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Las Ocho Edades Del Alma Bautizada
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Libro electrónico221 páginas3 horas

Las Ocho Edades Del Alma Bautizada

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Una historia de amor verdadero siempre está madurando. La relación de Dios con el alma y del alma con Dios, tiene sus
propias etapas y edades de crecimiento y maduración. Tener una visión panorámica de la vida espiritual de un bautizado, es un gran regalo para nunca perder la felicidad que siempre encierra La Buena Nueva. Contamos con la certeza de que Dios ha creado con especial amor extremo a la persona humana; hasta el punto de haber sido capacitada para llegar a vivir una historia de amor verdadera, real y eterna entre la persona humana y Las Personas Divinas. Para no perderse en esta misteriosa vocación pongo al alcance del lector un "mapa", un "GPS espiritual, que permita al alma caminar a velas desplegadas en este misterio de amor, con la verdadera libertad de los hijos de Dios. La Inmaculada del FIAT y del STABAT, sigue siendo la clave y el sendero más accesible para permanecer en El Camino, La Verdad y La Vida.

IdiomaEspañol
EditorialJuan Alvarez
Fecha de lanzamiento29 abr 2020
Las Ocho Edades Del Alma Bautizada

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    Las Ocho Edades Del Alma Bautizada - Juan Alvarez

    Juan Álvarez, I.S. Stabat Mater

    LAS OCHO EDADES DEL ALMA BAUTIZADA

    Guía espiritual para laicos, llamados a ser íntimos de Dios.

    Edita, I.S Stabat Mater.

    C/ Fuerte de Navidad, 26, 28044, Madrid

    PRÓLOGO.

    Con tres puntos de apoyo ya puede sostenerse un edificio o un monumento, una silla, una mesa, un tablón de anuncios, una pantalla, etc. Incluso tradicionalmente fueron tres los clavos necesarios para que El Redentor quedara bien asentado en la Cruz, para redimirnos. Y el Dios Verdadero en el que creemos, es la Santísima Trinidad. Para apoyar la vida interior cristiana, sin que se venga abajo, creemos que pueden bastar tres pilares evangélicos. Tiene muchos más, no cabe duda, pero hay tres puntos en los que creemos que es posible dar consistencia al itinerario espiritual que ha de recorrer el alma de un bautizado, para alcanzar conscientemente la meta de la identificación de amor con Cristo, incluso en esta vida.

    Si uno se apoya en estos tres puntos, creo que se puede tener una vista panorámica del recorrido básico que ha de recorrer toda historia de amor que aspire a eterna. Nada solo humano es eterno, eso es evidente. La eternidad implica necesariamente a Dios. Y no hay amor eterno en el que Dios no esté en su esencia.

    También se podría aplicar este esquema de tres etapas de madurez o santidad, a los tres binarios de hombres, o a las tres maneras de humildad, en que se sostiene el discernimiento espiritual hacia la santidad, que propone la espiritualidad ignaciana (1). El esquema de los Ejercicios Espirituales es susceptible de ser tomado así. Pero también se puede subdividir en ocho etapas, fases o edades. San Ignacio dividió su mes de ejercicios en cuatro semanas. Toda persona que haya realizado o dirigido esta experiencia espiritual, sabe que se puede dividir en dos sin mayor problema, cada una de sus cuatro semanas. Primera semana: Principio y fundamento, el hombre es creado…; y meditación de pecados, coincidiría con la primera edad. La meditación de las verdades eternas, con la segunda edad; en que el alma, se asoma al hecho de que la vida espiritual no es algo subjetivo e individual, sino que existen los demás, tentados por el mismo diablo, heridos del mismo Pecado Original y con riesgo de ir al infierno. Segunda semana: se pasaría a tercera edad por la puerta de la meditación del Rey; respondiendo a la llamada a seguirle, para que, siguiéndome en la pena, me siga también en la gloria. Tercera edad coincidiría con las meditaciones de la infancia y vida oculta. La cuarta edad, con dos banderas y las meditaciones de vida pública. Tercera Semana: La quinta edad coincidiría con Tres binarios, tres maneras de humildad, cenáculo y Getsemaní. La sexta edad, las meditaciones de Pasión. La séptima edad, con el final de tercera Semana, La Pietá y el Sábado Santo. Y la octava edad, toda la cuarta semana.

