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Esperanza
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Libro electrónico227 páginas2 horas

Esperanza

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Martí Colom defiende en este ensayo la importancia de optar a diario por la esperanza, de vivir con los ojos abiertos hacia lo que todavía no podemos ver. Y, en la tesitura única que nos toca vivir en la actualidad, ofrece respuestas a algunas preguntas de fondo que hoy se hacen realmente ineludibles: ¿En qué consiste realmente la esperanza? ¿Dónde hunde sus raíces? ¿Tiene algún sentido? ¿Es sensato vivir en la esperanza? ¿Cómo seguir siendo personas esperanzadas? ¿Cómo puede la esperanza ser el mejor combustible para la solidaridad, hoy más necesaria que nunca? La esperanza –afirma el autor– tiene un papel fundamental en la vida de toda sociedad. Frente a las voces que intentan convencernos de que no podemos hacer nada para vivir mejor, de que ya está todo hecho o dicho, de que el futuro está decidido de antemano, está la actitud de mantener nuestros ojos bien abiertos hacia un mundo sospechado que hoy todavía nos elude: ojos abiertos en clave de esperanza.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 may 2020
ISBN9788428561143
Esperanza

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    Vista previa del libro

    Esperanza - Martí Colom Martí

    Índice

    Portada

    Portadilla

    Créditos

    Nota Previa

    Preámbulo

    1. El animal esperanzado

    2. El evangelio de la esperanza

    3. La esperanza, fermento de solidaridad

    4. Guiados por la esperanza

    5. Dos ex cursus, desde la fe

    Conclusión

    Notas

    portadilla

    Colección dirigida por Luis López González

    Martí Colom Martí (Barcelona, 1971) estudió Antropología en Barcelona y Teología en Milwaukee (EE.UU.). Es sacerdote y ha ejercido su ministerio pastoral entre comunidades de inmigrantes en los Estados Unidos, y también, durante diez años, en el suroeste rural de la República Dominicana. Desde 2015 vive y trabaja en Bogotá, donde actualmente está al cargo de una parroquia situada en un barrio popular del sur de la capital colombiana. En 2017 publicó La renuncia, su primera novela. Con Esperanza se adentra en el terreno del ensayo.

    © SAN PABLO 2020 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)

    Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723

    E-mail: secretaria.edit@sanpablo.es - www.sanpablo.es

    © Martí Colom Martí, 2020

    Distribución: SAN PABLO. División Comercial

    Resina, 1. 28021 Madrid

    Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050

    E-mail: ventas@sanpablo.es

    ISBN: 9788428561143

    Depósito legal: M. 13.357-2020

    Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. 28970 Humanes (Madrid)

    Printed in Spain. Impreso en España

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www. conlicencia.com).

    Vivir sin esperanza es dejar de vivir.

    F. DOSTOYEVSKI

    Para mis padres, Lluís y Fina,

    y para mi hermano Francesc,

    quienes desde muy pequeño me enseñaron

    a vivir con esperanza.

    Nota Previa

    El texto de este libro estaba escrito, y listo para su publicación, antes de que la pandemia del Covid 19 nos golpeara a todos con su embate inesperado. De hecho, lo había ido trabajando y modificando, en distintas lecturas y relecturas, desde hace algunos años. La versión final, que ahora se publica, llevaba varios meses terminada cuando estalló la pandemia. Y, sin embargo, la situación creada por el virus y sus efectos a largo plazo (sociales, económicos, culturales, políticos, psicológicos) hacen que el mensaje de este libro cobre, de repente, una renovada vigencia. En un mundo donde muchos han perdido o visto amenazada su esperanza, en un mundo que deberá plantearse el rol de la solidaridad incluso con más urgencia que antes, los planteamientos que ofrecemos a lo largo de estas páginas se hacen, de repente, más actuales y relevantes. Tal vez fue oportuno que no se publicara antes. Tal vez es ahora, en la tesitura única que nos toca enfrentar, cuando las preguntas de fondo que aquí nos planteamos se hacen realmente ineludibles: ¿Cómo seguir siendo personas esperanzadas? ¿Tiene algún sentido la esperanza? ¿Dónde podemos encontrar fundamentos para vivir sin renunciar a ella? ¿Cómo puede la esperanza ser el mejor combustible para la solidaridad, hoy más necesaria que nunca?

