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La familiaridad con Cristo: Meditaciones sobre el Año Litúrgico
Por Luigi Giussani
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«Estas intervenciones de don Giussani ponen de manifiesto qué puede ser el cristianismo cuando dialoga con las necesidades del hombre. Él nos enseña a verificar qué acontece cuando vivimos nuestras exigencias humanas poniéndolas en relación con Cristo: se realiza una exaltación de nuestro yo y un amor a Él, como polos de la vida de la criatura nueva que nace del Bautismo.
¿Qué hay más deseable que esta familiaridad con Cristo, que responde a la profundidad del deseo infinito de cada hombre y nos pone en las mejores condiciones para entrar en la realidad?»
(Del prólogo de Julián Carrón)
¿Qué hay más deseable que esta familiaridad con Cristo, que responde a la profundidad del deseo infinito de cada hombre y nos pone en las mejores condiciones para entrar en la realidad?»
(Del prólogo de Julián Carrón)
Autor
Luigi Giussani
Monsignor Luigi Giussani (1922–2005) was the founder of the Catholic lay movement Communion and Liberation in Italy. His works are available in over twenty languages.
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La familiaridad con Cristo - Luigi Giussani
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Luigi Giussani
La familiaridad con Cristo
Meditaciones sobre el Año Litúrgico
Prólogo de Julián Carrón
Traducción de Carmen Giussani
con la colaboración de José Luis Almarza
Título original: La familiarità con Cristo
© Fraternità di Comunione e Liberazione 2008
© Ediciones Encuentro, S. A., Madrid, 2014
2.ª edición
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.
100XUNO, nº 47
Fotocomposición: Encuentro-Madrid
ISBN EPUB: 978-84-1339-451-0
Depósito Legal: M-23150-2022
Printed in Spain
Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa
y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:
Redacción de Ediciones Encuentro
Conde de Aranda, 20 - Bajo B, 28001 Madrid - Tel. 915322607
www.edicionesencuentro.com
Índice general
PRÓLOGO. EL CAMINO DE LA MIRADA
I. ADVIENTO. LA INMINENCIA DE SU VENIDA
1. El Señor está a punto de llegar
2. Vigilancia y contrición
3. Construir la casa de Dios
II. NAVIDAD. EL MISTERIO DE LA TERNURA DE DIOS
1. La certeza de la vida es Uno que nos ha acontecido
2. La ternura: Dios que asume nuestra carne
3. Un amor inclusivo
4. La vida se convierte en una misión
III. CUARESMA. DIOS ES MISERICORDIA
1. Oración
2. Ayuno
3. Caridad fraterna
IV. PASCUA. Cristo resucitado, la derrota de la nada
1. La Resurrección, culmen de la autoconciencia cristiana
2. «Inmersos en el gran Misterio»
3. Reconocer a Cristo resucitado es una gracia que hay que pedir
4. La realidad renace
5. Una experiencia nueva de la propia humanidad
6. O Cristo o la nada
V. ASCENSIÓN Y PENTECOSTÉS. EN LA PROFUNDIDAD DE LAS COSAS
1. Ascensión: el cielo es la verdad de la tierra
2. El Espíritu Santo: la energía con la que Cristo domina el tiempo y el espacio
3. La contemporaneidad de Cristo resucitado
4. Tres obstáculos para la caridad
5. Cristo, gozo y libertad
6. El comienzo de una humanidad diferente
VI. TIEMPO ORDINARIO. EN EL ANCHO MAR DE LA VIDA DIARIA, UNA NOVEDAD CONTINUA
1. Sancta Trinitas, unus Deus. La vida como ofrecimiento
2. El Espíritu de Cristo «renueva la faz de la tierra»
3. La conciencia de la misericordia
APÉNDICES
MARÍA EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA
1. Un corazón abierto, de par en par, a la espera
2. Somos una nada que ha sido «llamada»
3. El misterio cristiano es Dios que se hace visible
4. Reconocer la gran Presencia
5. El primer «sígueme» de la historia cristiana
EUCARISTÍA: LA GRAN ORACIÓN
1. La Eucaristía. El método de Dios
2. El ofrecimiento
3. «Convocados en un solo cuerpo»
EUCARISTÍA: UNA REALIDAD PRESENTE Y FAMILIAR
1. Recostar la cabeza en el pecho de Cristo
2. Acercarse a los Sacramentos
3. El grito de quien sabe que no es nada
4. No tenemos excusa
5. El Sacramento es la forma más sencilla de oración
6. «Padre nuestro»
FUENTES
ÍNDICE DE CITAS BÍBLICAS
ÍNDICE DE AUTORES Y OBRAS CITADAS
ÍNDICE TEMÁTICO
Nota editorial:
Los textos aquí publicados no han sido revisados por el autor.
