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El reto de una fe coherente
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Libro electrónico222 páginas3 horas

El reto de una fe coherente

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Desearía expresar aquí mi convicción de que el cristianismo constituye la experiencia más profunda ofrecida por Dios a los hombres. Es un asunto de sentido y de verdad, de esperanza y de amor, de sufrimiento y de gozo. Es un conjunto de itinerarios distintos, recorridos por gente de toda clase y de toda raza. Es un espacio de libertad en el qu
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 ene 2022
ISBN9786074176384
El reto de una fe coherente
Autor

Louis Roy

Louis Roy nació en Quebec Canadá, en 1942. Estudió literatura, filosofía y teología, y en 1984 se doctoró en la Universidad de Cambridge. Pertenece a la Orden de los dominicos. Fue profesor en el Instituto Pastoral de Montreal, actualmente es responsable de la cátedra de Teología Fundamental en el Boston College y en el Dominican University College en Ottawa. Su interés gira en torno a los aspectos afectivos, intelectuales y místicos de la experiencia religiosa. Ha publicado numerosos artículos y libros entre los que se destacan: Self-Actualization and Radical Gospel(2002), Mystical Consciousness: Western Perspectives and Dialogue with Japanese thinkers (2003), y Coherent Cristianity (2005).

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    El reto de una fe coherente - Louis Roy

    INTRODUCCIÓN

    Desearía expresar aquí mi convicción de que el cristianismo constituye la experiencia más profunda ofrecida por Dios a los hombres. Es un asunto de sentido y de verdad, de esperanza y de amor, de sufrimiento y de gozo. Es un conjunto de itinerarios distintos, recorridos por gente de toda clase y de toda raza. Es un espacio de libertad en el que cada cual debe buscar la luz y tomar sus decisiones, teniendo en cuenta los recursos intelectuales y afectivos de su cultura, en diálogo con las religiones no cristianas. Y, puesto que también se trata de un lugar de solidaridad, yo propongo aquí, como creyente y como teólogo, aclaraciones e interpretaciones, con la esperanza de que sirvan de guías para el camino.

    A lo largo de estos años he recibido numerosos testimonios de aprecio incitándome a presentar mis reflexiones en forma de libro con el fin de llegar a lectores para los que la religión se presenta como una realidad y desean adquirir una mayor unidad intelectual. Las reflexiones que se van a encontrar en estas páginas pretenden, en efecto, favorecer una integración progresiva de las diversas dimensiones de la vivencia humana y cristiana. Yo pienso en individuos y en grupos marcados por la búsqueda de sentido para la vida, por una apertura a la espiritualidad y a la meditación, por la cultura científica, humanista y psicológica de los países industrializados, con sus problemas de esperanza colectiva y de apertura a los demás. Me dirijo a personas que, como yo, se preguntan, dudan, plantean problemas, se esfuerzan por comprender y escuchan todo lo que los demás pueden enseñarles.

    Mi proyecto es de orden teológico. Preocupado por desentrañar la coherencia que subyace en la experiencia cristiana, intento ofrecer una visión de conjunto, seguida de un análisis de la dinámica de la relación con Dios y, finalmente, de algunas consideraciones sobre las relaciones que actualmente se establecen entre fe y cultura. En estas páginas permea una teología de tradición católica, expresada de una forma actual gracias a la filosofía de la intencionalidad humana que abrevé de Bernard Lonergan y que apela a un conocimiento de sí mismo como sujeto pensante, activo, amante y religioso. Esta visión teológica se concreta en una preocupación pastoral, en un diálogo con la psicología humanista estadounidense y existencialista de talante europeo, en una apertura a la religiosidad y a la espiritualidad, y en una observación de las significaciones y los valores del mundo occidental actual.

