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Laico, tú sabes que te Ama
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Libro electrónico180 páginas2 horas

Laico, tú sabes que te Ama

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Este libro tiene la pretensión de provocar a todo el que lo lea, y especialmente a los laicos, que se dejen seducir por la fe y la esperanza en el amor extremo de Dios. Que comprueben que la santidad laical es para este tiempo. Que si perciben en la esencia de su alma que Dios les seduce a un amor que les desborda, que consientan en ello. Que no duden de que el amor místico ahora es especialmente regalado a los laicos. Que sepan que hay camino abierto. Que en el siglo XXI, Dios busca íntimos suyos especialmente entre los laicos. Que consientan en ofrecer su vida en un acto de pura fe y de pura esperanza en el amor de Dios. Y que no teman aceptar vivirlo a la intemperie, en "territorio enemigo", en medio del mundo; por muy gobernado que esté por el "príncipe de este mundo". Que sepan que hay un camino místico mariano que llega al amor más íntimo con Dios: a los desposorios del alma con Dios.

IdiomaEspañol
EditorialJuan Alvarez
Fecha de lanzamiento6 feb 2015
ISBN9781370189250
Laico, tú sabes que te Ama

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    Laico, tú sabes que te Ama - Juan Alvarez

    PRÓLOGO

    Tú sabes que te Ama, por una parte; y vergüenza y confusión de mí mismo, por otra, son las mociones interiores que me quedan en el alma al concluir estas reflexiones. Ante este doble sentimiento, aparentemente contradictorio, no puedo por menos de recurrir a la Palabra de Dios buscando amparo y ayuda en estos momentos, para tratar de justificar mi atrevimiento y mi incompetencia sobre lo escrito en este libro, acerca de un itinerario místico para ser recorrido especialmente por los laicos.

    Estas reflexiones describen un itinerario místico especialmente destinado a los bautizados laicos. Es el desarrollo de una aguda y sabia intuición del Siervo de Dios Tomás Morales SJ. (1908-1994), fundador de institutos seculares y verdadero impulsor de la santidad de los laicos.

    Una vez concluidas, el pasaje evangélico de la cananea (Mt 15,21-28), me resulta especialmente iluminador para justificar mi atrevimiento y mendigar para mis hermanos laicos estas migajas de vida mística.

    Este conocido pasaje de la vida de Jesús tiene como protagonista a una mujer de tierras de Caná, extranjera, pagana y sin derecho legítimo a beneficiarse de la predilección de Dios por el pueblo de la Alianza. Esta mujer ruega insistentemente a Jesús que cure a su hija. Jesús va de camino y no parece hacer caso de sus ruegos. El diálogo es estremecedor. Se ponen en juego las entrañas de una madre y las entrañas de Dios. Los dos son derrotados, y a la vez, los dos vencen. La mujer cananea, impulsada por su instinto maternal, consciente de su indignidad, sin quejarse y sin criticar la frialdad aparente del Maestro, no encuentra ninguna excusa para no lanzarse confiada en el misterio del amor de ese profeta, que dicen que tiene el poder de curar y hacer milagros. Por su parte, Jesucristo, está de paso por esa tierra. La región de los cananeos es una tierra de paganos, una tierra en noche espiritual, una tierra aplastada por milenios de pecado original. Una tierra que aunque también entra en los planes de la voluntad salvífica del Padre, no es la tierra concreta a la que ha sido enviado el Hijo.

    Las entrañas maternales de esta mujer se hacen oración, se hacen súplica insistente, ante el muro implacable del silencio de Jesús que no hace caso. La situación provoca la queja de los apóstoles por su molesta insistencia, y los discípulos convierten su queja en oración de intercesión dirigida al Maestro para que la atienda. Después, un diálogo tenso y a la vez íntimo, entre la madre y Dios. La madre, desde su esencial exigencia maternal. Jesús, desde su esencial fidelidad a la voluntad del Padre que le ha enviado solo a las ovejas descarriadas de Israel, no a los perros, a los paganos.

    Los dos corazones entran como en una noche oscura: ella, tratada aparentemente como perro; Él, empujado importunamente a salirse, aparentemente también de la concreta voluntad del Padre que le ha enviado al pueblo de Israel. Los dos tienen que renunciar a sus esquemas, los dos son superados por lo desbordante del amor de Dios, que quiere que todos los hombres se salven. Los dos han de llevar los horizontes de su amor, más allá de sus justos esquemas; han de abrirse a un amor que llega al extremo de ser solicitado por los perros. Pero tenemos la certeza de que en el fondo de los dos corazones protagonistas de la escena, se percibía una misma moción espiritual: en ella: si Dios es amor, seguro que ama a mi hija, y yo debo pedir con fe y esperanza por ella. En Él: Hijo, tú conoces mis entrañas de Padre y mi voluntad, tú sabes que te amo y amo a esa mujer y a su hija.