    Pero si se toma como referencia las tres vías que San Juan de la Cruz dejó marcadas, para el alma que quiera corresponder al amor perfecto al que Dios le llama, es posible que un esquema de ocho edades, también pueda ser susceptible de encajar en él.

    Los estudiosos del gran místico San Juan de la Cruz, hablan del itinerario de la perfección del alma, como que ha de pasar por tres etapas: la vía purgativa, vía iluminativa y la vía unitiva; hasta culminar en el Matrimonio Espiritual del alma con Dios. Y estas tres vías han de recorrerse pasando por cuatro fases, o noches del alma. Estas noches son conocidas por: noche activa del sentido, noche pasiva del sentido; noche activa del espíritu y noche pasiva del espíritu. Si se suman las tres vías con sus cuatro noches, es posible que el resultado sea, las siete etapas; a las que hay que añadir la última y perfecta, con la que culmina el proceso espiritual: el Matrimonio Espiritual, que ya hemos dicho. Y que, según palabras del mismo místico, es el más elevado estado de perfección al que puede llegar el alma en esta vida (2).

    Efectivamente, la suma que se ha hecho de siete más uno, permite encajar mi prejuicio de ocho edades que propongo en estas líneas, también en el esquema de la sabiduría espiritual, del que es el más clásico de los maestros espirituales católicos, San Juan de la Cruz.

    Sigo adelante en estas consideraciones, consciente de que llevo encima otro ilusionante prejuicio que podría, teóricamente, anular el posible valor que encierran estas líneas. Pero tengo el pleno convencimiento de que no es así. Mi prejuicio es que, del mismo modo que los comienzos del tercer milenio, ha dado ya multitud de mártires laicos, (además de otros muchos sacerdotes y religiosos), del mismo modo estoy convencido de que las gracias de las almas místicas, están siendo entregadas especialmente a los bautizados laicos; sin negarlas, por supuesto, a religiosos, sacerdotes y obispos, que las puedan seguir recibiendo.

    No hace falta decir, que estas consideraciones solo pueden ser tenidas en cuenta por bautizados en la Iglesia Católica. O bien, por personas a quienes Dios les ha concedido la gracia de la verdadera conversión. Si es así, son almas que no podrán ser felices hasta que no lleguen hasta el fondo de lo que les ha sido regalado como anticipo. Convencido como estoy, de que la Iglesia Católica es la verdadera Iglesia que instituyó Jesucristo, para continuar en la historia de la Redención, sé que solo los bautizados en ella, podrán vivir conscientemente en esta tierra, el grado de perfección de amor que se vive en el cielo. No descarto que Dios puede regalar, sin duda, a personas no bautizadas, una gran madurez y santidad de vida. Pero estoy convencido de que estos, lo habrán de vivir de un modo inconsciente en esta vida. Les faltan sin duda las claves para poder vivirlo conscientemente. Por tanto, estoy convencido de que lo escrito aquí sobre las ocho edades del alma, podrá servir de ayuda orientativa, para los que sean llamados a querer acoger en sus personas, el amor hasta el extremo que nos une con Dios. Muchos laicos son llamados, sin duda, a la más profunda vida espiritual, buscando amar con todo su ser al Señor y a los prójimos. Estas almas llamadas a seguir al Señor hasta el extremo, es fácil que no encuentren directores espirituales o guías, que les sirvan de faros concretos de referencia, en el proceso de su madurez en el perfecto amor. Dios quiera que estas líneas, a modo de los antiguos mapas de carretera, sean una ayuda similar a los GPS actuales, para que estas almas puedan llegar a no perderse en el itinerario espiritual hacia la plena identificación con Cristo; hasta la total cristificación.

    Si se prefiere, pueden leerse estas consideraciones, tomando el mismo número de cada bloque. Tiene la ventaja que se va considerando cada edad, desde los cuatro enfoques del esquema. Leer primero la introducción general y después las otras cuatro introducciones de cada bloque. Luego ya, enfocarse en cada edad, siguiendo el orden.

