Seguir hoy a Cristo: Vida sacerdotal y consejos evangélicos
Por Paolo Martinelli
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El presente volumen, cuyo origen son unos ejercicios espirituales dirigidos a sacerdotes, se ofrece como un instrumento válido de reflexión para todo cristiano —cualquiera que sea su estado de vida— sobre los consejos evangélicos, permitiéndole profundizar en la amistad con Cristo que, a través de los miembros de su Iglesia, se dilata en el mundo.
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Seguir hoy a Cristo - Paolo Martinelli
Paolo Martinelli
Seguir hoy a Cristo
Vida sacerdotal y consejos evangélicos
Edición y traducción de Gabriel Richi Alberti
© El autor y Ediciones Encuentro, S.A., Madrid, 2018
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.
Colección 100XUNO, nº 42
Fotocomposición: Encuentro-Madrid
ISBN epub: 978-84-9055-871-3
Depósito Legal: M-17500-2018
Printed in Spain
Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:
Redacción de Ediciones Encuentro
Conde de Aranda 20, bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607
www.edicionesencuentro.com
ÍNDICE
Prólogo
A modo de introducción
1. Dar espacio a la reflexión
2. A propósito de vida sacerdotal y consejos evangélicos
3. El orden de los consejos
Capítulo I
La obediencia de la fe
1. La condición de la fe en nuestro tiempo
2. El redescubrimiento de la fe como acontecimiento de gracia y libertad
3. La obediencia como virtud humana del mismo Cristo
4. La obediencia, ley del hombre nuevo
Capítulo II
La pobreza del presbítero y la esperanza digna de fe
1. Presbíteros y pobreza evangélica
2. Cristo, esperanza digna de fe
3. La pobreza evangélica
Capítulo III
La virginidad como forma de la caridad en la vida del presbítero
1. Tras las huellas de Cristo Esposo
2. La caridad como revelación de lo humano
3. La virginidad como la mayor caridad
Prólogo
Con gozo he aceptado la invitación a ofrecer en forma de reflexión el contenido de los ejercicios espirituales predicados a un grupo de sacerdotes españoles a comienzos del año 2018. Ya su preparación fue una experiencia muy bella para mí y me ha llenado de entusiasmo poder predicarlos a los sacerdotes que participaron en gran número. Me ha edificado su escucha, su silencio y su oración. Quiero, además, expresar todo mi agradecimiento a todos aquellos que han hecho posible esa iniciativa y la presente publicación¹.
Creo que es muy importante que los ministros ordenados puedan dedicar con fidelidad un tiempo durante el año a considerar su propia vida. El tema que elegí no es obvio y, además, en la actualidad, se trata de algo decisivo para la vida cristiana y, específicamente, para la vida sacerdotal. En efecto, los consejos evangélicos indican la forma de la libertad creyente comprometida en el seguimiento de Cristo. ¿Qué necesita un sacerdote para vivir plenamente su ministerio más que renovar cada día el encuentro con Cristo, al que reconoce presente en la Iglesia y en todas las circunstancias a las que le envía la misión, adhiriéndose a su dulce presencia
con toda su propia humanidad?
El renovarse de este encuentro es la fuente del gozo verdadero. El papa Francisco nos lo recordó, al comienzo de su pontificado, en una intervención a seminaristas y religiosos en los primeros años de formación: «La alegría nace de la gratuidad de un encuentro. Es escuchar: Tú eres importante para mí
, no necesariamente con palabras. Esto es hermoso… Y es precisamente esto lo que Dios nos hace comprender. Al llamaros, Dios os dice: Tú eres importante para mí, te quiero, cuento contigo
. Jesús, a cada uno de nosotros, nos dice esto» (6 de julio de 2013). Con esas palabras, el papa retomaba la intuición fundamental de Benedicto XVI al inicio de su ministerio petrino: «Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos por el Evangelio, por Cristo. Nada hay más bello que conocerlo y comunicar a los otros la amistad con él» (24 de abril de 2005).