    Entiendo que hay laicos en la Iglesia que sienten esta misma realidad en sus entrañas. Conocen la situación pagana de un mundo sin Dios. Pero a la vez, tienen la audaz certeza de que este mundo, al que aman entrañablemente, (porque en él están viviendo sus hijos), Dios lo ama más que ellos. Y no saben por qué sienten el impulso de rogar insistentemente por la salvación de este mundo tan amado, siendo conscientes de que es un mundo que desprecia descaradamente a Dios, y es extraño a Él; pero es el mundo donde viven ellos y sus hijos. Algo les dice que Dios les ama. Que les ama a ellos y a sus hijos, a sus hijos de la carne y a sus hijos del corazón.

    Sin duda que hay bautizados laicos, hijos de Dios viviendo en medio de este mundo pagano, a quienes el mismo Dios ha puesto en las entrañas de su alma esa certeza de saber que son amados hasta el extremo. Y perciben que el mismo Dios desea seducirles para que acojan en su alma el mismo tono de amor que tiene el Padre en sus entrañas misericordiosas por todos los hombres. El Espíritu obra en ellos haciéndoles captar esa moción espiritual que les impulsa a ser llevados a la plena identificación con el amor hasta el extremo del Hijo. Y se ven como seducidos esencialmente por el amor de Dios, hasta el extremo de buscar la comunión total con Él; y siempre para la salvación del mundo. Estas almas captan esa predilección, se dejan seducir por esa llamada y aceptan recorrer el camino completo que se les abre por delante, y que llega hasta el extremo del amor. Consienten en ello y, al aceptar, son conscientes de que serán purificados por la honrosa humillación de las noches del espíritu. Incluso, a imitación de los santos y de los mártires, aceptan ser tratados como perros, como locos, como… mártires, sin quejarse, sin criticar, sin buscar excusas para no reaccionar de otro modo sino amando. Todo lo que sienten y viven lo convierten en ofrenda, en súplica, en intercesión, con tal de conseguir de Dios el perdón, la misericordia y la comunión eterna de amor para todos sus hermanos del mundo. Aceptan responder a la seducción del amor extremo que llevó a Cristo hasta el exinanivit del Calvario. Consienten gozosamente en ser conducidos por ese mismo camino, porque saben que la esencia de Dios es que Dios Ama.

    Este libro no tiene otra pretensión que provocar en todo el que lo lea, y especialmente en los laicos, que se dejen seducir por la fe y la esperanza en el amor extremo de Dios. Que se tomen en serio la llamada universal a la santidad propia de estos tiempos. Que si perciben en la esencia de su alma que Dios les seduce a un amor que les desborda, que consientan en ello, que hay camino, que Dios busca almas que se fíen de él con esperanza, porque saben que la esencia de Dios es amar. Que consientan en ofrecer su vida como un acto de pura fe y de pura esperanza en el amor de Dios. Y que no teman aceptar vivirlo a la intemperie y en territorio enemigo, en medio del mundo gobernado por el príncipe de este mundo.

    El itinerario místico descrito en este libro ya está recorrido. Es camino mariano. La Inmaculada está presente en cada paso de este privilegiado itinerario. Lo ha recorrido completo, y sabemos que ese camino, llegó a la meta del amor extremo. San José, su esposo, en cuya fiesta redacto este prólogo, también ha recorrido a oscuras la mayoría de los pasos de este itinerario místico laical. Ha caminado junto a la Virgen todos sus senderos; ha recorrido el mismo camino mariano igual que Ella, con un corazón de hombre justo, pero sin ser inmaculado. Pasó noches del sentido y del espíritu junto con su esposa, sin una queja, sin una crítica, sin excusarse jamás de su tarea; y sin dudar jamás del amor de Dios que llegó hasta el extremo de hacerle padre de su propio Hijo. Además, murió en medio de una noche oscura, sin ver el fruto de su misión, y desconociendo el final de la historia de su Esposa y de su Hijo; frustrándose así el ver cumplida su misión de esposo y de padre.

    El ejemplo de la mujer cananea nos impulsa con una audacia propia de la fe y la esperanza en el amor de Dios, a suplicar que también los laicos que viven su vocación en medio del mundo, se beneficien de las migajas que caen de la mesa donde se sirve la doctrina de los grandes místicos de la Iglesia Católica. Que los laicos de todos los tiempos y lugares también puedan acoger esas migajas del más puro misticismo y no se desperdicie el constante derroche de amor extremo que Dios derrama sobre el mundo.

    A la Inmaculada, y a su esposo San José, confiamos estas letras como una súplica entrañable, con el deseo de que multitud de hijos de Dios, e hijos de tan buena Madre, se unan a este itinerario de amor y a su ilimitada fecundidad salvadora.