    INTRODUCCIÓN.

    La Iglesia ha ido acumulando sabiduría espiritual a lo largo de toda su historia. Desde los padres del desierto, los grandes padres de la Iglesia, grandes teólogos, santos y místicos; y la cumbre de la sabiduría espiritual a la que llegaron Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Que el lector sea consciente de que lo que se vaya a escribir aquí, no es sino un aperitivo espiritual que lo lleve a entrar más adentro en la espesura de la sabiduría de los grandes santos y místicos, en los que encontrará camino seguro para su alma. Ha de ser consciente, por tanto, de que hay muchas síntesis y muchos enlaces donde se puede elegir el modo de acudir a las verdaderas fuentes de la sabiduría espiritual (3). Las Moradas de Santa Teresa, o La Subida al Monte, de San Juan de la Cruz, son fuentes obligadas para las almas a quien Dios seduzca para llegar a una vida de total identificación con Cristo.

    El siglo XX ha hecho también sus síntesis, recogiendo el rico patrimonio del pasado. No le faltaron a ese siglo sus libros clásicos y sabios sobre las etapas de la vida espiritual. La evolución mística, del p. Arintero (4); y sobre todo Las Tres Edades de la Vida Interior, del también Famoso y erudito teólogo Réginald Garrugou-Lagrange (5). Son dos autores clásicos que recogen la estructura ascética y mística de la espiritualidad católica, en una síntesis magistral. Son de obligada referencia para quienes deseen conocer y gustar los saberes católicos sobre la vida interior, que han ido acumulándose en dos milenios de espiritualidad de la Iglesia Católica.

    Estos libros y escritos se publicaron antes del Concilio Vaticano II, por poner una fecha de referencia. Son dos sabios y eruditos autores que hicieron las síntesis, desde la teología más clásica, de toda la gran tradición espiritual y mística que ha ido acumulando la Iglesia a lo largo de su historia. Tras este segundo concilio vaticano, el pueblo de Dios ha quedado bastante desprotegido y pobre de sabiduría espiritual; a pesar de que, justamente es el tiempo, en que este mismo concilio ha puesto el sello oficial de la Iglesia, a la universal llamada a la santidad de los bautizados laicos. En los comienzos del tercer milenio, creemos que ya se pueden ir haciendo pequeños esfuerzos por ir clarificando y ofreciendo al pueblo de Dios, las cosas esenciales de una sana espiritualidad católica.

    Me cuidaré de contradecir lo más mínimo su sabia doctrina. Las presentes consideraciones hacen el ridículo ante semejante cumbre de sabiduría espiritual, del mismo modo que un tuit hace el ridículo ante un libro o sabio artículo académico sobre cualquiera de los saberes. Pero estamos en tiempos de ir entrando en las almas a golpe de pequeños contenidos, para que sea el mismo Espíritu Santo el que lleve a cabo su obra en ellas. Son tiempos de minorías creyentes y cristianas. Tiempos de granos de mostaza y de levaduras en la masa. Las clásicas tres edades de la vida interior, yo trato de desmenuzarlas en ocho pequeñas dosis, de modo que sean un poco más asequibles. El mismo lector será el que acuda a profundizar en los clásicos citados.

    Si se toman las Bienaventuranzas, como una especie de nuevo decálogo, donde se nuevotestamentiza el compromiso que el Pueblo de Dios pactó en la Alianza del Sinaí, el número ocho se coloca como muy sugerente. Una vez dado ese paso, pueden hacerse consideraciones que hagan confluir las tres vías místicas de la espiritualidad católica, en ocho etapas, fases, edades, vías…

    La verdadera vida espiritual ha llegado a la humanidad con el Evangelio. La Buena Nueva es la vida divina que ha llegado a los hombres. Cristo es la Buena Nueva. Cristo es el Reino de Dios. Cristo es el Evangelio. Cristo es Dios hecho hombre. Cristo es la manifestación de las entrañas misericordiosas de la Trinidad. Esta Novedad Divina tan Buena, no puede ser acogida por el alma solo humana, sino aceptando pasar por un proceso de adaptación de nuestra naturaleza herida de Pecado Original. La relación de Dios con sus criaturas, da la impresión que es siempre dinámica. Por pura lógica ha de ser siempre así; puesto que, el que crea al hombre por amor, espera el eco y la respuesta amorosa de cada criatura, según su específica constitución esencial y con los tonos particulares y exclusivos de cada criatura, única e irrepetible.

