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Vivir en tiempos de crisis
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Libro electrónico237 páginas4 horas

Vivir en tiempos de crisis

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Las crisis no son necesariamente algo negativo, sino que más bien anuncian la llegada de cambios trascendentes. En el lenguaje chino la palabra crisis significa peligro y a la vez oportunidad, de manera que lo fundamental no es lo que ocurre en el exterior, sino la forma en que enfrentamos los desafíos de la vida. Este libro sugiere asumir las crisis como una oportunidad de crecimiento, y propone estrategias útiles para salir adelante en un mundo tan complejo y cambiante como el nuestro. La clave es aprender de cada experiencia y confiar en que todo lo que sucede tiene un sentido, tanto a nivel individual como a nivel colectivo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 mar 2013
ISBN9789568992798
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    Vivir en tiempos de crisis - Isabel M. Vega

    ARROYO

    ESTRATEGIAS DE SUPERVIVENCIA

    Si consideramos que toda crisis involucra la necesidad de un cambio a nivel individual y/o colectivo, tendremos que aceptar que la actitud más razonable es enfrentarla sin oponer resistencia. Las crisis no son una maldición del demonio ni un castigo, sino una situación que obliga a desentrañar un misterio. Ellas apuntan a una necesidad de revisión con el fin de mejorar las condiciones de vida en que nos encontramos. De modo que, aun cuando este proceso pueda significar dolores y pérdidas, sólo tomando conciencia de lo que ocurre es posible buscar los recursos adecuados para superar las dificultades.

    A lo largo de este libro analizaremos diversas actitudes y conductas que pueden ayudar a actualizar nuestro potencial. Algunas de ellas se refieren a aspectos físicos, otras a aspectos sicológicos y otras a aspectos espirituales de la existencia. Se verá cómo poniéndolas en práctica es posible conseguir esa serenidad, esa comprensión y esa confianza que necesitamos para sobreponernos a cualquier prueba. Asimismo, podremos darnos cuenta que conocer las causas del comportamiento propio y ajeno es el primer paso para mejorar nuestra autoestima y nuestras relaciones con los demás.

    La idea es identificar las estrategias más adecuadas para enfrentar los tiempos de difíciles, organizando la gran cantidad de recursos internos con que contamos. Ellos no cuestan dinero, no requieren de estudios especiales ni dependen de nadie más que de nosotros mismos. Para su desarrollo y aplicación efectiva sólo se necesita apertura, perseverancia y una firme resolución de liberarnos de aquellos esquemas mentales que nos impiden evolucionar.

    Otro requisito indispensable que subyace a este enfoque es la esperanza. Sin ella, los cambios pueden costar demasiado. No obstante, si nos cobijamos bajo su luz y su fuerza, estaremos en condiciones de utilizar nuestro poder como co-creadores del porvenir. Por lo demás, – reflexiona Carl Jung – ¿Por qué privarnos de algo que ayuda a superar las crisis y da sentido a nuestra existencia?

    APOSTAR A LA VIDA

    "Apostar a la vida: si pensamos que vivimos una crisis de la humanidad

    que lleva en sí la potencialidad de la muerte, entonces es

    el rechazo de la muerte, el querer vivir lo que debe alumbrarnos

    y guiarnos en nuestra interrogación del futuro".

    Edgar Morin

    Ser y estar aquí como habitantes del Universo es un privilegio. Las probabilidades para que se hayan dado todas las condiciones en el momento exacto, para que fuera posible la vida humana en general, y la de cada uno de nosotros en particular, son infinitesimales. De manera que la vida en sí es un milagro y el que existamos como individuos capaces de pensar, amar y soñar es algo extraordinario. Heidegger expresó esta idea diciendo que el ser es un don, una verdad en sí mismo.

    Esto no significa que la vida nos parezca siempre placentera, ni tampoco que podamos comprender y aceptar fácilmente todo lo que ocurre en ella. Constituye un fuerte desafío para nuestra esencia espiritual - etérea y sutil - tener que encarnarse en un cuerpo material denso y limitado, que se desplaza a duras penas tratando de sortear las múltiples dificultades de este mundo físico. En ocasiones, incluso es posible sentir el desajuste, especialmente al término de experiencias de oración o de meditación, que nos conectan con esa energía espiritual que nos habita. En algunos momentos, podemos sentir el cuerpo extremadamente pesado o vibrante, y en otros, podemos dejar de sentirlo y comprobar que seguimos siendo nosotros mismos. Las personas que han tenido alguna experiencia de desdoblamiento saben con certeza que no son su cuerpo, puesto que pueden mirarse desde una conciencia que está fuera de él.