    Madrid, Solemnidad de San José,

    19 marzo, 2014

    INTRODUCCIÓN

    Laico, tú sabes que te ama. El bautizado que haya leído estas palabras, puede que le hayan pasado desapercibidas y las haya leído como el título de un libro más. Pero también es posible que le hayan resonado en el fondo de su alma con un tono sorprendente. No sabe por qué pero en el fondo de su ser, constata que le han sorprendido, consciente, o inconscientemente.

    Estas palabras las está diciendo la Iglesia constantemente a sus hijos, pero no todos las oyen; y si las oyen no les produce especial resonancia interior. A los más instruidos en la Palabra de Dios, les suenan a las palabras pronunciadas por Pedro a las orillas del mar de Galilea en su diálogo con El Maestro resucitado. Parecen las palabras de respuesta a las tres preguntas de amor que le hace Jesús al primer papa: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? (Jn 21,1-19). Dios ama infinitamente y con ternura misericordiosa a todos los hombres. Pero a lo largo de la historia, seduce a personas concretas para decírselo, descaradamente, en el secreto más íntimo de su ser. Busca confidentes que se crean que Dios ama. Recorre la historia buscando personas que puedan captar en el fondo de su alma algo de lo que tiene Cristo en su esencia de amor. La palabra seducir quizá sea la que mejor explica este afán de amor que tiene el Señor para buscar confidentes de su amor. Desea vivir con ellos la misma pasión de amor por el Padre y por los hombres que, a Él, le desborda eternamente.

    Ha habido infinidad de libros, de estudios, de meditaciones, de comentarios, sobre este triple diálogo entre Jesús y Pedro; como se han hecho incontables reflexiones sobre el tema del amor. No se pretende hacer un comentario más. Solo resaltar el detalle de las tres preguntas. Las tres fases del mismo diálogo de amor. Se pueden encontrar comentarios sabios, profundos y santos sobre este diálogo que siempre se pueden leer y meditar. Bastarán unos pocos click en el dispositivo correspondiente, y se abrirá un abanico desbordante de posibilidades.

    Tú sabes que te ama. Toparse con estas palabras puede provocar, de algún modo, un toque especial de Dios al alma de muchos laicos. Esa es la intención de estas líneas, hechas oración de súplica, en favor de la santidad de los bautizados laicos. Los bautizados que no son personas consagradas, ni sacerdotes, ni religiosos, son también hijos muy amados de Dios, y de la Virgen. Los obispos, sacerdotes, y las personas especialmente consagradas a Dios, son cristianos con los laicos y son sacerdotes o religiosos para los laicos. Unos y otros son llamados a acoger la santidad de Dios como amor hasta el extremo.

    La Iglesia tiene la experiencia cierta de que efectivamente, Dios te ama. Nunca ha dejado de enseñarlo y de predicarlo. Pero estas palabras, parece que no se podían oír ni entender, ni acoger completamente, si uno no estaba en situación de martirio; o si no se iba al desierto, o a un monasterio, o a un convento, o a un seminario. Es cierto que muchos laicos, a lo largo de los siglos, han vivido de esa certeza de ser amados y lo han gustado en su existencia, sin saber muy bien, ni cómo, ni por qué.

    Laico, tú sabes que te ama, son unas palabras de seducción. Están incompletas. Son como el eco de otras palabras más esenciales que quedan resonando en el fondo del alma. Tienen la intención de provocar una puesta en marcha; abrir el horizonte del itinerario de amor que Dios quiere recorrer con cada uno de sus hijos, creados a imagen de su esencia, y redimidos con el valor de su sangre enamorada. Estas palabras recogen una experiencia interior que todos llevamos dentro y que en algunos se va haciendo cada día más evidente y más sentida. Hay días y situaciones en la vida, que este murmullo que ronronea en el fondo del alma, es imposible acallarlo y se hace explícito y claro: algo me dice que soy amado. Y me puede pasar en el trabajo, en el coche, en el metro o en avión, mientras consiento en el aburrimiento que produce leer siempre las mismas noticias cada día, o jugar a los mismos juegos en el teléfono móvil; puedo ser consciente de ellas en el campo, o en el taller, o en la oficina. Puede pasarme en un espacio de alegría o en el hueco que produce una herida o un sufrimiento. Tú sabes que te ama.

    Se comienza a sentir claramente esa experiencia espiritual que estamos llamando seducción, y se inicia un camino interior personal. Un camino muy personal y único, pero que se sabe perfectamente que afectará al mismo Dios y a todos los hombres. Y al alma le nace la nostalgia de una búsqueda. Busca oír, entender y experimentar otras palabras más íntimas, más personales, más misteriosas, más… sagradas. Tiene fascinación y miedo por percibir en su esencia de persona hecha para el infinito, unas palabras parecidas a estas que le sedujeron, pero son absolutamente distintas y encierran felicidad eterna gustada ya en esta vida. El laico así seducido teme; pero busca y desea con verdadera sed, escuchar en el fondo de su alma, y entender, algo así como: "Hijo, tú lo sabes

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