    MARTÍ COLOM

    15 de abril de 2020

    Preámbulo

    «P or un mundo sospechado / concreto y virgen detrás / por lo que no puedo ver / llevo los ojos abiertos» ¹. Estos hermosos versos de Pedro Salinas describen una actitud fundamental del ser humano, tal vez nuestra actitud más propia, tal vez la más fecunda, la que puede hacernos mayor bien y cuya pérdida sería más trágica: la actitud de quien espera y sueña con una realidad que todavía no posee ni puede percibir. Es la actitud de quien, a pesar de no vislumbrar lo que anhela, se mantiene expectante, porque de algún modo sabe, o por lo menos sospecha, que su anhelo no es una quimera y que tarde o temprano se concretará y hará visible. El poeta no lleva los ojos abiertos para observar lo que tiene a su alcance y ha visto ya mil veces, y que es, además, todo lo que lo mantendría cómodamente instalado en su presente, o acaso prisionero en él. Abre los ojos precisamente para captar lo que todavía se le escapa, pero que intuye cierto, y que puede abrirle horizontes novedosos de libertad, de crecimiento y de alegría. Cerrar los ojos sería renunciar a la esperanza.

    ¿Y en qué consiste exactamente la esperanza? ¿Qué se le opone? ¿Dónde hunde sus raíces? ¿Qué clase de personas somos si nos guía la esperanza? ¿Qué ocurre si la perdemos, o si nunca la hemos tenido? ¿Es en verdad deseable llegar a ser personas esperanzadas? ¿Es sensato vivir en la esperanza? ¿Hay razones para renunciar a su atractivo? ¿Qué función puede llegar a desempeñar en nuestras vidas individuales y en nuestro caminar colectivo?

    Las siguientes páginas son una modesta tentativa de internarnos en el amplio campo que plantean estos interrogantes.

    Empezaremos examinando la esperanza desde una perspectiva antropológica e histórica, argumentando que ella –y solo ella– nos hace plenamente humanos y que, por lo tanto, es un ingrediente imprescindible para el crecimiento de personas y sociedades. En el segundo capítulo propondremos una visión específicamente cristiana del tema, fundamentada en lo que llamaremos el evangelio de la esperanza. En el tercer capítulo nos preguntaremos por los desafíos concretos que nuestra época plantea a la esperanza, y en el cuarto intentaremos ver cómo los hilos presentados en los anteriores tres confluyen en el reto (individual y colectivo) de dejarnos guiar por la esperanza, de optar por ella y de asumir los riesgos que esta opción implica. Acabaremos, en el quinto capítulo, con dos ex cursus desde la fe que terminarán de subrayar –o por menos esa es la intención– la centralidad que la esperanza tiene, o debería tener, para quienes quieren vivir el evangelio de Jesús.

    Avancemos algunas de las certezas de las que partimos, para mostrar desde un buen comienzo nuestras cartas y definir las coordenadas desde las que enfocaremos nuestra reflexión: creemos que la esperanza ha jugado, juega y puede seguir jugando un papel fundamental en la vida de toda sociedad; creemos que no es una ingenuidad (y explicaremos por qué) comprender la historia como un proceso en el que, poco a poco, la esperanza ha ido ganando terreno al miedo, su perpetuo contrincante; y eso sin caer en concepciones trasnochadas según las que, a lo largo de los siglos, el progreso humano habría sido lineal, constante, exento de dolor, de desvíos funestos o de pasos en falso.

    Entendemos también, desde una postura creyente, que el cristianismo no se puede comprender sin referencia a la esperanza de Jesús que revelan los evangelios, y creemos, en concreto, que esta implica una esperanza antropológica: esperanza en el ser humano y en su capacidad para el bien. Hablaremos de una fe cristiana que busca a Dios pero que no concibe atajos religiosos hacia la trascendencia: se decanta, por el contrario, por el camino (esperanzado) de la fraternidad humana.

    En definitiva, queremos plantear la importancia que tiene vivir con los ojos abiertos hacia lo que todavía no podemos ver, optando a diario por la esperanza. No vaya a ser que alguien o algo (ya sea una voz muy honda procedente de nuestro interior o potentes discursos ajenos) un mal día nos convenza de que no podemos hacer nada para vivir mejor, de que ya está todo hecho o dicho, de que el futuro está decidido de antemano, sin que nosotros podamos influir en él, ni trabajarlo, construirlo o madurarlo: de que nuestro único papel consiste en proteger, miedosos, lo que ya tenemos, o creemos tener.

    Tal vez no habría peor tragedia que prestar oídos a estas voces y olvidar el potencial y la vigencia de la esperanza. Estamos convencidos de la importancia que hoy tiene, igual que la tuvo ayer y siempre, la actitud de mantener nuestros ojos bien abiertos hacia un mundo sospechado que hoy todavía nos elude: ojos abiertos en clave de esperanza.

    1. El animal esperanzado

    1. Entre la búsqueda de seguridades y el anhelo de progresar

    En los seres humanos conviven en tensión dos impulsos de capital importancia: por un lado, el deseo de obtener seguridades, de conservar lo que poseemos y de estar (y sobre todo de sentirnos) protegidos. Por otro lado, el anhelo de superar nuestros propios límites, de mejorar la situación presente y de progresar. En cierto modo, todos vivimos marcados por estos dos impulsos y por nuestra decisión de obedecer a uno o al otro.