PRÓLOGO. EL CAMINO DE LA MIRADA
El Misterio ha elegido acompañar al hombre dentro de sus coordinadas de tiempo y espacio, a través de una realidad humana concreta, igual que un niño en el seno de su madre. «Dios, del que todo deriva, permanecería en la vaguedad y no llegaría a determinar la vida [del hombre] si Él mismo no hubiera entrado en ella como un Factor, un Factor determinante que le da significado, densidad y valor»¹. Por ello, la sabiduría de la Iglesia nos hace revivir durante el Año Litúrgico la memoria de esta iniciativa del Misterio que se hizo uno de nosotros en Jesucristo, presente y operante hoy en la vida de la Iglesia, su Cuerpo misterioso.
En estas páginas de don Giussani, Cristo no es nunca contenido de un pensamiento «espiritual» abstracto, sino una presencia real que se impone y mueve al yo en lo más hondo: «Ese más
que todos deseamos; ese más
indefinido, pero apremiante; ese más
que nos resulta desconocido, que normalmente o, con frecuencia, nos pasa inadvertido y cuyo significado no conseguimos jamás aferrar… se convierte en una realidad concreta, físicamente perceptible, físicamente determinada, tan clara y familiar como una persona que se sienta a nuestra mesa, vive bajo el mismo techo, almuerza y conversa con nosotros»².
La Iglesia lleva a cabo una relevante acción pedagógica al volver a proponer el misterio de la vida litúrgica como paradigma de la existencia y ocasión de encuentro con la Presencia que salva al mundo, venciendo la tentación perenne, que cada uno sufre en sus carnes, de reducir la relación con el Misterio a un asunto devocional o moralista, a merced de nuestros criterios o ideas. Así, con el realismo que le es propio, la Iglesia nos educa a no erigirnos presuntuosamente en hacedores del Misterio, sino a ser testigos estupefactos de su Acontecimiento.
En estas páginas, don Giussani nos acompaña a revivir el Acontecimiento cristiano como el hecho decisivo destinado a incidir en nuestra vida y personalidad. No nos introduce al Misterio presente con un discurso, sino dando testimonio de su personal experiencia del encuentro con Cristo. Al hablar de la Navidad observa: «Es preciso identificarnos [con María, José, los pastores…]. ¡Qué importante es la apertura del corazón, la sencillez y la pobreza de espíritu para aferrar la magnitud de ese momento, para poder ensimismarnos! Si no somos pobres de espíritu no nos identificamos con nada, porque identificarse con algo quiere decir abandonar la posición en la que estamos [para abrirnos a otra]»³.
Quienes han tenido la oportunidad de leer estas intervenciones que se publicaron en una primera traducción en la Revista Huellas, se han sentido acompañados por don Giussani, de mes en mes, durante casi dos años. Haberlas recogido en un volumen puede renovar más fácilmente la experiencia de esta compañía y sostener el camino de la mirada que conduce hacia esa familiaridad con Cristo que lo pone cada vez más en el centro de nuestro corazón.
Estas intervenciones de don Giussani ponen de manifiesto qué puede ser el cristianismo cuando dialoga con las necesidades del hombre. Él nos enseña a verificar qué acontece cuando vivimos nuestras exigencias humanas poniéndolas en relación con Cristo: se realiza una exaltación de nuestro yo y un amor a Él, como polos de la vida de la criatura nueva que nace del Bautismo.
¿Qué hay más deseable que esta familiaridad con Cristo, que responde a la profundidad del deseo infinito de cada hombre y nos pone en las mejores condiciones para entrar en la realidad?
