Desafíos entre fe y cultura: Dos hermanos de sangre en la dinámica de la modernidad
Por Paul O'Callaghan
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En la práctica, muchos aspectos de la cultura y de la vida pública sufren de racionalismo, individualismo, desigualdad, discordia e ingratitud. Tratamos de vivir aislados de nuestros semejantes, incapaces de reconocer el mundo y la vida que disfrutamos como regalos de Dios. El autor muestra cómo la cultura desafía a la fe, exigiendo de ella respuestas razonables; y cómo la fe desafía a la cultura actual, denunciando su fragilidad y planteando a su vez nuevas e interesantes preguntas.
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Desafíos entre fe y cultura - Paul O'Callaghan
PAUL O’CALLAGHAN
DESAFÍOS ENTRE
FE Y CULTURA
Dos hermanos de sangre en
la dinámica de la modernidad
EDICIONES RIALP
MADRID
Título original: Faith Challenges Culture
© 2021 by Lexington Books, un sello de The Rowman & Littlefield
Publishing Group, Inc.
© 2023 de la traducción de
Andrea Fernández Cueto
by EDICIONES RIALP, S. A.,
Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid
(www.rialp.com)
Preimpresión: produccioneditorial.com
ISBN (edición impresa): 978-84-321-6615-0
ISBN (edición digital): 978-84-321-6616-7
ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6617-4
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
ÍNDICE
Introducción
1. Los términos
1. Cultura
2. Fe
3. Cultura y fe
4. Desafío
5. Modernidad
6. Un desafío en dos direcciones
Sección I
La fe desafía a la cultura
2. La fe desafía a la cultura: ética y antropología bíblica
1. La dignidad de cada hombre y la igualdad de los hombres
2. Libertad, elección, responsabilidad y conciencia humanas
3. La santidad de la vida humana
4. Una cultura de rectitud y culpa
5. La matriz fundamental de la sociedad: matrimonio y familia
6. El carácter de alianza de la sociedad
7. La Fuente del poder humano
8. ¿Qué ha sido de las ‘aportaciones’ antropológicas de la Biblia?
3. Cómo la fe desafió a la cultura
1. La revelación cristiana y el conocimiento filosófico
2. Otros agentes en el proceso de formación de la cultura
3. Situando las raíces del Humanismo moderno en la Edad Media
4. La cualidad positiva de la modernidad
5. ¿La revelación cristiana se encuentra en la raíz de la antropología moderna?
6. La revelación cristiana como savia viva que anima perennemente a las culturas
7. Conclusión
Sección II
La cultura desafía a la fe
4. Cómo la cultura desafía a la fe (I): El significado de la racionalidad
1. En busca de un punto de encuentro entre fe y razón
2. Una narrativa sobre la relación entre fe y razón
3. ¿Es posible recuperar un sentido cristiano de la razón?
4. Conclusión: ¿Cómo consolidar un cristianismo verdaderamente racional?
5. Cómo la cultura desafía la fe (II): Libertad e individualismo
1. La génesis de la libertad humana
2. La ambivalencia de la noción moderna de libertad
3. Libertad y receptividad
4. La alegría y la paz de la libertad interior
5. En resumen
6. Cómo la cultura desafía a la fe (III): Igualdad y solidaridad
1. El carácter social del hombre
2. Hacia una comprensión de la igualdad humana
3. La contribución de la fe cristiana a la concientización sobre la igualdad humana
4. Nuestro conocimiento de la igualdad humana: ¿de fe o de razón?
5. ¿Por qué se encuentra la desigualdad entre los hombres?
6. Dar y recibir
7. Conclusión: Cómo comprender la igualdad humana
7. Cómo la cultura desafía a la fe (IV): Conquista y gratitud
1. Dios como fuente de todo bien y generosidad
2. Una historia de la gratitud
3. Redescubriendo la verdadera gratitud
4. Conclusión
8. Ampliando la noción de la gratitud mediante una integración del conservadurismo y el liberalismo progresista
1. El temperamento ‘conservador’ y ‘liberal’
2. La compleja dinámica del conservador y el liberal
3. Los temperamentos conservador y liberal en la política, la sociedad y la economía
4. ¿Los creyentes cristianos deben ser conservadores o liberales?
