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El Verdadero amor: José Kentenich
El Verdadero amor: José Kentenich
El Verdadero amor: José Kentenich
Libro electrónico216 páginas2 horas

El Verdadero amor: José Kentenich

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Prédicas del P. Kentenich sobre la incapacidad del hombre actual de crear vínculos, lo que lo lleva a la angustia y soledad.

Editorial Patris nació en 1982, hace 25 años. A lo largo de este tiempo ha publicado más de dos centenares de libros. Su línea editorial contempla todo lo relacionado con el desarrollo integral de la persona y la plasmación de una cultura marcada por la dignidad del hombre y los valores del Evangelio.

Gran parte de sus publicaciones proceden del P. José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt o de autores inspirados en su pensamiento. Por cierto, también cuenta con publicaciones de otros autores que han encontrado acogida en esta Editorial.

De esta forma Editorial Patris no sólo ha querido poner a disposición de los miembros de la Obra de Schoenstatt un valioso aporte, sino que, al mismo tiempo, ha querido entregar a la Iglesia y a todos aquellos que buscan la verdad, una orientación válida en medio del cambio de época que vive la sociedad actual.
IdiomaEspañol
EditorialNueva Patris
Fecha de lanzamiento31 ago 2011
ISBN9789562463348
El Verdadero amor: José Kentenich

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    El Verdadero amor - José Kentenich

    El Verdadero Amor

    P. José Kentenich

    El

    Verdadero

    Amor

    Amar al Prójimo

    El Verdadero Amor

    Amar al Prójimo

    P. José Kentenich

    Portada: Fragmento de El hijo pródigo

    de Sieger Köder

    © EDITORIAL PATRIS S.A.

    José Manuel Infante 132

    Teléfono: 235 1343 - Fax: 235 8674

    Providencia, Santiago - Chile

    E-mail: edit.patris@entelchile.net

    www.patris.cl

    N° Inscripción: 122.633

    1a Edición: Noviembre, 2001

    2a Edición: Julio, 2004

    ISBN: 978-956-246-481-9

    3a Edición: Octubre, 2007

    ISBN: 978-956-246-334-8

    Presentación

    Durante su permanencia en Milwaukee, el P. Kentenich tuvo a su cargo la atención pastoral de la colonia alemana de esa ciudad. Regularmente, celebraba la eucaristía dominical para ella. Las homilías que pronunció durante los años 1962 al 65 fueron grabadas y posteriormente publicadas en alemán por Patris Verlag, en una colección de 17 volúmenes, que lleva el título Aus den Glauben leben (Vivir de la fe). Normalmente el P. Kentenich se refería, durante varios domingos, a un mismo tema relacionado con el tiempo litúrgico o un pasaje evangélico determinado.

    Editorial Patris ha publicado ya dos libros en los cuales se recogen series de estas prédicas: El primero, sobre la eucaristía, titulado Cómo vivir la Misa todo el día y el segundo, sobre la oración, titulado ¿Cómo hablar con Dios?. Entregamos ahora un tercer volumen que contiene homilías sobre el amor fraterno y que hemos titulado El verdadero Amor.

    La traducción se atiene fielmente al original, sin embargo, estilísticamente nos hemos permitido dejar de lado advocativos u otras expresiones propias del lenguaje hablado.

    Estamos seguros que estas homilías –cuyo tema es altamente actual– calarán hondo en el alma y significarán un precioso alimento espiritual para quienes las lean.

    P. Rafael Fernández de A.

    El Amor,

    Ley Fundamental

    del Reino de Dios

    2 de junio de 1963

    Lecturas: Hech 2, 1-11; Jn 14, 23-31

    El domingo pasado, coronamos a la santísima Virgen. Aún vemos las flores junto al comulgatorio. Esto nos facilita ponernos espiritualmente en la situación de los apóstoles en Pentecostés, repitiéndola, de alguna manera, aquí, en nuestra comunidad.

    La súplica de Pentecostés

    ha de repetirse siempre

    Leemos en la Sagrada Escritura que los apóstoles estaban reunidos en un salón cerrado, unidos espiritualmente en estrecha unidad con María, quien era el centro de su comunidad, y que todos ellos perseveraban en la oración.

    Intuimos y conocemos el contenido de esa oración: eran anhelantes afectos. Antes de su ascensión, el Señor había advertido reiteradamente a los suyos que vendría el Espíritu Santo, que el Espíritu Santo los introduciría en todo lo que él les había enseñado y que ellos no habían entendido; y sobre todo, el Espíritu Santo quería y debía encender en ellos el fuego de un ardiente y llameante amor. Ésta era la situación del cenáculo de Pentecostés.

    ¿Y aquí, entre nosotros? Pienso que no debiera resultarnos difícil experimentar esta situación entre nosotros. También nosotros hemos hecho referencia, domingo tras domingo, a las limitaciones que experimentamos como cristianos, como católicos modernos: hemos sentido profundamente nuestro desvalimiento y se nos ha dicho que también nosotros podemos esperar del Espíritu Santo, en la fiesta de Pentecostés, una respuesta, una respuesta liberadora, creadora, gracias de transformación de la inteligencia, del corazón y de la voluntad.