En el fondo, meditar sobre los consejos evangélicos no es otra cosa que profundizar en la amistad con Cristo que nos ha alcanzado y que, a través de nosotros, se dilata en el mundo.
+ Paolo Martinelli ofmcap
Obispo titular de Musti
Auxiliar de Milán
1 de abril de 2018
Domingo de Pascua
A modo de introducción
1. Dar espacio a la reflexión
Todos necesitamos dar espacio a la reflexión para que madure y se afiance nuestra vida espiritual, nuestra vida según el Espíritu de Cristo resucitado. Espíritu que se nos dona en los sacramentos, en la ordenación sacerdotal, y Espíritu que actúa también en los dones carismáticos que animan nuestra vida cristiana y sacerdotal, y que permiten que la gracia sacramental dé más fruto en clave de testimonio y responsabilidad respecto a todo el pueblo de Dios.
Se trata de una reflexión que quiere favorecer el recogimiento frente a la dispersión, la memoria y el recuerdo agradecido del bien, la conciencia de la misericordia de Dios en nuestra vida que siempre nos regenera, el volver a tomar conciencia de nuestra tarea, el asombro ante el don de Dios, la gratitud por todo lo que hemos vivido, por el don de nuestra vocación: ante todo a ser hijos de Dios, vocación en la que se injerta la vocación peculiar del ministerio sacerdotal en favor del pueblo santo de Dios.
Ciertamente estamos cargados de nuestras preocupaciones pastorales; llevamos con nosotros, de alguna manera, el olor de las ovejas
, por usar una expresión querida para el papa Francisco, una expresión que indica la implicación de nuestra vida con el pueblo de Dios. Estamos inmersos en un cambio de época; a veces parece que han caído las evidencias más elementales, como recuerda Julián Carrón². Pensemos en las situaciones inéditas que tenemos ante nosotros, en las decisiones que hemos tomado, en las que deberemos tomar en el futuro, en las más incómodas y problemáticas. También nosotros nos preguntamos dónde está Dios en este tiempo de gran incertidumbre. Estamos convencidos de que acoger el desafío de este cambio nos conducirá a un conocimiento nuevo del Misterio de Dios, cuya Providencia continúa tejiendo la trama de la historia.
Somos conscientes de que el Espíritu de Cristo conduce a la Iglesia, pero no lo hace sin implicarnos. En efecto, la lógica de la Encarnación pide que Dios nos implique en su misión. Ratzinger, en un escrito sobre la Eucaristía, afirma: «Todo es gracia
. Sin embargo, la gracia no suprime libertad, la crea»³. Por tanto, cada vez que consideramos la gracia, al mismo tiempo somos provocados en nuestra responsabilidad: don y tarea. El tiempo que dedicamos a una reflexión sobre nuestra vida es un tiempo de gracia para sostener nuestra libertad en camino, como responsabilidad en la historia.
Es también tiempo de meditación contemplativa, de recepción de la misión, de memoria de todo lo que Dios obra, tiempo de petición y de mendicidad. Sobre todo es tiempo de silencio. Tomémonos el tiempo para cuidar también nuestro corazón, para cuidar de nosotros mismos, sabiendo que todo en nosotros está llamado al don total a través del ministerio. Nos alimenta la oración, nos alimenta la escucha de la Palabra de Dios, el silencio y la celebración de los sacramentos, nos alimenta sabernos parte de un presbiterio y la confrontación fraterna.
La posición más verdadera ante Dios es la del mendigo, la del pobre que pide. Vale la pena recordar la expresión del siervo de Dios monseñor Luigi Giussani ante san Juan Pablo II el 30 de mayo de 1998: «el verdadero protagonista de la historia es el mendigo: Cristo, mendigo del corazón del hombre, y el corazón del hombre, mendigo de Cristo». El papa Francisco ha retomado la misma expresión recientemente en su viaje a Colombia⁴. Nuestro silencio es petición de ser colmados por la presencia del Misterio.
A propósito del silencio, quiero recordar al gran mártir Ignacio de Antioquía, que nos