5. La integración teológica y espiritual de los temperamentos conservador y liberal
6. Purificando e integrando el impulso conservador y liberal de la vida humana
Introducción
Cuatro conceptos sobresalen de entre las corrientes culturales que influyen en profundidad la vida de tantas personas en la actualidad. Los llamo racionalidad, libertad, igualdad y conquista. En primer lugar, la racionalidad. Nos gusta creer que entendemos las cosas, que sabemos lo que sucede; estamos convencidos de que el conocimiento debe ser accesible, claro y verdadero. La racionalidad casi parece ser nuestro derecho, nuestra heredad. Algunos irían al extremo de afirmar que homo est Deus, que los hombres son seres semejantes a Dios (o los que lo sustituyen), que comprenden a la perfección lo que pasa en sus vidas y en las de los demás, y que, por consiguiente, pueden planear y controlar su futuro. El siguiente concepto es la libertad, nuestro libre albedrío, profundamente valorado, ya que creemos que mientras actuemos con libertad, actuaremos de manera adecuada e incluso ética. O eso parecería. Aspiramos a ser libres, independientes, autocreadores. Después, en tercer lugar, está la igualdad. Suponemos —sin cuestionarnos por el momento por qué— que todos los hombres son iguales, que comparten la misma dignidad. Y nos indignamos cuando esto no se reconoce, cuando prevalecen la discriminación y el racismo. Por último, en cuarto lugar, está la conquista. Damos por sentado que tenemos derecho a lo que podemos obtener, a lo que está a nuestro alcance: es nuestro y no le pertenece a nadie más; ya sea que se trate de hijos, o propiedades, o el viaje al espacio, o la comunicación telemática instantánea con el otro lado del mundo… Vemos el universo que nos rodea como un terreno de conquista, de logros, de éxitos.
Lo que nos es menos evidente es que estos valores tan profundamente enraizados en nuestra sociedad se derivan, en última instancia, de convicciones antropológicas que vienen de lejos: de Atenas, de Roma, de Jerusalén. Son convicciones que se han consolidado durante un período de casi tres milenios. Debido a que esos valores se han convertido el algo ‘culturalmente evidente’, nos sentimos justificados al ignorar su genealogía u origen. Ese es un error grave. No solo significa que estamos ignorando lo que Chesterton llamó ‘la democracia de los muertos’, sino también que los valores en cuestión fácilmente se descomponen, se deterioran y mueren. Los creyentes, por supuesto, aceptan estos valores, pero también reconocen la necesidad de trazar su linaje, sus raíces, su origen. En más de una forma, usando una frase mundialmente conocida de Marshall McLuhan, ‘el medio es el mensaje’.
Este libro pretende mapear el desarrollo de estos valores en una variedad de tiempos y épocas. Primero, en el contexto de la filosofía griega durante los cinco siglos precedentes a Cristo. Después, en los orígenes bíblicos de las etapas tempranas del cristianismo y su desarrollo a lo largo del período patrístico y durante la Edad Media. Finalmente, examinaremos el período moderno, los últimos cinco siglos aproximadamente, en los que la síntesis bíblica y filosófica de los dos milenios previos toma vida propia, como cuando los hijos dejan el hogar que los crio y luchan por ser ellos mismos con independencia de sus padres y familia. Los valores y la antropología que derivan, en última instancia, de la fe y vida cristianas y de la reflexión filosófica, en el período moderno buscan una especie de estructura autosustentada que ya no necesite de la fe y la gracia. Por fin, la humanidad está emancipada y ya no requiere la presencia y el poder de Dios, de Jesucristo hecho presente en la Iglesia. De hecho, para muchas personas Dios o no existe o se ha vuelto irrelevante. Los valores que surgieron de una reflexión exigente y extendida sobre la fe en la vida de los hombres se desconectaron de la savia viva que les dio vida en primer lugar. Se transformaron en una serie de convicciones culturales independientes y libres, por lo menos en Occidente.