    La primera parte de esta obra diseña una visión de conjunto de la fe cristiana, entendida como una aventura personal y comunitaria, como un conjunto de experiencias para vivir en el tiempo. Las cosas no son concebidas aquí en un plano objetivo, como si se tratara de realidades por definir (aun cuando yo no niego en absoluto la importancia de este aspecto), sino desde el punto de vista del sujeto humano inmerso en la búsqueda, a quien el evangelio ofrece un cierto número de descubrimientos por realizar. Para las personas preocupadas por la coherencia, a la vez flexible y fiel a la verdad del cristianismo, he diseñado una especie de mapa geográfico capaz de ayudarlas a identificar y a situar las percepciones que constituyen su proceso de fe. Elaboré este boceto en Montreal, con estudiantes del Instituto de Pastoral del Colegio Universitario Dominicano, en el marco de un taller de trabajo en el que se hizo un balance sobre el itinerario de la fe. Los participantes lo utilizaron para elegir los diversos componentes del evangelio vivido hoy y para examinar los puntos fuertes y los puntos débiles de su experiencia cristiana. El esquema en cuestión, revisado y transformado poco a poco en un texto seguido, fue aplicado con estos adultos de 30 a 50 años de edad.

    Este texto ha sido utilizado posteriormente en otros talleres, en jornadas de estudio referidas a alguno de los componentes descritos y en cursos cuya finalidad se centraba en discutir las etapas de una pastoral de evangelización, donde el esquema se perfila como tamiz que permite discernir al amparo de qué tipo de descubrimiento se sitúa una persona o un grupo al que se le acompaña en su camino.

    En la segunda parte del libro mi atención se centra en las tres actitudes fundamentales que constituyen nuestra relación con Dios: la fe, la esperanza y el amor. Respecto del acto de fe, en el capítulo 3 ofrezco un análisis de los descubrimientos y los motivos que justifican la sorprendente decisión de creer, no solamente en Dios, sino también, sin abandonar el espíritu crítico, en todo lo que la Iglesia católica presenta como verdad. Respecto de la esperanza, mi reflexión se estructura en dos tiempos. Por una parte, en el capítulo 4, sostengo una crítica teológica a ideologías que han suscitado el desencanto en el mundo occidental. Por otra parte, en el capítulo 5, desarrollo las bases religiosas de la esperanza. En cuanto al amor, el capítulo 6 aborda sus fundamentos a partir de una psicología y de una filosofía del deseo humano, señalando, al mismo tiempo, su dimensión en la experiencia de Dios, el sentido del pecado y la confrontación con lo que ha vivido Jesús.

    En la tercera parte intento poner de relieve los acentos y las prioridades que acompañan a una interpretación renovada de la experiencia cristiana. En ese contexto describo las instancias que nos llegan de las distintas mentalidades que contribuyen de manera importante a remodelar nuestra cultura. Allí expongo criterios capaces de favorecer el discernimiento espiritual, el acompañamiento pastoral, el simbolismo litúrgico y el servicio de la palabra de Dios.

    La cuarta parte compara ideas que provienen del hinduismo y el budismo con las posiciones del cristianismo y aplica criterios de discernimiento intelectual y espiritual al pensamiento de tres autores: Jean-Luc Hétu, Karlfried Graf Dürckheim y Bernard Lonergan. Con base en mi desacuerdo con el primero insisto sobre el problema de la coherencia y de la verdad del cristianismo, de un modo que completa lo que he escrito sobre la fe cristiana en el capítulo 3. En el capítulo sobre Dürckheim señalo el papel relevante de las experiencias de trascendencia, pongo en claro los signos de la autenticidad religiosa y analizo la relación entre el núcleo experiencial común de las religiones y la interpretación que sobre el particular ofrece el cristianismo. Finalmente, en el último capítulo, al presentar al teólogo del que más he aprendido en el plano metodológico, subrayo lo que la religión puede sacar en claro a partir de un diálogo con la filosofía, la psicología y las culturas; luego, abordo de nuevo el tema de las relaciones entre subjetividad y objetividad, tratado someramente en el primer capítulo.

    En la versión española de esta obra hemos añadido numerosas actualizaciones, en particular en el capítulo 4. Agradezco a Luis Ramos y a Jorge Íñiguez su ayuda.

    PRIMERA PARTE

    Visión de conjunto

    1. Una aventura vivida en el tiempo

    En este primer capítulo quiero presentar las tomas de conciencia y las convicciones personales que me han hecho llegar a la concepción de la fe que subyace en todo lo que he escrito en este libro.