Julián Carrón
I. ADVIENTO. LA INMINENCIA DE SU VENIDA
El primer domingo de Adviento nos introduce en un nuevo Año Litúrgico. Un año es algo muy importante para nuestra vida, porque a lo largo de la existencia, como mucho, contamos con ochenta o noventa años (en el mejor de los casos, ochenta; noventa si uno es excepcionalmente afortunado⁴). De estos ochenta o noventa, unos quince, cuando no veinte, se pierden más o menos inútilmente o transcurren sin que nos demos cuenta (para el que pertenece al Señor en una comunidad viva, a lo mejor, en lugar de veinte, pueden ser diecisiete…). Por tanto, un año tiene una importancia capital en la vida. Además, aunque puede parecer un tanto artificioso medir el tiempo en años, creo que valorar esta cadencia resulta mucho más inteligente que artificial. La Iglesia consolida esta valoración realizando una verdadera obra pedagógica al hilo del Año Litúrgico. Siguiendo los ritmos de la naturaleza –al menos para los que vivimos en Occidente– y comparando con ellos el pulso de la existencia cristiana, el Año Litúrgico se mueve al compás de la naturaleza que marca de manera tan inmediata y simbólica las etapas de la vida personal e histórica. Así la Iglesia realiza una verdadera y muy relevante obra pedagógica.
Creo que el comienzo del Adviento tiene una importancia extraordinaria. Y la tiene mucho más por el avivarse de la conciencia y el renovarse de la vigilancia –cuando reparamos en él– que por los sermones que podamos escuchar. Algunas reflexiones, sin embargo, pueden ayudarnos a tomar conciencia. Pero todo se juega allí, en la conciencia personal.
1. El Señor está a punto de llegar
La liturgia del primer domingo⁵ me parece decisiva en este sentido. Del libro del profeta Isaías: «Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén [visión
, por tanto intuición del designio divino, acerca de Judá y de Jerusalén
, acerca del pueblo escogido y de su asentamiento, que tiene un significado imperecedero a diferencia de cualquier otro, porque el pueblo de Dios constituye el signo, el sacramento, de aquel último asentamiento humano que será el paraíso]: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor. Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados; de las lanzas podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven; caminemos a la luz del Señor».
El primer reclamo que ofrece el texto de Isaías nos provoca inmediatamente a tomar conciencia de la meta final. La conciencia de lo que es definitivo, al igual que la conciencia de nosotros mismos, nos acompaña permanentemente. Esto podría ser ya objeto de nuestro examen de conciencia para el día de hoy o un motivo de contrición para la misa de hoy. La conciencia de lo definitivo debe acompañarnos como conciencia estable de lo que somos, como autoconciencia. Ésta, en efecto, coincide con la consideración de algo que es definitivo, pues nuestro «yo» es un dato definitivo. Pero más definitivo aún es el «significado» de nuestro yo; y el significado de nuestro yo es Jesucristo y su Misterio. Por tanto lo definitivo tiene que ver con nuestra adhesión al Señor; adhesión según la forma que él establece para nuestra vida (porque no cabe duda: podemos adherirnos a él sólo a través de la forma que él mismo establece). La conciencia de la meta final es el síntoma más exacto de una verdadera autoconciencia cristiana, la de quien percibe la vida como vocación.
Existe una palabra que enseguida aviva la conciencia de la meta final. Sin ella, la definitividad no indica nada vivo, puede ser un automatismo adquirido. Nada más lejos de mi intención que hablar en abstracto. Observando la posición de algunos, digo que la conciencia de lo último puede resultar una obviedad. Al margen de lo que vamos a decir ahora, la conciencia de lo definitivo es un automatismo. Y como todo automatismo aplicado a la vida consciente –a la vida inteligente, sensible, a la vida de la libertad y de la voluntad– da lugar a una rigidez. Una rigidez que parece inocua porque nos impide cometer pecados mortales, pero que no aporta al mundo ninguna señal de Cristo. Y mucho menos a la «casa»⁶.