El texto se compone de dos secciones. La primera, en tres capítulos, describe cómo —a lo largo de la historia— la fe desafía a la cultura, la informa y le da vida. También mapea lo que sucede cuando la fe vivida se desconecta del mundo de la cultura, y los valores que la fe inspiró se comienzan a colapsar. La segunda sección pretende, en cuatro capítulos, identificar cómo la cultura desafía a la fe. Los cuatro capítulos tratan sobre las corrientes culturales antes mencionadas: racionalidad, libertad, igualdad y conquista. En cada capítulo hemos examinado cómo las corrientes en cuestión necesitan del complemento vital de la fe y de la gracia cristianas para no marchitarse, morir y desaparecer. Como veremos, la racionalidad se torna racionalista si no está informada por la fe; la libertad se vuelve arbitraria y estéril si no es comprendida como la recepción inteligente, voluntaria y amorosa de un don recibido de otro; se habla de la igualdad humana en el contexto imposible de la interacción de inequidades, el dar y recibir que compone la vida social; y la conquista se vuelve violenta y antihumana fuera de un contexto de agradecimiento… En primer lugar, agradecimiento a las otras personas y, en segundo lugar, a Dios, a quien debemos el sumo agradecimiento, adoración y alabanza.
Con la idea de comprender mejor la noción de reconocimiento y agradecimiento, concluiremos con un capítulo final (el octavo), considerando la fuerza y la ambivalencia cultural de la tensión entre el espíritu conservador y el liberal. Intentaremos integrar los dos espíritus o temperamentos en una síntesis cristiana superior.
1. Los términos
Son cuatro los conceptos que componen el título de este libro, ninguno de los cuales debe tomarse a la ligera: cultura, fe, desafío… y modernidad. Vamos a considerarlos uno por uno.
1. Cultura
La cultura es como el aire que respiramos. El aire puede ser saludable o insalubre, pesado o ligero, fresco o cálido, fragrante o maloliente. Sea como sea, en general, es invisible. Y aun así influye decisivamente en nuestra vida. Sin él, moriríamos. Además, la cultura, como el aire que respiramos, puede contener elementos de todo tipo: positivos y negativos, buenos y malos. Podemos no ser conscientes de ella, pero determina nuestra existencia de muchas maneras, nos lleva a un lado u otro, facilita un comportamiento u otro, expresa una actitud u otra. El hecho es que vivimos de la cultura, nos alimenta, nos guía, nos lleva, posibilita la comunicación, regula comportamientos; la transmitimos a otras personas, a otras generaciones, a través de palabras, gestos, acciones, leyes, reglas. En palabras de Roy D’Andrade, la cultura consiste en «reglas que se dice que son implícitas pues la gente común no puede decirte qué son»1. Por consiguiente, aunque es inherentemente eficaz y profundamente comunicativa, la cultura en general es decididamente ambivalente. Expresa y comunica nuestra identidad y la de las personas con quienes interactuamos; de hecho, puede decirse que una cultura compartida es precisamente lo que hace posible un ‘nosotros’ humano. Por ello, según Jesse Prinz, la cultura es inseparablemente tanto contenido como mediación2, contenido mediado y mediación de contenido.
En 1871, el antropólogo Edward B. Tylor describió a la cultura como «el todo complejo que incluye conocimiento, creencia, arte, ley, comportamiento moral, costumbre y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad»3. Sin duda se trata de una descripción amplia que incluye toda la realidad, toda, es decir, excepto un elemento importante: la naturaleza. Así que Melville Herskovits tiene razón al describir la cultura simplemente como «la parte del medio ambiente hecha por el hombre»4. Podríamos decir que, mientras que los hombres encuentran a la naturaleza como algo dado, con todo su fuerza y lógica, a la cultura la crean. La cultura —y no la naturaleza— es lo que distingue a los hombres de otros seres vivos y sintientes. A. R. Radcliffe-Brown concluye que «no puede haber una ciencia de la cultura. Puedes estudiar a la cultura solo como un personaje de un sistema social»5. Como lo afirma D’Andrade, la cultura es «la herencia de formas aprendidas de sentir, de pensar y de comportarse que resuelve los requisitos del ajuste social mutuo»6.
