarar sus intenciones. Octavio se percató del beneficio que el reinado de Herodes representaba para Roma. A partir de entonces, lo mismo que había hecho con los demás príncipes orientales a quienes mantuvo en su puesto como táctica política, le confirmó su título y mantuvo sus prerrogativas. Más aún, le restituyó los territorios que Marco Antonio había regalado a Cleopatra. Más tarde acogió Herodes pomposamente a Octavio en Tolemaida y fue a felicitarle luego a Egipto por la muerte de Marco Antonio y Cleopatra. Con motivo de este último encuentro, le cedió Octavio ciudades marítimas y algunas otras de Transjordania.

    Del 27 al 13 a.C. Herodes el Grande se dedicó a construir. Por su número y dimensiones, las impresionantes construcciones fueron el hecho más importante de su reinado en este período. En Palestina construyó nuevas ciudades y reconstruyó las antiguas, siguiendo el modelo helenístico. Construyó su palacio en Jerusalén y edificó la fortaleza Antonia. Sin embargo, su realización más grandiosa fue el Templo; esta obra se inauguró el 20/19 a.C. y el santuario estuvo dispuesto para el culto el año siguiente, aunque la dedicación no tuvo lugar sino nueve años más tarde. Los trabajos se concluirán hasta el año 64 d.C., dos años antes del inicio de la gran rebelión del 66-70 d.C y apenas seis antes de que ese suntuoso y vasto edificio fuera destruido por el general Tito. También construyó la fortaleza de Masada y el Herodium, mausoleo situado al sureste de Belén, donde serán transportados con gran pompa sus despojos mortales. Sus contemporáneos le debieron un sistema de riego a base de acueductos, el desarrollo del comercio terrestre y marítimo, la seguridad en los nudos de comunicación[36].

    A pesar de sus admirables realizaciones, Herodes el Grande nunca fue querido por el pueblo que gobernó. En determinados círculos se le llegó a considerar incluso como un nuevo Antíoco Epífanes. Los fariseos, con los que al principio no tuvo fricción alguna, se le volvieron cada vez más hostiles. En lo que a los saduceos respecta, la evolución fue distinta. Representando al partido pragmático, apoyaron a los asmoneos, en especial a Aristóbulo II durante su efímero reinado del 40 al 37 a.C. Cuando Herodes dominó la situación, hizo ejecutar a más de uno y reemplazó constantemente a los altos funcionarios, sobre todo a los sumos sacerdotes, reclutados ordinariamente de entre ellos. Los despojó así de todo poder hasta convertirlos en serviles instrumentos suyos[37]. Los últimos diez años de su reinado (13-4 a.C.) estuvieron marcados por multitud de conflictos familiares, cuya importancia política era más acusada cuanto que los hijos del monarca se iban haciendo adultos, influyentes y ambiciosos[38]. La lucha dinástica era inevitable. Por ello, Herodes el Grande consultó a Octavio para asegurar la sucesión; éste le aconsejó que a su muerte, el reino se repartiera entre los tres hijos sobrevivientes[39]. Herodes el Grande murió el año 4 a.C. Su reino se dividió de la siguiente manera: Arquelao obtiene Judea, Samaría, Idumea y, en la costa, Joppe, Cesarea, Jamnia y Azoto[40]; Herodes Antipas recibe Galilea y Perea[41], y Filipo recibe el norte: el Golán (Gaulanítida), Aurán, Batanea, Iturea y Traconítida[42].

    Herodes el Grande murió a la edad de 70 años; él fue, después del rey David, el más grande y prestigioso de los jefes de la tierra nacional judía. El año 37 a.C. su reino no abarcaba más que la Judea de Antígono. Gracias a los sucesivos favores de Octavio Augusto, siguió extendiéndose y a su muerte comprendía toda Palestina por encima de la línea que va del Mediterráneo al Mar Muerto (al sur de Masada), a excepción de Ascalón y el litoral circundante; importantes territorios transjordanos, desde Maqueronte al sur, hasta las fuentes del Jordán al norte; un ancho espacio hacia el noroeste (Batanea, Traconítida, Auranítida), exceptuando no obstante la Decápolis. Aparte de los judíos, la población estaba formada por griegos y gran número de sirios helenizados[43]. Esta era la Palestina de tiempos de Jesús de Nazareth.

    La historia del cristianismo antiguo atestigua la existencia en la última etapa del Imperio romano, de sociedades cristianas que se originaron en Asia Menor y el norte de África como resultado de la primera evangelización realizada por los apóstoles y los discípulos de éstos. Todas ellas produjeron su propia cultura cristiana, pero en los siglos subsiguientes, dichas culturas desaparecieron arrolladas por la invasión islámica. Pero si ésta ha sido la suerte de las culturas cristianas del Próximo Oriente, Egipto y el África romana, muy otra ha sido la suerte del cristianismo en Occidente. A partir de la caída del

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