En otro caso, el automatismo, el dar todo por supuesto, provoca una rigidez que nos vuelve, de muchas maneras, fariseos. Esto es, nos predispone a considerar nuestra propia actitud personal como el paradigma para los demás. Con la vara de nuestra exigencia, que adquiere el rango de pretensión, medimos la bondad de los demás, el valor de los demás, la utilidad de la casa o de las relaciones. O bien nos lleva a un fariseísmo que, en el fondo, lo justifica todo. Ante las licencias y libertades que nos tomamos y que escandalizan a la casa o a los amigos, que nos aíslan de los demás, que nos hacen banales, frívolos, vanos, sin fecundidad en las relaciones, llegamos a pensar: «Bah, ¿qué hay de malo?», o: «¡Qué le vamos a hacer! No pasa nada». Lo cual, si bien no se dice en público para justificarse, sin embargo es el modo de justificarse ante uno mismo, sintiéndose molesto al sólo pensar que otros puedan plantear objeciones a nuestro comportamiento.
El automatismo lo vuelve todo rígido y resta gusto a la vida espiritual. Dar todo por supuesto hace que la vida espiritual carezca de sàpere, de sabor alguno⁷; o bien alienta un fariseísmo que hace de nuestra pretensión la medida de la convivencia (cuando tenemos ganas de charlar, los demás tienen que hablar; cuando queremos callar, nadie tiene que molestarnos; tenemos derecho a hablar o no, cuándo y cómo queramos); quedándose estancada en el hondón del alma esa pretensión característica, esa tirantez que (aunque no nos atrevamos a admitirlo) los demás advierten sensiblemente, lo mismo que cuando alguien nos mira a los ojos o nos toca en el hombro; o bien es un fariseísmo que justifica el propio comportamiento, si no de forma teórica, al menos ad usum delphini, para uno mismo.
Lo primero que nos indica el profeta Isaías es que Cristo viene, ya viene a nosotros. Cuando falta esta conciencia, nuestra llamada irrevocable decae inevitablemente en todo lo que acabo de decir, porque os estoy describiendo, me estoy describiendo. Su venida es inminente. Y nos incumbe: «Casa de Jacob, ven; caminemos a la luz del Señor».
Cristo está a las puertas y le tenemos que atender. Yo quiero destacar el primer aspecto, porque está claro que de éste deriva el otro. Un evento inminente, si no es igual a cero, nos dispone a esperarlo, a prestarle atención, a asumir nuestra responsabilidad, en cierto sentido, nuestro deber.
Su venida es inminente, está cerca. Y nos interpela. «Hermanos –escribe san Pablo en la Carta a los Romanos–, comportaos así, reconociendo el momento en que vivís, pues ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima»⁸. Ya es hora de despertaros del sueño. Dice el evangelio de Mateo: «En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre»⁹.
La noche está avanzada, el día se echa encima¹⁰. En su sentido literal, último, supremo, la llegada del Señor nos remite al momento final, a la hora de nuestra muerte; porque la muerte, entendida en todo su alcance, es el momento en que el Hijo del Hombre vendrá definitivamente a mi vida. No saber cuándo llegará ese momento, estar en vela, aguardar el tiempo en que «estará firme el monte de la casa del Señor» sin saber cuándo será, todo esto extrema la conciencia de nuestro obrar en el día a día; es más, es el único modo para orientar conscientemente nuestros actos hacia su significado definitivo.
Cada momento de nuestra vida supone un paso hacia el Señor. Él viene a nosotros en cada circunstancia. Y a la vez cualquier momento de nuestra vida puede ser el último. ¡Ojalá el deseo prevalezca sobre el miedo! ¡Ojalá la espera venza al temor! Aguardamos a Cristo que viene y que vendrá. Todos nuestros actos, incluso la muerte, literalmente encuentran su significado a la luz de Cristo que viene.
2. Vigilancia y contrición
Cuando Cristo venga, juzgará. Es el segundo paso, la segunda sugerencia para nuestra meditación. Cuando él venga, juzgará. Entonces, como dice san Mateo, «dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán»¹¹. Cuando el Señor venga, juzgará. ¡Qué hermoso es el canto Cantad al Señor un himno nuevo¹² que culmina con el pensamiento gozoso de que viene el Señor a juzgar toda la tierra
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