Si bien la distinción entre naturaleza y cultura es razonable, también es cierto que la cultura se refiere al hombre en su totalidad, y esto incluye cuatro elementos enraizados en la ‘naturaleza humana’: lo social, lo corporal, lo temporal y la capacidad de autodeterminación de los hombres. Vamos a analizarlos uno por uno.
Primero, como ya hemos visto, la cultura no se refiere a los hombres por sí solos, como entidades distintas, individuales e independientes, sino al hombre junto con los demás, ya que la cultura es «el comportamiento total, compartido y aprendido de una sociedad o subgrupo»7, en palabras de Margaret Mead. Y para Prinz, la cultura es «algo ampliamente compartido por los miembros de un grupo social y compartido en virtud de la pertenencia a ese grupo»8. Asimismo, Dan Sperber la define como las «representaciones públicas ampliamente distribuidas y mentalmente duraderas que habitan en un grupo social determinado»9. En un tono menos serio, podemos decir, junto con T. S. Elliot, que la cultura es «aquello que hace que la vida merezca la pena ser vivida»10. La cultura es esencialmente una realidad social compartida, aunque no necesariamente compartida por todos los miembros de la sociedad. Por ello nos referimos a ‘culturas’ en plural, ya que las culturas se refieren a la pertenencia a grupos sociales específicos.
En segundo lugar, la cultura tampoco se refiere a los hombres exclusivamente con respecto a su interioridad espiritual, ya que «la cultura es una unidad bien organizada, dividida en dos aspectos fundamentales: un conjunto de artefactos y un sistema de costumbres»11, citando a Bronislaw Malinowski. Sin duda, la cultura influye sobre el corazón y la mente; de hecho, se deriva de ambos. Pero también opera a la inversa, ya que la cultura deja su huella —de manera decisiva— en el mundo externo, corporal y material que los hombres comparten con otros seres: artefactos, sistemas legales, obras de arte y todo lo demás. En otras palabras, la cultura tiene manifestaciones materiales claras y tangibles. La existencia de museos es un indicio de ello.
Tercero, la cultura no está fijada para siempre desde tiempos inmemorables, ya que evoluciona, se desarrolla y cambia en contenido e influencia de una generación a la siguiente, de un período de tiempo a otro. La cultura, en palabras de Clifford Geertz, «denota un esquema históricamente transmitido de significados representados en símbolos, un sistema de concepciones heredadas y expresadas en formas simbólicas por medios con los cuales los hombres comunican, perpetúan y desarrollan su conocimiento y sus actitudes frente a la vida»12.
Al mismo tiempo, la cultura está siempre marcada por lo que se podría denominar ‘inercia cultural’. Los modos de pensar, de hacer o de juzgar no cambian de la noche a la mañana, sino a lo largo un período de tiempo más o menos extendido, a menudo de manera compleja e impredecible, bajo la presión de expresiones culturales alternativas.
En efecto, la cultura se presenta como un conjunto de textos o artefactos ya existentes que necesitan ser descritos e interpretados. Los estudiosos de la cultura, particularmente los ‘antropólogos culturales’, emplean sus mejores esfuerzos en hacer eso. La cultura adopta un perfil, contiene reglas que son actuales e influyentes; presiona, limita y guía el comportamiento en cada aspecto de la vida. Así, Boyd y Richerson describen a la cultura como una «información capaz de afectar el comportamiento de los individuos, que adquieren de otros miembros de su especie, mediante la enseñanza, la imitación y otras formas de transmisión social»13.
Sin embargo —y este es el cuarto punto—, la cultura no es solo una realidad que hay que explicar, que está ahí, inmóvil, intocable e irreprochable, porque los hombres no solo la reciben y son influidos por ella, sino que contribuyen a construirla