    En este sentido, de la criatura humana, dotada de alma racional y libre, Dios espera de ella un eco y una respuesta amorosa, propia de su naturaleza inteligente, consciente y libre. Esta vocación a corresponder amando al que nos amó primero, creándonos y redimiéndonos, es la base de los procesos espirituales por los que ha de pasar el alma humana. Responder amando a Dios, a los semejantes y a las demás criaturas, requiere un proceso de maduración, que es lo que estamos llamando aquí, las edades del alma.

    Ocho pasos, ocho edades,

    Por lo dicho, queda claro que no pretendemos en absoluto, contradecir las tres edades clásicas de la vida interior del alma humana, las llamadas tres vías, purgativa, iluminativa y unitiva. Los autores espirituales clásicos, así han explicado las etapas de la vida interior, que constituyen el itinerario místico del alma, hacia la unión esponsal con Dios en Cristo. Apoyándonos en esta sabiduría de siglos, nos atrevemos a considerar que también, las edades de la vida interior cristiana, pueden desmenuzarse a su vez, como en ocho pasos.

    Bíblicamente, las edades de la creación están realizadas en ocho días. Dios creó el mundo y al hombre en seis días. El séptimo, descansó. De modo que, el plan bíblico inicial de la creación de Dios era de seis días y un séptimo día en que Dios descansó. Pero el hombre, creado el último día, pecó inmediatamente; quizá pecó ese día séptimo y fue necesario añadir un nuevo tiempo espiritual. Tiempo de Gracia. Un día Octavo del tiempo de Dios, que abarcaría el plan de la Redención. Tendría que ser la vida eterna con Dios, que no sería posible después del Pecado Original, sin el tiempo de La Nueva Creación. Sin este día octavo, la vida humana no tendría sentido del todo.

    Siguiendo este hilo del número ocho, rizando un poco el rizo, incluso se podría encajar la vida natural de una persona, en el cajón de ocho etapas: bebé, niño, adolescente, joven, maduro, jubilado, anciano y eterno. El lector tiene todos mis permisos y complicidades para esbozar la sonrisa condescendiente que solemos tener cuando nos topamos con una persona simplista. Que no pierda la sonrisa, porque sigo con simplismos.

    El mundo, sigue viviendo en porciones de semanas de siete días. Y se vive en porciones de siete, para ir madurando la existencia humana y llegar a la plenitud de nuestra vida; que sería el día octavo en la eternidad.

    Hasta la jornada laboral, parece haberse organizado en ocho horas de trabajo.

    Ocho, parece ser que son las horas que se deben emplear para el sueño, para poder llevar una vida saludable.

    Hasta los diez mandamientos se pueden reducir a ocho. Cumpliendo bien del tercero al décimo, nos es regalado como gracia los dos mandamientos humanamente inalcanzables por nuestras solas fuerzas naturales; y que, en definitiva, son los únicos que hay que cumplir. Uno, amarás a Dios con todo. Y dos, amarás al prójimo como Cristo nos ha amado.

    Tradicionalmente, también ocho, son las bienaventuranzas, como hemos indicado arriba.

