Jesús también estaba invitado: Conversaciones sobre la vocación familiar
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El padre Lepori propone en estas páginas con fuerza la verdad del amor, siendo consciente de la dificultad de su realización para muchas parejas y familias que están marcadas por sufrimientos, cansancios, incomprensiones, infidelidades o desilusiones. En estos tiempos, en los que las promesas de amor y de fidelidad "en la prosperidad y en la adversidad" parecen más que nunca destinadas a disolverse, este libro permite descubrir con una conciencia renovada el fundamento sólido sobre el que sostener la vida de las familias.
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Jesús también estaba invitado - Mauro Giuseppe Lepori
Cist.
CONOCER A JESUCRISTO EN LA VOCACIÓN MATRIMONIAL
Una preocupación vocacional
Para abordar el misterio de la familia es importante partir de una preocupación vocacional, de la preocupación y del deseo de vivir con verdad y plenitud la vocación matrimonial y familiar.
Esta preocupación se pone de manifiesto en la experiencia de la dificultad cotidiana por permanecer centrados en la gracia y en la tarea que se derivan del sacramento del matrimonio. Esta preocupación expresa sobre todo el deseo de ver cómo se realiza en la vida cotidiana todo lo que el sacramento da y promete.
Toda preocupación vocacional es un deseo de santidad, un deseo de plenitud de vida. Pero no un deseo cualquiera, no una santidad cualquiera, no una plenitud de vida genérica sino el deseo de la santidad y de la plenitud de vida que nacen del encuentro con Jesucristo.
Diría que este deseo de plenitud se hace todavía más agudo en la vida matrimonial y familiar por la intensidad psicológica que acompaña el comienzo y las etapas iniciales del camino. El enamoramiento, la fiesta nupcial, la espera y el nacimiento de los hijos: de forma natural todo esto está lleno de esperanzas, de proyectos, de deseo de lo mejor. Por eso la experiencia de la dificultad, de la monotonía cotidiana, de la inevitable desilusión de muchas expectativas en relación con uno mismo, con el cónyuge y con los hijos es tal vez más desconcertante psicológicamente que en otros caminos vocacionales.
Esto lleva con frecuencia a los que viven la vocación matrimonial a refugiarse en un escepticismo voluntarista, en un «aguantar» apoyado en las propias energías individuales pero cargado de una desilusión que con frecuencia se convierte en agresividad hacia el cónyuge, hacia los hijos, hacia uno mismo y, al final, también hacia el mismo Dios.
Uno de los espectáculos más tristes a los que me toca asistir, sobre todo desde que soy sacerdote, es el de parejas que han llegado a los sesenta años y que de golpe «saltan» por los aires porque uno de los cónyuges, normalmente la mujer, no puede seguir siendo víctima de su intento voluntarista de soportar al otro o la situación familiar. Durante décadas han seguido adelante sin dialogar nunca verdaderamente, sin comunicarse sus problemas, sin corregirse, sin pedir uno al otro la atención y el amor cuya falta sentían y necesitaban; durante décadas han seguido adelante soportando estar juntos «por el bien de los hijos»; durante décadas han seguido adelante refugiándose, cada uno por su parte, en el trabajo, en las amistades, en los pasatiempos, etc. Al final llega el momento en el que la cuerda, deshilachada desde hace tiempo, se rompe, y aquel de los dos que estaba más sometido se rebela, y es como un dique de agresividad y de frustración que se rompe y se desborda en la «euforia» de una libertad adolescente que ya no admite vuelta atrás, que rechaza cualquier razonamiento y que excluye cualquier compasión hacia su cónyuge. Con frecuencia uno de los dos se cae de las nubes. Durante años ha trabajado como un loco por la empresa, ha construido un pequeño imperio de bienestar para sí y para su familia, durante años se ha justificado por no dar tiempo a su mujer, o al marido, a los hijos diciéndose que era por su bien. Y de golpe este tesoro que pensaba que les ofrecía solo suscita el desprecio y el desinterés total por parte de los suyos. En definitiva, cada uno se encuentra en su propio rincón haciéndose la ilusión de que puede construirse una vida nueva.
¿Dónde estaba el error de partida? Creo que se encuentra en una falta de conciencia de la naturaleza de la vocación matrimonial, o más bien de la naturaleza vocacional del matrimonio. Es como si la gente, también entre los cristianos, no fuera consciente de que el matrimonio es una vocación, es la vocación de quien es llamado a él, como si no fuera consciente de que lo que hace fecundo el matrimonio por tanto no son las consecuencias de la existencia (trabajo, actividades sociales y culturales, hobbies, etc.), sino el matrimonio mismo y por tanto la relación misma entre el hombre y la mujer. Por eso, como decía antes, hay una especie de derroche de generosidad, de sacrificio de uno mismo por la mujer o el marido, por los hijos, por la casa, por el bienestar de la familia y de su nivel social que sin embargo no construye el corazón de la cuestión: la vocación matrimonial de la pareja. Es como si todo girase en torno a un eje que se ha olvidado, que se deja oxidar y corroer, que nadie tiene la preocupación de restaurar, de consolidar. Al final acaba rompiéndose el eje y todo lo que giraba a su alrededor sale despedido en todas las direcciones para desintegrarse alejado del