    UN IMPACTO INICIAL

    En la primavera de 1964 volví a Quebec después de dos años de vida monástica en Francia y reestablecí contacto con amigos y hermanos del colegio que estaban concluyendo su segundo año en la universidad. ¿Qué es lo que constaté? Los que terminaron sus estudios clásicos en medio de un verdadero fervor religioso, intensificado por un gran retiro de siete días, se habían convertido en no practicantes, aunque a gusto con la fe, y con frecuencia agnósticos. No puedo decir que haya quedado traumatizado por esto, puesto que yo mismo ya había vivido un periodo de increencia personal entre los 16 y 19 años de edad, que en todo caso supuso para mí un gran impacto. Entonces me pregunto: ¿cómo es que la formación religiosa, ciertamente impartida de forma inteligente, que habíamos recibido de los jesuitas, no había sido capaz de mantenerse más de un año en el ambiente universitario? A medida que dialogaba con mis colegas del colegio, inmersos en el estudio de la historia, la literatura, la psicología, el servicio social y las ciencias de la naturaleza, me di cuenta de que algo importante había cambiado en su manera de ver la vida.

    En 1964 yo aún no sabía que una revolución tranquila acababa de despuntar en Quebec. Pero el hecho de ver a todas esas personas marcadas por la problemática religiosa me llevó a descubrir que la fe cristiana, si tenía futuro, no podría ser vivida como antes. Entonces constaté que nuestra religión tradicional —incluso bien explicada y en buena parte renovada— era incapaz de coexistir con el espíritu que anima a las ciencias humanas y con la abundante información que reciben nuestros contemporáneos. Las nuevas sensibilidades y las mentalidades inéditas que se desarrollan en una sociedad sometida a una rápida evolución socioeconómica ya no pueden admitir honradamente el catolicismo de nuestra niñez, incluso si éste adapta su liturgia, su catequesis y su vocabulario. Ya no basta con readaptar el interior del edificio que es la fe: hay que volver a construirlo, utilizando materiales tanto antiguos como nuevos, pero combinándolos según un plan que corresponde a intuiciones y a técnicas contemporáneas.

    El impacto que recibo me impulsa a repetirme una frase bastante anodina en sí, pero muy lacerante para mi búsqueda de hacía algún tiempo: Esto no puede seguir como antes. Esta convicción enseguida aparece confirmada por las revistas de los dominicos Témoin y Maintenant, por medio de las cuales me vinculo a una corriente de ideas en la que se apunta un auténtico camino de futuro. Esta corriente me ayuda a consolidar mis intuiciones. Pero, a mi juicio, lo que también se ha convertido en determinante en mi evolución intelectual ha sido la solidaridad con amigos que percibían el mundo de una manera nueva y se planteaban problemas reales. Mientras uno se mantiene a distancia afectiva de aquel o de aquella que duda, le resulta fácil defender su religión tradicional, más o menos adaptada, y encontrar toda clase de explicaciones para dar cuenta de la increencia o de la pseudocreencia del otro. Pero cuando uno está inmerso en la misma cultura emergente y comparte los mismos problemas sobre la realidad de la vida, se hace camino juntos, y se busca, cada uno a su manera.

    EXPERIENCIA ECLESIAL Y DIÁLOGO

    Mi forma de buscar, después de un año de estudio en Letras, consistió en incorporarme a los dominicos, entre los cuales percibía tanto un deseo de honradez intelectual como una apertura a todo lo que hay de grande y luminoso en la experiencia religiosa. Allí encontré, a pesar de algunos desajustes intelectuales y religiosos, un cuestionamiento riguroso con base en la filosofía actual, lo mismo que un intenso esfuerzo por buscar en la Biblia y en los pensadores cristianos del pasado una sabiduría capaz de alimentar los corazones y los espíritus hambrientos. Durante esos largos años de formación, viví una intensa experiencia eclesial, tanto en la fraternidad como en el ámbito de la oración y en la posibilidad de compartir preguntas y respuestas. Esta experiencia eclesial se prolongó a continuación en el apasionante encuentro con Jean Vanier y con los grupos de Fe y Participación, luego con la casa Betania, donde la oración a Jesús y la liturgia de Taizé me marcaron, y, finalmente, con el Instituto de Pastoral, donde creo haber desarrollado, mediante el diálogo con los asistentes a mis clases, una teología de la fe capaz de aproximarse a una buena parte de nuestros contemporáneos.

