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Matrimonio vocación de amor: Jaime Fernández M.
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Libro electrónico131 páginas1 hora

Matrimonio vocación de amor: Jaime Fernández M.

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Análisis del desarrollo del amor que une a dos personas por el vínculo del matrimonio. Presenta la relación conyugal a partir de la psicología del hombre y de la mujer y de sus relaciones normales. Incluye una pauta para el desarrollo comunitario del tema.

Editorial Patris nació en 1982, hace 25 años. A lo largo de este tiempo ha publicado más de dos centenares de libros. Su línea editorial contempla todo lo relacionado con el desarrollo integral de la persona y la plasmación de una cultura marcada por la dignidad del hombre y los valores del Evangelio.

Gran parte de sus publicaciones proceden del P. José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt o de autores inspirados en su pensamiento. Por cierto, también cuenta con publicaciones de otros autores que han encontrado acogida en esta Editorial.

De esta forma Editorial Patris no sólo ha querido poner a disposición de los miembros de la Obra de Schoenstatt un valioso aporte, sino que, al mismo tiempo, ha querido entregar a la Iglesia y a todos aquellos que buscan la verdad, una orientación válida en medio del cambio de época que vive la sociedad actual.
IdiomaEspañol
EditorialNueva Patris
Fecha de lanzamiento18 ago 2016
ISBN9789562463263
Matrimonio vocación de amor: Jaime Fernández M.

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    Matrimonio vocación de amor - Jaime Fernández M.

    día.

    Primera Parte

    Vocación al amor orgánico

    Una tendencia a buscarse y a enriquecerse mutuamente

    La vocación matrimonial es una vocación de amor divino y, a la vez, humano, desde que el Señor Jesús lo elevó a la dignidad sacramental. Es un llamado de Dios para que dos seres se realicen en un amor integral, fundiéndose para siempre el uno en el otro. Es difícil hablar del amor en forma profunda. En su dinámica elemental lo podemos describir como la tendencia que impulsa a dos seres a unirse entre sí. La metafísica de este impulso fue descrita por el beato Duns Scotus, como una tendencia que lleva a dos seres, de naturaleza semejante y a la vez diferente, a complementarse y unirse entre sí. De esta diferencia de valores brota la tendencia a buscarse y a enriquecerse mutuamente.

    Los que se aman, se unen

    El amor aparece así como una fuerza que lleva a intercambiar su riqueza a dos seres que pueden comunicarse. Es una transmisión de bienes que enriquece al uno y al otro, a cada uno en aquello que le falta. El fruto de esta corriente de atracción gestada por la experiencia en el otro de los bienes que uno necesita, no es solamente la transmisión de los bienes del uno al otro, sino la unión de ambos en un solo ser. Los que se aman, se unen.

    El amor humano es espiritual, sensible y sobrenatural

    Esta realidad pareciera penetrar todos los órdenes de ser de la creación, ya que ésta es huella viva del Creador. San Juan nos dice que Dios es amor (1 Jn 3, 4). Todos los seres experimentan y están sometidos de alguna manera a esa ley de polaridad complementaria y a esa atracción mutua consiguiente. El hombre también experimenta la dinámica de la polaridad y de la atracción. Sin embargo, por el hecho de ser a la vez espiritual y corporal –podríamos decir un espíritu con una dimensión corporal– la experimenta de una manera original. Su amor es, a la vez, espiritual, sensible y sobrenatural. Más aún, debido a que su personalidad no es un conglomerado de estratos y de partes, sino un organismo en el cual lo espiritual, lo corporal y lo sobrenatural constituyen un todo orgánico coherente, su amor experimenta también el desarrollo de los seres orgánicos. Está marcado por las leyes de crecimiento de los organismos. Por esa misma razón, por la cual lo influye lo espacio­-temporal, lo físico y lo sensible con sus propias leyes, lo influye también la realidad espiritual, marcándolo originalmente. Está, como todo lo espiritual, destinado a la eternización. Lo que proviene del espíritu no puede gastarse ni diluirse como lo físico; tiende por sí mismo a vencer al tiempo.

    Lo más significativo de la vida es la exigencia de fecundidad
    y permanencia

    El amor es esencialmente vida. Es una vida compartida entre dos seres. La vida también tiene sus leyes y exigencias propias. Lo más significativo y medular de ella es la exigencia de fecundidad. Así sucede también en el amor entre un hombre y una mujer. Son dos seres que comparten una misma naturaleza y que dentro de esa naturaleza compartida, representan dos polos complementarios. Ambos descubren, el uno en el otro, los valores que añoran, y experimentan en sí mismos los valores con que pueden enriquecer al tú. Brota la atracción y comienza a generarse lentamente, en un proceso rítmico y ordenado, un amor que abarca todas las posibilidades de su ser. Ese amor quiere, desde un comienzo, vencer obstáculos para permanecer para siempre, busca eternizar y dar fruto.