    Todo parece indicar que la vida en este plano es sólo una estación en el camino espiritual. No sabemos con certeza por qué o para que hemos pasado por aquí, pero hay indicios de que nuestra permanencia en este planeta es una oportunidad de evolucionar hacia otras formas de vida más perfectas. La existencia de lo que llamamos muerte en este nivel, es el costo que pagamos por esta vida. Ella tiene el propósito de recordarnos que este espacio y este tiempo que se nos ha dado para existir en forma humana es finito. Todos los días hay que darse un baño de tumba, sugería Neruda. La muerte es una limitación que nos obliga a asumir - aún cuando no estemos conformes - que la vida que nos ha tocado es todo lo que tenemos, es lo único real y verdadero para nosotros en este momento. Esta es nuestra oportunidad de ser en un mundo tan complejo y fascinante. Desde aquí tenemos la posibilidad de conocer parte de la realidad, hacer preguntas y elaborar respuestas. Si vivimos en forma inconsciente, no nos damos cuenta del valor que entraña la vida y corremos el peligro de desperdiciarla. Podemos ir tras fines ilusorios como el dinero o la fama, correr riesgos innecesarios, e incluso llegar a destruirnos o destruir a otros. Sócrates afirmaba que una vida sin reflexión, no merece ser vivida. Si no nos detenemos a reflexionar, podemos pasar de largo, sin haber aprendido absolutamente nada. Esto sería como haber viajado en un tren sin mirar el paisaje, y llegar al final del camino sin haberlo recorrido.

    La existencia tiene un orden desconocido para nosotros dentro de un contexto tan vasto y misterioso como el Universo. Así lo creyó también Einstein cuando dijo: a través del Universo incomprensible se manifiesta una Inteligencia Superior Infinita. Por algún motivo se nos ha permitido materializarnos en este plano, ser como somos, vivir las experiencias que nos tocan, encontrarnos en ciertos lugares y con determinadas personas. Por algo hay algunos problemas que nos presentan mayores dificultades, así como tenemos talentos que constituyen las ofrendas que hemos traído a este mundo. Cuando observamos con una perspectiva más amplia el acontecer, comenzamos a descubrir que todo tiene un sentido. Es como si las partes fueran trozos de un rompecabezas, que se va configurando en el tiempo de una manera única e irrepetible. También es posible ver cada vida como una parte necesaria para completar otros cuadros mayores; nuestra familia, por ejemplo, no sería la misma si nosotros no existiéramos. Tampoco sería igual la casa, el barrio o la ciudad donde vivimos. Cada persona hace una diferencia, a veces imperceptible, pero no por eso menos real. De lo que somos y hacemos con nuestra vida dependerá que nuestro viaje a este mundo haya valido la pena.

    VIVIR LA ESPIRITUALIDAD

    "La Tierra está llena de cielo,

    Y todas las zarzas arden de Dios.

    Pero sólo el que ve se quita las sandalias;

    Los demás se sientan al lado y cogen las moras".

    Elizabeth Barret

    Mucho más revolucionario que hablar de feminismo, liberación sexual o comunismo a mitad del siglo XX, resulta hoy hablar de espiritualidad. Cuando las personas mencionan a Dios o alguien dice estar buscando o siguiendo un camino espiritual, abundan las miradas de escepticismo y las sonrisas burlonas. Hasta en los avisos comerciales se utilizan ganchos espirituales como: la voz de San Pedro en las puertas del Cielo promoviendo una marca de autos, la imagen de un maestro oriental recomendando un desodorante para pies y el sonido de un mantra sagrado para la promoción de un concurso de viajes.

    Estamos lejos, muy lejos de concebirnos como seres espirituales. Todavía no asumimos que la espiritualidad es inherente a cada aspecto de la vida, y que por lo tanto, no es privilegio de ninguna religión. Aun cuando muchos califican de herejes o de ateos a aquellos que no comparten sus creencias, lo cierto es que puede ser tan espiritual un católico como un musulmán, e incluso puede serlo alguien que se declara agnóstico, pero cree y defiende los valores trascendentes de la vida. La espiritualidad implica una conciencia de cuanto existe, y una apertura hacia lo que no existe. Es la fuerza y la intrepidez para permitirnos trascender la realidad y a nosotros mismos, sostiene Leo Buscaglia.

    Más que la aceptación de una doctrina o el cumplimiento de ciertos rituales, la espiritualidad es una manera de estar en el mundo, de enfrentar los hechos y de interpretarlos, distinta a la que tienen aquellos que sólo creen en la existencia finita de la materia. Es vivir con la certeza de que no somos nuestro cuerpo, sino que tenemos una esencia espiritual que se manifiesta a través de él. Según la ley del dharma, que en sánscrito significa propósito en la vida, nos hemos manifestado en forma física para cumplir con una finalidad, y por consiguiente, todo lo que hacemos tiene trascendencia.