    La oración que rezamos tiene, en lo esencial, el mismo contenido que la oración de los apóstoles y discípulos en el cenáculo de Pentecostés. La Iglesia la pone en nuestros labios y la hemos repetido innumerables veces. Queremos rezarla hoy, ahora, en este momento, desde lo más hondo del corazón: ¡Ven, por fin, ven, Espíritu Santo! ¡Te esperamos con tanto anhelo; estamos tan desvalidos! También nosotros quisiéramos experimentar gracias de transformación, nosotros, en la actual vida moderna que encierra tantos peligros.

    ¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles! ¿Qué quiere decir: llena los corazones de tus fieles? El Espíritu Santo está presente en nosotros: desde que recibimos la gracia del bautismo, todos somos templos del Espíritu Santo. Ésta es nuestra condición: estamos habitados por el Espíritu Santo, consagrados al Espíritu Santo, y el Espíritu Santo obra y actúa constantemente en nosotros.

    ¡Llena, sí; ven con tu abundancia, con tu perfecta plenitud, al interior de nuestro corazón terreno y enciende en nosotros el fuego de tu amor! No nos contentamos, pues, sólo con una chispita de amor. Ha de ser una hoguera la que queme todo en nosotros: todo lo meramente terreno, toda esclavitud a las cosas terrenas. ¡Enciende en nosotros el fuego, la hoguera de tu amor. Es decir, del amor divino: del amor a Dios, del amor al prójimo, del amor, también, a nuestros enemigos!

    Éste es el gran anhelo de todos los que, domingo a domingo, han vivido junto a nosotros y en común la preparación a la fiesta de Pentecostés. Con lo dicho, hemos presentado y subrayado suficientemente cuál es la gracia de Pentecostés que esperamos este año. ¿Cuál ha de ser esa gracia de Pentecostés? Esperamos que el Espíritu Santo nos introduzca más hondamente en la ley fundamental del amor, es decir, en la ley del amor como ley fundamental del reino de Dios.

    La ley fundamental del amor

    Dos son los pensamientos que queremos considerar en común. Primero: ¿cuál es esa ley fundamental del reino de Dios? Segundo: ¿según qué leyes de evolución y de operación se desarrolla la ley fundamental del amor?

    ¿Qué entendemos cuando hablamos de la ley fundamental de una comunidad? Entendemos por ello la norma última según la cual se juzga en una tal comunidad, según la cual se regulan las relaciones recíprocas y, en definitiva, se deciden todos los asuntos. Así hablamos, por ejemplo, de la ley fundamental, digamos, de una democracia, de una aristocracia o de una monarquía.

    Por lo tanto, ahora hablamos de la ley fundamental del reino de Dios. Por reino de Dios entendemos el mundo entero, sin más; en efecto, el mundo entero es un reino que pertenece al buen Dios. Pero en particular entendemos también, para ajustar un poco más la idea, las comunidades que se han consagrado especialmente a Dios. Sean comunidades religiosas en sentido estricto o bien comunidades cristianas o incluso nuestra familia, nuestra compacta familia cristiana. Si todas ellas representan una parte esencial del reino de Dios, entonces se trata de islas en las que reina el amor, y no el odio ni los celos. Si se trata de comunidades religiosas, si verdaderamente son parte integrante del reino de Dios y no del reino del Demonio o del mundo, ¿dónde está el amor que reina en ellas? ¿O reinan allí la envidia y los celos que roen y corroen constantemente las almas de cada uno? ¿Y cómo es nuestra familia, la familia cristiana? ¿Es ella realmente un reino de amor?

    Más exactamente: donde el amor es realmente la ley fundamental de una comunidad, allí se hace evidente el convencimiento de que todo lo que Dios hace, en última instancia acontece por amor, mediante el amor y para el amor. Por lo tanto, todo; también el modo como gobierna el mundo, como envía cruz y sufrimiento, como gobierna a los miembros de la familia: la motivación última para el actuar de Dios es y sigue siendo su amor. ¡Todo por amor! Puede que también allí la justicia tenga algo que decir, pero detrás de la justicia se encuentra siempre un acentuado amor.

    ¡Todo por amor, todo mediante el amor! Visto desde Dios, el torrente de amor fluye a través de esta familia y de su distintos miembros. Y lo que Dios pretende con todas sus acciones de gobierno, sus conducciones y disposiciones, es una profunda unidad de amor con él, el Dios trinitario.

    Por esa razón, también la respuesta de cada uno de los miembros de la familia ha de ser que todo lo que haga sea por amor, no por envidia, ni por celos, ni por odio: todo por amor, motivados por el amor.

    Todo mediante el amor: un único torrente de amor fluye a través de la familia cristiana. Y la meta última es y sigue siendo una unión íntima, infinitamente honda, de amor con el Dios eterno e infinito. ¡En verdad, un ideal inmensamente alto!