    La permanencia asegura el fruto de la fecundidad

    La realidad espiritual de la naturaleza que ambos comparten los abre al anhelo de quebrar las barreras de lo espacio–temporal. Un amor auténtico entre dos seres humanos no puede ponerse límites de tiempo, no puede nunca decir yo te voy a querer por una semana o dos, por estas vacaciones. Si es auténtico, es espiritual y busca desde un comienzo permanecer para siempre, entrelazar los destinos y unir para siempre. Sólo ese amor merece dar fruto. La fecundidad del amor humano nunca puede limitarse a un proceso biológico. Termina en personas, en una comunidad de personas. Aquí radica el fundamento de la familia como célula básica de la sociedad. El amor plenamente humano, siendo espiritual, es para siempre. Esto da el germen de la estabilidad que permite asumir la responsabilidad por una nueva vida.

    La triple vocación del amor matrimonial

    El amor humano que nace pequeño, va conquistándose y desarrollándose paulatinamente, porque es orgánico. Pero su tendencia intrínseca, su dinámica espiritual, urge la eternización y la fecundidad. De esta sencilla reflexión quisiéramos derivar el tema de las páginas que siguen. Vamos a meditar sobre la vocación matrimonial como una vocación de amor, que para ser auténtica comporta a su vez una triple vocación como amor orgánico, fiel y fecundo.

    Nos referimos en primer lugar, a una vocación de amor orgánico, porque se trata de dos seres espirituales encarnados, que siguen la dinámica de evolución propia de la naturaleza orgánica. La relación de amor en la vida matrimonial, siendo eminentemente orgánica, crece como toda vida orgánica, va adquiriendo nuevas formas y pasa por procesos lentos y variados. Si no se respetan las leyes del desarrollo de la vida orgánica, surgen conflictos. Ahí vemos el origen de muchas crisis matrimoniales.

    En segundo lugar es una vocación de amor fiel, es decir, de un amor que vence los obstáculos del camino, que trasciende los límites de lo perecedero, que se hace plenamente espiritual e inmortal, que se eterniza.

    En tercer lugar una vocación de amor fecundo, que es capaz de darle forma a la vida, de crear expresiones ricas, transmitir bienes y hacer surgir nueva vida.

    Los principios del amor orgánico

    Hacer real la relación divina y humana de amor

    El amor es un encuentro vital entre dos seres y, como tal, se rige por las leyes de la vida y posee la dinámica de los procesos vitales. Cuando dos personas se han consagrado en el matrimonio con el signo sacramental eficiente, con una participación de la gracia redentora de Dios, queda por delante una gran tarea. Es lo mismo que cuando una persona se bautiza: se produce en ella un signo, una realidad que está en germen, pero esa persona tiene que pasar del bautismo entitativo al bautismo existencial. Por el bautismo la persona se hace otro Cristo y tiene que aprender a vivir como Cristo, a sentir como Cristo, a pensar como Cristo: esa es su tarea. Y aunque miles de veces en su vida se dé cuenta de que no vive ni siente ni actúa como Cristo, tiene que luchar día a día por lograrlo. En el matrimonio es lo mismo: recibimos como sacramento una forma de amor divino y humano y tenemos que aprender en la práctica a hacer real esta relación divina y humana de amor, tenemos que aprender a amar como Cristo amó a su Iglesia.

    Todo desarrollo orgánico se rige por principios específicos. Para nuestro análisis los vamos a agrupar bajo tres títulos: principio de crecimiento, principio de comunicación y principio de totalidad. Cada uno de ellos agrega una pieza vital a la comprensión del desarrollo sano de la vida, cada uno de ellos, por lo tanto, nos ayudará a comprender cuales son los cauces de crecimiento orgánico del amor conyugal.

    1. Principio de crecimiento

    Tú y yo tenemos que crecer en el amor

    Este amor vital, este encuentro vital entre dos seres, está regido por un principio de crecimiento. Es decir, el amor en el hombre está regido por un principio de crecimiento. El amor en el hombre, por muy divino que sea, se encarna en una realidad dinámica que crece. En Dios el amor no crece sino que simplemente ES, pero en el hombre crece. Y cuando el amor de Dios se encarna en mí, entonces debo tener en cuenta que en la relación mutua existirá un crecimiento. Y al enfrentarse con la vida matrimonial, lo primero es tomar esto en serio: tú y yo tenemos que crecer en el amor, tú y yo estamos en un amor, en una historia que tiene comienzo, que tiene mitad y que tiene fin; estamos en un encuentro vital, dinámico, en el cual tengo que irte asimilando. No puedo partir de la base que yo ya te asimilé, que ya te conozco, que ya te capté plenamente, que ya me entregué totalmente a ti o que tú te has entregado plenamente a mí. Yo tengo que aprender a asimilar todo lo nuevo tuyo y debo tener un cuidado enorme para no meterte en una gaveta, para no ponerte una etiqueta, para no quitarte

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