    La búsqueda de seguridades y de protección nos acompaña desde que nacemos. Se expresa, en primer lugar, en nuestro instinto innato de autopreservación, que compartimos con el mundo animal. Detrás de este instinto básico palpitan milenios de evolución durísima, a lo largo de la cual nuestra especie aprendió a defenderse con ingenio y creatividad de toda suerte de amenazas. El ser humano no podría existir sin un saludable instinto de autopreservación que le aconseja ser prudente, buscar refugio ante el peligro y evitar todo lo que le pueda hacer daño. Sin embargo, el deseo de obtener seguridad y protección va más allá del simple instinto de autopreservación. Es la tendencia a desconfiar de lo desconocido, que nos empuja hacia lo firme y estable, que nos lleva a buscar el orden y la permanencia, a repetir las prácticas que nos han dado buen resultado (en todos los ámbitos de la vida) y a mirar con recelo lo novedoso y lo que nunca se ha hecho. En el fondo, en la raíz de nuestro comprensible deseo de seguridad y de protección está siempre el miedo a perder lo que poseemos: la vida, la salud, el amor, la mucha o poca paz de que gocemos y el dominio más o menos logrado de nuestro entorno inmediato. Dado que este entorno está en perenne transformación, la amenaza a nuestra estabilidad es también constante, de modo que el deseo de seguridad está siempre justificado. No habría que minusvalorar la importancia formidable de este impulso, que late (aunque no siempre nos demos cuenta) en la raíz de muchas de nuestras decisiones diarias, planteamientos, dudas e iniciativas.

    En tensión con esta búsqueda de seguridades está nuestro anhelo de superar los propios límites y de progresar. Existe en la persona, en efecto, al lado del instinto de autopreservación, el instinto de autosuperación: el ser humano sueña. Sueña con mejorar sus condiciones de vida, sueña con conocer mejor su entorno y a sí mismo, sueña con la dicha, con desentrañar los secretos de su origen, de su presente y de su futuro (somos «el hombre en busca de sentido», según la clásica expresión de Viktor Frankl¹), y así, a la vez que buscamos protección y seguridades, somos también personas inquietas, tentadas por la audacia, exploradores de lo desconocido.

    Esta búsqueda de sentido y de progreso vive en tensión con el deseo de seguridad y de protección precisamente porque nos empuja hacia lo ignorado y lo que nunca se ha probado: nos invita a arriesgarnos y a ser intrépidos. Si el miedo era la fuerza principal detrás del deseo de seguridad y protección, la esperanza enciende el anhelo de superación de los propios límites. Son como dos voces que nos hablan sin descanso desde lo más hondo de nosotros mismos: el miedo para advertirnos que las cosas podrían ser peores, y la esperanza para sugerir que podrían ser mejores. El miedo nos recuerda todo lo que podemos perder, fijándose en lo que ya tenemos, mientras que la esperanza nos invita a imaginar lo que nos falta, lo que todavía nos queda por lograr, el potencial que no hemos usado, las capacidades que estamos desaprovechando.

    Ambas voces tienen razón. El miedo no miente en su advertencia de que nuestra existencia podría empeorar, y la esperanza suele decir la verdad cuando sugiere que podría mejorar. Y en esta encrucijada vivimos: entre la búsqueda de seguridades y el anhelo de superación, entre el miedo y la esperanza.

    No sugerimos, por supuesto, que esta tensión sea la única clave interpretativa para comprender a la persona, ni siquiera la más importante, pero sí nos parece que la oposición entre el deseo de seguridad y el anhelo de progreso puede ayudar a analizar y a explicar satisfactoriamente procesos y situaciones muy diversas.

    2. Realistas y soñadores

    Cada cual vive la tensión entre el miedo y la esperanza de una manera distinta. En algunas personas predomina la búsqueda de seguridades como principal fuerza motriz de sus vidas, y en otras prevalece el deseo de progresar. Uno mismo puede alternar etapas de su vida en que una u otra de estas fuerzas sea la dominante. Lo que es indudable es que en cualquier grupo humano encontraremos dos actitudes, que responderán a uno y otro impulso: la actitud de los que podríamos llamar «realistas» y la de los «soñadores». Los realistas enfatizarán siempre las circunstancias reales, concretas y sobre todo limitantes en que el grupo existe y se mueve, y, por lo tanto, la necesidad de no arriesgar lo ya logrado, para no perderlo. Son los que prestan sus oídos a la voz del miedo. Los soñadores subrayarán las oportunidades de crecimiento que se presentan al colectivo, y la posibilidad (para ellos atractiva, incluso imperiosa) de correr el riesgo de romper con

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