    Ahora bien, si queremos saber por qué en una comunidad como ésta reina la ley fundamental del amor, pienso que ya lo he señalado: es la esencia de Dios, la esencia del legislador de este reino.

    El amor, la esencia de Dios Padre

    ¿Cuál es la esencia de Dios? Con esto tocamos una cuestión que ha ocupado a los seres humanos desde hace milenios. Es la pregunta: ¿cómo es Aquél que vive y reina por sobre las estrellas, cuál es su característica más original? ¿Cómo es Aquél que tiene en sus manos nuestro destino? ¿Cuál es su esencia?

    ¡Cuántos han sido los esfuerzos por encontrar una respuesta que aporte claridad! ¡Cuán desvalido se estaba ante esta pregunta! ¿Qué dice la respuesta? ¡No puedo entenderlo! ¡No lo sabemos! La esencia de este conductor eterno de la historia universal es absolutamente incomprensible. ¿Quién de nosotros ha podido verlo? ¿Quién lo ha contemplado? Y precisamente los hombres y pueblos más sagaces se han planteado una y otra vez la pregunta: ¿cómo es él, en realidad? ¿Cuáles son sus características?

    Se cuenta de un sabio gobernante de Siracusa, quien se había planteado esta pregunta sin lograr respuesta alguna. Por esa razón, hizo venir al hombre más sabio de su reino, que tenía 99 años de edad, es decir, un anciano, y le preguntó: ¿Cómo es el conductor del universo? Simónides, que así se llamaba el sabio, sacudió la cabeza: No lo sé. Dame un día para pensarlo. Pasó el día. El gobernante, el guía, el conductor del reino esperaba una respuesta. Y la respuesta fue: Dame otro día más para pensarlo. Transcurrió el plazo, y otra vez no hubo respuesta. El sabio pidió que se redoblara el tiempo disponible: de un día se hicieron dos, de dos cuatro, de cuatro ocho, de ocho dieciséis, y así sucesivamente. Por fin, el gobernante se impacientó y preguntó: ¿Quieres acaso tomarme por loco? ¡Oh no, en absoluto! Cuanto más pienso sobre la pregunta ¿cómo es Dios?, tanto más desvalido me encuentro ante la respuesta.[1]

    ¿Cuál es la esencia de Dios? Una segunda respuesta del paganismo avanza un poco más, pero revela también un tremendo desvalimiento. Pueblos paganos con gobernantes paganos y con sabios a la cabeza encontraron también una respuesta. ¿Pero qué dice la respuesta? El conductor del mundo tiene que ser un Dios inmensamente justo, un Dios que castiga hasta revelarse, no raras veces, como el enemigo mortal del hombre.

    Si vamos a Florencia, encontraremos en una colección una bellísima estatua de mármol. Ésta representa a una mujer que procura proteger a sus hijos con su propio cuerpo. En el trasfondo se representan enemigos mortales. Flechas, una tras otra, tienen por blanco a los niños. La madre quiere atajar las flechas, atajarlas con su cuerpo, pero no lo logra. De pronto, se convierte en una estatua de mármol.

    ¿Qué quería manifestar la estatua? Los antiguos paganos solían relatar la historia de Niobe. Ella, una diosa, había sido bendecida con hijos en medida rica y desbordante. Tenía siete hijas y siete hijos y se gloriaba de ello en la reunión de los dioses y las diosas. Así era la fe de los pueblos de entonces. Otra diosa femenina, Leto, tuvo celos y envidia; no podía soportar que, si cabe la expresión, su colega hubiese sido objeto de tantos regalos por parte de Júpiter, el dios supremo. Ella, que tenía solamente dos hijos, un niño y una niña, toma entonces la siguiente decisión: encarga a ambos hijos hacer flechas de plata, envenenarlas y no regresar hasta haber asesinado a los catorce hijos de Niobe.[2]

    ¿Cómo es Dios? ¡Oh, éste es un Dios que tiene las mismas pasiones que nosotros, los hombres! ¡Es un Dios que odia a los hombres como a sus enemigos mortales! Así se pensaba acerca de la esencia de Dios.

    Y entonces llega Jesucristo. ¿Qué anuncia él sobre su Padre? Él mismo acuña, al fin de su vida, la expresión: he sido enviado para anunciar al mundo tu Nombre, tu Nombre de Padre (cfr Jn 17, 6. 26) ¡Aquél que vive y reina por sobre las estrellas, el Dios que tiene en sus manos los destinos del mundo y de la humanidad es, en verdad, nuestro Padre! Por eso, el Señor nos enseña a rezar solemnemente: Padre nuestro que estás en los cielos (Mt 6, 9). Por cierto, Dios es también juez, puede ser estricto como un padre. Pero la señal característica de un padre es y sigue siendo el amor. La esencia de Dios es siempre el amor, el intenso amor.

    Así lo anunció Jesucristo. Pero sus oyentes no lo entendieron, comenzando por los que vivían más estrechamente unidos a

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