    Ocho son las Palabras (o sonidos) del yo de Cristo en la Cruz. Clásicamente, las Palabras de Cristo en la Cruz, es sabido que son siete. Son Las Siete Palabras tradicionales de los sermones de viernes santo en nuestras Semanas Santas. Esto es cierto. Pero a mí me parece acertado añadir una Octava Palabra (6). La identifico con el sonido que salió del cuerpo de Cristo, cuando uno de los soldados, con la lanza le atravesó el costado. Aparentemente fue solo un sonido que arrancamos nosotros los hombres, del cuerpo encarnado del Verbo de Dios. Pero a mí me parece correcto considerar, que es una misteriosa Palabra definitiva, salida del Verbo, que solo pudieron oír los más íntimos; únicamente su Madre, es posible que también el discípulo amado, María magdalena y quizá nadie más. Y también es posible, que lo oyera el propio soldado romano, que la tradición ha llamado Longinos; a quien las autoridades humanas le dieron el mandato de clavarle su lanza en el costado, en nombre de Pilatos y también nuestro. Aunque este soldado, es posible que estuviera más pendiente de cumplir la orden militar encomendada y de la proeza de su certero golpe, que de los matices espirituales del sonido que produjo. Aunque también es cierto que, haciéndonos eco de la tradición popular cristiana, ese soldado, fue la primera conquista y la primera conversión, como fruto de esa última Palabra de Dios, que salió del costado del Redentor. Es posible que este soldado no hubiera nunca escuchado ninguna otra Palabra del Maestro; pero esta última, parece ser que le fue suficiente para convertirlo en hijo de Dios y de la Iglesia.

    No me extrañaría que el que esté leyendo esto, pudiera estar pensando que estoy forzando las cosas, encorsetándolo todo en el número ocho. Lo sé, soy consciente de ello. Sé que quizá es forzar un poco la cosa, desde el punto de vista de cómo son y cómo se manejan las cosas. Pero soy consciente también de que, una cosa son las criaturas materiales, sujetas a las leyes de la naturaleza; y otra cosa es la libertad humana, que es la puerta de acceso a las realidades espirituales. Por esto, espiritualmente, la libertad de los hijos de Dios, tiene derecho, puede y debe, forzar y manejar las cosas materiales y humanas, para orientarlas, conducirlas y situarlas en un nivel espiritual y darlas un sentido redentor. La fe en la que creemos, nos habla de la Providencia divina, desde la que todo cristiano ha de acoger e interpretar cada acontecimiento que le toque vivir. Es de este modo como cumplimos nuestra dignidad de ser colaboradores de Dios en la Creación y en la Redención. Así es como podemos y debemos dar un sentido salvador a las cosas creadas y a las circunstancias. Una tarea en la que Dios ha puesto una imperativa ley de obligado cumplimiento: que estas acciones humanas siempre habrán de ser realizadas en clave de amor.

    Al fin y al cabo, de eso se trata en el objetivo del vivir humano. Nuestro proyecto de vida puede reducirse al arte de saber servirse de la vida humana natural y material, para alcanzar la plena vida humana sobrenatural, espiritual y eterna. Para ello, hemos de seguir unas reglas que no hemos creado nosotros, aunque parece ser que están impuestas en favor nuestro. Todos los valores, normas y leyes, han de estar subordinadas a la única ley fundamental que debe regir esta tarea y misión espiritual del hombre. Y esta norma esencial ha de ser, no salirse nunca de la obligada ley del amor. Los hombres podremos llegar hasta donde podamos, pero hemos de dejarle a Dios la tarea final y la eterna. Por ejemplo, hemos de dejar en sus manos, cuál ha de ser la estructura definitiva de nuestra alma y cómo será nuestra resurrección de la carne. Es sensato aceptar que, si Dios es el que hizo el proyecto humano antes de ser concebidos, el nacer y existir nosotros en esta vida, le dejemos a Él también continuar el proyecto humano, después de nuestra muerte.

    Ya sé que el misterio de Dios y el misterio del hombre, el misterio de la vida y del ser, del amor y la gracia, etc., no puede encerrarse en una jaula, por muy hermosa que ésta sea. Ya sé que lo espiritual no se puede humanamente cosificar. Ya sé que afanarse en materializar lo espiritual, corre el riesgo de ser infectado por el virus del Pecado Original. Sé que solo Dios puede hacer este milagro de meter en cosa humana, las realidades divinas. Pero la Encarnación ya fue realizada con éxito. Es empeño de Dios que se realicen en nosotros los frutos divinos de la Redención. Jesucristo realmente se encarnó en La Inmaculada, vivió entre nosotros, asumió como suyo todo lo humano, murió y fue sepultado por ello y ha resucitado. Por lo tanto, es claro que para la persona humana hay verdadero camino espiritual.

    Puesto

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