    Debo reconocer, sin embargo, que mis estudios sobre la tradición cristiana y el ambiente de mi vida religiosa casi autárquica me han alejado a veces de mis amigos, cada vez más distantes respecto del catolicismo. Al no compartir del todo la misma experiencia, me resultaba difícil comprender la manera como ellos reaccionaban y reflexionaban a partir de sus vivencias. Entonces pude apreciar de cerca la posibilidad de instalarnos en mundos separados. Quizás tenía miedo de esta parte de su experiencia, que me resultaba desconocida, y de sus sorprendentes ideas de las que ignoraba los puntos de emergencia. Mi inseguridad a veces me ha impulsado a juzgar a los demás y a expresarme de manera defensiva. Pero ha sido nuestra amistad la que nos ha hecho capaces de confianza y apertura. Me preguntaba yo, por ejemplo, sobre este o aquel amigo: ¿Qué busca realmente y qué lo impulsa a comprometerse por ese camino? Esta inquieta desorientación mía se transformaba entonces en el inicio de la comprensión.

    Durante todos esos años de diálogo, ¡cuántas veces guardé silencio sobre mi experiencia religiosa y cuántas veces me mantuve a la escucha! Adaptando por instinto mi ansia misionera, asumí de este modo la difícil condición de testigo del evangelio, que no puede ofrecer directamente al otro el tesoro escondido que ha descubierto. Sin que yo renegara en modo alguno, puesto que mis interlocutores sabían perfectamente que vivía comprometido en una comunidad religiosa, experimenté la frustración de no hacer más que tímidas alusiones a ese Dios que, por lo demás, ocupaba un lugar central en mi existencia. De todos modos esta frustración desapareció el día que comprendí que, sin renunciar a la práctica de la confrontación ni al planteamiento de cuestiones oportunas, era capaz de apreciar el proceso experiencial de los otros, consciente de que el Espíritu Santo estaba presente en su búsqueda.

    CONVICCIONES SOBRE LA VIDA DE FE

    Me gustaría proponer ahora las convicciones sobre la vida de fe derivadas tanto de mi experiencia como de mis lecturas y de mis contactos con personas en situación de búsqueda. El hecho de expresar estas convicciones hará que se manifiesten las orientaciones que han marcado la redacción del esquema sobre la fe que voy a presentar a continuación. Estas convicciones se exponen en cuatro sentidos: la experiencia del evangelio es, a la vez, subjetiva y objetiva, inacabada y coherente, libre y comunitaria, natural y otorgada por Dios.

    1. Una experiencia subjetiva y objetiva

    Tengo la impresión de que en los espíritus contemporáneos hay una exigencia de honestidad intelectual que excluye la posibilidad de iniciar la adhesión al mensaje cristiano sin que previamente se dé una búsqueda, un cuestionamiento y una experiencia religiosa. La fe ya no se puede basar en una apologética, aun reconociendo que todavía subsisten en ésta algunos elementos válidos, recuperables incluso en otro contexto. Ese nuevo contexto da la preferencia, no ya a las pruebas y a las verdades garantizadas por vía de autoridad, sino al sujeto humano preocupado por la búsqueda de valores y de sentido. Hace falta, pues, a mi juicio, enfocar el tema de la fe, sobre todo y ante todo, desde un punto de vista subjetivo, otorgando confianza al movimiento natural que va de lo subjetivo a lo objetivo. Mientras que el subjetivismo retiene a la inteligencia encerrada en sus límites, una adecuada concepción de la subjetividad sabe que ésta fue creada por Dios de manera que, con base en tanteos, tiende hacia la realidad objetiva.

    El espíritu humano, creado por Dios para poder buscarlo, amarlo, reconocerlo y servirlo, constituye el primer apoyo de la revelación, en el sentido de que cualquier descubrimiento religioso se desarrolla en él. Es cierto, efectivamente, que Jesús

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