    Hay pueblos como el hindú que viven la espiritualidad en forma cotidiana. Ellos suelen orar, repetir y cantar sus mantras mientras tejen, cocinan o realizan tareas ordinarias. No necesitan un día ni un evento especial para recordar a Dios. La presencia divina se manifiesta permanentemente en sus vidas. Por eso, no existen grandes templos en la India. Abundan, en cambio, pequeñas capillas donde el peregrino puede detenerse a orar en cualquier parada del camino.

    Como occidentales, podemos tener divergencias con algunas de sus teorías y costumbres, pero no podemos desconocer que la cultura hindú, como muchas otras en Oriente, es más espiritual que la nuestra. Esto no significa que sus creencias sean más válidas, sino que tienen más presente su realidad como seres espirituales. Es decir, ellos viven recordando que no son sólo materia, y que esta vida es sólo una parte de una existencia mucho más compleja. Al parecer comprenden mejor que no somos seres humanos que tienen experiencias espirituales ocasionales, sino todo lo contrario: somos seres espirituales que tienen experiencias humanas ocasionales.(¹)

    Nuestra cultura se ha alejado del espíritu. Esta ausencia se refleja en la escala de valores que sustentamos. Vivimos una época de inmediatez asociada al plano material de la vida, donde sólo parecen existir las cosas visibles y tangibles. Nunca tuvieron tanta importancia como ahora la apariencia física, los placeres corporales, los objetos que proporcionan comodidad y status. Esto que se ha designado como materialismo y que quizás algunas personas consideren inofensivo, refleja una posición filosófica, un orden de prioridades, que afecta profunda y decisivamente la forma de vida de los individuos y de los grupos humanos. Diversos efectos de esta postura se manifiestan cotidianamente. El exceso de consumo, por ejemplo, se financia con exceso de trabajo y de endeudamiento, lo cual termina por alterar completamente las relaciones familiares y la salud mental de las personas. El padre o la madre que trabajan doce horas diarias y además se endeudan para tener mayor bienestar económico, están priorizando los bienes materiales que les proporcionarán a ellos y a sus familias una satisfacción inmediata. La búsqueda desenfrenada de placer, es otro síntoma que ha dado origen a trastornos emocionales y fisiológicos como el sida. La ambición desmedida de comodidad y de riqueza también ha producido una sobreexplotación de las personas y de los recursos naturales, trayendo como consecuencia el desequilibrio y la decadencia de nuestro medio ambiente social y natural.

    Menciono estos temas sólo para ilustrar cómo la filosofía de vida que tenemos determina nuestras opciones, desencadenando a su vez toda una red de causas y efectos de los cuales no podemos escapar. El hombre o la mujer que conducen bajo los efectos del alcohol o las drogas, que tienen relaciones sexuales en forma ligera e irresponsable, o que gastan su dinero en cosas superfluas, están eligiendo el placer instantáneo por sobre otros valores de largo plazo. A los empresarios de la locomoción colectiva que no les importa llenar de humo las calles o a aquellos que talan grandes extensiones de bosque nativo para obtener una buena ganancia no les importa que su beneficio personal sea financiado por toda la comunidad.

    Cuando las personas adoptan esta perspectiva están perdidas, porque tratan de llenar sus vacíos existenciales con cosas efímeras que jamás les darán la felicidad anhelada. La razón es muy simple: la felicidad es un estado de armonía con nuestra esencia y nuestra esencia es inmaterial. Todos los sustitutos que buscamos para llenar nuestra vida son meras ilusiones. El dinero, los objetos, el cigarrillo, los chocolates, el alcohol, producen solo un alivio momentáneo. Pero poco después, llega nuevamente el vacío y suele ser aún más doloroso que antes, por lo que cada vez se necesita una dosis mayor de estimulante para conseguir un placer equivalente al anterior. Marguerite Duras hizo referencia a este problema cuando dijo: Carecemos de Dios. El alcohol ha sido creado para soportar el vacío del Universo.

    Ningún producto externo puede producir un bienestar permanente, ni ayudarnos a superar las dificultades de la vida. La fuerza no se encuentra ahí, la fuerza está en nuestro interior y se potencia en conexión con la fuente universal de energía a la que hemos dado el nombre de Dios(a), Padre, Madre, Jehová, Alá, Gran Arquitecto, Energía Creadora, Gran Sol Central y muchos otros. Quienes que alguna vez han entrado en un profundo estado de oración, de meditación, de contemplación o de amor incondicional saben que en esa dimensión es posible conocer la plenitud, independientemente de las circunstancias externas. También dicen quienes han vivido situaciones límite, que en esa conexión con la realidad eterna del espíritu han encontrado la fuerza para sobreponerse al peligro, al dolor y a la muerte. Este tipo de energía eleva la existencia más allá del tiempo y del espacio, y a menudo tenemos atisbos de ella en nuestro interior. Cada vez que se presenta la oportunidad de establecer contacto con ella es importante prestarle atención, aunque su presencia sacuda nuestras estructuras y nos obligue a rediseñar el mapa de nuestra existencia.

    Cuando hablo de espiritualidad y de ser espiritual dice Dyer; describo una actitud hacia Dios, un viaje interior de iluminación. Hablo de desarrollar las cualidades divinas de amor, perdón, bondad y éxtasis que tenemos dentro. Según mi interpretación, la espiritualidad no es cuestión de dogmas ni de reglas. Es luz, júbilo, concentración en la experiencia del amor y su transmisión hacia el exterior. A este viaje destinado a descubrir el Yo más sublime lo llamo búsqueda sagrada.(²)

    La revelación ocurre en el momento que tomamos consciencia de la presencia divina en nosotros mismos y en todas las cosas; cuando el ser sale de su inmediatez y comprende que el cuerpo humano no existe aislado sino como parte de un campo de información viviente más grande que llamamos Tierra. Y la tierra, a su vez, forma parte de un sistema de información más grande aún, que comprende el Universo... La naturaleza es un todo, no es posible separar el cuerpo humano del cuerpo cósmico aunque nuestra percepción nos condiciona para hacerlo todos los días.(³)

    1 Las siete leyes espirituales del éxito, Deepack Chopra, Editorial Norma, 1998

    2 Tu Yo sagrado, Wayne Dyer, Editorial Grijalbo, 1996

    3 Deepack Chopra, op. cit.

    ENTRAR EN EL SILENCIO

    "El fruto del silencio es la oración,

    el fruto de la oración es la fe,

    el fruto de la fe es el amor,

    el fruto del amor es el servicio,

    el fruto del servicio es la paz".

    Sor Teresa de Calcuta

    Aprendí a valorar el silencio en un curso de Meditación Trascendental (MT). Hasta entonces yo creía que lo bueno era estar siempre ocupada, haciendo algo o por lo menos pensando algo, aun cuando en mi infancia tenía una tendencia natural a la contemplación. Recuerdo que me quedaba largo rato mirando por la ventana de mi pieza, en silencio, sin hacer absolutamente nada más que dejarme llevar por la brisa, o seguir con la mirada las gotas de agua que caían en torno al regador del jardín. Cuando despertaba de esas ensoñaciones que podían durar bastante, solía sentirme incómoda por haber estado perdiendo el tiempo de esa manera. Lo peor - me decía a mí misma - es que ni siquiera estaba pensando en algo, lo cual me producía una inexplicable sensación de culpa.

    Recién a los veintisiete años, cuando hice aquel curso de MT, el instructor señaló - ante mi completo asombro - que el objetivo de la meditación era precisamente vaciar la mente de todo pensamiento y de toda emoción, para poder alcanzar el estado máximo de plenitud conocido como Nirvana. Más aún, dijo que en ese estado podíamos conectarnos con la fuente de sabiduría donde se encontraban todas las respuestas. En ese momento no podía creer lo que estaba escuchando, resultaba que después de pasarme la vida tratando de llenar esos espacios vacíos y aparentemente inútiles, alguien me decía que ese era el mejor estado en que se podía estar. Desde entonces, sentí un gran alivio, pero lamentablemente ya no me fue tan fácil entrar al silencio como lo hacía de niña. Pareciera que toda la corriente que fluye a nuestro alrededor nos lleva en sentido contrario. Estamos permanentemente bombardeados por ruidos de la calle, gritos, máquinas, conversaciones banales. Incluso en la playa o en el campo nos vemos obligados a escuchar ruidos de motores y músicas estridentes.

    En la cultura occidental se enseña a escapar del silencio, incluso para descansar tenemos que prender la radio o la televisión. No consideramos agradable estar un rato callados y a solas, no estamos familiarizados con la idea de que el silencio no es un espacio inerte sino que está vivo y contiene un poderoso impulso de manifestación. Heidegger aludía a este concepto cuando declaraba: el ser resuena dentro de mí, interpelándome desde el silencio originario.

    Hasta la forma de rezar que practicamos es activa, no receptiva. "Se nos ha enseñado a hablar con Dios, pero no se nos ha enseñado a escucharlo."(¹) Me pregunto: ¿A qué se debe esto? ¿Es una necesidad de evasión? ¿Es miedo a

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